Capítulo V

El aroma de las flores

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"En todas partes existen flores, para quienes quieren verlas."

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Las gotas de lluvia golpeaban con fuerza contra los vidrios de la ventana. Dentro, el aroma del pai de manzana cociéndose en el horno invadía el departamento. Mientras, cortaba verduras para preparar su delicioso ramen.

Su departamento era pequeño pero muy acogedor. La cocina compartía espacio con el comedor y la sala de estar. Se encontraba en el tercer piso, con vistas a la calle. Tenía un ventanal enorme que daba al balcón, en donde tenía un minijardín con flores de diversos tipos y colores, a las que cuidaba como si fueran sus hijos. La sala estaba delicadamente decorada, en blanco y negro, con detalles en rosa, como el mantel y las cortinas. Sobre la mesa de algarrobo tenía un fino florero de vidrio con algunos lirios en color rosa, sin dudas, su flor favorita.

La tele estaba encendida en un canal de noticias, pero no estaba prestando atención a lo que estaban dando. Toda su concentración estaba en su plato. Amaba cocinar, casi tanto como a sus plantas. Y más cuando cocinaba para esa persona especial.

Terminó de cortar las verduras y las metió en la olla para que se cocinen con los demás ingredientes. Luego se acercó al horno, sacó su pai y lo dejó sobre la mesada para que se enfríe.

El aroma a manzanas recién horneadas llegó a sus fosas nasales e invadió sus pulmones. Del mismo modo la invadió la nostalgia. El pai de manzanas era el favorito de Usagi.

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Colocó el pai sobre la mesa, dónde ella la esperaba. Los ojos de Usagi brillaron de la emoción.

-¡Se ve delicioso! - dijo con emoción. Cortó un pedazo y lo sirvió para su amiga y luego otro para ella. Sirvió un poco de café en unas hermosas tazas de porcelana. Usagi tomó el tenedor y se apresuró a probar un bocado.

-Dime… ¿Qué te ocurre Usagi?

-¿Eh?- dijo ella, despegando su mirada del pai.

-Sé que no has venido sólo por mi pai. - sonrió dulcemente. Usagi rio, mientras una gota de sudor caía por su frente. Ella la conocía demasiado.

-Pues... la verdad es que quería pedirte tu ayuda... para la boda. Tú eres tan buena para esas cosas, en cambio yo... soy un desastre...- rio. Makoto sonrió ante aquel pedido. Los ojos de Usagi adquirían un brillo especial al hablar de la boda. Pero también podía percibir cierto temor en su mirada. Había algo que la preocupaba, aunque tratara de aparentar que todo estaba perfecto, que estaba feliz por la boda.

-Claro, Usagi...- llevó la mano a su mentón, buscando algunas ideas. - Creo que podría hacer unos lindos centros de mesa con flores naturales... y también podría ayudarte a escoger el pastel y con la decoración del salón...- Usagi sonrió, pero sus ojos aun reflejaban cierta tristeza. - ¿Hay algo que te preocupa? - Usagi sonrió con dulzura.

-Claro que no, Makoto... es sólo que todo esto de la boda me estresa bastante...- rio nerviosa, mientras rascaba su cabeza.

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En ese momento no le había dado demasiada importancia, había creído en que ella sólo estaba nerviosa por tan importante acontecimiento. Pero ya no estaba segura de nada. Desde el primer momento había tenido la impresión de que ella no quería casarse, pero ¿cómo podía eso ser posible cuando su boda con Mamoru había sido su sueño desde la adolescencia?

Levantó la vista hacia la ventana, observó la lluvia caer. Se sobresaltó ante el sonido de un rayo. Aquella tormenta era tan extraña, aquellos rayos tenían una energía especial. Quizás fuera su imaginación, pero sentía una poderosa aura dando vuelta por la ciudad, hasta las flores olían diferentes. ¿Acaso había algo que amenazaba su tranquilidad? ¿Qué pasaría si un nuevo enemigo apareciera justo en ese momento en el que Usagi estaba como muerta en vida? ¿Acaso ellas podrían proteger a su mundo y a su princesa?

Un sonido de campanas interrumpió sus pensamientos. Era el timbre de su puerta. Él había llegado. Corrió hasta la puerta para abrirle. Al hacerlo, se encontró con el joven escondido detrás de un enorme ramo de lirios rosados. Sonrió.

-¡Motoki!- El joven bajó el ramo, permitiendo que ella pudiera ver su rostro. Le entregó el ramo, al mismo tiempo que le daba un tierno beso en los labios. - Llenarás mi casa de lirios...- dijo sonriendo.

-Sé que nunca te aburres de ellos. - dejó su paraguas a un lado de la puerta y se quitó su piloto, mientras Makoto llenaba un florero para poner las flores. - ¿Será que algún día dejará de llover? - comentó antes de salir del recibidor. Al dar un paso en la sala, el dulce arroma del pai de manzanas de Makoto alcanzó sus fosas nasales. - Mmm... qué bien huele... Amo tu pai de manzanas... Aunque no tanto como a ti. - Makoto sonrió.

-Lo sé... por eso no puedo dejar de prepararlo...

-¿Necesitas que te ayude en algo?

-Emm... quizás puedas poner la mesa, la comida está casi lista. - dijo ella con una sonrisa. Entonces el buscó los platos y los palillos en el mueble en el que ella solía guardarlos. Mientras colocaba los platos en la mesa, escuchaba las noticias que estaban pasando por la televisión. Hablaban de los extraños asesinatos que estaban ocurriendo en Inglaterra.

-Es terrible...- comentó Motoki, levantando el sonido del televisor. - La forma en la que los asesinan, ¿quién podría hacer algo tan atroz? - Makoto observó el televisor por primera vez, ni siquiera había prestado atención a lo que decían.

"Los extraños asesinatos han comenzado en la ciudad de la Universidad de Oxford y luego se han reportado en las ciudades vecinas."

-¡No puede ser! - dijo Makoto, alarmada, al saber que la universidad en la que estudiaba su amiga había sido el lugar donde se habían originado los asesinatos.

"Las autoridades aun no tienen ninguna pista, aunque la gente comienza a hablar de algún tipo de demonio o maldición. Sucede que el primer asesinato reportado fue dentro de las instalaciones de la universidad, se trataba de un hombre que trabajaba en seguridad en el lugar. Al mismo tiempo que se hallaba su cadáver se reportó la desaparición de una momia de incalculable valor científico y también económico. Al parecer la momia, que estaba siendo investigada en la universidad, significaba un importante descubrimiento científico. Hemos tenido la oportunidad de hablar con la egiptóloga Reika Nishimura, la descubridora de esta momia. Vemos la nota ahora."

-¿Reika Nishimura? - repitió Makoto, sorprendida. Luego volteó a ver el rostro atónito de su novio.

A Motoki se le heló la sangre al oír el nombre de quien había sido su novia. Novia con la que había terminado cuando ella había decidido viajar a Egipto para terminar sus estudios y comenzar con su carrera profesional. La misma con la que habían dejado abierta la posibilidad de volver a estar juntos si acaso no habían encontrado a una persona especial durante el tiempo en que estuvieran separados. Claro, él ahora tenía a Makoto, y la amaba. Pero aun había algo en esa vieja historia que le dolía, aún no había logrado darle un punto final a esa antigua relación. Y Makoto lo sabía. Siempre había sentido que Motoki no había olvidado del todo a su ex. Y allí estaba, inmóvil, viendo a la hermosa joven en la pantalla de la televisión, rodeada de periodistas que peleaban por poner su micrófono más cerca de ella, que hablaban todos al mismo tiempo, intentando que sea su pregunta la que responda antes que la de su colega.

Entre preguntas y preguntas sobre aquel estupendo descubrimiento, sobre si tenía alguna idea de que había podido pasar o si tenía acaso algún enemigo que quisiera robarle la gloria, un periodista se atrevió a preguntar si pensaba que los extraños asesinatos y la desaparición de la momia estaban relacionados, si acaso era algún tipo de maldición. Ella pareció paralizarse. Titubeó, sin encontrar respuesta. ¿Una maldición? Claro que lo había pensado. Pero, era una locura.

Makoto se acercó al joven que aún permanecía inmóvil.

-Vaya... un descubrimiento que puede cambiar la historia... Parece que le está yendo muy bien, su sueño está a punto de cumplirse...- dijo, con cierta molestia en su tono de voz. Eso hizo que Motoki reaccionara. ¿Makoto celosa? Rio nervioso.

-Pues, si... pero... ¿Por qué mejor no vemos otra cosa? - dijo tomando el control para cambiar de canal.

-La comida ya está lista...- Makoto dio media vuelta y volvió a la cocina, para servir el ramen. Estaba molesta.

-Oye, Mako-cham ¿sabes cuánto te amo? - ella sonrió, pero no se movió de la cocina. Sirvió el ramen en una fuente y se acercó a la mesa. Cuando dejó la fuente sobre la misma, Motoki la abrazó por la espalda y besó su cuello. – No te pongas celosa…

Makoto se hizo la ofendida sólo por unos segundos. La realidad era que le gustaba hacerse la enojada sólo para que el intenté contentarla con besos y palabras lindas. Bastaban un par de besos y unos cuantos te amo para que su molestia desaparezca como por arte de magia.

El resto del almuerzo pasó sin mayores inconvenientes. Hablaron de cosas sin sentido, de su proyecto de abrir su propio restaurante, y de lo muchos otros proyectos que tenían juntos. Luego de la comida tomaron un café y comieron el pai de manzana que a Motoki tanto le gustaba.

-Comí demasiado. - dijo Motoki estirando sus brazos. Luego miró por la ventana. -Mira, al fin paro de llover. - comentó. La lluvia había cesado, aunque aún estaba nublado. - ¿Vamos a dar una vuelta?

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Caminaron por las calles del barrio, esquivando los charcos de agua que habían dejado las intensas lluvias. Makoto iba tomada del brazo de Motoki, mientras charlaban alegremente. Doblaron en la esquina, rumbo al parque. Al hacerlo, se cruzaron con un hombre, que pasó muy cerca de Makoto, casi rosándola. Y, por un momento, tuvo la impresión de que el tiempo se volvía más lento. Lo observó de reojo. Era un hombre alto, fuerte, imponente. No llegó a ver su rostro, pero tenía largo Cabello castaño, ondulado. Olía muy bien, como las rosas de su minijardín en el balcón. Volteó a verlo pasar. El también volteó, sin detener su paso. Y sus ojos verdes se entrecruzaron con los suyos. Su corazón pareció detenerse por unos segundos, sus mejillas se sonrojaron. ¿Quién era? ¿Por qué la miraba de ese modo? ¿Por qué despertaba en ella tantos sentimientos encontrados? ¿Por qué sentía que lo conocía más que a nadie en el mundo?

-¿Ocurre algo Mako-cham? ¿Estás bien?

-Si… estoy bien… es que, creí que lo conocía de algún lado… Pero, no, creo que es sólo mí imaginación.

El hombre dio unos pasos más antes de detenerse en seco. Volteó solo para verlos doblar en la esquina. Se los veía muy bien juntos, eso le provocó cierta tristeza.

-Al fin te encontré Makoto…- susurró. Y fue como si sus palabras se las llevará el viento y llegarán hasta los oídos de ella. Su piel se estremeció, al tiempo que la invadía una inmensa nostalgia, nostalgia de un tiempo pasado.

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Las oscuras calles de la metrópoli estaban vacías, quizás era por el temor que sentía la gente al terrible asesino en serie. Caminaba como reina y señora a la luz de la Luna, como solía hacerlo miles de años atrás. La Luna, aquella que era testigo de su renacimiento. La misma Luna que había sido testigo de su cruel destino hacía tanto tiempo. Había recuperado su figura de aquellos tiempos. Lucia espléndida, radiante. Unos veinte humanos "absorbidos" habían sido suficientes para recuperar su esplendor. ¿O habían sido treinta? Cabellos negros y ondulados que apenas llegaban a su cintura, rasgos finos, delicadamente marcados, ojos levemente achinados, tez trigueña. Podría pasar tranquilamente por alguna estudiante extranjera, de las que abundaban en esa ciudad cosmopolita. Eran tan bella que no cabían dudas que podría seducir a cualquier hombre para obtener lo que deseara. Pero aún había un problema. Sus ropajes maltrechos tras miles de años atrapada en ese sarcófago aún le impedían pasar desapercibida en esa enorme ciudad. Debía hacer algo al respecto.

Vagó sin rumbo aparente, sólo guiada por su instinto de supervivencia, hasta que llegó a una iluminada peatonal en el centro de Oxford. Su rostro se iluminó al ver los escaparates que exhibían finas prendar acordes al último grito de la moda. Quizás haya vivido en un mundo totalmente ajeno, en un tiempo en donde nada era igual, pero su inteligencia estaba intacta como para deducir que esa calle era la versión moderna de las antiguas ferias a las que la gente acudía para adquirir alimentos, vestimenta y todo tipo de utensilios. Se detuvo ante el escaparate de una importante tienda de moda inglesa a observar los vestidos que lucía el maniquí. Sin pensarlo demasiado, golpeó el grueso vidrio con su puño, haciéndolo añicos. El sonido de las alarmas de aquella tienda se hizo eco en el silencio de la noche, alertando a los policías que patrullaban la zona. Cómo si no hubiera escuchado aquel escándalo, ni la profunda herida que hacía sangrar su puño, ingresó a la tienda por el escaparate destruido y fue directo hacia los finos vestidos de seda.

No pasó mucho tiempo hasta que la pareja de policías que estaban de guardia esa noche se hiciera presente en la tienda. El hombre se aventuró primero. Empuñando su arma, ingresó al lugar, seguido por su compañera. Buscó por todos los rincones, pero no encontró rastros del delincuente. Con una seña, indicó a su compañera que se separasen. Él se dirigió hacia la derecha, adónde se encontraba la caja registradora, mientras la mujer se dirigió a la izquierda. Dio algunos pasos, antes de pensar que quizás el delincuente había escapado al escuchar el sonido de la alarma. Pero tenía esa extraña sensación de que alguien lo observaba.

Volteó de prisa, al sentir a alguien jadear detrás de él. Fue cuando la vio salir de atrás de unos percheros. Estaba oscuro, no pudo ver su rostro, sólo su silueta, la silueta de una mujer alta y esbelta. Sus ojos brillaban como los ojos de un gato cuando les llega un halo de luz. Eso lo alarmó, ¿Quién era? ¿Por qué se respiraba ese olor a muerte y putrefacción? Bajó su arma, atemorizado. La mujer sonrió. Se abalanzó sobre él y lo tomó por el cuello. Era dueña de una fuerza sobrehumana. Aproximó su boca a la de él, como si quisiera besarlo, la abrió bien grande, provocando que el hombre también lo hiciera. De ese modo, absorbió toda su vida. La profunda herida en su mano sano de inmediato. El cuerpo inerte de aquel policía cayó al suelo y ahí quedó, tal como los otros. Piel consumida que dejaban notar cada uno de los huesos de su cuerpo, rostro de terror.

-¿Williams?- escuchó en boca de una mujer desde el otro lado de la tienda. - ¿Williams estás bien? - Volteó violentamente, al sentir los pasos retumbar en el suelo de madera. Se estaba acercando.

Observó el escaparate roto, que daba a la calle. Tomó un vestido de las perchas, dio un par de saltos y salió del lugar, luego corrió a toda velocidad por las calles de la ciudad.

La mujer llegó hasta el lugar en donde yacía el cuerpo de su compañero. Observó el desastre de prendas tiradas en el suelo. Ese olor a muerte se metió en sus fosas nasales. Tapó su nariz con su mano y siguió adelante. Entonces lo vio. El cadáver del hombre, espalda al suelo, con su boca abierta a lo máximo que le permitían sus mandíbulas.

El grito desgarrador de la mujer se entremezcló con el sonido de las alarmas y retumbó en toda la cuadra.

En el cielo, nubes negras comenzaban a cubrir la Luna, impidiendo que su luz llegue a la Tierra. La observó satisfecha, con una sonrisa en su rostro. Caminó a paso lento, con el vestido blanco, sencillo, que había sacado de aquella tienda. El rostro de aquel joven de cabellos rubios llegó a su mente. Ese sujeto que le había robado su anillo, debía encontrarlo a como dé lugar. Ese sujeto, estaba segura de haber visto su rostro en algún lado.

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Detuvo su paso abruptamente, al ver a los hombres acercarse. Se detuvieron a unos pasos frente a ella. El posó sus profundos ojos azules en ella, sus ojos expresaban molestia. Dio un paso al frente, dejando a los otros tres por detrás. Su larga cabellera blanca y su capa danzaban al compás de los vientos. Ella sonrió.

-Jamás lo permitiremos, Keres…- dijo con voz grave. - Nosotros vamos a detenerte. La mujer río, mientras movía su cabello de manera seductora. Así era como encandilaba a los hombres para conseguir lo que deseaba, siempre. Él hizo una mueca de disgusto. Luego, observó a los hombres que la acompañaban. Eran cuatro. Muy apuestos todos, por cierto. Pero, por alguna razón ellos no caían en su encanto.

Se enfocó con los ojos del caballero de larga melena rubia. La miraba con desprecio.

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-Zoycite…- susurró.

Claro, ahora lo recordaba. Era él, uno de los generales del príncipe Endymion. Sonrió. No le sería difícil encontrar su esencia. Aunque su presencia en ese tiempo la incomodaba. ¿Existirían también los otros tres?

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¡Buenas a todos mis queridos lectores!

No se dan una idea de cuánto me costó escribir este capítulo. Por alguna razón me cuesta mucho escribir sobre Makoto, creo que es mí sailor menos favorita. Si hay algún fan de Makoto entre los presentes, díganme ¿qué les ha parecido este capítulo? ¿Cumplió sus expectativas? Espero les esté gustando la historia. Cómo verán, estoy dedicando cada uno de estos capítulos a una de nuestras senshis. El próximo capítulo estará dedicado a Rei, ¡espero verlos allí!