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Octubre

tick tock

La última habitación del ala de invitados, una enorme suite de lujo que ocupaba la mayor parte del piso superior, no había visto la luz del día desde la guerra. Draco tenía vagos recuerdos de su madre intentando abrir la habitación a la fuerza en las semanas posteriores a sus condenas, cuando estaban los dos solos bajo arresto domiciliario, preguntándose cómo le iría a Lucius en Azkaban.

Narcissa lo había querido todo limpio, inmaculado, redecorado, rediseñado y renovado, desde el techo de paneles hasta el suelo de baldosas. Todo, es decir, excepto dos habitaciones: el salón, que pagó para que cerraran, protegieran y borraran convenientemente de su memoria, y esta, en la que no podía entrar por mucho que lo intentara. Daba por perdida toda el ala de invitados, furiosa porque ni ella ni sus elfos encontraban la forma de entrar.

Hermione Granger sí podía, sin embargo, en su propia versión de limpieza de la casa por mandato del Ministerio que, en cualquier otro contexto, Draco podría haber imaginado que su madre agradecía. Al fin y al cabo, Hermione solo estaba haciendo exactamente lo que Narcissa había hecho inmediatamente después de la guerra, solo que con mucho más detalle y una menor tolerancia a los objetos malditos y los vinos envenenados.

Hermione soltó un suspiro cuando la puerta de la suite por fin se abrió. Draco solo le había prestado una atención parcial, haciendo intentos poco entusiastas de conjurar un Patronus mientras esperaba que la puerta la desconcertara durante meses. En lugar de eso, le llevó días. Y una cantidad considerable de sudor. Y algún que otro insulto furioso, que a Draco le resultaba tan gracioso como excitante.

Se volvió hacia Draco, con la puerta abriéndose tras ella, una sonrisa satisfecha, pero algo reticente en el rostro.

—Casi pensé que tendría que conseguirle a Theo un permiso de consultor para que me ayudara con esta.

—Le habría encantado. Nunca te dejaría olvidarlo.

—De ahí mi resistencia.

—Tan terca.

Sonrió con satisfacción.

—No fue fácil, —dijo, mirando por encima del hombro hacia la oscura y cavernosa habitación que tenía a sus espaldas.

—Erasuhabitación, después de todo. No espero que nada de esto sea fácil.

Draco intentó ignorar las sensaciones que se retorcían y rechinaban en sus intestinos, en sus huesos. Si pudiera elegir, Hermione no volvería a pisar aquel pasillo, ni siquiera volvería a mirar la habitación que una vez albergó al Señor Tenebroso.

Pero no tenía elección. No solo era su trabajo, sino que se trataba de Hermione Granger. No necesitaba ser salvada. Ella era la que salvaba. Incluso de la inquietante habitación frente a ellos.

—Es media tarde, —dijo ella, dándole la espalda y mirando a través de la puerta. Una observación obvia y errante que pareció tan inocua al principio que Draco estuvo a punto de dejarla escapar, precipitándose por el pasillo y cayendo en el olvido.

Pero Hermione no solía hablar sin propósito. Primero captó sus palabras y luego su significado.

—Está muy oscuro. —Si Draco se concentraba lo suficiente, casi podía ver la oscuridad en movimiento, como zarcillos de humo negro que se enroscaban en el aire, serpenteando por el espacio.

—Sospechosamente, —dijo ella.

Lanzó su diagnóstico en el umbral de la habitación, aún de pie en el pasillo: un nivel de precaución que Draco apreciaba y aprobaba. Se preguntó si lo hacía por él. Le dolía el pecho de preocupación.

Ella dio un paso atrás, hacia él, ante la fuerza de las runas rojas que brotaron de su hechizo. Ya había visto antes que sus runas parecían complicadas, una miríada de símbolos familiares y desconocidos, algunas habitaciones completamente rojas cuando empezó, pero nunca las había visto tan sobrecargadas, con símbolos que parpadeaban y se expandían, luchando por llamar la atención o destacarse.

Con la espalda apoyada en su pecho, Draco la sujetó, evitando que se cayera del todo por la sorpresa.

—Bueno, —empezó ella, relajándose un poco contra él. La pequeña acción calmó un poco la incómoda anticipación en su pecho—. Supongo que no debería sorprenderme. Pero, aun así. Eso es... eso es mucho rojo.

La ansiedad se agolpaba en un incómodo remolino en el estómago de Draco, acumulándose en un marco rectangular ennegrecido, una puerta por la que Draco no tenía ningún deseo de pasar. Mantenía a Hermione abrazada a él para tranquilizarse, buscando una sensación de estabilidad ante algo tan desconocido e imponente. Sus manos, que se habían enroscado alrededor de la parte superior de los brazos de ella, vagaron, apartándole el pelo del cuello, trazando una línea desde el codo hasta la punta de los dedos. Se inclinó y besó el trozo de piel que acababa de dejar al descubierto.

—Menos mal que me tienes a mí para ayudarte, —dijo, intentando parecer frívolo y despreocupado. Pero necesitaba desesperadamente que ella supiera que no podría quedarse al margen de esto. Le había dejado la habitación de Bella. No podía dejarle esta también, tanto por su seguridad como por su tranquilidad.

Ella se inclinó aún más hacia él.

—Eres un asistente excelente.

—¿Asistente? Soy tu supervisor. —Le rodeó la cadera con una mano, atrayéndola contra él por si acaso, o para enfatizar, o simplemente para sentir su culo contra él. Todas eran razones válidas.

Noeres mi supervisor, —dijo ella, y él supuso que quería que su énfasis sonara autoritario.

Sonaba entrecortado, precioso y en total desacuerdo con la amenaza que se cernía sobre ellos. Pero a Draco no le importaba. ¿Qué era una habitación oscura y maldita cuando tenía a una mujer brillante y flexible apretada contra su pecho, casi vibrando con el tipo de energía que, con el estímulo adecuado, la haría rechinar contra él?

—¿Seguro que no trabajas para mí? Paso mucho tiempo vigilándote, asegurándome de que haces bien tu trabajo.

—Ignorando la naturaleza problemática de la dinámica de poder en juego si yo me acostara con tanto entusiasmo con mi supervisor, en el mejor de los casos, tú eres mi compañero de trabajo.

Se rio contra su oído, con las dos manos en las caderas de ella, la boca dejando escapar su aliento caliente y pequeños besos fugaces en su garganta. No le importaba que estuvieran en medio de un pasillo, no le importaba que ella tuviera trabajo que hacer, ni que las furiosas runas rojas ahogaran la brillante luz de media tarde en un resplandor rojizo.

—¿Compañero de trabajo? No me gusta esa terminología. Yo diría que somos más un equipo.

Ella murmuró, no sabía si en reconocimiento de sus palabras o del camino que acababan de seguir sus dedos, metiéndose bajo el dobladillo de su blusa, y apenas le importó.

—Supongo que formamos un equipo bastante eficiente, —dijo. Le agarró el muslo con una de las manos, los dedos le arremangaron los pantalones, se los soltaron, arrastrándose por el músculo.

—Más que eficiente, —dijo, con los dedos explorando los picos y valles entre cada una de sus costillas. Exploró su piel con un tacto áspero, algo primitivo se apoderó del control de sus miembros—. Trabajamos bien juntos. Buen equilibrio, —trazó una línea bajo su sujetador—, gran química.

La oyó tragar saliva, con la nuca apoyada en la suave carne de su hombro.

—Trabajamos bien juntos.

—Y hay mucho más que hacer, —dijo, bajando la voz a un susurro mientras deslizaba los dedos bajo la copa de su sujetador.

Su varita sonó al rebotar contra el suelo de baldosas y rodó.

Hizo un ruido que quizá pretendía sonar a pregunta, pero que en su lugar se acercó angustiosamente a un gemido.

—Está el ala norte, —dijo—. La casa de invitados, el ala de mis padres, los sótanos y los áticos. Has estado muy ocupada, —le acarició todo el pecho con una mano y le apretó el culo con la otra. Le clavó descaradamente la erección en la parte baja de la espalda, y ella se estremeció bajo sus caricias—, pero esta mansión es muy, muy grande.

Se le cortó la respiración al inhalar, pero tragó saliva, forzando las palabras.

—Aún no me he aburrido.

—Yo tampoco.

—Más bien creo que acabamos de empezar, —dijo, con la respiración agitada.

—Estoy de acuerdo.

—Bien, eso es bueno.

Draco le hizo rodar el pezón entre los dedos, metido en el sujetador por debajo de la blusa mientras le chupaba los tendones tensos del cuello: mordisqueando, lamiendo y adorando su piel con aliento caliente y lengua ansiosa.

—¿Draco? —preguntó mientras levantaba una de sus manos y buscaba a ciegas el cuello de él, con los dedos intentando agarrarlo por la nuca.

—¿Mmm? —murmuró contra su cuello.

—Creo que me gustaría tener sexo mientras el Ministerio me paga por trabajar. Y luego me gustaría que no lo volvieras a mencionar.

Se tensó: el agarre en sus caderas, en su seno, el apretón en su cuello, la sensación en su pecho, todo ello.

—Puede que sea la frase que más me gusta de todas las que has pronunciado. —Le subió la falda, decidido a ahogar el brillo de las runas rojas con los sonidos de su corrida, jadeando su nombre.

Le llevó todo el mes. Sinceramente, la brevedad de semejante cronología impresionó a Draco. Entrar en los antiguos aposentos del Señor Tenebroso había sido como retroceder en el tiempo. La oscuridad antinatural se enroscaba a su alrededor; un saludo suave y sensual que sabía a humo y se sentía como un recuerdo. Todo en aquel espacio parecía pútrido, carcomido, vil, pero no podían ver nada; la oscuridad actuaba como primera y principal línea de defensa de la habitación.

Hermione trabajaba con cuidado, más de lo que él esperaba, dado su testimonio personal de sus hábitos durante los últimos meses que habían pasado en esta ala.

Trabajaron en una oscuridad casi total durante días. Sus runas de diagnóstico sirvieron como única fuente de luz, señalando que sí, esta silla tenía magia oscura persistente empapando su tapicería, directamente al marco de madera. Y sí, estas cortinas estaban malditas para estrangular si se les daba la oportunidad y el objetivo adecuados. Y sí, estos libros han estado prohibidos durante siglos y tienen varias capas de complicada magia de sangre que los mantiene sellados y peligrosos. Y sí, literalmente cada objeto, cada paso, cada bocanada de aire en la habitación llevaba consigo un nivel de odio, de historia y de daño al acecho.

—¿Sientes que la oscuridad intenta decirte algo? —preguntó Draco un día, poniendo palabras a la sensación de inquietud y punzadas que sentía en la nuca.

—¿Decir algo? No. ¿Hacer algo? Sí. Sigo esperando que me ataque, si te soy sincera.

—Siento como si intentara susurrarme, como si intentara entrar. Como humo soplado contra mi cara, y estoy conteniendo la respiración.

—Es una habitación desagradable.

—Era de esperar.

Su mano encontró la de él.

—Estoy siendo prudente, —dijo ella, y él supo que pretendía tranquilizarle.

—Estoy siendo atrevido... aunque me parece más tonto que valiente. Conozco a una Gryffindor que insiste en que son sensaciones parecidas.

—Lo son. —No necesitó verle la cara para saber que sonreía. Lo sintió en la forma en que su mano palpitaba contra la suya, un aumento de la presión que lo reconoció.

—Sin embargo, es sencillo, —dijo—. Esta habitación. Trabajamos bien juntos, tenemos un sistema. Ya han pasado semanas y ninguno de los dos ha resultado herido.

A su vez, él apretó su mano contra la de ella.

Les llevó hasta final de mes. Necesitaron dos maldiciones de sangre, una de las cuales requirió otro viaje a San Mungo, un maleficio de asfixia, un momento aterrador en el que Draco pensó que los ojos de Hermione podrían salirse de sus órbitas, y un terror despierto no muy distinto al de un boggart que dejó a Draco desplomado en el suelo, gritando, mientras Hermione se arrodillaba a su lado, sujetándole los hombros para que no se agitara con demasiada violencia. Cada fibra, cada tendón, cada músculo, cada ligamento del ser de Draco le suplicaba que exigiera que abandonaran la habitación.

Contuvo ese instinto en el fondo de sus pulmones, un aliento que se negó a exhalar. En lugar de eso, siguió la dirección de Hermione.

Y por fin, cerca de las seis de la tarde del viernes 31 de octubre, Hermione utilizó su Patronus para expulsar los últimos zarcillos negros que quedaban en los rincones más oscuros de la habitación, forzando la luz en la oscuridad y convirtiendo la pesadilla en un sueño.

—Acompáñame a casa para que pueda cambiarme y luego iremos juntos a la de Harry.

Draco apenas la oyó, todavía en lo alto del éxito de haber librado por fin a la antigua habitación del Señor Tenebroso de toda su magia maligna y odiosa. Ver aquella habitación inundada de luz púrpura, con runas felices y satisfechas flotando a su alrededor, había quemado de su cerebro hasta la última gota de ansiedad que sentía por asistir a una fiesta de Halloween en casa de Harry Potter.

Su paso se detuvo justo antes de llegar a Flu cuando sus palabras lo alcanzaron, un golpe en sus tímpanos anunciando su irregularidad.

—¿A casa? ¿Como a tu piso?

Hermione puso los ojos en blanco, pero le dedicó una sonrisa exasperada.

—No te lo he estado ocultando...

—Pero en realidad nunca me has invitado...

—Te he dicho que puedes venir cuando quieras, pero la tuya es mucho más cómoda...

—Solo estoy de broma...

—Lo sé. —Ella suspiró. Ambos sonrieron, perdidos en una conversación sin sentido. Su misterioso piso se había convertido en una especie de broma, un moratón sin dolor en el que pinchaban y pellizcaban cuando tenían ganas de hurgar sin hacer daño—. Es que, —se balanceó un poco de un lado a otro, como si pesara físicamente sus palabras sobre los hombros—, es un piso muy pequeño y el tuyo es muy...nopequeño.

Sonrió con satisfacción.

—¿Me creerías si te dijera que no te juzgaré?

Ella se rio, echando la cabeza hacia atrás cuando el sonido estalló en ella. Draco le dio un codazo en el costado, tirando de ella hacia el Flu mientras le arrojaba el polvo verde.

Estuvo a punto de decirle que no era tan gracioso, no tanto como para justificar una carcajada tan gutural e involuntaria. Pero entonces dejó de girar y se dio cuenta de que ella no había exagerado.

Se volvió hacia él, cruzándose de brazos, dando golpecitos con el pie mientras arqueaba una ceja.

—Sin duda no es tan grande como el mío.

Sacudió la cabeza con un bufido, como si no esperara menos, pero apretó el labio entre los dientes mientras bajaba los brazos.

—Reubicar y curar a mis padres fue caro, incluso con ayuda del Ministerio. Y, bueno, no iba a dejar que me pagaran un sueldo ridículo solo porque soy... —Se encogió de hombros, dejando caer el final de la frase.

—¿Su empleado más brillante, sin duda? No puedo imaginar por qué querrían pagarte una cantidad obscena de dinero.

—Eres tendencioso.

—Increíblemente.

Sacudió la cabeza y sus rizos se agitaron. No ocultó su sonrisa.

—Vuelvo enseguida. Solo quiero ponerme algo más cómodo y nos vamos.

Draco estuvo a punto de seguirla, solo por el placer de verla cambiarse, de ver su dormitorio y, tal vez, de probar suerte sobre lo tarde que estaría dispuesta a llegar a la pequeña reunión de Potter. Pero cuando se dio cuenta de lo mucho que le gustaba la idea de llegar lo más tarde posible, ella ya se había metido en una habitación y había cerrado la puerta tras de sí. Imaginaba que probablemente asistiría un numeroso séquito de Weasley; no le agradaba la idea de pasar una velada con un número indeterminado de Gryffindors.

Examinó su espacio mientras esperaba: un diminuto salón con chimenea, paredes previsiblemente forradas de estanterías, abarrotadas de libros, una pequeña cocina adyacente que parecía relativamente inutilizada y una mesita de cocina metida en un rincón.

Su mirada se fijó en su agenda, que había dejado abierta sobre la mesa, repleta cada día de una enorme lista de cosas por hacer, incluida la próxima reunión en casa de Potter. Hizo una pausa y se le atragantó la risa en la garganta al asimilar otros detalles de su vida, más escandalosos, que ella incluía en su agenda.

Quería tomarle el pelo, pero ella había vuelto a entrar en la habitación con un monstruo naranja en brazos.

—Ah, el otro hombre de tu vida, —dijo—. Supongo que esto tenía que pasar en algún momento. ¿Se lo tomó mal?

Hermione acarició con la cara el pelaje de la criatura, ignorando impresionantemente su aullido de protesta.

—Este es Crookshanks, —dijo, devolviendo el animal al suelo. Hizo unos cuantos círculos perezosos y apreciativos en el espacio que los separaba, con los ojos amarillos fijos en Draco.

—Hermione, alguien te mintió. Me dijiste que tenías un gato. Eso es un proyecto experimental de transfiguración que salió mal.

Ella resopló y cogió un tarro de la encimera de la cocina. Le tiró a Draco algo que él cogió por reflejo. La textura le hizo retroceder: casi húmeda, esponjosa, un poco granulada.

—Sé amable. Es medio kneazle. No es diferente de los Hipogrifos; él sabrá si estás siendo desagradable. Intenta ofrecerle una golosina.

—Mencionar a ese Hipogrifo es un golpe bajo, Granger. Creí que eras una Gryffindor con mucha moral.

Ella se limitó a sonreírle, con una puntiaguda expresión de diversión cruzándole la cara. Draco no sabía exactamente lo que ella esperaba, pero sus ojos grandes y esperanzados le decían que tenía ciertas expectativas de un resultado específico en esta introducción.

Suspiró, se agachó y tendió la golosina: una ofrenda a la bestia.

Crookshanks lo observó con ojos redondos y evaluadores, olfateó el aire, movió la cola, se dio la vuelta y trotó hacia el dormitorio de Hermione sin mirarlo dos veces. Draco se quedó torpemente agachado, con el brazo extendido y una golosina maloliente en la mano, inquietantemente avergonzado por haber sido rechazado por un gato.

Levantó la vista al oír la risita ahogada de Hermione.

—Sinceramente, no esperaba nada diferente, —dijo a través de las yemas de los dedos, presionadas sobre la boca y la barbilla.

Draco desvaneció la golosina y se puso de pie.

—Oh no, no te rías de mí porque no le caigo bien a tu cuestionable compañero de piso felino.

—Debe de saber que eres tú quien me mantiene lejos de casa tan a menudo, —musitó, con los ojos brillantes por el placer que le producía la situación.

—He visto tu horario. —Señaló su agenda sobre la mesa, contrarrestándola con su propia diversión—. Creo que nunca me creí que incluyeras el sexo en tus listas de cosas por hacer.

Aspiró con fuerza, pero no dejó de mirarle.

—¿Prefieres que no me asegure de tener tiempo para ti?

Draco se rio. La vio atrincherarse, decidida a no echarse atrás. Le encantó.

—¿Piensas programar toda nuestra vida sexual? —le preguntó, provocando un poco su armadura.

Se cruzó de brazos, clavada en su sitio.

—Bueno, no siempre está escrito de antemano, ya sabes. Puedes ser muy espontáneo. A veces lo apunto después. Me gusta contabilizar mi tiempo.

Draco dejó que su mirada se desviara hacia la página abierta de esa misma semana.

—Parece que estoy ocupando bastante estos días.

—Así es.

—Tienes algo escrito para esta noche, —dijo, con una sonrisa dibujándose en su cara.

Finalmente, se sonrojó, cruzó el espacio que los separaba y cogió su libreta. Draco la agarró de la muñeca con un ligero toque para detener su retirada.

—¿Planeabas seducirme esta noche, Hermione?

No pudo reprimir la sonrisa de autosatisfacción, ni el calor que le recorría el pecho, llegando hasta ella.

—Se me pasó por la cabeza.

Sus ojos se desviaron hacia su agenda.

—No sé si estoy disponible. Puede que necesite consultar mi agenda.

Entrecerró los ojos y se encogió de hombros, saliendo de su órbita. Lamentó la pérdida en cuanto se produjo.

—Ya veremos, —dijo ella. Y sabían, los dos, que él acataría cualquier plan que ella tuviera para él, en cualquier momento.

—Lo estoy deseando.

—Comadreja, pareces un ghoul. Tenía la impresión de que esto no iba a ser una fiesta de disfraces, —saludó Draco, ofreciendo una botella de whisky de fuego como contribución a los festejos de la noche.

—¿Entonces por qué has venido como vampiro, Malfoy? ¿Echas de menos la luz del sol?

La mano de Hermione se apretó alrededor de su antebrazo, con algo de sorpresa, algo de advertencia.

Sostuvo la mirada de Ginny el tiempo suficiente para que cada uno de ellos arqueara una ceja hacia el otro, sin sonreír exactamente, pero casi. Potter interrumpió con una copa en cada una de las manos, un poco tambaleante, los ojos un poco vidriosos, dirigiéndolas a Draco y Hermione.

Draco dudó mientras Hermione tomaba su copa.

—¿Debo suponer que no hay amenaza de envenenamiento? —preguntó, bromeando solo en parte. Aunque Draco no creía necesariamente que el inescrutable Harry Potter se dedicara a algo tan nefasto y plebeyo como un envenenamiento corriente, sospechaba que había varios Weasley presentes que no les importaría tanto que Draco cayera muerto.

Potter puso los ojos en blanco, con un movimiento exagerado, y volvió a robarle la bebida a Draco. Le dio un sorbo, alzando las cejas y sonriendo en un alarde de prueba demasiado satisfecho, y volvió a dejar caer la bebida en manos de Draco.

—Creo que prefiero el veneno a beber después de ti, Potter.

Potter se limitó a rodear el torso de su mujer por detrás, acariciándole el cuello. Draco, por un momento horrorizado, esperó no parecer nunca tan absurdo cuando le hacía cosas parecidas a Hermione. Al menos nunca lo hacía en público, ¿verdad?

—Emborracharse un poco antes de que llegara Malfoy fue una excelente idea, —susurró Potter en voz demasiado alta al oído de la Comadreja. Hermione resopló, tomando rápidamente un trago para ocultar el ruido—. Es gracioso cuando estoy borracho.

Potter apenas pareció darse cuenta de la risa de su mujer. Draco sí que notó las risitas de Hermione, cuyos hombros temblaban lo suficiente como para delatarla mientras ocultaba la boca tras su bebida. Draco apretó la mandíbula y sintió que los músculos del cuello se le tensaban mientras intentaba dominar un fastidio que se le antojaba inquietantemente divertido.

Abandonó las sutilezas; no tenía ningún deseo de mezclarse con cuantos Gryffindors estuvieran presentes. Se dirigió a la silla que tan a menudo ocupaba cuando evitaba las reuniones en casa de Potter y se sentó, engullendo su bebida de varios y decididos tragos.

Hermione le siguió, el tiempo suficiente para pasarle los dedos por el pelo, con una sonrisa de satisfacción dibujada en la cara.

—Te traeré otra, —dijo, antes de desaparecer en la habitación contigua.

Draco hizo contacto visual con una calabaza flotante, preparándose para una velada con los amigos de Hermione.

Una vez que Draco llevaba unas cuantas copas en el cuerpo, con el alcohol zumbándole por las venas, calentándole la sangre y nublándole el cerebro, Potter no era tan malo.

Hermione, la hermosa, encantadora y horrible traidora que era, lo abandonó en algún momento de la velada en favor de Ginny. Se sentía tan distante, al otro lado de la sala, con las mejillas sonrosadas y una amplia sonrisa mientras charlaba y reía con varias de sus amigas. Draco se había contentado con tomar sus propias copas en su silla de facto de evasión cuando Longbottom decidió unirse a él, seguido poco después por Potter, que se dejó caer en el sofá cercano.

La larga historia de Potter sobre un caso suyo en el que estaba implicado un duende, un relato confuso y farragoso, oscurecido por su escasa habilidad para contar historias y por haber bebido bastante, casi adormece a Draco. Pero las reminiscencias que Potter y Longbottom empezaron a hacer una vez que la historia de Potter llegó a su inevitable conclusión, en la que él resolvía el caso y salvaba el día... Esas historias le interesaban.

—¿Una atadura de cuerpo entero? ¿En primer año?

Longbottom hizo una mueca, dando un sorbo a su bebida. Potter se echó a reír.

—Pregúntale a ella, —dijo—. No lo negará.

Draco golpeó el borde de su vaso con el dedo índice, pensativo. Las palabras que le den aparecieron en su mente, como una especie de desinhibición y una incapacidad para ignorar el sutil desafío.

—Granger, —dijo él, alzando la voz de modo que recorrió la habitación, zigzagueando y serpenteando alrededor de las calabazas flotantes, los murciélagos transfigurados y los calderos cuidadosamente humeantes. Hermione se ladeó, inclinando todo el cuerpo para poder ver alrededor de Lavender Brown—. ¿A este, —señaló con la cabeza a Longbottom—, lo ataste de cuerpo entero cuando tenías doce años?

Ella no contestó al principio, y él se preguntó si sus palabras tendrían dificultades para viajar por el espacio que los separaba, abriéndose paso entre las conversaciones de los demás y el irritante ruido de fondo de Las Brujas de Macbeth que sonaba a todo volumen en una esquina de la sala.

Entonces sonrió. La misma sonrisa lenta y traviesa que había tenido cuando le contó que había salido de Gringotts montada en un dragón. Era una sonrisa cómplice, inocente. Al igual que la primera vez que la vio, la simple curva de sus labios encendió una llama en su interior.

—Síp, —dijo ella. Draco pudo oír el chasquido de la "p" desde el otro extremo de la habitación. Ella le guiñó un ojo, le guiñó un maldito ojo, y luego se inclinó hacia atrás, de nuevo oculta a la vista, reincorporándose a cualquier conversación que estuviera teniendo lugar a su alrededor.

Draco miró a Potter y a Longbottom, que mostraban distintas expresiones de disgusto e incomodidad.

—Brillante y despiadada, esa mujer, —concluyó Draco, dando un trago en señal de reconocimiento, o tal vez de celebración.

Potter se estremeció.

—No te sientas mal, Longbottom. A mí me abofeteó en tercer año, —dijo Draco.

—Una vez envió una bandada de pájaros conjurados tras Ron, —añadió Potter.

Draco se rio entre dientes.

—Supongo que se lo merecía.

—Tanto como te merecías la bofetada.

Potter sonrió satisfecho. Draco también lo hizo. Longbottom recostó la cabeza contra el sofá, sosteniendo a duras penas el vaso vacío que tenía en las manos.

La sonrisa de Potter se transformó en algo más serio.

Es brillante y despiadada. También es mi mejor amiga, —dijo, con las palabras un poco temblorosas—. Le gustas.

La habitación se nubló un poco cuando Draco puso los ojos en blanco.

—Cuidado Potter, no querría que dijeras nada de lo que te arrepientas cuando estés sobrio.

—Le gustas mucho.

—Eso he deducido, —dijo Draco. Y lo único en lo que podía pensar, lo único que su estúpido cerebro le proporcionaba en aquel momento, era en lo mucho que le gustaba cuando la tenía en sus brazos o en su cama. Imágenes vibrantes de su cara sonrojada inundaron su cerebro.

—De verdad le gustas mucho.

—Como siempre, tu elocuencia asombra, Potter. ¿Es aquí donde me adviertes que no le haga daño como un zoquete torpe defendiendo el honor de una mujer? Te lo digo desde ya, le tengo más miedo a ella que a ti.

Potter volvió a sonreír. Se subió las gafas, torcidas durante los últimos minutos.

—Bien. Muy bien.

—Bien, —repitió Draco, sin saber muy bien por qué.

Potter y él no hablaron mucho después de aquello, casi siempre bebiendo en silencio o atendiendo a los ocasionales intrusos que se dejaban caer para charlar.

Pero Draco descubrió que tampoco le guardaba tanto rencor.

Cuando Hermione se deslizó en su regazo, pasada ya la medianoche y después de que varios invitados ya se hubieran marchado, Draco sintió que por fin podía respirar.

No se había recluido en su sillón favorito durante toda la velada, por muy tentadora que fuera la idea. Había dado una vuelta con Longbottom, rellenando sus bebidas y manteniendo una conversación intrascendente sobre los raros ingredientes de pociones que crecían en los invernaderos de Hogwarts. Había charlado con uno de los Weasley más mayores, involuntariamente, y no se molestó en recordar su nombre, mientras intentaba ver si podía escabullir a Hermione de la interminable oratoria de Luna Lovegood sobre sus viajes al extranjero. La mayor parte parecía inventada, por lo que Draco pudo deducir. Incluso tuvo una conversación sorprendentemente enérgica con la Comadreja sobre Quidditch, en la que lograron ponerse de acuerdo en que su hermano (el peor, Ron) no tenía buen gusto en cuanto a su afición por los Chudley Cannons.

Draco volvió a su asiento, o a lo que se había convertido en su asiento por derecho de ocupación frecuente, a medida que la fiesta iba terminando, con más y más asistentes escabulléndose por el Flu o desapareciendo por los jardines traseros con un pop.

—Siento haberte abandonado durante tanto tiempo, —dijo Hermione, exhalando un aliento caliente y cargado de alcohol contra su cuello. Sus dedos recorrieron su pecho en una juguetona exploración. Una Hermione achispada era una Hermione tocona, y Draco no tenía nada que objetar.

—Vamos a necesitar un código, —dijo, con la voz igual de baja, igual de sugerente, mientras le dejaba caer un beso en el cuello—. Me he estado muriendo por ponerte las manos encima toda la noche, y no tenías ni idea.

—Oh, tengo una idea, —dijo ella, inclinándose hacia atrás para mirarle con una amplia sonrisa y una mirada obvia a su boca.

Draco sonrió, tirando de ella más cerca y extendiendo las manos a lo largo de su espalda.

—¿Ha llegado la hora de mi seducción? —le preguntó, con la boca cerca de la suya, saboreando el más leve rastro de canela en su aliento. Tan cerca.

Un sonido de disgusto desvió la atención de Draco de la preciosa mujer que tenía en el regazo y a la que tenía muchas, muchas ganas de besar.

—Estoy aquí mismo. Solo... qué asco, —dijo Potter, ya levantándose del sofá.

—Vete entonces, —dijo Draco con un deje que provenía de varias copas y una bruja sutilmente contoneándose en su regazo. Dioses, ella lo estaba matando.

—Es mi casa, —dijo Potter, enseñándole el dedo y saliendo de la habitación.

—Ve a buscar a tu mujer si estás celoso, —le gritó Draco, con la respiración agitada cuando Hermione volvió a mover las caderas, apretándolas contra las suyas. Las puntas de sus dedos se clavaron en sus caderas y en la carne de su trasero.

—Esto es definitivamente tu seducción, —dijo ella, dejando caer varios besos con la boca abierta sobre su garganta—. También es un agradecimiento, —le dijo entre lengüetazos contra su piel.

Mantuvo sus caderas firmes mientras mecía las suyas, buscando fricción.

Un agradecimiento. Supuso, por pasar tiempo con sus amigos. Por aquel intercambio de palabras no exactamente combativo que le había sorprendido con Weasley mientras le pasaba una cerveza. Por quedarse más allá de su estimación inicial de que la fiesta terminaría a medianoche. Por formar parte de su vida, integrado con los demás, un impostor tras las líneas enemigas.

Por alguna razón, eso, de entre todas las cosas, le dejó en carne viva, le arrancó los bordes desgarrados de su persistente culpabilidad, de las conversaciones con sus padres, sobre sus padres, que no podía quitarse de la cabeza.

Le había dado una relación a medias. Había luchado tanto por tener una con ella, y solo le había dado una fachada. Ella le había dado a sus amigos y a su familia; le había dicho a todo el mundo en su vida que él estaba en ella, y que era su responsabilidad aceptar ese hecho. Él solo le había dado a ella a sí mismo, que a veces parecía que era todo lo que tenía que dar, pero también se sentía demasiado como una participación pasiva para su gusto.

—¿Y si fuera real? —preguntó. Podía sentir cómo el whisky de fuego le quemaba el aliento, el cerebro y la cautela. Le hizo la pregunta a la garganta, demasiado cobarde para hacérsela a la cara.

—¿Qué quieres... real? —Ella había dejado de mecerse en su regazo, pero sus manos y sus dedos seguían recorriéndole el pelo, el cuello y los hombros.

—Eso es lo que dijiste. No era... no podía ser real. ¿Y si lo fuera?

Sus manos se detuvieron, deslizándose como pesos muertos sobre la parte delantera de los hombros de él, aterrizando en su regazo. Por fin se echó hacia atrás, se incorporó, mirándola a través del ligero giro de su visión y el cálido desenfoque que proyectaban las velas flotantes y serpenteantes.

—¿Y si se lo digo? Y salimos por el Londres mágico, —le dibujó una línea de pecas en el pómulo antes de pasarle los dedos por los rizos y acunarle la cabeza—. Simplemente lo seremos.

Ella se apoyó en la palma de su mano, liberando una especie de respiración melancólica. Aquel momento se sintió encerrado, envuelto, delimitado en el tiempo y en el espacio como su propia burbuja de existencia fuera del paso normal del tiempo, independiente de las fuerzas que lo hacían avanzar. Estaban los dos solos, sentados en un sillón pensado para uno solo, cuando aún no había amanecido ni había anochecido, solos y juntos, trazando estrategias para el futuro con el cerebro empapado en alcohol.

Durante el lapso de varios parpadeos, antes de que la realidad la obligara a responder, fue un momento perfecto: un momento que él nunca podría, nunca querría, cambiar, aunque pudiera, cuando pudiera.

—¿Crees que ellos... tus padres... lo aceptarían? ¿Ahora? —preguntó después de que pasaran varias eternidades maravillosas.

—Han... —Le costó encontrar las palabras, explicar su esperanza que era mayormente, inconvenientemente, infundada—. Han estado más abiertos a mi independencia en el último par de años.

—¿Y si no lo aceptan?

Draco quería no reaccionar ante eso. Quería no temer esa posibilidad. Pero lo hizo. Una solución de miedo mezclada con licor que se filtraba de su cerebro.

—No lo sé, —dijo. Porque no lo sabía. Pero deseaba saberlo.

Y esa no era la respuesta correcta. Se dio cuenta por la pequeña contracción de su ceño, el pequeño respingo en la comisura de sus labios. Expresiones tan fuertes en una habitación silenciosa que se preguntó si todos en la casa las habían oído, si todos sabían de su paso en falso.

Hermione forzaba su decepción hacia la lógica, una habilidad tan impresionante que a veces él se maravillaba de las cosas que ella podía hacer con un solo pensamiento.

—Bueno... no hagas nada irrevocable. No hasta que lo sepas.

Fue una advertencia y una ofrenda y suficiente por ahora.

La besó con la intención de convencerla de que lo sabía, aunque no lo supiera.

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Nota de la autora:

¡Muchas gracias por leer! Espero que sigáis disfrutando de esta historia, ¡tan larga como se está haciendo! Y aún no hemos llegado ni a la mitad... ¡pero casi! Agradezco tanto cada comentario, cada kudo, cada pregunta de tumblr, cada mensaje en discord. En serio, sois todos tan amables y me dais tanta inspiración y motivación mientras estoy terminando los últimos capítulos del borrador (¡solo me quedan 3 por escribir!)

Como siempre, muchas gracias a icepower55, Endless_musings y persephone_stone por ayudarme a convertir mis palabras en una versión más bonita de sí mismas.