La verdad, las cosas ya no fueron las mismas desde entonces. Dolores terminó por contarle mi secreto a mis padres, y el día que partí del Encanto, mi madre envió a Antonio a traernos de vuelta al tío Bruno y a mi. Nos recibió a ambos con una fortísima cachetada, y tuvimos otra incómoda discusión. Acusó a mi tío de haberme pervertido con todas las cosas de la ciudad y el trabajo, yo abogué por él y todo fue aún más incómodo, francamente. Terminé declarando, que si tanto les frustraba la historia de mi nueva vida, entonces no molestaría más y me llevaba a mi hijo conmigo. Juré jamás volver, pero afortunadamente, el tío Bruno logró convencerme de no tomar decisiones apresuradas.
Mirabel habló con la familia, luego de que la verdad de mi secreto llegara a ella, y aclaró que quien se haría cargo de Carlitos, sería ella y nadie más. Dijo, que fuera la razón que fuera por la que mi bebé había llegado allí, ahora era parte de la familia, y que se le iba a dar su debido lugar, y que no teníamos derecho a rechazarlo por algo que él no podía controlar. Su discurso, por alguna razón, parecía ser una clase de confesión. En ese momento me fue inevitable pensar en que ella cuidaría de mi hijo como le hubiera gustado que alguien cuidara de ella. Sabía que mi bebé estaba en buenas manos.
Posteriormente, Mirabel consiguió hablar con el ayuntamiento de la ciudad más cercana y consiguió que se instalara un buzón para enviar y recibir cartas con nosotros. Debo admitir que estaba un poco lejos, tanto del encanto como de la ciudad, pero podía estar comunicado con mi bebé y la familia. Así que, de cualquier manera, Mirabel cumplió su promesa. También, con el tiempo, mis padres parecieron aceptar lo que había hecho, y de algún modo logramos limar asperezas.
El tiempo hizo lo suyo, y para cuando fui a ver a mi niño por su cumpleaños número cinco, todos habíamos vuelto a la normalidad. Sin embargo, algo que temía que sucediera comenzó a pasar, y Carlitos me preguntaba por su madre. Por supuesto, jamás le diría lo problemático que fue su embarazo, así que hablé de Santiago como si fuera una mujer, las más fuerte, maravillosa, valiente y dedicada mujer del mundo entero. Sin embargo, mis padres me presionaban constantemente para revelarle la verdad a mi hijo. Por un tiempo lo estuve considerando. Hasta que, un día, entendí que no tenía porqué hacerlo. ¿Qué iba a conseguir con eso? No quería que mi hijo se sintiera como una clase de fenómeno, ya debía ser suficientemente difícil para Carlitos ser el único niño del encanto sin sus padres a su lado, no iba a hacer más difícil su vida solo por un capricho de mis padres.
Tal vez era verdad que Carlitos merecía saber la verdad, pero definitivamente no era momento de decirle eso. Apenas tenía cinco años. Si le iba a contar mi secreto, lo haría cuando estuviera seguro de ser prudente. Mientras tanto, me dediqué a amarlo y visitarlo tanto como pudiera, al menos hasta que tuviera edad suficiente para venir a vivir conmigo a la ciudad.
