Capítulo 5
Cuando Crystal se despertó, vio dos espadas. Estaban sobre la cama de al lado en la cabaña de Tánatos, la número veintidós, la suya. Con ellas había una nota. Después de desayunar llevó a Nerea a su cabaña y se las enseñó. Nerea leyó la nota:
-Para Crystal Ruiz. Siento no haber estado allí cuando te quedaste sola. Me necesitabas y yo no hice nada. No me lo permitieron, pero yo tampoco me esforcé. He sido un padre horrible. Estas espadas son un regalo para ti, para que puedas protegerte. Espero que algún día me perdones-cuando terminó Nerea preguntó- ¿Por que está en español?
-Para que no olvide-contestó Crystal.
-¿Olvidar el que?
-A mi padre.
-¿A tu padre?-preguntó Nerea confundida-Pero... ¿Como vas a olvidarlo? Estás en su cabaña.
-A Tánatos no. A mi otro padre, el mortal.
-¿Qué? ¿Tienes dos padres?-Nerea cada vez estaba más confusa.
-Sí, tengo dos padres. Si quieres te lo explico, pero tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie-pidió Crystal.
-No lo contaré-prometió la española.
-Mi padre mortal se llamaba Andrés Ruiz. Era colombiano. Intentó emigrar a Estados Unidos, pero al llegar a la frontera le pararon. Una mafia de la frontera le ayudó a pasar al otro lado a cambio de que él se uniera a la mafia. Pero mi padre escapó de ellos al cruzar. Se fue a vivir a Arizona, en los alrededores de Phoenix. Pero él sabía que la mafia volvería y acabaría con él por abandonarles. Y mi padre pensaba morir a su manera. Rogó una y otra vez a quién pudiera escucharle que le llevara, que le diera una muerte tranquila. Y apareció Tánatos, dios de la muerte no violenta. Pero los dos se enamoraron. Un año después nací yo y Tánatos tuvo que dejarnos. Mi padre siempre me contaba la historia de como se habían conocido y me enseñó español, su lengua materna. Cuando yo tenía seis años la mafia le encontró. Me llevó a la casa de una vecina y le pidió que me cuidara y que yo no olvidara quien era, que no le olvidara. En ese momento apareció Tánatos, me sonrió y se llevó el espíritu de mi padre. Cuando la mafia llegó allí solo estaba su cuerpo sin vida. Seguí viviendo con mi vecina, y ella se ocupó de que nunca olvidara a mi padre, o por lo menos la parte que ella conocía de su historia. Cuando cumplí los doce empecé a atraer monstruos y me marché de casa, por miedo de que hicieran daño a mi vecina. Viví en la calle por seis meses, pero, en enero, tuve un sueño que me dijo que tenía que viajar a Long Island. Me costó bastante, pues aun seguía en Arizona. Y las Furias empezaron a seguirme. Por lo que dijeron, les enviaba Hades porque no le gustaba que su empleado, mi padre, perdiera el tiempo teniendo hijos. Llegué a ese aeropuerto y te conocí. El resto... ya lo sabes.
Nerea no tardó ni un segundo en empezar a hacer preguntas.
-¿Los dioses pueden tener hijos con hombres? ¿Siempre supiste quien era tu padre? ¿Estuviste viviendo en la calle?
-De una en una, por favor. A ver, los dioses si pueden tener hijos con otros hombres. En realidad no recordaba el nombre de mi padre. Solo sabía que era un dios de la muerte. Y sí, viví en la calle. Fue duro.
-Vaya. Lo siento-dijo Nerea-. Que coincidencia que llegaran las espadas hoy. Es el día en que elegiremos nuestras armas.
-No creo que sea una coincidencia. Venga, vamos-respondió Crystal.
Le enseñaron las armas a Nico y Will. Eran dos espadas cortas, recta y hechas de un metal negro.
-Son de hierro estigio-aseguró Nico.
-¿Cómo lo sabes?-preguntó Crystal- Ni que fueras hijo de Hefesto.
-Lo se-dijo Nico mientras sacaba su propia espada- porque es igual que la mía.
Eso era verdad. La espada de Nico era del mismo metal.
-¿Y que hago con ellas? ¿Tengo que llevarlas encima todo el rato?-preguntó Crystal
-Sí-contestó Will-, pero la mayoría de armas de los semidioses son mágicas. Se pueden convertir en objetos corrientes que se pueden llevar encima sin problemas.
-¿Y como hago eso?
-No lo sé-reconoció Will.
-Tengo una idea-se metió Nate en la conversación-. Prueba a chocar las puntas de las espadas.
Crystal lo hizo y las espadas se convirtieron en unos pendientes con forma de alas y del mismo color que las que parecieron a los lados de Crystal cuando la reconocieron. Ella se los puso y preguntó a Nate:
-¿Cómo pudiste averiguarlo?
-No lo sé. Solo intuía que se transformarían al chocar las puntas.
-Es un poder de los hijos de Hécate -explicó Nico-. Al ser objetos mágicos pueden descubrir como funcionan.
-¿Y como hago luego para que vuelvan a ser espadas?-preguntó la chica.
-Golpea un par de veces los pendientes y se transformarán en espadas.
Crystal lo hizo y sonrió a Nate cuando funcionó.
Después de comer fueron al cobertizo de las armas. Era hora de que eligieran su arma.
Alexander fue el primero. En su caso estaba claro que sería un arco, pues tenía igual o más puntería que los hijos de Apolo. El pelirrojo eligió un arco más pequeño de lo normal y los miembros de la cabaña siete se rieron de él. En la enfermería tuvieron que sacar flechas del trasero de varios campistas. Más tarde descubrieron que el arco se convertía en mochila al ponerla a la espalda.
Noah eligió una lanza hecha por completo de bronce celestial y que se convertía en una pulsera del mismo metal. Había demostrado que era un arma que se le daba muy bien. En cambio, su medio novio Jayden había elegido una espada dentada que tenía el poder de convertir en hielo lo que cortaba y se convertía en un anillo. Suponían que Jayden elegiría esa arma porque había pertenecido a un boréada, un hijo de Bóreas, hasta que una hija de Afrodita se la robó.
Crystal tenía las espadas de su padre y mostró talento utilizándolas. Nate eligió una daga, pues prefería el combate más cercano. En cambio, su hermano Daniel eligió un arma muy especial. Era un colgante con el símbolo de Némesis, la rueda sin un trozo, y solo sus hijos podían usarla. El colgante se podía transformar en cualquier arma, pero su dueño no podía elegir cual sería. Al apretar el centro de la rueda podía aparecer cualquier arma: una espada, una lanza, una daga, un arco... Se convertiría en lo que fuera más justo para esa pelea. Habría quien no le gustaría no saber que arma iba a tener, pero Daniel lo prefería así.
En cuanto a Nerea, no consiguió elegir ninguna. No estaba cómoda con nada. Todas las armas eran demasiado grandes, demasiado pesadas, demasiado cortas, demasiado ligeras... Si por ella fuera lucharía sin armas, pero no tenía fuerzas suficientes para hacerlo.
Esa noche, en la hoguera, Nerea se sintió igual que cuando llegó. Se sintió apartada. A ella no la habían reconocido cuando los dioses juraron hacerlo. No era como el resto de los semidioses. Se sentó en una esquina, lejos de todos, y rompió a llorar. Se suponía que aquel lugar era el hogar de los semidioses, pero ella se sentía más que nunca una extraña. A pesar de sus amigos se sentía sola. Hestia se le acercó.
-¿Por qué yo?-preguntó Nerea- ¿Por que yo no puedo tener un hogar?
Hestia no pudo responder. Sabía que a Nerea le quedaba mucho antes de encontrar su lugar. Pero también sabía que, a pesar las dificultades, lucharía hasta el final. Hestia le dio un abrazo y Nerea se calmó por fin.
-Muchas gracias.
-No es nada. Todos necesitamos un hogar y mientras no lo tengas, siempre podrás estar conmigo. Ya sabes que yo no me voy.
Nerea sonrió y se secó las lágrimas. Miró hacia el cielo y vio la luna. La Luna... Su madre, y Hestia, dijeron que ella le diría quien era. Como preguntarle algo a la luna?
El veinticinco de julio, cuando Nerea se despertó lo primero que pensó fue: feliz cumpleaños, yo misma. Luego se levantó y se fue a desayunar.
Después del desayuno se le acercó Daniel.
-Ven un momento-pidió él.
-Está bien-contestó Nerea mientras Daniel la arrastraba hasta su cabaña.
Cuando llegaron el chico cerró la puerta y se giró hacia Nerea.
-Anoche... Tuve un sueño-confesó.
Nerea se sentó en una de las camas vacías.
-¿Era como el de la otra vez?-preguntó.
-No... Llevo teniendo el sueño de mi padre y las dos diosas desde ese día, pero este era distinto-Daniel respiró hondo-. Estaba en un lugar que no conocía. Parecían las ruinas de un palacio hecho de mármol negro. Entre los escombros había una mujer, pero tenía la cara de mi padre. No lo entendí. Y ella me dijo: ¿no reconoces a tu madre? Era Némesis.
-¡Claro!-interrumpió Nerea- Némesis aparece con la cara de la persona contra la que más deseas venganza. En tu caso es tu padre.
-Ya... No me gusta eso. En fin-Daniel se dispuso a continuar-. Yo susurré su nombre y ella me respondió: sí, esa soy yo. Luego siguió diciendo: mira a tu alrededor. Este fue un día el centro del poder del universo y, sin embargo, ahora no es más de ruinas. Esto era un palacio. Ahora es el recuerdo de una derrota. Aun así era lo justo que lo destruyeran, pues el rey de este palacio destruyó para llegar al poder.
-Que... Siniestro. Pero me recuerda a algo...
-Némesis-Daniel se negaba a llamarla su madre- siguió hablando un rato sobre justicia y ese lugar destruido, pero después dijo: "Yo espero aquí, hijo, aunque, cuando pase la esperanza, me marcharé. Solo yo puedo llevaros al lugar escondido, a ti, a tu hermano y a tus amigos. La rebelión no será nada sin vosotros. Encontradme." Y después me desperté.
-Es decir, que tienes que buscar a tu madre en unas ruinas quien sabe donde y llegar antes de que pase la esperanza-resumió Nerea, muy confusa.
-Sí, se podría decir que sí-respondió Daniel, igual de confuso.
-¿Por qué me cuentas esto a mi?-preguntó la chica- ¿Por qué no a Quirón o a un adulto, para que te concedan una misión y puedas salir del campamento?
Daniel se puso rojo.
-Yo... Pues... Eh...-intentó decir, pero sin éxito. Se calmó y consiguió decir algo con sentido- Pensaba decírselo a Quirón, pero quería contártelo a ti primero.
-¿Por qué a mi?
-Porque... Confío en ti. Se que me ayudarás a hacer las cosas bien y que no contarás mis cosas por ahí. Me lo has demostrado.
Esta vez fue el turno de Nerea de ponerse roja. De repente la cabaña dieciséis le parecía muy pequeña.
-Eso es mucha responsabilidad-logró decir-. No se si lo que te diga será la opción correcta. Todos nos equivocamos.
-No me importa. Tú tranquila, iré a decírselo a Quirón.
-Vale-dijo Nerea mientras salían de la cabaña.
Mientras Daniel se alejaba hacia la Casa Grande le gritó a Nerea.
-¡Feliz cumpleaños!
Ella se paró donde estaba. ¿Cómo lo sabía? No recordaba habérselo contado. Mientras su cabeza estaba confundida su corazón se calentó. Nunca había tenido un amigo que le dijera feliz cumpleaños. En realidad no había tenido nadie salvo su familia que lo hiciera. Y su familia era ahora un campo de minas en su mente. En ese momento se la acercó Crystal y le pidió que fuera con ella.
Lo que Nerea no sabía era la última parte del sueño de Daniel, que él no había sido capaz de contarle. Después de que Némesis le dijera que la encontrara, él preguntó por qué y su madre le había dicho que era para que encontraran su lugar. También añadió que faltaba solo un año para que la Rebelión empezara, el mismo día que Nerea cumpliera los catorce. Luego la diosa desapareció. Pero Nerea aún no había cumplido los trece... se dijo Daniel. Pero si faltaba un año para los catorce... Cayó en la cuenta de que el veinticinco de julio era su cumpleaños.
No le había contado esa parte del sueño porque se pondría nerviosa. Bastante tenía ella con no ser reconocida y todo los demás. No era justo que le contara eso. Pero no había podido resistir a felicitarla, puesto que nadie lo haría ya que ella no dijo que día era.
Daniel apartó esos pensamientos de su cabeza cuando llegó a la Casa Grande. Allí estaba Quirón, en forma de centauro.
-¿Qué pasa, Daniel?-preguntó.
El chico le contó su sueño. Pero al centauro no le ocultó nada. Cuando acabó Quirón dijo preocupado:
-Pobre chica. Si al menos la reconocieran...
-Tienes idea de quien es su padre o madre?-preguntó Daniel.
El entrenador de héroes negó con la cabeza, para luego decir:
-Eso no es lo importante ahora. Debes ir a ver al oráculo, y si te dan una profecía hablaremos de lo que tendrás que hacer.
-¿Dónde está el oráculo?
Quirón señaló una cueva en la colina. Daniel se dirigió allí. En la entrada de la cueva había unas cortinas moradas. Las cruzó y lo que vio dentro no se lo esperaba. Las paredes enteras estaban llenas de dibujos alucinantes de dioses y batallas.
-Es genial-aseguró.
-Gracias-contestó una voz.
Daniel se giró y vio a una mujer pelirroja y con pecas, sentad en un sofá. Ella le invitó a sentarse con un gesto de la mano y Daniel le hizo caso.
-¿Lo has hecho tú?-preguntó el chico.
-Pues sí-respondió la mujer, como si hasta a ella le sorprendiera lo que había llegado a hacer.
-Pues pintas muy bien-el chico pareció recordar que hacía allí-Busco al oráculo de Delfos. ¿Sabes donde está?
-Sentado enfrente tuya-dijo la mujer, mientras se reía de la cara que puso el chico-. Rachel Elizabeth Dare, oráculo de Delfos. ¿Qué haces aquí, pequeño héroe?
Cuando se le pasó la confusión Daniel dijo:
-Anoche... Tuve un sueño.
-Cuéntamelo-pidió la oráculo.
Después de que contra su sueño otra vez más, Daniel explicó:
-Necesito una profecía para poder ir en una misión en busca de Némesis.
Pero la pelirroja ya no escuchaba. Puso rígida y a su alrededor se arremolinó una niebla verde y entonces se puso a hablar con una voz que no era la suya, sino que parecía como si una serpiente hubiera aprendido a hablar...
- Minutos más tarde -
Cuando el chico volvió, Quirón le preguntó:
-Que te ha dicho?
-Tres mestizos partirán hacia el oeste:
los gemelos separados y la hija prohibida.
En el palacio de los vencidos aguarda la venganza,
portadora de la llave al hogar de los Olvidados -recitó Daniel.
-Tres mestizos...-reflexionó Quirón-. Los gemelos separados sois tú y Nate, sin duda, pero la hija prohibida... Tendremos que esperar. No podréis partir hasta que encontréis a la última miembro de la misión.
-Pero mi ma..., digo Némesis, dijo que hay que encontrarla antes de que pase la esperanza-replicó Daniel-. Sea lo que sea eso.
-Lo siento, Daniel. Pero no podréis partir hasta que estéis los tres.
Antes de que el chico pudiera replicar, Nico di Angelo, bastante molesto, apreció allí y le dijo a Quirón:
-Han venido las Cazadoras de Artemisa. Buscan nuevas miembros.
