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El momento en el que sintió el golpe en su rostro fue el mismo en el que su conciencia despertó. Drizella se acarició la mejilla golpeada, atónita, su sorpresa copaba el dolor que parecía tan insignificante en ese momento. Miró a su madre como si fuera otra mujer, una impostora que osó tomar su lugar.
—¡El amor es una pérdida de tiempo, Drizella! Yo me casé por amor y mira lo único que he obtenido de él; ¡Nada! El amor es lo que arruinó a tu hermana, es lo que hace que nos estemos muriendo de hambre.
Lady Tremaine miró con severidad a su hija, analizando con superioridad sus ojos bien abiertos y sus labios temblorosos, asegurándose de que la escuchaba atentamente.
Sin embargo, Drizella apenas pudo entender su reprimenda. Dentro de su mente, solo podía retumbar la repetición de su más reciente observación; «ella no me había pegado desde que Cenicienta llegó» ¿Ese era ahora su papel? ¿Debía reemplazar a sus hermanas?
Las observaciones no se detenían. Todo comenzó a cobrar sentido. Lady Tremaine tenía una maldad dentro de ella, una oscuridad abrumadora que necesitaba entregarle a alguien de cualquier modo. El primero fue a su propio padre, que poco o mucho que recordara sobre él, las primeras imágenes que vinieron a su mente fueron todas las veces que su mamá le gritó y le reclamó por el dinero y los lujos. Luego de que su muerte, las siguientes en recibir su maldad fueron ella y Anastasia. Siempre presionadas por ser encantadoras y ganar el corazón de un hombre rico para su madre, y entonces el padre de Cenicienta llegó a sus vidas. Drizella lamentó que muriera tan rápido, era muy amable con ella y con su hermana. Tuvo la esperanza de que el corazón de su madre lograría amansarse con la luz de ese hombre que falleció, y la siguiente en recibir la oscuridad de Lady Tremaine fue Cenicienta.
Si el sol fuera negro, seguramente con esa misma intensidad habría resplandecido la maldad de esa mujer.
Le robó la herencia, el golpe, la humilló, la orilló tanto a la locura que comenzó a hablar con los ratones y luego la envió a una torre alta para que nadie la viera.
Luego de Cenicienta, la siguiente fue Anastasia. ¿Cuál pudo ser su error? Se enamoró. Era imperdonable. Siempre juzgó a su hermana por elegir a un simple panadero carroñero cómo marido. Su hermana había bajado de categoría. Pero ahora que ya nadie estaba con Lady Tremaine, inevitablemente, la persona a la que le entregaría su oscuridad era ella y nadie más. Debió anunciarlo tan pronto como comenzó a presionarla para conseguir un buen esposo. «Eres la única que me queda —le decía—, tú no me puedes fallar» y junto a esto las críticas a su físico llegaron. Drizella advirtió que recibiría menos comida que su mamá, a lo que ella alegaba que estaba demasiado gorda, y que esa era la razón por la que nadie se había fijado en ella. Ahora mismo se preguntaba si realmente era eso, o solo eran las consecuencias de no tener un sustento económico en muchos años.
Su cabeza dejó de pensar las cosas cuando su mamá comenzó a toser escandalosamente. Drizella dudó en acercarse a ella, pues temía ser golpeada nuevamente. Sin embargo, su madre estiró su mano a ella y pudo ir a ayudarla. La llevó a su recámara y pidió que descansara. Rápidamente fue a preparar algo de comer y regresó. Lady Tremaine agradeció y tomó la comida, pero antes de empezar, se acercó su mano al rostro de su hija, quien se encogió por reflejo al creer que sería golpeada, pero pronto permitió ser acariciada.
—Drizella.
—¿Sí, madre?
—Sé una buena hija y cásate con Lord Williams, aunque no lo ames. El amor nunca trae nada bueno, y cuando menos lo imaginas, ha perdido todo.
Drizella bajó la cabeza con ojos tristes. Lord Williams era un hombre mucho mayor que ella, casi por treinta años, que le había mostrado interés en uno de los bailes. Poseía una espléndida fortuna, y había atraído ya algunos rumores por las misteriosas muertes de sus dos antiguas esposas. A Drizella le daba entre miedo y asco ese hombre. Le causaba desconfianza la forma en que la miraba, y definitivamente le dio miedo la firmeza con que le había sujetado la cintura contra su obesa barriga en el baile que compartieron, mismo baile que su madre le obligó a tener.
Lord Williams había pedido bailar con ella un par de veces más en los próximos bailes, y su madre estaba segura de que le pediría matrimonio. Fue por la oposición de Drizella que tuvo la discusión que la llevó a golpearla.
—Sé que está viejo, pero ten confianza en que cuando muera, tú heredarás sus propiedades y entonces podrás divertirte —dijo Lady Tremaine al advertir esa mirada decepcionada.
—Sí, madre.
—Esa es mi pequeña hija.
Drizella esperaba que su mamá terminara de comer y se retirara. Se puso su ropa de dormir y se metió a la cama sin poder evitar llorar hasta el cansancio. Por más que le doliera reconocerlo, su mamá tenía razón. No tenían dinero, y la única forma en que podían salvarse de la perdición, era que ella se casara con ese hombre. ¿Cuando se le presentaría una oportunidad similar? Nunca fue capaz de atraer la atención de ningún noble hasta ese momento; Era muy fea, tenía la cara ancha y una nariz pronunciada. Rechazarlo, era condenarse a si misma ya su madre a ir a parar a la calle, mendigando cómo pordioseras. Su mamá tenía razón, debía dejar de pensar en que la vida era un cuento de hadas y que ella también tendría un príncipe que iba a salvarla.
[ ... ]
A la mañana siguiente su mamá estaba muy enferma, así que decidió salir a comprar una medicina para ver si su salud mejoraba. Drizella no acostumbraba salir sin la compañía de su madre, por lo que las calles, a pesar de ser las mismas que siempre transitaba, parecían muchísimo más grandes. Se tomó la libertad de pasear y curiosear un poco luego de haber hecho su compra. Su mamá no le permitía nunca hacer eso, ni siquiera le dejaba mantener contacto visual con sus inferiores —que eran casi todos en el pueblo—. Entre tanto caminar y mirar, percibió un olor fantástico a pan recién horneado. Drizella siguió el aroma que hizo que le sonaran las tripas y llegó, sin sospecharlo, a la panadería del esposo de su hermana.
Estaba claramente sorprendida. ¿Desde hace cuánto se habían cambiado de lugar? En esa zona transitaba mucha gente, y al ver el tamaño de la fila que esperaba por entrar, debía de ser ya famosa la panadería.
«No seas tan ingenua, Drizella, es fácil que los mediocres destaquen si se rodean de inútiles» recordó las palabras que una vez le dedicó su madre y, con obstinación, levantó la frente y siguió su camino. Poco después regresó sobre sus pasos y se quedó parada frente a la panadería un rato más. No era que le importara, pero tal vez podría ver a su hermana allí, o al marido de ésta, y en efecto lo hizo, a ambos. Ese inútil panadero, cargando charolas llenas de pan, reabasteciendo las canastas vacías en el mostrador. Se había puesto más gordo, y todavía tenía esa cara de tonto. Aunque no era que pudiera decir que su hermana fuera mejor; ella también estaba pasadita de peso, se le veía incluso más cachetona que antes. Esa baratija de vestido era simplemente inaceptable, y ni hablar de su cabello tan pobremente recogido en un nudo flojo. Algunos mechones de cabello que se metían en su rostro eran redirigidos detrás de su oreja con su mano. ¿Por qué no uso maquillaje en ese momento? ¿Acaso no le bastaba hacer el ridículo con solo su horrible ropa y peinado? ¿Qué tanto habría de humillarse para estar satisfecho?
Drizella se cruzó de brazos mientras miraba a Anastasia con desaprobación, viendo y descubriendo mil defectos en su hermana, quizás de ese modo dejaría de echarla tanto de menos. Le gustara o no hablar de ello, muchas veces, cuando Drizella se sentía sola, sabía que podía ir con su hermana, ya fuera para molestarla o disfrutar de su compañía. Ahora que estaba casada, ese hueco quedó no solo en su casa, sino también en su mente. La miraba atendiendo a los clientes, con esa sonrisa resplandeciente que no podía comprender. ¿Qué le hacía pensar que solo por sonreír era más bella que ella? Su madre siempre les dijo a ambas que las personas que sonríen sin motivos son solo los locos y los tontos. ¿Cómo se atrevía a perder tanto sus valores por un hombre?
En un momento donde Drizella logró salir de sus pensamientos, notó que Anastasia también la miraba desde el interior de la tienda, parecía sorprendida, pero Drizella se apresuró a retomar su camino sin mirar atrás. Qué tonta había sido, qué vergüenza. Al menos lo único bueno fue que logró irse sin tener que hablar con ella, eso habría sido el doble de vergonzoso. Caminó tan rápido que no se dió cuenta que Anastasia había salido de la panadería para hablar con ella, pero no pudo porque cuando logró por toda esa gente, su hermana pasar ya se había ido.
[ ... ]
Sentada en la soledad del salón, Drizella presionaba cadenciosamente una de las teclas del piano negro. Lucifer dormía en una de las sillas, moviendo ocasionalmente las orejas y la cola, mientras que Drizella veía la habitación como si sus recuerdos se proyectaran en esos espacios vacíos. Miró a su madre, sentada a su lado. A su derecha estaba Anastasia, tocando la flauta armoniosamente, se vio a si misma cantando escalas y arpegios, incluso en su nostalgia estaba Cenicienta barriendo al fondo de la habitación, mirando con sus enormes ojos azules a las tres ensayando. Por un momento pudo ver todo iluminado por la luz de la mañana, sintió la frescura de la alegría, y entonces todo eso se esfumó en un parpadeo. El rincón donde estaba Cenicienta volvió a estar vacío, y hasta con una telaraña. El lugar que ocupaba su madre estaba solitaria nuevamente, mientras Lady Tremaine dormía en su habitación por su enfermedad, a su derecha ya no estaba Anastasia y solo estaba Drizella aún presionando la maldita tecla del piano.
Puso sus manos sobre sus rodillas, dejando de hacer ruido y tomó aire en silencio, suponiendo eso un esfuerzo más grande del que pensó que le tomaría.
—Canta el ruiseñor, canta con amor... —cantó con voz rasposa por no haber calentado, y en voz muy, muy baja, como si no quisiera ser escuchada por nadie en realidad. La siguiente parte la continuó con los labios cerrados, haciendo un mmm, de a cuerpo al juego de las entonaciones de la pieza—. Mi amor. Así fue la canción, cantó al corazón —otra vez el mmm, pero no terminó de cantar. Quizás por tristeza, o por soledad.
—¿Qué haces, Drizella?
—Madre, te levantaste —habló poniéndose de pie, claramente sorprendida de la mejoría de Lady Tremaine después de pasar tres días en cama.
—Así es, hoy me siento mejor de energías. El doctor que Lord Williams envió para revisarme hizo un espléndido trabajo. Será un esposo muy competente para ti.
Drizella no negó ni agregó nada a esa afirmación. No le gustaba hablar de ese hombre en absoluto, pero no tenía valor ni motivos para levantar más quejas.
—Esta mañana que me llevaste el correo, venía una carta de su parte. Quiere que vayamos a cenar con él tan pronto me sienta lo suficientemente bien para salir de casa. Creo que es conveniente ir mañana para el desayuno...
—Pero, madre, ¿no sería mejor esperar? Apenas pudiste levantarte, el viaje te puede fatigar.
— ¿Y esperar a que otra se te adelante y se case con él? De ninguna manera. Iremos mañana, o si la oportunidad se da, iremos hoy. Busca algo de ropa decente, no quiero que me hagas pasar más vergüenzas.
—Sí, madre. —Bajó la cabeza con tristeza, sintiendo su corazón romperse.
—Ve a recoger los encargos que le hicimos a la costurera. Esa mujer es tan inútil, que podría dárselos a alguien por error. Y mejor date prisa, ya me duelen los huesos, tal vez llueva más tarde —añadió mirando a la ventana con sospecha, como si la falta de nubes no la engañaran con su declaración.
—Sí, madre.
De ese modo fue dicho, y de ese modo se hizo. Drizella se vistió con su vestido para salir y fue a hacer el encargo de su madre. Sin embargo, la lluvia se desató mucho antes de que fuera capaz de llegar a casa, se dejó venir igual que cuando se lanza el agua para la riega de las plantas. Drizella corrió a refugiarse cerca de las tiendas del mercado, respirando cansadamente por la boca y sintiendo mucho frío por la lluvia. Miraba fascinada la calle, parecía que tenía más contraste cuando el granito era sumergido por el agua y el petricor le deleitaba el olfato. Escuchaba atenta el sonido de las gotas, era satisfactorio. Ni siquiera el sonido de los truenos fue capaz de intimidarla, quería ir allí, bajo la lluvia y ser empapada, pero temía parecer loca.
—Hermana.
La voz de Anastasia fue capaz de sacarla de sus pensamientos y se giró a verla con sorpresa, como si tuviera delante a un fantasma. Anastasia por su parte sonreía mientras sujetaba su canasta de compras con ambas manos frente a ella. Quería abrazarla, pero nunca fueron exactamente la clase de hermanas que hacen esas cosas. Sin embargo, solo cuando ambos se reencontraron frente a frente, se percataron de que llevaban ya mucho tiempo esperando ese momento.
—Anastasia —respondió por fin.
—Me da mucho gusto mirarte, Drizella. ¿Cómo está mi mamá?
—Enferma. Lleva tres días sin poder salir de la cama. —Su voz había salido en tono cruel e insensible, como si quisiera hacer sentir a Anastasia responsable del mal de Lady Tremaine. La expresión de preocupación en su rostro definitivamente la hizo sentir satisfecha.
—Oh, no, ¿qué es lo que le ocurre?
—No lo sabemos aún. El doctor no tiene un diagnóstico todavía, pero le ha dado medicamento. Yo la veo bastante bien, creo que más bien solo quiere estar en cama.
—Qué alivio.
—¿Disculpa?
—Bueno, si mi mamá realmente no está tan grave, creo que prefiero que elija quedarse en cama y no que verdaderamente esté tan agravada su enfermedad.
—Eso lo dice porque no eres tú quien la está cuidando. Desde que nos abandonaste solo hemos sido ella y yo.
Anastasia sintió que se generaba una fisura en su corazón. Apretó los labios y estrujó un poco la correa de su canasta entre sus manos. Verdaderamente le habían dolido las palabras de Drizella, nunca fue su intención que su madre y su hermana se sintieran abandonadas, a pesar de todo el dolor que le habían causado antes de irse. Aún así, era incapaz de expresar su tristeza, sería vergonzoso algo así, tenía que parecer fuerte y demostrar que ella tampoco las necesitaba, aunque fuera mentira.
—Pues... Tal vez no me hubiera ido, si no hubieran sido tan malvadas conmigo. —Sus intenciones no eran sonar tan grosera como lo fue, de hecho, tal vez quería hacer enojar a Drizella para que dejara de decir cosas tan crueles.
— ¿Cómo te atreves? ¡Eres una descarada! —levantó su mano dispuesta a golpearla, pero cuando Anastasia se encogió en su lugar con un gritillo se detuvo con su mano en el aire.
El haber escuchado su grito le hizo sentir miedo, demasiado miedo. Era como si se hubiera abierto una puerta con un monstruo dentro de su mente y retrocedió. Contempló a su hermana, quien la había convertido en punto de su mirada confusa, y entonces su miedo se mezcló con vergüenza. Solo una cosa era clara; Tenía que escapar. No podía permanecer ni un segundo más allí. Pero justo cuando iba a empezar a correr, la mano de su hermana sobre su brazo frenó su andar.
—¡No te vayas!
—¡Suéltame!
—¡Si te marchas con esta lluvia será peligroso, la casa queda muy lejos todavía!
—¿Y a dónde más he de ir?
—Ven conmigo, la panadería está cerca.
—Ja, en tus sueños me vas a ver en ese chiquero...ro.
Pero Drizella no estaba lista para la mirada severa de Anastasia. Al final terminó por acceder y ambas fueron a la panadería que la menor propuso. Al abrir la puerta fueron golpeadas por la calidez del interior, ya Drizella se le hizo un hoyo en el estómago por el olor a pan tan exquisito que había. Debía admitir que era más grande de lo que se imaginaba, y tenían mucha variedad en sus productos de la que pudo ver el otro día. Anastasia dejó su gorro de salir en el perchero, al igual que su capa para lluvia y Drizella le imitó.
—¡Querido, ya estoy aquí! Él trajo a mi hermana conmigo.
—¿Tu hermana?
Se escucha una voz proveniente de otra habitación. No tardó en hacerse presente el esposo de Anastasia, con esa sonrisa estúpida y la ropa llena de harina. Se estaba limpiando las manos con un trapo blanco algo sucio, pero lo dejó sobre su hombro cuando Anastasia se acercó a besar su mejilla.
—Otra vez olvidaste ponerte tu mandil, tonto.
—Nada de eso, estaba limpiando la cocina.
Ambos intercambiaron sonrisas como un par de ineptos, y después se giraron a Drizella, quien los miraba con los brazos cruzados y una expresión de enojo, aunque las pocas veces que el panadero la había visto tenía esa misma cara, tal vez simplemente su rostro era. así.
—Hermana, él es Belmont, mi esposo. Querido, mi hermana Drizella.
—Mucho gusto, Drizella, nos conocemos al fin. —Estiró la mano hacia ella con la intención de estrecharlas formalmente, con una sonrisa y voz amable, pero Drizella no correspondió y comenzó a caminar por la panadería, dejándolo con la mano estirada. A Anastasia le dio mucha vergüenza que su hermana fuera tan grosera, pero su esposo le puso una mano en el hombro en señal de apoyo. No estaba enojado.
—Así que este es el lugar donde trajiste a vivir a mi hermana. Debo reconocer, no es tan mediocre como la antigua tienda, pero sigue siendo de mal gusto.
—Lo siento, estamos creciendo paulatinamente.
Anastasia decidió que no iba a darle la oportunidad a su hermana de volver a ser grosera con su esposo, así que la llevó a una mesita donde algunos clientes tomaban el desayuno en las mañanas. Preparó un poco de té y trajo un poco de pan y mermelada para acompañar su charla. Drizella esperaba que Anastasia diera un mordisco a su rebanada de pan para hacer otro comentario hiriente.
—Hermana, veo que el matrimonio no te sienta para nada bien, me preocupa que todo lo que coman sea solo pan.
—¿Por qué crees eso?
—Es evidente con solo ver tu papada, ya estás algo pasadita de peso.
Pero Anastasia no se iba a quedar atrás. Sabía que Drizella lo había hecho con un propósito para herirla.
—Bueno, hermana, al menos yo sí tengo algo que comer. Los kilos que me sobran son los mismos que te hacen falta. Pareces un palillo de dientes.
Drizella estaba pasmada ante la defensiva de su hermana, sin embargo, dió un sorbo de té para disimular su enojo.
—Oh, querida, tenemos bastante para comer y dar, esto se le llama dieta. Es una estrategia de belleza que aún me puedo permitir.
—Me pregunto si eso es cierto.
—Lo es.
—Bien.
—Bien.
—Bien.
Silencio.
Ambas bebieron de su té, y continuaron la charla como si nada hubiera pasado. Aquella primera reunión, después de tanto tiempo, sirvió para que ambas hermanas se calaran entre ellas y averiguaran de qué cosas podían hablar entre sí, ya su vez, pudieron establecer límites implícitos; Drizella se percató de que Anastasia no toleraría que hablara mal de su esposo, se enojaba mucho al respecto. Ahora sabía qué cosas no debían de decir si su intención no era molestarla, y también, cómo herirla si llegaban a pelear. Por otra parte, Anastasia descubrió que a Drizella no le gustaba hablar en absoluto de matrimonio. Creía que su mamá ya la habría comprometido con alguien, pero su hermana no daba entrada a tocar el tema. También descubrió que no le gustaba hablar de su madre, lo cual le parecía extraño, y hasta triste, pues de verdad quería a veces saber cómo se hallaba.
Pasaron los días, a veces Drizella se sintió culpable de alegrarse de que su mamá no pudiera salir con ella al mercado por su enfermedad, que muchas veces la dejaba fatigada. Sin embargo, eso solo era una grandiosa excusa para poder ir a ver a su hermana. Drizella sabía que no podía contarle a su mamá que se veía con Anastasia, pues inmediatamente era reprendida por expresar cuánto la extrañaba. Así que continuó viendo a su hermana secretamente. Sin embargo, jamás imaginó que volvería a ver a Cenicienta.
Aquella vez en que fue a ver a Anastasia, se sorprendió mucho de ver a la esposa del príncipe en la panadería. No vestía elegante ni glamorosa cómo se imaginó que haría, sino que lucía sencilla y hasta desaliñada, tal y como el día en que se fue de casa para jamás volver.
—¡Drizella!
Exclamó Cenicienta al verla entrar y extremadamente resplandeciente. Su hermanastra mayor había permanecido pasmada de verla, no podía creer que aún cuando no estaba maquillada ni arreglada, Cenicienta seguía luciendo tan hermosa, mucho más que ella misma y que Anastasia juntas; sus ojitos azules, su sonrisa pura y fresca, su cabello brillante. Era injusto que una sola mujer fuera bendecida con tanta belleza. Apenas advirtió que la esposa del príncipe se acercó a abrazarla. Sintió su corazón temblar dentro de su pecho y la respiración se le detuvo. No fue capaz de corresponder debidamente, y antes de darse cuenta, Cenicienta ya se había separado.
—Ha pasado tanto tiempo, Drizella, desde que Anastasia, me habló de que tomaban el té juntas, recé fuertemente para poder acompañarlas alguna vez.
—No te le quedes solo viendo, hermana, pareces una clase de loca. ¡Anda, di algo! —ordenó Anastasia, claramente, confundida por la manera embobada en que Drizella veía a Cenicienta.
El mayor de las tres hermanas se aclaró la garganta, tratando de reunir un poco de su fachada tan arisca que le caracterizaba. Sacó su abanico, pues le dió calor, y con ello aprovechó para tratar de ocultar su rostro sin parecer muy obvio.
—¿Que diga algo? Me siento tan insultada que esta... Niña se me presenta vistiendo tan pobremente. ¿Es que acaso la nueva integrante de la familia real no me considera digna?
Anastasia y Cenicienta intercambiaron miradas, algo felices de percibir esa fachada de Drizella. Siempre que se sentía feliz o avergonzada, la mayor trataba de ocultar su sentimiento actuando de manera confiada y orgullosa. Anastasia fue quien le explicó que su hermanastra vestía así para no ser reconocida al salir del palacio, pues debía ser secreto. Luego de eso, las tres decidieron beber el té juntas.
Cenicienta veía a sus dos hermanastras charlando y casi se echaba a llorar. La última vez que se sentaron juntas como iguales había sido hacía tantos años ya, era como si otro de sus sueños se hubiera hecho realidad finalmente. No se imaginó que echaba de menos a Drizella a un nivel semejante. Aunque una parte de ella se sentía culpable de no sentir lo mismo por Lady Tremaine, su madrastra.
Cenicienta no le guardaba rencor a sus hermanastras por todo lo sucedido. Desde que su padre murió, la joven tuvo un amargo golpe de realidad y se percató de lo controladora que era su madrastra y, a pesar de que sus hermanastras habían sido parte del infierno que sufrió, supo reconocer que todo eso fue culpa de Lady Tremaine. principalmente. Eso no quería decir que eximía a Drizella y Anastasia de sus respectivas responsabilidades, pero simplemente no podía guardarles rencor por ello. Todas eran demasiado jóvenes como para comprender lo que Lady Tremaine hacía, y las perdonaba. Casi hasta sintió lastima por las niñas que quedaron desprotegidas y fueron obligadas a dividirse, rompiendo con la pequeña familia que pudieron ser, y que sin embargo, todas necesitaban que fuera.
Drizella se sintió un poco sorprendida se que Cenicienta no hizo ni una pregunta sobre su mamá, pero entendía que se hubiera abstenido de ello. Ese momento era el más feliz que los tres habían tenido en mucho tiempo, y ni siquiera la imprudente Anastasia se atrevió a arruinarlo con algo así.
[ ... ]
Drizella miraba sus manos guantadas descansando sobre la falda de su vestido. Escuchó atentamente las patas del caballo resonando en el camino de baldosas mientras tiraba del carruaje. El canto de los pájaros parecían vítores y campanas entusiastas. Levantó la cabeza y miró a través de la ventana: el sol, el cielo, el día parecía apremiarla por lo cometido, pero su madre no.
Al apenas llegar a casa, Drizella se encargó de despedir al carruaje en el que Lord Williams las envió de regreso. Luego entró, solo para ser recibida por la gravedad de su madre al hablar.
—Jamás imaginé que la única hija a mi lado sería una decepción. Arruinaste la cita con Lord Williams.
—Lo sé, madre.
—Nos ha condenado a la miseria. Nos llevaste a la quiebra. Has destruido todo por lo que más me esforcé, y espero que te arrepientas por el resto de tu vida.
Pero Drizella no se arrepentía en lo más mínimo. Ella sabía que había roto muchas reglas de etiqueta, cuentos como no comer más de lo apropiado, o no llevar la contraria en una conversación. Y ni hablar de su paupérrima canción que entonó de modo tan desafino. Se había esmerado en ser lo más desagradable posible y su madre lo sabía. Pero también, sabía que a Drizella le daba asco Lord Williams, lo había intentado, de verdad lo hizo, pero no podía estar cerca de él. Detestaba la manera en que se relamía los labios ansiosamente como un perro, le asqueaba que en su bigote quedaran restos de comida, le daba arcadas ver cómo su frente sudaba por cualquier mínimo esfuerzo, y peor era, cuando esa masa de grasa y desesperación osaba. coquetearle.
— ¿Qué tienes que decir en tu defensa?
Drizella tomó aire, ya pesar de que le iba a costar mucho responder, no fue capaz de sostener la mirada de Lady Tremaine y bajó la cabeza.
—Madre, no quiero casarme.
El anillo que la mujer llevaba en la mano, fue lo que hizo que Drizella sangrara de su mejilla cuando fue golpeada. La menor gritó de Dolor y se llevó una mano a la zona herida, asustandose de verla pintada de rojo y miró a la mayor con temor, nunca antes había sangrado. Pero por su parte, la mayor no se había perturbado por lo ocasionado y con elegancia se limpió el anillo con un pañuelo.
—Una mujer que no quiere casarse, ¿para qué es mujer entonces? Eres la mayor decepción de esta familia, ni siquiera Anastasia fue capaz de caer tan bajo como lo has hecho tú. Veré si soy capaz de reparar todo lo que ha destruido, y reza por qué así sea.
Pero Lady Tremaine no lo logró. Envió una carta a Lord Williams para disculparse por el comportamiento de su hija, prometiendo que era la primera y única vez que ocurriese, pero el Lord no le respondió. Comenzó a enviar algunas cartas más, a veces acompañadas de un pequeño presente, pero seguía sin haber respuesta. Lady Tremaine incluso llegó a considerar el ir a buscarlo a su casa, pero un día llegó el periódico, teniendo en la primera plana el matrimonio de Lord Williams con otra mujer.
La anciana sintió el golpe de la sorpresa tan fuerte que su pecho le dolió con gran intensidad. Tuvo que hacer presión con una mano mientras que se apoya en el respaldo del asiento para no caer. Drizella se acercó de inmediato a auxiliarle, le ayudó a sentarse.
—¡Espera aquí, madre, iré por el doctor!
—¿Y con qué planeas pagarle? ¡Qué parte de no tenemos dinero no has entendido aún! —luego de gritarle a su hija, volvió a quejarse por el dolor. Drizella la miró, asustada y pasmada por la manera en que era tratada, aún cuando su mamá se encontró en ese estado—. Te lo advertí, ¿no es así? Te advertí que debías ser astuta antes de que otra mujer se casara con ese hombre. Y ahora mira.
Dejó caer el periódico en la mesa frente a ella para exhibir la primera plana. Drizella palideció y sus ojos se abrieron más. Sintió un espasmo en su pecho que no era ni de dolor ni de decepción, sino de miedo. Era como si no hubiera creído que la advertencia de su madre se cumpliría hasta que lo hizo.
Lady Tremaine volvió a quejarse un par de veces antes de que Drizella pudiera llevarla a la habitación. Lady Tremaine aseguró que moriría, pero Drizella pidió que no hablara de eso. Sin embargo, el tiempo le dió la razón. Los últimos días de la mujer fueron una cruel tortura, no dormía, no podía levantarse, no tenía apetito. Drizella permaneció a su lado hasta el último instante, incluso en su último día, durante su lecho de muerte.
Esa vez no fue dramática como la noche que murió el padre de Cenicienta. No estaba lloviendo como esa vez, la tarde estaba soleada, incluso hacía calor. Lady Tremaine se agarraba con fuerza el pecho, con Drizella a su lado esperando a que su madre se girara a ella. Cuando lo hizo, con trémula voz se dedicó a darle palabras crueles.
—¿Por qué sigues aquí? Todo esto es tu culpa.
—No, mamá...
—¡Cállate! Si te hubieras casado con Lord Williams, habrías podido salvarme.
Se quejó otra vez, su pecho latía con velocidad, se sintió como si cientos de hormigas le picaran en desorden y repetidas veces en el corazón. Drizella comenzó a llorar, sintiéndose responsable de ver a su madre así. Había aceptado sus horribles palabras como verdaderas hasta que, finalmente, su madre dejó ese mundo con un último aullido.
El silencio ocupó el espacio igual que cuando un vidrio se empapa ante el vapor del agua caliente. Drizella se había olvidado de respirar. No podía creer la manera tan abrupta en que pasó de tempestad, a calma. Sentía que sus pensamientos se elevaban, viajaban encapsulados en una burbuja y se desprendían de su sano juicio. Lo único que impidió que toda su conciencia se fuera con sus pensamientos, era el retumbante latido de su corazón. Con una última lágrima volvió a respirar. Su vista borrosa volvió a enfocarse y miró la habitación en la que estaba, reconociendo que era la misma pero se sentía diferente. Las paredes parecían más amplias, más limpias, las ventanas eran más brillantes, todo parecía ser tan diferente y su madre muerta seguía allí, postrada en la cama, con esa expresión de dolor y angustia en el rostro.
No, no era angustia. Eso era odioso.
Se puso en pie lentamente, mirando todas las arrugas de expresión en el rostro de esa mujer. ¿Acaso era irreconocible, o ese sería su verdadero ser? Ella esperaba sufrir más, esperaba reaccionar igual que Cenicienta y llorar hasta el cansancio, aferrarse a la mano de esa mujer con la esperanza de que su pulso regresara, pero no hizo nada de eso, era como si se hubiera bloqueado su corazón.
Salió del cuarto, se apoyó en la puerta, se deslizó hasta el suelo y allí lloró suavemente. No podía creer que incluso cuando Lady Tremaine había dejado ese mundo, ella seguía sin poder demostrarle ni un poco de sus sentimientos. No se atrevía.
¿Así era morir? En un segundo estás vivo y, en otro segundo igual, ya no. Qué horror, qué miedo. Ella no quería morir.
[ ... ]
Drizella se limpió el sudor de la frente con un pañuelo y después se frotó las manos con la falda de su vestido. Una dama como ella no estaba hecha para cavar fosas, pero dado a que esa mujer no tuvo a nadie además de sus hijas, le correspondía a Drizella cavar el lugar donde descansaría por siempre. Cuando se disponía a continuar Anastasia y su esposo, quien rápidamente le dió el pésame a la mayor de las hermanas y la abrazó. Drizella se sintió un poco incómoda, pues no acostumbraba prestarse a esas muestras de afecto, pero no dijo nada. Rápidamente Belmont se ofreció a cavar la fosa. Mientras, las hermanas fueron por el cuerpo de Lady Tremaine que aún yacía en la habitación.
La bajaron envuelta en sábanas, y le dieron una respetuosa sepultura. Belmont ofreció preparar té para darle un tiempo a solas a ambas hermanas, y aunque Anastacia se ofreció a acompañarle, él insistió.
—Tienes un buen esposo —afirmó Drizella una vez el panadero se fue.
Anastasia miró perpleja a su hermana, se preguntó si era tanta la tristeza que le albergaba, o si solo se había vuelto loca, pues podría afirmar, sin temor a equivocarse, que esa era la primera vez que Drizella decía algo bueno sobre Belmont.
—¿Lo dices por el té? No te preocupes, yo siempre lo preparo en casa, él me lo debe.
—Deja de pensar que el mundo te debe algo, Anastasia, ni él ni tu esposo te deben nada.
—No entiendo de lo que estás hablando.
Drizella sospechó antes de negar con la cabeza.
—No es nada importante. Olvídalo.
Ambas hermanas guardaron silencio y miraron a la tumba de Lady Tremaine. Nunca antes se habían imaginado un mundo sin su madre, y ahora que estaban en él, era imposible para ellas saber qué hacer. Su orgullo y sus prejuicios sobre la debilidad no les permitían llorar, aún cuando sentían ese latente dolor en el alma.
—Este... Drizella.
-¿Si?
—¿Has pensado en... venir a vivir conmigo?
—De ninguna manera.
—¡Pero, hermana, no estás casada! Ya no está mamá, para hacerte compañía, y la fortuna del padre de Cenicienta también se ha ido. ¿Por qué no vienes conmigo? No quiero que te quedes sola en esta enorme casa.
—Sin embargo, es lo que quiero. Tienes razón, ya no hay nadie que me acompañe; nuestra madre está muerta, nuestro padrastro también y los animales fueron vendidos hace tanto tiempo ya. No obstante, ir a la panadería contigo me haría infeliz. Tú me conoces, hermana, y sabes del ambiente en el que crecimos. Ya no te juzgo por la vida que has tomado, pero a pesar de que te hace feliz, me temo que no hará lo mismo por mi.
—Pero entonces ¿qué harás? Es imposible que una mujer se mantenga a sí misma sin casarse.
—Quizás pueda ayudar.
Ambas hermanas se giraron al escuchar una nueva voz. Vieron con algo de sorpresa a la princesa heredera acercándose a ellas luego de sonreírles en su lugar, como si las hubiera estado escuchando.
—¡Cenicienta! —exclamaron ambas.
La princesa se acercó a abrazar fuertemente a sus hermanastras. Sabía que ninguna de las dos esperaba que apareciera, aún más porque en la carta que le había enviado Anastasia no la invitaba al funeral, sino que solo fue una disculpa por ausentarse.
— ¿Qué haces aquí? Tú no amabas a esa mujer. —Drizella habló con ese tono de voz que le caracterizaba a pesar de no estar molesta. Para su suerte, sus hermanas habían aprendido a tolerarla.
—Tienes razón. Yo no amaba a su madre, pero las amo a ustedes, y sé que debe dolerles mucho su pérdida.
Esa sería la primera vez que las hermanas recibirían algo de empatía en su vida. Fue inevitable que las lágrimas fluyeran naturalmente. Cenicienta les limpió las lágrimas con sus manos ásperas por el pasado. Luego las abrazó amorosa y maternalmente.
—Drizella.
-¿Si?
—Entiendo tu decisión de estar sola, y respeto que no te quieras mudar con Anastasia, pero yo también estoy preocupada por ti. ¿Me dejarías ayudarte un poco?
—¿Lo dices enserio? —de los ojos de Drizella resplandeció el destello de la ambición. Su sonrisa se ensanchó cuando Cenicienta asintió.
—Pero tengo una condición.
—¿Cuál?
—Anastasia y yo vendremos a verte regularmente.
A Anastasia le dió un poco de risa ver cómo la sonrisa de su hermana se desvaneció. Sin embargo, Cenicienta no cambió de parecer.
—No queremos molestar con esta petición, pero cuando amas a alguien haces cosas como estas por ella.
—El amor nunca deja nada bueno, Cenicienta. Mi madre se casó por amor y no obtuvo nada a cambio.
—Es que el amor no se trata de negocios, sino de compromiso. Si tu madre se casó esperando algo a cambio, entonces es por eso que no obtuvo nada de él. Basta con tan solo mirar a tu hermana, la ves feliz y la ves enamorada, y todo eso son cualidades de la dicha. Solo tienes que ser valiente, espera el momento adecuado, y en cuanto lo tengas delante, aferrarte a él con fuerza.
—Es cierto —corroboró Anastasia—. El amor necesita coraje y valor, por eso vale la pena.
—¡Ustedes dicen eso porque son unas tontas! ¿Cómo es posible que creen en esos cuentos? ¡Este es el mundo real!
—¡Hermana, por favor escucha! ¿Cuánto tiempo va a tomarte entender esto? ¡A nuestra madre le tomó toda su vida y ni aún así logró hacerlo! No quiero que te pase lo mismo.
Las mejillas de Drizella estaban rojas por todos los sentimientos que le albergaron con esa conversación y solo se giró, dándole la espalda a las mujeres para que no la vieran llorar y ellas la abrazaron. Drizella ya no fue capaz de oponerse y solo las dejó.
El amor dolía. El amor mataba. Ella no quería morir, pero dado que no tenía más opciones además de la ayuda de Cenicienta, terminó por aceptar su petición con reticencia. Esperaba que no le hicieran más daño en el proceso.
[ ... ]
Afortunadamente Drizella aprendió cómo era el verdadero amor. Fueron sus hermanas quienes le mostraron la verdad acerca de amar y ser amado, y Drizella se sintió feliz por ese hecho. Sin embargo, ella jamás llegó a casarse. Hubo una edad en la que muchos hombres apuestos le pretendieron, pero Drizella no eligió a ninguno. Quizás por vanidad, quizás por miedo, lo cierto es que así como una vez llegó a ser la sensación, con los años se convirtió en el hazmereir del reino. Una mujer que a una edad tan avanzada no se había podido casar aún era digna de burlas y de críticas.
Pronto los chismes se esparcieron, pues era imposible que sin un esposo ella pudiera mantenerse en esa gran casa por su cuenta. Se llegó a insinuar que tenía un trabajo inmoral por las noches, que incluso era bruja pues se le había llegado a ver bailando bajo la lluvia. Drizella no fue capaz de soportar tantas cosas horribles que acontecían, y añadiendo a todo esto la culpa que sentía por la muerte de su madre, todo era insostenible. Durante muchas noches fue atormentada por el recuerdo de esa mujer que no la dejaba dormir. Drizella llegó a pensar que se estaba volviendo loca cuando, junto a las burlas del pueblo, comenzó a escuchar la voz de Lady Tremaine reprochando que se haya convertido en el chiste de todo el mundo. Los hombres que alguna vez le pretendieron le empezaron a tratar como a una mujer vulgar y Drizella finalmente se rindió.
Decidió ponerle fin a su sufrimiento con una taza mortal de té. Solo dejó atrás una única carta de amor que le dedicó a sus hermanas, agradeciendo por el amor que recibió de ellas, disculpándose por su decisión y pidiendo comprensión de su parte.
