Capítulo 13
Nuestra Voluntad.
Los soldados del muro miran con gran asombro, cubriéndose del sol para poder distinguir el globo. Muchas personas empiezan a salir de los muros a ver el globo aerostático. Nuestra venida fue anunciada en el periódico, todo para este momento.
Emilia mira con asombro y emoción, y con todo el sentido, después de todo es la primera vez que su nombre es aclamado fuera de Irlam.
—¡La candidata Emilia viene con el Héroe! —exclaman a toda potencia. La emoción crece a cada segundo, sus miradas llenas de emoción se hacen cada vez más claras y, por primera vez, puedo ver unos rostros honestos.
A diferencia de la ballena, esta vez nos apoyan por lo que somos, por lo que hemos logrado. El profundo racismo que hay no se ha roto, pero se ha dado un paso. Emilia mira con emoción.
Ella, al borde de las lágrimas, no puede hacer más que sostener su boca.
—Mira Marco, dicen mi nombre… —Una voz temblorosa, llena de felicidad y emoción.
Suspiro, pues es cierto que era uno de su sueños.
—Y no te canses, a partir de ahora tu nombre va a resonar en todo el mundo, mi reina. —Abro la puerta del casco, inclinándome y tomando su mano para ayudarla a bajar.
Los soldados evitan que la gente se acerque demás, pero todos parecen estar tan emocionados que dudo alguien intente hacer algo.
Hay muchas razones para estas reacciones, y es que la gente que está en estos lugares es, por la forma de las prendas, personas que se han apoyado por medio del gremio de la hermandad.
Claro que esta entrada ya había sido planeada, seríamos estúpidos si no aprovechamos la situación para hacer campaña.
«Pero bueno, esto es un secreto para Emilia».
Ropa, comida, trabajo, ayudas médicas y monetarias.
Todos esos apoyos se les ha otorgado a esta gente. Al principio quería utilizarlo para ganar poder aprovechando y haciendo campaña con las ayudas, sin embargo, la persona a mi lado casi me parte la cara.
"Mi ayuda viene porque quiero, no porque necesite su ayuda."
No estoy completamente de acuerdo, pero tuve que aceptarlo. El clientelismo es una práctica común en mi mundo, sin embargo, nunca me ha parecido del todo mala. Uno ofrece ayudas y cuenta su plan de gobierno.
Sé que se puede aprovechar para el mal, pero mientras no se obligue al ciudadano, no veo el problema.
—¡Reina Emilia! ¡Reina Emilia! —Gritan todos, acercándose cada vez más.
Emilia saluda emocionada, extendiendo su mano y sonriendo de par en par.
—¡No se acerquen demasiado! ¡Es peligroso! —gritan los soldados.
Aun si quisiéramos que todos se acerquen lo mejor es no hacerlo. En este momento no sabemos quién es nuestro enemigo. Dentro de estos rostros llenos de emoción puede haber un asesino dispuesto a dar su vida para matar.
Varios soldados del reino empiezan a llegar, alejando a las personas y guiándonos hacía nuestro carruaje.
—¡Unas palabras! ¡Reina Emilia unas palabras! —exclaman todos, y Emilia toma mi mano.
Yo sonrío, pues es exactamente lo que quería.
Si bien sabía que iban a recibir a Emilia, no pensé que la gente de los barrios bajos tuviese tanta aceptación ante nuestras acciones. A través de nosotros han recibido ayudas, pero no esperé que agradecieran el acto de esta forma.
De un salto subimos ambos al techo del carruaje, donde puedo ver que hay incluso más personas escuchando. La última vez que sentí ese sentimiento fue cuando fuimos a Irlam después de la lucha contra la ballena.
Creí haberme acostumbrado tras tener tantos eventos, pero incluso ahora siento esa emoción.
Emilia coloca la mano en su pecho, mirando a todos con seriedad.
—¡Lucharemos! ¡Lucharemos en contra de las injusticias! ¡En contra del hambre y de la maldad! —Extiende su mano, apretando el puño—. ¡Lucharemos por tener un reino justo, lleno de oportunidades para todos!
—¡WOOOO! —Grita la gente al unísono, sintiendo la vibración de sus voces en mi cuerpo.
La gente agradece a Emilia porque es ella quien ha venido a ayudarles. Ella misma, por si sola, tomo la decisión de ir cada ciertas semanas a ver cómo están todos y ofrecer sus servicios de medica gratis.
Emilia debe sentirse grande ahora mismo.
Volvemos adentro del carruaje.
El carruaje empieza a moverse lentamente; al ritmo de la gente. Esta situación será una advertencia un poco distinta. Mientras que el resto de las candidatas se ganan el apoyo de las sociedades mas altas, nosotros nos ganamos la voluntad de los más bajos.
Eso no siempre es bueno, pero mientras juguemos con ello se puede aprovechar.
—¡FUERA! —Escuchamos, viendo como varios demihumanos empiezan a salir de sus casas—. ¡ASESINOS!
Las consecuencias de la guerra son claras y, aunque todas estas personas en realidad nos apoyaron en un inicio, nada indicaba de que sería para siempre. La mente es volátil cuando no hay conocimiento.
Pero no me molesta.
—Lo ves, estas son las personas que debemos volver a nuestro lado. —Emilia asiente ante mis palabras, y ella solo espera.
El carruaje se detiene en seco, por lo que Emilia y yo miramos con sorpresa. Rápidamente la puerta del carruaje se abre, asomándose el capitán Bright.
—Señor alcalde, ¡mil disculpas!, hay una turba de protestantes en la plaza —Bright nos mira con seriedad, por lo que decidimos bajar del carruaje.
Emilia mira con cautela mientras yo permanezco a su lado. Esta es una prueba para ella, como gobernante, debe poder superar estas situaciones por sí misma. El hecho de que haya sucedido está bien, pues le ayudará a crecer.
—Tú puedes, no tiene que ser perfecto, pero debes hacerlo —mis palabras vienen con la misma seriedad del momento.
—¡Asesinos! ¡Mataron a mi padre!
Los gritos son mezclados, parece que hay mucha gente de Costuul. Nuestra llegada fue avisada por el periódico, por eso esperaba que se hicieran unos cuantos problemas. Sin embargo, aquí hay mucha más gente de la normal.
Abro mis ojos, comprendiendo la situación.
—Harald… —La única posibilidad ante tal situación es esa, Harald trajo a estas personas; familiares de las personas encerradas en prisiones, para crear caos.
Lo esperaba, pero no a tal magnitud.
Los caballeros empiezan a acercarse hacía los protestantes intentando apartar a todos sin usar la violencia. Dentro de la capital formar una conmoción sería grave para nuestra imagen, por eso debemos cambiar la situación.
Emilia se empieza a correr, y, de un salto, se posición encima de la fuente de agua, creando una flor de hielo que la eleva aún más. En el centro de todos, las personas dejan de ir por el carruaje para acercarse a la fuente de agua.
—¡BRUJA! ¡Medio demonio!
Los gritos son duros, palabras que Emilia ha escuchado ciento de veces. Ella los mira a todos, y su expresion de dolor me dice algo.
No le duelen las palabras, si no el hecho de que estas personas perdieran sus familias.
Para ser sincero estoy furioso, aunque comprendo su situación estoy furioso. La guerra fue decidida entre los gobernantes, si murieron deberían culpar a Harald, que fue quien inició la guerra con sus intentos de hacer caer a Irlam.
«Me encantaría golpear a estas personas, pero también debo ser empático con su situación».
—¡Partamo' cabeza! General —Garfield truena sus puños a mi lado, y yo asiento en respuesta.
Este niño me entiende.
—Lastimosamente no podemos. —Aprieto mis manos, y Crusch se pone a mi lado.
—Si, ninguno de los dos puede. —Ella tampoco parece contenta con la situación, pero poco o nada podemos hacer—. Esta gente solo está siendo manipulada por el dolor de la perdida, deberían ser más empáticos.
Me cruzo de brazos, mirando a otro lado.
—Igual, ellos saben que no es nuestra culpa, es solo que piensan que somos un blanco fácil.
La gente, aunque tiende a tomar actitudes estúpidas, nunca falla a sus instintos. Es más fácil criticar a personas que apenas están ascendiendo y se han promulgado como pacifistas, a un duque que puede y tiene el poder de acabar con todo ellos de forma legal.
Asi son las personas, y quien lo sabe lo aprovecha como lo hizo Harald.
Lessed y Arne miran la situación sin hacer nada, ambos lucharon con fuerza durante la guerra, pero decidieron seguir con nosotros. Del escuadrón de elite que manejamos solo Lucas y Luan no están.
Lucas pidió vacaciones para estar con su familia y recuperarse.
—Me molesta que le hable así a nuestra reina. —Lessed aprieta sus manos, y sus músculos gigantescos están por romper el traje militar—. Si tan solo supieran la verdad.
—Opino lo mismo, los horrores que vimos no son justificables, ni mucho menos para ser aprovechados como lo están haciendo. —Arne, quien normalmente se abstiene de hablar, se ve igual de molesto.
Arne es alguien bastante capaz e inteligente, en términos de pelea podría compararlo con Lucas, sin embargo, su punto fuerte es el uso que le da a la magia de tierra. Tras haber estudiado, logró integrar la magia de tierra con un conocimiento eficaz.
Eso significa que su poder ahora no es simplemente manipular la tierra.
Todos los soldados de elite son personas que destacan en un área, por lo que cada uno es un excelente luchador en su campo.
Eso incluye a Alsten, probablemente el más fuerte de todos.
Giro mi cabeza, para ver como Alsten solo se mantiene vigilando el carruaje donde esta Erick. Su mirada se cierne en todas las personas que se mueven, sin embargo, lo veo molesto.
—Parece que hay algo que le está preocupando —dice Lessed en voz baja, para luego cruzarse de brazos—. El coronel Alsten no parece contento de los caballeros.
Esa frase me hace recordar la vez que lo nombré coronel. Cuando lo hice, tras hacer hincapié en que será una organización diferente a los caballeros, dijo estas palabras:
"Prefiero ser un prisionero a un caballero."
—Ya veo. —Tomo mi barbilla, dirigiendo mi atención a Emilia. Mientras se mantenga profesional, no me importa mucho que odie a los caballeros, pero tendré que indagar más a fondo para ayudarlo si es necesario.
—¡Gente de Lugunica! —Emilia interrumpe todos los gritos con su aura.
La multitud se detiene; en el instante en que Emilia habla, todos cierran la boca y la miran fijamente. Una sensación helada recorre mi piel, y me doy cuenta de que su presencia es como un imán, atrayendo la atención y silenciando el caos.
El cuerpo humano sabe cuándo una amenaza supera su propio poder. Tal como un depredador, al sentir un poder abrumador, la reacción es instintiva: quedarse quieto.
Pero no somos animales.
—¡Intentas amenazarnos! —exclama un demihumano, lanzando una pancarta de madera hacia Emilia. Su rostro, surcado de arrugas y sombras, refleja una mezcla de desafío y miedo.
La mejor forma de evitar la violencia y dañar a los demás era haciendo eso, detenerlos al mostrarles que deben dejarle hablar. Emilia intentó ser gentil y a la vez mostrar respeto, pero estas personas están siendo segadas por el odio.
Por eso no entienden el lenguaje corporal.
—¡SUFICIENTE! —El grito de Emilia hace que todos retrocedan. Acomoda la pancarta y la muestra. "No más masacres a los demihumanos", las palabras de la pancarta son claras—. Por muchos años hemos vivido recluidos, por muchos años como elfa he vivido de la desigualdad y el odio de todas las personas; tanto demihumanos como humanos.
Su rostro está calmando, su voz, relajada. Suena casi como si simplemente estuviese conectando con todos, con su dolor, con su odio.
—La guerra es un dolor que permanecerá en mi corazón por la eternidad. —Pone sus manos en su pecho—. Sé que mi apariencia es odiada, sé que sola mi presencia recuerda tragedias pasadas, tragedias que se han quedado en el corazón de todos.
Me acerco a la multitud, y el aire se vuelve denso por las miradas llenas de odio, todas clavadas en Emilia. Entre la gente, madres sostienen a sus hijos en brazos; algunas protegen a bebés entre ellas. Cada una de esas personas ha perdido a un ser querido.
A pesar de ese trágico destino, un hombre con corbata manipuló sus emociones para su propio beneficio.
—Sé lo que quieren decir, sé que nuestras decisiones causaron la muerte de sus seres queridos —dice Emilia, con las manos temblorosas. A pesar de que las lágrimas luchan por salir, mantiene una expresión de firmeza—. No puedo compensar lo que sucedió, porque la vida tiene un valor incalculable.
Las miradas de la multitud se vuelven más pesadas. En sus rostros, veo el reconocimiento de una amarga verdad: nada de lo que hagan cambiará lo sucedido. Entre ellos hay personas que solo robaron por necesidad, otras que cometieron errores impulsados por malas decisiones. Personas que merecían una segunda oportunidad.
—Aquellos que murieron también merecían una nueva oportunidad. Pero por culpa de unos pocos, esa oportunidad ya no existe.
Lo que más admiro de Emilia es su habilidad para empatizar incluso con aquellos que la odian. No solo entiende su dolor, lo siente en lo más profundo. Esa bondad es lo que le permite conectar con los demás, incluso en medio de este caos.
—Primero, aunque no lo merezco, les pido su atención —dice mientras cierra los ojos, y los espíritus comienzan a brillar con una luz azulada que inunda el lugar—. Dirijamos unos momentos de silencio por sus seres queridos.
Una calidez inesperada se esparce por la plaza. Las personas comienzan a sollozar; los niños lloran en los brazos de sus madres, mientras ellas acarician sus cabecitas con una fuerza serena.
Una oración, solo una oración, ha desatado todo esto.
"Si guerra es lo que desean, guerra es lo que tendrán".
No puedo decir que fue un error. Si no hubiésemos hecho la guerra, Irlam habría sido aniquilado. No me arrepiento de haber luchado, pero eso no significa que mi decisión no cargue con su propio peso de dolor.
Emilia aprieta sus manos con fuerza. La gente la mira asombrada, observando cómo unas pocas lágrimas resbalan por su rostro. Lentamente, desciende de la flor de hielo en la que estaba, hasta que sus pies tocan el agua de la fuente.
—Gracias por su atención —dice con los ojos aún llenos de tristeza, pero sin perder la calma—. Ahora, me gustaría decir unas palabras.
El silencio es absoluto. Los sollozos son lo único que se escucha, mientras incluso aquellos que estaban ocupados en sus negocios se detienen para mirar. Giro mi cabeza, notando que todo se ha paralizado, como si el tiempo mismo hubiera decidido escucharla.
Sonrío con orgullo al ver cómo sus palabras logran tocar los corazones de quienes la escuchan. Fue igual en Irlam. La voluntad de Emilia de proteger a las personas, incluso cuando estas la han menospreciado, insultado o rechazado, siempre se hace evidente.
—No puedo devolver la vida a los muertos, pero puedo mostrarles la verdad —dice Emilia, apretando el puño mientras señala hacia el cielo—. No permitiré que el culpable quede impune. No permitiré que se les nieguen más oportunidades.
De repente, me señala, y las miradas de la multitud se giran hacia mí. En sus ojos hay dolor y resentimiento, pues fui yo quien decidió emprender la guerra.
—Él es Marco Luz, alcalde de Irlam, un hombre que se preocupa por el bienestar de su gente —anuncia Emilia con firmeza, pero las miradas de la multitud permanecen cargadas de odio, ahora dirigido hacia mí.
El peso de su sufrimiento es innegable. Siento su juicio sobre mis hombros, pero no puedo retroceder.
—Les ofrezco mis más sinceras disculpas —digo mientras me inclino, reconociendo su dolor—. Sin embargo, actué con el propósito de proteger las vidas de mis ciudadanos. Entiendo el sufrimiento que esto ha causado y quiero, en la medida de lo posible, aliviarlo.
Me incorporo, con la determinación reflejada en mi mirada.
—En Irlam, estableceremos una sede para atender a los desplazados por la guerra, y según sus necesidades, se les otorgarán distintos beneficios —explico, extendiendo mi mano hacia ellos—. Fue Emilia, la candidata al trono, quien me instó incansablemente a ofrecerles esta ayuda.
Sus miradas siguen siendo duras, pero intento transmitir calma, buscando aliviar un poco de su angustia.
—El duque Harald Costuul pronto pagará por sus crímenes. Recibirá la justicia que merece por lo ocurrido durante la guerra. Revelaremos la verdad de lo ocurrido. —continuo, recordando los cuerpos desolados y la masa oscura que todo lo consumió—. Haremos justicia, no solo por los muertos, sino también por los vivos. Dentro de una semana podrán acudir al ministerio, donde yo personalmente los recibiré. Si Costuul no cumple con su responsabilidad, Irlam lo hará.
La multitud permanece en silencio, aún atrapada en su propio dolor. Sé que Harald no escatimó en manipular sus emociones, alimentando su odio para cegarlos y evitar que vieran la verdad.
Aun así, estas personas, aunque sean solo un fragmento de las miles que sufrieron, merecen la misma atención y cuidado. Como gobernador, también tengo una responsabilidad humana hacia ellos. Estas personas no son más que víctimas de aquellos que ostentan el poder.
Pero ha sido Emilia quien ha comenzado a derrumbar esa barrera de odio. Aunque sé que muchos no estarán satisfechos, al menos habremos sembrado una pequeña semilla de paz en sus corazones.
—Ganaremos este juicio, sin importar lo que cueste, y probaremos nuestra inocencia —dice Emilia, caminando con paso firme entre la multitud, que se aparta a su paso—. Me convertiré en una gobernante que evitará que estas tragedias vuelvan a suceder, tanto para humanos como para demihumanos. ¡Todas las vidas tienen el mismo valor!
Después de esas palabras, la multitud no responde de inmediato. Algunas personas comienzan a dispersarse, llamándose entre sí. Puedo ver en sus ojos que la duda ha sido plantada. Y aunque no es la certeza que esperábamos, esa duda los llevará a tomar una decisión.
Caminamos hacía el carruaje mientras toda la multitud se aparta. Cuando llegamos, Emilia da un suspiro.
—Fu… —Gira su cabeza para verme con una sonrisa un poco incomoda—. La verdad, pensé que alguien atacaría cuando estaba volviendo, estaba nerviosa.
—Parece que todos se quedaron pensando en tus palabras.
—Fue increíble como lograste callarlos a todos —Lessed es el primero en reaccionar, mirando a Emilia con emoción—. Me recordó cuando estábamos en la selección real, se me erizo la piel.
Todos empezamos a reír al ver la emoción de Lessed.
—Fueron unas buenas palabras. —Crusch toma el hombro de Emilia—. Fue bastante impresionante.
—Gracias, en parte es gracias a ti que puedo hablar de esta forma. —Emilia sonríe, y Crusch lo hace de vuelta.
—¡Hmpf! Debimos pa'tir caras. —Garfield resopla hacía otro lado, parece que está reflexionando sobre sus palabras.
Con ese pequeño evento continuamos, yendo hacía la antigua mansión de Roswaal en la capital.
Antigua porque ahora me pertenece.
Tras llegar veo como nos reciben la mitad de los sirvientes que antes.
Ya lo esperaba, aunque me alegra ver que al menos la mitad de los sirvientes decidió quedarse. Mi plan inicial era despedir a todos, pero aprovecharemos la bendición de Crusch para averiguar si alguno de ellos es espía de Roswaal. Así, ellos no perderán su trabajo, y nosotros podremos despejar dudas.
Erick es escoltado por los soldados. Hoy podrá descansar, pues se ha dispuesto que vigilen toda la noche para que duerma sin preocupaciones. Mientras tanto, me reúno con Crusch y los doce sirvientes que permanecen, listos para una pequeña conversación.
Cada uno de ellos tiene una apariencia impecable y una aura de sofisticación, pero noto en sus rostros un leve nerviosismo, como si temieran que les fuese a hacer daño.
No creo que Roswaal haya matado a ninguno, pero debo averiguar si los que se marcharon lo hicieron por voluntad propia... o si fueron eliminados.
—Roswaal L. Mathers nos ha abandonado —comienzo, mi voz firme, pero tranquila—. No solo eso, como vieron cuando visitó esta mansión, no parece estar en sus cabales. —Recuerdo cuando Roswaal visitó todas las mansiones en busca de algo, lo que descubrí gracias a la nota que Annerose dejó antes de desaparecer de la mansión Miload—. Quiero que me digan, con total sinceridad, ¿los demás sirvientes se fueron por decisión propia o fueron intervenidos por Roswaal?
Sus miradas se llenan de inquietud. Algo no es tan sencillo como parece, ya que permanecen en silencio por unos segundos, tal como sucedió con los sirvientes de la mansión Miload.
Emilia, después de estabilizarnos, fue a rescatar a Annerose, pero cuando llegó, ya no quedaba nada. Los libros habían sido destruidos, los planos quemados, y muchos sirvientes desaparecidos.
Emilia buscó rastros de sangre, pero no encontró nada, ni siquiera los espíritus pudieron ayudar. Le tomó a Frederica todo un día calmarla, asegurándole que Roswaal no haría nada con Annerose, al menos no por ahora, ya que es demasiado joven para ser de utilidad para él.
Un sirviente demihumano, un joven que parece nuevo rompe el silencio. Sus ojos, afilados como los de un gato, sus orejas y su cola retraída revelan que está asustado. Sostiene sus manos, luchando por no hablar.
—Puedes decirlo —interviene una sirvienta a su lado, tomándole la mano con una mirada calmada y una sonrisa que le da fuerzas. El joven comienza a llorar, pero luego asiente, limpiando sus lágrimas.
—Desde hace algunos meses, todo el equipo de sirvientes lo admira, señor Marco —comienza con una voz temblorosa pero llena de determinación—. Nuestra lealtad siempre fue con el señor Roswaal, pero empezamos a desarrollar admiración por sus acciones y las de la señorita Emilia. —El chico sonríe tímidamente, entrelazando sus manos—. Usted fue capaz de crear una ciudad libre de racismo en un reino que ha sido racista durante siglos, y no solo eso, lo hizo en un tiempo sorprendentemente corto.
Su testimonio me llena de una mezcla de alivio y responsabilidad. Estos sirvientes han visto algo más allá del miedo y el caos, algo que les ha inspirado a quedarse.
Quien comete actos de racismo es sometido a una prueba. Si la supera, es enviado a trabajar en las minas. Sin embargo, no cualquier acto es considerado racista; ni siquiera el simple hecho de odiar a los demihumanos. Cada persona tiene el derecho de odiar a quien quiera, pero no de manifestar ese odio de una manera que afecte a otros.
—Eso, junto con las ayudas que nos han dado, las nuevas herramientas y el apoyo económico que recibimos —el joven sonríe, mirándome con gratitud—. Todo eso nos dio fuerzas para luchar contra las injusticias.
De repente, su semblante cambia, sus manos comienzan a temblar y sus labios se tensan.
—Cuando el señor Roswaal vino, estábamos emocionados, lo atendimos como siempre. Sin embargo, mis superiores dijeron algo... —Su voz se vuelve más seria, y noto que los sirvientes a su alrededor se tensan de inmediato—. El señor Roswaal no estaba en su sano juicio.
El chico no puede contener las lágrimas y rompe a llorar. La sirvienta a su lado, una mujer humana de apariencia cálida y expresión serena, lo abraza. Ella también empieza a llorar, y en ese momento comprendo la gravedad de lo sucedido.
—Lo siento mucho. —Me inclino con los labios apretados—. Debí haber sido más considerado, mis disculpas de todo corazón.
—¡No! —Un hombre alto, de porte elegante y mirada firme, me toma de los hombros, impidiendo que siga inclinado—. Perdone mi atrevimiento, pero no queremos ver a nuestro héroe disculpándose.
«¿Héroe?» La manera en la que me miran, el respeto en sus gestos me hace entender que sus palabras son sinceras. Aunque Crusch no lo confirme, sé que estos sentimientos son reales.
El sufrimiento que estas personas han soportado me duele profundamente. Han padecido bajo el yugo de un demente con poder.
—Como futuro dueño de estas tierras y próximo marqués, es mi deber protegerlos y asegurarme de que vuelvan a sonreír. —Les hablo con determinación—. Roswaal me ha cedido todas sus propiedades, así que ya no deben temerle. Los protegeré con todo mi poder.
Estas personas no eran cercanas a mí, ni siquiera me tomé el tiempo para conocerlas cuando llegué. Pero, de alguna manera, han guardado en sus corazones algo de lo que hemos hecho juntos.
—Roswaal vino con el señor Clint. Ambos parecían buscar algo —comenzó el hombre que me había detenido antes—. Abrieron una puerta secreta, pero uno de nuestros sirvientes los siguió por accidente. —Baja la mirada, su bigote blanco tiembla mientras aprieta los labios—. Después, nos reunieron a todos.
Roswaal parece haber dejado piezas de algo en cada mansión que visitó. Eso me lleva a pensar que debe ser algún tipo de dispositivo o metia; no creo que sea solo dinero, ya que ese está bien resguardado en otro lugar.
Cualquiera que fuese el propósito de Roswaal, ha costado vidas.
—Asesinaron a los más cercanos al señor, y me dejaron vivo solo para contártelo a ti —susurra el hombre a mi lado—. El destino nos volverá a unir más pronto de lo que crees, esas fueron sus palabras.
Lo abrazo, intentando darle algo de consuelo.
—Mi mujer... —murmura, antes de caer de rodillas.
La muerte sin sentido me llena de rabia. Todo esto ha sucedido solo por mi mera existencia. Lo sé. Murieron para tratar de quebrantar mi mente y la de aquellos que me rodean. Estas personas han sufrido simplemente por estar aquí.
Es terriblemente injusto.
«Es una estupidez».
Pero no puedo detenerme. Debo seguir luchando y cambiar este mundo. Es la inestabilidad lo que ha causado toda esta corrupción.
Traigamos el caos.
Y con el caos, la esperanza, porque en el caos, todo es posible.
—Le haré pagar, se los prometo —digo, con una furia contenida.
Crusch coloca una mano en mi hombro, mirándome con preocupación.
—No pongas esa cara, tienes que ser fuerte.
…
«¿Estoy haciendo mala cara?»
Un latido profundo resuena en mi pecho, como una advertencia silenciosa que me deja sin aliento. El odio ha escapado, y he permitido que mis pensamientos más oscuros se apoderen de mí, distorsionando mi juicio.
Aun así, debo seguir adelante.
Tomo los hombros del hombre frente a mí, que apenas puede contener sus lágrimas, igual que yo.
—No puedo recuperar lo perdido, ya es demasiado tarde —admito, con la voz impregnada de la cruda realidad.
—Pero puedo evitar que siga ocurriendo. —Los miro a todos con firmeza, decidido a no fallarles esta vez. Crusch, a mi lado, ayuda a levantar al hombre mientras mis palabras encuentran su eco en los corazones de quienes me rodean.
—Una vez concluido el juicio, les pido a todos que se dirijan a Irlam. —Hago una pausa, observando cómo Crusch reacciona, claramente sorprendida por mi propuesta—. Para que esta tragedia no se repita, todos los sirvientes recibirán entrenamiento en el manejo de armas.
—Aquellos que deseen dejar de ser sirvientes, y hayan perdido a un ser querido, recibirán un salario mensual sin la necesidad de trabajar —añado, mirando a cada uno de ellos con seriedad—. Les proporcionaremos una casa y la oportunidad de vivir una vida diferente.
Las armas no son una solución perfecta. Puede que algunos enemigos sean demasiado fuertes, pero si entrenamos a todos, cualquier pequeña posibilidad de supervivencia valdrá la pena.
Los sirvientes se miran entre sí, sus rostros aún marcados por las lágrimas. Lentamente, se levantan y, con una firmeza renovada, se inclinan ante mí.
—Seguiremos las órdenes del conde Marco y de la general Crusch —responden al unísono, con voces cargadas de convicción.
Mientras los observo retirarse, pienso en lo que debo hacer. «Debo visitar la mansión secreta, aquella cerca de las minas en el desierto».
—Pueden retirarse —digo en voz alta, y uno a uno se alejan para retomar sus tareas.
Con los sirvientes ya fuera, Crusch y yo tomamos asiento. Nos miramos en silencio, sin necesidad de palabras. En sus ojos ámbar, siempre llenos de determinación, veo una chispa de fuego, esa llama interna que arde con fuerza.
—¿Siempre fue un monstruo, o lo convirtieron en uno? —pregunta de manera directa, sin titubear—. Nunca vi nada de esto en él.
La fachada de Roswaal siempre ha sido impecable, pero esconde una verdad que muchos no ven.
—Roswaal L. Mathers siempre fue un monstruo. —Mis palabras son contundentes—. No es alguien a quien sonreírle o confiarle nada. Mató y sacrificó a su propia generación para arrebatarles sus almas. No le importa la vida humana, solo su propio objetivo.
El solo hecho de pensar que, de alguna manera, comparto algo en común con él me llena de asco.
—Gracias por no mostrar esa parte de ti ante quienes esperaban verte fuerte —dice Crusch, acercándose. Me rodea con sus brazos, apoyándome en su hombro, un gesto reconfortante que no esperaba.
—Crusch... —murmuro, un poco desconcertado por su calidez.
—Lo que sea que planees, intenta no salir demasiado herido. Siempre terminas lastimado cuando algo sucede —me dice, con una pequeña sonrisa que busca darme fuerzas.
—Dijiste lo mismo que Emilia —respondo, esbozando una sonrisa débil—. Tienen razón ambas. Pero, aun así, es probable que vuelva a salir herido, especialmente ahora. Por eso te pido que me protejas.
Crusch me devuelve la sonrisa, y, por un instante, siento que puedo enfrentar lo que sea.
—Haz lo que debas, solo no mueras —me dice, su tono mezcla de firmeza y preocupación.
—Lo intentaré —respondo, sabiendo que el riesgo es inevitable.
Me dirijo a la oficina de la mansión. Al llegar, la encuentro prácticamente vacía, con apenas unos libros dispersos. Me siento, tomando una hoja y una pluma. El aire está cargado de tensión, pero mis pensamientos están enfocados en lo que está por venir.
Abro el metia, y al instante aparece Miklotov, su rostro imperturbable.
—Parece que has mejorado bastante. Me alegra —dice, aunque su expresión es extrañamente neutra, sin revelar mucho de lo que realmente piensa. Sus cejas ligeramente arqueadas son lo único que sugieren que algo ha cambiado.
«Algo ha sucedido», pienso.
—El juicio ya está organizado. Tu llegada fue reportada, y están preparando todo para que comience antes del anochecer. Esperamos concluirlo por la mañana —informa con precisión—. El problema es lo que debes soportar.
En este mundo, los juicios no se prolongan. Las decisiones se toman rápidamente, basadas en las pruebas disponibles. No es un mal sistema, pero no nos favorece del todo.
—Entiendo. ¿Hiciste lo que te pedí? —pregunto con cierta tensión, aunque sé que puedo confiar en él.
Miklotov sonríe levemente.
—Deben estar llegando a la mansión en este mismo momento —responde, y su seguridad me reconforta.
Los planes deben ejecutarse a la perfección, por eso elegí a las personas adecuadas. De repente, escucho voces provenientes de la sala. Emilia suena emocionada, lo que significa que ya han llegado.
—Voy a atenderlos. Nos veremos pronto —le digo, mirándolo fijamente—. Cuida de ti, Miklotov. No me gustaría que conspiraran en tu contra.
Miklotov me preocupa sinceramente. Sé que sus ambiciones son grandes, incluso mayores que las mías. Es un hombre que ha sacrificado todo por el reino, y temo que pueda estar planeando algo más allá de lo que puedo ver.
Me angustia su seguridad.
Él entrecierra los ojos, analizándome como si viera a otra persona.
—Los jóvenes no deberían preocuparse por los viejos —me dice, esbozando una ligera sonrisa—. Es el deber de nosotros proteger a su generación,
—Al contrario, es deber de los jóvenes proteger a los ancianos —respondo con seriedad, cerrando el metia—. Debo conseguirle una finca para su retiro.
Me levanto y camino hacia la ventana, observando la vista de la capital. Desde aquí, las casas se ven pequeñas, una vista que, aunque no tan majestuosa como la del palacio, resulta conmovedora.
—Roswaal... —suspiro al salir de la oficina—. Natsuki Subaru...
Ambos están jugando con mi habilidad de retorno, usándola para que corrija sus errores. Pero el problema es que solo me queda un intento antes de perderla por completo. Mi poder está limitado, y si lo agoto, perderé mi única forma de volver.
No quería utilizarlo, temía dañar mi mente.
Sin embargo, debo aceptar el poder que me fue conferido. Solo necesito establecer reglas para no enloquecer.
Mientras camino por los pasillos de la mansión, un sirviente me acompaña, guiándome hacia la sala de donde provienen risas y carcajadas. Al llegar, abre la puerta y se inclina.
—Buenos días —saludo con una amplia sonrisa a las personas dentro.
Esperaba solo a dos invitados, pero parece que alguien más se ha sumado.
—¡Vaya! ¡Te ves más musculoso que la última vez que te vi! ¡Parece que te han alimentado bien! ¡JAJAJA! —Rom suelta una sonora carcajada, y yo no puedo evitar alegrarme al verlo tan animado.
«Está en buena forma», pienso, aliviado.
—Te ves más joven, viejo —bromeo mientras me acerco y le estiro el puño.
—¡Estoy en la flor de la juventud! —responde, con la misma energía de siempre, y su risa retumba en la sala.
Chocamos nuestros puños con entusiasmo, felices de volver a vernos. No esperaba que él viniera, pero me alegra que lo haya hecho.
—¡No te olvides de esta dama! —grita Felt.
—¡Ugh!
Antes de que pueda reaccionar, una patada de Felt me hace retroceder. Está visiblemente molesta por haberla ignorado. Con una mano sostiene su falda voluminosa, y al verla tan seria, no puedo evitar echarme a reír.
—¡Ja! Pareces una muñeca.
—¿¡A quién llamas muñeca?! —Felt intenta atraparme, pero yo agarro sus manos antes de que lo logre—. ¡Te crees muy listo solo porque has luchado contra unos cuantos monstruos!
Le sonrío con suficiencia, una sonrisa que deja claro mi triunfo.
—Al menos yo no me visto como una muñeca.
—¡Te voy a partir la cara! —grita Felt, lanzando una patada en mi dirección. Sin embargo, antes de que pueda alcanzarme, una mano detiene su pie en el aire.
Es Reinhard, el caballero más fuerte del reino, que ha detenido el ataque con total facilidad. Felt se tambalea cuando su pie se libera del tacón, y cae al suelo.
—Señorita Felt, debe mostrar la cortesía apropiada para alguien de su rango —dice Reinhard con elegancia mientras se agacha y le coloca el tacón de nuevo.
—Señor Marco... —comienza a decir, pero antes de que pueda continuar, una voz familiar interrumpe.
—¡Marco! —Emilia corre hacia mí y me agarra de la oreja.
—¡Ay! ¡Emilia! —Me esfuerzo por zafarme de su mano, pero con su fuerza es imposible—. ¡Ya, ya me detengo!
Con una expresión de falsa indignación, Emilia me suelta y me da la espalda.
—¡Hmpf! —se cruza de brazos, pero no pasa mucho tiempo antes de que todos en la sala comencemos a reír. Incluso Reinhard, siempre tan serio, deja ver una leve sonrisa.
—Es un alivio ver que todos están bien —digo mientras me dejo caer en el sofá y hago un gesto para que los demás se sienten—. Honestamente, no quería involucrarlos, pero creo que les debo una explicación.
Se acomodan alrededor de mí, y las expresiones de todos se vuelven serias rápidamente. La mirada de Reinhard es particularmente intensa, como si tuviera algo que decir. Emilia se sienta a mi lado con una sonrisa tranquila en su rostro.
Ella ya sabe un poco de la situación, pero es mejor aclarar todo en esta reunión.
—Como dijo Miklotov, esto tiene que ver con el origen de Felt.
