Cap 54: Castigo divino
Shanti había estado meditando junto a su discípulo en un área lejana al santuario. Era la forma de estar en paz y completo control de su propio cosmos sin interrupciones. Sin embargo, el repentino despliegue de cosmos divino proveniente de tres deidades atrajo su atención. Sabía que el lugar donde estaban era la enfermería. El sitio donde estaba reposando sagitario. El guardián de la sexta casa frunció un poco el ceño. En el estado en el cual se encontraba Sísifo sería imposible soportar el poder de los dioses sobre él. ¿Habría despertado? Eso explicaría el despliegue de poder. Como de costumbre hizo o dijo alguna tontería que los ofendiera y los dioses reaccionaron. Sin embargo, el cosmos del arquero era casi nulo. No presentaba cambios así que supuso que seguía dormido. Una situación por mucho más peligrosa que las herejías comunes del caballo alado.
—Quédate entrenando tu cosmos mientras investigo —ordenó Shanti al joven sentado junto a él mientras se levantaba.
–Sí, maestro —aceptó el aludido sonriendo al dorado.
Sin ningún intercambio de palabras, el auto proclamado "vocero de los dioses", se encaminó rápidamente a la enfermería para averiguar qué estaba sucediendo. El santo de virgo no era el único que sintió aquel despliegue de poder. Adonis, quien había estado conversando con Argus de camino a la casa de piscis y de regreso, sintió un mal presentimiento a causa de la ira de los dioses. Ellos eran seres cuya presencia era imposible de ignorar. Y más aún cuando podían literalmente modificar y destruir todo a su alrededor. Por lo mismo temía que estuvieran causando daños a terceros nuevamente. Ya había experimentado ese tipo de reacción cuando Hércules casi mata a Sísifo. En aquel momento la ira de los dioses recayó sobre todo el santuario de tan ofendidos que se encontraban.
Al ingresar a la enfermería, notó varias cosas tiradas en el suelo. Algunos recipientes estaban rotos a causa de la caída y los restos estaban dispersos en el suelo. Adonis cuidó de no pisar ni tocar ningún fragmento por miedo a derramar su sangre venenosa. Rápidamente dirigió su mirada a sus compañeros dorados notando la desesperanza en ellos. Sus miradas expresaban que no había cambiado el ánimo desde que se fue. Y podía apostar a que estaban incluso peor que antes. León seguía aferrado al cuerpo inconsciente de Sísifo, como si temiera que la muerte misma viniera por él. Cosa imposible sólo por la barrera de la diosa Atena.
Argus había dado un paso al frente queriendo hablar con el arconte del león. Él tenía una idea que no pudo discutir apropiadamente con los dioses, pero según Adonis era relativamente factible de realizar. Dio un paso al frente dispuesto a decirle lo mismo que al santo de piscis, cuando este último alzó su brazo y le negó avanzar más. Incluso negó con la cabeza sabiendo lo que pretendía decir. No era el momento de hablar de un asunto tan delicado. A juzgar por los ánimos a su alrededor. El caballero de las rosas consideró prudente callar hasta tener toda la información corroborada antes de hacerla de dominio público. El joven aspirante oyó a sus amigos aconsejarle lo mismo. Pues varios de los que estuvieron dentro de la enfermería terminaron extintos por el cosmos divino. Un paso en falso y no serían sólo los espíritus los que dejarían este mundo.
—Aún no, Argus —susurró el santo venenoso al aspirante—. Hablaremos después a detalle —prometió.
Adonis no descartaba la idea del joven, pero no había meditado adecuadamente sobre la misma. En su apuro por ir en busca de más rosas blancas tuvo que colocar distancia entre ellos para no envenenarlo. Escuchó a grandes rasgos su propuesta, pero no habían terminado de hablar acerca de los pros y los contras cuando corrieron rumbo a la enfermería curiosos del motivo de la ira de los dioses. Se acercó a León queriendo ayudar a tratar sus heridas visibles y asegurarse de que no hubiera daños de cuidado al estar expuesto a las deidades, pero fue rechazado en un brusco movimiento con el que casi lo toca.
—No necesito tratamiento. No estoy herido —dijo con un tono de voz monótono que sonaba ajeno a él.
—Sólo es una revisión —aclaró piscis con tranquilidad reuniendo toda su paciencia—. Por favor, déjame asegurarme de que no tienes nada malo.
—Mejor revisa a Sísifo —ordenó León casi gruñendo—. ¿O qué? ¿Tú tampoco crees que sea necesario tratar a un moribundo? —interrogó a la defensiva.
El guardián de la quinta casa tenía serias dudas sobre lo que le depararía a su hijo. Si el mismísimo dios de la medicina dijo que ya no había esperanzas y que lo mejor era dejar ir a su pequeño, ¿qué podía esperar de los dorados que eran simples mortales? Aunque anteriormente fueron inmortales, ahora no eran distintos de los demás. A eso debía sumarle que eran aprendices de Apolo. Si quien fuera su maestro no conocía una solución, ellos con sus limitados conocimientos menos aún. Tenía miedo de que todos dejaran de intentarlo y debiera ver morir a su hijo a mano de los supuestos "sanadores". En especial desconfiaba de piscis quien no era ajeno a ese tipo de prácticas. No olvidaba que fue el propio santo de las rosas el que decidió darles muerte a quienes no pudo sanar tras la primera prueba de Atena. Adonis lejos de ofenderse se extrañó y le dirigió una mirada a Ganimedes quien estaba revisando a Talos por posibles heridas. El santo de acuario negó con la cabeza dando a entender que no prestara atención a los delirios del gato grande.
—Primero debo revisarte a ti porque parece que has usado tu cuerpo para proteger a Sísifo de todo daño —explicó Adonis con paciencia—. Me parece que has hecho un buen trabajo evitando que recibiera cualquier daño, pero no puedo decir lo mismo sobre protegerte a ti del daño.
—No crees que haya que matarlo como dice Apolo, ¿o sí? —interrogó el castaño separándose lentamente del cuerpo de su hijo.
—Por supuesto que no creo eso —exclamó el rubio casi ofendido de que creyera que él mataría a su primer amigo, así como así—. Debe haber una solución más allá de la medicina. Aunque no sé dónde debamos buscarla, sé que debe existir. Mi intuición me lo dice —dijo el rubio con firmeza.
"¿Intuición femenina?". Preguntó una voz que el santo venenoso reconoció como la de Sísifo. Miró con los ojos muy abiertos su cuerpo y contradiciendo sus palabras de revisar primero a León, se acercó al cuerpo del arquero para tomarle el pulso. Se giró casi como si fuera el búho de Atena para hacerle una seña a Argus con sus ojos. El aludido al inicio no entendió, pero cuando vio como los ojos de Adonis se movían inquietos por la habitación, entendió el mensaje. Realizó el pedido silencioso e inspeccionó a consciencia la enfermería completa antes de negar con la cabeza mostrándose decepcionado.
—¿Qué? ¿Qué sucede? —preguntó León inquieto por ver a su compañero actuando tan raro.
—Nada, nada —respondió el rubio con cierto nerviosismo.
Lo había sentido. Una presencia vaga de la consciencia de Sísifo. Definitivamente seguía vivo, pero por alguna razón sólo se manifestaba con cortas frases. Sólo hubo dos ocasiones en las que se le oyó hablar desde que estaba en coma. Y ambas se debieron a un estallido de cosmos que bien podría haberlo matado en su estado actual. Sin embargo, oírle nuevamente le daba esperanzas para apostar por la teoría de Argus. Mas, por precaución debería evitar comentar esto en voz alta. Suficientes esperanzas les había dado Castor antes como para volver a hacerlo. Si llegaba a decir que casualmente oyó a sagitario hablar en el momento donde más necesitaban una señal de que podía ser salvado, de seguro León creería que estaban jugando con sus sentimientos.
—Está bien —aceptó León sonriéndole al santo se piscis con falsa amabilidad—. Y lamento como te traté. Sé que eres un sanador confiable y que me dirías cualquier cosa importante que sucediera con mi niño —remarcó de manera posesiva.
A juzgar por la reacción de Argus, él sabía algo. León recordaba que Sísifo le explicó sobre los fantasmas y cómo ellos estaban por todos lados. A los cuales sólo Adonis, Argus y el propio Sísifo podían ver y escuchar. Esa había sido la razón de usarlo como medio de comunicación para tenderle una trampa a Hércules. Algo habían visto u oído ese par. Sino no se explica por qué la repentina prisa de Adonis por revisar al menor. Le molestaba sentir que todos sabían algo sobre su hijo, menos él. Desde Apolo hasta Adonis y los que faltaban. Sin embargo, por el bien de su niño, permitió que el santo de las rosas siguiera revisando a Sísifo y luego le permitió curarle a él sus heridas superficiales.
"Ten cuidado con ese santo".
"Sus ojos comienzan a brillar con locura"
"No dejes que la desesperación devoré su cordura"
Fueron los consejos de los amigos de Argus. Ellos habían notado que la psique de León estaba viéndose severamente afectada por la situación. Y no les gustaba lo que eso vaticinaba para todos. El joven aspirante aún sin aquellos valiosos consejos era capaz de verlo por sí mismo. El guardián de la quinta casa había clavado sus ojos en él como si se tratara de una presa a la cual desgarraría la yugular en la primera oportunidad. Probablemente se debía al poco disimulo entre sus miradas y las de Adonis, pero desconocía completamente cuáles eran las conclusiones a las que llegó el ex almirante con esa breve interacción que tuvieron.
Shanti llegó a la enfermería y lógicamente era bastante ajeno al desastre. Aunque a juzgar por la velocidad a la que Talos lo alzó en brazos alegando que el suelo estaba lleno de objetos rotos peligrosos, supuso que era bastante. Había estado esperando con ansias el regreso de su amigo Giles y al percatarse que de su presencia allí, se sintió aliviado. Lo había conseguido. Aunque para todos aquella fue una misión suicida y más para alguien de la edad y fuerza de Giles, había salido victorioso. No obstante, era un triunfo a medias. El agua por el que arriesgó su vida no había conseguido el propósito por el que se la buscó con tanto ahínco.
—¿Qué le sucede a Giles? —preguntó el niño ciego a Talos.
—Tuvo un golpe de calor —respondió el santo de la segunda casa—. Ahora mismo Ganimedes lo está revisando —narró lo que estaba viendo en esos momentos.
Efectivamente, tal y cómo decía Talos, el joven rubio estaba siendo revisado. Acuario usó su cosmos helado y con suma facilidad logró regular su temperatura. Debido al altercado entre las deidades lo revisó en busca de heridas. Se alivió al ver que tampoco tenía daños por la exposición al cosmos divino debido al rápido actuar de Pólux, así que en breves segundos estaba abriendo sus ojos observando todo curioso. Le costó algunos momentos poder adecuarse a la luz y recordar qué estaba haciendo antes de perder la consciencia. Los últimos acontecimientos de los que tuvo memoria eran los de estar castigado junto a Pólux y Tibalt en el coliseo bajo el sol por haberse escapado del santuario. Calculaba que para esas alturas ya le habrían dado el agua de la vida a sagitario y Miles habría sido atendido.
—¿El agua de la vida funcionó? ¿Sísifo despertó? —interrogó impaciente.
Las miradas que intercambiaron los dorados fueron una respuesta más que suficiente para él. Esos rostros sombríos que parecían no atreverse a expresar la realidad sobre eso confirmaban sus sospechas. Además, si hubiera funcionado habría sentido el cosmos del arquero cosa que no percibía. El joven rubio se sintió triste por dicha noticia. Si la mítica agua de la leyenda fue incapaz de sanar a Sísifo, ¿habría algo capaz de hacerlo o debían aceptar que ya no había más nada que hacer? Talos no quería decirle directamente que sus esfuerzos no dieron el resultado esperado. Empero, tampoco deseaba mentirle. Hace apenas unos instantes los hijos de Zeus se habían dividido en dos bandos y uno de ellos sugería poner fin a la vida de sagitario. No podía decirle eso a Giles. No por ahora al menos. Esperaría que estuviera más recuperado para poder conversar más calmadamente y prepararlo para lo peor si es que Atena cambiaba de opinión por falta de opciones. Así que intentó cambiar el tema de la conversación.
—¿Dónde están Pólux y Tibalt? —preguntó tauro con una sonrisa forzada mirando hacia otro lado—. ¿Intentan escapar del castigo de Atena? —cuestionó queriendo hacerlo sonar divertido.
Giles no era tonto. Cuando Talos mentía se notaba mucho. Era un milagro que hubiera conseguido engañar eficientemente a Hércules fingiendo desconocer su verdadera naturaleza. Aunque gran parte del mérito probablemente se debía a instrucciones precisas de Sísifo para evitar que fuera descubierto. El adulto observaba hacia otro sitio. Más específicamente hacia León en busca de ayuda, pero el ex almirante ni siquiera lo miró. Lo ignoró completamente. Y no sólo a él sino a todos a su alrededor. Seguía observando a sagitario como si pudiera desaparecer en el más efímero parpadeo. Entretanto el joven muviano apretó sus manos formando puños sintiéndose impotente. Habían arriesgado tanto. Miles casi había muerto a causa de su idea. Todo era su culpa. En su intento por rescatar a sagitario no se detuvo a pensar en las consecuencias de emprender un viaje como ese y ahora había alguien malherido. Tal vez debió callar y esperar.
—¿Y Miles? —cuestionó Giles rogando por haber tenido mejor suerte con él.
—Está dormido aún, pero ya lo habíamos estabilizado antes de que le diéramos el agua a Sísifo —explicó el santo de acuario.
Shanti no había participado en la conversación de ninguna manera. Él mismo no había sido de ayuda para nadie y en esos momentos Giles probablemente se sentía demasiado mal por el fallo. Pese a que dar consuelo a los demás no estuviera entre los puntos fuertes del santo de virgo, quería intentarlo. Giles era su amigo. Una persona demasiado preciada para él como para serle indiferente a su sufrimiento actual. Además, era el muviano quien siempre estaba a su lado intentando alegrarlo o incluirlo en diversas actividades. Quizás si no fuera por él, sería un completo ermitaño, dado que sólo el otro niño rubio podía lidiar con su personalidad algo peculiar. Se acercó a la cama y colocó una de sus manos sobre la suya. Le dedicó una tenue, pero honesta sonrisa.
—Hiciste un gran trabajo —dijo el invidente siendo sincero respecto a su admiración por volver con vida—. Pocos podrían haber regresado de un viaje como ese sin morir en el intento —alabó con gran alivio de que su amigo estuviera bien.
—Pero el agua no funcionó —le recordó Giles con voz trémula.
Aunque había actuado como un adulto controlando y midiendo sus emociones para no permitirse ser una carga, al final terminó siéndolo. Si se ponía a pensarlo quizás ni siquiera debió pedirle esa información al dios del Sol. Si él mismo no había probado ese método ni lo había sugerido a la diosa Atena era porque no tenía forma de saber si funcionaría. Apolo mismo lo dijo: era una leyenda el poder curativo del agua. Él fue el iluso que creyó que si algo tan poderoso como la sangre de un titan podía encontrarse fácilmente en un mortal y servir para sanar dioses, el agua de una montaña lejana sería lo mismo. Gastó tiempo, puso en peligro a los demás y todo para nada. Lo único que había logrado era aumentar el número de heridos en la enfermería.
—Soy un idiota —volvió a hablar Giles llevándose una mano a la cabeza—. Apolo dijo que no era segura esa opción. Me advirtieron que esa agua podría no servir, pero insistí —se regañó a sí mismo enojado y triste.
—Hiciste lo mejor que pudiste, Giles —consoló Talos apoyando una mano sobre su hombro—. No es tu culpa que no funcionara quizás la próxima vez... –dijo interrumpiéndose rápidamente sin saber cómo seguir.
No quería que sus palabras se convirtieran en la motivación de Giles de intentar nuevamente una misión así de peligrosa. Al recordar que salió a escondidas del santuario y que pudo haber muerto por su impulsividad se estaba enojando. De hecho, también estaba molesto con Miles. Debieron hacerle caso y esperar. Él les había prometido que hablaría con los dorados y así trazarían un plan para que alguno de ellos fuera en busca del agua mientras otro se quedaba a cuidarlo. Empero, habían decidido por su cuenta hacer algo así de imprudente y tonto. Esa simple acción pudo haberles costado la vida. Si lo pensaba fríamente, que Giles exigiera dicha información podría haber terminado con él muerto o maldito. Sus facciones se endurecieron y tomó la decisión de no exponerlo más a ese tipo de peligros.
—Espero que entiendas que vas a estar castigado por lo que hiciste —habló Talos de manera firme viéndolo fijamente—. No has cumplido aún con tu castigo por cometer traición porque te desmayaste, pero en cuanto te sientas mejor te pondré en penitencia para que reflexiones acerca de lo que hiciste.
–Pero yo... —intentó protestar Giles.
–No, debes entender que prefiero que llores tú a llorar yo —expresó el arconte del toro–. ¡Pudiste haber muerto! Miles también está malherido —señaló con el dedo donde lo había vuelto a acomodar acuario—. Debes entender que no puedes salirte con la tuya con un comportamiento tan imprudente.
—No es justo —protestó el pequeño rubio.
—No, yo soy el que está a cargo de ti desde que te encontré abandonado —le recordó Talos casi en un gruñido—. ¿Entiendes que yo estoy preocupado por ti? —preguntó de manera firme—. Salir del santuario sin el permiso de la diosa Atena es un castigo que se paga con la muerte. ¡Pudiste haber muerto!
—Lo sé, pero... —quiso decir Giles siendo nuevamente interrumpido.
—No lo sabes, ¿crees que soy tonto? Yo no nací ayer, Giles —regañó Talos con un tono de voz que le hizo saber al menor que había iniciado uno de sus largos discursos de regaño, los cuales por desgracia solían ser demasiado redundantes y repetitivos—. Sé que volverías a hacer lo que hiciste si te diera la oportunidad. La confianza es algo que se tarda mucho en construir. Te prometí hablar con los dorados en la mañana y actuaste por tu cuenta a mis espaldas. No podré volver a confiar en ti. No sé si el día de mañana descubriré una nueva fuga tuya en otra misión suicida buscando alguna medicina o artefacto mítico que alguna leyenda dice que puede sanar a Sísifo.
—Yo no... –intentó defenderse Giles cerrando la boca sabiendo que sería ignorado.
—Como tu padre yo quiero que crezcas para ser un hombre bueno y justo, pero no lo conseguiré si sigues actuando a mis espaldas haciendo lo que quieres y poniéndote en peligro. ¿Entiendes? —preguntó el guardián de la segunda casa.
—Sí, ya entendí —respondió Giles con desgana.
—Puedes enojarte y maldecir todo lo que quieras mi nombre, pero soy yo quien está a cargo de ti y cuidaré que nada ni nadie te haga daño aun si tengo que poner mi vida en juego y aun si tú me llegaras a odiar por eso —explicó antes de retirarse de la enfermería.
Habiendo despertado apenas, Talos supuso que el joven rubio estaría teniendo hambre y mucha sed. Por lo mismo se dirigió al comedor para pedir algunos bocadillos para él. Además, todavía necesitaba pensar en un castigo que se adecuará al niño. Si la diosa Atena no se hubiera apiadado de ellos debido a que su búsqueda era por el agua para curar a Sísifo, los habrían catalogado de traidores. Un pecado castigado con la muerte. Sacudió su cabeza sin querer pensar en ello. Si la diosa de la guerra fuera una mujer fría y despiadada como cualquier otra deidad no le habrían interesado sus motivos. Habría priorizado el desafío a su autoridad y para aplastar cualquier signo de rebeldía, los habría ejecutado delante de todos para enviar el mensaje de que nadie podía oponerse a la voluntad de Atena. Para su fortuna ese no era el caso cuando se trataba de su ángel. En momentos así, la diosa era bastante piadosa con los mortales.
—Genial ahora estoy castigado —se quejó Giles aun sentado en la cama de la enfermería.
—No te enojes con Talos —pidió Shanti mientras se sentaba al lado de la cama de su amigo—. Él estuvo muy preocupado cuando la diosa Atena nos convocó a causa de tu ausencia y la del resto.
—¿Para qué los llamó? —preguntó curioso el blondo.
—Quería aplicar las reglas del santuario —contestó Shanti con total honestidad—. Llamó a todos los dorados que estábamos en el santuario y estuvimos a punto de recibir la orden de ir a darles muerte —explicó con seriedad en su voz para hacerle ver lo serio que fue ese asunto.
—¡Pero fuimos a buscar el agua para sanar a Sísifo! —exclamó el muviano indignado.
—Lo sabemos. Eso es lo que dijo Talos cuando le rogó a Atena que no los matara —mencionó el niño ciego con calma—. Creo que esa es la razón de que Talos te regañe ahora. Pasó mucho miedo al no saber si podría hacer que Atena oyera su súplica —argumentó el santo de virgo.
Si bien Shanti había apoyado la travesía que emprendió su amigo al guardar silencio sobre sus planes, eso no quería decir que se quedaría callado respecto a los peligros que suscitó. Los aspirantes tomaron la decisión de abandonar el santuario sin el permiso de Atena con pleno conocimiento de las consecuencias que ello podría haberles significado. Él sólo estaba recordándole a Giles que, si bien ellos decidieron por sí mismos, eso no significaba que no afectará a las personas a su alrededor. Especialmente para alguien que los amaba y se preocupaba tanto como Talos. Giles bajó la mirada sintiendo culpa por haberse enojado con el santo de la segunda casa. Él había pensado en sí mismo y su objetivo de conseguir el agua sin reflexionar sobre como las consecuencias afectarían a sus seres queridos.
—Creo que fui demasiado berrinchudo —admitió el menor de los rubios reconociendo su insensibilidad a los sentimientos del adulto—. Debería intentar compensarlo por el mal rato que le hice pasar —meditó queriendo disculparse apropiadamente más tarde.
—Realmente tuviste mucha suerte de que los dioses no te castigaran por tu osadía —mencionó el guardián del templo de la virgen—. A mí la diosa de la luna me puso a prueba sólo por haberle mencionado a Atena que ustedes seguramente escaparon con "intervención divina" –dijo intentando sonar neutral, pero había un claro disgusto en su tono de voz.
—¿Qué te hicieron? —interrogó el muviano sorprendido y curioso—. Fue la diosa Artemisa quien nos ayudó a llegar donde el agua de la vida. Me sorprende que te castigará sólo por decir la verdad.
—Ella intentaba mantener su participación en secreto y yo lo arruiné al exponer su intervención —justificó Shanti como siempre hacia respecto a las decisiones de los dioses.
Giles hizo memoria acerca de sus charlas con los dioses gemelos. A él le no le habían hecho nada realmente malo. Quizás Apolo lo sacudió un poco cuando lo arrojó a su carruaje, pero nada más. Y no tenía ningún empacho en reconocer que no fue precisamente educado. No porque no quisiera serlo, sino por la urgencia de hallar una solución para el estado de su amigo. Eso era algo que lo traía inquieto desde que cayó en aquel coma del que parecía no poder despertar. El guardián de la sexta casa conocía el temperamento de su amigo y reconocía que era muy valiente, mas en ocasiones pecaba de ser temerario. Soltó un breve suspiro y se decidió a contarle acerca de su propia aventura durante su ausencia. Había notado que hablar de varias cosas aligeró un poco esa expresión derrotada de Giles al enterarse de la inutilidad del agua en Sísifo. Siguiendo esa línea de pensamiento a continuación, Shanti procedió a narrar cómo fue su castigo a manos de la diosa de la caza.
Tras la reunión de la diosa Atena con los santos dorados tomó la decisión de llamar a sus hermanos para interrogarlos acerca de su participación en la fuga de los aspirantes. La diosa de la guerra se sentía realmente molesta con ellos por haber actuado a sus espaldas. No es como si se hubiera negado a buscar dicha agua de habérselo comunicado con antelación. Sólo habría tomado medidas para enviar personas capaces e idear alguna estrategia para asegurar que dicha misión se cumpliera con eficacia y velocidad. En cambio, ahora, tres aspirantes con poco manejo de sus habilidades estaban expuestos a un peligro mortal. Por Pólux no se preocupaba debido a su sangre divina, pero los demás eran simples mortales. Luego de tantas bajas en su santuario lo último que quería era continuar perdiendo hombres de manera estúpida.
—¿Por qué hicieron algo tan tonto? —preguntó Atena desde su trono en el santuario observando a sus hermanos delante de ella.
—Yo no hice nada —se defendió rápidamente Apolo—. Realmente sólo comenté acerca de la existencia del agua de la vida –argumentó desinteresado.
Apolo no le tenía miedo a su hermana Atena. Como dios era el más poderoso entre los olímpicos. Sólo los reyes del Olimpo eran capaces de detenerlo si había un enfrentamiento. Por lo mismo, le daba un poco igual si montaba en cólera. No sería capaz de hacerle un daño significativo. Sin embargo, al pelirrojo le gustaba jugar con las mascotas de su hermana. Para ser precisos León y Sísifo eran propiedad de la diosa de la guerra, si se enemistaba con ella perdería el acceso a ellos. Sólo por eso actuaba de manera diplomática en el mejor interés de no causar conflictos innecesarios. Pese a que seguía sin ver la necesidad de ocultar sus acciones, pero si consideraba oportuno disimularlas. Si Zeus se enteraba de que estuvieron yendo en contra de los designios divinos del destino de un mortal tendrían serios problemas con su padre.
—No me informaste acerca de esa agua antes —señaló Atena con molestia.
—No me preguntaste por ella —se defendió el dios pelirrojo.
—¡Porque dijiste que no podías curarlo sin romper un tabú! –exclamó la diosa de la sabiduría con molestia.
—Eso es correcto –admitió el dios del astro rey—. No puedo ofrecerle mi cosmos divino o estaría modificando su destino —repitió lo que le venía diciendo desde que inició el tratamiento para el arquero.
—Pero nada nos impide ayudar a tus otras mascotas para que encuentren la solución a su condición —complementó Artemisa de manera tranquila mostrándose totalmente estoica ante esta situación.
—Y tú, hermana —habló la diosa virgen mirando a la rubia—, fuiste la que los envió hasta aquel sitio ¿no es así? —interrogó pese a conocer la respuesta.
—Sólo los moví de ubicación no he contribuido de manera activa a nada relacionado a tu mascota —justificó la diosa de la luna.
Al igual que su hermano sabían que no podían demostrar demasiado interés en la recuperación del estafador. Su padre Zeus seguramente ansiaba su muerte y sería imposible que pasara por alto cualquier cosa relacionada con él. A estas alturas era probable que supiera acerca a la sangre del titan. Cualquier movimiento que hicieran se sabría. El simple hecho de hablar sobre el agua y transportar a aquellos aspirantes hacia las montañas era riesgoso. El dios del rayo aún no se había pronunciado y no sabían si eso era bueno o malo. Podría estar dejándole sobrevivir al estafador por interés en hacer uso de su sangre. O podría estar callando queriendo que muriera para deshacerse de él aún si ello significaba perder el poder que sanaba a los dioses. No sabían qué esperar ni qué podría hacer Zeus con este nuevo conocimiento. De momento todo lo que podían hacer era despertar a sagitario para que procurará por su propio bienestar.
—No me traten como una tonta —exclamó Atena con molestia—. Ustedes deliberadamente están ayudando a que recuperen a la salud de Sísifo. No deberían hacerlo a mis espaldas —gruñó enojada por haber actuado a sus espaldas.
Nada justificaba que estuvieran socavando su autoridad al dar información, permiso y transporte a sus aspirantes. Aunque los tres fueran dioses, los habitantes del santuario eran fieles que le pertenecían a ella. Incluso Sísifo, a pesar de que este último parecía tener lealtades dividas por ser discípulo de los gemelos. Eso no importaba. No podía permitir que hicieran lo que quisieran sólo por haberles otorgado el permiso de ir y venir al santuario para dar tratamiento. Tenía un par de cosas más que decirles, pero no pudo. Aquella reunión efectuada entre las deidades se había visto interrumpida por la explosión de cosmos de León. Había sido provocado por uno de los aspirantes y la conversación se había tornado peligrosa. Unos segundos más y quizás habría algunos cadáveres en esa enfermería. Por fortuna llegaron a tiempo y León había cambiado su estado de ánimo al renovarse sus esperanzas de que Sísifo despertara.
Una vez que la crisis en la enfermería fue evitada, Apolo se quedó un poco más en el lugar debido a la afirmación de Castor. El dios del sol había sentido también el cosmos del arquero al igual que lo hacía León. Éste último era sin dudas el más feliz por la noticia. Por tanto, el pelirrojo permaneció a su lado para brindarle apoyo moral. Aun no podían precisar la causa de que el arquero no pudiera despertar, pero con el comentario realizado por Castor, tuvo una certeza: no todo estaba perdido. Si algo sabían del estafador era que no existía mortal más enamorado de la vida que él. Si habiendo estado legítimamente muerto se escapaba de las garras de Hades a voluntad, sabría superar esta crisis de una forma u otra. Entretanto, como las diosas vírgenes no tenían nada más que hacer en la enfermería retornaron a la villa de Atena para seguir su conversación pendiente.
—No creas que no sigo molesta por haber intervenido en mis dominios —regañó la diosa de la sabiduría.
—No tienes pruebas de que hayamos hecho algo —argumentó Artemisa.
—Por favor, hermana no me trates como si fuera una tonta —pidió Atena viéndola con desafío—. Es tal y como dijo Shanti, mis mascotas no podrían haber escapado de no ser por intervención divina.
La diosa Artemisa se había ofendido debido a que la había "delatado" ante Atena por su ayuda a los aspirantes en la búsqueda del agua de la vida. Los mortales no tenían derecho a cuestionar u oponerse a los designios de los dioses. Aquellos devotos a los dioses sabían que ellos obraban de maneras misteriosas fuera del alcance de su pobre entendimiento. Las deidades sabían lo que hacían, así como por qué. No requerían de juicios de valor hechos por simples humanos. Por lo tanto, el santo de virgo merecía un castigo por haberse entrometido en los asuntos divinos que sólo les concernían a las deidades involucradas.
—Exijo que se me compense por la osadía de ese mortal al que llaman Shanti —declaró la diosa de la luna.
—¿A qué te refieres, hermana? —interrogó Atena arqueando una ceja por la incredulidad que le generaba su descaro.
Habiendo sido la diosa rubia la que actuó a sus espaldas ahora exigía que se le compense. Muy descarado de su parte. La diosa de la sabiduría no veía con buenos ojos que su hermana sobrepasara su autoridad, pero no tolerara que se faltara a la suya. Aun así, como diosa no podía permitir que los mortales creyeran que podían faltarles el respeto a los dioses y salir indemnes. Sísifo era un caso especial debido a su maldita terquedad y fuerza de voluntad férrea, pero si permitía que más mortales siguieran su ejemplo reinaría el caos. De hecho, no estaría mal usar a Shanti como ejemplo de lo que sucedía cuando se cuestionaba la autoridad de un dios. De esa manera podrían reafirmar el estatus quo existente. Y recordarles porque los dioses debían ser temidos y respetados.
—Quiero castigar a ese delator por su osadía —afirmó Artemisa con tono firme que no admitía un "no" por respuesta.
—¿No irás a matarlo como nuestro padre a Sísifo? —preguntó Atena escandalizada.
Si bien aprobaba que se le castigara al niño ciego para que los demás mortales no creyeran que podían faltar a la autoridad y salirse con la suya como Sísifo, matar a Shanti sería peligroso. Siendo alguien que poseía el patrocinio de la antigua reina del Olimpo causaría serios problemas si algo le sucedía. Artemisa también sentía el cosmos divino de la diosa Themis y no quería caer en una guerra innecesaria con otra diosa del Olimpo. Suficiente tenía con sus luchas contra Hera como para enfrentarse a otra más. Además, el guardián de la sexta casa también estaba relacionado a dioses extranjeros de los que ni Atena ni Artemisa tenían suficiente información. Podían notar cosmos divino en Shanti, pero no pertenecía a ningún dios que pudieran identificar. Por lo cual asumieron que debían ser de tierras lejanas.
—No, pero pido que me permitas ponerlo a prueba para saber si es digno se mi perdón —explicó la diosa cazadora con tranquilidad.
—Mientras no lo mates puedo aceptar eso –concedió Atena—. Después de todo él conocía los planes de fuga de sus compañeros y no dijo palabra alguna.
Como resultado, Shanti fue llamado por la diosa de la guerra ante su presencia y la de la diosa de la luna. El joven invidente se presentó a la villa de Atena como le fue ordenado humildemente para cumplir con sus demandas. No tenía ninguna intención de cuestionar el motivo de su llamado. Como buen devoto, la palabra de los dioses era ley y él sólo debía obedecer sus designios fueran cuales fueran.
—Saludos a las diosas de la guerra y la luna —saludó Shanti postrado en el suelo ante las deidades.
—¿Sabes por qué fuiste convocado hoy? —preguntó Atena con un rostro completamente serio.
—Creo tener una idea, pero no sé si estoy en lo correcto —respondió con calma.
—Te atreviste a ocultar los planes de fuga de tus compañeros —acusó Atena con enojo.
—Y luego hablaste acerca de mi ayuda prestada para dicha huida —mencionó Artemisa indignada—. Has puesto en duda mis decisiones y eso no se puede tolerar —exclamó enojada.
—Me siento decepcionado de mí mismo al darme cuenta de que hice lo mismo que Sísifo con Zeus —suspiró el santo de virgo sintiéndose sucio por hacer justo una de las cosas que tanto criticaba de él. Lo último que deseaba era parecerse a sagitario.
—Por eso la diosa Artemisa va a imponerte un castigo para expiar tu pecado —explicó la diosa de la sabiduría.
—Lo acepto humildemente —declaró Shanti aceptando cualquier cosa que ella dispusiera para él—. Es más, espero que sea un castigo realmente duro para que nadie se atreva a volver a cuestionar su autoridad. No tengan ninguna misericordia de mí —pidió en súplica—. No quiero convertirme en un pecador, por eso merezco ser castigado con dureza para que no se repita.
—Pasarás una noche entera en mitad del bosque —explicó la diosa de la luna con malicia en su voz—. Nada aterra más a los niños que la oscuridad donde no pueden ver nada y sólo se oyen a los animales salvajes.
Por un momento Atena pensó en que de estar Sísifo presente habría hecho un par de comentarios acerca del desliz de su hermana. ¿Debería contarle sobre esto cuando despertara? Sabía que el santo de virgo no diría nada al respecto por su gran respeto y devoción a las deidades y ella no quería entrar en una disputa con su hermana, quien era una de las que más le ayudaba con sus mascotas. Maldijo por lo bajo que no estuviera presente sagitario para hacerle pasar vergüenza a su hermana. Después de todo era más fácil cuando él era el único lidiando con las consecuencias y ella se reía por dentro mientras que por fuera se viera como una diosa estricta y comprometida.
A Shanti eso no le preocupaba mucho. Habiendo nacido ciego nunca abandonó la oscuridad perpetua. Y respecto al sonido de los animales hasta lo prefería así. Él fue nómada durante mucho tiempo. Siempre se guiaba por el sonido de los animales o del agua para identificar su ubicación. También utilizaba el musgo para orientarse. Siendo que este siempre crecía del lado opuesto al sol, podía deducir fácilmente hacia donde estaba el norte. Además, como si eso no fuera suficiente poseía el cosmos. Aunque la vista fuera un sentido del que carecía, podía percibir el cosmos de todos los seres vivientes. Después de todo, en mayor o menor medida, cualquier criatura viva poseía cosmos. Sólo percibiendo eso podía identificar de qué debía cuidarse.
—Sí sobrevives y logras salir del bosque con vida podrás considerarte perdonado —exclamó la diosa de la luna antes de transportar al santo de virgo en mitad de uno de los bosques que eran de su propiedad.
El santo de virgo comenzó a caminar con tranquilidad como si de un paseo cualquiera se tratara, mas pronto descubriría que ese bosque tenía algo sumamente particular de lo cual Artemisa no le había hablado.
CONTINUARÁ…
