Cap 19: Rencores escritos en la sangre
El lugar se había quedado en silencio por los presentes, quienes anonadados observaban a los dos combatientes que consiguieron pelear contra tantas personas ellos solos. Un dúo, —superado en número y para colmo desarmado—, conformado por un andrógino joven y un niño consiguieron reducir sin problemas a fieros guerreros con espada en mano. Talos y Giles ya suponían que para sagitario no sería un problema. Si lo vieron derrotar fácilmente a un grupo de criaturas mitad caballo, unos simples mortales no serían problema. La sorpresa vino al ver a su acompañante.
Era difícil decidir qué llamaba más la atención de su persona; si su fuerza superando a hombres mucho más musculosos que él, su habilidad para crear hielo o su gran belleza. Supusieron que ese era "el principe de hielo". Uno de los cuatro santos dorados al servicio de Atena. El día anterior comprobaron el poder de los santos al ver a Leo y Piscis haciéndose cargo de detener la locura en medio de la batalla. Ahora podían corroborar con sus propios ojos que cada uno era digno de la fama de sus nombres.
Y no eran los únicos sorprendidos. Miles había creído que la fama del pequeño le quedaba grande a sus habilidades, pero acababa de derrotar a un semidios. ¡Un hijo de Zeus! Alguien que poseía la gracia divina corriendo por sus venas aumentando decenas de veces su poder superando con creces a los mortales. A ese rubio lo habían visto el día anterior derrotando con facilidad a varias personas al mismo tiempo. Ni siquiera parecía cansado al terminar toda esa masacre. Y ahora estaba tirado en el suelo adolorido, golpeado y humillado por un pequeño que ni siquiera tenía la edad para tomar la prueba de valentía para hacerse hombre. Ahora entendía lo que Talos le había mencionado la noche anterior acerca de envidiar la fuerza de los santos. Ellos eran capaces de desafiar la lógica humana y lograr imposibles. Lo que pudo ser una ejecución pública resultó en una humillante derrota para esos engreídos. Debía admitir para sí mismo que disfrutaba ver a esos malditos y déspotas sujetos tirados en el suelo aun intentando recuperarse de los golpes de los santos.
Tibalt no pudo más que mirarse las manos con decepción de sí mismo. Un principe que fue educado toda su vida en el arte de la espada buscando mejorar su técnica hasta llevarla a la perfección fue superado por la disparidad numérica. Se había "consolado" internamente repitiéndose que no era su culpa, la batalla era injusta se la viera por donde se la viera. No obstante, no vio a ninguno de los llamados santos quejarse de ese problema. Ni siquiera tenían aquellas armaduras para protegerse. Estuvieron al descubierto exponiéndose al peligro. Se preguntó por qué no habían usado su estatus. Siendo sus superiores en ese lugar la lógica dictaba que deberían poder darles órdenes. Aunque el niño sí les dio la orden de que se quitaran y lo ignoraron. Soltó un corto suspiro, ¿qué pensarían de ellos sabiendo que iniciaron una pelea que seguramente les había arruinado el desayuno? Y más ahora que por la puerta había entrado el santo de Leo, quien pese a no llevar su armadura podía ser reconocido fácilmente.
―¡¿Qué está sucediendo aquí?! ―interrogó casi como si estuviera rugiendo como el animal de su constelación―. ¿Alguien inició una pelea?
―¡Sí! ―afirmó sagitario con la mano en alto sin dejar de sonreír―. Yo fui ―admitió despreocupado.
―¿Cómo fue? ―exigió saber el santo dorado del Leo mientras se cruzaba de brazos observando todo a su alrededor de manera crítica.
―Cuando llegué oí que gritaban mi nombre y cómo si fuera uno de esos cantares hechos para los idiotas semidioses salté a la acción ―relató Sísifo mientras hacía gestos con las manos―. Y ahí fue un ¡pum! ¡Paff! Hubo por ahí unos cuantos "clink clink" y de nuevo pum, paff, wushhh ―explicó o eso intentó con esos sonidos y gestos exagerados.
Ante eso León dirigió su mirada a Ganímedes, quien rodó los ojos por la explicación de su compañero.
―Parte de los aspirantes acaparaban la comida, supongo que por eso había tensión entre ellos. Sísifo nada más oír su nombre en un grito de ayuda le dio un puñetazo a uno de los tipos e inició una pelea que terminamos ganando ―resumió el santo de acuario sin perder su rostro inmutable.
―¡¿Qué clase de relató es ese?! ―gritó el guardián del signo del centauro inflando las mejillas―. ¡A tu historia le falta pasión, acción y todo lo emocionante!
―Y a la tuya le faltan palabras reales que las personas normales podamos entender ―reprochó acuario mientras caminaba hacia Talos―. ¿Me permites tus brazos? ―preguntó amablemente.
El hombre de cabellos castaños accedió algo extrañado por la petición del santo, pero le dejó hacer lo que creyera conveniente. Ganímedes colocó su mano sobre las heridas y usando su cosmos comenzó a sanar los cortes, deteniendo el sangrado y cerrando la piel abierta. A pesar de ser un cosmos helado, más que doloroso o gélido se sentía refrescante. Algo similar a la brisa de otoño, suave y gentil. Por su lado, León se acercó a sagitario y se puso de rodillas para poder estar a su altura y mirarle frente a frente.
―¿Te has hecho daño? ―preguntó el santo de leo sujetando la barbilla del niño para examinar su rostro.
―En absoluto. Sólo son aspirantes nadie es lo suficientemente bueno para tocarme siquiera ―presumió el menor mientras sonreía con la soberbia que solía asomarse de vez en cuando.
―Es un alivio que estés bien, no sé qué habría hecho si te lastimaban ―gruñó por lo bajo abrazando a su pequeño con fuerza aun víctima de las secuelas de lo visto el día anterior.
León sabía bien la clase de personas que estaban en ese lugar. No era ajeno a saber que varios de los supervivientes eran aquella escoria capaz de cortar niños. De por sí tenía poca paciencia con ese tipo de personas y de tenerlos a todos identificados ya les habría dado escarmiento. El problema era la cantidad de rostros que vio en pocos segundos durante el pandemónium y la secuencia rápida de sucesos. Le era imposible registrar quién hizo qué a quién por estar demasiado centrado en detenerlos. Si alguno de ellos hubiera herido a Sísifo no sabría si podría detenerse. Luego de ver a pequeños agonizantes por las heridas, muriendo frente a sus ojos sin nada que pudiera hacer para impedirlo, que algo le sucediera a su amado hijo terminaría siendo pagado con la muerte. Lo estrujo un poco más sintiéndose tranquilo de saber que su pequeño estaba completo.
―Lo habrías mandando con Adonis o conmigo para que lo curemos cómo siempre que hace sus estupideces ―mencionó Ganímedes terminando de sanar a Talos―. ¿Te duele algo?
―No, muchas gracias… ―respondió nervioso meditando la forma en que debía dirigirse a él―. ¿Señor Ganímedes? ¿Es así?
―A pesar de la cara de engreído prepotente todavía se le puede decir por el nombre al principe congelado ―bromeó Sísifo cuando oyó la pregunta de Talos.
―¡Cállate, enano del demonio! ―reclamó acuario gruñendo mientras se disponía a curar a Tibalt.
―¡Voy a crecer! Dame unos años, miserable copero ―respondió sagitario―. ¡Ah cierto, Talos, Giles! ―llamó sonriente cuando su padre dejó de abrazarlo un momento―. Él es León de quién les había hablado ―dijo guiando al adulto llevándolo de la mano.
―Oh, es un gran honor para mí ser presentado formalmente, Sísifo nos habló mucho de usted cuando estuvo en nuestra ciudad ―saludó Talos extendiéndole la mano con cortesía―. Mi nombre es Talos y este pequeño es Giles ―presentó al niño al lado suyo.
―Mucho gusto, señor ―saludó el niño sonriéndole alegremente.
―Mucho gusto a ambos, aunque fue brevemente la diosa Atena y Sísifo también me hablaron de ti ―dijo León dándole un amistoso apretón de manos―. Me han contado que ayudas a niños huérfanos. Eres realmente admirable ―halagó con sinceridad.
―¿En... en serio? ―tartamudeo incrédulo de haber sido mencionado por la diosa mientras se sonrojaba al oír a un santo decirle que era admirable―. No es la gran cosa, siento que hago muy poco, pero ellos lo valen.
―Para mí es increíble, yo apenas si puedo con Sísifo ―comentó León sonriendo afablemente.
―¿Qué quieres decir con eso? ―interrogó el aludido con un puchero.
―Lo obvio, eres insoportable ―respondió Ganímedes sin dejar de curar los cortes de Tibalt.
El santo de acuario más o menos tenía fijos los objetivos a los que curar. Cuando llegó junto a Sísifo, a diferencia de éste, él sí observó la situación a su alrededor. Notando muchas personas sin hacer nada, al principe siendo rodeado y cortado, al grandulón siendo herido por armas filosas y el de apariencia de callejero siendo atacado mientras intentaba proteger a los pequeños. Le habría dado prioridad a proporcionarles tratamiento, pero con esos espadachines atacando a la más mínima oportunidad no podía descuidarse para atenderles apropiadamente. Una vez que terminó con los cortes superficiales del espadachín procedió a acercarse al callejero. Sin mediar palabra lo sujetó por el cuello de la ropa y jaloneó un poco de ella.
―Quítate la ropa ―ordenó Ganímedes de manera seria.
―Suelo cobrar antes de que me pidan eso, pero como estás guapo te haré descuento, cariño ―respondió Miles viéndolo coquetamente.
―Desvergonzado ―exclamó acuario viéndolo sorprendido por semejante respuesta.
―¿Cobrar? ―preguntó Sísifo metiéndose como de costumbre dónde no le llamaban―. ¿Eres ramera? ―cuestionó viéndolo fijamente.
―Yo era un erómeno ―respondió tranquilamente Miles sin ofenderse por la pregunta.
―¿Ero-qué? ―cuestionó sagitario ladeando la cabeza.
No era raro que Sísifo no entendiera del todo esos conceptos, pues según la región la práctica variaba un poco. En Creta, que era una sociedad paramilitar, existía un curioso rito de iniciación. Un hombre adulto elegía a un muchacho y lo raptaba con el consentimiento de los padres. Parientes y amigos fingían perseguirlos, pero finalmente les dejaban huir. Secuestrador y secuestrado pasaban dos meses juntos de acampada, cazando y conociéndose mejor. A su regreso, el raptor colmaba al adolescente de regalos: su primer conjunto de ropa militar, una copa para beber vino y un buey para sacrificar a Zeus. Si había sufrido violencia, la ley permitía al joven vengarse de su secuestrador, pero raramente lo hacía. Ser raptado se consideraba un honor, que garantizaba al escogido una posición social aventajada durante toda su vida.
En Atenas, la pederastia era un asunto más refinado. No había secuestros, sino flirteo, y este debía ceñirse a unas normas estrictas de galantería. La ley protegía hasta cierto punto a los chicos demasiado jóvenes: los maestros de escuela y los directores de coros debían tener cuarenta años cumplidos, una edad venerable para la época, y se comprometían a no permitir que nadie se acercara a sus pupilos durante las clases. Algunos adolescentes, además, iban a todos partes acompañados de un pariente mayor o de un esclavo que les hacía de carabina. A partir de los dieciséis años, aproximadamente, la cosa cambiaba. Los tutores aflojaban su férrea vigilancia y empezaban a dejar que los jóvenes recibieran regalos de admiradores. Si uno de ellos era lo bastante insistente y generoso, el muchacho aceptaba y se convertía en su protegido, pero nunca demasiado pronto. No estaba bien visto ponérselo fácil.
Eran relaciones desiguales. El adulto, erastés, era el amante; el adolescente, llamado erómenos, el amado. Un erómenos debía ser atractivo, inteligente y virtuoso. No se esperaba de él que sintiera deseo hacia su protector, sino afecto y agradecimiento. Era el erastés quien perdía la cabeza: los poemas solían presentarle como un juguete en manos de Eros. Se consideraba que la aparición de la barba en el mentón del joven ponía fin a la posibilidad de este estatus social, si bien algunas veces continuaban las relaciones iniciadas con anterioridad.
En Eólida, lugar de nacimiento de sagitario, estas prácticas no se llevaban a cabo, menos aún en la ciudad fundada por el propio Sísifo. Su ritual de mayoría de edad para demostrar que era un hombre consistió en ir a cazar. Si la presa era grande y útil era honrado como hombre y se le daba la bienvenida al mundo de la adultez. Él había cazado un buey, siendo su carne, pelaje y hasta pezuñas aprovechadas. Así se volvió hombre, por lo cual supuso que era así en todos lados. Que alguien tocara a un miembro de la familia real era impensable, hasta un pecado incluso si no se llevaban ceremonias correspondientes. Y definitivamente el secuestro por parte de un hombre mayor queriendo fornicar, sería motivo para que el rey Eolo mandara a alguien a la tumba de siquiera pensarlo.
―Sí, es ramera ―respondió Ganímedes sin ganas de tener que explicarle al niño todo lo que quería decir eso. Además, sabía que el santo de Leo se enojaría si hablaban demasiado de eso.
―¿Te molesta? ―preguntó Miles al ver al azabache menor viéndolo fijamente.
―Todo lo contrario, al fin Ganímedes tiene a alguien de su tipo para ser amigos ―respondió Sísifo con una sonrisa traviesa.
―Absurdo ―respondió acuario mientras le rompía la ropa al ladrón para tratar su herida.
―No lo es ―protestó el de la cinta roja mientras llevaba las manos detrás de la cabeza―. Ambos podrían tener mucho en común por su vida como rameras, la amistad está asegurada. Es como cuando pones a dos caballos juntos para que se apareen y obtener un pura sangre ―explicó Sísifo.
―No somos animales que puedas poner a aparearse a tu gusto ―reclamó Ganímedes.
―Exacto, primero sería bueno una cena romántica o mínimo que me invites a desayunar, guapo. Luego intentamos el apareamiento ―dijo Miles guiñando un ojo a su sanador mientras el menor sólo reía.
―¡Sísifo cuida tu lenguaje! ―regañó León cuando le oyó hablando maleducadamente.
―¡Lo siento! ―se disculpó de inmediato.
―Hablando de lenguaje, deberías medir mejor tus palabras ―intervino Shanti saliendo casi de la nada.
―¡Estás vivo, cieguito! ―gritó sagitario abrazándolo con fuerza mientras restregaba su mejilla contra la del pequeño.
―No me toques, hereje. Manchas mi cuerpo con tus pecados ―reclamó el extranjero sin hacer movimiento alguno para sacárselo de encima―. No me llevarás al infierno contigo.
―Si pudieras ver las cosas a mi manera no pensarías así ―replicó el azabache sin pensar, para variar.
―¿Lo haces a propósito? ―interrogó el invidente, por esos juegos de palabras constantemente referidos a su incapacidad.
―Te juro que no. Lo digo sin pensar ―respondió nerviosamente Sísifo al darse cuenta que era demasiado fácil olvidarse de que estaba ciego.
―Como todo lo que hace en general ―mencionó Ganímedes curando de una vez la herida de Miles.
El ambiente entre ellos parecía ajeno a todos los demás, quienes se sentían incómodos al convertirse en espectadores de una obra a la que no pertenecían. Lógicamente cuchicheaban sus opiniones cuidándose de no ser oídos por nadie más que la persona a la que iba dirigida, otros más hambreados, tomaban como ventaja la distracción para rebuscar algo de la comida que había caído al suelo durante la pelea. En vista de que no conseguirían atravesar a esos recién llegados hasta la comida, sólo les quedaba recoger lo que había caído al suelo. Castor se acercó a su hermano intentando ayudarle a levantarse, estaba bastante adolorido y notó que Pólux tenía el labio partido dejando un hilillo de sangre corriendo por su barbilla. Para empeorarlo todo, el semidios veía al maldito chiquillo riéndose en su cara. ¿Por qué aquel santo no hacía nada? Abiertamente el malcriado admitió haber iniciado la pelea y todavía le preguntaba si estaba bien y le abrazaba. Ese lugar estaba patas para arriba sin dudas.
―¡Hey, tú! ―reclamó Pólux caminando hacia donde León conversaba con Talos y Giles―. Dijiste que las peleas están prohibidas, él ―señaló a Sísifo que seguía discutiendo con Shanti por los dioses y la ceguera―. Inició una y no sólo eso, blasfemó contra los dioses y me faltó al respeto. Debes echarlo del santuario.
―Es cierto que yo prohibí las peleas, pero como santo dorado no tengo la autoridad de echarlo ni los deseos ―respondió el santo de Leo con una sonrisa condescendiente.
―¡¿Por qué?! Exijo que se le expulse, pero no antes de que me dejen azotarlo hasta que se arrepienta de faltarme al respeto ―exigió el semidios plantándole cara.
―Él es Sísifo de sagitario. También conocido como el ángel de Atena ―contestó León con una sonrisa orgullosa que poco a poco se iba tornando amenazante, así como su propia presencia―. Y es MI hijo ―remarcó en un rugido por lo bajo―. Te mataría antes de permitirte ponerle la mano encima a mi niño.
―¡Exijo hablar con Atena ahora mismo! ―reclamó el semidios con furia implacable negándose a seguir siendo ignorado.
―¿Qué? ¿Vas a hacer que me echen? ―interrogó Sísifo sonriendo emocionado mientras alzaba las manos―. Yo mismo te llevaré con Atena si lo logras ―ofreció entre risas.
―No pasara ―advirtió Ganímedes con aburrimiento.
―¡Maldición! Me ilusioné mucho ―maldijo sagitario chasqueando la lengua.
El semidios no podía aguantar más ese comportamiento de parte de todos. Podía oír los murmullos de admiración hacia el enano que le venció, ¡no! ¿Cómo era posible que le haya dado una paliza sin siquiera poder defenderse? Estaba seguro de haber hecho uso de su cosmos de manera eficiente y hábil como siempre. Entonces, ¿por qué? ¿Cuál era la razón de que un simple mortal menor que él pudiera dejarlo en tan mal estado y salir completamente ileso? Aunque hubiera buenos argumentos para respaldar el motivo de la admiración hacia sagitario, a Pólux le molestaba ser precisamente la causa de aumentar la fama de ese pequeño engreído. Sólo bastó verle esa sonrisa prepotente para saber la clase de persona que era. Su cosmos comenzó a alterarse nuevamente por el odio que le generaba ver a los santos dorados haciendo de las suyas como si fueran superiores a él. Sólo eran las mascotas de su hermana. Figuras de barro que los dioses moldearon a su semejanza para ser utilizados como les placiera. Él podía ser sólo parte dios, pero no era simple barro viviente como ellos.
―¡Voy a matarte yo mismo! ―grito el rubio liberando su cosmos de manera agresiva consiguiendo que a su alrededor el suelo se agrietara así como las columnas.
―¡Salgan de aquí rápido! ―ordenó rápidamente sagitario usando su viento dorado para desviar los trozos de techos que comenzaron a caer al mismo tiempo que evitaba su ataque.
Ganimedes no perdió el tiempo y usando su cosmos helado ayudaba a mantener el agresivo poder divino lejos de los aspirantes. Pese a que no podían verlo, sí podrían sentirlo. La fuerza de un semidios era capaz de someter a cualquier criatura incluso sin ser consciente de los motivos de ello. Para las mentes mortales una fuerza invisible actuaba sobre ellos sin poder hacer nada para negarse. Sin embargo, el daño que podrían recibir era algo de cuidado. El santo de Leo se aseguraba de destruir los trozos de roca que se aproximaran a los que intentaban huir. El problema era que siendo tres era complicado proteger a los aspirantes y para peor, el semidios no pensaba quedarse quieto. En esos momentos veía en rojo y aprovechando que Sísifo estaba usando su cosmos para otros fines intentó atacarlo nuevamente. Para su mala fortuna manipulando el viento le arrojó los trozos de techo que había mantenido suspendidos en el aire. El hijo de Zeus los destruyó con facilidad y se acercó listo para tomar su revancha allí mismo. Los otros dos santos estaban indecisos de si ayudar primero a su compañero o a los aspirantes. ¿A quién darle prioridad en esa situación de peligro?
―¡Te tengo! ―gritó Pólux abalanzándose nuevamente hacia sagitario.
―¡Alto! ―ordenó seria Atena apareciendo frente a Sísifo para detener a su medio hermano.
La diosa se había colocado frente a sagitario y con su propio cosmos aplacó al de su hermano obligándolo a detener su carrera contra el menor. Había pasado una pésima noche en sus aposentos debido a todo lo acontecido en el coliseo y lo último que necesitaba era tener que repetir el mismo error del día anterior. A pesar de las amables palabras de Adonis y León queriendo brindarle consuelo, ella tenía muy presente que guardián del noveno templo no sería tan comprensivo con su fallo. Dado su carácter le esperaban entre reclamos y burlas de su parte.
La diosa aún no se sentía por completo en condiciones de hacerle frente a su error. Es más, quizás ni siquiera sabía si podría hacerlo algún día. Por culpa de la barrera que había levantado en el santuario, los dioses de la muerte no podían ingresar a llevarse las almas de aquellas personas para descansar en paz o irse a algún infierno según correspondiera. Los había condenado en diversos niveles. Y ahora por culpa de su hermano tendría que adelantar su conversación con Sísifo.
―¡Quítate de mi camino! ―ordenó Pólux elevando su cosmos concentrándose en buscar una forma de atacar al niño detrás de la diosa.
―¡Aquí la que da las órdenes soy yo! ―sentenció Atena observándolo con molestia―. Te invité aquí porque siendo un semidios y teniendo afinidad con una de las armaduras que mandé hacer, lo consideré justo. Pero si vas a desobedecer a tus superiores puedes largarte.
―Así que soy un invitado, ¿no? ―cuestionó el semidios viéndole con creciente burla―. Entonces, respóndeme ¿por qué dormimos en lugares tan sencillos? ¿Por qué no tenemos casas propias? ―interrogó arrogantemente, pero antes de que Atena respondiera, su santo lo hizo.
―No te lo has ganado, así de fácil ―respondió Sísifo viéndolo con seriedad―. ¿Crees que ser hijo de Zeus te hace especial? Aquí no, polluelo ―mencionó con esa sonrisa que el aspirante a géminis comenzaba a odiar―. Yo tengo mi propia casa para descansar y además de nosotros cuatro sólo ocho de los aspirantes tendrán ese privilegio ―explicó divertido al verle enojado.
―¡Me merezco todo lo que se le pueda ofrecer a un santo! ―gritó Pólux poniéndose rojo de la ira―. La fama, las riquezas y las mujeres me pertenecen ―exigió recibiendo otra estruendosa risa del niño.
―Estás muy perdido, pequeño pollito ―comentó el azabache intentando contener la risa para hablar correctamente―. En este lugar no hay otra mujer más que la diosa Atena, no vas a tener riquezas que te hagan aún más insoportable de lo que eres y fama ya tienes: la del pollito derrotado por hacer berrinche.
Castor no dejaba de estar a espaldas de su hermano mayor temiendo lo que pudiera hacer. Él lo había visto perder la cabeza muy pocas veces. Siempre era alguien controlado, calmado y no le costaba trabajo derrotar a quien quisiera. Esta era la primera vez que lo veía tan lleno de odio contra alguien, frustrado y hasta cierto punto, indefenso. Tanto Atena como su ángel lo habían hecho retroceder de manera humillante. Se sentía algo culpable por disfrutar del momento, pero no podía evitarlo. Ver a su todopoderoso hermano tirado en el suelo viendo hacia arriba a sagitario le dio nuevas esperanzas de poder alcanzar a Pólux. Habiendo nacido mortal, jamás en su vida vislumbró la idea de poder estar a su nivel. Aunque fuera un poco humillante, su papel era quedarse detrás de su gemelo y permitirle cuidarle y ordenarle. Siempre bajo su protección a cambio de su obediencia y sumisión.
―Si sólo vas a causarme problemas es mejor que te vayas, Pólux ―invitó la diosa con un ademán hacia la puerta.
―¡Tú necesitas de mí! ―estalló en colera el rubio mayor poniéndose rápidamente rojiza la piel de su rostro―. Yo soy mejor que cualquiera de tus miserables mascotas.
―No mejor que mi ángel ―respondió Atena de manera arrogante palmeando el cabello azabache del mencionado tal cual como una mascota―. Te humilló delante de todos. Su vida me es más valiosa ahora para mí que la tuya.
Esas palabras calaron hondo en la psique del gemelo mayor. ¿Un simple mortal más poderoso que un hijo de Zeus? Absurdo, imposible, impensable. Esas eran sólo algunas de las respuestas menos despectivas que le daba su subconsciente a la pregunta que él mismo había formulado en silencio. Si abandonaba el santuario tras su derrota frente al maldito ángel, todos lo tomarían por cobarde. Sería fácil para todos inventarse historias de que huyó por la vergüenza o en el peor de los casos por miedo a sagitario. Odiaba admitirlo, pero no conocía otro sitio donde comprender los secretos del cosmos.
Él personalmente no lo requería, pero su hermano Castor sí, y en vista de lo vivido, si lo dejaba solo lo matarían en cuestión de tiempo. Debería quedarse allí por algún lapso, sacarles todo el provecho posible y luego vengarse de quienes lo ofendieron. Le encantaría ver si su padre Zeus le haría algo realmente si mataba a esas miserables mascotas de su hermana. Y aunque Atena hiciera berrinche nada les devolvería a esos inútiles. ¡Oh cuanto le excitaba la idea de ver al maldito niño bañado en su propia sangre rogando por su vida! Lo tenía decidido. Se quedaría allí hasta que su hermano aprendiera a manejar el cosmos y luego el daño a su reputación sería reparado.
―¡Ya lo verás! ―gritó Pólux señalándola con el dedo―. Verán cómo me convierto en el santo más poderoso de toda tu maldita orden y tú ―afirmó dirigiéndose esta vez al niño―. Disfruta de tu pequeña victoria porque algún día voy a someterte, pequeño bastardo.
―Lo mismo dijo tu papi y sigo esperando a ver eso ―respondió encogiéndose de hombros―. De momento tú estás debajo de mí, polluelo.
El mayor de los gemelos salió corriendo a pasos agigantados siendo seguido, no muy de cerca por Castor, a quien le costaba seguirle el paso. Si se hubieran quedado un poco más habrían visto la sonrisa cómplice que compartía Atena con sagitario.
―Los hombres son tan fáciles de manipular ―rio por lo bajo Atena.
―Al menos ahora sabes que querrá ser el mejor en todo ―alentó sagitario con una expresión maliciosa en el rostro―. Nada como darle un objetivo para que se esfuerce.
―Es un problema menos, pero debemos poner reglas en el santuario ―afirmó la deidad con seriedad saliendo del lugar destruido acompañada del niño hacia donde estaban los demás aspirantes ya a salvo―. ¡Les ordeno a todos que se encarguen de limpiar este lugar y lo dejen como estaba! León y Ganímedes les darán las instrucciones a seguir después de repartir el desayuno entre todos ―instruyó mientras sujetaba la mano de sagitario.
―¿Y qué hará Sísifo? ―interrogó acuario viéndolo seriamente por si estaba escapándose del trabajo duro.
―Nosotros pondremos reglas para este santuario con el fin de que estos incidentes cesen de una buena vez. Cuando terminemos se los comunicaremos a todos ustedes ―respondió ella antes de desaparecer junto al menor.
―Sí, se escapó del trabajo duro ―se quejó Ganímedes al saber que le tocaba la peor parte junto a León.
―Me preocupa que mi niño se haya saltado el desayuno ―suspiró León temiendo que fuera a pasar hambre.
―Mejor preocupémonos por nuestros propios estómagos ―respondió el de los ojos azules antes de ir a organizarlo todo.
Como si no hubieran tenido suficiente con los destrozos anteriores dejados por la pelea de Sísifo, ahora tenían que sumarle también los causados por el semidios. El único aspecto positivo de la presencia de aquel ser era que podría facilitarle volver a ver a Zeus. Estando dos de sus hijos favoritos allí era cuestión de tiempo antes de que el rey del Olimpo los fuera a ver y, por ende, él podría reencontrarse con su antiguo amante. Estaba seguro de que si se volvieran a ver el amor entre ellos resurgiría como el fuego. Un romance tan apasionado como el que tuvieron alguna vez jamás podría ser extinguido por el paso del tiempo. Luego de décadas juntos, Ganímedes conocía bien como complacer y seducir a Zeus. Ningún amante anterior o posterior a él podría superarlo, ni siquiera la mismísima Hera, quien estaba seguro lo hizo echar por celos. Era la envidia de saberlo mejor amante y compañero que ella, pero esta vez no cometería los mismos errores que antes. Lo haría mejor y todo volvería a ser una perfecta armonía llena de felicidad y amor entre ellos.
―¡Maldito ángel mimado! ―gruñó por lo bajo el semidios pasando entre los aspirantes de manera agresiva.
Caminar entre aquellos a quienes por poco mandó al otro mundo en su ataque de histeria era algo que habría preferido evitar. Los murmullos cargados de burla y sarcasmo no se hicieron esperar. Comentarios cargados de veneno poniendo en duda si era hijo de Zeus u otros más desvergonzados cuestionaban si realmente era tan todopoderoso. Era bien sabido que los dioses no perdonaban a los blasfemos y tardaban poco en darles muerte o castigo a quienes se burlaran. Si era tan orgulloso y digno, ¿por qué el pequeño ángel se mofó abiertamente de los dioses sin daño alguno? Contrario a eso, la diosa Atena lo llevaba de la mano aparentemente sin castigo alguno. Pólux prefirió fingir indiferencia y avanzar hasta estar en un lugar apartado lejos de todos esos herejes. Se aseguraría de hacerles callar a ellos también y de tener oportunidad los asesinaría en honor a Zeus para pagar con su sangre el pecado de haberse mofado de su divinidad. Llegaron a los dormitorios donde los gemelos se sentaron en una de las camas para revisar las heridas del mayor.
―¿Te encuentras bien, hermano? ―preguntó Castor revisando las heridas de su familiar―. Tu cara está hinchada.
―Estoy bien ―respondió sacudiéndoselo de mala manera―. Esto no es nada comparado a lo que le haré a ese niño cuando ponga mis manos sobre él ―gruñó por lo bajo mientras sus manos hacían gestos de estrangularlo. Imaginándose así mismo arrebatándole el aire lentamente hasta la dulce muerte.
―No podrías hacer eso ―advirtió un recién llegado ingresando sin siquiera ser invitado.
―¿Qué rayos quieres? ―preguntó Pólux poniéndose en guardia delante de su hermano menor―. ¿Acaso vienes a castigarme por meterme con el mocoso? ―interrogó amenazante.
―Te equivocas, vine a curarte ―respondió Ganímedes alzando las manos en son de paz―. Mi nombre es Ganímedes, soy el santo de acuario.
―¿Por qué le ayudarías luego de atacar a tu amiguito? ―interrogó Castor mostrandose desconfiado de que le hiciera algo a su hermano.
―Mi deber es encargarme de los aspirantes, todos, incluyéndoles ―explicó acercándose a paso lento.
―Deja que se acerque ―ordenó el semidios a su gemelo haciéndole un gesto con la mano. Dejó que acuario se le aproximara, pero antes de que le tocara sujetó al azabache del brazo y lo jaló hasta tenerlo cara a cara―. Intenta hacerme algo raro y juro que te mataré ―amenazó antes de soltarle.
Ganímedes simplemente asintió con su rostro estoico de siempre y procedió a apoyar su mano en las zonas afectadas para empezar a tratarlas con su cosmos. Los gemelos por su lado lo observaban atentos a que intentara algo como profundizar las heridas como venganza. Su atención estaba tan centrada en él que no pudieron evitar notar lo hermoso que era. Sus cabellos oscuros, sus ojos azules calmos y fríos como su cosmos, su piel suave a la vista y sus rasgos tan finos como los de una mujer.
Tal vez no hubiera mujeres allí, pero algunos hombres podrían servir para pasar el rato en el peor de los casos. No es como si fueran ajenos a ese tipo de prácticas. Cuando navegaron en el viaje de los Argonautas fueron testigos y participes de la sodomía. Después de todo, Hércules era bien conocido por mantener relaciones carnales con quien le fuera hermoso sin distinción entre hombre o mujer y ni siquiera le importó ser familiares para intentar seducirlos. Pólux lo rechazó simplemente porque odiaba la vanidad de su medio hermano. El sexo era una cuestión de poder, por lo mismo entre dos semidioses el que ofreciera su cuerpo para goce del otro sería el inferior. Y él no iba a ser menos que quien se creía hijo favorito de Zeus.
―Espero sepas disculpar la boca imprudente de mi compañero Sísifo ―habló acuario sentándose rectamente una vez que terminó de tratar las heridas de sus brazos y pasó a las del rostro.
―¡Ese niñato tiene sus días contados! ―advirtió Pólux viéndolo con rabia―. Y tus pobres disculpas no lo salvaran de mi ira o la de mi padre.
―Me temo que te estás confundiendo ―afirmó Ganímedes soltando un corto suspiro por el mal carácter del chico.
―¡Insolente! ¡¿Cómo te atreves a hablarle así a mi hermano?! ―reclamó Castor al punto de mostrarse amenazante.
―Puede que te sientas confiado por ser un inmortal e hijo de Zeus ―habló acuario dirigiéndose al gemelo mayor viéndole con seriedad―, pero la verdad es que tú ni siquiera te has adaptado a tu condición. Ni siquiera se ha detenido tu tiempo aún.
―Hablas mucho, pero ¿qué sabes sobre ser inmortal? ―interrogó Pólux en tono de burla.
―He sido inmortal más tiempo del que llevas con vida ―afirmó Ganímedes de manera casual viendo a los gemelos poner cara de escepticismo―. Mi nombre y mi constelación deberían decírtelo todo. Soy Ganímedes el copero de los dioses y amante de tu padre ―se presentó brevemente con los apodos que tanto extrañaba en su melancolía―. Y piscis, es Adonis el hermoso, ex amante de la diosa Afrodita. Nosotros vivimos durante décadas como inmortales. Eso es más tiempo del que llevas fuera del huevo ―explicó acuario de manera calmada.
Aquello sorprendió a los gemelos, pero algo sabían al respecto. Esos cantares antiguos e historias que se contaban a los niños como fábulas o cuentos para dormir los dejaron atrás desde el momento en que se hicieron hombres. ¿A quién le importaba lo que fue con tantas aventuras por delante? No tenían tiempo ni interés en esas historias viejas y la mayoría las desconocían o las olvidaron con los años. Así que los inmortales que Zeus expulsó del Olimpo se convirtieron en las mascotas de Atena. Eso sin dudas tenía su gracia.
―¿El de Leo quién es? ―preguntó Castor no viéndole nada extraordinario.
―Él sí es un mortal común y corriente ―respondió acuario de manera monótona.
―¿Y sagitario? ―interrogó esta vez Pólux mostrando una mueca de desagrado sólo de pensar en él―. No sé mucho sobre cantares, pero estoy seguro de jamás haber oído de un ángel maleducado.
―Eso es porque a él se le conoció con otro nombre ―suspiró Ganímedes sabiendo que venía una parte que prefería olvidar―. ¿Conoces a Prometeo? El titán amigo de los mortales conocido también por burlarse de tu padre y robar el fuego de los dioses. ―Tras recibir un asentimiento de parte de rubio prosiguió―. Sísifo es descendiente suyo y siguió los pasos de Prometeo volviéndose enemigo de tu padre. Ellos son enemigos naturales, mencionar a Zeus sólo le provoca querer meterse contigo.
Ante esas palabras el semidios soltó una gran risotada por lo absurdo del motivo de la advertencia.
―Sólo es un niño pequeño, ¿qué podría hacer contra mí o mi padre? ―interrogó de manera retórica sin esperar que fuese respondida.
―Él fue quien acusó a tu padre con Asopo, dios de los ríos cuando secuestró a su hija, la ninfa Egina ―dijo haciendo que las risas cesaran de inmediato―. No sólo eso, cuando Thanatos fue a darle muerte, Sísifo lo sedujo y secuestró durante todo un año y a pesar que tras su liberación se logró darle muerte, al bajar al inframundo sedujo a Hades y consiguió escaparse por segunda vez de la muerte.
―¡Pero está castigado para toda la eternidad empujando una roca en el Tártaro! ―mencionó Castor siendo conocedor de que cuando un trabajo era inútil y repetitivo se hacía mención de aquel castigo divino.
―Atena lo sacó de allí y lo volvió su ángel. Zeus lo resucitó con esa apariencia de niño pequeño, pero su alma y mente tienen siglos de existencia ―relató Ganímedes con seriedad―. Para él nosotros no somos más que niños, un ser como él que ha existido tanto tiempo puede hasta ver a un mortal en el ocaso de su vida y considerarlo apenas un infante.
―Así que el estafador de dioses está con vida nuevamente ―rugió Pólux entendiendo el ridículo que pasó delante de ese idiota.
Las risas y comentarios en el comedor durante su pelea comenzaron a cobrar sentido en su cabeza. Era natural que sagitario no temiera de sus amenazas. Aun así, no podía tolerar que se le faltara el respeto de semejante manera. Ni a él ni a su padre.
―Por eso te recomiendo no provocarle, sólo ignóralo ―aconsejó acuario pidiendo prudencia―. Las armaduras doradas que vestimos fueron forjadas por Hefesto. No conforme con eso Atena le dio alas como símbolo de su bendición, siendo el más cercano a ella. Oh y la cinta roja en su cabeza es un regalo de parte de sus maestros; Apolo y Artemisa. Esa tela roja es parte de la ropa del dios del Sol colocada en Sísifo por la mano de la diosa de la luna. Como verás, él está protegido por la orden dorada, algunos dioses y posiblemente los titanes ―advirtió nuevamente Ganímedes una vez que terminó de curarlo. Se puso de pie y comenzó a retirarse―. No hagas nada estúpido que ponga en peligro tu vida ―dijo para finalmente marcharse.
―Agradezco mucho tus cuidados y consejos, santo de acuario ―habló Pólux mostrando una sonrisa que podría verse inocente.
Cuando el santo de acuario se retiró del lugar, el gemelo mayor bufó con molestia. "Una de las rameras de mi padre se cree con derecho de advertirme o decirme qué hacer. ¿Quién se cree que es? Maldita servidumbre engreída. Les dan la inmortalidad y se creen a la altura de seres divinos como nosotros". Pensó con desprecio hacia Ganímedes, pero luego sonrió agradecido por la información. Si el niño era enemigo de su padre, seguramente éste estaría orgulloso y agradecido si lo mandaba de regreso al Tártaro de donde Atena nunca le debió dejar salir. Si quería derrotarlo en su propio juego debería aprender sobre él; su historia, su pasado, sus habilidades, etc. Todo sin olvidar fortalecer las destrezas de Castor. Ya tenía listos dos objetivos en mente y por ellos no sólo permanecería en el santuario sino también que sería el mejor.
El santo de acuario retornó donde su compañero dorado para continuar con las instrucciones de Atena. Con la ayuda de algunos voluntarios, entre ellos Talos, se acomodaron para repartir la comida entre todos cuidando que alcanzara para todos. León lo recibió con una porción apartada para él y otra para Adonis. Eso significaba que le tocaba recorrer todas las malditas casas zodiacales para llevarle lo suyo. "Maldita sea mi suerte". Se quejó mentalmente, pero cumplió en silencio el pedido. Durante el trayecto pensaba en la charla con Pólux, esperaba que todas esas advertencias que le dio lo mantuvieran lejos de Sísifo. No mentía al decir que sagitario era enemigo natural de Zeus, pues era como si la pelea entre el rey del Olimpo y Prometeo hubiera pasado a ser de Zeus contra Sísifo a causa del castigo del titán. Y ahora parecía volver a transferirse, pero a Pólux contra Sísifo. Sólo le faltaba hablar con el pequeño estafador para convencerlo de que se aleje del aspirante de géminis. Más o menos tenía pensado qué decirle para convencerlo.
"Sólo espero que la llegada de nuevos aspirantes no arruine mis días de paz junto a mis compañeros. No voy a permitir que ese par de idiotas me estropeen todo con sus peleas absurdas".
CONTINUARÁ…
