Capítulo IV. Equipo
El peliazul dejó salir un largo suspiro de satisfacción al tiempo que llevaba ambas manos a su estómago y lo frotaba con felicidad, después de todo, barriga llena, corazón contento.
-Tienes que reconocer que soy el mejor cocinero de esta isla Rhadamanthys, ¿cómo se le dice a esas cosas que te otorga un jurado de payasos culinarios cuando algo es muy… delicioso?.
Preguntó con evidente buen humor el gemelo.
-¿Estrella Michelin?
Respondió el rubio, quien aún no había terminado y seguía pensando en una manera de abordar a Kanon para que este pudiera sacarlo de algunas dudas respecto a su estancia.
-¡Eso! Deberían darme una estrella Michelin, ¿no te parece?, sin duda la cambiaría por la Estrella Celeste de la Ferocidad que tengo en frente.
Rió divertido el de ojos aguamarina, el rubio admitió que aquel comentario insolente le había causado gracia, sin embargo no se inmutó.
-Kanon… ¿por qué estamos aquí?
-Ya te lo dije, Rhadamanthys, designio de los dioses.
Respondió tranquilamente observando a su compañero de ojos dorados, notando la frustración en su rostro por haber recibido una respuesta que no lo satisfacía y lo dejaba en las mismas. El gemelo suspiró.
-Durante la Explosión de Galaxias la escuché a ella, a Athena, pidiéndome que parara… En ese momento lo único que se me ocurrió fue dirigirnos tanto a ti como a mi a otro lugar utilizando la Otra Dimensión para protegernos del ataque, sin embargo, un error de cálculo y concentración, me condujo a pensar también en otra técnica, supongo que combinarlas resultó en esto. No te mentiré Rhadamanthys, yo tampoco entiendo por qué mi diosa me hizo esa petición.
El gemelo ya esperaba la reacción violenta del otro al confesar que en realidad, por su culpa estaban encerrados en aquella dimensión, pero esta nunca llegó. El otro ahora entendía a qué se refería Kanon con "designio de los dioses".
-¿Es verdad lo que dijiste? ¿Es verdad que no es fácil salir de aquí?
-Llevamos tres semanas en este lugar, supongo que ya conoces esa respuesta, pero si necesitas una confirmación de mis labios, así es, no es fácil salir de aquí, a decir verdad ni siquiera sé si es posible. Los registros mencionan que solo se puede salir por voluntad de algún dios. Durante este tiempo, he intentado comunicarme a través de mi cosmo con ella, sin respuesta.
El rubio sabía aquello, no precisamente que intentaba comunicarse con Athena, pero había percibido el cosmo de Kanon incendiarse en más de una ocasión, aquel majestuoso cosmo que, debía reconocer, podía ser incluso más poderoso que el propio, sin embargo, había algo diferente, eso que había notado desde el inicio, por alguna razón, esa fuerza interna no podía elevarse a voluntad.
-¿Y Poseídon, con él no has intentado comunicarte?
Inquirió el rubio sin pensar mucho en sus palabras. Kanon rió de forma irónica. La verdad es que sí le había cruzado por la cabeza aquello, pese a que le había pedido perdón tanto a Julián como a Sorrento de manera sincera, aquellos jamás respondieron nada, y al no recibir respuesta, Kanon solo se despidió con una leve reverencia y les dio la espalda para dirigirse al Santuario a solicitarle a Athena que lo aceptara como otro soldado dentro de su élite.
-Conoces bien esa historia, espectro, ¿quieres burlarte de mi?
Rhadamanthys frunció el ceño, si bien esa no había sido su intención, el repentino cambio en la actitud del gemelo hacia una más hostil lo alertó, sin embargo permaneció tranquilo. Al notar aquello, el peliazul dejó salir una especie de bufido al tiempo que cerraba los ojos.
-Portar una armadura, una escama o una surplice potencia el cosmo del guerrero.
Dejó salir el gemelo con un tono mucho más tranquilo mientras abría lentamente los ojos y fijaba la mirada en el suelo, a Rhadamanthys le pareció que aquello más bien había sido un pensamiento en voz alta.
-Lo intentaré yo con la surplice puesta.
Expresó el rubio con seguridad, provocando que el gemelo regresara su atención a él para, inmediatamente, asentir. Hasta ese momento, Rhadamanthys había utilizado su cosmo solo para detectar presencias, más no para tratar de comunicarse. Acto seguido, el rubio se puso de pie y llamó a Wyvern, quien se encontraba reposando sobre la arena; segundos después, ésta lo cubría frente a los atentos ojos de Kanon, quien no perdía detalle en la forma en que la surplice rodeaba y se amoldaba al cuerpo del otro.
-Vaya, bonito atuendo Rhada, lo recordaba más… Anticuado y destruido.
Ironizó el gemelo, sabía perfectamente lo que su sangre había provocado. Recibió un gruñido por parte del otro, un gruñido que evidenciaba la molestia tanto por la evidente ironía como por el atrevimiento e insolencia al decirle "Rhada". Pero no era momento para discutir.
El rubio se tranquilizó, cerró los ojos y comenzó a elevar su cosmo, llamando a su dios, permaneció por más de una hora en esa posición, buscando, llamando, esperando mientras Kanon se limitaba a observarlo con expectativa y en silencio. El rubio al fin abrió los ojos. Nada.
Permanecieron en silencio unos instantes, procesando aquella nueva pequeña derrota. Hasta que el rubio se atrevió a preguntar.
-¿El pescado?
-Sobró, ¿quieres llevar un poco?
-No eso. ¿de d-...
La pregunta se quedó en el aire por que el gemelo lo interrumpió.
-Es un robalo, especie marina del Atlántico, ¿qué no pusiste atención a tus lecciones de biología?
Otra vez el gemelo haciendo gala de su insolencia con comentarios sarcásticos. Rhadamanthys continuó con tono ligeramente molesto e impaciente:
-No eso, idiota, en esta jodida isla no he encontrado algo más que estúpidos cocos, ¿de dónde lo sacaste?
-La verdad es que debo agradecerte por eso, tú me inspiraste cuando te vi merodeando hace un rato como pajarito.
Rhadamanthys lo observaba sin entender, y Kanon continuó.
-Espero que ya te hayas dado cuenta, por que si no, solo me confirmarías que el idiota eres tú; pero en esta isla, además de todo el asunto con los cocos, tampoco hay fauna. Cuando te vi sobrevolar, se me ocurrió que una cosa es aquí, en tierra, pero otra muy diferente podría ser en el mar, y dado que el día fue lindo y soleado, decidí salir a pescar.
El rubio continuaba observándolo, no cabía duda de que el gemelo tenía la capacidad de hilar ideas o pensamientos de una forma un tanto curiosa.
-Bien Rhadamanthys, está comenzando a oscurecer y este restaurante de cinco estrellas está a punto de cerrar, pero te propongo algo sensato que va de la mano con esta tregua declarada al aire. Hagamos equipo, ambos queremos salir de aquí, y una cabeza y media piensan mejor que una, así que.. ¿Quieres ser mi compañero de aventuras? Cuando salgamos de aquí, podremos matarnos si así lo deseas todavía, ¿qué dices?
El de ojos dorados lo observó unos instantes, analizándolo, este hombre era un embaucador, y no le había mentido a cualquier dios, había logrado engañar al mismísimo Emperador de los Mares, un dios olímpico, así que nadie podría culparlo por desconfiar de él. Pero la realidad es que aquellos ojos turquesa, que en ese momento se le antojaron como lagunas profundas y transparentes, parecían decir la verdad.
-¿Serás sincero conmigo?
El rubio no apartó su mirada de la otra, en búsqueda de alguna señal que le indicara que el otro estaba diciendo mentiras.
-Lo seré, y espero lo mismo de ti.
-¿Me dirás y me hablarás de todo lo que encuentres o descubras, cualquier pista que nos saque de esta isla?
El gemelo comenzaba a impacientarse, aunque él mismo reconocía que el otro tenía suficientes motivos para sentirse inseguro; y mientras rodaba los ojos le dijo:
-Sí Radha, y también te cuidaré y te amaré en la salud y en la enfermedad.
Kanon reafirmó con aquellas palabras desubicadas su compromiso. El otro hizo una especie de mueca, pero asintió. El peliazul le extendió la mano con el objetivo de estrechar la contraria, siendo correspondido, y le sonrió al rubio de manera sincera.
-Esto es un pacto, entonces. Y no me llames así.
-Hasta que la muerte nos separe.
Terminó sellando con esas palabras aquel acuerdo de sinceridad entre ambos con un tono divertido que solo pretendía provocar al otro, y que no pasó desapercibido para el británico.
-Bien, te buscaré mañana.
El rubio soltó su mano y emprendió el vuelo de regreso al bote, el sol ya se había ocultado. Una vez recostado cerró los ojos y repasó la conversación con el gemelo, analizando cada palabra, cada gesto que le pudiera indicar que lo que Kanon había dicho fuera verdad (o no). Sabía que confiar en un hombre tan poderoso como mentiroso era un riesgo, pero al sincerarse consigo mismo, no había muchas opciones. Suspiró, mañana sería otro día y podría seguir buscando de nuevo la salida, pero ahora no lo haría en solitario. Cerró los ojos y comenzó a sucumbir al sueño mientras recordaba una frase en particular, "una cabeza y media piensan mejor que una".
-Un momento… ¿Me llamó idiota?
Gruñó mientras abría los ojos y se incorporaba en la cama, solo para lanzar insultos al aire contra el gemelo, que para entonces, ya estaba dormido.
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Un nuevo día le dió la bienvenida a las lagunas turquesas con un extraño ambiente, ese día la luz no había penetrado con la misma intensidad en la cueva como de costumbre. Con pesar y algo de molestia se incorporó de su incómodo lecho y salió de la cueva para notar que estaba nublado. Desde que habían aparecido ahí, todos los días habían sido soleados y agradables, pero ese día no.
-Bien, la lavandería tendrá que esperar.
Se dijo mientras bostezaba y se estiraba cual felino antes de dirigirse al riachuelo para darse un baño. Durante el camino, notó con sorpresa la presencia de un árbol que, juraba, no estaba ahí antes. Al acercarse pudo observar que de aquella planta colgaba un fruto de color naraja/amarillo de tamaño grande y forma alargada. Abrió los ojos con sorpresa.
-¿Papaya?
Cortó un par de frutos maduros con cuidado para confirmar lo que creía, el aroma le pareció agradable. Continuó su camino hacia el riachuelo, sería un buen desayuno, pero unos metros más adelante se detuvo y regresó corriendo a tomar otros dos, y ahora sí continuó.
Continuará…
