Este capítulo toca el tema del embarazo de manera cuestionable. Está moderadamente explícito, pero pueden saltarse este capítulo si les incomoda el mpreg y continuar en el epílogo
Todos los niños que alguna vez cuidé, habían crecido tanto como mi hermano, Antonio. Me pareció impresionante la rapidez con la que todos habían crecido, y me dió miedo imaginar que eso podría pasar con mi bebé; que creciera tanto, aprendiera tanto, pasara por tanto y yo no poder formar parte de eso. Tenía miedo de perderme de tantos mágicos momentos a su lado.
Por otra parte, mis padres estaban fascinados por mi bebé. Me hacían muchas preguntas sobre su mamá, sobre cómo nos conocimos y cómo fue ella en vida. Pero yo no podía hablar de mi pareja sin querer llorar. Apenas lo había perdido el año pasado, a solo unos meses antes de que naciera Carlitos. Aunque tratara de ocultarlo, mi corazón aún estaba de duelo. Eso se delató cuando, sin que yo lo quisiera, una lágrima salió de mi cara enfrente de mis padres y mi tío, luego de todas sus preguntas. Cuando me di cuenta de que todos me estaban viendo, entre confundidos y culpables, me levanté y me fui. Creo que mi mamá quería seguirme, pero mi tío la detuvo. Tal vez le dijo que me diera espacio, no lo sé. Salí tan firmemente que no escuché lo que le hubiera dicho. Decidí irme a meter entre los árboles del Encanto, buscando privacidad, silencio y espacio para llorar. Llegué a una pequeña laguna, nunca había estado allí antes.
El silencio era hermoso, no habían voces de nadie. Solo cantos de algunas aves, el ruido del agua; tan pacífico y sereno, el efecto de la iluminación del sol que hacían ver las piedras del fondo de color rosa, y una solitaria flor amarilla en medio del agua. Me senté en una roca a la orilla, tratando de respirar correctamente mientras mis lágrimas seguían cayendo.
Oh, si tan solo Santiago estuviera aquí. Apuesto a que este sería un momento muy romántico para nosotros, quizás mis padres lo amarían, quizás Carlitos podría quedarse conmigo, tal vez no tendría que mentir sobre el origen de mi hijo, tal vez, y solo tal vez, todo sería mejor. Me quedé allí sin pensar en nada más que en mi buen amor, ese por quien nunca imaginé que me habría vuelto un cursi de mierda, por quién hice tantas locuras, por quién fui valiente y fui miedoso, por quién fui fuerte y débil en el mismo cuerpo.
—¿Camilo?
Fue la voz de mi hermana la que me llamó, luego de pasar tanto tiempo en ese lugar.
—¿Qué haces aquí, Dolores?
—He estado tratando de hablar contigo desde que llegaste. Quise darte un tiempo a solas, pero pronto papá querrá buscarte y quería aprovechar esta privacidad.
Con solo escuchar esa declaración, comencé a prepararme. Ya sabía perfectamente de qué quería hablar, y en ese mismo instante acababa de decidir, que de todas las visitas que he tenido al Encanto, esta era, por mucho, la peor de todas.
»¿Camilo, qué pasó con Santiago?
Chasqueé la lengua y sonreí forzado.
—Está muerto.
La expresión facial de mi hermana no cambió en lo más mínimo. Yo sabía que eso era una clase de mecanismo de defensa de ella; no podía expresar sus sentimientos cuando llegaba a un punto de inflexión muy fuerte para ella. Me miró sin parpadear y me atrajo a ella con sus brazos, consolándome, aunque me había quedado sin lágrimas para llorar.
—¿Cómo pasó?
—¿Su muerte?
—Pues... todo; Carlitos es, innegablemente, su hijo. Pero, también, tiene rasgos tuyos, Camilo. Necesito que me digas la verdad.
Confiaba tanto en ella, tal vez ese fue mi error. Me olvidé por completo que mi hermana, difícilmente, guardaba un secreto. Tal vez pudo no revelar nada sobre mi romance con otro hombre, solo porque yo mismo iba a revelarlo. Pero justo en ese momento, ignoré por completo que, no iba a guardar, ese secreto tan íntimo que estaba entregándole.
En mi estado tan vulnerable, le conté que en esa misión que tuvimos, Santiago y yo tuvimos relaciones, pero yo estando transformado en una mujer completamente. No creímos que nada fuera a pasar, nunca nos cuidamos y siempre fue imposible para nosotros concebir —por claras razones biológicas—. Sin embargo, al mantenerme demasiados meses como mujer, el embarazo que desconocía se desarrolló muy rápido. Cuando traté de volver a ser yo, me dolía tanto el vientre, no podía soportarlo. Caí al suelo y tanto mi tío como mi novio trataron de ayudarme, pero solo se desvaneció ese sentir cuando volví a ser mujer. Todo esto me estaba asustando. Fueron Leticia y Julia quienes se percataron de que estaba esperando un bebé.
Toda la situación fue horriblemente vergonzosa, irreal. Sentí asco de mi mismo. Todos me veían a mi y a mi pareja como si fuéramos un tema tabú. Quería llorar y esconderme, quería deshacerme de ese niño. Pero Santiago, tan maravilloso, propuso tener a ese bebé juntos y formar una familia. Dijo, que esto era un milagro, que podríamos tener una familia hermosa juntos, y yo le creí. Acepté mantener ese embarazo tan vergonzoso por él.
Dado que el periodo de gestación era incompatible con el de duración de mi mutación, logré hacer que solo mi vientre y genitales de mantuvieran femeninos, y así pude extender el periodo lo suficiente para dar a luz. Santiago y yo estábamos dentro de un sueño, Carlitos era su clara copia; mucho cabello azabache, algo rizado por mí, cejas pobladas, labios grandes, ojos avellanos, piel morena como la canela. Los rasgos de su padre se combinaban perfectamente con los míos. Lo amamos muchísimo el corto tiempo que estuvimos juntos.
El día en que Santiago tuvo que acudir a una peligrosa misión, se despidió de mi con un beso. No pude acompañarlo por mi permiso de paternidad. Dijo que volvería, que pronto nos veríamos, pero él murió a manos de un enemigo que teníamos en común. Destrozado, al recibir la noticia me tomé el pecho y caí de rodillas en el suelo, llorando amargamente y, cumpliendo así, la profecía del tío Bruno. Ya me había deshecho de esa tablilla de jade cuando regresé al Encanto.
