Gracias a mi cómplice Li por su lectura previa. Los errores siguen siendo míos.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 24

Edward

― ¿Qué quieres? ―interrogue al ver a Laurent caminar con mucha confianza por la casa.

De reojo aprecié que Isabella deslizaba la tela del vestido por sus muslos y Laurent parecía hipnotizado mirando las piernas de ella.

― Buenas noches, señora ―dijo sonriente, demasiado sonriente hacia Isabella― solo vine a dejar las llaves del auto.

― Hola, Laurent. No me digas señora, tengamos más confianza y dime Bella.

Miré con una ceja alzada a mi mujer. ¿Desde cuándo era tan agradable?

Laurent siendo un puto gigolo sonrió seductor. Se acercó confianzudo dándole un fuerte abrazo, que casi la dejó sin aliento al estrujarla.

―No la abraces así ―advertí, quitándole las manos del cuerpo de Isabella.

Laurent rodó los ojos. Y no quitó su vista de mi Isabella.

― Perdona a este idiota ―farfulló haciéndose el gracioso―. Me da gusto verte, Bella. Luces muy bien ―la recorrió con sus ojos oscuros― tienes un brillo muy bonito en tu cara, al menos mejor que la vez que nos conocimos.

― Bueno, ya ―empujé levemente el hombro de Laurent para que mantuviera su distancia. Envolví mis brazos en la cintura de Isabella y la acerqué a mí.

― ¿Quieres quedarte a cenar? ―invitó mi mujer. Quise creer que lo hacía por cortesía, aunque la conocía, ella era amable y servicial con todos.

Miré fijamente a Laurent. Esperé que mi advertencia lo hiciera entender que no debía quedarse, porque no tenía ganas de seguir viendo su cara, sin embargo siendo él aceptó para fastidiarme la noche.

Tuvimos un rato agradable. Laurent era un buen tipo, conocedor de los buenos libros y empedernido en las artes marciales, quizá por eso lo había elegido como mi entrenador.

No dudó en hacer sentir en confianza a Isabella. Aunque no se ofreció a ser su entrenador porque sabía que no permitiría un acercamiento tan personal entre ellos.

― Eres nuestro primer invitado ―Isabella mencionó en la puerta cuando despedimos a Laurent―. Ojalá una noche de estas podamos ir a cenar.

Mi sonrisa se desvaneció por completo y la poca alegría que había sentido se esfumó al escucharla tan feliz.

― Tanya se pondrá feliz, le diré que se una a nosotros ―añadió, dándole de nuevo esa chispa de emoción a mi noche.

Isabella no tenía interés en Laurent sino que estaba tramando emparejarlo con su amiga. La única idea fue emocionante en mi cabeza, sentí una especie de tranquilidad aguijinarse en mi pecho.

― Encantado ―respondió mi amigo con una sonrisa― elige cualquier noche y podemos salir a bailar.

Ese cabrón se estaba acordando de las curvas de la rubia.

― Sí, le diré a mi amiga ―Isabella apenas pudo contener su felicidad y volvió disparada hacia el interior.

El suspiro ruidoso de Laurent me hizo mirarlo. La serenidad en su rostro me mantuvo en silencio.

― Edward, si amas a Bella no la dejes ir. Ella se nota que es una mujer extraordinaria, delicada y con un corazón generoso, tal vez si le explicas el porqué te casaste con ella y que lo de Sam fue solo un pretexto, quizá entienda.

Hice una mueca. No hablaría del tema, no esta noche.

― Hermano, hazlo antes de que se entere por otra persona. ―Sabía que sus palabras iban dirigidas al comportamiento de Emmett.

― Nunca se atrevería.

― No confíes en nadie, hermano. Es el único consejo que puedo darte ―extendió su mano y me saludó, dándome un fuerte abrazo―. Habla con Bella ―aconsejó.

.

.

Con una sonrisa cínica en los labios miré morbosamente el culo de Isabella antes de que ella entrara en la oficina de su padre.

Relamí mis labios.

Ladeé la cabeza y caminé directamente hacia mi objetivo. La chica rubia me siguió, escuchaba el repiqueteo de sus tacones detrás de mí.

― Que no me interrumpan ―sisee. No esperé que dijera nada, solo abrí la puerta de par a par.

Uley se puso de pie. El disgusto estaba plasmado en todo su rostro, no lo ocultó cuando gritó:

― ¡Aquí no puedes entrar!

― ¿Quién me lo impedirá? ―interrogue, dejando un puñetazo en la mesa de escritorio―. Quiero que te atrevas a sacarme.

Sin pestañear, lo sentencie con la mirada y encorve mi cuerpo por encima del escritorio.

Sam retrocedió tomando distancia.

Sus labios se extendieron en una corta sonrisa cuando dijo: ― Sé porqué estás aquí. ¿Te dijo Bella qué la pasamos bien?

Sin pensarlo, tiré fuertemente de las solapas de su traje y empecé a zarandear su cuerpo.

― No vuelvas a pronunciar el nombre de mi mujer ―advertí―. ¿Entendiste? Si en algo valoras tu vida, no te atrevas a tocarle un solo cabello. Nunca más.

Me sostuvo la mirada.

― Tienes miedo de que vuelva conmigo ¿cierto? ―indagó presuncioso―. Bella no me ha olvidado; fui su primer hombre, su primer amor, no es fácil de sacarme de su mente y lo comprobé anoche que la besé y no se resistió.

Zarandee su cuerpo. Y con una mano apreté fuertemente su cuello, quería aniquilarlo y era tan fácil hacerlo.

― Maldito bastardo ―espeté―. No eres competencia para mí porque eres un pendejo que no sabe tratar a una mujer, te falta mucho para ser un hombre.

Su rostro se distorsionó y supe que había causado el efecto que quería. Llenarlo de dudas.

― Bella me ama ―murmuró. Tenía el rostro enrojecido porque mis dedos seguían presionando su cuello.

Sonreí petulante.

― ¿Qué puede amar de un apocado como tú?

Sus iris oscuros destellaron en rabia.

― Ella me ama ―insistió―. Volverá conmigo cuando se lo proponga.

Estreché los ojos, volviéndose dos rendijas.

― No conoces a Isabella ―declaré― no tienes puta idea de quién es ella; cuáles son sus miedos, sus planes y sueños.

― La conozco tan bien que sé que jamás traicionaría su sangre. Tiene tanta obsesión por su trabajo que jamás hará nada que perjudique a la empresa.

Exhalé una risa burlona.

― Recreaste una Isabella tan superficial como tú ―dije―. No conoces el valor qué tiene, porque tus neuronas no son capaces de discernir las diferencias de las capacidades laborales de los sentimientos.

Su mandíbula se tensó. Era probable que le costaba desmenuzar mis palabras o también que se negaba a aceptarlas.

― Tú maldito odio, es porque Bella me recuerda, me ama.

Lo miré fijo. Sam era un hombre con poco intelecto, acostumbrado a cubrir apariencias físicas para no hablar de ingenio del que notoriamente carecía.

― Mi mujer no se acuerda de tu existencia y menos cuando es mi nombre el que gime cuando estoy dentro de ella ―exhale, regocijándose en su cara de pendejo―. Y ni hablar de las mamadas que me da… ―suspiré―, pero tú qué vas a saber de eso.

Pronuncié exactamente las mismas palabras que Isabella me había dicho hace un tiempo. Ella no sabía hacer sexo oral porque nunca los había realizado.

Lo solté lentamente y acomodé mi saco, volviendo a mis cabales.

Si algo podía herir a uno de hombre era que nos atacaran en nuestra hombría, era el golpe más bajo de recibir.

― Estás advertido, Uley ―lo señalé con mi índice― con mi mujer no te metas.

Salí de la oficina con la rubia siguiéndome nuevamente. Me detuve y la miré, esperando que dijera algo y dejara de andar detrás de mí como si fuera mi guardaespaldas.

― ¿Qué quieres?

― Soy Jessica ―se presentó―. Me dijeron que tiene una oficina asignada y debo llevarlo.

Resople mientras la seguía y ella no dejaba de parlotear sobre el ambiente laboral, como si eso tuviera relevancia.

Respondí un seco gracias y adentré en la última puerta del ancho pasillo. Esto debía ser obra de Swan, él me había enviado a la oficina más lejana de la de mi Isabella, al lugar más pequeño y lleno de documentos, parecía más un archivador, un lugar lúgubre y sucio. De mala gana inspeccione; tenía un escritorio polvoso y la computadora más obsoleta.

― Esto parece un nido de ratas ―me quejé.

La chica rubia se encogió de hombros.

― La señora Clearwater lo ordenó ―murmuró.

― ¿Quién? ―indagué, estrechando mis ojos.

― Fui yo ―respondió Leah. Por alguna razón estaba sonriéndome como si yo fuese un puto regalo navideño. Hizo algunas señas a la chica rubia y está salió, dejándonos solos.

Vi cómo Leah adentró cerrando la puerta con pestillo. Se recargó en la madera , mirándome como si fuese filete de carne.

― Es la única oficina disponible ―explicó― no creas que la usarás así, he pedido a mantenimiento que la dejen en condiciones para usarse. Por mientras puedes quedarte en la mía, aparte de que mi oficina es la más grande en el edificio, tiene dos escritorios. Podemos compartirla.

Me crucé de brazos y suspiré al ver cómo relamía sus labios rojos y pasaba cínicamente su mirada en mi persona.

Leah me estaba coqueteando.

Mejor dicho, se me estaba insinuando y no tenía humor para soportarla.


Estoy teniendo una semana bastante ocupada, me disculpo de antemano si no vuelves a leer otro capitulo hasta la siguiente semana. Antes me gustaría saber sus opiniones respecto al capítulo, Edward es un celoso de primera.

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Aquí los nombres de quienes comentaron el capítulo anterior: Pepita GY, Valeria Sinai Cullen, Torrespera172(me da mucho gusto que hayas vuelto), Cassandra Cantu, patito feo, Elizabeth Marie Cullen, Jimena, mrs puff, rociolujan, Kiss, Flor McCarty-Cullen, Sakurita07, Daniela Masen, Lore562, Dulce Carolina, Ary Cullen 85, miop, Tata XOXO, LOQUIBELL, miop, ALBANIDIA, Car Cullen Stewart Pattinson, Adriana Molina, saraipineda44, Verónica, Smedina, Andrea, Mapi13, Cary, Antonella Masen, krisr0405 (saludos), Lili Cullen-Swan, Diannita Robles, The Vampire Goddess, Rosemarie28, Noriitha, Maryluna, y comentarios Guest

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