Capítulo 10
Era la mañana del 30 de julio y los tres semidioses salieron del Campamento Júpiter en dirección a San Francisco. Al llegar a la ciudad guardaron los caballos mágicos de Leo en las mochilas y se metieron en las calles.
-¿Chicos?-preguntó Nerea tras una hora de dar vueltas por la ciudad-¿Estáis seguros de que era por aquí?
-Es lo que ponía en el cartel-contestó Daniel-. Aunque a lo mejor no lo leí bien. Ya sabes, la dislexia.
-Es decir, que estamos perdidos-aseguró Nerea.
Daniel no lo negó. Antes de que pudieran decidir que hacer Nate les llamó.
-¿Oís eso?
Nerea iba a negar con la cabeza cuando lo oyó. Pasos que se acercaban. Los tres se pusieron en guardia con las armas en la mano. Por la calle lateral apareció una mujer serpiente. Se escondieron en un callejón y esperaron que el monstruo pasara de largo. No lo hizo.
La mujer serpiente se abalanzó sobre ellos y Daniel se lanzó hacia delante con una lanza de bronce. La criatura también iba armada, con una red y una lanza, y contraatacó. Nerea se lanzó hacia abajo e intentó cortarle la cola. Mientras estaba distraída, Nate se acercó por detrás y la apuñaló. El monstruo se deshizo en polvo dorado. Los semidioses se calmaron y guardaron las armas. Solo entonces vieron a los dos niños pequeños que les miraban desde la boca del callejón.
Eran un niño y una niña de unos cuatro años. Ella tenía el pelo negro y los ojos de un brillante verde mar y él era rubio con los ojos grises con un brillo de inteligencia.
-¡Habéis matado a la mujer serpiente mala!-exclamó la niña con admiración.
-Se llama dracaena- regañó el niño. Luego miró a los adolescentes-. Podéis ver a los monstruos. ¿Sois como nosotros?
-¿A qué te refieres con ser como vosotros?-preguntó Nerea, aunque sabía lo que el niño quería decir-¿Te refieres a que somos...?
Pero algo la interrumpió. Muy cerca de donde estaban un hombre llamaba a gritos:
-¡Jason! ¡Natalie! Dónde estáis?
Una mujer entró en el callejón y al ver a los niños el alivio se reflejó en su rostro. Gritó hacia alguien que estaba fuera:
-¡Los he encontrado, Sesos de Alga!-después se giró hacia los niños y los regañó- No os podéis ir por ahí solos. ¿Y si un monstruo os hubiera atrapado y papá y yo no hubiéramos estado ahí para matarlo?
-Perdón, mami- contestaron los dos niños al unísono.
Un hombre entró entonces en el callejón y, con una sonrisa, cogió a los pequeños.
-Menos mal que estáis bien, mis pececitos- dijo.
Fue en ese momento que Nerea se dio cuenta de que la madre era igual que su hijo y que el padre y la hija también eran dos gotas de agua.
-Mamá, mamá-llamó la niñita.
-¿Qué pasa Natalie?-preguntó la mujer.
-Ellos mataron a la mujer serpiente mala.
-Dracaena- repitió el niño, Jason.
-Da igual su nombre. La mataron- volvió a decir Natalie señalando a los tres adolescentes que seguían allí.
Los dos adultos les miraron fijamente por un momento y dijeron al unísono:
-Semidioses.
-Eh...-Daniel no supo que decir-. Esto... ¿Cómo lo sabéis?
-Porque también somos semidioses-respondió el hombre con naturalidad-. Soy Percy Jackson.
-¿Percy Jackson? Pero... ¿De verdad?-Nerea tenía tantas cosas que decir, tantas preguntas, que no era capaz de decir nada con sentido.
-Tantos años y aún sigo siendo famoso-dijo entre risas.
-¡Claro que eres famoso!-exclamó la española- Ayudaste a salvar el mundo dos veces. ¡Eres el mayor héroe de la historia! ¡Pasarán doscientos años y aún serás famoso!-miró un momento a la mujer-. Y tú eres Annabeth Chase, ¿verdad?
-Bueno, Annabeth Jackson- contestó la hija de Atenea, cogiendo de la mano a su marido.
-Nunca pensé que os conocería. Perdón, debo parecer una fan loca-se disculpó avergonzada.
-Tranquila-le dijo Annabeth-. Ni eres la primera ni serás la última. ¿Y vosotros quienes sois?
-Me llamó Nerea, y soy hija de Britomartis.
-Y ella...-empezó Annabeth.
-Sí, desapareció. Era cazadora de Artemisa.
-No mola ser algo que no debería existir-comentó el hijo de Poseidón-. ¿Y vosotros dos, gemelitos?
-Soy Daniel, hijo de Némesis.
-Y yo Nate, hijo de Hécate.
-¿Y qué os trae por San Francisco, chicos?
-Tenemos que llegar al monte Tamalpais antes del 1 de agosto-resumió Daniel-. Es una misión que nos mandó mi madre. El problema es que nos hemos perdido.
-Podemos llevaros-propuso Percy.
-Sería genial, la verdad.
-Pues vamos.
Los guiaron hasta su casa y luego sacaron el coche, un siete plazas azul. Subieron y, después de atar a los pequeños a sus sillitas de coche, Percy arrancó. Cruzaron la ciudad y empezaron a subir la montaña.
-Papá.
-¿Qué pasa, Natalie?
-¡Vamos a la playa!
-Annabeth, amor de mi vida, ¿podemos ir a la playa?
-Está bien. Pero antes vamos a dejar a estos chicos en la montaña.
-Sabes, esto me recuerda a cuando tu padre nos dejó su coche para subir a buscarte por este mismo camino-recordó el hijo de Poseidón.
Los dos adultos se dieron un beso. Nerea no pudo evitar pensar la suerte que tenían de haber sobrevivido para poder llevar ahora una vida normal.
Llegaron al final de la carretera. En lo alto se veían unas ruinas de mármol negro.
-El lugar de mi sueño-aseguró Daniel.
Se despidieron de la familia Jackson y, justo antes de irse, Percy se asomó a la ventana y les dijo:
-Cuidado con el jardín de las Hespérides.
Sin poder preguntarle a que se refería el coche se marchó hacia la ciudad.
Los tres mestizos empezaron a subir lo que quedaba con la última advertencia del Hijo de Poseidón flotando en el aire.
Al acercarse a la cima empezaron a ver restos de columnas y escombros, todos de mármol negro. La mayoría estaban en la punta del monte y allí todavía se podía adivinar la silueta del palacio.
Pero entre el palacio y los tres semidioses había una especie de jardín, en cuyo centro se alzaba un árbol con manzanas doradas, las manzanas de la inmortalidad. Alrededor del árbol había un dragón con pinta de ser muy peligroso. Unas escaleras pasaban a su lado y parecían ser el único camino para subir a las ruinas.
Unas chicas muy guapas y vestidas de blanco aparecieron a su alrededor cuando dieron un paso adelante.
-Las Hespérides- susurró Nerea.
-Esas somos nosotras-contestó una de las chicas-. ¿Qué hacéis aquí?
-Queremos llegar hasta el palacio de los titanes. No queremos vuestras manzanas. ¿Hay alguna manera de pasar sin tener que enfrentarse al dragón?
-Me temo que no-respondió otra de las chicas-. Ladón atacará a los que se acerquen, si puede percibirlos. Buena suerte, héroes.
Las hermanas desaparecieron. Nerea se alejó y inspeccionó los alrededores del jardín, con la esperanza de encontrar otro camino.
-Nada-anunció a los chicos al regresar-. Tenemos que llegar a esa escalera y subirla sin que nos maten.
-Puede... que haya una posibilidad-comentó Nate.
-¿A qué te refieres?-preguntó su hermano.
-Puedo hacernos invisibles e intentar pasar junto al dragón sin que nos vea.
-¡Como en Captura la Bandera!-exclamó Nerea.
-Exacto. Pero esa ha sido la única vez que lo conseguí y estaba yo solo. No se si podré hacerlo con los tres.
-Yo creo que sí puedes-aseguró Nerea-. Nate, te prometo que eres uno de los semidioses más poderosos que he conocido. En cinco días tus poderes han pasado de nada al truco con la puerta en los Juegos de Guerra. Si alguien puede hacerlo ese eres tú.
-Dice la chica que se convierte en una criatura mitológica.
-Confiamos en ti, Nate- repitió Daniel-. ¿Cuándo lo harás tú? Vas a volvernos invisibles a los tres, vamos a llegar allí arriba y vamos a encontrar a mi madre, para que nos de una buena explicación de por que hemos tenido que hacer este viaje de locos.
-Está bien, cogedme cada uno una mano-pidió el hijo de Hécate, cediendo ante los otros dos.
Sus compañeros no dudaron en hacerlo. Nate respiró hondo y cerró los ojos. Unos segundos más tarde los tres se volvieron invisibles.
-¡Lo has logrado!-celebró Daniel.
-No aguantaré mucho, vamos rápido-contestó su gemelo.
Se dirigieron sin dudar a la escalera. El dragón, Ladón, se movió un poco, pero no les atacó. Pero cuando estaban a una docena de escalones del final de la escalera se volvieron visibles de nuevo. El dragón se volvió hacia ellos.
Nerea salió corriendo hacia arriba seguida de los gemelos. Al llegar arriba vio que estos estaban teniendo problemas. Nate estaba agotado y subía un poco más despacio. Daniel le empujaba desde detrás. Nerea ayudó a subir a Nate y luego se giró hacia Daniel.
Un grito resonó en las ruinas vacías cuando una de las garras de la bestia alcanzó al hijo de Némesis.
La hija de Britomartis no duró en lanzarse, en forma de grifo, a recoger a su amigo. Esquivó con habilidad las garras y dientes y llegó arriba. Nate estaba vomitando por el esfuerzo de usar sus poderes. Posó con delicadeza a su hermano a su lado.
La vida escapaba del hijo de Némesis por una herida que le cruzaba el pecho y el abdomen de un lado al otro. Había muchísima sangre.
-Dime que no es tan mala como duele-pidió Daniel.
-Ojalá pudiera-en sus ojos asomaban las lágrimas.
-Nerea...-dijo en un susurro- Yo no puedo seguir, pero tú tienes que hacerlo. Sé que tienes un papel importante en lo que está por venir. Y no voy a permitir que no cumplas lo que tienes que hacer porque yo muera.
Sus ojos empezaron a cerrarse.
-¡No vas a morir! Te lo prometo, Daniel-respondió Nerea, pero no parecía que el chico la oyera-. ¡Némesis! ¿Acaso vas a dejar a tu hijo morir?-gritó al aire. Al no recibir respuesta siguió gritando- Por favor, alguien. No dejéis que muera. No hagáis eso. Sois dioses. Sé que podéis salvarlo. Por favor-las lágrimas caían por el rostro de la española-. Alguien...
Nate a su lado lloraba en silencio y Daniel respiraba débilmente entre sus brazos. Miró las ruinas a su alrededor, vacías. ¿Daniel iba a morir por solo llegar hasta allí? Nerea quería desmoronarse, pero le debía al chico entre sus brazos ser fuerte. Apolo le había dicho que tenía que seguir adelante, pero no esperaba un precio tan...
Un momento.
Apolo.
-Apolo por favor...-rogó la chica- Sé que tu puedes curarle. Eres el dios de la medicina. No dejes que muera. Se que quieres que haga no se muy bien lo que, pero no puedo si el muere. No puedo. Por favor Apolo. Eres el único dios que he conocido, pero estoy segura de que eres el mejor. Sé que sufriste. Pero imagina que alguien hubiera salvado a Jason Grace cuando estaba a punto de morir. Harías lo que fuera por que hubiera ocurrido. Yo también haré lo que sea por compensarte. Por favor, Apolo. Eres mi última esperanza.
Por un momento Nerea pensó que no iba a pasar nada. Pero un segundo más tarde un rayo de sol bajó del cielo con fuerza y rodeó al hijo de Némesis. Nerea oyó una voz en su cabeza.
"¿Por qué te pareces tanto a tu madre? No puedo negarte nada. Pero tienes razón. Los dioses podemos ser muy crueles, sobre todo con nuestros hijos. Todos merecemos vivir. Y no me debes nada. Solo no te rindas. Nunca."
"Gracias Apolo" respondió la chica mentalmente, segura de que el dios la oiría. "Nunca olvidaré lo que has hecho por mí hoy. Nunca"
Daniel comenzó a brillar y tanto que no pudieron mirarlo directamente. Cuando la luz se apagó la herida se había cerrado, aunque tenía una enorme cicatriz.
-¡Daniel!-gritó Nerea mientras lo abrazaba-. ¡Estás bien!
-Gracias, Nerea- contestó este-. Pensaba que iba a morir. Gracias por convencer a Apolo por salvarme.
-Habría amenazado a Zeus si hubiera hecho falta-aseguró mientras apretaba más a Daniel. Nate se unió al abrazo, todavía mareado por el exceso de usar sus poderes.
-Menos mal que estás bien, hermanito-comentó el hijo de Hécate.
-No me llames hermanito-se quejó Daniel en broma, aunque agradecía poder volver a oír a su hermano.
Detrás de los semidioses hubo un destello verde y una voz de mujer dijo:
-Lo habéis conseguido-anunció-. Habéis llegado al palacio de los vencidos.
Al darse la vuelta vieron a una mujer mirándolos. Nerea frunció el ceño al notar que se parecía a su madre mortal.
