Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "El reflejo de la bruja" de Raiza Revelles, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Capítulo 5: Istig

Partieron un par de limones por la mitad y les pusieron sal encima. El piso se sentía fresco bajo las plantas descalzas de sus pies. Era una lástima, pero probablemente tendrían que quemar sus zapatos al día siguiente. No estaba segura de cuánta tierra de cementerio habían pisado.

—Entonces, ¿no hay otra explicación? —preguntó Alice. Bella pasó el limón con sal por el largo de sus brazos tan rápido como podía. El agrio olor llenaba su nariz. Esa era una forma rápida de quitarse un maleficio, pero, si en verdad alguien las había hecho pisar tierra robada de tumbas, tal vez no sería suficiente.

—No lo sé —dijo finalmente con un suspiro—. Esto no se ve como el trabajo de un principiante, —Se pasó el limón con sal por la cara y sintió la piel de su cutis arder en reclamo. Alice se enrolló el pantalón para levantarlo hasta sus rodillas antes de pasárselo por las pantorrillas. Tenía un pequeño raspón cerca del tobillo y soltó un leve quejido cuando el limón tocó carne herida.

—No pensé que tu abuela tuviera enemigos. Pero supongo que tiene sentido.

Bella le lanzó una mirada antes de meter los limones usados en una olla y encender unos fósforos para quemar las cáscaras. Un chasquido de dedos y el fuego creció. Su abuela no tenía enemigos, no realmente. Si alguien estaba en su contra, no se había atrevido a pronunciarse en todo el tiempo que Bella llevaba con vida.

—Creo que esto es sobre mí —Sus ojos estaban puestos en las llamas mientras veía las cáscaras de limón oscurecerse y ser consumidas por el fuego.

—Cuánto narcicismo. —Alice se rio y puso su mano sobre el hombro de Bella antes de darle un ligero apretón.

—Es más fácil deshacerse de mí antes de que ascienda.

Sintió la garganta apretada. Había algo burbujeando debajo de su piel. Un sentimiento confuso entre querer ocultarse bajo las mantas en su habitación y querer salir corriendo para demostrar que no era una completa inepta. Sí, su abuela tenía un poder con el que tal vez Bella solo podría soñar, pero eso no significaba que fuera una presa fácil. Cuando menos no tenía opción de serlo, de lo contrario, no podría regresar a Tanya a casa. Alice se quedó pensativa. Torció los labios unas cuantas veces y parecía querer comentar algo, pero al final no dijo nada.

Se despidieron y Bella caminó hacia el invernadero con la excusa de que iría a buscar un gusano para Patricia. Dado que se trataba de un ente sobrenatural, podía comer la cantidad de insectos que quisiera, pero Bella procuraba darle solo uno o dos a la semana, como si fuera un erizo común.

La casa estaba quieta y tenía un fuerte olor a incienso esa noche. Caminaba sin zapatos, de puntillas, tratando de avanzar sin hacer mucho ruido. Esa noche no quería ser interrumpida por Kate. Con el rabillo del ojo, distinguió una de las almas que se escondía detrás de una puerta. Esperaba que nadie la siguiera, había visto suficientes espectros por una noche. Una de las luces del techo parpadeó un par de veces, un crujido se escuchó en las paredes mientras la casa se reacomodaba. Normalmente podía sentir la magia abrazarla ahí adentro, pero poco a poco el agarre de su abuela iba cediendo y la casa comenzaba a resentirlo.

Bella pasó saliva y sintió como si estuviera tragando una bola de algodón. Caminó por el pasillo que conectaba la casa con el invernadero y ahí estaba otra vez. La puerta de cristal en la que la noche anterior había visto al demonio del que Kate le había advertido. Pero esa noche la puerta estaba como siempre. Había huellas que dejaban ver que alguien había tocado la puerta durante el día, por lo que probablemente al día siguiente tendrían que limpiar el cristal, pero fuera de eso no había nada raro. Pasó un mechón de cabello hacia atrás de su oreja y abrió la puerta.

Hacía mucho calor. Recorrió con la mirada las macetas de tomillo y romero, inspeccionando todo cuidadosamente. ¿Por qué un demonio querría entrar ahí? Tal vez quería burlarse de cómo la magia de su abuela estaba muriendo. De acuerdo con lo que dijo Kate, su abuela se había enfrentado a él antes. Si había logrado sobrevivir a Sulpicia, seguramente se trataba de un demonio de rango alto. Paseó por el invernadero, tratando de hacer tiempo. Pasó sus dedos por las hojas de menta y observó las verduras que Renné cuidaba en su pequeño huerto personal.

Nada.

No parecía que Edward fuera a aparecer esa noche de nuevo, cuando menos no en el mismo lugar que la vez anterior. Decepcionada, tomó uno de los gusanos que guardaban en uno de los terrarios y regresó a la casa. Una gota de sudor comenzó a resbalar por su frente y la limpió con el dorso de su mano. Su estómago se retorció de manera inesperada. Apretó los labios y subió a su habitación.

—Creo que me estoy enfermando —le comentó a Patricia y le lanzó el gusano al piso. Ella se abalanzó sobre él de inmediato. El sonido del cuerpo del gusano crujiendo hizo que su estómago diera otra voltereta. Caminó al baño para lavarse antes de tirarse en la cama, abrazando una almohada contra su abdomen. Podía sentir el sudor empapando su espalda. Aquello parecía haber empezado de la nada, tal vez la cena en el restaurante del pueblo no se había asentado bien en su estómago. Patricia acurrucó su cabeza en la almohada y su respiración tranquila comenzó a arrullarla. A pesar de sus planes de no quedarse dormida y usar la noche para trabajar, ahí estaba, en la misma pesadilla de siempre. En ese día de octubre cuando todo cambió. El aire olía a canela y césped recién podado, y sabía que estaba soñando porque los colores de todo estaban mal y el suelo se veía como si fuera de gelatina. Pero lo que ocurría era exactamente lo que se había quedado en su memoria desde que sucedió. Ese día su madre tenía un horrible dolor de cabeza y no quería escucharlas hacer ruido. Ya que afuera el clima se sentía agradable y no estaba haciendo ni frío ni calor, mandó a sus hijas a jugar al jardín trasero. Tanya estaba tirada sobre su estómago, dibujando en una libreta.

Bella, de diez años, estaba sentada cerca de la puerta, con el ceño fruncido y su barbilla sobre las rodillas. Llevaba puesto un vestido tejido de color lila y su hermana usaba uno casi igual, pero en blanco. Su madre casi siempre las vestía iguales.

Seguía con los ojos una pequeña hormiga negra que movía una hoja igual de pequeña con su cabeza. En un día diferente estaría jugando con su hermana o inventando una rutina de baile, pero ese día no se sentía con ánimos para nada.

Renné la castigó cancelando la visita al bosque para ver a las hadas. Bella nunca había visto una y estaba muy emocionada por ir, pero ya nunca ocurriría.

Bufó.

—¿Estás enojada? —Escuchó. Alzó la mirada y se topó con su hermana. Traía puesto el mismo par de zapatos rojos que usaba todos los días. Últimamente, por más que lo intentaban, no lograban convencer a Tanya de usar otros zapatos.

Bella observó a su hermana con los ojos entrecerrados y las mejillas infladas. Iba a responderle, pero su boca se sentía seca y no quería hablar, así que solo negó con la cabeza.

—Pero sí te ves enojada —dijo Tanya. Su rostro tenía tantas pecas como el de su hermana, pero ella tenía ojos grises y cabello rubio.

Bella no dijo nada.

—Dime —Tanya se sentó junto a su hermana. —No estoy enojada.

—Claro que sí.

—Claro que no.

Se quedaron calladas unos momentos. Vieron un avión pasar por encima de la casa.

—¿Y qué pasó? —preguntó Tanya.

No dijo nada, solo estiró la mano y aplastó a la pobre hormiga con su dedo pulgar.

—¡No hagas eso! —la regañó Tanya—. Ella no tiene la culpa.

Silencio.

—¿Por qué no me quieres decir qué te pasa?

¿Qué le pasaba? Lo mismo de siempre. Bella podía ver personas que los demás no y les respondía con voces que otros no podían escuchar. Normalmente no era un problema, pero cuando Renné estaba de mal humor, culpaba a su hija de las cosas sin creerle que habían sido los espíritus de la casa.

Arrancó hierba del piso y empezó a romperla en pedacitos.

—Ya encontraron los collares que mamá había perdido. Estaban rotos en el ático. —Arrancó más hierba.

—Te dijo que no los tocaras.

—Yo no fui. —Hizo un puchero—. Fue el señor que no tiene un ojo. A él le gustan las cosas que brillan y vive en el ático. Fue él.

—No me habías contado que había un señor sin un ojo en la casa.

Bella se encogió de hombros. No hablaba mucho con su hermana de los fantasmas que vivían en la mansión. A Tanya la asustaban y no podía dormir cuando Bella le comentaba que había visto a alguien merodeando por los pasillos.

—Es un señor muy viejo y no tiene este ojo. —Bella se cubrió el ojo izquierdo para mostrarle—. Habla mucho en irlandés. A veces no le entiendo, pero siempre trata de robarse cosas.

—¿Y le dijiste que fue él?

Bella asintió.

—Pero no me creyó de todos modos.

—Yo sí te creo—Sonrió y le mostró todos los dientes.

—Gracias.

Tanya se puso de pie y se sacudió el vestido.

—Mejor juguemos a algo para que se te olvide.

Bella la miró. Ese día no tenían tarea, entonces no había nada más que hacer, pero la verdad era que seguía molesta y sin ánimos. Negó con la cabeza.

—Podemos jugar a las transformaciones.

Negó con la cabeza.

—¿Escondidas?

—No quiero hacer nada, Nya —se quejó—. Déjame en paz.

—Pero estás triste.

Se le quedó viendo fijamente. Se tenía que rendir en algún punto.

—Ya déjame. —Arrancó otro trozo de hierba—. Ve y juega tú sola.

—Está bien —dijo Tanya, con las cejas juntas y un plan en la mirada—. Voy a explorar al bosque y tú te lo pierdes.

Sin esperar a su hermana, se dio media vuelta y marchó hacia los árboles que tenían el lazo rojo atado en el tronco. Sintió que su corazón se detenía. Les habían dicho muchas veces que no entraran sin supervisión por lo peligroso que era. Pero no iba a fingir que eso no había despertado su curiosidad.

Esperó sentada, sintiéndose como un resorte a punto de saltar. En cuanto vio a su hermana tocar el roble con el lazo, corrió tras ella.

—¡Espérame!

Bella despertó con el corazón martillándole el pecho. No quería continuar reviviendo ese día. No quería llegar al momento más terrible. Se rascó brazos y piernas con vehemencia, tratando de quitarse la horrible sensación de ansiedad que comenzaba a cubrirla. Su estómago se quejó, así que bajó de la cama y caminó hacia el baño sin despertar a Patricia. Se salpicó agua en la cara, buscando refrescarse. Su cepillo y pasta dental llegaron a ella flotando. Bebió agua para enjuagarse y escupió en el lavabo.

—¡Dioses!

Se echó hacia atrás y, horrorizada, se vio al espejo. Su lengua parecía estar cubierta de un cabello largo y negro. Una corriente gélida le acarició la columna vertebral. Su mano temblorosa se acercó hacia su boca, intentó no pensar demasiado y simplemente quitar lo que estaba ahí. Tocó el cabello y sus ojos se llenaron de lágrimas de desesperación. Quería volver a dormir, o despertar si aquello era todavía una pesadilla. Tomó un trozo del cabello y jaló.

Sintió un golpe de asco y rápidamente se inclinó sobre el inodoro para vomitar. El cabello no estaba adherido a su lengua, parecía venir de dentro de ella. Volvió a jalar un mechón largo de cabello y lo sintió cual si estuviera sacándose los adentros. Las lágrimas finalmente resbalaron al darse cuenta de que el mechón no parecía terminar. Empezó a jalar de él con ambas manos, dejando que lo que iba saliendo cayera dentro del inodoro. Otra ola de asco se apoderó de ella, pero solo salía mucosidad y pelo de sus entrañas. Se convulsionó con fuerza y empezó a tirar cada vez más rápido, hasta que por fin logró sacar el enorme mechón de cabello de su interior. Se quedó temblando, abrazada a la taza de baño, derrotada. No se había dado cuenta de que siguió gritando entre todo el caos hasta que sintió una mano en su hombro.

Kate se inclinó sobre su cuerpo e hizo sus trenzas hacia atrás.

—Shhh... —Suavemente le pasó una mano por la espalda.

—Perdón —intentó decirle antes de que otro golpe de arcadas la hiciera vomitar.

Bella terminó sentada contra la pared. El baño olía a bilis, pero trataba de no pensar en eso para no volver a vomitar. Tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad. Le rechazó a Kate un vaso con agua y la escuchó jalar la cadena antes de sentarse a su lado.

—Todo está mal —dijo Bella jadeando—. Hoy, de regreso a casa, nos persiguieron unos espíritus que parecían querer hacernos daño. Eran montones de ellos, Kate. Nunca había visto algo así.

—Mmmm —Kate musitó—. ¿Cenaron fuera de casa? Eso pudo haberte enfermado. Tal vez la comida estaba pasada y confundiste las cosas. Tu salud y tus dones se conectan.

—No. —Bella abrió los ojos y la miró, sintiéndose ofendida—. Kate, esto claramente es magia oscura. Viste los cabellos —Otra ola de asco. Se tapó la boca para contenerse.

—¿Cuáles cabellos?

Bella se quedó helada.

—¿Bella? —insistió Kate mientras la veía con suma atención, como siempre lo hacía. Lista para protegerla o para informarle a Sulpicia de la situación. Bella asomó la cabeza al retrete. Sabía que ya no había nada ahí, pero se quedó mirando. Se sentía aterrada. ¿Había sido una alucinación? No. Estaba segura de lo que vio. Aquello definitivamente era magia oscura. Alguien estaba tras ella. Recordó las palabras de Alice en el restaurante y se le puso la piel de gallina.

—Creo que fue una pesadilla —mintió. Sentía como si la hubieran abierto por la mitad y le hubieran sacado toda la pulpa—. Otra vez estaba soñando con el accidente.

Kate la acompañó de regreso a la cama y puso el dorso de su mano sobre la frente de Bella cuando ya estaba bajo las cobijas. Patricia las veía desde la mesita de noche.

—No tienes fiebre.

—Ya me siento mejor.

Kate la miró sin estar convencida, pero no dijo nada más.

Apagó las luces de la habitación y caminó hacia la salida. Todo se cubrió de luz de luna.

—Llámame si necesitas algo. Estaré despierta cuidando la casa.

Sintió su quijada tensarse.

—Gracias, lo haré.

—Descansa.

Tomó las cobijas y se cubrió hasta la cabeza con ellas.