Corazón de Melón(Amour Sucré) y todos sus personajes son propiedad deChinoMiko.

Este fanfic se encuentra publicándose en el foro de Corazón de Melón, bajo el nombre de AliceHatsune.

ANOTHER CINDERELLA

~ Capítulo 25 ~

Anteriormente en Another Cinderella:Alice aunque seguía molesta con el príncipe, no dejó de cumplir sus obligaciones como prometida del príncipe, y asistió a una fiesta de té de la reina en donde Ámber resultó envenenada.

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-Entonces -el Capitán Armin habló con una seriedad nunca antes vista por Alice-, ¿dice que reconoció el veneno por el aroma del té?

-Y los síntomas que comenzaron a manifestarse.

Armin entrecerró los ojos. Detrás de él, otro guardia tomaba nota de la conversación.

-Muchos venenos actúan de forma similar. ¿Cómo supo qué es lo que tenía que hacer?

Alice suspiró antes de responder, comenzando a sentir agotamiento por el interrogatorio. El capitán podía ser bastante intimidante. Por supuesto, ella entendía que el incidente donde salió afectada Ámber Lowell no podía pasarse por alto. Incluso podría haber sido un ataque contra la reina, por lo que solo estaba siendo precavido con la investigación.

-Cuando era niña, mi padre enfermaba a menudo -explicó, sin mucho ánimo de relatar aquella historia-. Hubo un comerciante que le vendió unas plantas diciendo que era una medicina milagrosa. Él… le creyó. Durante una semana hizo té con aquellas plantas. Recuerdo que olía exactamente igual de dulce. Y cuando lo bebió, su reacción fue la misma que en Ámber. Solo que él no desistió en seguir tomando aquel té hasta que… -se le formó un nudo en la garganta- murió. No fue la única persona afectada en aquel entonces.

-Sí, hay registro sobre ello.

-Después, aprendí qué plantas eran buenas y cuáles no. Y entonces supe que había un antídoto. En realidad -confesó- no sabría si funcionaría. Pero tenía miedo de que aquel veneno se cobrara más vidas. Solo seguí la receta que alguna vez escuché. Esperaba que la cantidad de veneno no fuera mortal, se necesita una dosis mucho más fuerte. Pero aún así debía hacer algo.

Armin entrecerró los ojos.

-Probablemente quien suministró el veneno desconocía aquel dato. Quizás fue timado por un vendedor... al igual que tu padre -Alice se removió en su asiento, con incomodidad-. No te preocupes, princesa. Castiel ha hecho hasta lo imposible por encontrar al responsable de aquel fatídico acontecimiento. Y suponemos que sigue siendo el proveedor de este veneno.

-…¿Qué? -dijo Alice casi en un susurro, tratando de contener su desconcierto.

-Oh… ¿creo que acabo de arruinar una sorpresa? -su voz sonaba con gran pesar, pero la sonrisa en su rostro decía que no se arrepentía en absoluto-. Bien, terminamos. Este incidente sin duda opacó la semana de celebración. Varios invitados han comenzado a empacar su equipaje para huir de aquí, temiendo por sus propias vidas. Debe estar muy triste.

-Me gustan más las cosas cuando son tranquilas -Alice solo alzó los hombros. En realidad, le aliviaba un poco saber que se libraría de más fiestas y reuniones donde tendría que ser el centro de atención.

-Princesa, disculpe por hacerle perder tiempo -dijo Armin mientras se dirigía a la puerta de la habitación. Antes de salir volteó a dirigirle unas últimas palabras, esta vez su tono de voz no era de seriedad o mofa como anteriormente. Parecían totalmente sinceras-. Ah, y por socorrer a la señorita Ámber, tiene mi eterna gratitud.

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Armin casi había concluido con los interrogatorios, únicamente debía tomar la declaración de la víctima. El capitán no había querido presentarse con Ámber para dejarla descansar.

Amoris, un reino que había gozado de una paz y prosperidad por décadas, poco a poco estaba sucumbiendo al caos, y no le gustaba.

Primero unos piratas invadieron la costa de Candy, le revelaron a Castiel la existencia de un traidor, alguien lo suficientemente cercano a la familia real que les vendió información privada. Después el ataque al rey de Sucré (¿o quizás a la señorita Alice? Aún estaba la incógnita). Ahora hubo un intento de envenenamiento en una reunión que presidia la reina. Y donde también estaba Alice Arlelt.

¿Y si el objetivo era Alice? ¿Quién, y qué motivos tendrían para atacarla?

Había una preocupación rondando en su mente, la cual, por desgracia, no era nueva. Los testimonios tenían algo en común, indiscutiblemente aquel siniestro té había sido servido por Charlotte Leclair. El grupo asustadizo de mucamas relataron -con lágrimas en los ojos- cómo habían sido despedidas por la señorita Leclair antes de que iniciaran con el servicio. Por más que imploraran por su inocencia, no estaban completamente libres de sospecha.

Charlotte Leclair tampoco podía ser totalmente inocente. Fue la primer dama en ser interrogada y declaró desinteresadamente que sirvió les bebidas y las repartió entre las invitadas. A diferencia del resto, en ningún momento mostró preocupación por Ámber.

Simplemente era su palabra contra la de las mucamas, y eran ellas las que estaban en clara desventaja. Nadie dudaba de la buena reputación de la señorita Leclair, además de contar con el apoyo de su tío, Giles Portner, y de la misma reina, que la consideraba como una amiga cercana, casi su hija. No podía solamente arrestarla sin una prueba convincente.

Por fin llegó a la habitación donde estaba Ámber. La reina Valerie, con suma preocupación, había ordenado que se le preparara un lugar en donde pudiera descansar y ser atendida durante todo el tiempo que requiriera.

Ámber se incorporó de la cama en el instante que el capitán entró. De repente, los ojos se le llenaron de lágrimas.

-Oh, señorita Ámber -dijo Armin, sacando un pañuelo de sus bolsillos y procediendo a secar las gotas que se derramaron en sus mejillas, mientras se sentaba sobre la cama a una lado de la chica-. Las lágrimas no hacen más que acentuar su belleza.

-¿Por qué no había venido antes? -no parecía estar enfadada, más bien hacía un puchero infantil.

-Estaba tratando de encontrar al responsable de este terrible atentado.

-¿Y ya lo halló?

-Aún no, pero pronto lo encontraré -aseguró. Ámber volvió a derramar lágrimas y sollozar mientras hundía su cabeza sobre el pecho del capitán. Él sonrió para sí con aquel pequeño gesto, mientras seguía consolándola-. No hay nada de qué preocuparse, la señorita Alice acudió en su ayuda rápidamente. Preparó un antídoto que contrarrestaría cualquier efecto del veneno, por más pequeño que fuera.

El rostro de Ámber se tornó en sorpresa y dejó de sollozar.

-¿Alice? -levantó su mirada con una mezcla de incredulidad e incomodidad-. ¿Alice Arlelt?

-¡Sí! -dijo el capitán, sin pasar por alto la reacción de Ámber-. ¿No te lo han explicado?

-Los médicos dijeron que intentaron envenenarme, pero que no hay peligro ahora… gracias a ella. Hablaron tan bien de ella que casi me hacen vomitar -hizo una mueca de asco-. Creí que exageraban por ser la prometida del príncipe.

-Todos los reportes indican que la princesa corrió a la cocina a preparar la infusión. ¿Recuerdas algo al respecto?

-No recuerdo mucho. Solo bebí el té que Charlotte Leclair me dio y sentí como si me quemara la garganta -bajó la cabeza, y comenzó a sollozar nuevamente-. Estaba tan aterrada.

El capitán con su brazo rodeó sus hombros. La chica no se rehusó a aquel contacto.

-Pero gracias a la señorita Arlelt es que estás ahora con bien.

-No lo puedo creer.

-¿Por qué?

Ámber se rehusó a hablar. Armin entonces tomó la mano su mano y entrelazó sus dedos con ella.

-Acaso… -la voz susurrante del capitán hacían cosquillas en su oído y le daba una sensación tranquilizadora-. ¿No te agrada la señorita Alice?

Ella correspondió el agarre del capitán, y jugueteó un poco con los dedos, evitando responder.

-Conmigo no tienes qué fingir ¿sabes? -continuó hablando ante el silencio de Ámber-. Si alguien no te agrada, sólo dilo. Yo lo hago todo el tiempo. Puedes contarme todo.

-La… odiaba -admitió después de un rato-. Desde que tengo memoria, siempre ha ido impartiendo justicia aquí y allá. Una vez me aventó a un charco de cerdos -pensó que Armin se reiría de su anécdota. No fue así, él escuchaba con atención-. Se cree la gran cosa cuando solo es una pobretona. O bueno, eso era hasta que el príncipe se fijó en ella. Quería arruinarla. Yo no quería que fuera reina. No lo merece. Y después supe que Charlotte Leclair… -se cayó al instante al ser consciente de sus palabras.

-Por favor -suplicó Armin mientras afianzaba el agarre entre sus manos y la miraba directamente a sus ojos-, continúe con su relato. Me gustaría saber todo lo que piensa.

-…Escuché a Charlotte diciendo que Alice no le inspiraba confianza y quería saber todo sobre ella. Yo le proporcioné lo que sabía a cambio de dinero. Desde cosas básicas, hasta sus relaciones.

-¿Relaciones? -el capitán fingió sorpresa. Ámber dudó en seguir hablando.

-¿Me meteré en problemas si confieso algunas cosas sobre ella?

-Querida -dijo Armin, con seguridad- yo me encargaré de que eso no suceda.

La chica solo tomó aire antes de continuar.

-Mi hermano y Alice… algo pasó entre ellos. La conozco de toda la vida, así que era evidente que él estaba loco por Alice. Siempre le critiqué sus pésimos gustos. No sé hasta qué grado llegaron, probablemente no iban tan enserio si Alice inmediatamente se volvió la prometida del príncipe. Pero por lo menos mi hermano la amaba. Charlotte quería usar esa información para manchar la reputación de Alice. Tampoco quiere que sea reina.

-Vaya -Armin fingió un tanto de sorpresa-. ¿La acusó con Castiel?

-No lo logró. Él simplemente no le creyó.

-La señorita Alice es bastante popular. El príncipe también cayó rendido a sus pies, y como buen caballero, no iba a dejarse llevar por habladurías.

-Me parece increíble -comentó Ámber a modo de queja-, que el príncipe tan fácilmente haya querido a Alice al punto de querer casarse con ella después de una velada.

-Seguramente fue amor a primera vista. Antes no creía en ello, hasta que lo viví en carne propia.

Ámber se sonrojó al ver la gran sonrisa que acompañaba al capitán. Recordó en su caso que bastaron pocos encuentros para que él alabara su belleza y pidiera una cita. Y sin conversar mucho, le había sugerido querer formalizar alguna relación. ¿Acaso también sería amor a primera vista?

-Después de eso -prosiguió su relato, tratando de enfriar su cabeza-, Charlotte Leclair me relegó a ser simple compañía para ella. Cuando supo que enviaron una invitación a la fiesta de compromiso, contactó a mi hermano, y dejó de contarme sus planes. Se la pasaba cuchicheando con Nathaniel. Una ocasión fue invitada a tomar té con la reina. Y aunque quiso hablar sobre Alice, ella nunca le permitió que hablara mal de la prometida de su hijo, aunque no tenía mucho tiempo de conocerla.

-Claro que no -Armin se rió-. Podrían haberle traído a la maleante más peligrosa de Amoris, y la reina la aceptaría siempre y cuando amara a su hijo y él a ella. Piensa que si hay amor verdadero, las cosas funcionarán. No lo comprendo bien, pero es parte de la tradición en la familia real, y ya sea coincidencia o no, ha dado resultado. Además, le gusta ser casamentera, y si piensa que una pareja tiene potencial, no descansará hasta que se comprometan y se casen.

-Ah -el sonrojo de Ámber, lejos de desaparecer, regresó con más violencia. Eso no pasó desapercibido para el capitán.

-¿Qué reacción veo?¿Acaso te habló bien de mi? -Armin lucía completamente emocionado-. Qué dicha. Tengo la bendición de la reina y ahora solo falta que la chica que pretendo me correspon…

Armin no pudo continuar pues la chica en un movimiento completamente inesperado, tomó su rostro en sus manos y lo acercó hasta ella. En un instante sus labios estaban tocándose mutuamente. El capitán sonrió con satisfacción para sí.

-Le correspondo -dijo Ámber de forma tímida cuando se separaron. Aún seguía sosteniendo el rostro del capitán, él podía sentía temblar sus manos. Se inclinó hasta que sus frentes chocaron.

-Hoy he pasado de ser el hombre más desdichado del mundo a ser el más feliz -había una gran sonrisa en su rostro, pero Ámber estaba confundida.

-¿Por qué desdichado?

-Porque creí que te perdería.

El corazón de la rubia comenzó a latir con mucha fuerza.

-Cuando las cosas se calmen, me gustaría saludar a tus padres y a mi cuñado. ¿Qué tal si vamos después a visitarlos?

Ámber solo asintió.

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Para Armin fue difícil separarse de Ámber, ya que esta última no había dejado que se marchara. Hablaron durante horas sobre lo que les esperaba para el futuro. Ámber estaba especialmente interesada en sacar a relucir el tema de una próxima boda, pues no paraba de mencionar lo mucho que le gustaría casarse lo más pronto posible. Además, había pasado gran parte del tiempo besándose. Incluso si hubieran seguido así, podría haber pasado algo más. Armin dejó salir una pequeña risa mientras recordaba lo sucedido.

Solo hasta que él le explicó por milésima vez que, antes de cualquier paso, tendría que atrapar al causante del atentado contra ella, fue que Ámber permitió que se retirase.

Cuando llegó al Cuartel General de la Guardia Imperial, reunió un grupo de sus mejores soldados.

-Vigilen la mansión Portner día y noche -les ordenó-. Quiero saber todos los movimientos de Charlotte Leclair.

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Charlotte estaba soñando con el pasado.

Una silueta de una dama enfundada en un vestido elegante, y un caballero que no dejaba de mirar su reloj de bolsillo. Era incapaz de distinguir sus rostros y aún así pudo reconocerlos como su padre y madre.

Él era un extranjero que se había asentado en Amoris mucho tiempo atrás. Por esa línea de sangre, no tenía más parientes cercanos. Ella era una de las más hermosas mujeres del Primer Distrito, procedente de una respetable familia. A Charlotte a menudo le dicen que heredó su belleza. No podría comprobarlo, apenas los recordaba.

De repente, en su mente se reprodujeron escenas vagas de un funeral. Después otro más. Todo lo que podía oír eran las gotas de lluvia cayendo y voces dispersas aunadas con lamentos. Aún así, a su corta edad, no fue capaz de derramar una sola lágrima.

«Oh, pobre niña.»

«Se ha quedado sola ¡y tan pequeñita!»

«Qué tragedia.»

«¿Qué irá a ser de su vida?»

Cómo odiaba que se compadecieran tanto por ella.

«Pero, ha heredado una gran fortuna.»

«Pronto será blanco fácil. Ojalá no termine en manos equivocadas.»

El escenario drásticamente cambió a una cálida tarde. Toda la gente importante de Amoris se encontraba reunida en el jardín del palacio, en una fiesta de té de la reina.

Ahí pudo ver al pequeño príncipe de Amoris, Castiel, siguiendo con entusiasmo cualquier plan que una pequeña Debrah se le hubiese ocurrido. Detrás de ellos, avanzaba en silencio Viktor.

No les agradaba. Nadie le agradaba, en realidad, a pesar de que su tío y tía alentaban que pudiera formar alguna relación amistosa. Con ese fin seguían llevándola vez tras vez a cualquier evento, aún si abandonaban a su propio hijo, quien siempre quedaba recluido en cama.

Visitar el palacio siempre era su actividad favorita, pero con tantos adultos sumidos en conversaciones sobre política, comenzaba a aburrirse.

Quizás podía explorar el jardín, al fin y al cabo eran muy pocas veces las que podía pisar aquel magnífico lugar lleno de rosas. A pesar de las advertencias de su tío de que siempre se quedara cerca, se alejó lo suficiente hasta que ya no pudo escuchar más bullicio. Su tranquilidad no duró pues una mujer, que Charlotte no había visto antes, se acercó a ella.

-Señorita, ¿necesita ayuda? -a juzgar por su vestimenta, se trataba de una de las mucamas del palacio. Charlotte odiaba cuando se dirigían a ella de forma tan casual, aún más si se trataban de personas de rango más bajo al de ella. ¿?por lo que se dio la vuelta, ignorándola-. Señorita, por favor, -la mucama insistió- acompáñeme.

Trató de tomarle de su mano, pero Charlotte se apartó.

-¡No me toques con tus sucias manos! -le gritó-. Es repugnante.

La mucama, cansada de la insolencia de la chica, la tomó fuertemente del brazo. Charlotte se asustó.

-Dices muchas estupideces con tu boca tan pequeña -le dijo con enojo-. Es mejor si te callas, mocosa -entonces sacó un trozo de tela y con ella procedió a vendar su boca para evitar que gritara.

La niña se resistió lanzando múltiples quejidos. Sin embargo, al no poseer demasiada fuerza física todo fue en vano. Pronto llegó un guardia y por un instante, Charlotte sintió alivio.

-¡La tengo! -le gritó la mujer-. Pero es más difícil de lo que creía, no deja de moverse. ¡Has algo!

-Excelente -dijo el guardia quien claramente era cómplice de la mucama. Llevaba preparada una cuerda con la que pronto inmovilizaron a Charlotte. Atada con un agarre que dolía y amordazada, pronto se convirtió en un pequeño bulto que el guardia fue capaz de cargar sobre su hombro sin ningún esfuerzo-. La carta está lista para enviarse- explicó mientras comenzaban a salir a toda prisa por uno de los tantos caminos que tenía el lugar-. ¡En cualquier momento tendremos mil monedas de oro!

-¿Solo pediste mil? -dijo la mujer indignada. De vez en cuando lanzaban miradas hacia los lados, buscando algún testigo del secuestro. Aquella zona del jardín estaba completamente desierta-. Esa niña está podrida en dinero. Su vida vale por lo menos diez mil monedas.

-Está bien, está bien -el guardia se rio-. Aumentaré el costo del rescate.

No pasó mucho tiempo para que se encontraran fuera del palacio. No por el camino que Charlotte tanto conocía, el que siempre la recibía cuando solían ser invitados por la reina. Reluciente, con cientos de guardias al servicio, y demostrando los lujos que poseía la familia real de Amoris. Más bien parecía alguna puerta trasera, un lugar abandonado, lleno de suciedad y maleza, quizás a donde iban a parar todos los desechos. A nadie se le ocurriría pasar por ahí. El nauseabundo olor hizo que Charlotte quisiera vomitar.

-Aunque -dijo el guardia, pensativo-. ¿Crees que paguen tanto por ella?

-¿Qué tonterías estás diciendo? -regañó la mucama-. ¡Por supuesto que lo harán! No es una princesa, pero es la sobrina del Líder de la Guardia Imperial.

-Ese hombre da realmente miedo -había preocupación en su voz-. ¿Y si nos atrapan?

-Entonces la niña morirá y por supuesto que no querrán que eso pase. Deja de ser tan pesimista.

La niña, que se había rendido en la lucha por su libertad, solo se limitó a esperar a que el plan de aquellos secuestradores se desarrollara. Entonces, entre la maleza pudo observar algunos movimientos inusuales. Ni el guardia ni la mucama se habían percatado de ello, pero Charlotte, al estar sobre el hombro del guardia con su cabeza viendo hacia el camino que estaban dejando atrás, observó como una pequeña mano se asomaba entre la maleza y lanzaba un objeto a su dirección.

-Solo pienso que… ouch -se quejó el guardia. Una roca había dado justo en su nuca, a unos centímetros del rostro de Charlotte-. ¿Qué demonios?

-¡¿Qué están haciendo?! -Charlotte escuchó una voz desconocida para ella. Al alzar la vista, se encontraba un niño, no más mayor que ella. Aunque estaba vestido con harapos y lleno de suciedad, había algo firme en su mirada, como si no tuviera ningún temor.

-Nada que te incumba, mocoso -le dijo el guardia.

-¡Por supuesto que me incumbe, idiota! -volvió a gritar el niño-. ¡Nosotros los vimos todo!

-¿Ah, sí? -el guardia preguntó con sarcasmo-. ¿Tú y quién más?

El niño entonces pareció mirar a todas las direcciones como buscando algo.

-¡Alexy! ¿Dónde rayos te metiste? -gritó enojado, sin obtener respuesta-. Demonios, tendré que hacer todo yo solo.

-No me hagas reír mocoso, ¿crees que puedes…?

El guardia ya no pudo seguir hablando. Con una fuerza espectacular, aquel niño se abalanzó directamente hacia él, tacleándolo y como consecuencia, dejando caer a Charlotte. El hombre incluso perdió el aliento antes de caer el piso.

La niña, tendida sobre la tierra, vio como el chico subía sobre el cuerpo del hombre y comenzaba a golpear su rostro solo con sus puños. La mujer, que primero se había paralizado al ver la audacia del pequeño, rápidamente acudió al auxilio del guardia.

-¡Suéltalo! -le ordenó mientras trataba de quitar al niño, sujetando su largo cabello negro y tirando de él.

El niño, que visiblemente estaba adolorido por los tironeos -y ahora los golpes que el guardia, ya recompuesto, trataba de propinarle-, en un rápido movimiento desenvainó la espada que portaba el guardia.

Charlotte no lo sabía, pero esa fue la primera vez en que ese pequeño blandía una espada. Y aún con su inexperiencia, propinó un limpio corte en el brazo de la mucama y en la pierna del guardia. La sangre comenzó a fluir de ambos cuerpos. Todo lo siguiente que escuchó fueron gritos de parte de ambos secuestradores que no daban crédito a lo sucedido.

El niño aprovechó la confusión de los mayores para escabullirse, ir a donde estaba Charlotte y librarla de todas sus ataduras.

-¿Estás bien?- le preguntó con preocupación. Charlotte no pudo decir nada-. Hummm… -murmuró el niño mirando hacia la mucama, que se acercaba a ellos con rabia en su mirada. Usando la mano que no tenía herida, portaba de manera amenazante la espada que momentos antes había dejado caer el niño. Su rostro clamaba venganza-. ¿No deberíamos correr?

Le tendió la mano, y ella no dudó en tomarla. Ambos niños huyeron de la escena. El chico no la soltó, y aunque su mano estaba sucia y él era visiblemente un pequeño sin hogar, en esos momentos Charlotte sintió que era el lugar más seguro del mundo.

Y por primera vez, el corazón de Charlotte comenzó a latir con mucha fuerza.

Cuando los encontraron, Charlotte lloró y lloró hasta caer rendida; y estuvo en cama con fiebre una semana. Y el pequeño niño fue encerrado en una celda, al confundirlo con un cómplice del secuestro hasta que pudo demostrar su inocencia.

Últimamente Charlotte Leclair solo veía en sus sueños esos dos sucesos, la trágica pérdida de sus padres, y el día que conoció al amor de su vida.

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La fuerte lluvia continuó un par de días después del incidente del té envenado, y durante ese lapso de tiempo la mayoría de los invitados, que se habían quedado con motivo de la celebración del compromiso del Príncipe Heredero y la señorita Alice, se retiraron a sus respectivos reinos, temerosos de que un altercado similar volviera a suceder.

Cualquier evento programado -reuniones, cenas, meriendas- fue cancelado sin remedio.

Pasados los días, los únicos invitados residentes en el palacio eran Viktor, el rey de Sucré, que seguía en recuperación; y la reina de Dolce, Debrah.

Alice estaba al tanto de todo. La duquesa se lo había informado con mucha tristeza; al igual que el Capitán, pensaba que la prometida del príncipe estaría devastada por no celebrar su compromiso de la manera más espléndida, tal y como se había planeado.

Aunque en su papel de prometida del príncipe tenía que seguir fingiendo estar emocionada por su compromiso –y por ende, desolada por el gran desastre en el que se había convertido aquella celebración– por dentro sentía lo contrario. Después de su altercado con Castiel, prefería mantenerse alejada de él. Al parecer el príncipe pensaba lo mismo, pues no volvió a aparecerse en su puerta, y ella tampoco hizo esfuerzo alguno por buscarlo.

Aún así, esos días estuvo realmente ocupada. Inesperadamente el rey de Sucré, Viktor había solicitado de su presencia bastante a menudo, y no había sido capaz de rechazar sus invitaciones, un poco obligada por los Líderes de Distrito que a regañadientes la animaban a mantener al rey ocupado para evitar algún conflicto.

Ella no comprendía del todo cómo es que su compañía podría ser de utilidad, pero sin mucho qué hacer, tampoco le importaba. Ya fuera el desayuno, una conversación, o simplemente su presencia para leer un libro, había sido junto a Viktor, que poco a poco mejoraba de salud.

Alice deseaba utilizar los nuevos beneficios que exigió a Castiel a cambio de seguir siendo su prometida. Ansiaba con todas sus fuerzas salir fuera del palacio real, pero el mal clima se lo había impedido. Así que, aún recluida dentro de las enormes paredes del palacio, utilizó el tiempo libre que le quedaba cuando no estaba al servicio del rey de Sucré.

Cosió un par de vestidos para su uso personal, ignorando las protestas de la duquesa, quien le había dicho que no era necesario hacerlas ya que el sastre real le elaboraría cualquier prenda que quisiera por más sencilla que fuese. Viktor cumplió con su palabra y le obsequió una gran cantidad de tela fina, en un tono blanco semejante al de una perla.

También, en una ocasión se cruzó con Willi y Wenka. Con curiosidad les preguntó si conocían algún platillo típico de su país natal, Sucré, y que fuera fácil de preparar.

-¿Por qué? -le dijo Wenka, con una mirada de sospecha.

-Es para alguien -respondió, esperando que no hicieran más preguntas. Si les decía la verdad, que era para el rey de Sucré, de quien no tenían muy buena opinión, sospechaba que se negarían a cooperar.

-¿Se lo darás a tu novio? -Alice no contestó, pero no hizo falta que lo hiciera. El chico hizo una mueca pensativa -…Conozco una.

-Si se lo das -dijo Willi, riéndose- ¡Se pondrá muy feliz!

-¡Déjanoslo a nosotros! -gritaron al unísono con alegría y después desaparecieron.

Se había dicho a sí misma que ya no tendría que entrometerse en los asuntos que no le corresponden. Por otro lado, quería agradecer la canasta de flores que el rey le había regalado y también la tela. Ella, al no tener posesiones importantes, pensó que sería buena idea obsequiarle algo que le recordara a su hogar. Además le había dicho que no estaba acostumbrado a la comida de Amoris, y quizás ese gesto podría ayudarle.

Y entonces, al tercer día, cuando la lluvia cesó y el sol se alzó sobre un precioso cielo despejado, Alice recibió un mensaje del rey de Sucré.

Estimada Señorita Alice,

Ya que el clima por fin deja que el sol se asome, me apetece por fin salir de estas paredes. Así que, siguiendo su recomendación tomaré un paseo por el jardín de rosas. Por supuesto que estaré más que encantado de que usted me acompañe.

Se lo había prometido vacíamente, pensando que no habría oportunidad de cumplirlo ya que Castiel le había ordenado que se marchara. Y al retractarse de eso, no le quedaba otra opción que cumplir su palabra.

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-Bien -Rosalya se acomodó en su asiento. Frente a ella, Castiel no despegaba los ojos de los papeles que estaban regados en su escritorio-. Ya es momento de que digas la verdad. ¿Qué sucedió?

-¿De qué demonios hablas esta vez?

-¡De ti y Alice! -dijo exaltada-. Ha estado actuando muy extraño. Aunque no la culpo del todo. ¿A quién le gustaría que su prometido pase más tiempo con otra, justo después de su fiesta de compromiso?

-Eso es por asuntos diplomáticos.

-¿Tus asuntos diplomáticos te exigen que Debrah estés pegada a ti, a toda hora como una sanguijuela? Llevo días tratando de hablar ¡pero siempre está contigo!

En ese instante Castiel por fin dejó el trabajo a un lado. Se frotó los ojos cansados y se reclinó en su asiento. No podía mentir, había pasado bastante tiempo, quizás más del necesario, con la reina de Dolce. No lo había disfrutado, tan asfixiante era su presencia que no había podido realizar su trabajo apropiadamente y por consecuencia se estaba acumulando.

Sin embargo, no le quedaba otra opción. Debrah siempre había sido una niña caprichosa, y eso no cambió aún cuando fue coronada como reina. Demandó que se le diera todo en cuanto exigía a cambio de cooperar con un grave asunto que se había suscitado entre Dolce y Amoris en el pasado y que recientemente había vuelto a la luz de manera inesperada.

-¿Cómo está Alice? -preguntó después de un momento.

-¿Por qué me estas preguntando eso, en lugar de ir a buscar a tu prometida?

Castiel se tomó un tiempo para confesar.

-…Tuvimos una discusión - dijo vagamente, sin más querer revelarle que también había sido todo un patán con Alice y ahora la había alejado.

No pasaba ni un día sin que el sintiera remordimiento por su actuar. Le había suplicado su perdón, pero también sabía que Alice ya había sufrido mucho anteriormente como para que él mismo -quien por dentro la amaba y daría todo por ella- también la hubiera herido. Entendía que ella no quisiera perdonarlo.

Por ahora, aunque la extrañaba, quería darle su espacio.

-¿D-de verdad? -Rosalya se miraba perpleja-. Bueno, eso explica su comportamiento, ha estado un poco distante. No ha querido ser atendida por nadie, se niega a usar vestidos que no sean los que ella trajo. Mi pobrecito Leigh, lo tiene al borde de las lágrimas. Cree que ha fallado en algo. Y no sale de su habitación a menos que sea a petición de Viktor -la duquesa guardó silencio un momento, quizás esperando una reacción impulsiva de parte del príncipe; pero él no dijo nada. Continuó hablando-. Últimamente pasan mucho tiempo juntos. Al parecer, gracias a que lo salvó de morir, le tiene cierta confianza.

El príncipe estaba al tanto de todo. Aquello, aunque era parte de una estrategia ideada por Armin y por los Líderes de Distrito -aunque a estos últimos no estuvieran muy de acuerdo-, no le agradaba. Quisiera ser él quien estuviera con Alice en todo momento.

-También he notado que no usa ni su collar ni su anillo de compromiso.

Castiel tampoco habló ante la observación de Rosalya, que le trajo otro amargo recuerdo de su mal actuar con Alice. Ella misma se los entregó en el momento que le pidió que se marchara. El collar -que era una mera formalidad- regresó al cofre en el que yacía mucho antes de conocer a Alice; pero el anillo, que fue escogido especialmente por él, había estado oculto en su bolsillo como un acompañante mudo en su desdicha. De vez en cuando lo sacaba para admirar el brillo del diamante y al mismo tiempo arrepentirse de no haber elegido una esmeralda en su lugar.

Para la duquesa, tanto silencio por parte de Castiel era una muy mala señal. Anteriormente quizás habría gritado, justificándose o restando importancia al asunto. Su silencio le decía que aquella discusión era mucho más grave de lo que pensaba.

-Mira -dijo Rosa, con mucha seriedad-, yo no voy a obligarte a que me reveles la clase de discusión que tuvieron. Solo puedo decirte que veo tus sentimientos. Te conozco de toda la vida, y conozco tu mirada, y veo cómo miras a Alice. Con amor. Sé que eres sincero y que también ella te quiere.

-¿Lo crees? -interrumpió Castiel-. ¿Qué Alice me quiere?

-¿Lo dudas? -Rosalya contuvo la respiración al ver el rostro de Castiel. Nunca lo había visto igual, ni cuando se canceló su compromiso anterior. Estaba visiblemente devastado pero había un atisbo de esperanza en él. Suspiró-. No puedo decir que la conozco tanto como a ti -dijo con sinceridad-. Pero sé que no actúa con malicia. Fue muy fácil ganarme su confianza, y eso lo atribuyo a que confía en ti. Te admira muchísimo, la mayoría de sus conversaciones giran en torno a ti y en cómo podría ayudarte. Y cuando los dos están juntos, se pierden por completo en su mundo que nada ni nadie puede sacarlos.

Aquella declaración, lejos de hacer sentir bien a Castiel, lo hundió más. ¿Cómo podía haberle dicho tantas estupideces a una chica que había dado todo por él, sinceramente? Le había dado su vida en esta farsa ¿y cómo le pagaba? Echándola del palacio al mínimo malentendido.

-No sé qué clase de conflicto hayan tenido, pero si de verdad la quieres… ¿qué haces aquí? Ve y arregla las cosas con ella. El trabajo estará aquí cuando regreses, y mañana habrá aún más. ¿Pero de verdad quieres pasar otro día alejado de Alice? Así que sea cual sea el conflicto que tengan, resuélvanlo.

Aunque Castiel tenía mil cosas en mente -el problema entre Dolce y Amoris, la salud de su madre, su coronación…- ninguna era tan grande como su preocupación por Alice. Rosalya tenía razón. Aunque no conocía los sentimientos de Alice, su amor por ella era tan genuino que no querría seguir separado de ella. En ese momento, Castiel solo estaba seguro de algo: Lo mucho que quería a Alice y que no deseaba seguir en aquel absurdo enredo. Con decisión, se puso de pie.

-¿Dónde está Alice?

Antes de que pudiera continuar, por la puerta entró la reina de Dolce.

-Cariño -dijo con una voz exageradamente melosa- ¿Qué tal si vamos a…? Oh -se detuvo en cuanto vio a la duquesa-. ¿Interrumpo algo?

-Majestad -Rosalya se irguió y dio una agraciada reverencia. Después, fingiendo una sonrisa continuó hablando-. Para nada, estaba a punto de retirarme. Y el príncipe también, ya que irá a ver a su prometida, la señorita Alice. Es un gusto verla, Majestad, no había tenido oportunidad de saludarla. ¿Cómo está su esposo? ¿No la acompañó en este viaje?

-Ugh -Debrah arrugó la nariz con una mueca de asco-. No quería traer a una persona tan aburrida a esta celebración. Alguien tenía que quedarse atendiendo los asuntos de Dolce.

-Supongo que se necesita a una persona que sí tenga la experiencia para gobernar un país. No cualquiera puede sentarse en el trono.

Aunque la amable sonrisa de Rosalya seguía en su rostro, las palabras acusatorias no pasaron desapercibidas a la reina.

-Basta de hablar de mí ¿Y cómo está tú esposo? Oh ¡lo olvidaba! -fingió una voz de inocencia-. No puedes casarte. Lástima. Si quieres sentar cabeza deberías buscar en otra parte. Hay muchos chicos guapos en Dolce, si es que no encuentras a uno por aquí.

-No a todas se nos da tan fácilmente abandonar a nuestros seres queridos. Me retiro -después se volvió a Castiel y le susurró-. Piensa en lo que te dije.

Rosalya salió del estudio del príncipe, dejando atrás a la reina completamente indignada.

-¿Viste qué grosera es? -se quejó, ofendida. Castiel solo rodó los ojos.

-¿Qué necesitas?

-Vine a pasar tiempo contigo. Hace buen clima, así que deberíamos salir a caminar por el jardín.

-Estoy ocupado.

-¿Con tu nueva prometida?

El príncipe no le respondió, Drebrah solo cruzó los brazos. Sabía exactamente qué palabras utilizar para que Castiel accediera.

-Si me acompañas -le dijo-, ahora sí te daré lo que buscas. Lo prometo.

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-¡Princesa! -Willi y Wenka entraron en su habitación sin siquiera tocar la puerta, irradiando alegría-. ¡Ya tenemos lo que nos pidió!

-Justo a tiempo -contestó Alice-. Estaba a punto de ir a buscarlos.

Los niños le extendieron una pequeña bolsita de tela, que contenía diminutos cuadritos envueltos en papeles de colores.

-Oh, creí que me enseñarían a preparar algo, no que me traerían algo ya elaborado -dijo con confusión.

-Es una receta secreta -explicó Willi casi susurrando-, que ha pasado de generación tras generación en nuestra familia.

-¿Es decir que no me compartirán la receta?

Ambos negaron enérgicamente. Alice solo pudo reírse por su reacción.

Abrió la bolsita y examinó uno de los cubitos. Olía bastante bien.

-¿Esto es… chocolate? -preguntó con un atisbo de curiosidad.

-¡Sí! -dijeron con orgullo-. ¿Ya lo conocía?

Ella lo había visto solo una vez, en una fiesta glamurosa en la que estuvo trabajando. Alguien había regresado del extranjero y trajo consigo aquella golosina. Escuchó decir que fue elaborado en alguna parte de Sucré. Después se lo entregaron para que adornara un pastel que había elaborado. Evidentemente no pudo probarlo.

-Solo lo vi una vez -admitió-. ¿Pueden elaborarlo?

El más pequeño asintió, después Wenka tomó la palabra.

-Esta vez no te cobraremos nada. Pero asegúrate de dárselo solo a tu novio, ¡a nadie más!

Le hicieron prometer a Alice que no le daría aquella golosina a nadie más que no fuera Castiel, e internamente se sintió mal al estar consciente de que rompería aquel juramento.

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-Veo que le ha dado un buen uso a la tela -Viktor sonrió al ver el vestido que Alice utilizaba en ese día, mientras caminaban por el jardín.

El lugar lucía magnífico aún después de tres días de intensas lluvias. Alice imaginaba que quizás las rosas habrían perdido sus pétalos. Se llevó una gran sorpresa a ver que fue todo contrario, el agua había nutrido aquella tierra y nuevos capullos estaban floreciendo.

Aquello le trajo alegría por un instante. Llegó a pensar que quizás ya no tendría oportunidad de volver a ver el jardín. Antes lo visitaba casi diario con Castiel, por más ocupado que estuviera, encontraba tiempo para pasarlo con ella. Con delicadeza, sostenía su mano y hablaban de mil cosas sin importancia. Quiso alejar aquellos nostálgicos pensamientos y sentimientos de su mente y corazón. Al final, las largas charlas que sostuvieron ahí no eran más que un complemento de la farsa que estaban llevando a cabo.

-¿Señorita Alice? -el rey volvió a llamar a Alice, preocupado por su falta de respuesta, aún si la tenía a su lado.

-Oh, disculpe -dijo tratando de retomar el hilo de su conversación-. Le agradezco mucho su regalo. A decir verdad, es bastante cómoda.

-Me alegra oírlo -Viktor sonrió complacido.- Usted tiene un talento nato para la moda. Quizás, si no estuviera destinada a la corona, podría haber montado una compañía que sin duda tendría éxito.

-Le agradezco su cumplido pero me sobrevalora.

-Sabe coser, tiene conocimientos de medicina, salva a reyes moribundos y… ¿cómo era? -Viktor puso una expresión bastante pensativa, incluso se llevó una mano al mentón, como si quisiera recordar algo de suma importancia-. ¿Quitar las plumas de una gallina muerta?

El rostro de Alice se tiñó completamente de rojo cuando el rey le recordó una de las primeras conversaciones que habían tenido, justo cuando surgió el tema de la competencia de caza. En ese instante se llevó las manos a la cara, tratando de ocultar su vergüenza.

-Por todos los cielos ¡olvide aquello por favor!

Al rey le pareció divertida aquella reacción que incluso profirió una pequeña risa.

-Tiene vastos conocimientos. Algo me dice que ha vivido experiencias interesantes.

-Bueno -admitió Alice-, tuve que aprender muchas cosas para sobrevivir- Viktor quiso hacer algunas preguntas al respecto, pero Alice rápidamente cambió de conversación-. Ah, casi lo olvido. Estoy muy agradecida por las rosas y la tela, que le he traído un regalo -rebuscó entre su vestido y sacó la bolsita de dulces-. Aunque esto no lo hice yo directamente. Le pedí ayuda a unos amigos y cocinaron algo típico de Sucré.

-Vaya, esto es inesperado -dijo con atisbo de emoción, pero rápidamente cambió su semblante a uno más serio-. ¿Amigos de Sucré, dice?

-Sí.

-No tenía idea de que hubiera alguien más de mi reino en Amoris -dijo con extrañeza, al mismo tiempo que examinaba la bolsa que Alice le había dado-. Quisiera conocerlos.

-Ah… -Alice se alarmó por un instante. Sabía que Willi y Wenka no tenían ninguna opinión buena sobre su rey. Además, los hermanos venían huyendo de un gobierno tan autoritario como el de Viktor, probablemente se negarían a ser llevados ante él-. Creo que se irán pronto -mintió-. No sé si pueda concretar un encuentro.

Viktor permaneció callado antes de seguir hablando.

-Lástima -dijo, e inmediatamente cambió su actitud-. Pero ya me ha intrigado … ¿puedo abrirlo?

Alice asintió.

-¿Chocolate? -preguntó con confusión después de examinar los cuadros multicolor.

-Sí -respondió entusiasmada, pero al ver el semblante reservado del rey, se preocupó-. ¿No le agradan los dulces?

-¿Y sus amigos le explicaron exactamente qué es esto? -preguntó con voz muy seria, casi ofendido-. No me refiero al chocolate, sino a su simbolismo.

-No me dijeron algo al respecto. ¿Es malo?

-¿Sabe? En Sucré no somos muy buenos con las palabras. Sobre todo con aquellas que provienen del corazón. Así que, cuando queremos decir algo realmente importante, lo hacemos acompañado de un regalo.

-No comprendo… -la voz de Alice sonaba preocupada.

-El chocolate normalmente se utilizan en las declaraciones románticas.

En ese instante Alice comprendió la insistencia de Willi y Wenka a que entregara aquel dulce solo a Castiel. Prácticamente, estaba confesando sentimientos que no existían a un hombre que apenas conocía; y ese hombre no era alguien común: se trataba del rey de una de las naciones más grandes del continente. Y también se suponía que ella estaba comprometida con un príncipe de otra de esas naciones. Sin mencionar que estaban en la semana de la celebración de la fiesta de compromiso. Sin duda, aquel acto traería muchos malentendidos. Y con la situación tan tensa entre los reinos, lo último que quisiera era agravar las cosas.

Se habría salvado de aquella exhibición tan vergonzosa si hubiera escuchado a los hermanos.

-¡Aaaahh, no, no, no! -dijo con el rostro aún más avergonzado-. Le juro que yo no lo sabía…

El rey por fin dejó su rostro indiferente, y sonrió.

-No se preocupe, entiendo su falta de conocimiento. Me siento muy halagado porque haya pensando en un regalo para mí, aunque sé que no fue de esta manera. En mi opinión -le dijo devolviéndole la bolsita-, creo que esto le pertenece a Castiel. Debería dárselo a él.

-No lo he visto -admitió aún sonrojada y guardando los dulces en uno de los bolsillos de su vestido-, debe estar muy ocupado.

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-Y entonces, aunque mi esposo se enojó, ordené que sirvieran más vino ¡y todo se volvió un caos!

La reina de Dolce soltó una gran carcajada mientras contaba su anécdota. Castiel, por otra parte, no podía ocultar su enfado. Debrah se afianzaba de su brazo con fuerza, como si quisiera impedir que saliera corriendo.

Quizás Castiel lo haría, sino fuera porque tenía que solucionar primero el grave conflicto que involucraba a Dolce y Amoris. Castiel llevaba presionando a la reina desde su primer día en el palacio, para que ambos llegaran a un acuerdo. Esta, sin embargo, solo había dado vagas excusas.

-¿Ya me entregarás lo que te pedí? -preguntó con enfado, ignorando la anécdota de la reina.

-¿Qué cosa? -dijo fingiendo olvidar su promesa- ¡Mira! Las rosas están preciosas. Me encantaría tener un jardín como este en Dolce. Quizás algún día te lo robe.

-Debrah…

-¡Majestad! -Debrah exclamó con enfado-. ¿Cuántas veces debo repetirte que debes dirigirte a mí como Majestad? No tenemos el mismo rango, cariño.

-Si quieres que te trate como la monarca que eres, compórtate como tal.

La reina lanzó un suspiro cansado.

-¿De verdad quieres arruinar nuestra cita hablando de política?

-¿Y tú crees que esto es una cita? Y no es solo política. Ya ha muerto gente.

-Pues deberías tener tus fronteras más controladas -reclamó con enojo-. Así no dejarían que cualquiera entre a vender.

-Tenemos un acuerdo de comercio libre, por si no recuerdas tus lecciones. Ay, es verdad -dijo Castiel, con un tono de voz lastimero, lo que enfureció aún más a Debrah-. No recibiste educación para ser reina de Dolce. Tu hermana era quien debía reinar. Esa corona no te pertenecía.

-¡Y esa malagradecida renunció a él! Por lo tanto, siempre fui a la legítima heredara. Así que cuida tus palabras, cariño, o…

-¿O qué? -Castiel, cansado de su actitud, por fin se soltó del agarre de Debrah y la confrontó-. ¿Declararás la guerra? Veamos, cierto ciudadano de Dolce, que además cuenta con la protección de la reina, durante años ha venido a Amoris a engañar a la gente vendiéndoles veneno y provocando la muerte de varios de mis súbditos. Y su reina no quiere hacer nada al respecto. ¿Verdad que suena mal? Amoris tiene los suficientes motivos para ir a la guerra sin mencionar a un ejército más grande. ¿Qué acaso no era ese el motivo de nuestro compromiso? -el príncipe sostuvo la mirada de Debrah, quien estaba respirando con mucha violencia-. Proveer fuerza militar a un país que no lo tiene. ¿A cambio de qué? Amoris no ganaría mucho con esa alianza más allá de un matrimonio arreglado. Un desventajoso acuerdo que felizmente ya no existe.

-¿Te atreves a amenazarme? -el rostro de la reina de Dolce era odio puro.

-Y tú te niegas a cooperar. He cumplido todos y cada uno de tus estúpidos caprichos desde que llegaste aquí. ¿Y aún así sigues protegiendo a un hombre que es responsable de la muerte de decenas de mis súbditos?

-Eso fue en el pasado -dijo restándole importancia-. Hace años que no fabrica venenos… ups -se llevó la mano a la boca, como si hubiera cometido un error cualquiera-, quiero decir, medicinas. Además, ¡me hace reír con sus anécdotas! Por eso está en mi corte.

-¡Acaba de haber otro atentado! -Castiel se encontraba exasperado-. Mi prometida y mi madre pudieron haber sido víctimas también. ¿Sabes lo preocupado que estoy por Alice? Esta situación la ha afectado de maneras que tú no tienes ni idea.

Debrah se rió con indignación.

-No puedo creerlo. ¿Entonces todo esto se trata de tu nueva prometida? -escupió las últimas palabras.

-No la llames así -dijo el príncipe con mucha seriedad-. No la llames como si se tratara de un simple objeto nuevo. Y no es solo por ella.

Debrah rodó los ojos, y comenzó a caminar nuevamente.

-Ya arruinaste mi humor -reprochó-. Regresemos.

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-De verdad no lo sabía -Alice no había parado de disculparse por el regalo tan poco pensando que le había hecho al rey de Amoris. Este por su parte, había encontrado interesante la reacción de la señorita.

-No se preocupe, no estoy ofendido -le aseguró-. Al contrario ha sido divertido verla sonrojarse. Aunque, ahora que lo pienso, la tradición indica que uno mismo debe fabricar el chocolate, no pasa nada si es elaborado por alguien más.

Aquella declaración sorprendió a Alice.

-¡Si sabía eso, por qué no me lo dijo antes! -exclamó fingiendo estar indignada. Al ver la sonrisa del rey, entrecerró los ojos, con sospecha-. Entonces, ¿me está tomando el pelo?

-Puede ser.

El rey trató de ocultar una nueva sonrisa. A Alice no le quedó más que reír también.

-Le agradezco que pase por alto este incidente -repitió.

-No se preocupe. Encuentro divertidas todas sus reacciones.

Alice estaba a punto de preguntar qué significaba aquello, cuando, al dar vuelta en una esquina, alcanzaron a ver a otra pareja que también había decidido dar un paseo en el jardín.

La reina de Dolce caminaba con el ceño completamente fruncido. Castiel caminaba tras ella hundido en la misma áurea incómoda, la cual inmediatamente se desvaneció al reconocer a Alice. Detuvo su andar en seco.

-¡Oh! Viktor, querido, no esperaba encontrarte aquí -Debrah también cambió su actitud en cuanto vio al rey. Corrió al lado de Viktor para colgarse de su brazo, ignorando deliberadamente a Alice-. Justo vine con Cassy a una cita, le mencioné lo mucho que extrañaba venir a ver el jardín e insistió en salir a tomar el sol. ¡Fue un paseo tan maravilloso! -dijo con un coqueto tono de voz, aunque todo se trataba de una mentira. Dejó salir una risita y después fingió notar por fin a Alice-. Ah, querida, no te había visto -le dijo, con burla-. Por favor no te tomes a mal lo que acabo de decir, ¿quieres? Después de todo Castiel y yo solíamos pasar mucho tiempo juntos por aquí.

Aunque a Alice no le agradaba la actitud de la reina de Dolce, pensó en actuar de manera civilizada y contestar aquel comentario que evidentemente era malintencionado. La reina no le dio oportunidad, tomó del brazo a Viktor y comenzó a caminar.

-Ya que estamos aquí, vamos todos a pasear -más que una invitación, parecía una orden.

Ambos retomaron el paseo, dejando atrás a Alice y Castiel preguntándose qué debían hacer a continuación.

-No era una cita -explicó Castiel ante el comentario de la reina, temiendo que Alice malinterpretara aquellas palabras.

-No es de mi incumbencia -respondió Alice, sin mirarlo. El corazón de Castiel se estrujó.

-Alice…

-Deberíamos seguirlos.

Alice, no muy convencida, continuó con el recorrido con tal de evitar pasar tiempo a solas con el príncipe. Castiel la siguió inmediatamente.

Hubo unos segundos de silencio, que para ambos fueron eternos. Solo se escuchaba la voz de la reina de Dolce, quizás contando alguna anécdota, o algo por el estilo. No lo podían asegurar ya que ninguno de los dos le prestó atención.

-¿Cómo has estado? -preguntó Castiel, con interés.

-No tiene que hacerlo -dijo Alice en un susurro.

-¿Qué cosa?

-Seguir fingiendo preocupación por mí.

-No es fingido. Quisiera hablar contigo más tarde. Si me lo permites...

Debrah, que se había detenido al ver que la pareja tras ella aparentemente cuchicheaba algunos secretos, decidió interrumpir y tomar del brazo al príncipe.

-Cariño, ven, no te quedes atrás. ¡Ay, qué emoción! -dijo, comenzado a caminar. Esta vez tenía acaparados tanto a Castiel como a Viktor, cada uno a su lado-. Esto es como cuando éramos pequeños, ¿lo recuerdan? Solo nosotros tres, jugando en este jardín. Sin nadie más que nos interrumpiera.

Alice se sentía un poco molesta, aunque en el fondo no tendría por qué. Si la reina aún resguardaba algún sentimiento por Castiel o si solo deseaba alardear su historia pasada, no debía afectarle. Ella no era nada para el príncipe.

-Ah, señorita Alice, por un instante me olvidé de usted -dijo la reina, volviendo la vista hacia ella-. No quise dejarla atrás… ¿supongo que haremos un espacio para que se nos una? -su semblante parecía de inquietud verdadera-. Pero ya somos tres y abarcamos todo el ancho del camino ¿O quizás llamamos a un guardia para que le haga compañía? Ay no. ¿Qué hacemos?

Alice quería rodar los ojos y hacer una mueca de hastío por la simpatía fingida de la reina. Se contuvo de hacerlo. Desde un inicio, había notado los viles comentarios disfrazados de buenas intenciones, no se dejaría amedrentar por ellos. En ese instante incluso se sentía un poco agradecida por la insinuación de la reina, le estaba obsequiando la oportunidad perfecta para retirarse de aquella absurda situación.

-Le agradezco sus intenciones -contestó con una encantadora sonrisa la cual no le agradó a Debrah-. Sn embargo, tengo un asunto que tratar, así que me retiraré primero.

Castiel quiso ofrecerse para escoltar a Alice, pero Viktor habló antes.

-¿Me permitiría que la acompañe a su habitación? -se ofreció e inmediatamente Debrah lo miró con intriga.

-No es necesario, creo que ustedes tres tienen mucho de qué hablar, y no quisiera interrumpir. Gracias por su amabilidad y por el paseo.

Alice se despidió con una reverencia y emprendió el camino de regreso, dejando a las tres personas viéndola fijamente marcharse.

-Creo que ya sé porque te gusta tanto -dijo la reina a Castiel, una vez que Alice había desparecido-. Supongo que… es linda.

-Es hermosa -contestó, sin apartar la vista de donde había salido Alice.

-Bueno no tanto como yo… ¿verdad Viktor ? La señorita Arlelt luciría mejor -arrugó la nariz en una mueca de asco-… si no llevara esa ropa vieja y fea.

-A decir verdad la señorita Alice es bastante atractiva -respondió Viktor en un tono de voz singular, que no pasó desapercibido para el príncipe-. Castiel ha sido muy afortunado en encontrar a una mujer tan talentosa como ella.

-¿Talento? -Debrah se rio-. ¿De qué talento hablas?

-Querida amiga, las prendas que te ha provocado evidente repulsión, son un diseñó único, pues lo ha fabricado con sus propias manos. Además, la tela no es vieja, yo mismo le he obsequiado uno de los tejidos más valiosos de Sucré. Si me visitaras más seguido, te habrías dado cuenta de que…

-¿Cómo sabes eso? -interrumpió Castiel con un atisbo de hostilidad-. ¿Qué Alice hizo su ropa?

-La señorita Alice lo comentó. ¿Era alguna clase de secreto?

-¡Es increíble! -exclamó Debrah con indignación -. Si la señorita Alice es tan cautivadora, imagínate ¿qué hubiera pasado si tú y yo nos hubiéramos casado? -preguntó dirigiéndose a Castiel, con tono acusador-. Seguramente la habrías tomado como tu amante al momento de conocerla.

-Eso nunca habría pasado, porque no soy un hombre que engañe a su esposa, mucho menos si está enamorado -Debrah sonrió complacida por las palabras de Castiel. La sonrisa no le duró mucho-. Pero como ese matrimonio no tendría sentimientos de por medio, me habría divorciado de ti antes. Y después me casaría con Alice. Qué bueno que nos evitamos un divorcio y muchos conflictos ¿verdad?

-¡Cassy!

-Tú lo sabes, nuestro compromiso era meramente político. Mis sentimientos por Alice son más fuertes que eso.

El príncipe, sin decir una palabra más, soltó el agarre de la reina y se marchó tras Alice.

-¡Castiel, vuelve en este instante! -siguió demandando, pero el príncipe no hizo caso alguno. Cuando desapareció de su vista, la reina gritó fuertemente, como si estuviera haciendo una rabieta.

-Lo has acaparado día y noche sin que pueda ver a su prometida, y aún así sigue teniendo fuertes sentimientos por la señorita Alice- le dijo el rey, acostumbrado a su infantil reacción-. Los cuales, a diferencia tuya, sí son correspondidos. ¿De verdad crees que aún tienes controlado a Castiel como en el pasado?

Debrah exhaló con hastío.

-Claro que sí. Lo tengo comiendo de la palma de mi mano.

-¿De verdad lo crees? Si fallas…

-No fallaré -respondió tajantemente-. Conozco la debilidad de Castiel. De hecho, me estoy divirtiendo bastante con ella. Tú solo asegúrate de terminar tu plan para acabar por completo con Amoris. Y no te dejes distraer por unos ojos bonitos.

-Si lo dices por la señorita Arlelt, le tengo el mayor de los respetos. Al salvarme la vida, de alguna manera, ha contribuido en nuestro propósito. Es una lástima que haya nacido en Amoris. Compartirá el mismo destino que el resto de su pueblo.

Debrah lo miró con sospecha.

-Más te vale. No quiero que nada interfiera en nuestros planes. Cuando todo esto acabe, por fin tendremos el control total del Gran Continente.

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Aunque el príncipe salió detrás de Alice casi con desesperación, no pudo alcanzarla sino hasta que la señorita llegó a su habitación. Por fortuna pudo interceptarla antes de que cerrara la puerta.

-¡Alice, espera! -suplicó el príncipe. Ella levantó su mirada con ligera duda, como si se cuestionara internamente el motivo de la visita del príncipe-. ¿Podemos hablar?

Alice pareció meditarlo, lucía incómoda por su presencia.

-¿Tardará mucho? Planeo salir.

-Ya veo -había decepción en sus palabras-. ¿A dónde irás?

-¿Debo responder?

-No, no. Solo era simple curiosidad -aclaró.

-No me marcharé, si es su preocupación- Alice sonó más fría de lo que quería decir, y llegó a sentir un poco de remordimiento por sus palabras. Suspiró-. Solo visitaré a una amiga, al Tercer Distrito.

-¿Puedo acompañarte? -su rostro tenía un ligero matiz de esperanza, sin embargo se borró al escuchar la voz del consejero real interrumpiendo la conversación.

-Alteza- Lysandre siempre aparecía en los momentos menos oportunos-. Necesitamos que revise unos documentos, de carácter urgente.

-¿Podemos hablar cuando regreses? -preguntó dirigiéndose a Alice, con mirada suplicante -Por favor.

-No sé cuánto tardaré. Quizás llegué muy noche.

-No importa, esperaré- ahora se dirigió al consejero-. Lysandre, ordena una escolta para la señorita.

-¡No es necesario! -se apresuró a decir-. Es un asunto privado, así que me sentiré incómoda si llevo compañía.

-Entonces acepta que algún cochero de confianza te lleve.

-¡Pero…!

-Acepté tus condiciones y no me retractaré de ellas -le aseguró-. Considéralo como una medida de precaución. Es un largo viaje hasta el Tercer Distrito.

Aunque Alice miró con desconfianza al príncipe, al final consideró su oferta.

-…De acuerdo.

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Alice permaneció de pie justo frente a la puerta de un hogar que conocía bien.

Percibía varias miradas curiosas sobre ella, las cuales estaban incrementado desde su llegada al Tercer Distrito. Incluso dio indicaciones al cochero para que esperara en las afueras. Quería evitar llamar la atención lo más posible, objetivo que estaba lejos de ser cumplido.

En general, el ambiente en el Tercer Distrito, antes caótico, se sentía extraño.

Quizás debió haberse cambiado de ropa, aunque consideraba que el vestido que portaba estaba lejos de ser llamado ostentoso.

Quizás debió rechazar la consideración del príncipe y llegar por sus propios medios.

Quizás debió haber enviado un recado antes para concretar una cita, en lugar de una visita inesperada.

Desde la fiesta de compromiso, su cabeza no paraba de dar vueltas una y otra vez sobre una situación en específico que vivió. Aunque había mucho en qué pensar, aquel detalle seguía rondando en su mente, hasta que se sintió preparada para por fin afrontarlo.

Y sobre todo, quería desahogarse con alguien.

Por fin se decidió, y tocó la puerta. Escuchó la voz de una chica gritar desde el interior.

-¿Quién es? Voy en un instante.

Contuvo la respiración mientras un vacío se formaba en su estómago. No había vuelta atrás.

-¿Alice? -Sharon Smith, su amiga de toda la vida, la miraba con confusión detrás de la puerta-. ¿Qué… qué haces aquí?

-Traigo regalos… -le dijo mostrándole una bolsa que había llevado consigo. Le chica no reaccionó ante ello-. Yo... también quería hablar contigo.

-No creo que mi hogar sea el mejor lugar para la prometida del príncipe.

-Sharon por favor…

La chica fue consciente de las miradas curiosas de los transeúntes. Aunque Alice llevaba puesta una capa, queriendo pasar desapercibida, era evidente que no se trataba de una dama común. El rostro suplicante de su amiga terminó por convencerla. Abrió la puerta para que pudiera entrar y rápidamente la condujo a una pequeña sala frente a la chimenea.

Alice comenzó a hablar de trivialidades, y animadamente sacó los regalos que había llevado consigo.

-En el palacio hay muchos alimentos -explicó con mucho entusiasmo-, así que pude conseguir algunas frutas, ¡ah! Esto es un mantel que tejí, creí que te gustaría. Y también te hice un vestido. La tela viene de Sucré y…

-¿Y bien? -interrumpió Sharon-. ¿De qué querías hablar?

Alice dejó de lado los regalos y entrelazó sus manos con fuerza encima de la falda de su vestido, para evitar que el nerviosismo le impidiera hablar. Se aclaró la garganta.

-Creo que nuestra última charla dejó muchas más preguntas que respuestas. Y me disculpo porque he sido una pésima amiga. Te he tenido preocupada sin darte una explicación, por lo que entiendo que estés molesta conmigo.

-Entonces habla. Explícate. O ¿debo creer en lo que Nath decía, que cambiaste ahora que tienes a un hombre importante a tu lado?

La dureza de las palabras de Sharon caló en su interior. Por un instante se arrepintió de estar ahí, aunque ya se había decidido a hacerlo.

Se levantó de su lugar, y se situó a un lado de su amiga, y con temor se acercó a su oído para hablar en voz baja.

-La verdad es que, aunque para todo el mundo, Cast… -se corrigió-, el príncipe Castiel y yo somos una pareja que se ama, todo ha sido una mentira.

-¿A qué te refieres con mentira?

-Nuestro compromiso… es una farsa.

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Charlotte abrió los ojos.

Sentía lágrimas caer por las comisuras de sus ojos que ya habían humedecido la almohada, y tenía un nudo en la garganta que se obligó a ignorar. A pesar de que había dormido casi sin parar desde que regresó del palacio hace ya tres días, las bolsas debajo de su mirada habían oscurecido drásticamente. Su piel, que siempre había sido blanca, adquirió un tono enfermizo.

Los rayos de sol que entraban por su ventana estaban teñidos en tonos naranjas, propios de un hermoso atardecer, pero a ella no le podía importar menos.

Hizo sonar la campana a un lado de su cama. Una sorprendida sirvienta acudió al instante.

-Trae el vestido dorado. Busca las perlas y la diadema de diamantes. Y que preparen el carruaje -ordenó mientras se incorporaba-. Iré al palacio.

-P-pero señorita -la nerviosa sirvienta señaló por la ventana-, casi anochece. ¿No preferiría tomar algo primero? Ha estado en cama todo el día.

Charlotte, sin mostrar alguna expresión, ignoró la preocupación de la sirvienta.

-Estás despedida -dijo y volvió a tocar la campana con más fuerza.

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-¡¿Qué cosa?! -aunque Alice había tratado de hablar con discreción, el escandaloso grito de su amiga sacudió toda la casa. Alice le suplicó que bajara el volumen de su voz-. ¿Una farsa? ¡¿Ese maldito te está obligando?!

-¡No, no! -se apresuró a contestar-. Bueno… originalmente sí, pero ahora las cosas han cambiado.

Alice comenzó a relatar desde el principio. Su primer encuentro con el príncipe en el palacio, y cuando posteriormente él visitó en su casa. El delito que había cometido, y como accedió a fingir ser su prometida con tal de proteger a Nathaniel y también a la misma Sharon. Ella dio un respingo de sorpresa en cuanto escuchó eso. Alice le aseguró que inicialmente todo era un plan solo para engañar a la reina de Amoris, algo que duraría poco tiempo, sin embargo, el asunto se había salido de sus manos a causa de su madre, quien presumió ante todo el mundo que su hija "sería reina".

Y también le contó que su opinión sobre el príncipe había cambiado después de muchas conversaciones con él, al darse cuenta que solo era un chico que buscaba ser coronado como rey para proteger a su pueblo. Entendió que las amenazas del príncipe siempre fueron vacías, un intento desesperado por poner fin a su inestable situación. Finalmente le aseguró que estaba ahí por decisión propia, y que seguiría fingiendo ser la prometida del príncipe hasta que la corona estuviera en su cabeza, lo cual parecía ser pronto.

Sharon no encontraba qué palabras pronunciar ante la escandalosa confesión. Su semblante lucía decepcionado.

-Llevas meses viviendo en el palacio. Meses en los que estuve tan preocupada por no escuchar noticias tuyas. ¿Por qué no me lo contaste antes?

-No podía hacerlo. Si alguien se llegaba a enterar…

-Quieres decir que creías que yo iba a delatarte por ahí -afirmó-. ¿Sabes lo triste que me pone saber que no confiabas en mí?

-¡No, no es eso! Por supuesto que confío en ti, eres mi mejor amiga.

-¡Pero mantuviste oculto todo!

-Simplemente no pensé que fuera necesario que lo supieras.

-Vaya, ¿sabes cómo me siento? -dijo cruzando los brazos con mucha indignación-. Yo no he mantenido un solo secreto oculto de ti. Las amigas se tienen confianza ¡Y creí que eso éramos!

A Alice le calaron profundamente esas palabras, porque fueron muy similares a unas que ella misma había pronunciado.

«Aunque creí que teníamos una relación de confianza, acabo de descubrir que nunca fue así», le había dicho al príncipe de Amoris, una persona que había conocido hace poco tiempo, y ahora ella misma las recibió de boca de alguien que la había conocido toda la vida.

Se sintió sumamente culpable.

-¿Sabes lo enojada que estoy? -Sharon elevó la voz, lo que hizo sentir mal a Alice aún más.

-Entiendo que estés enojada conmigo -le dijo con pesadumbre-, y que quizás ya no quieras volver a hablarme.

-No, no -Sharon interrumpió-. ¡Claro que quiero seguir siendo tu amiga!-. Alice quedó impactada con las palabras de Sharon y quiso decir algo más pero ella lo evitó. Se quedó pensativa unos instantes antes de continuar-. Sí, me frustra saber que no me confiaste este secreto, pero al final, sé que debes tener tus razones. Me enoja y estaré molesta mucho tiempo porque no te atreviste a contarme algo tan importante hasta ahora.

-Entonces ¿estás enojada conmigo o no? -preguntó con confusión.

-Sí, estoy enojada contigo, pero no me malinterpretes. No estoy enojada porque me hayas ocultado que tu compromiso con el príncipe es falso. Quizás tengas razón y se me saldría por ahí, tuviste que tener mucha precaución para que nadie se enterara. Alice -la llamó, con mucha seriedad-, estoy enojada contigo, no por ocultarme todo esto, sino porque no me tuviste la suficiente confianza para decirme los motivos reales, y que te hayas guardado todo este sufrimiento para ti sola, como siempre lo haces. ¿Cómo has aguantado todo esto?

La mirada de Sharon era una mezcla de reproche y preocupación. Su amiga de toda la vida no estaba enojada con ella por los motivos que creía. Más bien, estaba preocupada por su bienestar a tal punto que le frustraba no ser capaza de ayudarla.

Alice sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas.

-Es que -dijo entre sollozos-, no podía dejar que te hiciera daño a ti o… a Nath.

Sharon la abrazó con fuerza y Alice comenzó a llorar con alivio.

-Y te agradezco por eso -le aseguró mientras afianzaba su abrazo-. Pero no debes llevar esa carga para ti sola. No es tu deber protegerme, ya lo has hecho toda la vida. Es momento de que pienses en ti misma- se separaron, y Sharon la miró directamente a los ojos. Con ternura, le limpió las lágrimas mientras Alice asentía-. Así que sí estoy enojada -dijo fingiendo un tono de voz duro, lo que hizo reír a Alice-, pero ya se me pasará. Y se me pasará más pronto si sigues hablando. Si es que quieres hacerlo.

-Te lo contaré todo -le aseguró recobrando su compostura.

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Melody tenía su mejilla recargada en su mano mientras veía al chico comer con avidez frente a ella.

Después de encontrar a Nathaniel Lowell en condiciones críticas, Melody había cuidado de él. Cosió la herida que tenía sin hacer preguntas. Calmó su fiebre. Y ahora que por fin podía levantarse, lo alimentó. Todo con la máxima discreción posible. Incluso, se había ofrecido a cubrir a Iris, para que ella pudiera pasar algunos días con su familia, así no tendría que compartir su habitación en el palacio real con ella. Se había tomado muchas molestias con un desconocido.

-¿Qué miras? -dijo Nathaniel con poco de brusquedad.

-Solo me pregunto por qué necesita esconderse.

-Ya se lo he dicho. No pueden encontrarme. El príncipe quiere asesinarme.

Melody alzó una ceja.

-¿El príncipe Castiel? A veces da miedo, pero… es bastante atento. Sobre todo con la señorita Alice.

Nathaniel dejó salir un resoplido.

-Para mantener apariencias seguramente -respondió casi en un susurro que apenas fue escuchado por Melody.

-Entonces… ¿por qué no va con la señorita Alice?

-Lo que más quisiera en el mundo es estar con ella. Pero temo perjudicarla aún más. Y con esto -señaló la herida-, no estoy en condiciones de protegerla.

La chica se quedó pensativa.

-¿Tanto quiere ver a la señorita Alice? -él asintió-. Sé que aún no puede moverse del todo, pero si le pregunto a la señorita, quizás pueda venir a verlo personalmente.

La mirada de Nathaniel se iluminó, mientras se inclinaba hacia la chica.

-¿Podrías hacerlo? -su actitud huraña cambió drásticamente, incluso parecía tener esperanza.

-Podría tratar de preguntar. Aunque… solía atender a la señorita todas las mañanas pero últimamente nos ha dicho que no lo necesita -Nathaniel se volvió a dejar caer en su asiento, con evidente decepción-. Realmente no lo entiendo.

-Seguramente el príncipe la está castigando -dijo con hastío-. Le agradezco el alimento, y todos sus cuidados. Se los pagaré en cuanto pueda hacerlo.

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-…¿Qué sucedió con Nathaniel? ¿De verdad rompieron?

-Sí, casi desde el momento en el que llegué al palacio. No pude explicarle… Le pedí tiempo para que todo se solucionara, pero me trató tan terriblemente. Me hizo cuestionarme si había hecho lo correcto, aunque en ese momento no tenía ninguna opción.

-Este príncipe es la causa este embrollo -Sharon frunció el ceño-. Ahora estaré enojada con él. Suena como una persona terrible.

-Lo era, en un inicio -admitió Alice-. Después, cuando supo todo lo que había pasado, se disculpó. E igualmente entendí sus razones. Debo reconocer que me ha brindado bastante ayuda. ¿Recuerdas al médico que vino a visitarte? El príncipe lo envió.

-Bueno… el príncipe me pudo haber salvado la vida, pero si te hace sufrir, entonces no me agrada. ¿Nath simplemente te terminó?

-Ya no importa -suspiró-. Quizás no estábamos destinados a estar juntos. Hubo una ocasión en la que le confesé al príncipe que no podría seguir siendo su prometida. Solo tenía que asistir a un último evento, y después estaba dispuesta a admitir cualquier castigo. Él aceptó. Cuando fui al evento, ahí estaba Nath. Le aseguré que las cosas no eran como parecían. Que no había dejado de amarlo, que no lo iba a cambiar por alguien más. Estaba a punto de explicarle todo, tal y como te lo estoy diciendo a ti. Le pedí solo un día, para que yo pudiera salir libre de esa farsa. Un día más y toda su confianza puesta en mi. Y me rompió el corazón de una manera tan terrible.

Sharon pudo notar como Alice, a pesar de la tristeza de su relato, no lucía de la misma manera. Por dentro, se preguntaba cómo es que su amiga podía hablar de su ruptura con tanta indiferencia. Quizás, pensaba, dentro de aquel palacio había encontrado alivio para su dolor.

-Aún así lo invitaste a tu fiesta de compromiso -dijo, tratando de no sonar acusatoria. Alice dio una leve risa de incomodidad.

-Sé que también me vas a odiar por esto pero… yo no envié ninguna invitación.

Sharon abrió la boca con indignación.

-¿Tampoco me querías tener ahí?

-Preferiría tener a mi mejor amiga a mi lado, cuando fuera real y hubiera sentimientos sinceros de por medio. No en un acto tan frío como aquel -la explicación fue suficiente para calmar a Sharon-. Fue mi madre quien envió las invitaciones en mi nombre.

-¿Y por qué querría a Nath ahí, si nunca le agradó?

-No lo sé, y tampoco sé por qué él decidió asistir de todas formas.

-Vaya entonces, el príncipe que quiere ser coronado a toda costa te ha involucrado en todo este lío, haciéndote sufrir en el camino. Yo no me sentiría tan a gusto con un rey como él.

-No es que me haga sufrir, es que tenemos una relación… eh… -titubeó- algo complicada.

-¿Qué tan complicada puede ser si ambos están metidos en esta farsa? Si dices que no es terrible después de todo lo que han pasado, quiere decir que confías mucho en él. Y lo menos que puede hacer él es confiar en ti.

-Ese es el asunto -su voz sonaba dolida-. Yo pensé que éramos amigos… pero me ocultó cosas y yo…

-¿Igual que lo hiciste conmigo? Alice, toooodo el mundo oculta cosas -Sharon lo dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo.

-¿Aún si eso era saber que estaba comprometido con alguien a quien aparentemente quiso mucho y que esa persona se atreve a aparecer en la fiesta de compromiso porque resulta que es una reina?

-Nunca me dijiste que Nath y tú eran pareja. Yo lo averigüé por mi cuenta. Aunque más bien, era bastante obvio.

-Eso fue diferente -refutó-. Claro que te lo iba a decir, solo que no tuve oportunidad.

-Entonces ¿estás celosa de la reina de Dolce?

-¡No! Para nada -exclamó más fuerte de lo que quería decir-. ¿Cómo sabes que hablaba de ella?

-Pffff… -Sharon se rio-. Todo el mundo sabe que es la ex del príncipe. Excepto tú, porque nunca estabas interesada en los chismes. Hubo un gran revuelo el año pasado, cuando se disolvió el compromiso entre su Alteza y la princesa Debrah. Se decía que el príncipe fue quien rompió el compromiso, otros decían que fue de mutuo acuerdo. También se decía que ella lo dejó porque realmente tiene un mal carácter. Se aclaró cuando llegaron rumores de que la princesa había tomado el trono de su reino. Al parecer, lo dejó para cumplir sus obligaciones. Y el príncipe quedó solo. ¿Por qué crees que se organizó el baile en su cumpleaños en primer lugar? -Alice no pudo responder, se encontraba procesando toda aquella información. Era verdad, nunca le había interesado cotillear sobre la vida de otras personas, mucho menos si no las conocía, como era el caso de la familia real. Todo aquello era nuevo para ella. Sharon continuó hablando. -El príncipe ya cumplió 18 años, en estos momentos debería haberse casado con su prometida, pero aquella boda nunca sucedió. Por supuesto que estaban desesperados por casarlo para obtener la corona.

-¿Cómo es que sabes tanto?

-¡Es conocimiento común! Bueno, sí, me gustar escuchar por aquí y allá.

Alice se llevó las manos a su rostro, tratando de entender toda aquella situación. Castiel era el heredero a la corona. Su elección de matrimonio era de vital importancia, pues se trataba de la próxima reina de Amoris ¡Por supuesto que a todo el mundo le interesaba su vida amorosa! Evidentemente, con el fracaso en el que se convirtió su primer compromiso, no lo hubiera gustado tener que ir repitiéndolo por ahí, cuando todos habían sido testigo de ello. ¿Qué derecho tenía ella misma al exigirle explicaciones?

-Ahora me siento tan tonta.

Sharon la miró con sospecha.

-Sé sincera… ¿a ti te gusta el príncipe?

-No -contestó inmediatamente, pero aquella respuesta no convenció a su amiga.

-Creo que mientes -Alice quiso protestar, Sharon siguió hablando-. Aunque… espero que eso nunca pase.

-¿Por qué?

-¿No sería un gran problema? Te enamoras de él y luego te echa a la calle.

Alice se cruzó de brazos.

-Sí, lo he pensando.

-¡Entonces sí te gusta! -la señaló con tono acusador.

-¡No en ese sentido! -reclamó Alice-. Quiero decir que me agradaba su amistad. Era divertido pasar tiempo con él, antes de que supiera que todo eso también era parte de la farsa.

-No creo que haya sido solo una farsa. Te miraba con mucha devoción. Y cuando te besó parecía muy seguro de sí mismo. Nuestro príncipe o es muy buen actor o… -se llevó una mano a la barbilla- ¿quizás ya había tenido experiencia? Confiesa. ¿Acaso ya se habían besado antes?

No respondió, en cambio, el recuerdo de su primer beso, el beso más apasionado que nunca antes había recibido, regresó a su mente. Las mejillas se le tornaron rojizas.

-¡Estás sonrojada! -gritó Sharon, con una mezcla de genuina sorpresa y desaprobación-. ¡Sí lo has besado antes!

-Sí -confesó-. ¡Pero todo fue parte de una actuación!

-¿También tenían que convencer a la reina y a toda la alta sociedad de Amoris?

-No… solo a unos guardias -Sharon entrecerró los ojos con sospecha-. Sé que suena extraño, pero así fue. Además, estuve extraviada por una noche en el bosque, así que él debía mostrar su preocupación aunque fuera frente a unos guardias.

-¿Cómo que extraviada? -gritó boquiabierta-. Alice Arlelt, ¿qué tanto has vivido en estos últimos meses?

-Demasiado como para contarlo.

-¡Pues empieza de una vez!

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Giles Portner hojeaba con desinterés el libro que se suponía estaba leyendo. Su mente, en cambio, estaba concentrada en otra situación.

Le habían comunicado que su sobrina por fin había despertado. No había hecho nada más que dormir desde su última visita al palacio real. Se levantaba para apenas probar un bocado de alimentos, y después volvía a encerrarse en su recámara.

Se había preocupado al punto de llamar a los mejores médicos de Amoris, temeroso de que hubiera ingerido algún tipo de veneno que estuviera haciendo reacción tardía o algo por el estilo. Sin embargo, todos habían encontrado una salud perfecta en la señorita. Incluso uno había sugerido que el mal que la mantenía en cama no era físico. Giles catalogó todo como simples tonterías e incompetencia de los médicos.

Charlotte Leclair bajó las escaleras con un vestuario digno de una reina, aunque su semblante destrozado estaba lejos de tener una apariencia real.

-Charlotte. ¿Te encuentras bien? -Giles se levantó para recibir a su sobrina, quien no respondió a su pregunta-. Has estado en cama desde la fiesta de la reina. Si todo esto es porque fallaste con el príncipe…

-No he fallado, querido tío -interrumpió, y mientras acariciaba la daga oculta en su ropa, añadió-. Iré a reclamar lo que es mío.

Ignorando las protestas de Giles Portner, Charlotte partió hacia el palacio dispuesta a acaba de una vez por todas con la principal causante de su desdicha. Si ella no estuviera, habría podido ser la próxima reina de Amoris. Ella le había quitado la corona, la confianza de la reina, y el futuro que merecía.

Esa noche acabaría con la vida de Alice Arlelt de una vez por todas.

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-Vaya -exclamó Sharon, deslumbrada por la historia que Alice acababa de relatar. Ambas chicas habían dejado su lugar en el sofá y ahora estaban tendidas en el piso frente a la chimenea, tal y como siempre les había gustado conversar-. Entonces te encontraron, y lo primero que el príncipe hace es ¿besarte frente a un pequeñito grupo de guardias? Eso me suena más preocupación real y que estaba feliz y aliviado de encontrarte.

-Te aseguro que no fue así.

Sharon la miró de reojo.

-Tu sonrojo es evidente. Bueno, entonces digamos que el príncipe no tiene ningún sentimiento por ti…

-¡Es que no hay motivos para que los tenga! -Alice sonaba un poco exasperada-. Además, la noche de la fiesta de compromiso me pidió que me marchara. Aunque un día después se arrepintió.

-Algo debió pasar para que se arrepintiera de su palabra.

-Con la fiesta de compromiso venían muchos eventos sociales en los que debía estar. Supongo que no quería que me fuera sin cumplir mis obligaciones. Ahora seguiré siendo su prometida hasta que sea coronado. Y cuando eso pase todo habrá terminado. Al final eso es todo lo que soy para él -sin querer dejó salir un suspiro de frustración-, solo una herramienta para obtener la corona.

-¿Te dijo todo eso, aún después de lo que te ha hecho pasar? ¿Sin ningún motivo?

-En realidad… sucedió algo. Con Nath de hecho. Lo viste, también estuvo ahí. Bueno, él nunca me quiso escuchar antes y rompió conmigo. Pero en la fiesta se comportó muy extraño -Alice sonaba preocupada-. Dijo que sabía que "yo no era feliz" dentro del palacio, que había recibido "mis mensajes", los cuales nunca envié. Y quería que huyéramos juntos. Y después el príncipe nos encontró.

-¿Y el príncipe malinterpretó las cosas?

-Supongo que es una falta de respeto que la prometida besara a otro hombre, en la propia casa del prometido. Aún si estaba siendo forzada a hacer aquello -Sharon volvió a quedar con la boca abierta, horrorizada por el relato-. Creyó que había faltado a mi palabra y atacó a Nath. Y me ordenó que abandonara el palacio.

-¡No puedo creer que Nathaniel también sea un imbécil! -exclamó con enojo-. Y el príncipe no se queda atrás.

-No he vuelto a ver a Nath desde entonces.

-Ahora que lo dices, tampoco lo he visto -dijo Sharon, pensativa-. ¿Crees que la mujer que lo ha visitado tenga algo que ver? No quisiste escucharme antes, pero ahora te lo diré. También estuvo con ella durante la fiesta. ¿Cómo se llamaba? Leclou… Lecle…

Alice abrió sus ojos, sorprendida por la información que su amiga le estaba proporcionado. Inmediatamente reconoció el nombre.

-¿Leclair? ¿Charlotte Leclair?

-¡Sí, ella!

-¿Qué es lo que sabes?

-La he visto rondando su taller, muchas veces. Y también fueron juntos al anuncio de la plaza principal, el día de la fiesta de compromiso.

Alice recordó vagamente ese suceso, fue justo antes de que se desmayara. Por la impresión de ver al rubio entre la multitud, no fue capaz de reconocer a alguien más.

-Ámber trabaja para ella -explicó-. Y Nath también, en una ocasión… ¿quizás congeniaron?

Sharon se rió.

-¿Y tú crees que una dama tan fina como esa le gustaría codearse con gente pobre como nosotros? No tiene sentido.

Alice le dio la razón a su amiga. Aquel acercamiento era por decir menos, inusual. Anteriormente, Rosalya le habían dicho que Charlotte Leclair era una persona astuta, y mentirosa. ¿Quizás habría descubierto su pasado con Nathaniel? ¿Quizás ella era quien estaba detrás de los delirios de él? Además, Ámber seguramente habría hablando muy mal de ella.

Quería descubrirlo pero la única persona con la que podía compartir la información recién adquirida era el príncipe. Se levantó, un poco incómoda con la idea de hablar con el príncipe de este suceso.

-Me tengo que ir -le dijo despidiéndose-. Pero te prometo que te enviaré cartas.

-¿Ahora sabes escribir? -Sharon se mostró sorprendida, pero sonrió cuando Alice asintió-. ¡Mejor invítame al palacio! Así podremos conversar con más tranquilidad ¡y me puedes obsequiar de toda la comida que me has hablando!

Alice se rió mientras abría la puerta para salir. Enmudeció en cuanto vio el semblante decaído de las personas. Ya lo había notado desde que llegó. Reconocía a un par de personas como vecinos suyos, quienes siempre tenían una actitud optimista ante la vida, pero ahora caminaban con la cabeza baja. Y no eran los únicos que se comportaban de la misma manera.

-Por cierto, ¿qué ha pasado? -preguntó con preocupación. El Tercer Distrito normalmente era más vivaz-. Todos actúan muy extraño.

-Una mala cosecha -dijo Sharon, suspirando con pesadez-. Las últimas lluvias han destruido gran parte de los cultivos.

-Qué lástima.

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Mientras el carruaje avanzaba de regreso al palacio, Alice volvió a pensar en su conversación con Sharon.

A Alice le causó dolor descubrir que el príncipe no le tenía la confianza suficiente como para ventilar su anterior relación… ¿pero acaso ella misma iba por todas partes contado su triste historia con Nathaniel? No quería revivir dolorosos recuerdos. Quizás era lo mismo para Castiel. Ella no tenía que haber reaccionado de la manera en que hizo.

Se sentía un poco tonta por insistir en un tema del que la otra persona no quería hablar. Sobre todo cuando el mundo entero parecía conocer la desdicha del príncipe y juzgaba en base a las apariencias. Si hubo un compromiso político o si de verdad hubo amor en él ¿qué importaba?

¿Cómo podía exigirle a Castiel revelar todos sus secretos cuando ella misma tenía mucho que ocultar? Lo había hecho con Nath y con Sharon.

Había sido un poco dura con el príncipe.

Seguía molesta por la forma en que la despidió para luego arrepentirse, pero no podía echarle en cara. Castiel se había portado bien con ella. Fuera ficticio o no, le dio un hogar, un lugar donde refugiarse, y educación. Y ahora, según las palabras de Armin, estaba tratando de dar por fin justicia al hombre responsable de la muerte de su padre.

Más tarde le preguntaría sobre eso, y también se disculparía por su reacción. Eso si no estaba con la reina de Dolce.

Sus claros intentos de causar celos en ella, más que lograr su cometido, le irritaban. Pensaba que, al ser una reina de un extenso país, se comportaría con dignidad, como lo hacía Castiel o incluso el rey Viktor.

Más bien, se asemejaba a esas damas que les gustaba sembrar cizaña por ahí. No le agradaba.

Aunque era probable que el príncipe aún guardara algún sentimiento por ella, después de todo, había sido un compromiso de toda la vida. Como bien había escuchado a unas damas relatar, era imposible que no desarrollara afecto mutuo, o que estos fueran fáciles de olvidar.

Sea como sea, le quedaba claro que los sentimientos del príncipe no eran de su incumbencia.

Quería llegar pronto al palacio para aclarar toda la situación y revelarle la información que había adquirido sobre Charlotte Leclair.

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-Capitán, buenas noches -saludó Charlotte Leclair con total tranquilidad, mientras caminaba por los pasillos del palacio, aunque su semblante decía todo lo contrario. Parecía inestable.

-Señorita Leclair, ¿qué la trae por aquí? -se mostró genuinamente sorprendido, aunque Armin sabía de antemano sus movimientos. Sus agentes le había informado de la partida de la señorita hacia el palacio, por lo que salió a su encuentro. Lo que no esperaba ver era a una orgullosa señorita Leclair con un rostro visiblemente enfermo, con grandes ojeras que trató de ocultar bajo una capa de maquillaje, e incluso más delgada que la última vez que la había visto. Casi como si fuera un cadáver viviente.

-He sido llamada por la señorita Alice -mintió-. Así que he venido tan pronto como he podido.

-¿Por la princesa? Qué extraño. Creo que en estos momentos ni siquiera se encuentra en el palacio.

-Debió haberle surgido algo aún más importante, que olvidó nuestro encuentro. Supongo que entonces, esperaré -Armin la miró con sospecha, pero no dijo algo más-. Por cierto, ¿cómo se encuentra la señorita Ámber? No he tenido noticias sobre ella.

Armin no creyó en la preocupación fingida de Leclair. Aún así respondió con una sonrisa.

-Se encuentra de maravilla. ¿Quisiera pasar a saludarla mientras espera a la princesa?

-Sería todo un placer.

-Entonces permítame escoltarla -Armin, por primera vez desde que conocía a Charlotte, ofreció su brazo como acompañante. Charlotte no ocultó su sorpresa, pero aceptó encantada. Una ligera sonrisa iluminó su enfermo rostro-. A mi linda novia le encantará su visita.

-¿N-novia? -Charlotte frenó en seco, olvidando la pequeña felicidad que había tenido segundos atrás.

-¿O quizás debería llamarla "mi futura esposa"? -Armin se rio con vergüenza-. Hace poco nos hemos convertido en una pareja oficialmente. Sabe, nos gustaría casarnos lo más pronto posible. Aunque, con tanto alboroto por todas partes, no debo apresurar las cosas.

-¿Por qué? ¿Por qué ella? -insistió con la voz quebrada-. Habiendo tantas señoritas en el reino…

-No lo sé, simplemente lo supe, que tendría que ser ella. Fue gracias a usted que pude conocerla, ya que la trajo al palacio.

Charlotte se llevó una mano a su boca, tratando de ocultar su evidente sorpresa. El capitán pudo sentir como temblaba bajo ella. Entonces, trató de dar una encantadora sonrisa, pero en lugar de eso, apareció una retorcida mueca.

-Felicidades capitán -dijo con los ojos bien abiertos-, espero que sean felices.

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Alice llegó al palacio, decidida a buscar al príncipe para conversar con él. Sabía que él también estaba esperando alguna charla y fuese lo que fuese, Alice ya había decidido disculparse por su manera de actuar.

No tuvo que buscar ni preguntar por el paradero del príncipe. En cuanto entró fue interceptada por Rosalya.

-Querida Alice -la duquesa le saludó con más alegría de la que le había visto en los últimos días. En sus manos llevaba un gran ramo de rosas rojas, tan preciosas como las que adornaban el jardín.

-¿Qué es esto?

-¿Qué más podría ser? Un regalo de tu prometido- dijo poniéndole el ramo en sus manos. Alice ahogó un grito de sorpresa-. Sí, sé lo que estás pensando. «Qué horror que utilice a la duquesa como mensajera» -bromeó-. Pero quiere que sepas que, si lo deseas, está dispuesto a hablar contigo en privado.

-De hecho venía con las mismas intenciones.

Rosalya suspiró con alivio.

-¡No sabes cuánto me alegra escuchar eso! -dio algunos brinquitos de felicidad-. Ya es momento de que se reconcilien.

-¿Era evidente que discutimos?

-No sabes lo devastado que estaba Castiel -a Alice le sorprendió el comentario-. Lamentablemente ahora mismo se encuentra en una reunión, pero le haré saber qué has llegado. Por favor, espera por él en su lugar favorito.

Le guiñó el ojo antes de retirarse. Alice sabía exactamente a donde dirigirse.

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-De todas las personas en el mundo, jamás creí que tú me visitarías- dijo Ámber, a modo de saludo. Aún seguía postrada en cama, aunque ya no presentaba ningún malestar físico y había pasado cualquier peligro por haber ingerido el té envenado, le gustaba el cuidado que le brindaban en el palacio. La reina, quien estaba especialmente apenada con su nueva invitada, la colmó de regalos y ordenó que fuera atendida con todo lo que la chica exigiera.

-Tengo algunos asuntos que resolver -Charlotte contestó sin mostrar ningún tipo de emoción-, así que decidí matar el tiempo.

La chica rubia se incorporó de su lecho. Lucía ofendida.

-No soy un entretenimiento para ti.

-Qué insolente -frunció el ceño-. Y pensar que llegaste siendo una simple sirvienta.

-Y ahora me convertiré en la esposa del segundo hombre más importante de Amoris.

-Así que has decidido a aceptar sus atenciones solo porque conoces su fortuna. No me sorprende -dijo con desaprobación mientras Ámber reía con burla-. Tu ambición no conoce límites.

-¿Y tú hablas de ambición? Ja, no me hagas reír -después con mucha seriedad señaló la puerta-. Está aquí afuera. Puedo hacer que te arreste.

-¿Por qué motivo? -alzó una ceja.

-Me estás intimidando -dijo con firmeza-. Y por supuesto que creerá en mi palabra. Ahora soy su prioridad.

-¿Solo recibes un poco de amabilidad, y ya te crees con tanto derecho?

-¿Qué, estas celosa? -la pregunta tomó totalmente desprevenida a Charlotte, quien no pudo contestar-. ¿Sabes? Por un momento imaginé que querías acabar con Alice Arlelt porque estabas enamorada del príncipe, pero me he equivocado. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo mucho que añoras al capitán Krieger? -en ese momento, la taciturnidad que siempre caracterizaba a Charlotte Leclair la dejó de lado, y una inexplicable ira se apoderó de ella. Su rostro se deformaba más y más con las palabras llenas de burla que Ámber profesaba-. Te contaré un secreto: besa bastante bien. Me pregunto si será igual de bueno en la cama. No importa, pronto lo sabré -se rio llevándose una mano a su boca, como si quisiera mostrar algo de vergüenza por sus palabras-. No te preocupes, serás una invitada de honor en la boda. Podrás visitarme en mi mansión cuando nazca nuestro primer hijo. Y por supuesto, durante el resto de nuestra vida, serás testigo de cuanto soy amada por Armin.

Mientras Ámber todavía hablaba, Charlotte acortó la distancia que las separaba y alzó su mano con total furia sobre ella.

-¡Cómo te atreves a…! -antes de que pudiera hacerle algún daño, la chica interceptó el brazo que amenazaba con abofetearla.

-¡Adelante, hazlo! -le retó con seguridad-. Si quieres hacerme daño ¡intenta hacerlo! El palacio está lleno de guardias y yo soy la futura esposa de su Capitán. Basta con que grite, haré que te metan al calabozo.

Charlotte forcejeó un poco antes de librarse del agarre de Ámber. Ella la miraba como si hubiera obtenido una victoria sobre Leclair. Por dentro, Charlotte Leclair se sentía destrozada.

No pensaba con claridad, en ese momento sentía que su entero mundo se había derrumbado. Su retorcido plan de ser reina y por ende poseer la suficiente autoridad para tener al hombre que quisiese se vino hacia abajo en un instante. Tenía razón, su ambición era muy, muy grande.

Ahora, todo había sido arruinado por personas tan bajas como Alice Arlelt y Ámber Lowell. No les dejaría ganar tan fácilmente.

Fingiendo su derrota, se alejó de Ámber, quien se reía con burla detrás de sí. En realidad, sin que la chica supiera, estaba rebuscando entre su elegante vestido.

-Bueno, si me arrestan, será por algo que valga la pena- Charlotte sacó su daga y tomando desprevenida a Ámber, se abalanzó sobre ella.

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Alice caminó hacia el jardín de rosas, contemplando el ramo de flores que el príncipe la había enviado. Sin darse cuenta, había una sonrisa en su rostro.

¿Qué le habrá impulsado a darle un regalo como aquel? Todo lo que había recibido de Castiel aunque eran muy lujosas, se trataban de cosas cotidianas… hermosos vestidos, abundantes comidas, el collar que formaba parte de una tradición y el anillo de compromiso, aunque estos dos no parecían ser meramente regalos, más bien formalidades que había devuelto.

Era la primera vez que recibía algo diferente y eso le agradaba.

Aunque era sencillo -y había un espectacular jardín de rosas rojas dentro del palacio- no dejaba de sonreír cada vez que lo veía.

Alice llegó al jardín e inmediatamente se quedó sin aliento. Alrededor de la fuente, cerca de la banca donde ella y el príncipe constantemente se detenían a charlar después de sus paseos, estaba iluminado por cientos y cientos de velas de diferentes tamaños.

La tenue luz se reflejaba sobre el agua de la fuente lo que le que le daba un aspecto totalmente romántico.

No sabía qué decir, o qué hacer. Permaneció inmóvil observando aquel precioso paisaje, queriendo capturar en su memoria aquel bonito recuerdo.

Castiel llegó tras ella, casi corriendo. Su rostro agitado se alivió en cuanto la vio. Alice reparó en que el príncipe, quien siempre portaba elegantes trajes, vestía únicamente una sencilla camisa y pantalones. Como si directamente hubiera corrido sin prepararse de antemano. Aquel aspecto le daba un aire totalmente relajado.

-Gracias por venir -le dijo cuando llegó junto a ella.

-Gracias por el ramo -Alice se sentía más tímida de lo normal-. Son hermosas.

-Sé que te gustan las flores -la chica se sorprendió con la declaración del príncipe. No recordaba haberle dicho algo al respecto-. Cuando Viktor te envió unas como regalo -explicó ante interrogante mirada de la chica-. Disculpa por no haberlo notado antes.

-Eso no requiere ninguna disculpa -dijo al mismo tiempo que dejaba salir una pequeña risita, mientras que por dentro se preguntaba, ¿qué habría pasado si el príncipe lo notaba antes?

-¿Quieres sentarte? -ofreció y ella asintió y durante unos instantes nadie dijo palabra alguna.

-¿Salió todo bien en tu visita? -fue Castiel quien habló.

-Sí. Fui a ver a mi amiga, Sharon Smith.

-La recuerdo. ¿Ha mejorado de salud?

-Sí, gracias a ti.

-Gracias a los médicos, yo no hice nada en realidad. Deberías invitarla al palacio. Me gustaría conocer a tus amigas. En la fiesta no tuve oportunidad.

-Quizás lo haga -se rio recordando la petición de Sharon-. Aunque a decir verdad, no tengo tantas amigas.

Inconscientemente se encontraba confesando pequeños detalles de su vida que normalmente no diría en una conversación. Al parecer era muy sencillo hablar con el príncipe. Quizás por eso habían pasado horas y horas compartiendo trivialidades.

-Yo…

-Yo…

Hablaron a al mismo tiempo, y se callaron al mismo tiempo, avergonzados de haber interrumpido al otro.

-Por favor, empieza tú -concedió el príncipe.

Alice se armó de valor para poder hablar.

-Quería disculparme por la forma en que reaccioné. Fui una completa idiota.

-No, no tienes nada de que disculparte -le dijo el príncipe-, el idiota fui yo.

-Bueno… creo que ambos lo fuimos -se rio, Castiel le imitó, pero después volvió a hablar con mucha seriedad.

-Perdóname a mí, por decirte todas esas estupideces, sobre ti y… tu antiguo prometido -dijo con cautela-. Sé que puede sonar como una excusa demasiado patética, pero estaba realmente enojado y dolido. Creí que me abandonarías después de que me prometiste estar a mi lado. Sé que te hubiera dejado ir si me lo hubieras pedido, pero no estaba dispuesto a aceptarlo. Y también sé que… es el error más grande que he cometido porque no eres ese tipo de persona. Tú nunca traicionarías a alguien.

Alice sintió que las lágrimas se le acumulaban en sus ojos. Estaba dispuesta a escuchar los motivos del príncipe, pero escucharlo directamente de él, dolía.

-Mi historia con Nathaniel terminó hace mucho tiempo, como te lo había asegurado.

-Alice… -Castiel tomó la mano de la chica y la miró directamente a los ojos. Inesperadamente también parecía que se echaría a llorar en cualquier momento-. Perdóname.

Jamás había visto tanta sinceridad de parte del príncipe. Apretaba con firmeza la mano que la sostenía. No creyó a la duquesa cuando dijo que estaba realmente devastado. Y aun así estaba enfrentando su error.

-Yo también me disculpo -dijo Alice-. Todo el mundo tiene algo que ocultar, no debí haber insistido si no querías hablar.

-No, tienes razón, debí ser sincero contigo. Te lo contaré todo, sin ocultar nada.

-Castiel, no tienes que hacerlo si no lo deseas.

El príncipe por fin sonrió.

-Me agrada cuando dices mi nombre -después, se tomó un tiempo para comenzar con su relato-. Fue un compromiso arreglado, con fines meramente políticos. Incluso antes de que naciera, mi compromiso con la segunda princesa de Dolce estaba decidido. Me casaría con ella al cumplir los 18 años y seríamos coronados como reyes de Amoris. Creí que iba a estar con ella el resto de mi vida y por lo tanto, la amé. Y creía que me amaba de vuelta. Nunca me di cuenta que solo iba tras el poder sin importar mis sentimientos.

Una conversación cruzó con su mente.

-Cariño, relájate por favor -la princesa de Dolce, Debrah, caminaba de un lado a otro de la habitación más interesada en buscar diversos objetos que iba guardando en su baúl de viaje que escuchar las súplicas del príncipe Castiel quien la seguía con desesperación.

-Dijiste que la convencerías.

-Pues no pude. Mi hermana no quiere gobernar Dolce. Como segunda en la línea al trono, tengo que asumir su papel.

-Entonces ¿qué va a ser de nosotros?

Ella lanzó una risa burlona.

-¿Nosotros? Nunca hubo un "nosotros". ¿No lo recuerdas? Siempre se trata de Dolce o Amoris.

-¿De verdad me vas a dejar?

-Castiel -nunca le llamaba Castiel, siempre era su "cariño"-. No tienes ningún corazón -reprochó-. ¿Querías tenerme aquí en un país extranjero, adaptándome a otra cultura y privándome de todo lo que Dolce significa para mí?

-¡Tendrás todo lo que quieras! Incluso, si no quieres gobernar Amoris, puedo cargar con todas las responsabilidad yo solo. ¡Pero estarías conmigo! ¿No te basto yo? ¿Mi amor no es suficiente para compensar todo eso?

El príncipe estaba derramando lágrimas suplicantes, pero aquello no causó ningún efecto en ella.

-Que ingenuo eres, Castiel. Somos la realeza, no necesitamos sentimientos.

-¡Pero…!

-¡Basta! ¡Qué patético eres! Solo piensas en ti mismo.

Quizás si le hubiera dicho que su país es más importante, y ahora está más vulnerable que nunca, hubiera entendido. Ella no derramó ninguna lágrima y se sentó con orgullo en su trono.

-Por un tiempo me creí esas palabras. Que no puedo sentir. Amor, compresión, empatía, no necesitaba nada de eso Que era egocéntrico. Y me aterraba, porque de esa manera no sería capaz de gobernar Amoris. Pero… recientemente acabo de descubrir que no es así. Sí puedo amar y sentir todas esas emociones sin reprimirlas -el príncipe posó sus ojos grises sobre Alice, quien escuchaba con total atención-. Y todo gracias a ti.

-¿A mí? -Alice estaba visiblemente sorprendida.

-Desde el principio, no puedo estar en malos términos contigo -después con su corazón latiendo fuertemente declaró: -Porque eres la persona más especial en mi vida.

Alice parpadeó un par de veces, sin estar segura de comprender las últimas palabras del príncipe.

-¿Especial? ¿Cómo una amiga?

Ahí estaba la chica de sus sueños con sus grandes ojos brillantes mirando con impaciencia, queriendo descubrir qué era realmente para él. Quería decirle todo, lo mucho que la amaba, lo mucho que deseaba que aquella relación fingida fuera real. Y lo mucho que deseaba que fuera su esposa en el futuro.

Sin embargo, después de herir tan cruelmente a Alice, no se sentía digno de decirlo.

-…Sí -respondió, derrotado.

- Oh -una hermosa sonrisa se le formó en el rostro-. Entonces me consideras como una amiga.

-¿Eso te hace feliz?

-La verdad es que sí. También te considero alguien valioso. Y no me gusta discutir con la gente que me importa.

El príncipe alzó una ceja, mientras preguntaba con media sonrisa.

-¿Yo te importo?

La chica se sonrojó al ser consciente de sus palabras.

-¡C-claro! -aunque quiso sonar segura, tartamudeó un poco-. Me has ayudado en momentos difíciles. Y te preocupas por Amoris. Espero con ansías el día que puedas llegar a ser rey -el príncipe no dijo nada, solo asintió con su cabeza-. Me alegra que hayamos podido resolver esto. Ya hace frío. Deberíamos regresar.

Alice fue la primera en ponerse de pie, mientras Castiel, aún sentado y sin ninguna expresión en su rostro más que arrepentimiento, no dejaba de pensar en sus últimas palabras.

¿De verdad dejaría ir las cosas así? Era verdad que no sentía que mereciera estar al lado de Alice, pero ¿alguna vez lo haría?

¿Cuánto tiempo tendría que seguir ocultado sus sentimientos por Alice? ¿Cuánto tiempo más tendría que soportar aquella agonía?

Estiró su mano y detuvo a la chica antes de que comenzara a caminar.

-Por todos los cielos, no puedo hacerlo -Alice frenó e inmediatamente sintió preocupación por el abrupto cambio del príncipe-. No, no puedo mentirte ni mentirme a mí mismo. No te veo como una simple amiga.

-¿Qué quieres decir?

-Alice, estoy enamorado de ti.

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Escribí lo de tres capítulos en uno solo, jé.

Muchas gracias Jessy y a lotus-san por sus comentarios y apoyo uwu.

Recuerden que me pueden encontrar en FB como Akeehl, suelo publicar spoilers, avances, curiosidades y otras cosillas respecto al fanfic.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!.