Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "El reflejo de la bruja" de Raiza Revelles, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Capítulo 8: Epinefrina

Patricia no había llegado a dormir.

La buscó en su cama, en el baño, en su librero, en el armario y básicamente en toda su habitación.

Nada.

Eso le parecía muy extraño porque, incluso las veces en que Patricia salía a cazar duendes para cenar, siempre se aseguraba de regresar a la hora de dormir. Bella se fue a dormir sin que Patricia apareciera y en la mañana tampoco la encontró. Se vistió rápidamente con un conjunto de blusa y falda larga color cereza. Se arregló el cabello en dos trenzas y bajó para comer algo antes de tener que ver a su abuela.

Algo andaba mal.

Las plantas que vio en el camino se habían marchitado, pero únicamente las que ella había puesto en la casa. Eso era un muy mal augurio. Estaba por entrar a la cocina cuando pisó las agujetas de sus botas y se tropezó. Sus brazos se movieron, tratando de balancearse, y buscó aferrarse a lo que fuera para no caer, pero chocó con una pared. Bella se mantuvo de pie, pero el espejo que estaba empotrado cayó al suelo y se hizo añicos.

Inhaló con fuerza. Otro terrible presagio.

—¿Qué ocurre? —Renné salió de la cocina con preocupación. Llevaba un par de pantalones beige y una blusa de botones. Su cabello castaño estaba suelto.

—No pasó nada —dijo Bella en automático, ya sabía cómo se ponía su madre. A la más mínima indicación de un problema, estallaba en histeria—. Solo me tropecé.

Sin decir más, Bella fue a buscar una escoba, pero su madre iba caminando tras ella, con los ojos grises llenos de sospecha. Regresó para encargarse del desastre. Una vez que terminó de poner todos los trozos en el recogedor, la escoba se quebró en su mano. Bella pensó que se le saldrían los ojos y rodarían por el suelo de tanto que los abrió por la sorpresa.

—No puede ser —gruñó Renné—. Te maldijeron. —Empezó a masajearse las sienes con ambas manos.

Genial. Lo que faltaba. Que su madre se diera cuenta.

Renné chasqueó los dedos tres veces y la escoba y el recogedor flotaron lejos. Prácticamente arrastró a su hija a la cocina y la obligó a sentarse sin tomar en cuenta sus protestas. Bella quería quitarse el maleficio por cuenta propia; si iba a ser tratada por otra bruja, hubiera preferido pedírselo a la señora Lilian, pero su madre no le iba a dar opción.

—Hay que asegurarse —le dijo mientras le entregaba una caja de fósforos y ponía un plato con agua sobre la mesa. Bella sacó dos y comenzó a frotarlos entre sus manos. Cerró los ojos, tratando de concentrar toda su energía en los fósforos. Los soltó sobre el agua y Renné se asomó para ver el resultado. Poco a poco fueron acercándose sobre el agua, hasta que se unieron en una perfecta cruz.

—Voy por el incienso.

El estómago de Bella se quejó.

—¿Hay algo para desayunar? —Se puso la mano sobre el abdomen. En la mesa había pan tostado y, sin pensarlo mucho, tomó una rebanada y le dio un mordisco.

—Solo lo que ves —le contestó Renné cuando sacó un huevo del refrigerador. Caminó hacia su hija mientras le daba vueltas al huevo con una varita de incienso y recitaba algunas palabras en voz baja. Bella tomó otra rebanada de pan y la comió tan rápido como pudo, antes de que su madre comenzara.

Renné le puso el huevo en la frente, sobre su tercer ojo, y Bella respiró lento y profundo. El cascarón se sentía frío contra su piel.

—Por eso no debían darte la responsabilidad tan joven. Seguro alguien del mismo clan quiere el puesto y piensa quitártelo.

Movió el huevo y se lo puso sobre el pecho, encima de su corazón. Bella arqueó una ceja. No le gustaba cuando su madre desconfiaba del aquelarre. Ese era el punto de que existiera. Cuidarse mutuamente y apoyarse. Pero cuando algo malo ocurría, Renné podía inventarse historias de lo más inverosímiles.

Bella abrió la boca para responder, pero su madre aprovechó la oportunidad para meterle el huevo. Era el método que menos le gustaba para curar maleficios, pero era el preferido de su madre.

—Esperemos que su magia no sea tan fuerte y esto sea suficiente. —Renné caminó de un lado a otro dentro de la cocina mientras pellizcaba sus pestañas tratando de arrancarlas. Bella visualizaba todas las malas energías saliendo de ella y entrando en el huevo. Pensó en las pesadillas, en los cabellos en el baño, en el espejo roto...

—Listo, ya puedes enterrarlo.

Bella escupió el huevo. Estaba viscoso y lleno de saliva. Hizo una mueca y alcanzó una servilleta para limpiarse.

—No vayas a romperlo —dijo Renné, alzando la voz—. Ten cuidado cuando lo entierres.

—Lo sé —respondió Bella y trató de mantener la voz baja para que Renné bajara su tono de voz también—. No es la primera vez que me haces una limpia.

—Y espero que sea la última. —Levantó el dedo índice en modo de acusación—. ¿Dónde están tus protecciones?

Bella alzó la mano izquierda, en donde descansaba un anillo de plata.

—Sí las he estado usando.

Su madre se veía como si le hubieran dado a probar una cucharada de jugo de limón. Bella creía saber lo que estaba pensando. Si, a pesar de estar usando protecciones y de estar bajo lo que quedaba de magia en la casa para resguardarlas, alguien había logrado maldecirla, se trataba de una persona de gran magia.

Bella se puso de pie y salió al patio para enterrar el huevo. Con los dedos hizo un pequeño agujero en el suelo y sintió cómo la tierra se metía bajo sus uñas. Tomó el huevo y notó una pequeña línea sobre el cascarón. Frunció el ceño. Había tenido cuidado y no había sentido que el huevo se rompiera. Lo tomó y miró con atención.

Dejó de respirar.

El cascarón empezó a resquebrajarse, a pesar de que casi no lo estaba tocando. Enterró su otra mano en la tierra, tratando de que la ayudara a que el mundo dejara de dar vueltas. El cascarón se rompió y por su palma escurrió un líquido espeso y rojo. Su cerebro estaba apagándose y encendiéndose, sus ojos parecían estar fallando porque no podían dejar de parpadear. En su mano estaba el embrión de un pollo mal formado, con el pellejo lleno de venas moradas. El pollo abrió los ojos y empezó a retorcerse entre quejidos de dolor.

—Madre. —Se oyó gritar, pero no había sentido que su boca se abriera. No podía moverse—. Madre, por favor ayúdame.

El pollo seguía moviéndose como si se tratara de un gusano, la sangre no dejaba de escurrir. El terror crudo y puro se despertó desde el centro de su ser y apretó sus pulmones antes de subir por su garganta. ¿Cómo era posible? Ese tipo de huevo no estaba fertilizado y, encima de todo, no había manera de que el embrión pudiera estar vivo. Era magia oscura. Su madre no pudo quitársela, tal vez nadie podría, y aquello terminaría devorándola.

Estaba petrificada. Su mirada se desenfocó. Un diente de león en el pasto, dos hormigas, un embrión vivo retorciéndose en su mano. Estaba vagamente consciente de que alguien llegó, probablemente su madre, y la levantó del suelo. Sintió agua en sus manos, pero su visión seguía borrosa.

Quien fuera que la estuviera ayudando prácticamente la arrastró por la casa. Lena se tropezó con sus propios pies unas cuantas veces, pero la persona resistía. Sintió alivio cuando la dejaron sentarse.

Le acercaron un algodón húmedo a la nariz y el aroma a alcohol con algunas hierbas fue un disparo directo para despertar su cerebro algodonoso. Su vista comenzó a aclararse y pudo ver que estaba en el estudio de su abuela. Le llamaba «estudio», pero era más similar a una mazmorra con paredes de piedra, mesas de madera y varios calderos. Era tal vez el cuarto más antiguo dentro de la casa. Imogen estaba justo frente a ella, con el rostro endurecido.

—Dime cómo se ha estado manifestando este maleficio —dijo todo de forma lenta y con excelente dicción. Levantó dos dedos y los presionó contra la frente de Bella. El malestar empezó a bajar, pero todavía se sentía débil y sin huesos. Le contó todo. La pesadilla, lo que vio en el baño esa noche, la visión de Alice, absolutamente todo. No tenía la fuerza para ocultárselo y las palabras de Kate sobre no meterse con cosas fuera de su liga flotaban encima de ella.

—¿Tú tocaste el huevo? —Sulpicia miró a Renné, quien atacaba sus uñas con sus dientes con vehemencia. Su madre negó rápidamente con la cabeza. Estaba cambiando su peso de un pie a otro; se veía incómoda.

—Quemé todo. No supe qué más hacer para quitárselo rápido.

Sulpicia asintió con la cabeza. Un pensamiento al azar llegó como un intruso a su mente, planteándole que el entrenamiento que tenía programado para ese día con su abuela estaba cancelado.

—Hiciste bien. —Colocó sus manos detrás de su espalda. Ese día se veía cansada y como si hubiera envejecido unos cuantos años desde el día anterior. Olía a eucalipto y té de oolong—. Pero me hubiera gustado tener el huevo para poder regresar la maldición más fácilmente a quien sea que la mandó.

Había muy poca luz en el estudio. Cuando Bella era pequeña, su abuela insistía en mantenerlo iluminado únicamente con la luz de las velas, una manera de preservar su pasado y sus recuerdos. Hace unos años, la señora Lilian logró convencerla de ponerle unas cuantas luces artificiales y darle la bienvenida a la electricidad. Aun así, no era tan fácil ver. Sulpicia decía que los ingredientes de las miles de botellas en las repisas se conservaban mejor de esa forma. Ella se acercó a su caldero personal, el que estaba acomodado frente a una estatuilla de Hécate, y ya se encontraba burbujeando, listo para ser usado. Abrió su libro de las sombras, el cual tenía una cubierta de cuero y un pentagrama en la portada. Se colocó un par de anteojos y empezó a ojearlo. En el grimorio del aquelarre había todo tipo de embrujos, pero en el libro de las sombras estaban las prácticas personales de su abuela. Alguna vez, Tanya entró al estudio a escondidas y abrió el libro de su abuela, a pesar de que jamás se debe abrir un libro de las sombras sin el permiso de su bruja. Tanya regresó con Bella para contarle sobre los inusuales hechizos de su abuela, como la receta para crear un bebé solo con estambre y algodón, o la maldición terrible para infestar a una persona con cucarachas dentro de su cuerpo.

Bella nunca se atrevió a ver qué había dentro del libro de su abuela, pero sabía que lo heredaría cuando ascendiera.

—Acércame una vela de siete días —pidió Sulpicia.

Renné corrió a uno de los estantes y le llevó una vela alta y blanca. La encendió con fósforos, para tener presente cuantos elementos pudiera en el hechizo.

—Sangre de dragón para ahuyentar y desterrar —continuó en voz alta. El caldero comenzaba a burbujear—. Sal negra para proteger. —Lanzó un puñado de sal de bruja al caldero y una burbuja de humo explotó—. Aceite de diablo volador y nueve hojas de laurel al caldero van.

La habitación comenzaba a vibrar con magia, su abuela estaba concentrando mucho de su poder en ello. Su piel se sentía electrificada y despierta al sentir toda la energía que las envolvía a las tres.

—Te falta usar jugo de limón —dijo Renné mientras movía la mano y hacía que uno de los frascos en los estantes flotara hacia ella—. Para que sus ojos ardan esta noche.

El líquido cayó en el caldero y hubo otra pequeña explosión. Todo empezaba a oler a humo y magia.

La abuela tomó una cuchara de madera y empezó a mezclar lentamente. Su mirada estaba puesta en el hechizo, sus ojos azules se veían de un tono tan oscuro que eran casi negros.

—Todavía falta algo —le comentó Sulpicia a Renné—. Este maleficio es más poderoso de lo que pensé.

—La bruja que hizo esto es de gran poder. —Renné se frotaba y se frotaba la frente con las manos—. ¿Cómo pudo hacerle esto a Bella sin tenerla cerca? —Era una pregunta que lanzaba al aire y Sulpicia lo sabía, así que no respondió.

—Siempre traigo las uñas limadas y casi nunca tengo el cabello suelto cuando voy al pueblo —dijo Bella, mostrando las manos para probar que no era fácil tomar uñas de ella o algún mechón para poder maldecirla.

Sulpicia apretó los labios. Casi se podían ver los engranes en su mente que empezaban a moverse mientras pensaba en quién podría ser. Qué bruja había logrado salir de su radar.

Bella se puso de pie y buscó por los estantes repletos de ingredientes. Había polvos para la buena suerte, huesos de muerto, dedos de sapo y bichos muertos. Encontró lo que buscaba y regresó al caldero.

—Pongamos cristal roto —dijo al abrir el frasco—. Para que rebote lo que esta persona me hizo.

Lo puso en el caldero y las tres se tomaron de las manos mientras veían todo hervir. Madre, anciana y doncella concentraron su poder. Sulpicia empezó a hablar.

—Deshaz su creación y rompe el lanzamiento. —Hizo una pausa para que Renné y Bella pudieran repetirlo.

—Detén su acción y dale un escarmiento. Nada me daña ni a mi sangre ni a mí. —Hizo contacto visual con Bella—. Rompo este maleficio ahora y aquí.

Seguían repitiendo cada palabra que Imogen decía sin soltarse las manos. El caldero burbujeaba como si estuviera por estallar.

—Te regreso así tu mal trabajo porque como es arriba es abajo —repitieron el hechizo tres veces y se soltaron.

Bella lo escuchó antes de sentirlo. Un chillido salió de su garganta sin que ella lo pudiera controlar y entonces, lo que sea que tenía dentro, salió. Se sintió como si fuera un caramelo y le hubieran quitado la envoltura, como si le estuvieran removiendo un parche de la piel.

—No se muevan —dijo Sulpicia. Todo parecía haberla obedecido. Se quedaron en completo silencio. Se le erizó la piel, algo estaba por pasar.

—Ahí está. —Sulpicia se dio la vuelta y vio cómo las velas que tenía acomodadas sobre una mesa se encendieron por cuenta propia. La flama era gigantesca y pronto la mesa entera se estaba incendiando.

Una voz sin cuerpo se reía. Se escuchaba aguda y terrible, como si se arrastrara un tenedor de acero sobre porcelana.

—La bruja está trabajando con el caos —dijo Sulpicia. Alzó una de sus manos y la escuchó repetir el canto.

—Deshago tu creación y detengo el lanzamiento. Detengo tu acción y te doy un escarmiento. Nada me daña ni a mi sangre ni a mí. Rompo este maleficio ahora y aquí. —Puso la vela de siete días encendida dentro del caldero. Era lo suficientemente alta como para no apagarse con el líquido viscoso.

Los ojos de Sulpicia se pusieron en blanco y se empezaron a sentir chispas en la habitación. Pequeños cabellos de la cabeza de Bella se pararon por la estática. Alzó la mano en dirección al fuego, el cual seguía comiendo lo que se topaba dentro del estudio.

—Te regresamos tu mal trabajo —dijo Renné mientras concentraba su magia—. Como es arriba es abajo.

Bella tomó el hombro de su madre, ofreciendo su magia también al hechizo.

—En el nombre de Sulpicia Swan y de todo mi clan, yo te destierro de esta casa.

El fuego siguió avanzando hacia ellas. Bella temía que chocara con ellas. Cada vez se acercaba más y Bella podía sentir cómo la temperatura iba subiendo. La voz seguía escuchándose, pero ahora en forma de lamentos similares a los de las almas en pena.

—Y así será —gritó Sulpicia con todas sus fuerzas. La última vez que Bella la vio así fue el día del accidente. Nunca antes y nunca después.

El fuego se detuvo.

Bella contuvo la respiración, en espera de lo que sucedería.

La voz dejó de escucharse y finalmente el fuego se apagó.

Fue como si la habitación entera hubiera exhalado en alivio.

Renné se arrodilló y puso su cara entre sus manos mientras gimoteaba.

—Todo está bien, ya pasó —dijo Bella en voz baja, colocando su mano sobre la espalda de su madre, intentando reconfortarla. Renné le hizo una seña para que la dejara sola y Bella se alejó para ver a su abuela. Sus ojos regresaron a la normalidad, pero su expresión preocupada seguía manchando su rostro.

—¿Estás bien? —Algo había ocurrido. Sulpicia no lucía bien, con su cara pálida y su postura encorvada. Parecía que algo la había lastimado.

Sulpicia empezó a toser. Era una tos seca que se escuchaba como si le estuviera arrancando trozos de su pecho, y tal vez así era porque su mano quedó manchada de sangre.

—Abuela —empezó a decir Bella, con las cejas alzadas y sin saber qué hacer con sus manos. No sabía si tocarla o no. Renné solo lloró con más fuerza.

—Se me está acabando el tiempo —dijo Sulpicia y empezó a moverse, con el cuerpo tembloroso. Otro ataque de tos. Bella se puso a su lado y la sostuvo del brazo para ayudarla a caminar hacia la puerta. Se percató de lo delgada que estaba, su piel se sentía frágil como papel.

La casa se sacudió.

Bella no lo esperaba y apretó el brazo de su abuela con fuerza para evitar que se cayera. Las repisas con ingredientes comenzaron a tambalearse, algunos frascos cayeron al piso y se hicieron añicos. El suelo bajo sus pies se movía como si gusanos gigantes estuvieran pasando por debajo. ¿Un terremoto? ¿Cómo podía ser?

Renné se incorporó y junto con su hija ayudaron a Sulpicia a subir las escaleras hacia el resto de la casa. Las paredes se movían y todos los cuadros y adornos estaban cayendo. Sulpicia seguía tosiendo y afuera empezaba otra tormenta.

—¿Qué está pasando? —Alice corrió hacia a ellas. Traía su cabello rizado suelto y pantalones de mezclilla.

—No lo sé —dijo Bella honestamente. No se atrevía a soltar a su abuela. Renné se veía fuera de sí, no dejaba de gritar y llorar y arrancarse las pestañas con fuerza.

—Es mi magia —intervino Sulpicia—. Mi magia sostiene la casa y estamos muriendo.

—Señora. —Kate corrió hacia ellas y cargó a Sulpicia, levantando sus piernas con un brazo y su espalda con el otro. La llevaba como si su abuela no pesara nada.

—Vayan a sus habitaciones. —Kate ya estaba caminando hacia las escaleras que llevaban al cuarto de su abuela—. Usen hechizos de protección y por favor no salgan de ahí hasta que la casa se asiente. —Sulpicia seguía tosiendo sin poder controlarse.

Bella y Alice subieron las escaleras hacia su cuarto. La preocupación de no saber dónde estaba Patricia carcomía a Bella.

—Patricia no está.

—¿Cómo?

—Patricia. No sé en dónde está. Debo ir a buscarla.

Alice le tomó la muñeca y luego la soltó.

—Bella, no. Debemos entrar a nuestras habitaciones y poner protecciones. No sabemos cuánto va a tardar la casa en volver a la normalidad.

—Pero ¿y si algo la aplasta? ¿Y si se lastima? —Su mirada se desvió hacia las escaleras. Ahí, de pie, con la ropa andrajosa y barba tupida, estaba el señor sin un ojo. Bella se tensó. No había salido del ático desde hacía años; la última vez que lo vio Bella era una niña. Estaba mirándola con su único ojo mientras decía rápidamente cosas en irlandés. Sintió que sus manos se pusieron frías. Todo se estaba deshilachando dentro de su hogar.

—Patricia es fuerte e inteligente. Va a estar bien, pero no sabemos qué te pase a ti si no entras a tu habitación. —Alice le dio un breve empujón y Bella obedeció, entrando a su cuarto. Cerró la puerta con llave, hizo una línea de sal frente a ella y colgó sus amuletos en la perilla. Empezaron a azotar la puerta y miles de voces la llamaban desde el otro lado. Los fantasmas eran libres para rondar.

Como si fuera una pequeña otra vez, corrió a su cama y se tapó la cabeza con las sábanas, esperando que todo pasara pronto.