Capítulo VI. Todo por un mango

En un pequeño arranque de ira (que más bien parecía berrinche), Kanon aventó las velas al suelo mientras se mordía la lengua con frustración, reprimiendo un grito. La fuerza fue tal, que llegó al punto de sentir el característico sabor metálico de su propia sangre en la boca. Cerró los ojos, respiró hondo un par de veces y trató de serenarse. Estaba molesto, sí. Sabía que los antiguos textos decían que solo se podía salir de ahí si algún dios te lo permitía. Pero, ¿acaso él no se había revelado contra los dioses en más de un acto de sublevación? Porque no había sido una, ni dos... Fueron tres veces en total las que se había levantado contra diferentes dioses olímpicos; así que no, no estaba dispuesto a abandonar la idea de encontrar una salida para ambos, Rhadamanthys y él.

-intervención divina.- musitó.

Con mayor tranquilidad y con la idea en mente de regresar al plan inicial, salió de ahí en búsqueda de su compañero con las velas en los brazos.

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No podía negar que se sentía nervioso. Pese a considerar que el plan del peliazul no era malo, la idea de tener que introducirse en el mar le aterraba, provocando que su frecuencia cardiaca aumentara de solo pensarlo; incluso a sabiendas de que podían utilizar el bote, no quería estar en el mar por tanto tiempo. Sacudió la cabeza y decidió continuar con su tarea hasta que una voz interrumpió sus pensamientos, provocándole un leve sobresalto.

-Malas noticias. El bote está dañado por la parte inferior y no tenemos herramientas para repararlo, podríamos tratar de improvisar algunas, pero lo más seguro es que tendremos que regresar al plan original y escanear el perímetro nadando. Por cierto, ya me está dando hambre, ¿qué te parece si el día de hoy vas de pesca tú?

Lo último solo provocó que su cuerpo se tensara, esperaba que el gemelo no se hubiera dado cuenta, pero cuando volteó hacia él, notó que el otro le estaba dando la espalda mientras extendía las velas que había encontrado para asegurarse de que estaban en buen estado. Suspiró aliviado.

-Bueno, al menos estas no están rotas. Y entonces ¿vas por el almuerzo?

Rhadamanthys no supo qué decir y esta ocasión no pasó desapercibida para el otro, el cual volteó para encararlo al no obtener respuesta.

-Mejor preparo la fogata.

Fue la seca respuesta. El gemelo se quedó unos segundos mirándolo extrañado.

-Como quieras.

Respondió genuinamente indiferente el peliazul al tiempo que encogía los hombros. Acto seguido se quitó las vendas de los brazos y se despojó de su ceñida camiseta de entrenamiento mientras se sacaba las botas, remangó su pantalón y acomodó con cuidado todo en la arena y posteriormente se encaminó al mar. Al ver aquella acción, Rhadamanthys no pudo evitar fijar de nuevo la mirada en el pecho desnudo de un distraído Kanon; sin embargo esta ocasión había sido diferente para el rubio, puesto que percibió una extraña sensación en las cervicales al contemplarlo, una especie de latigazo que lo incomodó.

Sacudió la cabeza y se dispuso a colocar todo lo necesario para cocinar lo que el otro pudiera atrapar. Era consciente de que no iba a poder continuar mucho tiempo así, de sobra sabía que el peliazul era demasiado perspicaz y no tardaría en sospechar algo cuando notara el patrón de renuencia al mar.

Había pasado cerca de una hora y media y el peliazul no regresaba, aquello provocó que algo se removiera con inquietud dentro del británico; y como la brisa marina, un par de pensamientos le llegaron de súbito ¿y si Kanon había encontrado una salida y lo había dejado ahí, solo?, ¿y si le había sucedido algo? Y justo como si de una invocación se tratase, logró divisar la silueta del gemelo emergiendo del mar. Conforme se iba acercando a él, pudo notar un par de mojarras caribeñas colgando de su cinturón, pero también observó que Kanon traía lo que parecía ser una pequeña maleta colgada de uno de sus hombros.

-No creerás lo que encontré, espectro- le dijo acercándose a él corriendo y jadeando, mostrándole la pequeña maleta. -Mientras buscaba nuestro almuerzo, alcancé a ver lo que parecían ser restos de barcos en el fondo. Decidí acercarme y encontré esto, sospecho que debe haber más cosas, estoy seguro de que alcancé a ver algunos baúles, podríamos ir juntos y revisar para ver qué puede sernos de utilidad.

Las lagunas color aguamarina profundo brillaban mientras su dueño hablaba. Abrió la pequeña maleta y le mostró el interior al rubio. Sin embargo Rhadamanthys no puso mucha atención a sus palabras y mucho menos volteó en ese momento a ver lo que el otro le mostraba, la imagen frente a él capturó toda su atención hasta el punto de que ni siquiera se dió cuenta de que había dejado de respirar, sus ojos estaban fijos en el cuerpo de Kanon semidesnudo y completamente empapado, con agua escurriendo en forma de grandes gotas de agua salada cayendo lentamente por la piel de su rostro, cuello, pecho, torso y brazos; los largos cabellos azules se pegaban incómodamente a esa piel bicolor y la tela de su pantalón estaba completamente adherida a su anatomía, el de ojos dorados no supo en qué momento, de manera inconsiente, posó la mirada en la entrepierna del otro por un segundo.

-Maldita sea, ¿Me estás escuchando Rhadamanthys? ¿Puedes ponerme atención y ver lo que te estoy mostrando? Pareces idiota viéndome así. Con estas herramientas podemos intentar arreglar el bote.

El rubio regresó a sí mismo al momento de escuchar la palabra "idiota", miró a los ojos al gemelo con reproche, mientras tomaba ambos peces y los jalaba soltándolos del cinturón del otro, solo para darle la espalda y dirigirse a la fogata y ponerlos a cocinar. La falta de algún tipo de reacción, tanto por el insulto como por toda la cantaleta del descubrimiento de las herramientas, descolocó ligeramente a Kanon, pero decidió ignorar todo cuando notó como el otro había sacado la mesa de la cabina junto con sus sillas para instalarla sobre la arena justo al lado de la fogata, evidentemente para ofrecerle a su "invitado" un lugar más cómodo para comer, así mismo había algunos cocos, que supuso, el rubio había acercado para que pudieran tener algo de beber. Se acercó a Rhadamanthys y observó cómo éste parecía sazonar ambos pescados con una especie de polvo blanco que, intuyó, era sal que aparentemente había obtenido al dejar evaporar al intermitente sol algo de agua marina sobre una pequeña charola de un material que parecía ser plata, había visto esa pequeña charola en el tocador de la cabina.

-¿Cómo se dice veneno en inglés?

Le dijo con cierta acidez, la verdad es que le había molestado que lo hubiera ignorado cuando le mostró las herramientas. El rubio hizo caso omiso a las palabras de su interlocutor.

-Tardaste mucho, yo...- gruñó el rubio.

-¿Y pensaste que te había abandonado? ¿Te preocupaste por mi?

Lo interrumpió usando un tono dramático y burlón antes de reír a carcajadas.

-Méchri na mas chorísei o thánatos, ¿recuerdas?

Dijo en el mismo tono el de ojos aguamarina fuerte una vez que pudo parar de reír. El rubio volvió a gruñir y Kanon sabía que era porque no había entendido nada. Sacó los pescados del fuego, los cuales había ensartado en un par de palos de madera como si fueran brochetas, le entregó el más grande a Kanon y se dirigió con el otro a la mesa, para finalmente sentarse, seguido por el peliazul.

Comieron en completo silencio, el de mirada dorada había abierto un par de cocos con la fuerza de sus manos, uno lo ofreció al peliazul (nuevamente aquel que parecía ser de nayor tamaño) y del otro comenzó a beber él. Kanon lo miró ligeramente sorprendido, estaba seguro de que aquella misma acción a él le había tomado mayor esfuerzo.

Para variar, el silencio fue roto por el gemelo.

-Debemos buscar algunos troncos en buen estado, aunque tengamos algunas herramientas, la reparación nos tomará algo de tiempo. Estoy seguro de que he visto algunos por aquí cerca, podríamos comenzar por ahí.

El rubio solo asintió, aún no terminaba de comer. El griego aprovechó para ir por las cosas que había dejado sobre la arena. Con paciencia arregló y enrolló las vendas antes de comenzar a enredarlas en sus brazos con firmeza, primero las de sus bien marcados y fuertes bíceps y después las de sus voluminosos y firmes antebrazos; el otro solo lo miraba con atención, notando que también en esas zonas podía distinguirse que la piel del griego era ligeramente más clara, por alguna razón, al británico le vino a la mente un battenberg cake. Al notar que la mirada dorada de Rhadamanthys no perdía detalle de cada una de sus acciones, el mayor soltó un bufido antes de hablar.

-¿Sabes?, para ser británico eres bastante descortés, no puedes ir por la vida mirando fijamente a las personas de esa manera. Si hay algo que quieras saber, solo pregunta y ya, yo sabré si respondo o no.

-Supongo que esa fue producto del tridente de Poseidón.-

Le dijo tranquilamente, señalando con la mirada la cicatriz al centro de su pecho.

-Supones bien.

-¿Y las redondas pequeñas?

-La Aguja Escarlata de Milo.

Rhadamanthys subió la mirada a los ojos de Kanon, confundido, lo observó unos segundos como si esperara una respuesta; sin embargo, le llamó la atención que el peliazul girara la mirada hacia otro lado y "milagrosamente" permaneciera en silencio. No insistió.

-Bien, terminé, vamos por esos troncos.

Toda la tarde estuvieron arrastrando y cargando los troncos que previamente habían analizado para determinar si estaban en buen estado, pero el sol comenzaba a matizar, dando lugar a un ambiente envolvente de tonalidad rojiza, puesto que las nubes se habían ido. Se sentían cansados, había sido una tarde productiva pero agotadora. Mientras Kanon organizaba con cuidado los troncos por tamaños, Rhadamanthys dejó caer con pesadez los últimos dos enormes troncos que llevaba cargando, uno sobre cada hombro abrazados por sus fuertes, musculosos y bien marcados brazos. Para el griego no había pasado desapercibido que su otrora enemigo era capaz de cargar con facilidad aquel gran peso.

-Bien, no sé tú, pero yo estoy algo cansado espectro, creo que...

-Rhadamanthys.- interrumpió el más joven, provocando que el otro lo mirara con extrañeza. -Solo Rhadamanthys, deja de llamarme espectro.

-Bien Radha, como te de...

-Rhadamanthys.- gruñó más fuerte y evidentemente molesto, el peliazul rodó los ojos.

-Está bien Rha-da-man-thys, me largo. Mañana por la mañana vendré a la misma hora. Y por todos los dioses, si piensas ir a tomar un baño al riachuelo, asegúrate de que yo no esté ahí, aprecio mi privacidad.

Acto seguido, el peliazul comenzó a alejarse con parsimonia seguido por la mirada dorada hasta que su silueta se perdió entre las sombras de las palmeras y la espesa vegetación.

Cada uno en su respectivo lecho, comenzaron a repasar lo ocurrido aquel día y la dinámica que estaba cosechándose entre ambos. No podían negar que esta noche de sueño era diferente, no estaban seguros de cómo definirla, pero podría decirse que era más... tranquila, como si el escenario estuviera adornándose con mayor certidumbre para los dos. Ambos estaban exhaustos y no tardaron en sucumbir al sueño.

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Aquella mañana tampoco comenzó como usualmente había acontecido en la isla para Kanon, al igual que el día anterior, al despertar pudo notar que la cantidad de luz dentro de la cueva era menor a la que había estado acostumbrado. Salió y nuevamente con malestar constató que el día estaba nublado, y no solo eso, algunas no tan pequeñas gotas de lluvia comenzaban a caer, y a juzgar por las grandes y oscuras nubes encima suyo, no tenían la intención de parar próximamente. Con algo de molestia se disponía a comenzar su rutina diaria desde hacía poco más de tres semanas.

Al llegar al riachuelo se despojó rápidamente para sumergirse en el agua y asearse como de costumbre, estaba más fría que el día anterior y encima de todo, sintió nuevamente vulnerada su privacidad al escuchar al rubio acercarse. Aquello solo instaló al gemelo menor en un estado de mal humor.

-Maldita sea espectro, ¿otra vez?

-¿Tanto ladras sobre cortesía y nuevamente haces algo que explícitamente te dije que no hicieras?

-¿Y no te dije yo que te aseguraras de no coincidir conmigo aquí?

Un ambiente de tensión más pesado que las oscuras nubes sobre ellos se esparció rápidamente en el ambiente rodeando a ambos guerreros. El resto del tiempo se ignoraron mutuamente hasta que, al terminar de trenzar su largo cabello, el gemelo habló en un tono seco.

-Andando, tenemos mucho qué hacer.

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El pésimo humor de Kanon contagió al británico. Al llegar a donde estaba el bote, la tensión entre ambos no había hecho otra cosa más que aumentar. A Rhadamanthys le molestaba que Kanon solo quisiera darle órdenes sin explicación alguna, y a Kanon le molestaba que Rhadamanthys fuera tan lento para hacer las cosas y que lo cuestionara todo cuando en realidad no había aportado ni una sola idea decente para salir de ahí.

Aquella mañana la estaban dedicando a cortar los troncos con el objetivo de formar tablas para reparar el bote, pero, a pesar de que ya tenían más herramientas, no estaba resultando una tarea sencilla y estaba tomando demasiado tiempo. En ocasiones había pequeños roces o empujones accidentales entre ambos, otras, querían tomar la misma herramienta y eso solo los hacía gruñirse mutuamente; en definitiva todos aquellos detalles solo exacerbaban su mal humor.

Pasaba el mediodía, estaban frustrados, cansados y hacían las cosas de mala gana porque encima, pese a que había dejado de llover, la humedad y el calor les estaban resultando sofocantes, sin contar que las espesas nubes seguían ahí y solo parecían amenazar con descargarse nuevamente en cualquier momento.

Kanon limpiaba el sudor de su frente con las vendas de su brazo izquierdo cuando escuchó a sus entrañas susurrarle, avisándole que era un buen momento para comer algo. Dejó las herramientas que tenía en las manos caer sobre la arena, y sin voltear a ver al rubio se dirigió a él.

-Prepararé la fogata esta vez, mientras ve por algo para el almuerzo.- el tono que usó el gemelo fue un tanto hosco.

El rubio se tensó nuevamente, ¿cómo le iba a decir a Kanon que no quería entrar al mar porque le tenía miedo? Lo mejor que se le ocurrió hacer fue negarse.

-No lo haré, come cocos y papayas si quieres.

-Pero qué mier...- El peliazul se volteó para encararlo, pero el rubio ya se había alejado de ahí.

Aquella actitud molestó de sobremanera al gemelo, pero no estaba dispuesto a dejarse dominar por la ira, después de todo, también debía considerar que era él quien se encontraba en una situación más vulnerable, sin armadura, sin refugio decente, sin bote. Sacudió las manos en un vano intento por deshacerse al menos de un gramo de la frustración y del coraje que sentía contra el otro y se dirigió hacia la cueva; como bien dijo Rhadamanthys, iría por cocos y papayas.

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El peliazul iba caminando con la vista sobre el suelo mientras destrenzaba su largo cabello, al parecer aquello le estaba funcionando como una especie de terapia, puesto que poco a poco se sentía más relajado. Cuando estuvo a punto de llegar, las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre su cuerpo, provocando que levantara su rostro hacia el cielo y lanzara alguna blasfemia en griego. Sin embargo, lo que vio frente a sí lo dejó helado. Un imponente y aromático árbol de mango lleno de preciosos frutos, algunos maduros y otros no tanto, se erigía frente a sus verdes ojos. Un árbol que sin dudas, tampoco había estado ahí antes.

Con la emoción a flor de piel corrió hacia el árbol para tomar algunos, el mango siempre había sido uno de sus frutos favoritos. Caminó cinco metros más y llegó a la cueva. Dejó sus mangos sobre una de las rocas de la parte externa, aquellas que un par de días atrás había usado como "comedor" con el rubio; acto seguido se dirigió por el camino del riachuelo por una papaya. Rhadamanthys estaba equivocado, no serían cocos y papayas, serían papayas y mangos, de regreso tomaría algunos para él.

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Rhadamanthys sabía que había metido la pata en más de una ocasión mintiéndole a Kanon. La realidad es que el otro no le había dado ni un solo motivo para desconfiar de él, y encima de todo había compartido su comida en más de una ocasión; sin contar que su aversión al mar estaba obstaculizando todo, incluyendo el hecho de plantear estrategias alternativas para salir juntos de ahí. Había sido injusto con el griego, no precisamente por no quererse aventurar al mar para conseguir el almuerzo de ambos, sino porque no estaba siendo sincero, después de todo, la inteligencia del gemelo tarde o temprano lo conduciría a esa conclusión, Rhadamanthys le tenía fobia al mar. Y con la idea de que el otro merecía saber la verdad por muy vergonzosa que le pareciera, comenzó a caminar hacia la cueva apenas unos minutos después del otro. Pero antes, había decidido quitarse la camisa de entrenamiento y dejarla en el bote, el calor se había vuelto casi insoportable para el británico.

Al llegar buscó con la mirada al de ojos aguamarina profundo, pero no parecía estar ahí. La presencia y el aroma de los mangos sobre la roca capturaron su atención rápidamente. Aquel fruto le fascinaba, donde él había nacido y crecido, era poco probable (por no decir imposible) conseguir aquellos deliciosos y dulces frutos con facilidad y mucho menos con la pinta que tenían aquellos, no pudo evitar tomar uno entre sus manos. Mientras lo analizaba, un sentimiento de ira comenzó a apoderarse de él, aquel bastardo no le había contado sobre esto, estaban a mano ¿no? Sin pensarlo mucho tomó uno de los frutos, dió media vuelta y mientras se disponía a alejarse, escuchó el grito molesto del otro.

-¿Qué crees que haces espectro imbécil? Consíguete los tuyos.

Sin estar dispuesto a tolerar más aquella forma tan despectiva en la que el mayor se refería nuevamente hacia él, Rhadamanthys alzó su brazo por encima de su hombro e hizo una característica seña obscena con la mano, quiso dar la vuelta para encarar al otro, pero no había terminado de girar su cuerpo cuando una poderosa masa le embistió haciéndolo caer de golpe al suelo. Nuevamente, tenía a un Kanon completamente colérico encima de él dispuesto a partirle la cara. Aturdido, el rubio tardó unos segundos en reaccionar.

La danza furiosa de poderosos impactos contra la anatomía ajena comenzó. Iban tan bien...

Continuará...

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Méchri na mas chorísei o thánatos (griego): hasta que la muerte nos separe.