Buenas a todos los que siguen leyendo esta historia mía. Una disculpa por la ausencia de un mes (días más, días menos); septiembre fue un mes movido y ocupado. Pero ya estamos de regreso con esta peculiar historia. La canción correspondiente a este capítulo sería "Remember Them", cuya traducción sería "Recuérdalos", o "Recuérdenlos", circunstancialmente hablando. Esta canción pertenece a la saga del cíclope de musical de Epic. Espero que lo disfruten, y espero poder traerles capítulos con más regularidad de ahora en más.
Capítulo 8: Recuérdenlos
La cueva estaba ensangrentada, cuerpos inertes de perros gatos—y un hámster—regados por toda esta. Los hombres sobrevivientes miraban alrededor desconcertados, conforme el polvo que levantó la caída del monstruoso cíclope comenzaba a asentarse de nuevo. Sumergidos en la oscuridad, viendo que su líder seguía perdido en shock, voltearon a ver a su segundo al mando, esperando algún tipo de orden o guía. Los ojos de Bolt yacían fijos en lo que quedaba de su mejor amigo, completamente ajeno al exterior.
"…it…"
La respiración del can comenzó a agitarse con el pasar de los segundos. El cíclope le había hecho eso a Rhino.
"…apitán…"
Y a Rhino, de todos sus hombres. A su mejor amigo, su soldado más querido. El enojo de Bolt comenzó a crecer dentro de su estómago.
"Capitán…!"
Al can le quedó algo en claro: no se iba a ir de aquí sin hacer pagar a la monstruosidad por lo que había hecho.
–¡Capitán! –La voz de Jack lo hizo voltear del cuerpo de Rhino. El gato se veía ligeramente alarmado, sucio por el polvo y respiraba agitadamente. Solo entonces Bolt pudo voltear a ver alrededor, y cayó en cuenta de todo el daño que el cíclope había causado, antes de colapsar sobre la entrada de la cueva.
Sin perder tiempo, Bolt comenzó a acercarse al centro de la cueva, gesticulando a Jack y sus hombres restantes a seguirlo. –Debemos darnos prisa; no tenemos mucho tiempo –Explicó mientras inclinaba su cabeza en dirección al cíclope–. El bruto no se dio cuenta de que mezclé la fruta del loto en su vino –Viendo a sus hombres, empolvados, temblando y con el pelaje erizado, el can respiró profundo. Tenía que tranquilizarlos, o todos estarían en problemas–. Escuchen, todos: este no es el final. Seguimos con vida y saldremos de esta.
Jack dio un paso adelante y miró puntualmente a Bolt. –Pero, capitán, ¿qué haremos con nuestros amigos caídos?
Bolt respiró de nuevo, desviando su mirada hacia el cuerpo de Rhino momentáneamente, luego hacia Jack, y exhalando. El pastor suizo sabía que no podrían llevarse los cuerpos de sus compañeros, y todos lo estaban viendo, esperando una respuesta, la cual llegó en forma de una sola palabra.
–Recuérdenlos.
Jack parpadeó sorprendido, y por la expresión de los demás, no esperaban esa clase de respuesta. Pero no había tiempo, y si no actuaban pronto, el cíclope podría despertar y terminar de matarlos a todos. Bolt asintió para reafirmar su respuesta, y se explicó más:
–Cuando el fuego se empieza a desvanecer, cuándo encuentren gente débil o asustada, cuando tengamos que enfrentar más dificultades, no debemos nunca permitir que hayan muerto en vano. Recuérdenlos –Continuó el can–; nosotros somos ahora los que llevamos sus recuerdos, sus fuegos internos, y de nosotros depende que no sean olvidados. Así que, recuérdenlos.
Los hombres asintieron, más tranquilos, y comenzaron a seguir a Bolt, el pánico quedando detrás. El pastor suizo se acercó al garrote de madera del cíclope, el mismo con el que había matado a… catorce de sus hombres. Frunciendo el ceño, el can volteó a ver a los que aun vivían.
–Todo el mundo, los necesito aquí con el garrote –Se explicó con firmeza y fuerza para que todos lo escucharan claramente–, así es como saldremos de aquí. Todos, usen sus espadas, vamos a tallar la punta; afilarla, hasta convertirlo en una lanza gigante.
Los hombres comenzaron a asentir emocionados.
"¡Sí, hay que matarlo!"
Bolt negó puntualmente con la cabeza varias veces.
–Su cuerpo está estorbándonos la salida, hermanos; si lo matamos, nos habremos encerrado aquí.
Jack se acercó a Bolt, su mirada aun agitada, pero desbordando de confianza en el juicio del can.
–Capitán, ¿en dónde lo atacamos?
Bolt miró a Jack firmemente un momento.
–Vamos a apuñalarlo en el ojo –Ordenó con fuerza.
"¡Sí, señor!"
Sin esperar más, todos se pusieron manos a la obra para acatar las órdenes del can. Las espadas raspaban sobre la madera del garrote inmenso mientras todos trabajaban arduamente, lentamente convirtiendo la punta aplanada en una afilada y retorcida lanza. Bolt los supervisaba, colaborando también, mientras ojeaba al cíclope por el rabillo de su vista.
En cuestión de algunos minutos, la punta estuvo lo suficientemente afilada. A Bolt le hubiera gustado dedicarle un poco más, pero el cíclope se movió ligeramente, y, temiendo que no tardara en despertar, el can rápidamente les ordenó a sus hombres detenerse y comenzar a levantar el tronco entre todos.
–¿Listos? –Preguntó el can una vez que el peso quedó distribuido a lo largo de los hombres restantes. Una serie de gruñidos de esfuerzo mientras todos sostenían el tronco le llegaron por respuesta–. ¡AHORA!
Entre todos comenzaron a correr a toda velocidad hacia el cíclope, llevando el peso del tronco y la punta afilada de este en dirección directa hacia el ojo cerrado del monstruo inconsciente. Con Bolt y Jack a la delantera de la embestida, el impacto dio certero en el blanco, la punta de la lanza improvisada enterrándose en el ojo del cíclope.
El rugido estruendoso que soltó la monstruosidad al sentir el ataque en su ojo hizo temblar la cueva entera, a la par que el cíclope se alzaba para sacarse la estaca de la cara, revelando el agujero para el ojo ensangrentado y vacío ahora.
–¡Dispérsense! –Comandó Bolt rápidamente, alejándose del cíclope herido y viendo a sus hombres hacer lo mismo, en varias direcciones, mientras el monstruo gemía y gritaba adolorido, blandiendo el garrote ensangrentado al azar, sin lograr asestarle a nadie. Ya lo tenemos, pensó el can.
–¿Quién te hace daño? –Retumbaron varias voces en la distancia, provenientes de la entrada de la cueva. Graves, profundas y roncas, el can abrió los ojos y volteó a ver a su segundo al mando en breve terror.
–¿Hay más de ellos? –Preguntó Jack, su pelaje erizado y sus ojos al borde del pánico una vez más.
Bolt no perdió un instante, bajando la voz, pero manteniéndola a suficiente volumen para que sus hombres, todos, lo alcanzaran a escuchar:
–Escóndanse.
–¿Quién te hace daño? –Volvieron a preguntar las voces, que Bolt contó como al menos tres, con más insistencia y más cerca de la entrada de la cueva.
A la par que Bolt veía a los últimos de sus hombres ocultarse, entre las ovejas, tras pilares de roca, al fondo de la cueva, en dónde fuera posible, la voz de Jack le hizo al can sacudir su oreja por la cercanía. Ambos se habían amontonado detrás de una roca en la que apenas cabían los dos.
–Capitán, deberíamos huir…
–Espera –Respondió Bolt en murmullo.
Las voces resonaron casi en la entrada de la cueva la siguiente vez, aunque ningún cíclope adicional entró a la misma, Bolt podía ver las sombras imponentes bloqueando la entrada. Estaban encerrados.
–¡¿Quién te ha hecho daño, compañero?!
–Capitán, ¿qué hacemos? –Masculló Jack con pánico creciente en su voz.
–Esperar –Repitió Bolt con más firmeza, silenciando al gato bombay, aunque este no relajó su postura.
El can observó atentamente mientras el cíclope ciego se tambaleaba hacia la entrada. Sin salir de la cueva, ni asomar la cabeza fuera de esta, en medio de gemidos adoloridos, finalmente le respondió a los demás cíclopes:
–¡Nadie!; ¡Nadie me hizo daño, Nadie me ha dejado ciego! ¡Nadie me—!
–Si nadie te ha hecho daño, ¡guarda silencio! –Reprendió uno de los demás cíclopes, el de voz más grave de todos. Bolt no pudo evitar sentir satisfacción y hasta risa al escuchar a los demás cíclopes dar pasos estruendosos alejándose de la cueva, dejando abandonado al ciego.
Bestia tonta.
–Esperen, ¡no se vayan! ¡Fue Nadie, su nombre es—!
Pero los demás cíclopes ya se habían ido, dejándolo solo. El cíclope preció notarlo finalmente, y se encorvó, derrotado. Dejó caer el garrote ensangrentado que se sacó del ojo, y se sentó, cara apuntando al suelo, rodillas recogidas, fuera del camino de la entrada de la cueva. Era su oportunidad.
Bolt silbó para llamar la atención de sus hombres desde los escondites, y les gesticuló con las patas dos instrucciones simples: "Agarremos el ganado y larguémonos de aquí."
Ni bien sus hombres habían comenzado a moverse, a salir de sus escondites para recoger a las ovejas muertas y empezar a pastorear a las vivas, Bolt los vio moverse progresivamente más lentos, hasta quedarse quietos. Entonces lo escuchó de nuevo.
Tic.
Toc.
Tic. Toc.
–¿Te has olvidado de las lecciones que te enseñé? –La voz de Atenea le sorprendió, mientras el ambiente se volvía estrellado y nocturno. La lechuza, portando un escudo en un ala y sosteniendo una lanza en la otra, cubierta de su armadura reluciente, se reveló ante el pastor suizo–. Sigue siendo una amenaza, un peligro para todos. Mátalo –Le ordenó sin explicación alguna, claramente refiriéndose al cíclope derrotado y ciego de la cueva.
Bolt le sostuvo a mirada a Atenea durante un segundo eterno, y frunció levemente el ceño.
–No.
–¿"No"? –Repitió la deidad, atónita y sorprendida por semejante respuesta. Era la primera vez que Bolt le llevaba la contraria, que desafiaba una de sus órdenes.
–No –Repitió el can, dispuesto a defender su respuesta–; ¿qué bien nos va a traer el matarlo? Sabes, la piedad es una habilidad que este mundo podría aprovechar más. Mi mejor amigo está muerto; el enemigo quedó ciego; solamente hay sangre, sangre, sangre por todos lados. ¿Esto es lo que tu afamado "guerrero de la mente" debe hacer? Porque yo me reúso a hacerlo.
–¡Espera—!
Antes de que Atenea lo reprimiera por desobedecerla, Bolt se forzó a salir del pensarrápido, aquella dimensión de bolsillo dónde la lechuza lo llevaba para hablar cuando congelaba el tiempo, regresando al mundo presente, a la cueva dónde sus hombres apenas habían comenzado a mover a las ovejas y Jack comenzaba a dirigirlos en silencio hacia la salida.
Ya verás, pensó Bolt. Le probaría a Atenea que tenía razón.
–¡Ey, cíclope!
El alarido de batalla hizo a la bestia alzar la cabeza y dirigirla hacia el can, aunque no hizo más intento por levantarse o atacarlo. Los demás soldados veían atónitos lo que Bolt estaba haciendo, la mayoría de ellos con expresiones de duda o temor. Era su deber, como capitán, alentarlos y darles esperanza, así que eso iba a hacer.
–Cuando te conocí, intenté con paz. Pero no te importó, y preferiste alimentar a tu bestia interior. Nos costaste caro, pero mis compañeros no morirán en vano. ¡Recuérdalos!, la próxima vez que se te ocurra el ser cruel, recuérdalos. Recuérdanos. Recuérdame.
Los hombres comenzaron a vitorear a Bolt, aclamándolo y alentándolo a seguir. El can, sonriendo por haberlos motivado, se acercó al cíclope aún más.
–¡Soy el rey actual de Ítaca!, ¡no soy hombre ni deidad! ¡Soy tu peor pesadilla, tu momento más oscuro! ¡Yo soy el infame—!
Antes de terminar, por un breve momento, Atenea apareció en la vista periférica de Bolt, una sola palabra en el pico de la lechuza, aunque no dicha de forma audible, interpretable por igual: "¡No!"
Pero al can no le importó.
"¡–Bolt Forrester!"
Después de ello, Bolt y sus hombres cargaron todas las ovejas en los barcos. Antes de partir, le hicieron un pequeño funeral a los catorce que había matado el cíclope. Dolido, pero determinado a no defraudar más a sus compañeros, Bolt se subió a su nave, y ordenó zarpar. Mientras se alejaban, atrevió una mirada más hacia la costa, hacia la cueva. Ya muy pequeña por la distancia, al can le pareció ver al cíclope parado en la entrada de esta, su ojo vacío apuntando en dirección a la flota. Bolt regresó su vista al frente. Lo peor había pasado ya.
