Cap 38: Cuando la venda cae
Consolar a una persona era una tarea complicada. En especial cuando se trataba de una víctima que había sufrido de abusos sexuales, emocionales y físicos durante siglos. El daño en la psique del rubio era profundo, difícil de tratar e imposible de curar. Las cicatrices de los múltiples ataques sufridos a lo largo de su vida, —para su desgracia, durante cierto tiempo inmortal—, siempre lo acompañarían hasta el día de su muerte. Y nadie sabía cómo hacerlo sentir mejor.
Sísifo era muy consciente de que no estaba capacitado a darle palabras de aliento. Si no fuera por el veneno, habría intentado abrazarlo y prestar su hombro para que el rubio llorara hasta desahogarse por completo. Empero, teniendo en cuenta su rechazo al contacto físico, no poder tocarlo quizás era hasta beneficioso, pues no sabía cómo se sentiría si mientras revivía la experiencia a través de las palabras alguien lo tocaba. Algún tiempo atrás el guardián de la última casa había intentado tener pequeños contactos como tomarle de la mano a Sísifo o aceptar de buena gana las caricias en el cabello que le daba León. Tras el veneno, se supo condenado a vivir sin volver a sentir el calor de otro ser viviente.
Cuando llegaron a la casa de piscis, el rubio se apresuró a buscar rosas blancas y un antídoto para su amigo. A pesar de que el cosmos de Sísifo estuvo reprimiendo el suyo, era posible que se viera afectado por tanto tiempo luchando contra el mismo. Sagitario aceptó el antídoto y lo bebió antes de ayudarle a colocar diversas rosas blancas esperando la llegada de sus compañeros. No dispondrían de mucho tiempo y dependiendo de las emociones y el autocontrol de Adonis, podrían tener incluso menos del que especulaban.
Los primeros en asomarse fueron León junto a Shanti. Aun había veces en que se les olvidaba que el invidente ahora estaba a su mismo nivel. Poco después arribó Ganimedes viéndose algo acalorado. Cosa rara en el príncipe de hielo cuyas mejillas no se sonrojaban ni el día más caluroso que pudiera orquestar el dios Apolo. Una vez que estuvieron todos reunidos, se aseguraron de no sentir ninguna presencia ajena a la de los dorados. Por unos minutos que parecieron una eternidad, el silencio reinó. Estaban tensos y sin saber cómo dirigirse al santo venenoso sin causarle incomodidad. Naturalmente quien rompió el silencio fue el arquero, ya que siempre se caracterizó por ser alguien de poco tacto.
—No creo necesitar dar demasiado contexto del motivo para reunirlos a todos aquí, ¿verdad? —preguntó Sísifo mirando a sus compañeros.
—Es por el "invitado" —gruñó Ganimedes recordando con odio como se había atrevido a amenazar con violar a dos aspirantes.
—Así es —asintió el arconte del centauro sospechando que algo había ocurrido para poner de ese humor a acuario—. Como la pequeña bruja está fuera ayudando héroes y cosas así, estoy a cargo del santuario. Sin embargo, debido a que es su invitado, no puedo sacarlo sin una causa de peso, pero en vista de los últimos sucesos, creo necesario que compartamos la información que tenemos de momento acerca de su comportamiento.
—No puedes tratar mal al hijo de un dios, ¡es una herejía! —exclamó Shanti mirándolo con horror—. Ni siquiera deberías pensar en referirte de manera tan irrespetuosa a los hijos del rey del Olimpo.
—Shanti por favor cálmate y escucha, ¿sí? —pidió León colocando una mano en el hombro del menor.
El niño extranjero hizo un pequeño mohín al ser silenciado. Le parecía imposible que el hijo de un dios pudiera hacer algo malo. Y si fuera una mala persona confiaba en que la diosa Temis se lo comunicara. Así como hizo respecto a la diosa Atena cuando le encomendó guiarla a ella y a Sísifo. No obstante, la diosa de la justicia estaba en silencio. Ella no había dado ningún mensaje ni a favor ni en contra de Hércules. Si la deidad a cargo de hacer cumplir la ley no se manifestaba eso quería decir que no había hecho algo por lo que se le pudiera juzgar, ¿verdad?
Les gustara o no a sus compañeros dorados, todos ellos le debían lealtad y respeto a Atena. Si ella había dado la orden de alojar a su medio hermano, ellos debían guardar silencio y cumplir su tarea sin queja alguna. Aunque no podía dejar de pensar en el estado de piscis. Puede que desconociera su aspecto actual, mas podía percibir su cosmos; intenso, alterado y lleno de miedo. Si se concentraba lo suficiente era capaz de captar su tristeza y vergüenza. Por lo mismo, hizo caso al adulto y aguardó en silencio para conocer su versión o el suceso que lo había enemistado con el semidiós.
—Adonis —llamó sagitario viéndolo fijamente con un gesto de preocupación y cariño—. No es mi intención apresurarte en un tema que es claramente difícil para ti, pero debido a tu veneno tenemos poco tiempo para que nos digas quién es realmente Hércules —habló de manera seria—. Y más importante aún, qué fue lo que te hizo para hacerte reaccionar así sólo con su presencia —explicó mientras apretaba los puños intuyendo que lo que pudiera oír, no le gustaría para nada.
—Es muy evidente lo que está pasando, pero nadie te comentó nada hasta que estuvieras listo para confiar en nosotros —mencionó Ganimedes mirando al otro sanador.
—Aunque no puedas pasar tanto tiempo con nosotros como antes, recuerda que nunca dejaremos de preocuparnos por ti, ¿sí? —habló León viéndole de aquella manera paternal típica de él.
El santo de las rosas había necesitado bastante tiempo para poder recuperar un poco de la calma que había perdido. Se mordió los labios y alzó la cabeza mirando hacia el techo en un vano intento por hacer retroceder sus lágrimas. No deseaba llorar en un momento así, pero se sentía extremadamente sensible teniendo emociones tan fuertes y contradictorias arremolinándose en su pecho. Por un lado, estaba su miedo hacia Hércules y por el otro el cariño que les tenía a los dorados. Dada la amenaza proferida por el semidiós hacia los estudiantes no podía seguir escondiéndose de su pasado y tampoco deseaba darle el gusto al hijo de Zeus de dirigir su vida.
Su confianza hacia sus compañeros superaba cualquier sentimiento que el campeón de la humanidad pudiera generar en él. Se había estado guardando esto durante tiempo que no sabía cómo empezar exactamente. Por lo cual, tomó aire en una larga inspiración y miró fijamente a los presentes antes de sonreír. No estaba solo. Esta nueva vida que llevaba era una en la que ni siquiera su veneno era motivo de ostracismo. Tenía personas que genuinamente lo amaban. No más esas ideas retorcidas para justificar ataques lujuriosos, esto era verdadero aprecio de personas buscando su bienestar. Lo mínimo que sentía que podía ofrecerles era la verdad.
—Como ya saben la diosa Afrodita y Perséfone hicieron un acuerdo por el que pasaría cuatro meses con cada una y cuatro en el bosque —relató el rubio para ubicarlos en el contexto—. Al inicio yo no sabía qué hacer. Estaba solo y sin saber cazar o sobrevivir por mi cuenta. Nadie me había querido enseñar así que tuve que aprender por mi cuenta para dejar de ser sólo el que les calentaba la cama. La primera noche incluso lloré oculto en el hueco de un enorme árbol —dijo haciendo, sin saberlo, que Sísifo rememorara cuando Atena lo dejó en el templo abandonado—. Intenté conseguir frutas o algo que comer, pero cuando quise subir un árbol me caí y me lastimé mucho el brazo. Así que me acerqué al río para lavar mis heridas y beber agua.
El santo de piscis hizo una pausa luego de hablar tanto. Su boca se había resecado por lo cual necesitaba hacer pasar más saliva de lo normal. Además de que la primera parte de su historia era "tranquila". Debía mentalizarse para poner en palabras el horror que vivió después. La pausa era entendible para el santo de acuario. Aunque le sorprendió un poco que los más habladores también estuvieran en silencio. Al observar de reojo a León notó incomodidad. Y no era el único. Sísifo también se veía inquieto. Ambos santos de fuego habían notado un parecido peligroso con el día en que ellos se conocieron y un horrible escalofrío les había recorrido la espalda al pensar en "¿qué hubiera pasado si en vez de León quien se acercaba a Sísifo resultaba ser alguien como Hércules?". No culpaban a Adonis por haber confiado en el semidiós. Después de todo, estaba solo, herido y asustado cuando un héroe se le acercó a darle ayuda.
—Cuando conocí a Hércules él fue muy encantador y amable conmigo. Igual que lo fue con todos al llegar al santuario —dijo Adonis viendo los leves asentimientos de algunos dorados dándose cuenta de que ellos se percataron de su falsedad—. Y-yo no sabía nada acerca del bosque y estaba lejos de todos con la oportunidad de aprender a cazar. Había deseado aprender a usar el arco y la flecha desde hacía tanto que cuando Hércules dijo que podía enseñarme yo… me emocioné —admitió como si aquello fuera alguna clase de secreto—. Pensé que tenía mucha suerte de encontrarlo y que… que… me llamara amigo. Así que estando en confianza decidí contarle sobre mis dudas —susurró lo último siendo una clara señal de que se estaban acercando a lo peor—. En el Olimpo todos decían que yo era una ramera por vender mi cuerpo a cambio de favores. La diosa Artemisa se había negado a enseñarme por ser una ramera. Así que le pregunté a Hércules si yo… si yo… era eso que decían de mí. Si yo era malo y sucio —soltó con las lágrimas agolpadas en sus ojos apretando su propia ropa con pudor—. Comencé a llorar y al principio parecía querer consolarme, pero en la primera oportunidad en la que bajé la guardia... Él saltó sobre mí. —Su voz tembló tanto que por poco esa simple oración casi se volvió un acertijo—. Me sujetó de las muñecas cuando intenté quitármelo de encima y me las rompió de tan fuerte que me sujetó.
Para ese punto todos sabían lo que vendría. León estuvo tentado a pedirle que se detuviera. Qué los detalles que agregará serían sólo morbo que no era de su interés. Sólo con medio relato sentía deseos de ir a buscar a ese semidiós y partirle el cuello con sus propias manos. No obstante, era consciente de que si no le permitían al santo de piscis liberar todo lo que llevaba guardado puede que nunca volviera a tocar el tema y por siempre sería una espina clavada en su corazón. Esto no era por ellos, era por Adonis. El verdadero veneno en su interior no estaba en su sangre sino en sus memorias. En esas heridas que no dejaban de supurar y de vez en cuando sangrar. Fuera por la diosa Afrodita, el semidiós o cualquier persona que se le asemejaba físicamente siempre habría alguien sacando a flote su trauma pasado.
Incluso él mismo había sido motivo de desconfianza para el santo de piscis. Con lo hablador y comunicativo que era su niño no tardó en enterarse que Adonis le había preguntado si ellos alguna vez habían mantenido relaciones sexuales. Si es que le había "cobrado" su cuidado. León soltó un corto suspiro. Lejos de sentirse ofendido por la impresión que Adonis alguna vez tuvo de él, sintió pena del motivo de esa línea de pensamiento. Nuevamente en su cabeza llegaba un "si hubiera…". Si tan sólo a ese árbol de Mirra hubiera llegado alguien como él o Talos, la vida de Adonis podría haber sido mucho más feliz. Habría tenido figuras parentales que no lo vieran con morbo y no ensuciaran su percepción del amor. No podía modificar ese suceso, pero él estaba aquí y ahora para el rubio. Soportaría ese relato y compartiría su dolor como si fuera propio. Pese a la impotencia, su prioridad estaba clara en esos momentos: oírlo sin juzgarlo y darle contención.
—Luego de eso rompió mi ropa —hipo un poco con su nariz llenándose de mucosidad, así como sus ojos de lágrimas—. No fue para nada cuidadoso. Él… él se introdujo en mi cuerpo y se movió como una bestia en celo. ¡No importaba cuánto gritara o llorara no se detenía! —exclamó cubriéndose la cabeza con ambas manos—. Sentía como si en cada penetración estuviera acuchillando directamente mi alma y él sólo reía diciendo que eso es lo que nos merecemos las rameras —sollozó sin aguantar más soltar berridos desesperados—. Decía que eso estaba bien porque me amaba mucho y que era el precio por enseñarme a cazar. Quise asustarlo diciéndole que se lo contaría a mis madres que siendo diosas tenían más estatus que él —rememoró con una sonrisa rota antes de apretar las piernas sintiendo como si estuviera a punto de orinarse encima—. Me dijo "Mírate, ¿quién creería que un héroe como yo necesita violar de alguien que se entrega al primer favor?" —repitió con voz trémula.
El santo de acuario apretó los dedos que mantenía ocultos tras sus brazos cruzados. Luchaba por mantener la cabeza fría que se requería en esos momentos, pero era una tarea titánica. Conocía bien la personalidad de Adonis; era amable, sensible y si bien a veces tenía su carácter cuando se enojaba, por lo general solía ser una persona que miraba por los demás primero antes que por sí mismo. Apenas podía contener sus ansías de echar a patadas a Hércules antes de que repitiera lo que le hizo a Adonis con alguien más como Miles o Argus, a quienes claramente tenía en la mira. "Si yo estoy así, ¿cómo estará Sísifo? No ha hecho ningún comentario hasta ahora". Pensó el príncipe de hielo girando su mirada rápidamente hacia su compañero. Lo que vio no le había gustado para nada. En esos momentos el arquero estaba claramente furioso y cerraba sus manos en puños con clara intención de mitigar sus deseos de ir por la cabeza del semidiós. Su cosmos comenzó a crecer listo para el ataque. Tras comprobar que Adonis no parecía tener intenciones de continuar su relato, sagitario se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la puerta.
—¡Sísifo! —llamó Ganimedes alertando a al ex almirante, quien saltó sobre su niño para retenerlo contra el suelo.
—¿A dónde vas, jovencito? —interrogó León sujetándolo por la nuca como hacia con Caesar.
—¡A matar a ese malnacido hijo de puta! —gritó el arquero lleno de ira.
Sísifo había gastado toda su paciencia oyendo aquel relato hasta el final. Recordaba cuando conoció a Adonis y le preguntó si no le saltaría encima fingiendo consolarlo. En aquel momento no había entendido el significado de esas palabras. Había pensado que su propio ego respecto a su belleza le hacía creer que todos los que lo miraban buscaban eso de él. Le había tomado algo de tiempo atar cabos y captar que la razón de no poder confiar en nadie y creer que todos querían poseerlo venía de las diosas depravadas y ese héroe hipócrita.
—¡No puedes hacer eso! —afirmó acuario mientras usaba su cosmos helado para entumecerle el cuerpo e incapacitarlo para moverse libremente—. Siendo el ángel de Atena, si ofendes a su invitado te ganarás el odio de la diosa y de todos en el santuario.
—¡Para lo que me importa! —replicó el infante haciendo arder su cosmos intentando liberarse—. ¡¿Olvidas que fui un rey impío?! ¿O que soy el más odiado por los dioses? —cuestionó con sarcasmo—. Soy odiado por los cielos, los infiernos y la humanidad en general. Al menos les daré un buen motivo para hacerlo.
El santo de virgo había guardado silencio. "Observaba" la situación sin estar seguro de qué bando tomar. ¿Debería seguir apoyando a todo ente de origen divino o darle su favor al rubio mayor? Deseaba con todas sus fuerzas que la diosa Temis le guiara por el camino correcto que lo llevara a la iluminación. Él no era particularmente cercano a ninguno de los presentes. Y ellos ya tenían varias historias detrás. Anécdotas que los unían y memorias que constituían los lazos entre ellos. Era normal que sus sentimientos nublaran su juicio cuando sentían que uno de los suyos era atacado. Cualquier palabra que pudiera decir en esos momentos sería algo frívolo y banal. Sus palabras no calmarían a Adonis y temía empeorarlo todo. No era lo suficientemente insensible como para obviar la voz completamente desesperada de piscis. Su relato parecía real, al menos así lo creía Shanti, pero ¿qué proseguía hacer? Ellos no tenían la autoridad para juzgar al hijo de Zeus.
—¡Cálmate, Sísifo! —ordenó el propio Adonis con autoridad pese a las lágrimas que aun surcaban su rostro causando que se silenciara por la sorpresa—. Lo que me sucedió fue horrible y no niego el miedo que le tengo a Hércules, pero si les estoy contando esto no es para que te suicides de la forma más estúpida posible —explicó respirando pesadamente—. Tiene en la mira a otros aspirantes y debemos detenerlo. En estos momentos necesitamos tu astucia, no tu rabia ciega —señaló con dureza.
El santo venenoso se veía bastante lamentable; sus ojos estaban enrojecidos, las lágrimas dejaron marcas en sus mejillas y los mocos en aquel estado tan líquido caían sobre sus labios a pesar de sus intentos por limpiarlos con el dorso de su mano. El único sentimiento que había conocido hasta ahora era el miedo, pero viendo a su amigo estar a punto de dejarse llevar por sus emociones se sintió con la obligación de actuar. Sísifo solía ver rojo cuando algo le tocaba una fibra especialmente sensible y coincidía con Ganimedes sobre lo peligroso que era sagitario cuando la ira lo dominaba. Si querían proteger a todos debía recuperar la compostura. Él era el santo de piscis y desde que vistió su armadura dorada se prometió ser un digno guerrero. Alguien que ya no agacharía la mirada con vergüenza por culpa de su pasado. Que sus estudiantes debieran tomar cartas en el asunto para protegerlo era un grave retroceso que debía remediar antes de que el semidiós cumpliera con sus amenazas.
—Hércules no sólo persigue a los aspirantes, también está en busca de un supuesto elixir mágico de Atena o algo así —mencionó el santo de acuario de manera pensativa—. Creo que, si le decimos a Atena acerca de que está hurgando en sus secretos, lo sacara de aquí antes de que lo encuentre.
—Sí, es verdad —secundó Adonis con un gesto de esperanza de haber conseguido una excusa para sacarlo.
—¿Qué elixir? —interrogó León confundido respecto a ese tema.
—No estoy del todo seguro —respondió Ganimedes colocando una expresión pensativa—. Ha estado preguntando sobre cómo Atena puede sanar de la noche a la mañana todas sus heridas.
—La diosa no permitiría que le robe o si lo hace entonces ella montaría en cólera —exclamó el guardián de la quinta casa sintiendo que al fin se desharían de ese molesto semidiós.
—Eso será inútil —suspiró Sísifo sonando un poco más calmado que antes—. El elixir que está buscando no podrá encontrarlo.
—¡¿Tú sabes dónde se encuentra?! —cuestionó Adonis mientras lo veía incrédulo—. Para empezar, ¿esa cosa realmente existe?
—Pensé que Hércules había malinterpretado algo —opinó acuario con el ceño ligeramente fruncido.
Le irritaba saber que nuevamente Sísifo tenía secretos ocultos de ellos. A estas alturas, ¿realmente podían considerarse compañeros siquiera? Había tanto que sagitario les ocultaba deliberadamente. No le sorprendía que supiera de la existencia de aquella pócima o lo que fuera, siendo el ángel de Atena, era esperable por ser el más cercano a ella. Pero ¿cómo se debía sentir al caer en cuenta de que un extraño al santuario supo de algo que sucedía en sus narices antes que ellos mismos? Además, no entendía la razón de que sólo Sísifo supiera de la existencia de aquella cosa. ¿Quería decir acaso que la diosa los creía capaces de robarle su secreto?
—Hay una medicina especial que Atena utiliza cuando es herida por un cosmos divino, pero Hércules jamás podrá obtenerla. De eso estoy completamente seguro —afirmó el niño de ojos azules sin ningún atisbo de duda—. Sin embargo, si eso es lo que busca podría ser una oportunidad para tenderle una trampa.
—Creo que deberíamos hablar de eso después de la cena —sugirió Adonis mirando a su alrededor—. Las rosas ya no son blancas.
—Además has pasado por un día demasiado complicado y necesitas descansar—opinó León observando a piscis con preocupación—. No me gusta la idea de dejarte solo justo en este momento, pero...
—Descuiden —tranquilizó el dueño de la casa con una sonrisa amable—. Yo necesito tiempo para poner en orden mis sentimientos e ideas antes de poder ser de utilidad para planear alguna estrategia.
—Dejé a Talos a cargo de los aspirantes para llevar a cabo esta reunión —comentó León antes de olvidarse—. Le pediré que venga con nosotros después de cenar para saber si Hércules hizo algún movimiento luego de nuestra retirada.
—Es lo ideal —aceptó Sísifo asintiendo con la cabeza dando permiso a la participación de Talos—. Mientras más información tengamos sobre Hércules podremos planear como adelantarnos antes de que cause algún daño irreparable.
—Me toca traerte la cena, así que comeremos juntos —mencionó Ganimedes antes de salir del templo de piscis.
—Nos vemos más tarde —despidió sagitario de Adonis mientras León y Shanti también le hacían gestos con la mano y la cabeza respectivamente antes de salir de su templo.
Adonis se quedó finalmente solo en su templo tiempo que aprovechó para llorar con todas sus fuerzas. "Esta es la última vez que lloraré por mi pasado". Pensó decidido a soltar aquello que le dañaba. Si Afrodita y Hércules eran incapaces de aceptar su nuevo estilo de vida le daba igual. Les haría saber por las malas que ahora era un hombre nuevo. Era un orgulloso guerrero al que nadie volvería a tocar como quisieran y más importante aún, ahora era capaz de proteger a otros. Se recriminaba haberse paralizado por el miedo. Era contra ese sentimiento con lo que no deseaba perder. Si no, ¿cuál era la diferencia entre la llegada de la diosa del amor y el hijo de Zeus? Vestir su armadura dorada debería ser símbolo de que nada era como antes, pero si seguía huyendo, las personas que lo apreciaban serían heridas. Debía demostrar todo lo que había aprendido. No volvería a ser un lindo objeto de decoración. Si Hércules hacía algo indebido, él mismo debía ponerle un alto con sus rosas. Con esa resolución en mente sus ojos enrojecidos por el llanto anterior tomaron un nuevo brillo de determinación.
Mientras los dorados habían tenido su reunión, tal y como se le había pedido a Talos, éste se hizo cargo de mantener a todos repasando sus lecciones. Resultó un poco complicado debido a la presencia de Hércules. No le molestaba que su héroe estuviera allí haciéndoles compañía, pero debía reconocer que tenerlo contando anécdotas de sus viajes hacía que el tiempo corriera deprisa. La mayoría de los aspirantes eran capaces de percibir y hacer sentir su cosmos a sus compañeros. Los más experimentados poseían un buen control capaz de aumentar sus habilidades físicas para fortalecer sus golpes o aumentar su resistencia. Sin embargo, aún estaban demasiado lejos de los santos dorados. Ellos sólo tomaban como aprendices personales a aquellos con una capacidad destacable o gran afinidad a alguna de las armaduras como era el caso de los gemelos. A Talos le preocupaba que se estuvieran relajando demasiado por el invitado y perdiendo de vista su meta de volverse santos dorados. Casi no hubo diferencia entre el tiempo de repaso y el de ocio porque básicamente en ambos casos todos aprovecharon para haraganear.
—Creo que mejor iré a ver cómo están esos dos —suspiró Talos con preocupación.
Su ausencia ni siquiera fue notada debido a que toda la atención estaba centrada pura y exclusivamente en Hércules. Algo que el mencionado disfrutaba enormemente. Talos no podía sacarse de la cabeza las dudas que comenzaban a ahogarlo. Jamás había imaginado que Sísifo y Hércules fueran tan hostiles entre ellos siendo que ambos eran héroes defensores de la justicia. ¿Debería tomar un bando en esa disputa? No quería tener que decidir entre uno y otro, pero parecía que sus compañeros no opinaban de la misma manera. Oyó diversos comentarios venenosos señalando a sagitario como alguien envidioso hambriento de atención. Especialmente de parte de Tibalt y Nikolas, con quienes practicaba en solitario a menudo.
Aunque en el caso de ellos, el rencor era un tanto personal, pues el príncipe se sintió ofendido por las palabras del menor durante el banquete. El adulto se sentía en parte responsable por haberles contagiado su fanatismo hacia el semidiós. Conoció a Sísifo cuando su fama apenas estaba iniciando y no veía muchas diferencias en él antes y después. Siempre fue orgulloso, arrogante e irritante cuando se lo proponía, pero si se lo trataba bien, devolvía la cortesía. Le daba la razón a León al describirlo como un cachorro de personalidad parecida a la de Caesar.
Hércules por otro lado era el héroe perfecto que imaginó. Siempre correcto, atento y servicial. Sin siquiera alguna palabra mal sonante en su haber. Entonces, ¿por qué comenzaba a sentirse intranquilo con su presencia? Como si algo no estuviera bien. Quizás porque algo que definitivamente no estaba bien era el miedo de piscis, Miles y Argus. Por esa razón aprovechando que el semidiós los tenía a todos reunidos en un mismo lugar, es decir, el comedor a la espera de la cena iría a ver a los otros dos. Aunque no confiara en Pólux, sí le parecía que Castor era un buen muchacho. Si algo sucedía él lo evitaría o sabría decir la verdad. Se le acercó discretamente y le pidió hablar en privado fuera del comedor.
—¿Qué sucede, Talos? —interrogó Castor sin entender la actitud del otro.
—Necesito que me hagas un favor —respondió el castaño observando a sus alrededores para asegurarse de que nadie los estuviera oyendo.
—Si puedo ayudarte en algo, lo haré. Dime qué necesitas.
—¿Podrías vigilar a los aspirantes hasta que lleguen los dorados? —preguntó el adulto mirándolo suplicante—. No quiero que causen problemas en mi ausencia, pero también necesito ver cómo se encuentran Miles y Argus.
—Te recomiendo que estés muy atento a esos dos —advirtió el gemelo menor cruzado de brazos—. Tal vez no me creas, pero Hércules los tiene en su lista negra y puede hacerles cosas muy malas si te descuidas.
—Pero él es un héroe —replicó Talos con algo de inseguridad al recordar la oreja lastimada de Miles—. Seguramente hay alguna clase de malentendido —intentó racionalizar—. Como la maldición de Hera o algo de ese estilo.
—¿Usarás esa excusa para hacer sentir mejor a esos que pretendes proteger? —interrogó Castor viéndolo con cierto enojo—. ¿Qué harás si Giles resulta violado brutalmente por tu héroe? ¿Le dirás acaso que no llore porque lo hizo sin querer? —interrogó el gemelo menor.
No deseaba sonar tan duro contra el mayor sabiendo que por lo general se trataba de una buena persona. Alguien que evitaba juzgar por las apariencias y velaba por todos de la manera más justa posible. Mas, esa situación lo estaba superando. Su gemelo no podía dormir tranquilamente y ambos compartían la ansiedad y el estrés a la espera de verlo atacar. Incluso Pólux parecía estarse sintiendo cada vez más débil. Entre ellos no había secretos, pero sí cosas de las que no hablaban con libertad. Entre ellas se encontraba cualquier signo de debilidad por parte del inmortal. No obstante, no necesitaba de palabras para notar como cada vez se le acentuaban más las ojeras y se volvía más torpe y distraído.
La falta de sueño y el estrés le estaban pasando factura al mayor lo cual pronto podría convertirse en una oportunidad de oro para que Hércules lo sometiera como siempre quiso. Quisiera o no, Castor sólo podía rogar que sagitario hiciera honor a su título de Ángel y perdonara las descortesías y diferencias que tuvo con Pólux en el pasado. Por lo que había conseguido ver, era su última línea de defensa, pero en el momento en que Sísifo cayera en desgracia el santuario podría convertirse en algo similar a lo que fue el barco de Jasón. Y no faltaba mucho para que ese día llegara viendo como la lealtad de la mayoría estaba con Hércules y la opinión en general del Ángel de Atena iba desmejorando por culpa de las habladurías de semidiós y su séquito.
—Yo no dejaría que eso sucediera —susurró Talos con palabras temblorosas.
—¿Aún si eso significará ganarte el odio de tu héroe? —interrogó Castor recibiendo como respuesta sólo silencio—. Mantendré todo vigilado junto a mi hermano. No dudo que pronto arribarán los dorados, así que ve tranquilo —prometió el gemelo menor mientras le daba algunas palmadas en la espalda.
—¡Muchas gracias! —exclamó Talos con una gran sonrisa.
Se fue de allí sintiéndose un poco aliviado de que Castor estuviera atento a todo. Aún se resistía a creer que Hércules pudiera ser alguien malvado capaz de lastimar o violar a otros, pero estar atento no le haría daño. Especialmente porque Miles estaba sangrando cuando lo vio. Necesitaba comprobar por sus propios medios qué fue lo que había sucedido cuando nadie miraba. Llegó rápidamente a los dormitorios y al entrar lo primero que tuvo que hacer fue esquivar unas sandalias lanzadas a su cabeza. Al inicio no supo de dónde vino el ataque, pero con un rápido barrido de su mirada se dio cuenta que Miles y Argus estaban escondidos casi en una esquina sujetando jarrones y bandejas donde generalmente ponían la comida. Se preguntaba de dónde habían sacado eso, pero no era tan prioritario como averiguar la razón de comportarse así.
—Chicos soy yo, Talos —habló fuerte y claro para que supieran que se trataba de él—. Vine para saber cómo se encuentran.
—Oh estamos bien. No te preocupes —suspiró Miles mientras volvían a acomodarse en las camas.
Al adulto les dolía verlos así de asustados al punto de atacar a quien se acercara a la habitación. ¿Realmente habrían descansado algo? Con ese nivel de paranoia quizás estuvieron despiertos y alertas todas esas horas que los creyó dormidos. Además, claramente le estaba mintiendo al decirle que se encontraba bien, siendo demasiado evidente lo contrario.
—Déjame ver tu oreja —pidió Talos acercándose lentamente al ex eromeno —. Vengo a curarte.
Tras algunos momentos de silencio hubo un movimiento de cabeza dándole permiso. Ante el asentimiento de Miles, procedió a acercarse despacio y con sus dedos movió delicadamente el cabello para ver mejor. La herida poseía una costra conformada por la sangre seca. Encontró la marca de dientes claramente marcados. Adonis nunca haría algo como eso y si hubiera usado sus rosas para causarle un corte se vería una línea recta. Esto era una evidencia irrefutable de que debía hacer algo tal y como le sugirió Castor. Sin embargo, sólo para no dejarse nada sin verificar quería oírlo de los menores.
—Seré honesto con ustedes —habló el adulto sentándose de rodillas delante de ellos—. Vine a preguntarles, ¿qué les hizo Hércules antes de que yo llegara? Y, Miles ¿la herida en tu oreja la causó Adonis realmente? —preguntó directamente viéndolos a ambos alternadamente—. Prometo creerles pase lo que pase. Así que, por favor, díganme la verdad para poder ayudarles.
El castaño había tratado varias veces con ese tipo de situaciones. Niños culpándose a sí mismos por ser atacados todo debido a los comentarios que les hacían sus agresores. Todos buscando excusarse. Siempre acusando a los menores de haberlos seducido o provocado de alguna manera. Castor tenía razón al decirle que no podía justificar el actuar de Hércules culpando a la maldición de Hera. Si hiciera eso ahora, ¿en qué se diferenciaría de aquellos que le daban la espalda a los niños que él acogió? No tenía tal desfachatez como para decirles a los jóvenes delante suyo que olvidaran cualquier cosa realizada por el semidiós en un acto de locura. Impulsado por su sentimiento de querer protegerlos, los envolvió en sus brazos y los atrajo hacia su pecho acunándolos con cariño.
—Yo estoy de su lado sin importar lo que suceda. Sólo sean honestos conmigo —suplicó el mayor al sentirlos temblar.
El ex prostituto tenía sentimientos complejos en esos momentos. Durante mucho tiempo se las había arreglado por su cuenta sin contar con nadie. Es más, era él quien brindaba ayuda a los pequeños cuando los veía siendo molestados por los adultos u hombres depravados. Sin embargo, esta situación lo había superado. No sólo porque sintió que podía morir sino por el peligro en el que estuvo Argus y las crueles palabras del semidiós. Él dependía demasiado de que otros lo salvaran y tuvo miedo de ser tratado como un mentiroso. Después de todo, era una verdad que su palabra no tenía valor para muchos. Por haberse prostituido era lógico esperar que los "verdaderos hombres", como les gustaba hacerse llamar, lo vieran como una simple ramera sin dignidad o derecho a réplica. Por eso mismo oír a Talos dándole valor a su palabra, afirmando que le creería sin importar qué, le conmovía al punto de las lágrimas. Debido a su edad no se había planteado la posibilidad de tener un padre adoptivo, pero "Al infierno con eso. Si Sísifo teniendo más de quinientos años puede ser adoptado, yo también". Pensó Miles tomando aire para hablar.
—Argus y yo vimos a Hércules molestando a Adonis. Intentaba obligarlo a darle un elixir mágico de Atena creo —explicó el ladrón sujetándose con fuerza al adulto—. Nos amenazó con sodomizarnos si volvíamos a interferir, pero… pero…
—Lo intentó cuando vinimos aquí a descansar —completó Argus igual de tembloroso que su compañero—. Nos acorraló contra la cama e incluso mordió a Miles. ¡Esa herida no la hizo Adonis!
—¿Es eso cierto? —preguntó Talos con calma acariciando suavemente la espalda del ex eromeno para oírlo de él, pese a creerle a Argus quería que saliera de los labios de ambos para no dejar lugar a dudas.
—Argus dice la verdad —corroboró Miles mientras alzaba la miraba lloroso por la rabia y la vergüenza contenidas—. Hércules fue el que me mordió cuando pretendía cumplir su amenaza.
—¿Por qué no dijeron nada antes? —interrogó Talos asustado por la integridad de esos dos.
—¿Quién nos creería? —preguntó Argus con una sonrisa irónica llena de dolor—. Aunque habláramos seria en vano porque para todos Miles es una simple ramera y yo un loco —gimoteó un poco ocultando su rostro en su pecho.
—Además dijo que tú no nos creerías porque eres su fanático —confesó el ex ladrón desviando la mirada—. También nos dijo que violaría a Pólux y que Sísifo perdería su título de "ángel".
—Les creo, chicos. Yo les creo —afirmó el adulto aferrándose a ellos con fuerza—. No dejaré que les haga daño. Prometo avisarles a los dorados y estar atento, pero por favor no me vuelvan a ocultar algo como esto —pidió con su cuerpo temblando de miedo, tristeza y decepción.
"Si en aquel momento yo no hubiera venido, ¿qué les habría hecho? ¿Qué pudo hacerle a Giles y al resto? Jamás podré perdonarme esto". Pensó el mayor consumido por la culpa. Había evitado tomar bandos respecto al choque de poder que existía silenciosamente entre Hércules y Sísifo. Por querer mantener la neutralidad estuvo a punto de presenciar un acto aberrante. Incluso Giles pudo haberse visto involucrado. "¡Por los dioses! Aquellas palabras sobre disfrutar atenderlo están cobrando un nuevo matiz. Castor tenía razón. Hércules tiene en la mira a mis pequeños y por mi fanatismo, ni siquiera creían que podrían pedirme ayuda". Reflexionó Talos sufriendo una gran decepción. En esos momentos no podía evitar sentir asco por sí mismo. Él había dedicado años a seguir su ejemplo e intentó ser cómo Hércules. ¿Qué estuvo haciendo todo ese tiempo? ¿Eso es lo que soñaba ser? ¿Un héroe de imagen intachable que violaba a los más débiles a escondidas? Debía hablar cuanto antes con los dorados. Ellos deberían tomar cartas en el asunto siendo los que estaban a cargo.
Durante varios minutos les permitió a los menores llorar en la seguridad de sus brazos. Necesitaban desahogarse y descansar tranquilos. La situación había sido demasiado traumática y requerían de un sitio seguro. Por lo mismo, Talos se saltó la cena y en lugar de eso, prestó sus brazos como almohadas para velar por el sueño de los convalecientes. No le importó saltarse la hora de la cena y quedarse sin su ración. Y se mantuvo con los menores hasta que varios aspirantes llegaron para dormir, entre los cuales, algunos le informaron que León estuvo buscándolo y le avisaron que estaba cuidando a los envenenados. El dorado se mostró comprensivo y pidió que fuera a verlo a la casa de piscis cuando se desocupara. Tuvo dudas sobre ir en su busca dejando a Miles y Argus solos luego de la experiencia descrita anteriormente. Considerando que Hércules dormía junto a los aspirantes en los dormitorios estaba reticente a retirarse, pero también lo sabía necesario. Especuló que los dorados querían un informe sobre las actividades realizadas durante su ausencia, con esa oportunidad podría comunicarles el incidente que descubrió. Para su fortuna, vio a Castor llegando, sacándolo de su dilema.
—¿Aclaraste tus ideas? —interrogó el gemelo menor viéndolo seriamente.
—Así es —respondió Talos devolviéndole la mirada—. ¿Puedes? —preguntó haciéndole un gesto con los ojos para que viera el estado de sus niños.
—Cuenta conmigo —aseguró Castor sentándose cerca de los aún dormidos Miles y Argus.
Echó un rápido vistazo a esos dos notando las marcas de lágrimas en sus mejillas enrojecidas. Maldijo por lo bajo que el maldito semidiós se les haya escabullido para hacer eso, pero agradeció que la ignorancia de Talos en aquel momento forzara a Hércules a retirarse para mantener su fachada. Sin embargo, cada vez le importaba menos disimular. Con casi todos de su lado sólo era cuestión de tiempo para hacer lo que quisiera. Con su hermano debilitado y Atena ausente sólo les quedaban los dorados para detenerle. Talos partió de los dormitorios a toda prisa deseando regresar lo más pronto posible. A su vez, había elegido irse rápido para evitar toparse con Hércules. No estaba seguro de lo que intentaría hacerle si lo viera en esos momentos. Todo ese tiempo dedicándoles palabras y sonrisas amables, sólo para que nadie se diera cuenta de sus verdaderas intenciones. Se sentía estúpido por haber caído en un truco tan lamentable. Corrió a toda velocidad por los escalones de piedra que separaban las casas de los dorados hasta llegar finalmente a piscis. Al entrar notó el ambiente pesado y los rostros serios de todos.
—Te hemos llamado aquí para hacerte una pregunta —dijo León aclarando el asunto para que no tuviera miedo—. No estás en problemas ni nada similar. Así que por favor respóndenos honestamente.
—Antes que nada, me disculpo por ser grosero e interrumpirlos, pero esto es una emergencia —habló Talos claro y sin rodeos—. Quisiera informar de un incidente sucedido en los dormitorios esta tarde —dijo haciendo una pausa para continuar—. Hércules atacó a Miles y Argus.
—¡Ese maldito se atrevió a ¿qué?! —exclamó Sísifo tentado a ir a buscarlo, pero se calmó un poco recordando las anteriores palabras de Adonis acerca de que lo necesitaban calmado—. ¿Ellos cómo están?
—Asustados, pero sin heridas de mayor cuidado —respondió Talos.
—Aun así, iré a revisarlos más tarde sólo para estar seguro —comentó acuario con un rostro inexpresivo.
—Nosotros te llamamos para preguntarte respecto a si hubo algún movimiento sospechoso, pero nos has ahorrado los rodeos —aclaró León mientras se acercaba a su niño temiendo que fuera a hacer algo imprudente—. Cualquier movimiento sospechoso notifícame a mí o a los demás y ten cuidado con Hércules, porque si ya atento contra Miles y Argus, eso quiere decir que no tiene miedo y puede que incluso ataque a los que le profesan admiración —pidió León a Talos.
—¿No pueden echarlo de aquí? —interrogó el aspirante mostrándose nervioso por la seguridad de todos.
—De momento no, por eso debes tener los ojos bien abiertos —afirmó Sísifo—. En el momento en que deje caer su máscara yo mismo lo sacaré a patadas de aquí, pero no quiero que haya víctimas. Por eso debemos ser cautelosos.
—Lo entiendo —aceptó Talos con resignación.
El aspirante se habría sentido mucho mejor si el semidiós era sacado del santuario, pero no desconocía que era voluntad de la diosa Atena su permanencia allí. Sólo le quedaba cumplir con lo pedido. Aunque encontraba alivio en las reacciones de los santos; se veían enojados y preocupados a partes iguales. Eso lo tranquilizaba un poco. No estaba solo para proteger a los demás, pese a que varios no colaboraban demasiado al seguir ciegamente a Hércules.
CONTINUARÁ...
