Capítulo 18
Me removí intranquila entre las sábanas, respiré profundamente y un olor embriagante y demasiado conocido inundó mis sentidos. Sonreí todavía medio inconsciente por el sueño y enterré mi nariz en la almohada que había bajo mi cabeza intensificando así ese olor. Los recuerdos de lo que había pasado con Edward comenzaron a filtrarse en mi mente y un gemido salió de mi garganta sin que pudiese evitarlo. Escuché una risa ligera de fondo, hasta que unas suaves caricias en mi espalda desnuda me hicieron sonreír de nuevo.
— Despierta dormilona... —susurro la voz de Edward en mi oído justo antes de depositar ligeros besos bajo mi oreja— déjame ver tus ojos —pidió.
Si me concentraba podía todavía sentir cada beso y cada caricia, cada sensación que atravesó mi cuerpo. Pero aunque en ese momento me sentía totalmente segura de lo que estaba haciendo, me asaltaron las dudas. Edward solo había dicho que se estaba enamorando de mí, pero no me prometió nada, no me dijo que estaría a mi lado después, o que mañana todo sería igual o más intenso... no había nada.
Intenté alejar esos pensamientos antes de que se filtrasen en mi estado de ánimo y decidí vivir el momento, ya me lamentaría después si era necesario. Separé mis parpados perezosamente y una tenue luz que se filtraba por la venta me dejó ver perfectamente lo que me rodeaba. Estaba en una habitación pintada de un color granate sobrio, los muebles eran negros y el cobertor que cubría mi desnudez de un blanco impoluto. Me giré lentamente para encarar a Edward y sus dos preciosos ojos verdes me recibieron brillando con luz propia.
— Te diría buenos días, pero son las tres de la tarde... ¿quieres comer algo? —preguntó acercándose poco a poco a mí.
Sonreí y dejé que sus labios se uniesen a los míos lentamente, cada beso con Edward era diferente, pero a la vez causaba el mismo efecto en mí, me sentía arder entre sus brazos, mi sangre hervía y mi piel casi estallaba en llamas.
Se alejó antes de lo que me hubiese gustado y no pude evitar quejarme débilmente, lo que provocó que volviese a reír quedamente.
— ¿Cómo te encuentras? —preguntó en un susurro acariciando mi mejilla con uno de sus dedos.
— Bien —contesté con voz ronca.
— Jasper llamó hace un rato preguntando como estabas, le dije que te habías quedado dormida en el coche y que estábamos de camino a tu casa... así que—suspiró—, es hora de que nos pongamos en marcha y te lleve, dijo que él iría por allí al salir del bufete y eso es en dos horas.
— No quiero —hice un mohín, pasé una mano por su cintura para aferrarme a su cuerpo y enterré mi nariz en su cuello aspirando su olor profundamente.
— Por mí te tendría secuestrada todo el día —escuché su voz contra mi pelo—, pero no creo que Jasper entienda lo que pasa por mucho que queramos explicarle.
Me alejé un poco de él para mirarlo a los ojos y me mordí el labio inferior intentado acallar aquella voz que gritaba en mi mente de nuevo. Sabía que necesitaba saberlo, saciar mi curiosidad y despejar mis dudas, pero a la vez no quería para no romper mis ilusiones.
— ¿Qué pasa? —preguntó Edward rozando su nariz con la mía y haciéndome sonreír, negué con la cabeza para que lo olvidase, pero no lo hizo—. Dime lo que te preocupa, necesito saberlo.
Suspiré.
— ¿Qué es lo que pasa? —pregunté avergonzada, Edward no pareció entenderme porque su ceño se frunció y pude ver la confusión en sus ojos—. Entre nosotros... ¿qué es lo que pasa?
Sonrió de lado comprendiendo y me besó castamente.
— ¿Necesitas ponerle nombre? —preguntó divertido.
— Solo necesito estar segura de porque lo arriesgo todo.
Su mirada se unió a la mía y pocas veces me había mirado tan intensamente.
— Recuerda que yo arriesgo tanto o más a que tú —susurró.
— ¿Es un reproche? —pregunté alzando las cejas.
— No, solo es un hecho —remarcó—. Pero no te preocupes... será un secreto —lo último lo susurró contra mis labios rozándome levemente mientras lo hacía.
Me alejé antes de que pudiese besarme y él me miró confundido de nuevo.
— ¿Eso dónde nos deja? —volví a preguntar.
Edward rio y me abrazó contra su pecho.
— Que fácil olvido que tienes solo dieciséis años —dijo casi para sí mismo—, a esa edad todo es tan... diferente y nuevo.
— Sí, sí... de acuerdo —fruncí el ceño y me incorporé en la cama tapando mis pechos con la sábana—, dejando los dramas adolescentes a un lado todavía no has contestado a mi pregunta.
— ¿Es tan importante saberlo? —dijo con seriedad, pero la comisura de sus labios estaba ligeramente alzada demostrando que tras toda esa máscara había un atisbo de broma.
— Te he dado a ti mi primer beso y acabo de entregarte mi virginidad ¿hay algo más importante que eso para una adolescente? —pregunté poniéndome en pie y tirando de la sábana levándomela conmigo.
Lo que no esperaba es que al hacerlo Edward quedase totalmente desnudo sobre la cama. Abrí los ojos desmesuradamente y me giré en un movimiento brusco mientras mis mejillas comenzaron a teñirse de un color cereza intenso. Su risa inundó la habitación y escuché como su cuerpo se movía sobre la cama. No tardé en sentir sus manos en mis caderas obligándome a girarme para encararlo, después de negarme durante unos segundos, acabé cediendo ante la necesidad de poder apreciar su cuerpo desnudo de nuevo.
— ¿Ahora te has vuelto tímida? —lo miré a los ojos, ahora estaba sentado al borde de la cama, todavía desnudo, con las piernas abiertas y yo de pie entre ellas. Me acercó un poco más a él, y tirando de un mechón de mi pelo hizo que me inclinase un poco para besarme—. Me vuelves loco... —susurró lentamente— y lo que te he dicho antes es cierto, me estoy enamorando de ti. No sé cómo ha sido, no lo entiendo... pero por más que lo he intentado, no he podido evitarlo. Tienes una especie de embrujo que me atrapa y me es totalmente imposible alejarme de ti... eres como una bruja... mi brujita.
Una sonrisa surcó mis labios al escucharlo y Edward acarició mi mejilla.
— Y eso nos deja en... —agregué insistente.
Volvió a reír y pasó una mano por mi trasero tirando hacia delante haciendo que me sentase a horcajadas sobre él... sobre él desnudo... y yo vestida solo con una simple sábana cubriendo mi cuerpo... obligué a mis hormonas que se quedasen quietas... esa era una conversación importante, debía estar atenta al cien por cien.
— ¿Quieres ponerle nombre a lo nuestro? —preguntó sonriendo.
— ¿Pero existe lo "nuestro"? —remarqué la palabra.
Edward frunció el ceño y me miró duramente.
— Por supuesto que existe lo nuestro —espetó—, ya te dije que no me arriesgaría tanto si no fuese así.
Sonreí y deslicé mi dedo por su frente alisando la arruga entre sus cejas.
— Entonces sí —dije—, quiero ponerle nombre a lo nuestro.
Edward sonrió y volvió a besarme, lento, suave... torturante... suspiré alejándome de él, usando todas mis fuerzas para hacerlo, ya que solo ansiaba enredar mis dedos en su pelo y tirarlo sobre la cama. Pero mi necesidad de saber superaba todo eso con creces.
— Será complicado —susurró bajando la mirada—, eres menor de edad, yo... yo estoy comiendo un delito ahora mismo. No te imaginas las noches que he pasado en vela intentado encontrarle una solución a esto, intentando evitar que llegásemos a este punto. Pero como ves ha sido inevitable —se quedó en silencio unos segundos y me miró a los ojos—. ¿Estás dispuesta a arriesgarlo todo? Podemos perder... —dijo con un hilo de voz.
— No tengo nada que perder... no me queda nada —susurré con voz amarga.
— Tienes a Jasper... es tu hermano.
— Él tiene a María... —le recordé— y ella me odia, será cuestión de tiempo que Jasper lo haga también por la personalidad ponzoñosa de esa...
— No pienses así —me regañó con dulzura—, Jasper abrirá los ojos algún día, solo debes darle tiempo.
— No cambies de tema —reí—, deja a Jasper y a la zorra de su novia, estábamos hablando de nosotros.
— Cierto —sonrió—. Pero antes de ponernos etiquetas... tienes que pensar en todo lo que arriesgas, lo que arriesgamos... y a todo lo que tendremos que enfrentarnos. Será difícil.
— ¿En qué sentido? —pegunté.
— Nadie podrá saberlo, puede que ni si quiera nuestra familia lo entienda. Tendremos que vernos a escondidas, fingir ante los demás que no tenemos nada. No seremos libres de besarnos, ni siquiera de caminar tomados de la mano por la calle —su mirada me taladraba, parecía que estaba estudiando una a una todas las emociones que cruzaban mis ojos mientras hablaba—. Será difícil... muy difícil.
— Estoy dispuesta a arriesgarme... si tú saltas, yo salto —aseguré.
— Eso ha sonado un poco dramático y peliculero —rio.
— Soy una adolescente —lo golpeé en el brazo—, déjame montarme mis propias películas.
— Esta película puede que no tenga un final feliz... para ninguno de los dos —agregó con solemnidad.
Suspiré.
— Yo... verás... —cerré los ojos para centrarme y los abrí lentamente para encontrarme con su mirada clavada en la mía— nunca había sentido nada así. Puede que sea una niña a los ojos de los demás, pero soy yo la que está sintiendo, la que sabe realmente lo que pasa en mi cabeza y en mi cuerpo. Y puede que no tenga experiencias previas, puede que quizás todo esté un poco confuso todavía pero... pero yo también siento algo por ti, puedo precipitarme al decirte que es amor ya que nunca lo he sentido por nadie, pero... me gustas mucho y lo que siento contigo nunca nadie ha sido capaz de despertarlo.
— Increíble —susurró cerrando los ojos y apoyando su frente en la mía—. No sé si realmente merezca todo lo que sientes... no sé si yo sabré cuidar de todo lo que me ofreces sin hacerte daño. Es lo último que quiero, créeme, pero dudo de mi capacidad de hacerte feliz.
— Edward... —susurré envolviendo su cuello con mis brazos y acariciando su cabello.
— Sabes que mi pasado en estos temas no es muy... amplio —sonrió—, nunca he sentido nada real por nadie y todo esto me asusta. He estado con muchas chicas pero ninguna me ha llenado, hasta hoy. Estoy muerto de miedo, tanto que incluso tú pareces más segura que yo con todo esto.
— También estoy asustada —susurré con voz temblorosa.
Edward suspiró y unió nuestros labios de nuevo, solo durante unos segundos, después se alejó y alzó mi barbilla para que lo mirase a los ojos.
— Para que sirva de precedente —comenzó a decir con una piza de diversión—, esta será mi primera vez —inspiró profundamente y acarició mi mejilla con ternura—. Bella... ¿quieres ser mi novia?
Abrí la boca sorprendida... ¿su novia? ¿Yo? ¿Yo su novia? Cuando le pedí que definiese lo que teníamos nunca esperaba algo así... nunca se me pasó por la imaginación que Edward me pidiese eso... ¡por favor! Si era ocho años mayor que yo...
— Yo... ehm... —balbuceé.
— ¿No quieres? —preguntó.
— No es eso —aclaré torpemente—, es que... no... no esperaba esa pregunta.
— Entiendo que no quieras, todo esto es demasiado para ti —intentó alejarme de su cuerpo pero me aferré a él con más fuerza y busqué sus labios intentando besarlo, no contestó a mi beso en un primer momento, pero finalmente me envolvió en sus brazos y me besó intensamente haciendo que mi cabeza diese vueltas ante la falta de oxígeno.
— Sí que quiero —jadeé alejándome de él.
— ¿De verdad? —sus ojos brillaron y no pude evitar sonreír.
— Ser la novia de Edward Cullen... —susurré alzando la mirada al techo teatralmente fingiendo que pensaba— es un buen título aunque no pueda presumir de él.
Edward rio volviendo a besarme justo después. Nos giró en un movimiento rápido y me dejo tumbada boca arriba sobre la cama y él de sobre mí mientras sus manos se perdían en mis muslos bajo la sábana.
Sonreí ante el beso, Edward tenía esa facilidad de hacerme olvidad cualquier cosa solo con un beso. Mi cabeza desconectaba y solo era un cuerpo plagado de sensaciones y sentimientos.
Sus labios bajaron por mi cuello, siguieron su camino por mi pecho haciendo a un lado la sábana hasta llegar uno de mis pezones, que mordisqueó y lamió mientras mi otro pecho recibía las caricias y atenciones de sus suaves dedos.
Gemí y envolví su cintura con una de mis piernas, Edward gruñó y embistió contra mi cuerpo todavía con la sábana entre nosotros.
— Jasper... —dije en un segundo de cordura— Jasper nos... nos espera.
— Seré rápido —masculló con mi pezón todavía entre sus labios.
Cerré los ojos y suspiré cuando su mano alejó por completo la sábana que me cubría y acarició mi vientre lentamente.
— Edward —susurré.
— Date la vuelta —me pidió.
— ¿Qué?
— Confía en mí... date la vuelta y apóyate en tus rodillas —me apremió.
Obedecí un poco confundida y una vez que me apoyé en mis rodillas, Edward hizo a un lado mi cabello y colocándose detrás de mí, comenzó a besarme en cuello. Enredé mis dedos en su pelo y sentí su miembro presionando en mi trasero haciéndome temblar de anticipación.
Sus besos comenzaron a descender por mi espalda, mientras sus manos acariciaban mis nalgas delicadamente.
— Inclínate y apóyate en tus manos —lo miré de reojo y él me sonrió—, confía en mí —repitió.
Hice lo que me pidió una vez más, quedándome a cuatro patas frente a él, dándole la espalda y sintiéndome un poco vulnerable... pero no estaba asustada, de verdad confiaba en él.
Una de sus manos y comenzó a acariciarme delicadamente, comencé a sentir como me humedecía cada vez más y eso me avergonzaba. Pero Edward continuaba acariciándome sin inmutarse, tanto que alejó su mano de mí y la llevó hasta sus labios para chupar sus dedos a la vez que gemía. Abrí los ojos sorprendida pero él solo me dedicó una sonrisa y me guiñó ojo.
— Me encanta tu sabor —susurró besando mi espalda y acariciándome de nuevo—, me encanta que siempre estés tan húmeda y preparada para mí... —sus palabras me hicieron estremecer, el tono de su voz era bajo, ronco y hacia que mi vientre se contrajese — es una pena que no tengamos más tiempo...
— Uhm —gemí cuando introdujo dos dedos en mi sexo.
Continuó acariciándome un poco más, hasta que sentí que mis piernas temblaban y susurré su nombre.
— Ya va princesa... ya va —murmuró estirándose un poco y buscando algo en su mesita de noche.
Sacó un preservativo y se lo puso en unos segundos, lo que me hizo recordar que antes había hecho lo mismo. Le agradecí internamente que se preocupase de esas cosas, yo no estaba en mis cinco sentidos para poder pensar con propiedad.
La mano de Edward deslizándose a lo largo de mi espalda me trajo de vuelta al a realidad, sujetó con fuerza un mechón de mi cabelló y me penetró lentamente mientras yo cerraba los ojos y mordía mi labio inferior para no gemir.
Extrajo su miembro un poco y volvió a introducirlo de un solo golpe dejándome sin aliento momentáneamente.
— ¡Edward! —casi grité cerrando mis manos en puños aferrándome a la sábana.
Volvió a embestir, una, dos, tres veces... perdí la cuenta cuando el sudor comenzó a cubrir mi cuerpo, lo sentía jadear, quería abrazarlo, mirar en sus ojos... pero la postura en la que me encontraba no me lo permitía.
Me sentía al límite y Edward gruñía demostrando que a él también le faltaba muy poco. Pero yo no llegaba, necesitaba algo, algo no era suficiente.
— Bella... —susurró Edward en mi espalda depositando un ligero beso y una punzaba asoló mi vientre haciéndome jadear— ayúdame.
— ¿Qué? —volví a preguntar sin saber lo que quería decir.
Sin decir nada, sujetó una de mis manos y la llevó hacia mi sexo, allí me ayudó a hacer círculos sobre mi clítoris con mis propios dedos. Suspiré cuando su mano dejó la mía y era yo sola la que me estaba dando placer mientras él me penetraba.
Quise mirarlo de nuevo, pero no podía, su agarre en mi cabello y la posición todavía me lo impedían. Pero al volver mi mirada hacia uno de los laterales, descubrí un espejo en la puerta que supuse que sería el ropero. El espejo estaba orientado hacia la cama y tuve un primer plano de lo que estábamos haciendo.
Me perdí en la expresión del rostro de Edward, en esa mueca distorsionada por el placer, en los mechones de cabello que caían desordenados en su frente, en las gotas de sudor que recorrían su pecho. En mí misma, sometida, abierta y prácticamente inmóvil... el conjunto de ambas imágenes me hizo gemir con fuerza. Nunca nada me había excitado tanto.
Sentí el comiendo de mi orgasmo nacer desde el centro de mi vientre, sentí que en cada embestida de Edward crecía más en mí, hasta estallar en una oleada de placer que se esparció por todo mi cuerpo haciendo que retorciese lo dedos de mis pies.
Edward se aferró a mis caderas con ambas manos, embistió profundamente liberando un gruñido y sentí como su miembro palpitaba en mi interior mientras se liberaba.
Me dejé caer sobre el colchón sin fuerzas, Edward se tumbó a mi lado abrazándome por la espalda y minutos después comenzó a acariciarme dejando tiernos besos en ella.
— ¿Estás bien? —preguntó en un susurro.
Me giré lentamente para encararlo. Mi respiración había vuelto a su ritmo normal pero mi corazón todavía latía como loco. Sonreí mientras lo miraba y acomodé uno de los mechones de su cabello que caían sobre su frente.
— Estoy perfectamente... no te preocupes —contesté.
Me besó lentamente de nuevo y sonrió.
— Ve a darte una ducha mientras yo pongo un poco de orden por aquí —dijo alejándose de mí.
Me puse en pie un poco avergonzada por mi desnudez, sobre todo cuando miré sobre mi hombro y Edward me observaba de arriba a abajo mordiendo su labio inferior. Enrojecí y busqué mi ropa esparcida por la habitación. Entré en la puerta que había a la izquierda de la del ropero y me encontré en un baño completamente blanco, tanto que casi dolía mirarlo.
Sin pensar demasiado, dejé la ropa en un taburete y abrí el grifo esperando a que el agua se templase, me metí bajo el chorro de la ducha y cerré los ojos dejando que mi cuerpo se relajase por completo. Una parte de mí no quería lavarse, quería conservar el olor de Edward en mi piel durante el resto del día, pero estaba tan sudada y pegajosa que la ducha era más que una necesidad.
Me quedé unos minutos inmóvil, relajándome. Hasta que unas manos acariciando mi cintura me sobresaltaron, me giré y me encontré con los penetrantes ojos de Edward acompañados de una imborrable sonrisa.
— También necesito una ducha —dijo sonriendo— y así ahorraremos agua, hay que pensar en el capa de ozono y todas esas cosas.
Sonreí acercándome a él y dejando que sus brazos me estrecharan con fuerza contra su pecho desnudo. Después de unos cuantos besos comenzó a enjabonar mi piel con una esponja repleta de su gel de ducha, dejando en mí ese olor embriagante que siempre cubría su piel en las mañanas.
Mis mejillas se tiñeron de un rojo profundo cuando limpió la sangre que había entre mis muslos siendo totalmente cuidadoso y dejando un beso en mi vientre justo después. Continuó besando mi vientre, ascendiendo lentamente hasta acabar mordisqueando de nuevo mis pezones obligándome a cerrar los ojos.
— Debemos irnos... —susurré casi perdiendo el equilibrio ante las sensaciones y apoyándome en los azulejos para no caer.
— Lo sé —murmuró distraído.
— Pues no continúes con eso... o no nos iremos —protesté.
Sus ojos se unieron a los míos y resopló fastidiado.
— Está bien —se incorporó por completo obligándome a alzar la cabeza para poder mirarlo—, si queda algún rincón de tu cuerpo sin salvar será solo tu culpa —dijo con fingida indignación.
Me dio un rápido beso en los labios y salió de la ducha cerrando al agua justo antes. Me quedé entre confundida y divertida mirando como salía y envolvía su cintura con una toalla y me extendía otra a mí.
— Debemos irnos —repitió mis palabras.
Unos minutos después estaba intentando abrochar mi blusa mientras Edward desenredaba mi cabello, era algo que podía haber hecho yo perfectamente, pero él insistió en hacerlo y no pude decirle que no.
— Está destrozada —susurré mirando el hueco que había hecho el botón que Edward hizo volar por los aires.
— Lo siento —un leve sonrojo cubrió sus mejillas y me di la vuelta entre sus brazos.
Batalló unos segundos con el botón, más bien con el hueco del botón, y después colocó mi corbata por encima ocultando cualquier posible evidencia.
— Te compraré otra —besó mi frente y se fue a su habitación donde comenzó a vestirse bajo mi atenta mirada.
Una vez que tanto Edward como yo estuvimos completamente vestidos y todo estuvo en su lugar, incluido el mordisco de mi cuello perfectamente tapado con el pañuelo, nos dirigimos hacia la puerta de salida, pero justo antes de abrirla Edward se giró y fue hacia una de las estanterías donde buscó un libro y después me lo entregó.
"Desde mi cielo" Leí el título.
— ¿Para qué es esto? —pregunté totalmente confundida.
— Que cabeza tienes —rodó los ojos y sonrió con picardía—, es lo que hemos venido a buscar.
— ¿Qué?
— Cuando íbamos de camino a casa te despertaste, comenzamos a hablar sobre este libro y tú me dijiste que lo querías leer, así que hemos venido a buscarlo —pasó un brazo sobre mis hombros y tiró de mí para que avanzase a su lado hacia el ascensor.
Comencé a reír y negué con la cabeza.
— Estás loco —murmuré divertida.
Me acorraló de nuevo contra la pared del ascensor y se colocó justo enfrente de mi rostro.
— Tú me tienes así de loco —me besó introduciendo su lengua en mi boca de lleno, dejándome sin capacidad para poder respirar haciendo que mi cabeza diese vueltas de nuevo por la falta de oxígeno. Pero sería feliz si moría así entre sus brazos.
Cuando subimos en su coche mi teléfono comenzó a sonar y Edward me miró con el ceño fruncido.
— Yo no tengo ese número —dijo con voz resentida.
Sonreí negando con la cabeza y descolgué el teléfono.
— Hola.
— Bella —me llamó Jasper—, ¿te encuentras bien?
— Eh... sí... estoy bien... solo... yo solo tenía un poco de sueño, he pasado mala noche —expliqué entre balbuceos.
— Me tenías preocupado... ¿seguro que estás bien? —volvió a preguntar.
— Estoy perfectamente Jazz —susurré.
— ¿Dónde estás?
— Edward me está llevando a casa, fuimos a buscar un libro que necesitaba para el instituto —comencé a decir a toda velocidad, recordando lo que él me había dicho antes de salir—, iba a comprarlo pero me dijo que él lo tenía, así que antes de llegar a casa dimos vuelta y fuimos a buscarlo a la suya.
— ¿A su casa? —inquirió.
— Si... pero ya estamos yendo de vuelta, en unos minutos estaré ahí —intenté tranquilizarlo.
— Vale... esto... esta noche iremos a cenar fuera... nos han invitado los Denali, creo que Tanya también estará.
— ¿En serio? —pregunté sorprendida.
— Sí —por el tono de su voz pude apreciar que sonreía—, también vendrá María ¿crees que has comprado algo apropiado para ponerte? Algo elegante pero tampoco mucho, si no lo tienes podrías parar en el centro comercial y comprarlo antes de llegar.
— Creo que tengo algo... Alice se volvió loca en el centro comercial la otra tarde —sonreí al recordar nuestra tarde de compras.
— Te creo —rio—, con nuestra Alice todo es posible. Bueno... nos vemos en unos minutos, y dile a Edward que él también está invitado.
— Se lo diré.
— Esto... un beso —dijo con timidez antes de colgar.
Sonreí mirando el teléfono.
— ¿Ha pasado algo? —preguntó Edward.
— Cena con los Denali esta noche, tú también estás invitado— fruncí los labios—. María también irá —añadí en un susurro.
Edward suspiró y me miró de reojo...
— Estaré contigo —prometió.
Le sonreí y nos quedamos en silencio unos minutos. Cuando se detuvo en un semáforo, tomó una de mis manos entre las suyas y acarició mis nudillos heridos.
— ¿Anoche no dormiste porque estuviste golpeando el saco? —preguntó en un susurro.
— Eso fue hace dos días... ayer intenté no hacerlo para que mis heridas curasen —contesté bajando la mirada.
— Me gustaría que no necesitases liberar tensiones de ese modo... —murmuró—. Y bueno... —cambió de tema drásticamente— ¿Crees que tu "novio" —remarcó la palaba mientras sonreía haciendo que mi corazón diese un brinco—, tiene derecho a tener tu número? Me gustaría llamarte para escuchar tu voz cuando te eche mucho de menos.
