El tío Bruno me dijo que no debía responder esa misma noche, que lo consultara con la almohada, y la verdad me sentí aliviado. Esa noche me fui a la cama después de salir de la cueva de visiones. Traté de dormir pero me la pasé mirando el techo, percibiendo con el rabillo del ojo la luz fluorescente de la tableta de la visión. Tenerla tan expuesta me estaba generando un poco de ansiedad, así que la envolví en una manta pequeña y la metí debajo de la cama. Ahora ya no la veía, pero seguía pensando en ella.
Un chico. Solo podía pensar en que me enamoraría de un chico. ¿Cómo reaccionaría mi papá, mi mamá? Dios santo, la abuela me mataría. Seguramente me arrancaría la piel y me empalaría. ¿Qué pensaría Antonio de mi? No creí que lo pudiera comprender, apenas tenía ocho. No quería que por ver a mi futuro novio se confundiera, o pensara que es normal que dos chicos salgan juntos.
O peor.
Empecé a temer que mis padres me prohibieran ver a mi hermano por culpa del estúpido novio que el futuro me tenía preparado. Abracé mi almohada y rodé en el colchón, mirando hacia la ventana y notando que el cielo se estaba aclarando, anunciando el inminente alba del día siguiente. Con razón los párpados me pesaban.
Me tallé la cara con las manos y asomé la cabeza debajo de la cama, miré el solitario bulto que guardé. No podía ver su brillo, pero sabía que allí estaba la visión. Me volví a acostar, golpeando mi nuca con el colchón y me quité las mantas. Después me dió frío, así que me tapé. Me dió calor, saqué una pierna. Luego me dio miedo, la volví a guardar. Luego recordé que ya iba a amanecer, los monstruos ya no podían hacerme nada, la volví a sacar.
Pensé en las palabras del tío Bruno, así que decidí dejar de darle tanta importancia a mi futuro novio, me concentré más bien en todo lo demás; los viajes, las fiestas, las ciudades. Tantas cosas que me emocionaron, tantas aventuras que me imaginé que tendría. ¿Cómo serían las fiestas allá? Ah, de verdad quería ir, me daba miedo, es verdad, demasiado, pero el tío Bruno también se fue repentinamente, y él estuvo en una situación más difícil, pues no tenía a nadie, se fue solo. Ahora, yo podría tener su ayuda. Eso me daba un consuelo.
Y en cuanto a mi no-novio, lo rechazaría. Lo mandaría a volar. Apenas lo tuviera de frente me aseguraría de alejarme de él. No quería y no iba a aceptar ser marica. ¡Yo rechazo la naturaleza! Es mi vida, es mi decisión. Así que, armado con el valor que una taza de café negro me brindó, fui con el tío Bruno y le dije que aceptaba su propuesta. Me recomendó que no llevara muchas cosas, que fuera haciendo mi lista, mientras hablaba con Dolores y la convencía de ayudarlo con el trabajo.
Nos tardamos dos días, pero al final Dolores accedió a venir con nosotros. Lo más difícil fue planear como darle la noticia a la familia de que nos íbamos mi hermana y yo por tiempo indefinido. Desde luego, no les dijimos que íbamos a ayudar al tío Bruno, sino que mentimos diciendo que si le acompañábamos por un tiempo, inscribiéndonos en una clase de escuadrón, podríamos ayudarlo para que no le quitaran un caso muy importante en el que estaba trabajando. Decidimos hacerlo en la cena, Dolores invitó a Mariano para sentirse más segura, pero a mí eso me hizo sentir más nervioso, había demasiada gente: mis tíos, mis primas, mi abuela, mis padres, mis hermanos, mi cuñado, la suegra de mi hermana. Pero, al final, no nos detuvimos y dimos la noticia.
Sobre mi madre se creó una nube que comenzó a llover, mojándola, era una lluvia suave, no fuerte. Mi papá tan solo se nos quedó mirando, y mi abuela cuestionó si acaso habíamos enloquecido. Acusó al tío Bruno de querer dividir la familia, cuestionó su atrevimiento de llevarnos a Dolores y a mi a ese mundo tan peligroso. Mi madre le dió la razón, y lo acusó de manipulador con Dolores y conmigo, pues nos lo dijo a nosotros antes de decirle a ella para meternos ideas en la cabeza.
Noté como el tío Bruno empuñó las manos sobre la mesa, su quijada se tensó, su mirada se hizo ambigua conforme recibía esas palabras. Luego de que terminaran de gritarle, habló por fin, defendiendo que nos lo dijo a nosotros directamente porque ya somos legalmente adultos, que yo ya tenía dieciocho y Dolores veinticuatro. Mamá debatió que aunque tengamos esa edad seguimos pensando como niños, a lo que yo interferí en defensa de mi tío.
Fue una cena muy incómoda, la familia se dividió. Mi tía Julieta se mantuvo al margen, llevándose a Antonio a otra habitación. El tío Agustín intervenía cuando Mirabel quería tomar partido. Mi mamá y mi abuela nos trataron de explicar que esa decisión era peligrosa, pues nunca habíamos salido del Encanto. Todo fue horrible, no recordaba la última vez que discutí tanto con mi familia, hasta que finalmente, la persona que jamás imaginé intervino, y esa fue Mariano.
Dijo, que si Dolores quería salir y explorar, que él estaba de acuerdo y esperaría a su regreso, o se prepararía para ir con ella. Dijo, que confiaba en mí, pues todos esos años cuidé de los niños del pueblo y de mi familia, que sabría cuidarme solo. La señora Guzmán explicó que no querían generar más pugnas, y sugirió terminar la cena si lo deseábamos. La abuela negó, y les pidió se quedaran. Dió la orden de no volver a tocar el tema, y llamó a Julieta y a Antonio.
Esa noche, Dolores y yo fuimos al cuarto de Antonio para hablar con él, disculparnos por haber creado esa pelea en la cena, y pedimos nos diera su opinión. Nos contó que se sentía triste de que quisiéramos irnos, pero que nos entendía. Nos echaría de menos, pero nos iba a apoyar con la familia y nuestra madre. Aquella vez me sorprendió mucho la madurez de mi hermano, hasta me pareció triste, pero fue la noche más dulce que compartimos los tres. Nos quedamos dormidos en el cuarto de Antonio.
Con los días, mamá y papá también hablaron con nosotros, fue una conversación un poco incómoda para mí, no estaba acostumbrado a hablar de cosas íntimas con nadie además de Dolores. Al final, los convencimos. Mamá seguía con una nube lluviosa sobre ella, pero su lluvia no nos impidió abrazarnos. Poco después un arcoiris apareció sobre nuestras cabezas, terminando con el aguacero.
Y así fue como conseguimos aprobación para salir del Encanto.
Poco antes de llegar a la ciudad, el tío Bruno le dió unos tapones para los oídos a mi hermana, advirtiendo que en la ciudad hacia mucho ruido, y vaya que lo hacía. Incluso yo me sentí algo irritado por el ruido, no me imagino a Dolores que además de los tapones se puso unas orejeras. No nos quedamos mucho tiempo en la ciudad por eso, el tío Bruno nos llevó después a un avión para viajar a otro lugar más rural. Dolores estaba tan mareada que se quedó dormida en el camino. Inmediatamente después, tomamos un transporte que nos llevó a un campo distado de la civilización. Allí, el tío Bruno nos presentó a una mujer algo gordita y chaparrita que se llamaba Julia, y era su pareja de investigación. Nos explicaron el caso en el que íbamos a ayudar, o bueno, más bien Dolores. Yo no tenía un motivo en especial para estar allí.
Nuestro primer día en la casa de campo se limitó a descansar. Posteriormente conocimos al resto del equipo de trabajo de mi tío, eran personas muy agradables, estaban impresionados de nuestras ropas, y más aún cuando presumí mi don, convirtiéndome e imitando a cada uno para hacernos reír. En cambio, lo que más me llamó la atención a mi, fue esa maravilla de la invención llamada radio. Nunca había visto una en persona, solo en fotografías de los libros de mi tío Agustín. Era espléndido, podías escuchar de todo; noticias, música, incluso se narraban radionovelas. Me quedé escuchándola hasta tarde.
Al día siguiente, nos llevaron en auto a un lugar casi desierto. Hacía un calor del culo. No había nada, ni un alma, o sea que si nos moríamos allí nadie lo sabría. Nos detuvimos, literalmente, en medio de ninguna parte. Llegué a cuestionar la posición geográfica, pero entonces, Dolores anunció que podía escuchar a dos individuos intercambiando información. Los miembros del equipo comenzaron a anotar en sus libretas todo lo que Dolores les decía; nombres, fechas, lugares, el modo de transporte, era increíble toda la información que ella podía escuchar.
No tengo idea de cuántas horas nos quedamos allí, la temperatura bajó un poco, cuando finalmente ella escuchó que la conversación terminó, entonces nos pusimos en marcha para regresar a la casa de campo. Los miembros del equipo se dedicaron a hacer informes para sus superiores. Todavía seguían haciendo algunas preguntas a mi hermana, y al verla un poco nerviosa, pues casi jamás ella era el centro de atención, le preparé un té. De hecho, hice té para todos.
Una de las cosas que más extrañas me parecieron, fue que la casa no se movía. Toda mi vida hasta ese momento, viví en una casita mágica que me ayudaba, me despertaba por las mañanas y me servía el café incluso. En ese lugar, yo tenía que hacer todo. Si dejaba las tazas sobre la barra, los azulejos no los deslizaban al lavabo. Las puertas no se abrían para darme el azúcar. Además, tenía esa cosa tan encantadora llamada electricidad. En el encanto toda la iluminación era con velas, pero ese lugar, era como si tuvieras pequeños soles en el techo de la habitación para iluminar todo. Había visto fotos en el álbum del tío Agustín, pero jamás me imaginé que su brillo fuera tan hermoso en persona.
Lavaba los trastes mientras pensaba en eso, pero a través de la ventana, a una distancia de unos diez metros, pude ver un domo de arena verdoso brillando en la oscuridad. Era el tío Bruno, seguramente estaría teniendo una visión para ver si habría cambiado algo la ayuda de Dolores. ¿Por qué me sentía nervioso?
Entonces lo recordé. Olvidé la tableta de mi visión. ¿Y si alguien la descubría? No, nadie podría descubrirla, la dejé debajo de la cama cubierta. Nadie que entrara a mi habitación podría hallarla. A no ser que fueran los animales de mi hermanito menor...
—¡Oye, Camilo!
Respingué en mi lugar y me giré a Julia, quien se había asomado a la cocina y me veía en el marco. Tenía el cabello y la ropa llena de arena.
—¿Qué tienes o qué?
—Nada —me aclaré la garganta—. ¿Qué sucede, quieres té?
—No, gracias. Bruno quiere que vengas para que nos hable de la visión que tuvimos.
—¿Tuvimos?
—Ah, perdona, tuvo. Es que a veces así decimos él y yo porque siempre quiere que le acompañe cuando va a usar su don.
—¿Por qué?
—No lo sé, solo hacemos un estupendo equipo. Pero bueno, parcerito, ven que te estamos esperando todos.
Asentí y fuimos de regreso con los demás. Esa noche nos dedicamos a celebrar, el tío Bruno tuvo una visión provechosa para todos; lograron detener la mercancía ilegal que transportaban, en el interrogatorio algunos hablaron, todo fue espléndido. Esa noche, brindamos por Dolores, y por lo maravilloso que fue de su parte, salir del Encanto para ayudarles.
