Cap 36: En búsqueda del elixir

Un nuevo día iniciaba en el santuario y por primera vez nadie se estaba quejando por tener que madrugar para la clase de León. Es más, llenos de entusiasmo se dirigieron al coliseo con grandes sonrisas pintadas en el rostro por la posibilidad de lucirse frente al campeón de la humanidad. Menos Pólux, quien no podía dejar de bostezar desde que salió de la cama hasta que llegó donde el guardián de la quinta casa los esperaba. El gemelo inmortal había pasado la mayor parte de la noche montando guardia al tener a Hércules durmiendo junto a ellos. Todos querían estar cerca de él incluso si sólo era para cerrar los ojos, cosa que disparaba sus alarmas. Si ese montón de idiotas supieran la clase de persona que era el otro semidiós, estarían tan inquietos como él. Por su propio bien, quería tener la retaguardia bien cubierta en caso de que el castaño quisiera "estrechar lazos fraternales" como le gustaba llamarlo al muy bastardo. Sumado a eso, debía estar atento por si se presentaban problemas para Castor en su turno de vigilia. Y, por último, su gemelo le había rogado con lastimeros gestos que protegiera a los demás. A lo cual por desgracia accedió.

—¿Qué es lo que van a hacer? —preguntó Hércules al ver a todos allí reunidos, con excepción de su adorado Adonis.

—Es parte de nuestra rutina para fortalecer nuestros cuerpos —explicó Talos con amabilidad al semidiós—. Todas las mañanas comenzamos con ejercicios para mantener nuestra fuerza y resistencia —narró mientras movía sus enormes bíceps haciendo énfasis en sus músculos.

—¡Suena muy divertido! —exclamó el hijo de Zeus mientras se acercaba a donde estaba el "inicio"—. ¿Les molesta si me uno a ustedes?

—¡No! Para nada, para nosotros sería un gran honor correr a tu lado —respondió Tibalt presuroso y emocionado de iniciar la mañana con él a su lado.

—Sí, serías una molestia —gruñó Pólux mirando a su consanguíneo con odio.

—¿Puede participar, León? —interrogó Giles mirando tristemente al dorado esperando su permiso.

El aludido puso un gesto contrariado al desear rechazar ese pedido sin pensárselo mucho, pero ver a Giles haciendo esos ojitos de borreguito le derretía el corazón.

—¡Sísifo! —llamó el semidiós rubio con voz enojada buscando al menor—. ¿No dirás nada sobre este bastardo interfiriendo?

—Quiero volver a la cama —bostezó sagitario restregándose los ojos con el puño.

—Sigue sin despertar del todo —murmuró por lo bajo a sabiendas de que no podría contar con su ayuda hasta después del desayuno o que terminara de quitarse las lagañas de los ojos.

—Ah mi niño te dije que no salieras a cazar junto a Caesar de noche —suspiró León al verle.

—Ese estúpido bicho se cree la gran cosa porque puede ver en la oscuridad —se quejó el azabache con un puchero mientras seguía con los ojos cerrados.

Por alguna razón que escapaba a su entendimiento el cachorro de León era mucho más activo durante la noche. Cosa normal en los felinos comunes, pero no en un macho de león, siendo que en esa especie quienes iban por las presas eran las leonas. Tenía mucha curiosidad de qué pretendía ese animal metiéndose a escondidas a su templo en mitad de la noche. Había activado diversas trampas que lo pusieron en alerta y cuando estuvo un poco más despabilado se dio cuenta que Caesar parecía estar cazando. Con su hora de dormir interrumpida, Sísifo se levantó para averiguar los hábitos nocturnos del peludo animal. Sorprendentemente al felino sí le gustaba cazar de noche. Al arquero sólo le molestaba que se lo mostrara. Las hembras solían cazar animales vivos y los mataban delante de las crías para enseñarles cómo se debía hacer. Al ver cómo Caesar parecía estarle "explicando" frunció el ceño y tras hacerle suficientes cosquillas como para tener al animal con deseos de despellejarlo vivo, huyó para incitarle a cazarlo. Como consecuencia había terminado de descender desde sagitario hasta las áreas libres del santuario siendo perseguido por Caesar durante horas.

—Yo lo despierto —ofreció Ganímedes poniéndole la mano en la espalda antes de liberar su cosmos helado.

—¡Maldito! —se quejó el niño comenzando una pelea con su compañero dorado.

—¿Y bien? —demandó saber Hércules con impaciencia disimulada—. Me gustaría participar en las actividades del ejército de mi hermana —comentó el castaño mirando con desafío al dorado.

—Estás aquí como invitado con el propósito de descansar luego de tu aventura, ¿no te parece algo imprudente forzarte tan pronto? —preguntó León intentando sonar amable.

—No hay de qué preocuparse, teniendo presente a un sanador tan capaz, si algo me sucediera dejaría mi cuerpo completamente en sus manos —dijo con cierto coqueteo mirando hacia acuario.

—Sólo vamos a correr un par de vueltas por el coliseo, no a pelearnos —intervino el arquero—. Si algo te sucede será porque te tropezaste con tus propios pies, pero si se diera el caso, por supuesto que te sanarían. No necesitas tener miedo.

Sagitario seguía actuando arrogante marcando límites que el semidiós de momento debía acatar. Le molestaba no poder cortejar libremente a sus intereses amorosos por culpa del entrometido niño. Siempre parecía tener algo que decir y para colmo de males, no parecía dispuesto a dejarle acercarse a nadie. Todo sería mucho más sencillo si el ángel de Atena fuera un poco más ingenuo. Si ese fuera el caso podría obtener información del elixir directo de la persona más cercana a la diosa, pero no era el caso. No sólo lo despreciaba abiertamente, sino que le ignoraba o se burlaba sin darle oportunidad de contrataque. Si no fuera porque estaba advertido por su hermana de no hacerle nada a su mascota favorita, las cosas serían diferentes. Guardó silencio y respiró profundamente prometiéndose hacerle pagar su arrogancia cuando llegara el momento adecuado. No obstante, para poder saborear ese glorioso momento necesitaba planificar sus movimientos con la cabeza fría; conseguir la confianza de los aspirantes, obtener el dichoso elixir misterioso y evadir cualquier castigo divino que pudieran imponerle por tocar al favorito de los dioses gemelos.

—No es necesario que nos pruebes nada —afirmó el espadachín dirigiéndose al semidiós con celeridad—. Un héroe como tú necesita descansar. Nosotros sabemos lo grandioso que eres y cuando estés mejor con gusto participaremos a tu lado.

El espadachín evitó adrede una confrontación con sagitario sabiendo que lo mandaría a callar o peor aún, buscaría como humillarlo si le daba la oportunidad. Por lo mismo, eligió no darle el chance de hacerlo. No mentía al decir que no requerían pruebas del poder de Hércules y exigirle que pusiera en riesgo su salud cuando debería estar guardando reposo no tenía sentido. Hércules estuvo a nada de replicar que sus heridas eran algo poco importante y que no significaban nada para un hijo de Zeus, pero se detuvo a tiempo. Su cerebro pronto había maquinado un pequeño plan. Él quería saber acerca del elixir mágico de su hermana, ¿qué mejor manera de averiguar sobre ello que fingiendo necesitarlo con urgencia? Sólo debía exagerar un poco las molestias que sentía a causa de sus heridas y podría interrogar a todos en el santuario hasta dar con alguien que tuviera una pista o en el mejor de los casos supiera dónde hallarlo. Ya que no podía hacerle nada al ángel de Atena, investigaría con blancos más sencillos de manipular.

—Otro día será entonces —aceptó el semidiós castaño con una sonrisa—. Desearía tener la capacidad de sanar de un momento a otro como hace mi hermana —comentó al aire para estudiar la reacción de los más próximos.

—Son las ventajas de ser una diosa inmortal supongo —opinó uno de los aspirantes siendo secundado por algunos más.

Para los mortales las capacidades de regeneración de las deidades, así como su poder destructivo, eran cualidades extraordinarias con las que ellos sólo soñaban. Por lo mismo, tenían normalizadas muchas situaciones que podrían considerarse inusuales. Como la forma en que la diosa Atena podía llegar malherida al santuario, pero tras un breve periodo de descanso se la veía como nueva. Hércules simplemente les sonrió sin decir ninguna palabra. Era obvio que esos mortales de clase baja no poseían información relevante. Las heridas provocadas por un cosmos divino eran complicadas de sanar incluso entre dioses, pero se figuraba que sólo los dorados podrían apreciar la diferencia entre el cosmos que podía generar un mortal y el que poseía un dios. De momento no tenía nada que hacer en ese lugar y verlos corriendo no tenía nada de entretenido. Mejor aprovecharía su tiempo investigando en el santuario entre los trabajadores más disponibles. Pensando en ello, se dirigió a la cocina. Quería averiguar si el aclamado elixir era algo que conseguía o algo que preparaba. Si fuera el caso del segundo, bastaría con preguntar si Atena comía o bebía algo especial o diferente del resto.

—¡Muy bien todos a correr! —ordenó León cuando vio al semidiós alejarse.

Habiendo visto como se alejaba el invitado especial y no se quedaba a verlos entrenar, los ánimos decayeron considerablemente. Mas debido a la constante practica que tenían realizando esa rutina ya no les resultaba tan imposible seguirla. Incluso podían darse la libertad de charlar brevemente sin perder el aliento como les sucedía los primeros días. Talos al igual que Nikolas practicaban en sus tiempos libres juntos aumentando su resistencia por encima de los demás. Por lo que la patética condición física del hijo del juez que antes era motivo de auto desprecio ahora se volvía una de sus fortalezas. Talos le había hablado acerca de cómo Hércules había sido su motivación para entrenar con ganas desarrollando aquellos poderosos músculos. El mayor había sido muy amable con él cuando en el pasado lo había visto deprimido por ser patético en todo aspecto imaginable para un dorado. Y la meta, la inspiración de las palabras de aliento que recibió cuando tanto lo necesitaban provenían del campeón de la humanidad. Aun si no le había dedicado personalmente ninguna de sus frases, le bastaba con el agradecimiento que sentía hacia Talos para extenderlo al semidiós.

—Es una pena que Hércules no nos pueda acompañar hoy —suspiró Nikolas sin dejar de correr.

—Tal vez sea mejor que aún no participe viendo las obvias envidias de algunos —mencionó Tibalt mientras veía a Pólux y Sísifo corriendo varios metros delante de ellos desafiándose mutuamente a ver quién llegaba primero.

—Lo peor es que no podemos hacer nada para ayudar a Hércules —rezongó Nikolas mientras seguía dándole vueltas al asunto—. Nadie puede siquiera ponerle una mano encima al ángel de Atena sin arriesgar el pellejo a que no uno, sino tres dioses vengan por tu cabeza.

El príncipe simplemente asintió sin saber cómo hacer más agradable la estancia del semidiós. Él en carne propia sabía lo que se sentía estar en un lugar donde todos te veían como un intruso al que se debía eliminar. De joven él fue llevado al palacio de su padre, quien sólo lo acogió como una conveniente herramienta que usar cuando no quisiera poner en riesgo al príncipe heredero. Y en caso de que le sucediera algo a su hermano mayor antes de suceder el trono se lo darían a él para que conservara el puesto en nombre de la familia. El rey sólo deseaba conservar el trono para su sangre aún si debía hacer uso de la de un bastardo nacido de la aventura con una plebeya. Si no fuera por la inestabilidad política que reinaba en Siracusa, el rey habría negado su parentesco hasta el final. Ni siquiera se había molestado en fingir tenerle algún cariño o aprecio, menos aún habría invertido esfuerzos en criarlo de no ser porque era una inversión a futuro.

Nikolas había notado el decaimiento en el semblante de su amigo. Pese a ser alguien de pocas palabras sabía bien que Tibalt era más un hombre de acción. Tomaba un rol activo frente a los tratos injustos para los demás, pero desde que su espada le fuera quitada, las cosas ya no eran iguales. Había perdido gran parte de su confianza al no tener la fuente de su orgullo en la mano. Para un espadachín del nivel del príncipe, perder su arma era el equivalente a perder una extremidad. A pesar de los intentos de Nikolas y Castor por hacerle sentir mejor nada borraba su vergüenza al sentirse estancado. ¿Cómo podía alzar el mentón como un hombre digno cuando tenía miedo de un niño de la mitad de su estatura? Era frustrante, pero, aunque no lo dijera en voz alta, se sabía en desventaja frente al enano. Tanto el semidiós como el pequeño ángel eran presumidos y sumamente orgullosos. Y lo peor, no era eso, sino que lo eran con motivos. Cualquier de ellos podía reducir montañas a simples montones de rocas haciendo uso de una sola mano. Les bastaría sólo un dedo para matarlo si ese fuera el deseo de alguno de ellos.

—¡Vamos, pollito! —molestó Sísifo mientras le daba una palmada en la espalda media, siendo la zona donde lo alcazaba dado su tamaño—. Esto no debería ser nada para ti, ¿o ya no puedes? ¿Es eso?

—¡Cállate, caballo enano! —insultó el semidiós acelerando el paso para dejarlo atrás.

Ellos siguieron insultándose mutuamente mientras corrían al igual que los demás aspirantes. Dieron varias vueltas hasta terminar sudados, cansados y sumamente hambrientos. Pero lo último no les resultaba una molestia debido a que guardaban esperanzas de poder desayunar junto a Hércules. Esperaban que no se les hubiera adelantado. Algunos tenían la idea de ofrecerse a hacer de guía para el semidiós y pasear por el santuario haciéndole compañía mientras hablaban. Empero, no sería algo sencillo. Muchos deseaban ese honor y ser la elección del héroe era todo un desafío.

—¡Recuerden que no deben irse sin hacer algunos estiramientos o se lastimaran! —gritó León al ver a algunos corriendo hacia el comedor.

—¡Deprisa si corremos quizás alcancemos a ver a Hércules! —gritó uno a sus amigos.

—Es ridículo, seguro ya terminó de comer.

—Entonces hay que ir a buscarle para que no se pierda —sugirió otro con gran emoción.

Con gran rapidez la cantidad de personas que quedaban en el coliseo se vio reducida a un puñado de rezagados. Miles entre ellos estaba tirado en el suelo recuperando el aliento mientras Argus lo abanicaba. Nikolas había sufrido de primera mano un fuerte calambre una tarde que estaba entrenando junto a Talos, por lo cual hizo sus estiramientos debidos sólo para no revivir ese momento de dolor. Tibalt le daba una mano a su amigo para que no se lastimara en un mal esfuerzo.

—Nadie me está prestando atención —suspiró León con algo de tristeza al ver lo rápido que los aspirantes se dirigieron a la cocina o dispersaron para ver a Hércules.

Sísifo se había quedado un poco atrás para ir junto a su padre a buscar el desayuno. Se acercó al ex almirante quien estaba parado en el centro del coliseo aun con la cabeza gacha soltando largos suspiros. Cuando notó el gesto de tristeza que tenía el mayor puso una expresión preocupada. No le gustaba verle decaído y desde que el medio hermano de la pequeña bruja había llegado, su padre se veía ansioso y enojado. Todo producto de sus ganas de protegerlos a todos y su incapacidad de realizar cualquier acción por estar protegido por la diosa de la guerra y tal vez por Zeus. Para sagitario era evidente que León también fue capaz de notar la incomodidad de Adonis, pero por el momento pidió tiempo antes de contarles los detalles de su relación con el campeón de la humanidad. Siendo su padre alguien con complejo de "mamá gallina" imaginaba la rabia que debía tener por dentro al no poder protegerlos a todos. Los aspirantes estaban demasiado embelesados del recién llegado como para poder razonar con alguno, sólo se tenían entre ellos para protegerse y apoyarse.

—No les hagas caso, sólo están algo encandilados por el recién llegado. No son diferentes a niños que se emocionan con un juguete nuevo o una doncella con vestido que estrenar —comentó Sísifo restándole importancia al asunto.

—Los entiendo —suspiró León de nueva cuenta sabiendo que no era culpa de nadie sentir admiración o tener un ídolo—. Es sólo que parecemos tan desechables cuando toman este tipo de actitud.

—Las acciones verdaderamente importantes son aquellas que repercuten en la vida de los demás. Como tú conmigo —consoló el azabache sujetando la mano del adulto.

Aún era demasiado pequeño a comparación de la fornida figura del santo de leo. Por ese mismo motivo su mano entraba perfectamente en la palma morena. El adulto cerró un poco su mano envolviendo la de su niño sintiendo sus cálidos y frágiles dedos ser envueltos por su robusta mano. A veces olvidaba que físicamente lo superaba en varios aspectos. Por ejemplo, ahora mismo, León no dejaba de pensar que debía tratarlo con mucho cuidado o un poco de presión demás podría quebrarle las falanges. No importaba cuanto lo pensara o cuanto le dijeran lo contrario, su hijo se le hacía una cosita pequeña y tierna.

—¿Consentirte con dulces afectó la vida de otros? —bromeó el guardián de la quinta casa sintiendo que su ánimo mejoraba.

—Si no te hubiera conocido el ejército de Atena no existiría y tal vez yo no estaría aquí —confesó con sus ojos azules fijos en el mayor.

—Creo que nadie lo ve de esa forma —aclaró con el adulto con una sonrisa forzada.

—Pero es la verdad —afirmó sagitario mientras le daba un abrazo para ocultar su rostro en el pecho del mayor—. Tú eres mi héroe, papá —soltó sorprendiendo al mayor—. Qué ningún torpe semidiós con la cabeza llena de aire te haga olvidar que el "León del valor" no puede ser vencido como el de Nemea.

—¡Aww mi niño! —exclamó el castaño abrazándolo con todas sus fuerzas.

Eran raras, por no decir casi nulas, las veces en las que su niño lo llamaba "papá". Sin embargo, unir eso a que le llamara "su héroe" le causaba un nuevo nivel de orgullo. No conocía muchas figuras de renombre que causaran admiración a Sísifo. Apenas podía mencionar a Prometeo, a quien siempre señaló como un modelo a seguir por su astucia, pero sus sentimientos por el titán amigo de los mortales se había enturbiado por todos aquellos que se encargaban de estigmatizarlo por llevar su sangre en sus venas. También sabía del aprecio y respeto que profesaba por Artemisa como cazadora o a Apolo como músico. A regañadientes y con los puños apretados admitía que eran buenos en sus oficios. Conoció dioses, semidioses, titanes, reyes y todo tipo de criaturas, pero incluso aquellos que tenían la fama de ser "héroes" como Hércules, Perseo, Teseo y demás, no eran más que payasos a ojos de Sísifo. Probablemente su percepción se hallaba distorsionada por los sentimientos que los unían y eso lo hacía ser tan parcial, pero no podía negar que su pecho se llenaba de dicha por esas palabras tan dulces.

—¡Me estás dejando sin aire! —se quejó el azabache al sentir que estaba siendo asfixiado.

—Lo siento —se disculpó el castaño soltándolo.

—No dije nada sobre que me sueltes, sólo no aprietes tanto —aclaró Sísifo con las mejillas rojas.

—Te quiero mucho, mi niño —afirmó León volviendo a abrazarlo, pero con más cuidado para no aplastarlo.

—También te quiero mucho, papá —susurró bajito el de ojos azules.

No era que no le gustaran las muestras de afecto, pero había algunas que le causaban algo de pena por la efusividad. Especialmente era susceptible a las palabras cariñosas de León. Dentro de la realeza no era común ser tan abierto al respecto a las relaciones filiales. Incluso aquellos que eran "cercanos" eran algo fríos. Su hermano mayor Creteo, a pesar de ser el favorito del rey, de todas maneras, debía dirigirse a su padre como "señor". La máxima muestra de aprobación o afecto para un hijo era conseguir que el rey Eolo lo llamara "su orgullo" y con ello venía el título de príncipe heredero como primero en la línea de sucesión. No obstante, León lo abrazaba si hacía algo mal para consolarlo o lo hacía cuando hacía algo bien para felicitarlo. A veces hacía sus esfuerzos para expresar sus sentimientos hacia el adulto de manera más abierta. Quería hacerle saber cuánto lo quería, pero había estado acostumbrado tanto tiempo a expresar amor filial a su padre con obediencia y miedo que cambiar el hábito aún le daba problemas.

La diabética escena padre e hijo tenía pocos testigos, pero los había. Tibalt había oído de casualidad la conversación de los otros dos mientras ayudaba a su amigo con los estiramientos. Y fue en ese momento en qué varias dudas comenzaron a asaltar su mente. Para empezar, todos sabían que leo y sagitario no estaban relacionados por la sangre, pero el amor padre-hijo que se tenían compensaba cualquier otra cosa. Era un vínculo férreo, real y por lo apreciable, irrompible. Pero si no los unía la sangre, ¿de dónde venía Sísifo? Tenía algunas sospechas de que podría ser de la ciudad de Coritos o zonas circundantes debido a que reconoció su casi imperceptible acento de Siracusa, la única manera de que conociera un detalle tan insignificante era que proviniera de allí o de una ciudad vecina.

También había ciertos términos que usaba y otros que desconocía. Por ejemplo, según sabía Sísifo no conocía lo que era un eromeno. Eran muy pocas las polis en las que esa práctica no existía, entre ellas Corintos. Mas, el actual rey sólo tenía hijas, no había ningún príncipe heredero y si sagitario fuera el hijo del actual soberano se le hacía imposible imaginar que dejaran a su suerte al único varón disponible para tomar el trono. Incluso si era el producto de alguna aventura cualquier rey lo querría como hijo. Es más, apostaba a que de conocerlo el rey de Corintos le ofrecería sus hijas en matrimonio para poder "adoptarlo" y hacerlo formar parte de la familia real.

No era muy difícil descartar un origen noble de parte de León. Su manera de comportarse y sus historias acerca de alta mar como almirante dejaba claro que él no era quien educó a Sísifo como noble. Entonces, la única respuesta lógica era que el arquero nació dentro de la alta alcurnia. Si bien generalmente era caprichoso y mimado había detalles a los cuales nunca les puso atención. Por ejemplo, a pesar de la cantidad tan grande de aspirantes era capaz de captar la atención de todos sin gritar histéricamente. Se expresaba con clara muestra de haber recibido instrucción en oratoria y no desconocía los por menores de los banquetes entre gobernantes. ¿Sería acaso un prodigio? Siendo tan joven había aprendido lo que a él le había tomado años. Incluso su hermano mayor, Tyrone que era llamado genio en Siracusa no manejaba ese nivel hasta cumplidos los dieciséis años. Pero si Sísifo era un príncipe tan prodigioso ¿por qué estaba con León en vez de exigir su derecho de sucesión? ¿Provendría acaso de una tierra en desgracia? ¿Se estaría escondiendo de algún enemigo?

—¡Iugh demasiado azúcar entre el gato sarnoso y el caballo enano! —exclamó Pólux quejándose como de costumbre.

Aquello llamó la atención de los aludidos porque el aspirante de géminis lo había dicho especialmente alto para que lo oyeran. Como respuesta, León abrazó con mayor fuerza a su niño y su mirada se afiló como felino viendo de mala manera al semidiós. "Parece que todos son iguales al fin y al cabo". Pensó el castaño con ganas de golpearle por arruinarle el momento con su pequeño.

—Lo siento mucho —se disculpó Castor en nombre de su hermano—. Está de mal humor porque durmió poco y ahora tiene mucha hambre.

—No necesitas asumir la culpa por todo lo que hace tu gemelo —tranquilizó León sintiendo pena por todo lo que debía tolerar el mortal.

—Envidioso —insultó Sísifo al rubio mientras lo veía alejarse—. Sólo porque eres uno más entre el montón de bastardos que tuvo Zeus, no debes meterte en asuntos ajenos.

—Escucha bien, enano —gruñó el aspirante de géminis apretando los puños—. Mientras tú estás aquí perdiendo el tiempo con tu papi, quien sabe lo que está haciéndole Hércules a los demás.

—¡Deja de difamarlo! —reclamó Nikolas en un arranque de ira, pero al ver la mirada asesina del semidiós retrocedió y hasta bajó la mirada.

—Cuando ese maniático sexual los haga sus rameras veremos si siguen diciendo eso —reclamó Pólux mirando con fastidio a Nikolas y Tibalt que le dedicaban una mirada de reproche.

Sabiendo que de nada servía seguir allí perdiendo su tiempo con ese grupo de idiotas, el rubio semidiós aceleró el paso. Nunca era buena idea perder de vista a Hércules. Durante su viaje con los argonautas no le tomó mucho tiempo llevarse a la cama al mismo Jason. Lo cual era difícil de creer en un principio al ver lo centrado que se le veía en la navegación y la aventura que le esperaba. Luego de haberlo convencido de calentarle el lecho, lo siguiente que hizo el desgraciado fue volverse el líder de la expedición. A pesar de que para todas las personas que oyeron la historia el líder fue Jason, lo cierto era que Hércules tomaba las decisiones importantes influenciándolo en la cama. Lo que había comenzado como un viaje de valientes guerreros de alta mar se convirtió en orgías para diversión de Hércules. Esa era su manera de matar el tiempo mientras viajaban y era de lo más repugnante que había presenciado en su vida. Lo único bueno es que la máxima autoridad del santuario de Atena no caería en sus trucos, pero si seguían dejando que Hércules se saliera con la suya, no sabía qué podría esperar en el futuro.

—Vamos a desayunar y dejemos el asunto por la paz —pidió Tibalt dándole algunas palmadas en la espalda a su amigo instándolo a caminar rumbo al comedor.

—Tienes razón —aceptó Nikolas mirando como Castor le dedicaba una mirada difícil de descifrar.

¿Expresaba enojo por su fanatismo hacia el campeón de la humanidad? ¿Culpa por lo grosero que se comportaba Pólux? No quería creer que él también fuera alguien corrompido por una envidia malsana, pero esa costumbre suya de estar siempre con su gemelo como si fuera su sombra, le hacía sospechar que muchas ideas eran compartidas entre ambos.

—Nosotros también debemos ir a desayunar —mencionó León alzando a su niño en brazos para llevarlo.

Tibalt echó una mirada disimulada a esos dos aun sacando sus propias teorías acerca de los motivos de ser tan unidos pese a la clara diferencia de estatus. Tenía prácticamente confirmado que Sísifo era un príncipe, pero la pregunta seguía siendo de dónde y qué tan peligroso era hacerle enojar. Tal vez estaba en el santuario preparándose para su ceremonia de mayoría de edad. Algún arreglo especial entre su verdadero padre y la diosa Atena. No, eso era imposible. Una vez que se ingresaba al ejército de la diosa de la guerra era imposible abandonarlo. De hacerlo, sería catalogado como un traidor y condenado a la pena de muerte. Sería más sencillo ponerle un alto a sus burlas y ataques si tan sólo pudiera ubicar de manera precisa su origen. Haberse quedado expuesto ante sagitario fue el peor error de su vida. Había deseado dejar una buena impresión en Hércules y colocar en su boca el nombre de la ciudad que su padre gobernaba actualmente. Pensaba que podría ser beneficioso para Tyrone cuando asumiera el trono tener al campeón de la humanidad a su favor, pero todo lo que consiguió fue sagitario agitara un poco las aguas. Rogaba que desconociera la historia de su tierra natal o tendría material para estigmatizarlo durante mucho tiempo.

En su período de máximo esplendor, Siracusa fue dominada por una serie de tiranos, interrumpida por períodos mínimos de gobierno democrático y oligárquico. Dicha oligarquía era dirigida por los gamori o geomori, supuestos descendientes de los colonos originales. Conservaron el poder hasta que estalló una revuelta democrática y los gamori se retiraron a Casmena. La revuelta llevó después a una nueva revuelta; el tirano de Gela Hipócrates de Gela derrotó a los siracusanos en una gran batalla en el río Heloros, y ocupó la ciudad, pero por la intervención de Corinto y de Corcira se estableció una paz equitativa. Gelón de Gela abrazó el partido de los exiliados y conjuntamente con ellos, ocupó Siracusa y restableció el gobierno de los gamori, pero Gelón era el amo auténtico y pronto fue reconocido como tirano de Siracusa. Básicamente la historia de su tierra era de tiranía casi perpetua.

Sísifo no se había equivocado al señalar que ellos eran invitados muy pocas veces a eventos sociales. Nadie quería tenerlos cerca debido a su fama. Eran vistos como bárbaros sin control ni modales a causa de las constantes revueltas que se vivían. Muchos anfitriones habían expresado su miedo a que sus palacios se convirtieran en campos de batalla a causa de la familia real de Siracusa. El otro motivo por el cual no eran invitados era por su inestabilidad en el poder. Debido a los constantes cambios de soberano, de nada servía establecer acuerdos de cualquier tipo con el rey actual si al poco tiempo podían removerlo del trono y colocar a otra persona haciendo inefectivo cualquier tratado realizado por un gobernante anterior. Los que estaban en el poder no eran personas razonables, varias veces rompieron alianzas matrimoniales por capricho. Cada rey pensaba únicamente en sí mismo. Y dependiendo de la relación entre el destronado y el nuevo rey en asunción, se podía esperar cualquier cosa. Apenas ahora el rey Claus había conseguido un poco de estabilidad. Podía no ser el mejor padre, pero como soberano al menos cumplía decentemente su rol. Aunque para Tibalt sólo cuando su hermano mayor estuviera en el poder se podría hablar de verdadera prosperidad.

—¡Bienvenidos! —saludó Hércules recibiendo a los aspirantes con una gran sonrisa.

El semidiós se encontraba cargando varios enormes y pesados tablones de madera con sus propias manos. A su vez se le notaba con algunas vendas enrolladas en sus antebrazos que el día anterior no portaba.

—¿Qué haces con tanta madera? —interrogó Nikolas sin entender el motivo de estar trabajando—. Deberías estar guardando reposo.

—Estoy ayudando a reconstruir las mesas —respondió el hijo de Zeus bajando por un momento la carga que llevaba en sus manos—. Oí que tuvieron que cortar y prácticamente destruir sus mesas para hacerme mi banquete.

—Pero deberías estar descansando —mencionó Tibalt viéndolo preocupado—. El asunto de las mesas es algo que nos corresponde a nosotros. No podemos tratar como sirviente a nuestro invitado especial.

—Para mí no es ninguna molestia —tranquilizó Hércules con una brillante sonrisa—. No me siento a gusto si no puedo devolver, aunque sea un poco de toda la amabilidad que he recibido de todos ustedes desde que llegué.

Su discurso como siempre había sido impecable. Una muestra de humildad y deseos altruistas para sus anfitriones. Mientras todos estaban corriendo había estado trabajando a los encargados de la cocina. Unas cuantas palabras cálidas sumados a su sonrisa ganadora y los tenía soltando la lengua. Le habían contado acerca de diversas cosas a las que tuvo que poner falso interés para no develar sus intenciones por las comidas de la diosa Atena. Sin embargo, le había costado bastante fingir encontrar divertidas las largas y aburridas charlas acerca de sus labores en la cocina. Sólo hubo un par de cosas remotamente interesantes. La primera y principal, que su adorado Adonis comía solo en el templo de piscis. Siempre era alguno de los dorados quien le llevaba su bandeja de acuerdo con los turnos que ellos dispusieron en un acuerdo interno. La segunda de momento no le era útil de momento, pero podía tener algún fin en el futuro. Era un secreto a voces que Sísifo robaba dulces de la cocina. Si quisiera adulterarlos, tendría una buena oportunidad de hacerlo sin dejar pistas. El único problema es que carecía de alguna pócima de la verdad o algo que pudiera agregarles para interrogarlo a gusto.

Los trabajadores de la cocina no tenían siquiera una figura atractiva o algo que pudiera darles algún uso salvo la información ya expuesta por ellos. Había notado a varios con heridas que jamás sanarían del todo y sin mucha sorpresa descubrió que algunas fueron provocadas por su medio hermano Pólux durante una de las pruebas de la diosa Atena. No le extrañaba que fuera tan poco popular. Ni siquiera tenía un fiel séquito como cualquiera esperaría. De por sí su mal carácter ahuyentaba a todos como para sumarle recordatorios escritos en sus carnes para que jamás olvidasen haberse enfrentado al aspirante de géminis. Su querido medio hermano era el único que conocía bien sus hábitos amatorios, por lo mismo decidió aprovechar la oportunidad para reavivar el odio hacia él por dejarlos lisiados. No fue nada difícil, sólo hizo algunas preguntas para tocar puntos sensibles en los presentes y en cuestión de minutos los tenía jurando odio hacia Pólux. Era perfecto. Ellos mismos se encargarían de que ningún aspirante le creyera cuando hablara mal de su persona.

Luego de desayunar, los aspirantes asistieron a su clase con Ganímedes. Momento que Hércules aprovechó para ir donde los escribas del santuario. Si en la cocina nadie sabía del dichoso elixir, seguro que los encargados de registrar los acontecimientos más extraordinarios del santuario sí lo sabrían. Le era imposible pensar que Atena perdiera la oportunidad de presumir tener un elixir así de poderoso. Por lo mismo, ayudó a los escribas ofreciéndose a revisar los textos y organizarlos para ellos.

Ojeó diversos registros encontrándose con listas de la cantidad de aspirantes, la cantidad de santos dorados y demás datos de poca relevancia. Leía y leía viendo sólo la cantidad de alimentos que consumían a diario, la cuenta de todo lo usado para el banquete y los gastos invertidos en cada cosa. Nuevamente nada relevante. Incluso preguntando a los letrados lo único que recibió fue un: Cuando la diosa Atena regresa malherida su ángel la escolta a sus aposentos y luego sale completamente recuperada. Quizás era en la villa Atena donde estaba oculto. ¡Claro! Por eso es por lo que había doce casas custodiadas por santos dorados. Era todo para proteger ese secreto.

—¡Ganímedes! Hola, ¿cómo estás? —saludó Hércules mientras se acercaba al otro.

—Bien, gracias por preguntar —respondió haciéndole honor a su apodo de príncipe de hielo.

Acababa de terminar su clase en el río como de costumbre cuando se dirigió al comedor a buscar su almuerzo y el de Adonis. Agradecía tener esa excusa para mantenerse lejos de todos los demás. Especialmente quería estar lejos del maldito bicho doble cara que intentó jugar con sus sentimientos. Había pasado algún tiempo desde la última vez que le dedicó algún piropo o coqueteo descarado. Específicamente desde el momento en que se confesó a piscis. En cierto modo era molesto verle guardar fidelidad a una persona que no era su pareja aún. Empero, a él no le tuvo la misma consideración. Apenas le quitó los ojos de encima y estaba seduciendo a su amigo. Como fuera, lo último que necesitaba era tener que lidiar con el acoso sexual del hijo de su ex amante. A ese sí que no podía pasarle por alto los comentarios despectivos y condescendientes. Algo le había hecho a Adonis y pese a intuir los hechos, sabía gracias a Sísifo, que el rubio deseaba contarles a todos ellos lo acontecido. Necesitaba del apoyo moral de los dorados y quizás alguien que detenga a sagitario si se le daba por ir a matar a Hércules.

—Disculpa que te moleste —habló el semidiós en un tono bajo y calmado intentando transmitir paz—. Es sólo que mis heridas me duelen un poco, ¿podrías echarles un vistazo?

—Bien —aceptó acuario queriendo terminar rápido para irse. Le descubrió el antebrazo derecho quitándole los vendajes—. A simple vista parecen pequeños rasguños, pero no consigo curarlos —dijo extrañado de que su cosmos no lo estuviera curando como debía.

—Son heridas realizadas por un cosmos divino —explicó Hércules mirándolo con lascivia mientras su mano sujetaba la que intentaba sanarlo—. Una persona normal no puede sanarlo, pero quizás si usaras el elixir que usas para sanar a Atena.

—Yo no curo a la diosa —respondió acuario de manera tajante retirando su mano con brusquedad—. Nunca me lo ha pedido. Si eso es todo lo que necesitabas, con permiso —anunció retirándose, dejándolo solo y frustrado.

Las opciones eran cada vez más reducidas. Había interrogado a los aspirantes, trabajadores y hasta a uno de los sanadores. Su última oportunidad era sacarle la verdad a su antiguo ex amante, pero sería un problema también. Él generalmente usaba la fuerza bruta para someter a cualquier objetivo, pero a este no podría ni tocarlo sin arriesgarse a terminar envenenado. Los siguientes días, Hércules se dedicó a estudiar la rutina de los aspirantes. Era una suerte identificar el patrón para cada día. La repetición hacía más sencillo saber en qué lugar estaba cada uno de acuerdo con el momento del día. Por ejemplo, tenía claro que cuatro de los cinco dorados acudían a correr en la mañana, uno de ellos se ausentaba para llevarle la comida a piscis y las clases las daban de dos en dos. Siendo sagitario y leo un equipo y acuario con piscis otro. El mejor momento para hablar con Adonis sería cuando los mandara a buscar hierbas medicinales. Siempre que hacía eso, Ganímedes los seguía de cerca evitando accidentes mientras el santo venenoso iba por la retaguardia manteniendo una distancia prudente.

Adonis había estado sumamente intranquilo por la participación de Hércules en las clases de los dorados. Sabía de ello gracias a los demás, pero no dejaba de ser molesto. Fingía demasiado bien que nada malo sucedía e incluso se mantenía fuera de su rango de visión casi todo el tiempo. Empero, la sensación de miedo y de que algo malo pronto sucedería no abandonaba su cuerpo. Incluso le costaba mucho mantener su veneno bajo control, pues su cuerpo reaccionaba como si fuera por instinto aumentando su nivel de peligrosidad como defensa. Una señal inconsciente de parte de su propio organismo para tenerlo lo más lejos posible. Sin embargo, el miedo seguía allí. Hércules era muy inteligente e ingenioso cuando deseaba capturar a alguna presa. Si se había fijado tenerlo, seguramente ya estuvo planificando una manera de lograrlo.

—Hola mi querido Adonis —saludó Hércules apareciendo desde atrás de piscis—. Ha pasado mucho, mucho tiempo desde que estuvimos a solas en un bosque —dijo relamiéndose los labios al recordar aquel delicioso momento.

Las peores pesadillas del santo de las rosas parecían haber tomado forma delante de sus ojos. Allí, parado delante de él como si nada malo hubiera sucedido, se encontraba uno de los protagonistas de sus pesadillas más crueles. Sus ojos comenzaron a escocer deseando llorar y sus piernas temblaron notablemente para deleite del semidiós quien soltó una corta risa al darse cuenta de todo lo que estaba provocando en el pobre santo de oro.

CONTINUARÁ...

Siracusa

Link: wiki/Siracusa