Cap 49: el ciego, la oveja y el ángel

Giles había logrado recuperar algo de calma tras beber el té y parar un poco con aquellos recuerdos. Era demasiado vívido. Casi podía sentir el olor del humo, el calor del fuego y la sangre tibia y espesa manchando su cuerpo. Ese día era algo que deseaba olvidar. Sin embargo, podía soportar pasar por esto si con ello conseguía demostrar que Sísifo era un héroe. Mas, era consciente de que la personalidad retorcida de sagitario no era algo propio de un Ángel. Especialmente cuando era dominado por su enojo. Sus arrebatos eran destructivos y sus palabras demasiado crueles cuando el odio lo guiaba. Eso era algo que Prana no necesitaba saber y menos si de ello dependía conseguir o no el agua. Los demás aspirantes, pese a no expresarlo en voz alta también agradecieron el descanso. Incluso a ellos les había afectado en mayor o menor medida lo visto. Nadie podía ser tan inhumano como para ser indiferente ante tal masacre. Aunque la muviana sí que lo parecía, pues no mostraba señal alguna de perturbación.

—Ya debemos continuar —avisó Prana con una voz tranquila mientras volvía a colocar su mano sobre la cabeza del pequeño rubio—. No tengas miedo. Supongo que lo peor ya sucedió, ¿verdad? —preguntó sin obtener respuesta.

Aquella noche fría era particularmente cruel para los supervivientes. Durante todo el día, la diosa Atena y su Ángel habían estado ayudando a extinguir el fuego. Sísifo había utilizado sus alas para crear fuertes ventiscas con las cuales limpiar el aire de las cenizas y el humo. Mientras tanto, la gente había hecho caso a sus instrucciones y quienes podían moverse ayudaban a los más heridos. Bajo la dirección del dorado se organizaron para que algunos hombres fueran en busca de agua para beber y limpiar las heridas, así como algunos habían logrado rescatar algunas medicinas entre los restos de las casas. No había hierbas medicinales ni ungüentos especiales, apenas si había algo de cataplasma, pero era mejor que nada. En eso ocuparon todo el día y pese a ello, seguía faltando mucho que hacer.

Al caer la noche, todos estaban en extremo fatigados. Algunas mujeres lograron conseguir unos pocos frutos de árboles que se encontraban fuera de la ciudad, mientras hombres lograron pescar al mismo tiempo que aprovecharon la oportunidad para que los niños sanos ayudaran recogiendo agua. Todos hicieron lo mejor posible por recolectar lo básico para sobrevivir y llevaron sus hallazgos al refugio para repartirlos entre todos. Era complicado comer e ignorar que cubiertos por la oscuridad se encontraban diversos cadáveres desmembrados. Eso era bastante incómodo. Pese a que Atena y Sísifo aseguraron un área lo suficientemente grande como para albergarlos a todos, el miedo persistía. ¿Y si más criaturas venían por ellos? Anteriormente contando con puertas, casas y hasta soldados armados no consiguieron hacer nada. Había demasiados heridos, desde niños y mujeres hasta adultos y ancianos estaban completamente aterrorizados por todo lo vivido. En esas circunstancias, hasta un vulgar ladrón armado con una espada podría someterlos sin problemas.

Esos monstruos no volverán, ¿verdad, Talos? —preguntó Giles en nombre de los demás niños.

El grupo de infantes que había conseguido sobrevivir tenía miedo estar a merced de más criaturas como los centauros. El adulto se encontraba dándoles pedazos de manzana a cada uno para asegurarse que, aunque fuera poco, todos lograran comer algo. El pescado conseguido era insuficiente para la cantidad de personas que había. Se le dio prioridad a los heridos y enfermos de gravedad para reponer más rápidamente su salud. Realmente no sabía qué decirles a esos niños. ¿Sería correcto prometerles que nada les sucedería? Había fallado estrepitosamente hacía muy poco tiempo. No sentía que fuera capaz de inspirar seguridad y confianza en ellos. Lo habían visto suplicando y rogando por piedad completamente incapaz de hacer otra cosa para evitar la muerte de otros. Y ahora nuevamente veía esos ojos llenos de miedo por el porvenir. ¿Vivirían para ver un nuevo amanecer o perecerían junto al resto de esa ciudad en ruinas?

Si regresan yo me haré cargo —interrumpió sagitario de manera altanera.

Sísifo descendió por los aires aleteando suavemente antes de dejar caer los cuerpos sin vida de dos ciervos. Él no se había sentido cómodo con la idea de dejar a toda esa gente a su suerte apenas un día tras el ataque. Pese a que durante el día había estado ayudando se sentía inquieto de que algo les sucediera cuando aún estaban malheridos y asustados. En sus adentros maldijo a la diosa de la guerra por largarse sin ningún remordimiento. Ella como diosa inmaculada que era, se negaba a pasar la noche entre sucios mortales malolientes y moribundos. Sin embargo, era ese precario estado el que forzaba la consciencia de Sísifo, —recién descubierta—, a quedarse un poco más. Incluso voló lejos para cazar algunos animales que pudiera darles de comer. No consiguió mucho, pero para pasar el hambre quizás serviría.

¿Qué hace el Ángel de Atena todavía aquí? —interrogó Talos sorprendido de verlo desprenderse de su armadura.

Vine a traerles algo de carne —respondió señalando detrás suyo los cadáveres de un par de ciervos—. Logré cazar estos en un bosque no muy lejos de aquí. Creo que se separaron de su manada por culpa de los centauros —explicó pensativo de que hasta los animales la pasaron mal por culpa de eso engendros—. Como sea, pueden prepararlo y repartirlo entre todos.

¿De verdad? —preguntó el castaño antes de arrodillarse para darle las gracias causando que otros siguieran su ejemplo y comenzaran con las alabanzas a Atena—. Gracias, señor Ángel.

En serio deja de decirme así —gruñó el arquero con fastidio mientras hacía un puchero cruzándose de brazos—. Mejor comiencen a cocinar que yo también muero de hambre.

¿Se… seee… queeedara a cenar, Ángel? —interrogó Giles con nervios por el gesto de enojo que portaba sagitario.

No sólo a cenar —aclaró mirando a su alrededor con una mirada difícil de describir—. Me quedaré unos días hasta que las cosas se regularicen un poco. Si esos centauros intentan terminar lo que comenzaron, yo terminaré con ellos —prometió con firmeza.

Sus palabras fueron motivo de algarabía. El Ángel de la diosa Atena permanecería más tiempo con ellos y no podían estar más agradecidos por ello. Estaban seguros de que teniéndolo junto a ellos sería imposible que les volvieran a atacar y en caso de que sucediera, tendrían un escudo infalible. Esperaban poder convencerlo de quedarse con ellos algún tiempo. Alzarían un templo en honor a la diosa Atena y le rendirían culto si les concedía su protección un poco más. Gracias a su ayuda al menos podrían sobrevivir sin miedo. Aunque quizás estaban siendo algo egoístas. La diosa de la guerra podría no estar dispuesta a cederles a su guerrero. Sin embargo, si lograban crear un culto lo suficientemente devoto, tal vez los tendría más en cuenta.

Las personas dejaron de lado esos pensamientos para centrarse en la cena, pues el ángel expresó tener hambre. Con una mezcla de pesar y alivio comenzaron a despellejar a los ciervos y a desmembrar sus cuerpos para preparar su carne antes de ponerla al fuego. El problema eran algunas cuantas arcadas que les daban al recordar escenas similares vistas hacía menos de un día. Esos ciervos al menos estaban muertos antes de que sus extremidades fueran arrancadas a diferencia de las personas del pueblo. Aun así, evitaron hacer comentarios por quejas sobre semejantes nimiedades. Ellos tenían hambre y el Ángel de Atena en persona les había hecho el favor de traerles con qué alimentarse.

Sísifo en realidad no se encontraba en una situación mucho mejor. Sabía preparar la carne de un animal cazado gracias a las enseñanzas de León, pero no se atrevía a tocar las presas que trajo. De por sí le había resultado algo difícil darles muerte tras tanta matanza. Era necesario que comieran, pero eso no aminoraba la sensación de que por al menos ese día no quería ver más sangre de ningún tipo. Y menos aun cuando había que arrancar partes del cuerpo. Una vez que terminaron de preparar lo conseguido, el arquero sujetó con la mano el palo donde estaba un pescado cocinado al calor de la fogata. Aunque no era la gran cosa, le parecía suficiente para su estómago revuelto. Además de que era sencillo de llevar. Se alejó del fuego demasiado cansado de que repitieran una y otra vez su apodo. Se sentó apartado para comer tranquilo hasta que el invidente dejó de hablarle al fuego y se le acercó.

¿Cuánto tiempo más seguirás haciéndote el tonto? —interrogó Shanti apareciendo al lado del arquero.

Sagitario pegó un brinco en el mismo sitio en el cual se encontraba debido a la sorpresa. Él había decidido sentarse apartado de los demás apoyando disimuladamente su espalda sobre la fría pared que había logrado mantenerse en pie tras el ataque. Sentía una gran quemazón en esa área que justamente no se alcanzaba por sí mismo, pero la piedra estaba a una temperatura que podía considerar refrescante.

No sé a qué te refieres —mintió dando un gran mordisco al pez.

A tu herida —respondió el invidente con un tono de regaño—. Puedo oler la sangre.

No es de extrañar que no puedas verlo. Digo por lo de la ceguera, pero todos estamos manchados de sangre por ayudar heridos y mover cadáveres. Estoy todo sucio —explicó de manera que para cualquiera sería convincente.

También puedo oler el pus supurando. Y eso es algo que sólo los enfermos tienen —agregó el rubio con decisión negándose a caer en su engaño.

Estás rodeado de personas enfermas y he tocado a varios mientras los trasladaba hasta nuestra improvisada enfermería. Es normal que me quede el olor —refutó la acusación con una nueva explicación plausible.

Puedo ver que seguirás haciéndote el tonto —afirmó Shanti con molestia.

Pero si eres ciego… —susurró el azabache con contrariedad.

Como leal siervo de la diosa de la guerra debes de cuidar tu salud —regañó el invidente.

Hay al menos dos grandes errores en esa frase —mencionó sagitario con burla.

Descuida, pequeño descarriado, como tu futuro compañero me aseguraré de mantenerte en el camino preparado por los dioses para ti —prometió el ciego con solemnidad.

¿Qué? —interrogó el estafador con sorpresa y burla por la estupidez soltada.

Nuestro encuentro no es una casualidad. Yo estoy destinado a convertirme en una santo dorado como tú y ser el que te dé ordenes —explicó entonces el blondo causando estruendosas risas de parte del otro.

Yo creo que eso no se va a poder —aseguró Sísifo con desinterés.

Giles no había tenido la intención de escuchar aquella conversación, pero había creído que sagitario se llevó muy poca comida como para ser su cena. Mientras todos los demás se llevaban grandes trozos de carne o al menos alguna precaria sopa, su héroe sólo se llevó un pez. Giles llevaba trozos de manzana en las manos y se debatía si dárselos o no. Era algo intimidante cuando ponía su rostro enojado. Tanto que hasta Talos temblaba al ser regañado por cada vez que le llamaba ángel. ¿Y si lo ofendía al molestarle mientras comía? Si se alejó de ellos claramente lo que quería era estar solo. Si se acercaba, ¿no sería igual de inoportuno que Shanti? Un momento, el invidente era una buena excusa para acercarse.

¡Shanti! —llamó el otro rubio armándose de valor—. Te estuve buscando por todos lados —dijo Giles acercándose a donde estaban los otros dos y luego giró hacia el arquero—. Lamento si estuvo molestándolo, señor ángel —se disculpó haciendo una reverencia.

¡Oh, pero si es el niño oveja! —exclamó el azabache animado antes de cambiar su expresión al darse cuenta como lo llamó—. Y ya te dije que me llamo "Sísifo", es "Sísifo".

Lo lamento —se disculpó apenado mientras le mostraba tímidamente los pedazos de manzana que llevaba con él—. Si quiere puede comer esto de postre. No es mucho, pero...

¿Los demás comieron? —preguntó sagitario mirándolo fijamente como si buscara detectar cualquier rastro de mentira.

Talos nos dio varios antes de que usted llegara con los ciervos, así que cambiamos la fruta por la carne —dijo animado.

¿O sea que me trajiste las sobras? —preguntó Sísifo con diversión.

¡Oh no! Lo lamento mucho. Por favor peeerdóneme —suplicó Giles postrándose ante él.

Tranquilo, niño oveja —pidió el arquero viendo con desánimo la forma en que le temían—. Sé que mi constelación es la de un centauro, pero ni siquiera Quirón era un monstruo desvergonzado.

El pequeño blondo permaneció en su postura mientras Talos, —quien había estado ocupado cuidando de los demás pequeños, se había acercado para ver que todo estuviera bien—, se arrodillaba a su lado pidiendo piedad por faltarle al respeto. Había oído el final de la conversación e interpretó que Giles dio a entender que el Ángel de Atena era igual que los centauros. Sísifo soltó un largo suspiro pidiéndoles que le dejaran solo para poder dormir. Una cosa era ser temido como rey impío, pues sus acciones lo ameritaban y era lo que buscaba. Ser temido y respetado como un rey cruel. Sin embargo, ahora intentó ayudar y lo veían con el mismo miedo o quizás más que cuando era rey. ¿Qué había hecho mal esta vez? El arconte del centauro durmió alejado de todos con esos pensamientos dándole vueltas en la cabeza. Allí apoyado en la misma pared en la cual se recostó para descansar mientras cenaba.

Al día siguiente, cuando el sol salió, Sísifo retomó sus labores ayudando a las personas a trasladar los cuerpos sin vida o, en el peor de los casos, juntar sus pedazos de ellos. Shanti tocó la pared donde estuvo apoyado el estafador notando que había una viscosidad propia de la sangre seca y un aroma que era sencillo de distinguir. Negó con la cabeza por lo descuidado que estaba siendo aquel dorado. Ese comportamiento sin dudas le daría problemas más pronto de lo que quisiera creer ese torpe santo. Giles había seguido con la mirada las acciones del ángel de Atena, pero sin descuidar su deber de guiar al ciego. Además, estar persiguiendo a Shanti le daba la excusa perfecta para ver al Ángel de Atena ayudando a todos.

Aún no puedo creer que un niño de mi edad sea tan fuerte —mencionó el pequeño rubio viendo al arquero hablando con los hombres para organizarse respecto a una casa que estaba por desmoronarse.

Es por la armadura dorada que le concedió la diosa Atena —respondió Talos con una sonrisa mientras le acariciaba los dorados cabellos—. Al igual que otros grandes héroes, le fue concedido un poder divino a través de un objeto mágico para ayudar a otros.

Sin embargo, el azabache no requería de su armadura para demostrar una gran fuerza. En esos momentos sólo estaba vistiendo una sencilla túnica blanca y de todas maneras logró derribar una pared de un solo golpes. Al terminar, pronto se ocupó de otra tarea. Ahora estaba tirando de una carreta improvisada cargada con un gran número de cuerpos de centauros. Por poco habían olvidado que ellos también cayeron muertos cuando sagitario les puso un alto a sus fechorías. Sus corpulentos cuerpos de gran tamaño y peso eran algo que entre varios hombres necesitaban levantar. Contrario a ellos, Sísifo tiraba de aquella carreta por su propia cuenta. Ante el esfuerzo que realizaba los huesos de sus omoplatos se marcaban y la túnica se le pegaba al cuerpo debido al sudor. Fue así como Giles se dio cuenta de la presencia de sangre.

Anteriormente, Sísifo había explicado que estaba manchado con sangre ajena. Empero, ahora el rastro que estaba dejando era bastante fresco. Era imposible obviar que estaba dejando caer su propia sangre a cada paso que daba.

Él... está sangrando —mencionó Giles con preocupación mirando a Talos—. Debo darle algo de cataplasta.

No —detuvo de inmediato el adulto—. Estamos hablando del ángel de Atena. Aquel que obra milagros —le recordó el adulto con seriedad—. Si no ha dicho nada debe ser porque pronto se recuperará solo. Los grandes y míticos héroes como Hércules tienen una capacidad milagrosa para curarse en cuestión de segundos.

¿En serio? —interrogó Giles con inseguridad.

Si el ángel de Atena era capaz de sanar en cuestión de segundos, ¿por qué estaba sangrando tanto? Supuso que esa herida no se la causó precisamente durante la cena. Entonces, asumiendo que se lastimó peleando con los centauros, ¿por qué no se sanó durante la noche? Pese a sus dudas hizo caso a las palabras de Talos y no intervino. Se limitó a seguir cuidando del niño ciego, quien siempre estaba rondando a sagitario por lo cual terminaban pasando tiempo juntos los tres. Poco a poco, el miedo que le daba ofender al azabache fue disminuyendo al ver cómo Shanti le insultaba y regañaba constantemente, pero Sísifo no le hacía nada de mayor gravedad. Sólo algunas bromas crueles o palabras mordaces, pero nada de maldiciones o actos de desproporcionada cólera como solía ocurrir con los dioses.

Tres días pasaron desde la llegada de Sísifo a la ciudad. Las mejoras eran notorias, pero estaban lejos de alcanzar una verdadera estabilidad. Los edificios y casas lógicamente no podían construirse de un día para el otro. Aún vivían el día a día de manera ajustada. Los hombres gastaban gran parte del día haciendo viajes a sitios relativamente cercanos en busca de agua y algo con qué alimentarse. Podrían intentar ir a alguna ciudad vecina para conseguir algo, pero para ello había dos problemas. El primero era que carecían de dinero o algún artículo valioso para intercambiar por comida. El segundo era la distancia. Un viaje hasta otra ciudad, tomando en cuenta la ida y la vuelta, tardarían al menos cinco días a caballo y diez si iban a pie. Eso si tenían suerte y no había ningún imprevisto en el camino. En ese tiempo, los demás claramente podrían morir de hambre.

Debido a todo lo anterior, los supervivientes se repartían y turnaban las tareas de búsqueda de comida. Siendo la recolección de frutos lo más inofensivo se le delegó esa tarea a Giles y Shanti. Pese a ser ciego podría cargar la canasta junto al otro rubio. Por mayor seguridad para los adultos, Sísifo los acompañó. Les tomó un par de horas llegar hasta unos árboles verdes con frutos maduros. Giles notaba raro a sagitario. Lo veía pálido, con las mejillas enrojecidas y estaba cubierto de sudor. Esto último podría deberse a las tareas que estuvo realizando antes de la caminata, pero no estaba seguro de que se debiera únicamente a eso.

En verdad eres un estúpido —insultó Shanti cuando vio algunas manchas de sangre goteando hacia el suelo—. Trepar árboles con una herida como esa te matará —explicó con seriedad al verlo escalando el tronco.

¡Ja! ¿Otra vez con eso? —preguntó el arquero con burla—. Yo estoy perfectamente bien. La sangre no es mía, pero si tanto te molesta, prometo bañarme más tarde.

Eres un inconsciente —regañó el vocero de los dioses con severidad.

Giles omitió poner en palabras cualquier pensamiento que había cruzado por su cabeza. Él también pensaba que la actitud despreocupada de Sísifo era peligrosa. Llevaba días ayudando en diversas tareas de aquí para allá. Además de que en los lugares donde dormía o se apoyaba un largo tiempo en algún sitio quedaba manchado. Quería creer en las palabras de Talos sobre una milagrosa recuperación, pero el azabache se veía cada vez peor. Mientras tanto, el dorado consiguió a duras penas cortar algunas manzanas antes de lanzarlas en dirección a la cabeza del rubio ciego.

Vas a arder en el infierno, pecador —advirtió Shanti sobándose la cabeza intentando buscar la fruta caída.

Lo lamento mucho. No te vi —dijo Sísifo en un tono marcadamente burlón.

Si había una razón para pegarle con las manzanas era por ser tan insistente respecto a su aroma. No era su culpa estar sangrando. No había medicina y sobraban heridos en un estado mucho peor al suyo. Él no consideraba que un pequeño corte pudiera vencerlo, pero el niño ciego no paraba de darle sermones sobre el destino, los dioses y varias cosas que le ponían de mal humor. Su herida solo sangraba si hacia un gran esfuerzo que implicara los músculos de su espalda. Fuera de eso, se sentía bien según él. Cuando consideró que terminó la recolección, bajó del árbol y caminó hasta la fruta caída para ponerla en la cesta del ciego.

Debes corregir esa actitud tuya conmigo porque cuando seas mi subordinado, no dudaré en castigarte por tu desobediencia y herejía —amenazó el invidente mientras seguía juntando la fruta estúpidamente fue arrojada al suelo por el arquero.

¿Tu subordinado? ¡Qué buena broma! —exclamó sagitario riéndose a grandes carcajadas.

Sísifo estaba tan distraído riéndose que no se dio cuenta cuando el rubio invidente se le acercó por la espalda y le dio un fuerte golpe con la palma de mano. De inmediato, sagitario soltó un gran grito por el dolor y se hizo un ovillo intentando llegar a tocar su propia zona herida. Giles soltó también un grito, pero lo suyo era debido a la sorpresa y el terror. No sólo el Ángel de la diosa se encontraba tirado en el suelo sin moverse, sino que precisamente el niño ciego acababa de golpear al enviado de la diosa de la guerra.

De inmediato, Giles corrió a todo lo que daban sus débiles piernas en busca de Talos, dejando a Shanti a cargo de cuidar a Sísifo hasta su regreso. El adulto apenas si logró entender las atropelladas e inconexas frases soltadas por Giles cuando se le acercó, pero cuando mencionó "Ángel" y "herido" no necesitó más que su guía para ir en su busca. Lo encontró en el suelo tirado boca abajo con el niño rubio acariciando su cabeza con algo parecido al cariño. Mas no le prestó mucha atención al fijar su mirada en el rastro de sangre.

Hasta que al fin decides hacer algo —regañó el ciego cuando lo sintió acercarse—. Lleva tres días malherido y no has hecho nada hasta ahora.

Sería incorrecto tocar a un Ángel —dijo Talos mientras caminaba lentamente hasta los niños.

Sísifo no es ningún ser divino. Es sólo un idiota que no sabe cuándo parar —aseguró Shanti con firmeza mostrando su mano manchada de sangre.

No deberías blasfemar, pequeño —aconsejó el adulto con voz suave para no alterarlo—. Él es el enviado de la diosa Atena y debemos respetarlo.

Sí, sí —asintió el pequeño Giles sonando enojado al mirar al otro rubio—. Es un héroe y tú lo lastimaste —acusó señalándolo con su dedo índice.

Es un estúpido inconsciente que lleva tres días malherido y no ha hecho siquiera el esfuerzo por descansar —escupió Shanti las palabras con veneno—. Lo peor es que nadie le dice nada.

Entiendo que estés preocupado, pero no somos dignos de tocarlo y si él no deseaba que tratemos su herida nuestra única opción era obedecer —dijo Talos llegando finalmente hasta ellos.

¡No! Sísifo no es un dios al que se le deba devoción ni sumisión. Es más ¡es un hereje! Pero es el enviado por la diosa de la guerra y debemos procurar que no se muera por falta de sentido común —regañó el ciego con molestia y bastante cansancio de tener que repetirse varias veces. Siendo en cada ocasión en vano porque nadie le obedecía.

Creo que estás algo alterado, pequeño —habló Talos con voz conciliadora.

¡Por supuesto que estoy alterado! Este idiota se podría morir y nadie hace nada por miedo a ofenderlo —exclamó Shanti en un ataque de frustración y rabia—. ¡Y no te atrevas a usar a Atena de excusa! ¿Acaso piensas que ella te va a recompensar por dejar morir a su Ángel? —preguntó con gran indignación.

El adulto permaneció callado un largo rato. Era cierto que notó el aroma de la sangre viniendo del dorado, pero se lo guardó. ¿Con qué autoridad o cara podría regañarlo o decirle qué hacer? Él no era un niño común y corriente. No obstante, la situación era atenuante y la prioridad era atenderlo. Por lo mismo caminó hasta él y lo levantó en brazos. Mientras Giles sujetaba la mano de Shanti para guiarlo por el camino temiendo que se perdiera. Comenzaron a caminar de regreso hacia el refugio mientras Shanti repetía mantras en voz alta.

Talos llevó al azabache bajo techo y colocó al menos en una cama improvisada. Allí descubrió su espalda para revisar la herida. Su rostro se descompuso en una mueca de sorpresa y miedo por lo que veía. La herida abierta botando sangre mezclada con pus amarillenta denotando que claramente se había infectado. El área que bordeaba el corte estaba totalmente ennegrecida por la sangre coagulada y la sangre seca formaba costras virulentas al mezclarse con el líquido que supuraba la herida. Al estar desprovisto de la tela el olor se hizo aún más penetrante. Lo primero que hizo fue limpiar con agua fresca el área con el mayor de los cuidados oyendo de todas maneras los gimoteos y quejidos de dolor de un inconsciente Sísifo.

Cuando la herida estaba al menos limpia le aplicó un poco de cataplasma para ayudar a que la infección no avanzara más de lo que había hecho hasta ahora. Le tocó la cabeza sintiendo una gran temperatura. Su mano prácticamente se quemó al apoyarla sobre su frente. Sin embargo, si lo dejaba boca abajo era para que la herida en su espalda pudiera respirar. Lo malo es que si no lo ponía boca arriba no podría ponerle una compresa de agua fresca en la frente para aliviar su fiebre. Y viceversa. De momento, prefirió darle prioridad a su espalda por temor a que sangrara de nuevo.

Es una sorpresa que incluso el Ángel de Atena pueda enfermarse —susurró el castaño viéndolo tan indefenso.

¿Y qué esperabas? Es un simple mortal como cualquiera de nosotros —reclamó Shanti con obviedad alzando la voz.

Pero es un héroe —repitió Giles su postura respecto a quién era Sísifo.

Sólo los dioses son todo poderosos. Él es sólo un niño débil que no hace más que causar problemas —dijo Shanti con fastidio cruzándose de brazos.

Los otros dos iban a regañarlo por sus palabras cuando vieron como repentinamente Sísifo se levantaba como podía para primero apoyarse sobre sus rodillas quedando sentado. Luego como podía intentaba salir de la cama. Alcanzó el borde de esta y cayó al suelo con un sonido de golpe seco.

¡Lo siento! —gritó repentinamente el arquero—. Iré a terminar mis clases, pero no le digan a mi padre que me dormí por favor —suplicó con la mirada vidriosa como si estuviera a punto de llorar.

¿Qué te sucede, hereje? —preguntó Shanti sin entender de qué demonios estaba hablando.

¡No soy hereje! —reclamó el azabache muy indignado sentándose recto en el suelo—. Aunque Zeus vea mal a las personas de mi linaje, mi familia se ha esforzado mucho por demostrar que no somos tan malos como Prometeo. Pagarás muy caro por insultar a un miembro de la familia real.

¿Te sientes bien? —interrogó el invidente con extrañeza.

¡Perfecto! ¡Perfecto! Un rey nunca está vulnerable. Mi padre siempre lo dice: un soberano digno es fuerte y duro. Totalmente invencible y debo serlo si quiero heredar el trono algún día. Eso claro si mi hermano mayor no lo consigue primero —explicó sagitario muy ilusionado.

Shanti alzó una ceja al oír esas respuestas. Pese a no verlo, a juzgar por sus palabras, sabía que algo se terminó de descomponer en su cerebro. El otro niño rubio tampoco entendía nada de lo que estaba hablando. ¿Se habría vuelto loco? El único adulto presente se dio cuenta más o menos del problema. Esa fiebre sin tratar le estaba afectando más de lo que había creído. Aunque sinceramente esperaba que eso fuera todo lo que le hiciera. Él ya había visto picos de fiebre tan altos en adultos y niños que comenzaban a alucinar con cosas realmente fantásticas e inverosímiles. Lo mejor en esos casos era seguirle el juego al enfermo para que cooperara sin mayores problemas.

Su majestad necesita descansar —dijo Talos con amabilidad sujetando su mano para ayudarlo a levantarse del suelo y guiarlo hacia la cama.

¡No puedo! Si mi padre se entera me va a castigar —respondió Sísifo con la voz temblorosa por el miedo—. No quiero estar de rodillas bajo el sol durante horas. No quiero, no quiero —se quejó de forma berrinchuda.

No sucederá, joven príncipe. Le prometo que nadie se enterara que durmió un poco —prometió Talos haciendo su mejor esfuerzo por imitar la manera de hablar de los soldados que anteriormente servían a la familia real de esa ciudad.

¿Dónde está mi hermano? Él siempre me cura —dijo Sísifo girando la cabeza de un lado a otro buscando al mencionado.

En estos momentos se encuentra ocupado, pero prometió venir a verlo más tarde. Por ahora debería procurar dormir —mintió el castaño sintiendo un poco de culpa al ver la expresión de decepción en el niño.

Siempre está ocupado —se quejó el menor con un puchero—. No le avises nada sobre cómo estoy, es una orden.

¿Me permite preguntar la razón de esa orden, joven príncipe? —interrogó Talos sin poder suprimir su curiosidad.

Porque él siempre se queja. Cuando me cura o se queda conmigo siempre dice que soy débil y sólo sé causar problemas —respondió Sísifo acomodándose en la cama con ayuda del adulto—. Pero si puedo hacerlo bien solo no le causaré molestias y mi padre dirá que sí soy digno para suceder el trono —dijo sonriendo de manera esperanzada.

Talos se sintió mal por sus palabras. Aún no sabía si lo de ser un príncipe era real o no, pero la vehemencia con la cuál decía que no quería causar molestias se le hacía bastante real. Eso explicaría porque no dijo nada sobre su herida ni sobre su verdadero estado de salud. Fue en ese momento donde se vio forzado a aceptar que el pequeño ciego tuvo la razón todo el tiempo. Estaba tan cegado por la hazaña heroica de ese Ángel que ni siquiera lo había detallado correctamente. Viéndolo bien, sólo era un niño menudo apenas mayor que Giles e incluso más pequeño que algunos otros que tenía a su cargo.

Eres el Ángel de Atena deberías dejar de codiciar una inmunda corona —habló Shanti con molestia por oír como volvía a sus viejos hábitos.

¿Yo? ¿Un Ángel? Ja, ja, ja, ja, ja —río Sísifo a todo volumen—. ¿Un pecador de los cielos como yo un Ángel? Qué chiste. Yo que extinguí decenas, no, cientos de vidas cuando fui rey, ¿llamado Ángel? ¿Eres estúpido? Estoy más cerca de ser un demonio. Literalmente salí del mismísimo infierno ja, ja, ja —se burló de las palabras de Shanti con una expresión de locura en su rostro.

Pero eres un héroe. Nos salvaste a todos de los centauros —dijo Giles impactado por ver mueca de tirano tan contraria a la expresión relajada que había estado portando durante todo ese tiempo.

¿Un héroe? No digas tonterías. Para mí matar, mentir, engañar, estafar, manipular o robar da igual. ¡Todo es válido si puedo obtener lo que deseo! —clamó Sísifo con los brazos alzados hacia el cielo—. Lo único que pensaba cuando me puse mi armadura fue en matar y aniquilar por completo a esos centauros. De hecho, aún quisiera hacerlo —agregó torciendo su cuello de forma espeluznante—. Ni siquiera me importa desatar todos los males del mundo sobre la humanidad.

Nos salvaste la vida a muchas personas —intervino Talos queriendo parar aquellas blasfemias.

No estaba seguro de las repercusiones que aquello podría tener contra el propio Sísifo. Blasfemar era un asunto serio y no conocía de Dios que perdonara una ofensa. Aun si estaba delirando debía ponerle un alto antes de que cometiera algún desliz imperdonable.

Y deje morir a muchos otros —se quejó Sísifo en voz alta cubriéndose el rostro con el antebrazo—. Si hubiera llegado antes más gente viviría. Tal vez la ramera mala tiene razón.

¿Ramera mala? —repitió Giles en forma de pregunta.

Ganimedes —aclaró con aburrimiento quitándose el antebrazo para responder antes de darse vuelta y colocarse boca abajo para mayor comodidad—. El copero de los dioses me culpa de arruinarle la vida. Ahora es un borracho perdido que vende su cuerpo por unas monedas o un poco de vino. Patético.

Necesitas dormir —aconsejó Talos mientras le acariciaba el cabello azabache notando que era bastante suave.

Extraño a la ramera buena —se quejó el arquero con un puchero.

¿Ganimedes? —preguntó Shanti asumiendo que si era sirviente de los dioses entonces era el bueno, pese a su profesión obscena.

¡Oh por el Olimpo no! —respondió sagitario de inmediato sonando hasta indignado por esas palabras—. Adonis. Ese chico es guapo y amable, pero muy engreído. Creyó que lo quería violar. Iugh no. Soy un hombre casado y fiel.

Talos sólo lo veía con pena por lo fuertes que eran sus alucinaciones en esos momentos. Anteriormente lo había visto como un guerrero invencible al hacerle frente a esas bestias y como un líder por su manera de organizar a las personas dando prioridad a atender los temas más urgentes como las heridas, el resguardo y la comida. En ese sentido sí podía creer que era un noble educado para gobernar. Y si no era el caso, tenía un talento innato para el puesto. Sin embargo, ahora que estaba con su carita toda sonrojada y sus ojos tan húmedos sólo se veía como cualquier otro niño. Además, ni siquiera le tomó demasiado esfuerzo cargarlo en brazos. ¿Habría estado comiendo bien? Por lo que había notado tomaba poca de la comida que se repartían, a pesar de haber sido parte de los que recolectaban, cazaban o pescaban.

Por ahora duerme —repitió la sugerencia el adulto esperando que le hiciera caso.

Sólo estoy causando problemas de nuevo. Lo siento —gimoteó Sísifo como si estuviera a punto de llorar—. Por eso todos me odian a donde quiera que vaya.

No es cierto. Seguramente muchas personas te aprecian como tus padres —mencionó el adulto queriendo aliviar ese sufrimiento que padecía el niño.

Mi padre es el que más me odia por parecerme a Prometeo, el propio Zeus me odia tanto que me mandó asesinar. Mis hermanos seguro que lo hacen por ser molesto. Incluso León debe estarme odiando en estos momentos —se quejó con una mezcla de temor y tristeza mientras comenzaba a rodar por la cama pese a sus heridas.

No creo que ninguno de ellos te odie realmente —expresó Talos sujetándolo para que dejara de removerse o de lo contrario sus heridas volverían a abrirse.

Sí lo hacen, me odian. Todos me odiaban al saber quién soy. Si León supiera de todos mis pecados lo haría también —expresó Sísifo mostrándose realmente asustado por eso—. No quiero que León se decepcione de mí como hizo mi padre. Prefiero abandonarlo yo primero —declaró con tristeza volviendo a rodar como si fuera un cachorro rascándose la espalda.

Talos supuso que debido a la infección la herida le estaba causando escozor y/o comezón en el área. Era normal que quisiera darse alivio usando cualquier superficie disponible para rascarse, pero era contraproducente para su recuperación. Fue en ese momento que se dio cuenta que no llegaría a ningún lado tratándolo como a un dios. Era un niño como cualquiera de los que había cuidado antes. Uno enfermo, herido y actualmente, confundido. Lo sujetó con firmeza por los antebrazos y lo subió a su regazo para mantenerlo quieto lo suficiente para que se durmiera y luego lo dejaría descansar en la cama.

¿Quién es León? —preguntó Talos queriendo obtener algo de información.

Habiéndose mentalizado de que estaba frente a un niño sintió la necesidad de asegurarse de que no era alguien peligroso. Existían muchos hombres que de tener la oportunidad se aprovecharían de infantes indefensos. El ángel de Atena sería una presa especialmente tentadora por todo lo que conllevaba su título y cercanía con la diosa. No quería que se aprovecharan de la ingenuidad del niño.

Fue quien me salvó cuando me quedé solo —respondió Sísifo aferrándose a la ropa del adulto ocultando su rostro en su pecho—. Mi familia está muerta. Todos; mis padres, mis hermanos, mi esposa. Me quedé solo y abandonado en el santuario de Atena. Cuando estuve herido, León me curó y me cuidó todo un año —explicó lo mejor que pudo pese a sentir que estaba desmayándose nuevamente.

Suena como alguien que te ama mucho —dijo Talos acariciando el cabello de sagitario para calmar los claros temblores que tenía.

No, no me quiere. Me está usando porque él también perdió a su esposa e hijo, soy el reemplazo —hipó el arquero con algunas lágrimas a punto de escaparse de sus ojos—. Siempre soy la segunda opción, mi padre prefería a mi hermano mayor, León seguro prefiere a su hijo verdadero, si Atena tuviera la oportunidad seguramente me reemplazaría por mi hermano también —sollozó el infante—. Muchas personas murieron, no pude salvarlos. No sirvo para héroe —se criticó así mismo removiéndose inquieto—. Mi hermano sí podría ser un buen héroe. Yo sólo causo problemas.

¿Hace cuánto que haces esto? —preguntó Talos queriendo brindar consuelo por su situación.

¿Qué cosa? ¿Usar la armadura de sagitario? —preguntó Sísifo sin entender bien—. Esta es la primera vez.

Talos y Giles se sorprendieron bastante de oír que logró todo eso siendo su primera vez. Dada su manera de comportarse parecía estar habituado a la tarea. Es cierto que hubo bajas, pero era inevitable. Nadie sabía lo que acontecería y que alguien llegara a salvarlos era mucho más de lo que jamás habrían esperado. Además de que se quedó a ayudarles. Pese a sus propias heridas y cansancio, seguía tendiéndoles una mano. En opinión de los presentes, incluido Shanti, estaba pidiéndose imposibles así mismo. Pretendía una victoria perfecta sin ninguna baja, cosa que no podría ser, por muy injusto o cruel que sonara.

Hiciste todo lo que un mortal podría pretender —dijo el rubio ciego mientras se acercaba y le tocaba la cabeza al azabache—. Al menos lo intentaste.

¡Todas las vidas importan! Incluso perder una es una tragedia —afirmó Sísifo con molestia—. No es justo que haya centauros con vida cuando hay niños inocentes muertos. No es justo que me llamen ángel cuando mi hermano tenía mucho más talento para héroe que yo. ¡La vida no es justa! —declaró con rabia por la injusticia separándose del pecho del adulto.

¡Despierta de una vez! —gritó Shanti dándole una cachetada a sagitario—. Es cierto que la vida no es justa. Algunos tienen cosas que otros no, pero si tanto te molesta tener tantos beneficios que no mereces, úsalos para equilibrar la balanza en favor de los que menos tienen —aconsejó el rubio con firmeza—. Si no quieres ser el ángel de Atena puedes morirte por estúpido y servirle al dios Hades en el inframundo. ¿En verdad quieres eso? —interrogó.

No quiero ir con él —se quejó Sísifo sobándose la mejilla.

Además deberías ir a hablar con León —aconsejó Talos con suavidad—. Por lo que cuentas suena como una buena persona. Apuesto a que debe estar muy preocupado por ti y le alegraría verte de nuevo.

Talos esperó unos momentos a que le respondieran, pero notó que Sísifo estaba dormido. O desmayado. Dado que tenía una fiebre tan alta podría haberse desmayado. Shanti y Giles entonces se quedaron a cargo de cuidar que no se cayera de la cama, le limpiaran el sudor del rostro y le colocaran la tela con agua fría para bajarle la fiebre. Les dejó aquella tarea para poder ir a hablar con los demás supervivientes y priorizar buscar medicina y preparar algo nutritivo para restaurar su salud. Sagitario ya había hecho mucho por ellos y era su oportunidad de retribuirle. Los rubios presenciaron como a lo largo del día varias veces Sísifo gritaba incoherencias atormentado por pesadillas o alucinaciones antes de volver a caer dormido como si nada.

Tomó un par de días que se estabilizara por completo como para hablar de manera decente. Lógicamente sagitario se avergonzaba por haber sido motivo de trabajo extra al tener que cuidarlo mientras estuvo enfermo. Estando más lúcido explicó y confirmó algunas cosas como que sí nació siendo un príncipe, que su familia estaba muerta y la única persona que se preocupaba por él era León, del cual huyó sin darle explicaciones de sus motivos. Una vez que Talos tuvo más clara la situación volvió a alentar al niño para ir con el adulto asegurando que estaría feliz de verlo. Y si no era el caso, prometió recibirlo con los brazos abierto si deseaba quedarse en esa ciudad.

Al cabo de dos semanas, los supervivientes de aquella masacre organizaron un modesto banquete para la diosa Atena y su ángel. Pudieron darse ese capricho gracias a que la deidad hizo fértil la tierra de varios campos antes quemados. Varias frutas y vegetales crecieron en cuestión de segundos. Tras eso, Atena y Sísifo continuaron ayudando un poco más respecto a algunos detalles nimios a comparación del primer día. Tras darse un breve baño, Atena se unió al banquete escoltada por su santo, quien estuvo algo inquieto durante toda la comida para finalmente despedirse de ellos. Cosa que sentó mal a Shanti quien quería ir con él, pero fue rechazado de manera contundente.

CONTINUARÁ...