Dalila abrió los ojos, cansada y confundida para descubrir que se encontraba en una habitación oscura y extraña, apenas iluminada por una vela sobre una mesa de madera vieja con un par de sillas, una vez sus ojos se adaptaron a la poca luz de aquel espacio miró alrededor para descubrir que estaba sobre un colchón, ninguna de las paredes tenía ventanas y solo había dos puertas, una al otro lado de unas escaleras de madera vieja oscura y otra del mismo color en la pared izquierda.

-¿qué?- se dijo a sí misma confundida.- ¿Hola?- dijo en voz alta con la esperanza de obtener respuesta.

Se acercó a la puerta principal y pudo escuchar las voces de dos varones tras la madera de la puerta.

-Es casi mediodía y aún no se ha despertado. ¿Seguro que la dosis era correcta?- dijo uno de ellos.

-¿De verdad está dormida?- dijo una segunda voz algo más grave.

-Sí, al menos hace quince minutos que fue la última vez que Gideon y yo fuimos a verla.-

-Entonces despertará en un rato, aseguraos de que no salga del sótano, vendré de vez en cuando si hay algo de lo que deba íais tener víveres para los tres para estar aquí una temporada, pero si necesitáis algo avisad. Y recordad, que no salga del sótano, no podemos arriesgarnos a que escape.-

Dalila pudo escuchar como se cerraba la puerta principal de la casa, seguramente aquel hombre que hablaba se había marchado, pero sabía que no estaba sola, la otra voz... la resultaba familiar... alguien a quien había visto en el pueblo. Miró de nuevo a su alrededor, no había relojes ni ventanas, pero su reloj biológico la hacía sentir que ya era de día, lo que fue reforzado por la sensación de vacío en su estómago. ¿Cuánto tiempo llevaba en ese lugar? Cansada, confusa y triste se sentó de nuevo en el colchón y puso su rostro entre sus rodillas notando como unas lágrimas empezaban a caer de sus ojos azules, estuvo así hasta que unos minutos después escuchó la cerradura girar desde el otro lado de la puerta, alzó la vista para descubrir la puerta entreabierta, un hocico alargado de pelaje naranja rojizo se asomó para después dar lugar a un zorro con chistera verde grisácea raída y desgastada.

-¡Tú!- exclamó Dalila al descubrir quien era la persona, o más bien, el animal que la retenía allí.- ¿qué quieres? ¿Para qué me has traído aquí?-

-Eh, yo no te he secuestrado, solo cumplo órdenes.-

-¿Órdenes de quién?-preguntó mientras veía a Juan ir hacia la mesa en el centro de la habitación dejando una bandeja con una manzana, un trozo de pan y un vaso de agua.

-No voy a decírtelo, créeme, es mejor que no te metas en más líos.-

-¿Y entonces que va a pasar conmigo?-

-Quien te ha traído hasta que no desea hacerte daño, pero puede cambiar de opinión si le das motivos.-

-¿Y qué quiere entonces?- Juan se mordió la lengua para no desvelar el motivo concreto.

-Extorsionar a tu padre.- contestó.- Escucha, tal vez solo sean unos días, pero no intentes nada raro, solo empeorará las cosas.-

-¿Y por qué debería?- dijo ella furiosa.- Me habéis secuestrado, una cosa es que estaféis y robéis a la gente del pueblo, pero en cuanto los policías descubras esto os meterán en la cárcel por el resto de la vida.-

-¿Y cómo van a hacerlo? Si ni siquiera tú sabes dónde estás.- Dalila calló ante la frase de Juan, tenía razón, aunque saliera de la casa, no sabría hacia dónde dirigirse si no reconocía la zona y no creía que la hubieran retenido a dos minutos del pueblo más cercano.- Será mejor que comas, si mi superior descubre que has muerto de hambre el siguiente en morir seré yo.-

Y con esas palabras Juan dejó de nuevo a Dalila sola en esa habitación, cerrando la única salida con llave. Lejos de allí, de regreso en el pueblo, los policías recorría la comarca de un lado a otro por orden del alcalde sin ningún resultado, habían pedido colaboración ciudadana, pero nadie parecía recordar haber visto a la hija del alcalde por ningún sitio la noche anterior después de que bajara del escenario. En el ayuntamiento el alcalde frotaba con nerviosismo su calva sudorosa y los mechones de pelo que aún quedaban en los laterales de su cráneo, sus manos temblaban al igual que sus ojos azules, descendió sus manos hacia su cuello para aflojarse la pajarita del atuendo que llevaba la noche anterior a la espera de noticias sobre su hija, la puerta de su despacho se abrió de golpe y un hombre de su misma edad, alto, delgado y con pelo rubio se acercó a él; portaba un uniforme azul marino, en la chaqueta con botones negros se encontraba clavada una insignia en forma de estrella que tenía grabadas las palabras "Jefe de Policía".

-¿Han encontrado algo sus hombres?-

-Me temo que no, nadie vio a su hija marcharse de la fiesta anoche y no saben adónde pudo haber ido ¿Cuáles son sus órdenes, señor?-

-Vayan a la imprenta y encarguen carteles de desaparición, que sus hombres los distribuyan por todas las calles, locales y puertas, incluso a los viajeros que salgan o atraviesen el pueblo.- ordenó alterado antes de sentarse en el sillón de cuero de su mesa de despacho.

-No se preocupe señor, la encontraremos. Volverá a casa sana y salva.-

-Eso espero Alberti… eso espero...- sollozó desesperado.

El policía sintió una profunda pena por su superior, pero debía continuar con la búsqueda, se retiró de la habitación, después de que la policía se marchara cerrando la puerta del despacho tras él Alberti abrió un cajón del escritorio de ébano oscuro de su despacho y sacó un montón de papeles con grabados de retratos con un título que decía "Desaparecido" bajo la que había diversos rostros de niños desaparecidos en los dos últimos meses, nunca pensó que su hija ocuparía un sitio en su cajón junto con esos niños, no era pequeña, era prácticamente adulta… atraparía al responsable, le devolvería a su hija aunque fuese lo último que hiciera en su vida. Mientras miraba los retratos de los niños masculló con rabia entre dientes.

-¿Dónde estás hijo de puta? ¿No te llevas ya a suficientes muchachos?-