N/A: Lo sé, me van a desvivir por haber demorado tanto en subir este capítulo. Lo que pasó fue que aprobé mis exámenes, pero estaba cansado y algo saturado de tanto escribir. Siendo honesto, incumplí con todos los puntos de la autocrítica que me hice en el capítulo anterior, porque metí todavía más personajes a la fórmula. Este es el penúltimo capítulo, así que mi idea es terminar el fic a las piñas, hacer algún pequeño epílogo de desarrollo, y dar por finalizado este lore (al menos por ahora), porque me sacié de Hazbin Hotel y quiero escribir de otras series. Mi idea es que todos mis fanfics estén interconectados de alguna manera, y esta primera obra sienta bien las bases para ello.

Nada más que decir, disfrutad este penúltimo capítulo, el doble de largo para disculparme por la demora.


Capítulo 8:

Perspectiva: Baraquiel

El cielo se tiñe de negro por primera vez en nuestro mundo, para terminar de romper nuestros corazones. Perdí a mi hermana esta noche, y mi amiga Judiel perdió a su pareja también. Todo el mundo está herido, pero Semangelof nos empodera para levantarnos en armas contra los rebeldes.

—Todo ha pasado tan rápido —murmura Judy, que aún sostiene la mano de su difunto amado—; solo fui por un poco de agua para él, y cuando volví…

Acaricio su espalda para compartir el dolor de nuestros duelos. Ella no puede contener sus lágrimas, pero yo me encargo de secar su rostro.

—¿Crees que Sarah siga con vida? —me pregunta con esa mirada de triturante pesar.

Sarael siempre se caracterizó por ser una devota aspirante a arcángel, por lo que no sería de extrañar que lo diera todo en el Sinaí, hasta su último aliento. No obstante, un par de manos delicadas acarician nuestras mejillas:

—Mi más sentido pésame —murmura Sarah, cuyo casco está completamente astillado.

Judy se abalanza para darle un abrazo; yo hago lo mismo, extendiendo mis brazos para abarcar ambas mujeres. Perdimos todo lo que nos importa, pero al menos nuestra amistad sigue de pie a pesar de la guerra.

—Muchachos, ¿qué van a hacer ahora? —nos pregunta Sarah tras al menos un minuto sin decirnos nada.

Miro la espada de mi hermano, que yace enfundada en su cadáver aún tibio. Nunca me ha gustado luchar, pero no puedo continuar viendo cómo se siguen perdiendo vidas por una fiebre revolucionaria que nadie aquí entiende.

—Si debo ir contra mis principios para salvar lo poco que me queda —separo el arma de mi hermana y la sostengo firmemente—, entonces me uniré a la guerra.

Judy se ve cohibida por la injusticia y la confusión. Soy yo quien decide separar la espada del cadáver de su marido y ofrecérsela:

—Judy, esta es tu oportunidad para hacer justicia.

Ella suspira y sus manos acarician la empuñadura por un instante antes de reclamarla para sí. Ambos extendemos nuestras alas y emprendemos vuelo con Sarael rumbo a un rincón donde quedan los últimos soldados en pie. Allí también se encuentra el oficial Zadkiel, que intenta apelar amablemente al orden.

"¡Señores! ¡Les rogamos que guarden silencio!"
Sara sostiene nuestras manos con firmeza; puedo sentir la determinación que emerge en los corazones de todos los integrantes de nuestro reino.

"Como ya todos sabrán, nuestro pueblo se fragmentó en una facción rebelde, oquestada por el querubín Lucifer". Todos nos conmocionamos al escuchar que no es sino "El Perfecto" quien empezó todo esto.

"Así es, lamentablemente la traición vino de quienes menos esperábamos. Asimismo, las ideas de Lucifer fueron respaldadas por la escriba Belfegor, el arquitecto celestial Mammón…". Los murmullos no demoran en inundar toda la plaza.

"..., el poder Asmodeo, la principado Belcebú, las dominaciones Azazel y Andras junto con su ejército, y por último y más importante, cuentan con el apoyo directo del ángel exterminador y su famoso Leviatán". La situación claramente está en nuestra contra, dado que los rebeldes son miembros muy destacados de nuestra sociedad. Los tres nos vemos y tragamos saliva a sabiendas de la tortuosa marcha que nos espera.

Perspectiva: Meridiana

Llevo el par de cervezas que los dos tronos me piden como de costumbre. Ellos están "sentados" en una pequeña mesa de madera, jugando cartas con alguna magia telequinética, dado que sus cuerpos carecen de brazos y manos funcionales. En efecto, los tronos Decarabia y Buer son lo peor que podrías encontrarte en nuestro reino, pese a ser del coro más próximo a Dios. Como sea, ambos están por debajo de Belfegor, y muy por debajo de los tres Ancianos, que gobiernan en ausencia del Uno.

—Gracias, querida —me sonríe Buer—, ¿no me alcanzas la jarra a la boca?

Resoplo irritada y le acerco su bebida, pero Decarabia se despilfarra con esa voz rasposa y podrida, como si tuviera la garganta llena de flema, y con su magia retiene mis brazos:

—No, m'hija, no le haga caso al bobo este.

—Loco, si está aquí para aprender a controlar sus impulsos, ¿por qué no la dejas practicar su paciencia? —lo increpa Buer.

Solo dejo las bebidas en la puta mesa y tomo asiento en un rincón del cuarto oscuro, que solo se ilumina por las auras de esos dos payasos.

—¿Te enteraste de la rebelión? —Decarabia habla tan trivialmente sobre el tema.

—Si, qué gente más loca, ¿no? —le responde Buer con esa sonrisa tan exagerada.

Llevo meses sin saber de Andras debido a que me separaron de los demás ángeles por ser "demasiado agresiva".

—¿Tu novio también va por esas andadas? —me pregunta Decarabia, que ladea su cuerpo deforme a un lado para verme.

—No lo sé, espero que no —respondo seca.

Me limito a seguir otra de esas estúpidas rutinas anti-estrés, como contar las plumas de mis extremidades o contar hasta cien.

—La que está muy metida en eso es Belle —continúa Decarabia, aunque ahora ignorándome.

—¡Te canto truco! —escupe Buer—. Mejor para nosotros, ahora podremos ocupar el lugar de esa puta.

—No, tarambana —lo insulta sin apartar la vista de sus cartas—, solo uno de los dos puede ascender. Dudo mucho que papi te elija a ti; y te canto retruco, abombado.

—Y a ti nadie te va a elegir, por maricón —le responde entre tragos de cerveza—, ¿qué vas a rendir tú de escriba?, si no sabes ni jugar al truco, pedazo de furro. ¡Y quiero vale cuatro, carajo!

Cada día siendo "orientada" por estos dos se siente como vivir una tortura. Estas conversaciones inmaduras son el pan de cada día aquí, y no puedo hacer más que respirar profundo y abstenerme de acribillarlos a puñaladas. Cuando me dispongo a trapear el suelo manchado por los escupitajos de cerveza, escucho una voz armónica y varonil, tan familiar y alegre para mis oídos:

"¿Hay lugar para uno más?"

Me abalanzo a los brazos de él y pronuncio su nombre: "¡Andras!" Puedo jurar que nuestros picos se juntaron con tanta pasión como en nuestro primer beso.

—Eu, ¿ese no es un rebelde? —pregunta Buer a su amigo.

—Sí, matémoslo —responde el otro imbécil.

Andras está tan enfocado en mí que ignora totalmente la amenaza. Por mi parte, lo primero que hago es sacar un trozo de cristal que había guardado de la última vez que estos dos rompieron una jarra. Mi novio solo baja mi mano gentilmente y niega con su cabeza. Los dos tronos se elevan sobre las sillas y nos rodean, pero Andras sonríe confiado:

—¿No han considerado seriamente la idea de rebelarse? —Andras no desenfunda su espada, solo se queda ahí junto a mí.

—¿Y en qué consiste esa mierda?

—División de poderes, democracia… mucho poder para los que luchamos primero.

—A-a-ah, ¿cuánta plata?

—Mucha, podrían ser más que un par de tronos —los empieza a engatusar—, ¡serían senadores! Imagínense poder decidir activamente en todo lo que se haga en el reino.

Ambos tronos se miran de reojo y sonríen tentados por la oferta.

—¿Jalamos, Buer?

—Jalamos, jalamos. —Le devuelven la mirada a kinamado— ¿Qué hay que hacer?

Andras falsea una expresión pensativa:

—Azazel está aquí como prisionero, así que deberían empezar por hablar con él.

Soy jalada del brazo con fuerza a la salida del recinto de mala muerte al que me asignaron. Andras me abraza, pero mi atención está centrada en el cielo… por primera vez en toda su historia está en absoluta penumbra, como si una tormenta de hollín lo cubriera todo.

—Amor, ¿qué está pasando? —murmuro.

Él suspira y caminamos por las calles vacías. Es increíble cómo todo se ha torcido de un día para otro. Andras me explica los detalles de la rebelión, su batalla, y la oferta que aceptó de Semangelof. Me resulta imposible apoyarlo en tantas decisiones erróneas que ha tomado.

—Amor, sé que todo esto suena fatal —se percata de la decepción en mi rostro—, pero es la oportunidad perfecta para obtener lo que siempre hemos querido. Si ganan los rebeldes, seremos incluso más importantes que los tronos.

—¿Y si no lo hacen? ¿Y si los Ancianos te traicionan?

—No me traicionarán, amor —sostiene mis manos con firmeza—, ¡nos harán dominaciones!

Suspiro angustiada por su mentalidad; el hombre tan serio y tranquilo que muestra a los demás no es más que una fachada para esconder al niño inmaduro y confianzudo que sigue siendo. Sin más que aceptar las consecuencias y hundirme con él, acepto su idea de trabajar en conjunto, solo nosotros dos, sin nadie más que cuide nuestras espaldas.

Perspectiva: Miguel

Las heridas que me dejaron en la pelea comienzan a sanar a buena velocidad conforme bajo las escaleras del calabozo. Ahí encuentro una vez más a Metatrón, que ronca encadenado como un miserable.

—Despierte, señor —ordeno en voz alta.

—¿Tan… tan rápido? —murmura en respuesta, entreabriendo los ojos.

Le muestro el pequeño artefacto entre mis manos, lo que agranda sus párpados de golpe:

—Debe decirme cómo funciona, por favor.

Un ambiente incómodo se cierne sobre nosotros; él me analiza tanto o más de lo que yo lo hago, quizá buscando identificar emociones en mí.

—El cubo no se puede controlar —responde tras varios segundos de silencio—. Como te dije hace unas horas, él solo reacciona ante una causa loable y desinteresada.

—¿Y eso qué diantres significa? —comienzo a impacientarme—. Cuando la rebelión toque las puertas del Cielo y todo se vaya al carajo, ¿ahí es cuando se activará esta cosa?

Metatrón tose algunas gotículas de sangre; claramente su estado es peor de lo que aparenta. Intento abrir su celda de alguna forma, pero una magia me quema las manos en cuanto sostengo los barrotes. Con la poca fuerza que le queda, emite una proyección desde sus ojos y me enseña lo que parece ser el diagrama de un hechizo.

—Una magia en domo; la inventé para que Yahvé pudiera proteger planetas de su interés cuando tuviera que destruir todo lo demás en un sistema solar —me explica jadeante—. No es magia convergente y supone un gran desgaste mantenerlo. Quizá si convences a mis alumnos de que lo hagan…

Repaso el sigilo y las runas con detenimiento, pero la magia de Metatrón está casi apagada por el deterioro; la proyección no tarda en evaporarse antes de poder tomar algún apunte, pero está en mi memoria.

—Señor, debe guardar fuerzas, resista hasta que la rebelión sea sofocada.

Él solo asiente en un ataque de tos incontrolable; está claro que no durará mucho más tiempo encerrado, habiendo usado tanta energía en hablar y ocupar su magia.

Perspectiva: Agares

Los rayos del Sol acarician mi cuerpo, amén del calor que se cierne una vez más en el desierto. Soy el único que se levanta temprano, pero lejos de seguir esa rutina de levantar a mis compañeros a los gritos como hacían las dominaciones, les concedo el derecho a continuar en lo que podría ser su último sueño. Quien sí ha madrugado conmigo es el joven Paimon, un ángel aviar bastante refinado para ser centurión.

—¿Qué andas leyendo, chiquilín? —le arrebato su librillo

—¡Eh! ¡Devuelve eso! —se pone a chillar, pero solo me hace reír.

El dichoso manuscrito es un pequeño grimorio con magia práctica que se escala por dificultad; él va por la parte de los hechizos avanzados.

—Esto parece más un diccionario —comento con seriedad, aunque lejos de intentar amedrentarlo como lo hacían nuestros superiores—. ¿De verdad aprendes algo de esto?

Él asiente y se cruza de brazos. Nunca le gustó ser molestado por estudiar magia, y aunque solía encontrarlo risible también, en estos momentos puedo valorar su extravagancia.

—Pero, ¿hay algo en este libro que sirva para la batalla?

—Bueno, hay un par de hechizos espejo para ilusiones, también… uuh… —él saca algunas chispas de sus dedos—, puedo lanzar magia de fogueo, son como fuegos artificiales, para asustar.

Rasco mi barbilla por unos instantes y le sonrío:

—Viejo, y pensar que Azazel quería echarte de la centuria.

Le devuelvo su librito y revuelvo un poco las plumas negras de su cabeza. Tras dejar el campamento unos metros hacia la nada misma del desierto, desenfundo mi espada y practico algunos movimientos al aire. Después de todo lo que pasó, confieso que siento una sed insaciable por cazar a esos malditos debiluchos; no me importa si fueron amigos, hermanos, parejas o familia nuestra.

—¿Hay espacio para mí, señor? —Paimon se acerca tímidamente.

Le sonrío e indico que desenfunde su espada.

—Sí, pero no me digas "señor".

Rápidamente entablamos un combate de práctica, solo que con armas afiladas. Pese a su cuerpo escuálido y poco espíritu de guerra, el chico sabe ponerle mucho esmero a sus ataques. Su agilidad es lo más destacable; pareciera que por un instante puede predecir mis desenlaces antes de que los ejecute. Sin embargo, la experiencia siempre marca la diferencia en una batalla; con una finta logro hacerle creer que daré un corte al pecho, pero cambio mi táctica por una barrida que lo deja tumbado en la arena.

—Nada mal —carcajeo—, para ser un cerebrito. Ahora entiendo a la perfección cómo te las apañaste para sobrevivir.

Conforme el entrenamiento sigue, otros soldados se acercan para ver y acompañarnos en los preparativos. El calor supone una capa extra de dificultad al entrenamiento, pero no es nada que la determinación no pueda palear.

—¡Atención! —exclamo con algunos golpes a mi escudo— Nuestro compañero Paimon…

Algunos soldados empiezan a reír, pero vuelven a guardar silencio en cuanto ven mi rostro enseriado.

—¿Qué estás haciendo? —me susurra el chico, pero lo aparto con una sonrisa confiada.

—... tiene algunas habilidades interesantes que podríamos usar en batalla. —Me dirijo a él en privado, con la atención de todos sobre nosotros— Ahora o nunca, amigo; convéncelos.

Paimon traga saliva y da un paso adelante; sus manos brillan por un instante y entonces una corriente de imágenes se cierne a nuestros costados, como si dos enormes espejos nos replicaran de forma perfecta. Todos contemplan algo escépticos a los costados, pero yo soy quien se asombra; de repente pasamos de sesenta hombres a trescientos de un lado a otro. Además, Paimon carga varias centellas en sus dedos, que lanza al público y provoca que los muchachos se dispersen aterrados. Carcajeo ante los gritos de pánico de algunos, otros que incluso se echan al suelo cuando los inofensivos hechizos se enredan en sus piernas.

—Buen trabajo —lo felicito, y luego me dirijo a los nuestros en voz alta—. Lucifer y sus eruditos no van a ayudarnos cuando estemos frente a frente con el enemigo. No olviden eso, porque estaremos solos y sobrepasados en número.

Lanzo un escupitajo a la arena y doy media vuelta para sentarme sobre una roca; el calor es intenso y no hay cobijo ninguno para nosotros. Paimon se acerca y me acompaña en la vista de los entrenamientos bajo el sol abrasador.

—¿Qué vamos a hacer luego de la victoria? —me pregunta cabizbajo.

Suspiro con serenidad; a decir verdad, ni yo he pensado en qué hacer de mí en caso de ganar.

—Tú eres bueno en eso de la burocracia, deberías dedicarte a la política —palmeo su espalda—. Por mi parte, creo que voy a intentar seguir escalando en el coro; quién sabe, quizá llegue a ser mariscal.

Perspectiva: Zadkiel

«Un trago más no hará daño», pienso antes de tomar el veinteavo desde lo que va de la noche. No he podido pegar el ojo ni un minuto, al igual que la mayoría de compañeros aquí. Trato de mostrarme tan calmo como siempre, pero no puedo evitar pensar en cómo tuve que luchar contra mi propia gente, y también el haber perdido a tres arcángeles tan nobles. Todavía recuerdo esas tardes en las que Chamuel y Gabe se abatían con la mirada cuando estaba Eurielle cerca. Aquella biblioteca tan hermosa y tranquila que se cierne a unos metros de nosotros era manejada por una sola persona, y esa era Sophie, el arcángel de la luz, tan inteligente y flexible, quien jamás dejaba a sus emociones controlar el uso de su espada.

—Creo que bebiste suficiente —murmura Rafael, que se acerca a mí con la confianza suficiente para arrebatarme la petaca de vino.

Ambos contemplamos los penosos movimientos de nuestros soldados, que no pueden coordinar ni una sola línea de frente. Los arqueros inician disparando (inútil frente al testudo de las dominaciones), y la infantería carga hacia adelante, pero no da lugar a que los arqueros recarguen y disparen una segunda vez, porque no saben cuándo retirarse.

"¡Atención!", una voz empoderada y femenina llama la atención de todos, incluyéndonos. "¡Tenemos una solución para nuestros problemas de organización!"

Dos ángeles emergen detrás de esta mujer bañada en acero: un muchacho joven y de escuálida completud comienza a tocar un compás en esas tarolas que usamos para los desfiles. La otra mujer, de aspecto maduro y pulcro, hace sonar una trompeta en sincronía con la base de la tarola.

"¡Usaremos la música para ordenar nuestros movimientos!" Al principio todos hablan entre sí como si hubieran incurrido en una falta de respeto; no obstante, cuando me ven emprender vuelo hacia el trío, todos guardan silencio.

—Me gusta la idea —asiento con una sonrisa—. Tenemos tiempo para ponerla en práctica; tienen mi aprobación.

Me doy un tiempo más para aprender sobre estos tres elementos: Judiel, Sarael y Baraquiel. La única con experiencia en batalla es Sarah, pero los otros dos parecen lo bastante motivados como para resistir. Resulta satisfactorio saber que entre los supervivientes de esta guerra podríamos encontrar a los futuros arcángeles que llenen (cuantimenos en trabajo) a los oficiales que perdimos.

El cielo sigue oscuro y quemado hasta las cenizas, pero la imagen de Gabriel enterrando los restos de Eurielle me hace clavar la vista. No sale una sola lágrima de sus ojos, ni torna expresión de dolor alguna; solo cava un pozo con sus propias manos y deja el cuerpo en él para luego cubrirlo de la misma forma.

—Alguien debe pagar por esto —murmura Rafael, que una vez más me hace compañía.

—Me extraña de ti —arqueo una ceja—, el arcángel más benevolente, tan sediento de venganza.

—Venganza no —me corrige—, justicia.

Una vez enterrado el cuerpo, Gabriel rompe en llanto ahí mismo, junto con algunos ángeles que también le han querido dedicar sepultura a sus muertos.

—Quiero entender… —murmuro.

—¿Qué cosa?

Ladeo la cabeza un poco y me alzo en vuelo rumbo a donde mantenemos a los prisioneros.

Perspectiva: Belle

Tras repasar por milésima vez el plan de acción, Lucifer le sonríe a esa perra humana y nos pide que dejemos la cueva. No hace falta ser la escriba de Dios para poder inferir que quieren tener relaciones. Me voy con los puños apretados, aguantando estas emociones tan revueltas en mí. Para más inri, Mammón aprovecha para rascar algún sadismo de todo esto:

—Creo que están cogiendo. —Él se acerca y pega la oreja a la piedra que compone la cueva; no tiene pupilas, pero puedo jurar que me ve con esa puta sonrisa— Uy, sí, están garchando.

Rechino los dientes e intento alejarme un poco, pero el malparido se escabulle detrás mío y me sujeta de los hombros.

—Oh, vamos, no te pongas así, querida —se caga de la risa.

No puedo aguantar los celos y simplemente dirijo un puñetazo directo a su rostro.

—¡AGH! —se lleva ambas manos a la cara— ¡LA PUTA QUE TE PARIÓ!

Abadón se interpone entre ambos, extendiendo sus brazos para forzar distancia:

—¡Basta ya! —ordena y se dirige a Mammón—, ¡y tú, ya dijiste suficiente!

—No se aguanta una broma inocente la loca esta —balbucea con algún pequeño rastro de sangre—, ¡loca, histérica!

Sus palabras, sin embargo, sí han conseguido herirme. He sentido estas cosas por Luci desde que nació; su rostro, su figura tan elegante, su actitud tan desafortunada e insegura, pero a la vez tan inspiradora cuando quiere discursear. Tantos años soñando con tener una oportunidad que esta humana obtuvo enamorándolo a primera vista. Me siento tan patética de solo pensarlo…

«¿Qué es lo que tiene ella?», me pregunto tras alejarme y apoyar mi espalda contra una roca. Lamentablemente no puedo ni conseguir un simple momento de privacidad:

—Sé que estás en un mal momento —Abadón aparece detrás mío—, pero necesitamos que estés puesta a punto; tenemos una sola oportunidad, un tiro por cada uno de nosotros.

Suspiro y me siento sobre la arena, apoyando mi espalda en esta caliza roja.

—Sé que Mammón es una mierda de compañero —él posa su mano en mi hombro.

—No es solo eso —murmuro cabizbaja—: él tiene razón con sus indirectas, ella…

—¿Tienes sentimientos por Luci? —me sonríe.

—No estás ayudando en nada —lo aparto de un manotazo—; ¿por qué no mejor te vas?

Él mantiene esa sonrisa y se sienta a mi lado, insistente de joder mi momento a solas:

—Desde que tengo memoria, he sido rechazado por ser el "Exterminador". —Ambos miramos el cielo que lentamente se torna amarillo por el ocaso— No hay mucho que podamos hacer ante el rechazo, salvo quedarnos con las personas que nos aceptan y hacen felices.

—Es que no puedo entenderlo —suspiro frustrada—, ¿por qué ella sí y yo no?

—Nadie manda en el corazón, Belle —se encoge de hombros—. No es malo sentirse mal; al contrario, es parte de la belleza que hay en las emociones.

Sus palabras me resultan muy antinaturales viniendo del ángel más odiado de toda la creación.

—¿Alguna vez has sufrido de un amor no correspondido?

—Algo así —carcajea y cambia su mirada hacia el horizonte.

El gigantesco Leviatán salta del mar rojo hacia el ocaso, como si supiera que Abadón lo está viendo.

—Es muy bonito —sonrío.

Puedo ver un brillo en los ojos del exterminador cuando ladea la cabeza para contemplarme.

—Belle, si esta es el último atardecer que veré en mi vida —me muestra una fase suya que jamás creí ver—, debes saber que me alegra profundamente compartirlo contigo. No sé qué pasará con nosotros, ni siquiera lo que podrían hacerle a Levi si me matan…, pero este pequeño momento de mi vida es el más feliz que he tenido.

Agacho la cabeza incómoda y muy confundida; «¿A qué se refiere con esto? ¿Acaso le gusto?»

Finalmente, Abadón se levanta y da media vuelta, abandonando mi rincón tras haber sembrado todas estas dudas.

Perspectiva: Azazel

Si la charla con Zadkiel fue tan aburrida como oír los delirios esquizoides de un hippie, tener que aguantar a este par de tronos subnormales nos va a terminar de pudrir las orejas.

—Yo puedo clavarle mis esquinas pinchudas en el culo a los ancianos —cecea Decarabia, que no podría pronunciar una "s" ni sabiendo todas las magias.

—Y yo puedo morderlos en las pelotas o algo así —le sigue Buer, con esa voz de troglodita con problemas de lectoescritura—. Por eso, éste pica culos y yo arranco pelotas.

Bee se quiere enterrar viva, y el único que parece "excitado" al respecto es Ozzie.

—Apreciamos que deseen abrazar los ideales de la libertad —no puedo hacer más que falsear una sonrisa incómoda—; cualquier ayuda hace falta y todo ángel libertario es bienvenido a la rebelión.

Ambos hacen un saludo extraño "entre panas" o algo así. Sin embargo, son interrumpidos por el mismísimo Semangelof:

—Ustedes, par de retrasados —los agarra a los dos de una extremidad para levantarlos con una facilidad tenebrosa—, tenemos trabajo para ustedes.

No puedo evitar sonreír de nuevo, esta vez con genuinidad:

—Con estos dos ya van cinco que vienen a torturarnos —cututeo desafiante—; ¿ya se rindieron, vejestorios?

Él solo me ignora y los arrastra afuera diciendo unas palabras muy interesantes: "ustedes armarán las barreras". Estando los tres solos, quedamos en silencio por unos instantes procesando la información que nos regalaron.

—¿Serían tan dementes? —se pregunta Bee en voz alta

—Mi artillería… —murmuro—... Un ataque desde la Tierra hacia el Cielo.

—Tenemos a los mejores soldados —comenta Ozzie—, a la mitad de los tronos, al ángel exterminador y al querubín; no sería descabellado que lo intenten.

La esperanza vuelve a mí después de haber sido capturado. «Andras ya debe tener todo listo», pienso.

Perspectiva: Lucifer

Llevamos un largo rato acostados sobre la dura roca; Lilith yace exhausta pese a lo incómodo que resulta este lugar. La noche ha caído en el desierto por segunda vez desde que estamos aquí, dando paso a nuestra ventana de ataque. Despierto gentilmente a mi amada:

—Cariño, tengo que irme.

Ella asiente con ojos brillosos:

—Por favor… no mueras —solloza, forzándose a sí misma a soltarme.

Me visto con mi traje de querubín, que si bien está hecho para el espectáculo, no ha decepcionado en la guerra. A menos de un kilómetro, mis tres compañeros y los soldados esperan con esos cuatro cañones alzados al cielo. Cada uno se ubica en forma de un rombo; Abadón está en el más distal, Belle y Mammón en los laterales, y yo reclamo el último.

—¿Te dejó salir a jugar la tóxica? —carcajea Mammón.

Lo ignoro completamente y contemplo el cielo nocturno.

—Abadón, tienes que abrir el portal en el momento exacto —le ordeno—, cuando los disparos estén ascendiendo, ni un minuto antes.

Los soldados golpean fervorosos sus escudos con las hojas de sus espadas. Cada ángel espera a mi señal para iniciar. Puedo ver los ojos de mi hermano, el cabello de Lilith y las flechas de las levas enemigas recibiéndonos en unos momentos:

"¡FUEGO!"