Helloooooo! ¡Seguimos con el segundo capítulo! (Tengo sueño :'D)
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Capítulo 2: Intervención divina
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El silencio envolvía la sala del trono de la Tsaritsa, un lugar tan grandioso y hecho con los más intrincados detalles, digno de su poderío y estatus. Diferentes estatuas de hielo se erguían en medio de las paredes y los tonos de azules y blanco dominaban el lugar entre cristales. En el centro, un imponente trono de hielo, que parecía haber sido tallado a mano por los más dedicados artesanos, obligaba a que cualquiera que entrase inmediatamente llevara la vista hasta ahí, justo a donde ahora la Soberana de Snezhnaya observaba todo con su gélida mirada.
Su figura casi etérea se mantuvo inmóvil en su lugar, como si evaluara lo que estaba sucediendo y decidiera si su intervención valía o no la pena. A cierta distancia, sus Heraldos se mantenían en un silencioso respeto hacia ella, algunos observando con semblantes impasibles, otros con desdén, y apenas podía entreverse una vaga preocupación en un par de ellos. Como siempre, ninguno podía permitirse mostrar siquiera un rastro de debilidad.
Los pasos de su majestad resonaron sobre el suelo frío y pulido cuando finalmente descendió de su trono, avanzando por sobre las baldosas pulidas y decoradas con intrincados diseños de copos de nieve. Incluso con su imponente presencia y con todos ahí reunidos, la gran estancia se sentía vacía; el gélido aire de Snezhnaya no se filtraba por las elegantes paredes o los enormes vitrales, pero el ambiente lúgubre y silencioso era como estar afuera.
Nadie se atrevió a pronunciar palabra.
Frente a ella, en una gran estructura improvisada de cristal helado que había creado con su poder, el cuerpo del undécimo Heraldo se encontraba inmóvil. Sus cabellos rojizos contrastaban con el fondo helado resaltando como siempre lo había hecho, como si nunca terminara de encajar en ese lugar, pero ahora parecían aún más encendidos contra su piel increíblemente pálida.
Cualquiera que hubiera mirado con la suficiente atención habría podido notar cómo la mirada de la Tsaritsa pareció suavizarse cuando lo contempló, aunque eso apenas duró una fracción de segundo, reemplazada por la máscara helada que siempre parecía mantener consigo.
—Ha dado su vida por nuestro propósito, —se atrevió a comentar Pierro, con su habitual tono frío. —Una pérdida lamentable. —a pesar de sus palabras, nada en él parecía reflejar realmente el sentimiento.
La Tsaritsa alzó una mano, silenciándolo; sus ojos reflejando la autoridad que todos en la nación respetaban. Sin decir una palabra, se acercó más. La estructura de hielo que relucía con las luces de los altos candelabros parecía más un féretro para Tartaglia, un atisbo de su inminente final.
Posando una mano sobre el cristal, Su Majestad se detuvo, escaneando con la mirada el joven rostro que aún parecía reflejar esa osadía característica que tanto lo definía, a pesar de todo. Un frío aún más intenso pareció propagarse por la sala, haciendo que el resto de Heraldos retrocedieran casi por acto reflejo.
Sus compañeros no podían salvarlo, pero aún quedaba un pequeño rastro de vida en él. Pero poco a poco se estaba apagando.
—No está en mis planes perder a otro de mis valiosos peones, —murmuró la Tsaritsa con voz suave, pero tan fría como el peso mismo del hielo eterno. —No hoy.
Aunque aún fuera un joven imprudente que daba problemas donde quiera que fuera, reconocía que también era uno de sus guerreros más fieles. Y ese mérito se había ganado su lástima y tal vez algo más en lo que no desperdiciaría el tiempo pensando.
Con un movimiento grácil y elegante, la Tsaritsa canalizó su poder con algo más. Fragmentos de hielo se elevaron y comenzaron a arremolinarse a su alrededor, creando una espiral que envolvió el cuerpo de Childe por completo hasta que ninguno de los otros Heraldos pudo ver qué sucedía con él. Un aura de oscuridad y magia antigua se entrelazó con el frío, y el silencio solo fue roto por el sonido de cristales resquebrajándose. Aunque parecido, esto era muy diferente de lo que significaba el abismo o los rastros de dicha corrupción, pero seguía sin ser normal.
Dentro, el cuerpo de Childe comenzó a convulsionar. Sus venas tornándose negras a medida que ese poder se infiltraba por su cuerpo y recorría cada milímetro de sí. Sus ojos, siempre sin brillo, parecieron volverse todavía más oscuros que antes, como si más que perder su inocencia hubiera perdido la existencia misma. En cosa de segundos, el poder se había filtrado hasta corromper cada rincón, arrancando la última gota real de humanidad que le quedaba.
Cuando el último cristal se cuarteó, el hielo se rompió en miles de diminutos pedazos y la figura inconsciente de Childe finalmente quedó a la vista de nuevo. La Tsaritsa lo miró con una mezcla de orgullo y satisfacción.
Si bien había una escasa y patética gota de compasión, importaba más la estrategia que se escondía detrás de todo eso. Tartaglia era demasiado valioso para perderlo, y en su nueva forma podría ser todavía más útil a sus propósitos.
—Bienvenido de vuelta —dijo con una sonrisa helada, aunque sabía que no la estaba escuchando. —Espero que no me hagas arrepentirme de esto.
Todo lucía absolutamente oscuro a su alrededor.
El silencio, el frío y la oscuridad profunda le hacían imposible distinguir si tenía los ojos abiertos. No sabía dónde estaba y tampoco podía recordar nada en específico al respecto, apenas algunos destellos del bosque, movimiento, un sentimiento agitado que se alimentaba de la adrenalina y el miedo ahogado; pero todo fue tan rápido y descontrolado que incluso sin saber de su alrededor ahora sintió un mareo. El desconcierto y la desorientación se mezclaron con el terrible vacío que sentía en el estómago y en el resto de sí. Podía percibir que había algo diferente, pero no sabía el qué.
Extrañas voces ininteligibles llenaron sus oídos, lastimándolos. Le parecían demasiado fuertes e incómodas, pero antes de que pudiera llegar a entender algo, una pequeña luz comenzó a filtrarse, su lugar en el vacío de su sueño desdibujándose cuando entró al mundo real.
Despertó con un jadeo, sentándose de golpe, como si acabara de salir de la opresión aplastante de aquella oscuridad que era más real de lo que pensaba en ese momento. Sentía que el frío lo rodeaba aunque no de la misma manera que antes, un frío que parecía estar ahí a pesar de la calidad de su propia habitación.
Intentó enfocar la vista en sus manos, ahora pálidas y temblorosas. Algo no estaba bien.
Sus ojos finalmente continuaron, viajando más allá de sí mismo hasta que se dio cuenta de su presencia. Lumine estaba ahí, a los pies de su cama, mirándolo con una mirada que no pudo descifrar en ese momento todavía aturdido. Le recordó vagamente a los entrenamientos que solían tener en la Casa Dorada, cuando ella estaba atenta, sus sentidos agudizados esperando a que atacara.
Luego de unos segundos que le parecieron eternos, ella finalmente habló. —Te daría la bienvenida de vuelta al mundo de los vivos, pero creo que eso sería una ironía.
Childe frunció el ceño. ¿A qué se refería con eso?
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Notas de autora: Un poco corto, lo sé, pero ya le vamos agarrando el ritmo ;)
