INKTOBER #1 - Mehrak

El trabajo de escriba rara vez le hacía salía de su propio despacho. Leer, aprender, organizar,

archivar, en resumen, su trabajo era saber lo que otros sabios no podían. Poner el saber al

servicio del resto para que las investigaciones de la Akademia avanzara más rápido y el

progreso alcanzara la propia sabiduría.

Esas eran, al menos, las razones por la que Al-Haytham había optado por un trabajo así. La

realidad en sí misma era que le gustaba un trabajo donde su tarea fuera simple y sencilla. No

era una persona que le gustara complicarse la vida, mucho menos aún su día a día.

Por eso se extrañó cuando le llegó aquella carta del Gran Sabio. Debía personarse en el Oasis

de Sobek para ayudar en las investigaciones de unas nuevas ruinas que habían encontrado los

arqueólogos. Simplemente necesitaban una verificación de qué estaban excavando y por qué

era tan importante.

Llenó sus pulmones de aire al terminar de leer la carta y sin avisar a nadie en su casa, a cierta

persona en concreto que convivía con él. Según él iba a ser un viaje de ida y vuelta rápido, no

tendría por qué avisarle de nada.

Llegó al lugar que marcaba las indicaciones y fue testigo del despliegue de medios que habían

hecho los arqueólogos en aquellas ruinas. Aunque su sorpresa fue que no había nada en el

campamento base. No le pareció raro pues de normal los intelectuales se volvían tan

obsesionados con sus trabajos que se olvidaban de salir a tomar el aire de vez en cuando.

Descendió y descendió por las ruinas, disfrutando de los grabados, los tallados, las esculturas

de la antigua civilización que le habían dejado los que estuvieron antes. Aunque estaba

ensimismado en la belleza de las ruinas se percató de que llevaba andando un buen rato y no

encontraba a nadie.

-Hm.

Se había despistado y no se había centrado en lo que teóricamente era importante. Fue

entonces cuando volvió a la realidad que se percató de una luz verde que iluminaba un grupo

de rocas. Se acercó, pues ese color le resultaba familiar. Apartó las rocas para hacerse hueco y

descubrió medio enterrado entre la arena y las rocas a Mehrak. Qué hacía la mochila de Kaveh

aquí.

Lo agarró del asa y lo levantó. El maletín frunció el ceño, intentando quitarse la arena que

estaba acumulada en sus ojos. Al-Haythame la ayudó, solo para poder preguntarle.

-¿Dónde está Kaveh?

En cuanto el maletín pudo levitar por sí mismo, no dudó en fruncir el ceño de nuevo, ya que no

se había preocupado por él, sino por el arquitecto de Sumeru.

-¿Dónde está? –Repitió esta vez con un tomo más grave, preocupado e incluso enfadado con

aquel pobre maletín con vida propia.

Aquel tono hizo que el maletín levitara hacia las escaleras de aquellas ruinas, siguió bajando y

bajando, hasta que las escaleras se abrieron en una gran sala llena de trofeos y premios.

Solamente aquella estancia era más bella que todo lo que había estado mirando en la entrada.

Las moras se habían apilado en una enorme montaña en el centro de la habitación, mientras

dos grandes estatuas con cabezas de chacal parecían custodiar el gran tesoro. La iluminación

ya estaba activada, por lo que no le costó averiguar que alguien ya había pasado por ahí. Fue

entonces cuando se percató de que había personas heridas debajo de aquella montaña de

moras y joyas.

Se acercó a esas personas y tiró de ellas para arrastrarlas hasta un lugar donde poder

atenderlas. Tocó sus cuellos y comprobó respiraciones. Todos estaban a salvo, todos menos la

única persona que ahora mismo le importaba buscar. Comprobó persona a persona, si entre

los desmayados se encontraba el arquitecto. Sin éxito decidió seguir buscando por su cuenta,

apartando las moras a puñados para llegar hasta el centro de la sala.

Fue entonces cuando entre el dorado vio una pluma turquesa. Sin duda era la suya. Nunca se

equivocaría. No con él.

Si seguía desenterrando a Kaveh corría el riesgo de que todo aquello se le viniera encima.

Pensó rápido, muy rápido, más de lo que jamás lo había hecho.

-Mochila, ven aquí. Mehrak. ¡Ven!

Llamó al maletín de Kaveh y lo colocó por encima de la cabeza del arquitecto. De tal modo que

si él tiraba y la montaña se le venía encima, aquel aparatito podría impedir que murieran

aplastados. Al menos no recibirían tanto daño como para quedarse inconsciente.

Agarró los hombros de Kaveh por su ropa y tiró de él hasta poder sujetarse de las axilas. Lo

pegó contra su pecho para tener más fuerza. Si unía los dos centro de gravedad y empujaba, la

fuerza que haría sería menos pero el empuje sería mayor. Un empujón, dos y hasta tres.

Apenas había sacado la mitad de su pecho de aquella montaña de riquezas.

Tragó saliva y jadeó agotado, no estaba consiguiendo nada así. Bajó la mirada hasta su rostro,

lleno de arañazos y moratones. Con cuidado le apartó el polvo de la cara intentando

despertarle. No podía dejarle ahí, había sacado al resto de personas que no importaban, no

podía dejar ahí a su compañero.

Tenía que pensar más, tenía que sacarle de allí. Escarbó un poco más, pero se detuvo en

cuanto las monedas empezaron a moverse a su alrededor. Eso era peligroso para Kaveh. Fue

entonces cuando se le ocurrió.

Tomó a Mehrak del asa y buscó una cuerda de alguno de los arqueólogos. En la entrada se

había fijado que aquello no era sala de exposición, era una especie de almacén para las

riquezas. Por lo que tenía un mecanismo que permitía mover el tesoro de un lado a otro.

Activarlo no fue difícil, solo necesitaba su poder elemental para ello.

Ató un extremo de la cuerda a Mehrak y la otra a Kaveh y a él mismo, manteniendo de esta

manera al rubio bien agarrado a sí mismo. Desde allí podía ver la llave, un mero cálculo y lanzó

uno de sus cristales dendro. Este se clavó y las compuertas que sostenían el tesoro se abrieron.

En cuestión de segundos aquella montaña de oro bajó con fuerza a unas profundidades

inhóspitas.

Mehrak tiró y él sostuvo a Kaveh con todas sus fuerzas. El maletín tiró y aprovechó la caída

para sostener a los dos hombres lo justo, para que al menos la caída no fuera dañina. Ambos

cayeron con la inercia, recibiendo él impacto contra el suelo. Sus manos se agarron a la

espalda de Kaveh, asegurándose de que estaba con él.

Sin dudarlo le desató y le tendió en el suelo, asegurándose de que respiraba. Lo hacía. Bien… lo

había salvado. Mojó sus labios con agua y esperó a que poco a poco se despertara. Se aseguró

mientras tanto de curar los pequeños cortes que tenía por la cara y que sus piernas

funcionaran bien. Justo estaba palpando uno de sus muslos cuando Kaveh se despertó.

-Hmmn… donde… ¡¿Pero qué estás haciendo AL-HAYTHAM?!

-Asegurarme de que no tiene el miembro con el síndrome de atrapamiento.

-Suéltame.

Kaveh alzó la cabeza, no recordaba donde estaba pero por lo que podía leer de la sala, Al-

Haytham le acababa de salvar.

-¿Qué haces aquí?

-He venido por trabajo. La próxima vez que tengas un viaje a las ruinas compartiremos gastos y

lo haremos juntos.

-¿AH? Eso llevo yo diciéndote años y años y nunca me has hecho caso…

Kaveh estuvo quejándose un buen rato de él. Al menos Al-Haytham no tuvo reparó en sonreír

mínimamente al verle bien. No necesitaba alardear de lo que había hecho, no necesitaba ni

decírselo. Mientras él estuviera bien, no necesitaba nada más.