Capítulo 7


++Nerea++

Cuando me desperté quise creer que todo fue un sueño. Seguía en la cabaña 11, nada había cambiado. Pero al ver el cuchillo de caza junto a mi cama asumí que todo fue real. Seguía con los hijos de Hermes porque no había cabaña para mi. ¿Quién construiría una cabaña para una diosa de segunda y virgen? Lo más cercano era la cabaña de Artemisa y 1) no pensaba dormir ahí, 2) las cazadoras la tenían ocupada.

Las cosas iban a cambiar a partir de ahora. Ya no era la chica sin reconocer, sino que ahora era la chica que no debía existir.

La prueba de eso fue en el desayuno. Me senté en la mesa con los miembros de la cabaña 11, pero ellos ya no me trataban como antes. Ahora era una intrusa. Me entraron ganas de llorar. Ya había superado que no me reconocieran y las cosas estaban bien. Todo se había estropeado. Pero no podía desmoronarme. Los gemelos me necesitaban.

Me acerqué a Daniel, que estaba con su hermano. Mientras lo hacía pensaba en el secreto de mi mejor amiga. No quería dañarla, pero estaba segura de que el hijo de Némesis no correspondía sus sentimientos. Aparté eso de mi mente.

-Chicos-dije, y los dos se giraron hacia mí-. Yo... La profecía, soy yo.

-Sí que lo eres-aseguró Daniel-. Eres la hija prohibida, la tercera miembro de la misión.

-Pero... ¿Qué misión? ¿Cómo es la profecía? ¿Qué tenemos que hacer?-pregunté.

-Tres mestizos partirán hacia el oeste:

los gemelos separados y la hija prohibida.

El el palacio de los vencidos aguarda la venganza,

portadora de la llave al hogar de los Olvidados-recitó Daniel.

Me quedé pensando. Estaba claro que ellos eran lo gemelos separados, eran casi idénticos pero ni siquiera eran hermanos por completo. Y yo la hija prohibida. No sabía que había al oeste. No conocía la geografía de Estados Unidos. La parte de la venganza en el palacio de los vencidos... Sobre eso tenía más ideas.

-Daniel-llamé-. Me habías dicho que en tu sueño estaban las ruinas de un palacio, ¿verdad?

-Sí, y Némesis estaba en ellas-al decirlo pareció entenderlo-. ¡Eso es! Némesis, la venganza, está en las ruinas de un palacio que se encuentra en el oeste. Y es el palacio de los vencidos porque debieron vencerlos y destruir su palacio.

-¿De que habláis?-preguntó Nate, muy confuso-¿Qué sueño?

Lo reconozco, me enfadé con Daniel.

-¿No se lo habías contado? Es tu hermano.

El hijo de Némesis tuvo la decencia de avergonzarse.

-Se... Se me olvidó. Con todo lo de las cazadoras y luego tú, y que te reconocieran, no me acordé-se giró hacia su hermano-. Ayer por la noche tuve un sueño. Estaba en la ruinas de un palacio y Némesis estaba allí me dijo que estaba allí, pero que se iría cuando pase la esperanza. Que tenía que encontrarla porque solo ella podría llevarme a mí y mis amigos al lugar escondido.

Al oír de nuevo el sueño de Daniel tuve otra idea:

-La última parte, la de la llave del hogar de los olvidados. Y si es lo mismo? Y si, el lugar escondido al que solo ella nos puede llevar es el hogar ese.

-A ver si lo he entendido-resumió Nate-. Se supone que tenemos que viajar al oeste y, antes de pase la esperanza, sea lo que sea eso, tenemos que encontrar a tu madre-señaló a su gemelo- en las ruinas del palacio de unos tipos que perdieron una guerra para que nos lleve al hogar de los olvidados, sean quienes sean, y que ese hogar está escondido y solo ella nos puede llevar.

-Más o menos sí-respondió Daniel-. Vamos a contarle todo esto a Quirón.

Fuimos a la Casa Gande y lo hicimos. También estaban allí Nico y Will. El primero habló nada más que terminamos.

-No tenéis mucho tiempo-aseguró.

-¿Cómo lo sabes?-preguntó Daniel.

-Tenéis que llegar antes del que pase la esperanza. Eso se refiere a antes del día de la esperanza. Y nunca podré olvidar esa fecha-su mirada se oscureció, como recordando algo terrible-. El día de la esperanza, el mismo día del aniversario de la guerra contra Gaia, el 1 de agosto.

-¡Pero hoy es 26 de julio!-exclamó Daniel-. Tenemos cuatro días!

-En ese caso, más os vale salir hoy-recomendó el centauro.

Dicho y hecho. Justo al mediodía más tarde estábamos en el límite del campamento, con provisiones, dinero y armas, listos para partir. Crystal, Alexander, Jayden y Noah estaban allí para despedirnos. Los siete hicimos un abrazo de grupo y fue en ese instante que me di cuenta de que Crystal no era la única que había visto en mis sueños. ¡Los chicos también! Eran los mismos del sueño en el avión, quizás eran un poco más pequeños. Al vernos a todos allí juntos fui consciente por primera vez de ese detalle y también tuve la sensación de que esa misión era el principio de algo grande.

-Por favor, volved-pidió Crystal-. No quiero perderte ni a ti, ni a ellos, ni a nadie más.

-Volveremos. Te lo prometo.

Mientras me daba la vuelta y bajaba la colina me preguntaba si podría cumplir mi promesa.

Argo, el guardia de seguridad del campamento que tenía ojos por todo el cuerpo, nos llevó hasta la estación de tren. Allí compramos unos billetes hasta Illinois. Ir en el tren fue muy aburrido. No era capaz de estar quieta y sentada y, a pesar de los intentos por distraerme acabé pensando en mi madre: Britomartis, la diosa de las redes de caza y pesca.

Si ella era mi madre entonces la mujer con la que me había criado no lo era. En ese caso, ¿cómo era posible que me pareciera tanto a ella? En casa todo el mundo decía que era igual a mi madre, al menos por fuera. El mismo cabello, los mismos ojos, la misma piel morena... Tenía muchísimas dudas. Deseaba poder hablar con Britomartis, pero ya no era una diosa.

Supongo que me debí dormir, porque pronto llegamos a la primera de las paradas del tren, en Pensilvania. Eran sobre las cinco de la tarde y cogimos nuestras cosas para salir un rato del tren. Nada más salir noté que los gemelos estaban raros y recordé un detalle sobre ellos.

-Vosotros dos sois de Pensilvania. ¿Vuestra casa está cerca verdad?-los dos asintieron con la cabeza.

Andamos en silencio un rato más, mientras lo chicos parecían hablarse con la mirada, intentando decidir si merecía la pena volver a casa, aunque solo fuera por un momento. No hizo falta que decidieran. Al cruzar una esquina chocamos con un hombre. Era clavado a los gemelos, pero con treinta años más y los ojos marrones.

-Daniel... Nate... -dijo el hombre, emocionado por verlos.

Por un momento nadie se movió. Y entonces el hijo de Némesis le pegó a su padre una patada en las partes que le hacían hombre. Este cayó de rodillas con una mueca de dolor mientras susurraba:

-Me lo merezco... Y eres igual que tu madre.

++Narrador++

Nerea tenía ganas de desaparecer. Se sentía como una intrusa, y es que el momento que estaba presenciando era meterse de lleno en la vida privada de Daniel y Nate.

Estaban en la casa en la que los gemelos habían crecido. El padre de los chicos los había llevado allí. Después de la sorpresa inicial los dos mestizos querían una respuesta de su padre. En algún momento Nerea pensó que si hablaran en inglés no podría entenderlos, pero Daniel había empezado esa conversación en español y no habían cambiado de idioma.

-¿Cómo es posible?-repetía Nate por millonésima vez- ¿Cómo estuviste con dos diosas a la vez?

-Es complicado...-se excusó su padre, Andrés Díaz.

-Me da igual lo complicado que sea-aseguró Daniel-. Nos lo vas a explicar. Nos lo debes después de criarnos entre mentiras-su tono no admitía réplica y Nerea se dio cuenta con un escalofrío que Daniel haría cualquier cosa por lo que creía justo. Cualquier cosa. Su padre también debió notarlo.

-Está bien. Os lo explicaré-cedió el padre-. Yo siempre pude ver a través de la Niebla mágica, y desde pequeño me consideraron raro por que veía cosas que no existían. Por eso dejé de prestarles atención y hablar de ello con la gente.

-Un momento. Me he pasado toda mi vida viendo monstruos, con la gente diciéndome que no existían, y ahora resulta que tú también podías verlos-acusó Nate.

-Como hijo de Hécate, podías ver a través de la Niebla y en cambio tu hermano no podía. Para explicártelo os tendría que haber revelado la verdad y cuando un mestizo sabe que lo es atrae más a los monstruos-explicó Andrés-. Yo viví toda mi infancia en México, pero cuando me hice adulto me mudé Estados Unidos, pensando que que aquí no vería cosas raras. Pero aquí había incluso más. La fuerza de los dioses es tan fuerte en este país que acabe desarrollando el... don que hacía que pudiera ver el mundo como era. Controlar la Niebla.

-¿Cómo es posible?-preguntó Nate- Eres mortal.

-Sí, pero a veces algunos mortales nacen con esa capacidad-respondió el adulto-. ¿De donde crees que vienen las leyendas de las brujas y los magos? La cosa es que empecé a hacer pequeños trucos, como que algo flotara un centímetro o se volviera invisible por un segundo. Eso atrajo a la diosa de la magia, que me explicó la realidad de los dioses griegos y demás. Yo me enfadé mucho. Me había pasado toda la vida pensando que estaba loco para luego descubrir que eran los demás los que estaban ciegos. Quería vengarme por lo que había tenido que pasar pero, ¿quién le hace pagar por sus injusticias a los dioses? Mis ansias se quedaron en eso, en ansias. Aunque llamaron la atención de cierta diosa... la diosa de la venganza. Sin tener muy claro como acabé enamorado de las dos y teniendo una relación con cada una. ¿Ellas sabían que estaba con ambas a la vez? Ni idea, pero si era así no les molestó mucho. A los varios meses Hécate quedó embarazada y yo me emocioné con la perspectiva de ser padre, a pesar de que la diosa me avisó de lo dura que suele ser la vida de los padres mortales de los semidioses. Lo que no me esperaba fue que, apenas un mes después, fue Némesis la que me avisó de que tendría un hijo. La perspectiva de ser padre de no uno, sino de dos semidioses, parecía difícil, pero me gustaba la idea de tener un recuerdo de cada una de las dos conmigo. Los meses pasaron y naciste tú Nate. Y ese mismo día nació también Daniel, un mes antes de los previsto. Entre eso y que sois casi idénticos , decir que erais gemelos era la excusa perfecta. Las dos diosas se marcharon y me dejaron solo con vosotros para que os criara.

-Y lo hiciste con mentiras. ¿Por qué? ¿Por qué hacernos creer que éramos hermanos siquiera?-preguntó Daniel.

-Fue para protegeros. Como ya expliqué, no podía deciros la verdad. Además quería que, sin importar vuestra sangre, fuerais hermanos de verdad. A medida que crecíais os parecíais cada vez más a vuestras respectivas madres. Y eso solo era un recordatorio constante de que algún día sabríais la verdad y tendría que pediros perdón. Las dos diosas me explicaron que al cumplir los trece tendría que llevaros a un campamento para semidioses en Long Island. Iba a hacerlo, pero quería que tuvierais unos últimos días de vida normal, por eso eso dejé ir a la excursión de fin de curso. No pensé que dos semidioses adolescentes juntos atraerían a los monstruos. Lo siento.

-No pasa nada-aseguró Nate-. Lo hiciste por nosotros, no tienes la culpa de nada.

-Sí, solo querías mantenernos a salvo-añadió Daniel-. Te perdonamos, de verdad. Te quiero papá.

-Y yo también, papá.

-Yo... Niños...-los tres Díaz se fundieron en un abrazo por unos segundos y, tras separarse, repararon en Nerea y en su cara completamente roja.

-Perdón. Siento que he espiado vuestra vida privada-se disculpó la chica.

-No pasa nada-dijo Daniel-. Ya te dije que confió en ti. No quería ocultártelo.

-Yo... Gracias, supongo-contestó Nerea, más roja todavía.

-Ahora que ya os he dado explicaciones, os toca o vosotros tres-pidió al adulto-. ¿Qué hacéis aquí?

Los tres semidioses le explicaron toda la historia de la profecía y su misión, pero también le hablaron del campamento y de sus amigos. No fue hasta que Nerea miró la hora en el reloj.

-¡Maldito TDAH!-exclamó-Se nos ha pasado el tiempo, chicos. ¡El tren salió hace media hora!

-Y... ¿ahora que hacemos?-preguntó Nate.

-Dijisteis que teníais que ir al oeste-recordó el padre-. Os puedo llevar hasta Indiana, tengo que ir allí por un asunto de trabajo.

-Sería genial.

-En ese caso, todos al coche.

-Eres el mejor papá-alabó Daniel.

- Esa tarde -

Muchas horas de viaje en coche más tarde, el padre de lo gemelos les dejó en Indianápolis, la capital de Indiana. Él no iba justo allí, pero creía que los chicos encontrarían más fácil transporte en una ciudad importante.

Estaba empezando a anochecer y necesitaban un lugar para pasar la noche. Empezaron a vagar por la ciudad, pero Nerea notó que algo la impulsaba a ir hacia algún lugar y se dejó guiar, seguida de los chicos. Entonces llegaron a lo que parecía una especie de estación de tren antigua. Estaba cerrada, pero la española se dirigió a una puerta lateral.

-Esta puerta está oculta a los mortales-advirtió Nate-. ¿Qué hacemos aquí?

-No sé-admitió Nerea-. Siento como... algo que me atrae a este lugar. Estad tranquilos, ¿vale? No hay peligro dentro y si seguimos por la calle nos van a pillar los monstruos.

-Confío en ti-aseguró Daniel-, pero mejor estar preparados.

Los tres sacaron sus armas. La de Daniel apareció como una daga de bronce parecida a la de su hermano. Nerea llamó y contuvieron la respiración. Se oyeron unos golpes a lo lejos y entonces la puerta se abrió, revelando a un hombre. Debía tener poco más de treinta años y tenía una aire a un elfo de Santa Claus en versión latina, con las orejas algo puntiagudas y la sonrisa traviesa de un niño. Era bastante bajito y llevaba puesto un mono de mecánico.

-¿Quién eres?-preguntó Nerea.

-Oye, tranquilos-respondió el hombre en español-. Soy Leo Valdez, bienvenidos a la Estación de Paso.