Cap 56: Caos

El santo de acuario se mantuvo al margen de la conversación de los rubios menores, pues no era especialmente adepto a los niños. Así que no intervino en ningún momento durante toda la charla de los dos pequeños. Argus y Adonis tampoco habían hecho comentario alguno. El santo de piscis estaba ocupado intentando contactar el alma de Sísifo o lo que fuera aquella cosa que sucedía y le permitió oír su voz unos instantes. El aspirante a santo estaba ocupado con los fuegos fautos quienes continuaban haciendo énfasis de lo mal que estaba la estabilidad mental del santo de Leo. Y no necesitaba que se lo dijeran. La mirada que le estaba dedicando desde hacía unos cuantos minutos ya comenzaba a ponerlo nervioso y deseoso de irse de allí o al menos lejos de León hasta que calmara un poco de sus instintos depredadores.

—Hablando de la diosa Atena, ¿dónde está? —preguntó Argus acercándose al santo de acuario al intentar huir de las miradas de León—. Necesito hablar con ella y no la veo por ningún lado —comentó para poder mirar hacia todas direcciones menos hacia el dorado.

—Ella se fue con Pólux y Castor a la Villa Atena para hablar en privado —respondió Ganimedes desviando levemente su mirada hacia donde dormía sagitario sabiéndolo el motivo de su conversación—. No te conviene interferir o vas a...

—No te preocupes por nada, Ganimedes —interrumpió el santo de piscis haciendo señas al aspirante con su mano para que lo siguiera—. Yo lo escoltaré. Hay un par de cosas que debemos informar —explicó brevemente teniendo la urgencia de dar la noticia cuanto antes.

—¿De qué se trata? —interrogó el santo de hielo con sospechas.

—Aún no puedo revelar de que se trata —respondió Adonis algo ansioso debido a que había oído la voz de Sísifo y sus esperanzas de salvarlo se renovaron por ello—. ¿Podrás hacerte cargo de todo por aquí tú solo? —interrogó dudoso de dejarlo con tantas personas en la enfermería.

—Por supuesto —afirmó el ex copero de los dioses sin ningún atisbo de dudas en su voz.

El santo de las rosas se retiró de la enfermería siendo seguido por Argus. Estando allí no podrían hablar libremente y menos cuando León los miraba como si fueran enemigos hostiles. No podían arriesgarse a darle falsas esperanzas de nuevo o no sabrían las consecuencias que podría tener un nuevo fallo. Necesitaban un lugar donde hablar libremente para analizar aquel suceso extraño, pues Adonis había escuchado la voz de su amigo. Le gustaría pulir mejor la idea que ellos dos tenían, pero Castor era la otra persona que oyó la voz de Sísifo desde que cayó en coma. Necesitaban cualquier detalle que pudiera ofrecer para averiguar cómo llegar al alma del arquero. Con ello en mente, ambos se retiraron de la enfermería rumbo a la Villa de Atena dejando que la charla entre los rubios siguiera su curso.

Lógicamente el pequeño santo de virgo decidió omitir de su relato todas aquellas partes que lo hacían ver mal. No tenía ningún problema en transmitir la voluntad de los dioses acerca del destino funesto de sagitario, pero preferiría ser enviado al Tártaro igual que Sísifo antes que admitir que se puso a llorar por unas cuantas frases. Era capaz de soportar estoicamente el hambre, el frío y el dolor sin siquiera tener un atisbo de lágrimas en sus ojos. Qué la ilusión de Giles lograra hacerlo ver como un simple niño normal y corriente por temor a quedarse sin amigos, era lo último que necesitaba en la vida. De ser necesario, se llevaría ese secreto a la tumba. De esa manera salvaría su orgullo como santo con la paz mental más imperturbable de todos.

—Esos son los presagios que recibí durante mi prueba —dijo Shanti tras finalizar su relato del recuerdo.

—Esos no eran presagios ni nada por el estilo ¡eran ilusiones! —exclamó Giles cuando el santo de virgo terminó de hablar.

—No, no lo eran —negó el invidente mientras movía su cabeza enfatizando el punto—. Y yo no dije "presagios", claramente te dije que en ese lugar se oían los pensamientos más profundos y secretos de las personas.

—¡Yo nunca te he mirado con lástima! —se defendió Giles sin ocultar la molestia que le causaba ser visto como un mentiroso.

—Mientes —murmuró Shanti con seriedad—. Puede que ahora hables de manera más confiada incluso para mentir, pero en el pasado tartamudeabas mucho y hacías más obvio cuando algo que decías no era verdad.

—Cuando nos conocimos acababa de ver a mucha gente siendo asesinada. Es lógico que tuviera miedo y me sintiera inseguro —le recordó el otro rubio siendo que su inseguridad era hacia el mundo en general por no saber si sobreviviría otro día más.

—Tu tiempo con Sísifo te ha vuelto un buen mentiroso, pero no lo suficiente para engañarme a mí. Sé lo que oí —afirmó el santo de virgo sin siquiera darle el beneficio de la duda.

—Talos jamás te ha mirado con lástima ni a ti ni a nadie —defendió Giles conociendo perfectamente al adulto.

—Se esfuerza mucho en protegernos porque nos ve indefensos —aceptó el invidente con calma—. Lo que él llama sentimiento "paternal" no es más que lástima mezclada con cariño y quizás anhelo por un hijo propio.

—Qué creas que todos te tenemos lástima por ser ciego no es motivo para que apoyes que Sísifo muera —reclamó el aspirante indignado porque de alguna manera esas dos cosas parecían ir de la mano para virgo—. Sé que él no te agrada, pero llegar a quitarle la vida es demasiado incluso para ti.

—Esas son las mismas palabras que oí en el bosque —señaló Shanti de forma acusatoria.

—Porque es lo que me haces sentir al querer asesinar a mi amigo —argumentó el muviano.

—Entonces no me equivoqué al aceptar que allí se oían los pensamientos secretos de las personas —confirmó el guardián de la sexta casa ocultando como eso lo hacía sentir realmente.

—Por supuesto que te equivocas —acusó Giles sin saber cómo hacerle entender que genuinamente lo quería como un amigo—. ¿Cómo se te ocurre pensar que Sísifo querría morir? —preguntó alterado y nervioso por los pensamientos de su amigo.

—¿Y te parece tan imposible de creer que odie su condición actual? —interrogó Shanti genuinamente interesado en su respuesta—. Tú estás sano por eso no sabes lo doloroso y frustrante que es estar imposibilitado —dijo empatizando por primera vez con sagitario—. Yo estoy condenado a la oscuridad eterna y él ahora igual. Sólo que a diferencia suya yo sí puedo caminar, comer, hablar y todo lo demás —enumeró queriendo hacerle entender a Giles cual era el problema.

—¡Él también podrá cuando despierte! —reclamó el muviano frustrado.

—¡Sé realista! —gritó el santo de virgo harto de ese apego inútil para alguien próximo a la muerte—. Su cuerpo se convirtió en su propia prisión, no está vivo ni muerto, pero sabe que es una carga para todos nosotros. ¿Acaso sabes lo que es sentirte inútil? ¿Sólo una roca que atrasa a tus seres queridos y los pone en peligro?

Shanti podía entender la decisión de sus padres de librarse de él viendo la situación de Sísifo. Causaba muchos problemas hacerse cargo de alguien tan inútil. Actualmente, dado que ellos eran guerreros al servicio de la diosa Atena su deber era proteger a los débiles de las injusticias y traer el bienestar para la humanidad. Tarea que estaba siendo ampliamente ignorada por priorizar el cuidado de un único santo. Lo más necesario en estos momentos era atender las catástrofes que se suscitaban bajo sus narices. Si para ello, debían prescindir de Sísifo, no había más que aceptarlo y buscarle un reemplazo a la brevedad.

—Lo sé, maldita sea —se quejó Giles chasqueando la lengua—. ¿Cómo crees que me sentí durante todo el viaje en busca del agua de la vida? ¿Ya olvidaste que te conté como me sentí al saber que fui un rehén de Hércules sin percatarme? —preguntó al santo de virgo recordándole que parte de su motivación era redimirse—. Estar sano no significa nada, puedes seguir siendo un estorbo incluso con tus cinco sentidos. No te sientas tan especial sólo por ser un ciego al que nadie quiere. —Soltó sin pensar guiado por el enojo que le provocaron sus palabras anteriores.

—Y tú no vengas llorando conmigo cuando asesinen a Sísifo porque no seré un reemplazo para tu amigo muerto —respondió Shanti igual de dolido y enojado que su amigo.

A pesar de que tanto Shanti como Giles maduraron a la fuerza por las circunstancias de sus vidas, no dejaban de ser un par de niños pequeños. Y como tales su reacción natural a tanta frustración y tristeza se traducía en un llanto incontrolable lleno de berridos. Talos entendía eso. Ambos hicieron un gran trabajo y llevaban cargas bastante pesadas que incluso a los adultos se les dificultaba gestionar. Especialmente Shanti, quien era un santo dorado. No importaba cuanto lo apoyaran los dioses, un niño era un niño. El peso de las responsabilidades y emociones con las que no sabía lidiar lo superaban con creces.

Los gritos de los dos pequeños junto a sus berridos agudos provocaron que Miles se despertara. Como era de esperar estaba confundido y sin saber que estaba sucediendo alrededor. Se sentó rápidamente en la cama sintiendo un fuerte dolor de cabeza y cuando vio a Giles y Shanti llorando desesperados se temió lo peor. Por un momento pensó que Sísifo había muerto, pues pocas cosas se le venían a la mente que fueran capaces de hacer que el santo de virgo dejara su estoica expresión. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo hacía los jóvenes rubios, el grito del ex almirante le llamó la atención.

—¡Shanti! —gritó León en una especie de rugido lleno de furia.

El guardián de la quinta casa había estado oyendo la conversación de los niños sin mucho interés hasta que el tema involucró el futuro de sagitario. Podía entender que las probabilidades estuvieran en su contra. Incluso Apolo estaba rindiéndose en salvarlo, pero no podía tolerar que el pequeño ciego desquitara su rabia en su niño cuando éste no era capaz de defenderse de sus acusaciones. El problema que tuviera con Giles era asunto de ellos dos, no debían involucrar a un convaleciente en ello. Miles y Talos dirigieron su mirada preocupados por la reacción del santo de leo, pues su cosmo energía estaba volviéndose más intensa.

Miles tuvo el impulso de pararse e ir donde el invidente antes de que ocurriera alguna tragedia. Sin embargo, el intenso brillo dorado de la armadura de Escorpio lo detuvo. Estaba ensamblada con la forma de un enorme escorpión dorado. Sintió terror. Su piel se erizó y los recuerdos de estar nadando entre aquellos detestables arácnidos volvió a él. Pensó que moriría en aquel momento y al verla los recuerdos se volvían vívidos. Cuando cientos de escorpiones cayeron sobre su cuerpo todo lo que podía ver era oscuridad y en estos momentos pese a la luz dorada que desprendía sentía como si todo a su alrededor se tornara oscuro. El asqueroso hormigueo de sus patas moviéndose sobre él mientras las tenazas pellizcaban con saña su piel volvieron a él. Temió especialmente aquel aguijón dorado apuntando en su dirección. Fue picado decenas de veces por sus semejantes y no deseaba repetir aquello. Ardió, dolió y pensó que su final llegó. Ni siquiera sabía cómo seguía vivo, pero no se atrevía a acercarse a aquella cosa.

Miles se arrastró hacia atrás hasta toparse con la pared en la cabecera de la cama. Necesitaba marcar distancia con ese horrendo escorpión. Por lo mismo él no pudo intervenir cuando tras aquella discusión con Giles, el joven santo de virgo se levantó y se dirigió a la salida. El invidente no fue capaz de permanecer allí más tiempo. Salió corriendo de la enfermería siendo seguido casi enseguida por León. Él había escuchado la conversación que estaban sosteniendo acerca de su niño. La suma de los hechos anteriores como que el propio Apolo le hubiera sugerido que le practicarán la eutanasia al arquero para sacarlo de su sufrimiento y ahora uno de los niños a los que veía como amigos de su hijo estaba sugiriendo seguir la voluntad de los dioses, extinguieron la de por sí escasa paciencia de León. Debido a la rabia que sintió, la expresión en su rostro era demasiado similar a la de un felino a punto de dar caza a su presa.

Talos conociendo de antemano la inestabilidad mental del arconte del león desde que su hijo cayó en coma, corrió tras él para evitar que le hiciera daño a Shanti. No medió palabras con nadie de los presentes, pero notó brevemente que Miles estaba casi escondido en su propia cama. Giles continuaba llorando. Y en la puerta estaban unos muy confundidos Tibalt y Nikolas. Le habría gustado atender a todos los presentes, puesto que cada uno estaba necesitando de él, pero la prioridad era la seguridad de Shanti. En condiciones normales jamás pensaría que León dañaría a un niño pequeño y menos siendo ciego. Sin embargo, la presión a la que fue sometido últimamente podía estar jugándole en contra. Y más cuando su máxima debilidad era el foco de atención de todos.

Shanti se sintió muy deprimido al confirmar las palabras dichas en aquel bosque que visitó durante su castigo. Ahora más que nunca podía confirmar que allí recibió un oráculo de los dioses. "Entonces ese Sísifo no mentía. Realmente escuché aquello que ninguno de ellos se atreve a decir. Aunque Giles lo niegue, sé mejor que nadie que la muerte no es una opción impensable cuando sólo estás siendo un estorbo para los demás. ¿Por qué no lo entienden?". Reflexionó el rubio mientras se dejaba caer cuando sus piernas no fueron capaces de seguir avanzando. Se sentó en el pasto cubriendo su rostro con sus propias manos dejando salir todas sus emociones. Estando en un rincón del bosque medio oculto era imposible que le interrumpieran. O eso pensaba.

—¡Hey, tú! —llamó León con su voz sonando como un gruñido por el enojo.

Lo había logrado alcanzar en poco tiempo. Menos del que habría esperado gracias a la diferencia de su tamaño y el uso del cosmos aplicado por el ex almirante. Cosa que Shanti por su frágil estado no usó. El adulto estaba tan furioso que pensó en hacerle sentir con sus puños lo que significaba hablar tan despectivamente de la vida ajena. Sin embargo, cuando vio al pequeño llorando a lágrima viva toda su rabia anterior fue aplacada. Se observó sus propias manos sintiendo miedo de lo que estuvo a punto de hacer. ¿Exactamente qué pretendía lograr yendo tras un niño ciego llorando? Podía ser algo molesto en ocasiones, pero ningún infante merecía maltrato de parte de un adulto como él. "¿Qué estuve a punto de hacer?" Se preguntó mentalmente el ex almirante sintiéndose avergonzado por su manera de actuar. En una situación así, él como persona madura lo que debería hacer es ofrecer consuelo y guía. Se expresó mal y seguramente sin intención. Ya debería estar familiarizado con las frases dichas en un momento de enojo. Él mismo le dedicó algunas a Sísifo y lo hizo sentirse triste. Siempre fue perdonado por el menor y estaba seguro de que de oír las palabras de Shanti les restaría importancia. En cambio, él...

—¡León! —llamó Talos con visible enojo.

Había corrido lo más rápido que pudo, pero el otro le había sacado algo de ventaja. El arconte del toro aún estaba acostumbrándose a ser un dorado y el manejo del cosmos de momento seguía sin ser su fuerte cuando estaba en movimiento. Le iba mejor cuando podía quedarse quieto y concentrar todo su poder en crear una defensa infranqueable. En cambio, León era más del tipo dinámico. Se movía haciéndole honor al animal de su nombre y constelación. Era rápido, poderoso y salvaje, siendo lo último lo que más lo preocupaba en esos momentos. Si durante una batalla de exhibición fue capaz de atacar con todas sus fuerzas a su propio hijo, quien ni siquiera vestía su armadura, ¿qué no le haría a Shanti?

—¿Qué estabas por hacer? —demandó saber Talos con un tono desafiante que nunca le había dirigido a su maestro.

Al ver a Shanti llorando y a León medio oculto tras unos árboles como un león en plena cacería temió por cuales pudieran ser sus intenciones con el menor. Y con aquel gritó que le dio supuso que estaba por hacer algo de lo que claramente se arrepentiría. O eso haría en cuanto le pusiera las manos encima. Tomó aire intentando ser diplomático y no caer de inmediato en la violencia como había hecho el otro. De nada servía que ambos se pusieran en un estado de euforia y agresividad. De momento no atacaría y buscaría dialogar ya que aún no había hecho nada contra el menor y quería dejarle claro que tampoco le permitiría hacerlo.

—Estoy defendiendo a mi hijo —gruñó León en respuesta girándose a mirarlo.

—Los míos están así por culpa de tu hijo —le recordó Talos con rencor sin poder contenerse por más tiempo.

—¿Qué dijiste? —preguntó el arconte del león. No por no haberle oído, sino en desafío de que se atreviera a repetir de nuevo esas palabras.

—Miles y Giles están en la enfermería por intentar curar a Sísifo y tú no haces más que atacar a todo el mundo —reclamó el santo de tauro aceptando el desafío implícito.

Él siempre había respetado mucho al guardián de la quinta casa. Cuando se conocieron sintió una profunda admiración por él dada su personalidad. No le sorprendió que él fuera el modelo para seguir y figura paterna del ángel de Atena. Sin embargo, nunca esperó que su personalidad pudiera degenerar tanto a causa de la tragedia. Sabía bien que la relación padre e hijo entre ellos era realmente profunda. Cualquiera que los viera interactuando podría jurar que compartían lazos sanguíneos. Podía comprender su dolor, pero si algo había aprendido de su experiencia con Hércules y con el propio Sísifo, es que las personas que admiras no deben ser idealizadas. Se puede apreciar y tener a alguien como modelo a seguir, pero sin perder de vista que todos, —incluso los mismísimos dioses—, cometían errores. E independientemente de su apreciación personal no podía permitir que hicieran uso de su admiración para silenciar sus críticas.

—Al menos el agua de la vida funcionó en Miles —susurró León con el rencor impregnando cada palabra.

—No es nuestra culpa que no surtiera efecto en Sísifo —defendió Talos comenzando a perder la paciencia por esa actitud.

—Hubiera preferido que funcionará en mi niño en vez de Miles —replicó el guardián de la quinta casa sin pensar en sus palabras.

Aquello cruzó una línea invisible. Un hilo imaginario que representaba la paciencia de Talos se rompió. Aquel que estuvo tenso desde hacía demasiado tiempo. Sus niños. Sus preciados hijos adoptivos habían arriesgado sus vidas por el bien de Sísifo. No los culpaba a ellos porque eran amigos y sagitario hizo lo mismo por ellos. Se puso en peligro para proteger a todos en el santuario quedando en su estado actual como consecuencia. ¡Pero con un demonio! Nada le costaba a León al menos dar las gracias por el intento. O si eso era demasiado para su orgullo mínimo podría demostrar su respeto a su esfuerzo no estar molestándose con ellos sólo por estar con vida.

Incluso ante las atrocidades cometidas por Hércules a sus espaldas, fue capaz de fingir cuando estuvo cara a cara ante él, pero con León no era posible. No había nada que estuviera ganando como en el caso del semidiós donde siguió al pie de la letra la estrategia de Sísifo confiando en su mente para salvar a sus pequeños. Había funcionado bien tal y como predijo. En contraste, esta situación difería con creces de la otra. Permanecer callado sólo le daría paso libre a León de seguir arremetiendo contra los demás. Y por lo que había alcanzado a apreciar, poco le faltaba para cruzar de lo verbal a lo físico.

No pudiendo contenerse más, Talos le dio un fuerte puñetazo en el rostro al hombre de cabellos castaños. Se había quedado paralizado ante la agresión por lo sorpresiva de la misma. No obstante, el ex almirante no tardó en reaccionar y devolverle el golpe de la misma manera. A él nadie iba a ponerle la mano encima por qué sí. Y con el estado de ánimo que llevaba lo que más deseaba era liberar estrés. Por lo cual, subconscientemente agradeció que el santo de la segunda casa le diera una buena excusa para usarlo de saco de boxeo. Incluso llamó a su armadura para ello. Y viéndose en peligro, Talos imitó su acción llamando a la suya.

El cosmos entre el arconte del toro y el león era tan intenso que comenzaba a afectar todo a su alrededor. Shanti incluso fue empujado contra un árbol debido a la onda expansiva provocada por las cosmo energías chocando entre ellas. En circunstancias normales, el santo de virgo habría resistido en su sitio sin inmutarse haciendo uso de su propio cosmos como defensa. No obstante, su llanto seguía sin detenerse y no poseía la paz mental requerida para poder invocar su cosmos de manera eficiente. El golpe que se había dado fue lo suficientemente importante como para que parte del tronco se quebrara cuando su cuerpo impactó contra él. La madera levantada en punta rasgo su piel causando que su brazo y pierna sangraran superficialmente aumentando su llanto.

—¡Shanti! —gritó Talos preocupado viéndolo herido—. ¿Ves lo que provocas, León? —interrogó furioso.

—Yo no le hice nada, tú empezaste esto —respondió arremetiendo contra él.

Comenzaron a pelear a puño limpio. León atacaba de manera frontal concentrando su cosmos en su puño para repartir una gran cantidad de golpes en distintas partes a alta velocidad. Sabiéndose en desventaja frente a esa clase de ataques, Talos se cruzó de brazos y plantó sus pies firmemente en el suelo.

—Comparado a detener los golpes de Hércules los tuyos no son nada —comentó Talos con toda la intención de molestar al otro.

—Ojalá hubieras sido un buen escudo antes cuando hacía falta en vez de ofrecerle niños a ese depravado para que manoseara —replicó el castaño mirándolo con burla—. Quién sabe cuánto se restregó contra sus cuerpos mientras jugaba con ellos delante de ti —remarcó de manera mordaz.

—Al menos están despiertos a diferencia del tuyo —contraatacó el guardián de la segunda casa.

El arconte del toro se mantuvo firme en un único punto con una fuerte defensa forzando a León a arremeter una y otra vez hacia el mismo sitio haciendo sencilla la contraofensiva. Aun así, León no era un santo dorado por nada. Sus ataques, aunque no causaran todo el daño esperado, si consiguieron afectarlo lentamente, pero cada vez las heridas de Talos se profundizaban. Todo parecía indicar que esa batalla sería muy prolongada hasta que llegó Ganimedes a mediar. Él había sentido el cosmos de ambos dorados elevarse de manera agresiva por lo cual sintió que debía intervenir antes de que causaran aún más problemas. Invocó su propia armadura para protegerse de cualquier daño que esos dos pudieran provocarle sólo por querer detenerlos.

Mientras tanto y sin saber nada de lo que estaba sucediendo entre los dorados, Tibalt y Nikolas entraron a la enfermería debido a los llantos y gritos de Giles y Shanti. Sólo que el segundo había salido corriendo con León tras él seguido del santo de tauro. Por lo cual quisieron suponer que no había nada de qué preocuparse. Los dos dorados más paternales de todo el santuario bien sabrían cómo lidiar con el pequeño invidente. No obstante, se preocuparon un poco cuando vieron a Ganimedes salir apresurado. No entendían que estaba sucediendo, pero asumieron que podían ayudar quedándose con los heridos. Después de todo, Giles que no paraba de llorar y Miles se veía muy confundido. Algo natural siendo que acababa de despertar y nadie le había explicado nada.

Tibalt fue a confortar a Giles que estaba llorando a grito abierto, como lo hacía cualquier niño. Nikolas se acercó a Miles solamente por cortesía, no tenían una relación tan estrecha como para llamarse amigos, pero tampoco podía fingir que no existía o algo similar. Aun así, Miles estaba algo indeciso, —por no decir incómodo—, sobre qué decir. Tanto que hasta Nikolas lo notó. No eran precisamente cercanos y ahora darse ánimos o palabras de aliento sonaba demasiado antinatural.

—¿Estás bien? —preguntó Nikolas con una sonrisa forzada.

—Me preocupa Giles —comentó el ex eromeno sin responder a la pregunta que le había hecho el otro.

—Es más preocupante tu estado —señaló el hijo del juez mirándolo espantado por la expresión facial del otro.

No era una mirada de asco u odio. Cualquier expresión de ese tipo sería mejor recibida que esa tan taciturna nunca vista en él. Se veía tan apagado e indiferente a todos a su alrededor que no se sentía cómo si se tratara de él. El llanto del joven rubio no se había detenido, pero aún con los ojos empañados de lágrimas alcanzaba a ver la extraña actitud de Miles.

—Confirmo —sollozó Giles—. Me está dando miedo esa cara de Ganimedes...

Era una suerte que el santo de acuario se hubiera retirado unos momentos atrás. De lo contrario al oírle la comparación probablemente habría terminado castigado por su osadía y falta de respeto. Tibalt no era bueno dando consuelo a los demás. Su educación le dictaba reprimir cualquier atisbo de debilidad y por lo mismo llorar era una acción castigada físicamente para evitar repetirlo. No obstante, y contrario a la educación impartida por su padre hubo ocasiones donde pudo ser vulnerable y eso fue en brazos de su hermano mayor. El príncipe recordó que su hermano lo que hacía para calmarlo era abrazarlo y ya. No había un intercambio de palabras innecesarias. Sólo la mutua compañía entre ellos era apoyo suficiente para él. Por lo mismo, ese fue su proceder con Giles, consiguiendo un resultado positivo en poco tiempo.

—Se calmó con el abrazo —mencionó sorprendido Nikolas al ver cómo estaba funcionado.

—Mi hermano decía que a veces es mejor no decir nada y hacer sentir al otro que estás ahí —respondió Tibalt con una sonrisa melancólica por los recuerdos de su familiar.

Tal vez el príncipe de Siracusa no fuera de consolar con palabras, pero era capaz de brindar un hombro sobre el cual llorar al imitar lo que aplicaban con él en el pasado. Esperaba que sirviera bien para ayudar también al pequeño rubio. Se había calmado bastante e intentó desahogarse por los problemas que estaba atravesando en esos momentos, soltando varios balbuceos inentendibles. Aquello excedía las capacidades de Tibalt para dar consuelo comenzando a hacerle entrar en pánico. No entendía qué más podía hacer ahora. Él por lo general una vez que recobraba el ánimo, volvía a lo suyo sin recaer en el llanto.

—¿Qué hago ahora? —interrogó el espadachín confundido.

—Ven aquí, Giles —llamó Miles abriendo sus brazos.

No se atrevía a abandonar su cama, pues sentía que cada movimiento que daba con intención de salir de allí conseguía que la armadura reaccionara levemente a él. No era un movimiento abrupto que cualquiera pudiera notar a simple vista. Era algo sutil que sólo él, quien estaba hiper-concentrado en la armadura, podía captar. El muviano hizo caso a aquella orden y se liberó de los brazos del príncipe para correr hacia la cama del otro. Aunque el nuevo santo de escorpio no lo admitiera en voz alta, abrazar al infante le hacía sentir mejor y reducía ampliamente el miedo que estaba sintiendo. No lo admitiría en voz alta, pero tampoco le parecía necesario.

—Llora todo lo que quieras y cuando termines puedes decirme qué sucedió —consoló Miles acariciando el cabello blondo.

Tibalt no pudo evitar sorprenderse ante el cambio de actitud. Hacía sólo unos momentos atrás parecía no reaccionar ante nada. Si bien no era de mantener largas conversaciones con Nikolas por las diferencias de opiniones, sí solía mantener debates acerca de aquellos temas que les causaban disonancia. En cambio, en lugar de intentar hacer algún comentario sarcástico o en tono de broma. Lo más vergonzoso era tener que reconocer que incluso en su estado actual, Miles les superaba dando consuelo. Pero una duda asaltaba la mente de Nikolas, ¿el nuevo dorado también necesitaba del mismo trato? Es decir, parecía algo ausente y lleno de miedo. Por lo mismo, el hijo del juez le dedicó una mirada a su amigo confirmando silenciosamente que pensaban igual. Mas, este no era el mejor momento para conversar acerca de aquello.

Entretanto, en la villa de Atena se encontraba la diosa de la guerra sentada en su trono. Con los aspirantes de géminis frente a ella. Estaba enojada con sus hermanos divinos, los dioses gemelos gobernantes del cielo. No podía renunciar a Sísifo tan fácilmente. ¿Cómo se vería ella si dejaba que se supiera que su ángel murió en el santuario por culpa de Hércules? Ella sería vista como una incompetente si el semidiós que había estado patrocinando resultaba convertirse en el asesino de su ángel. Había invertido demasiado en Sísifo. Ofreció grandes favores y protección a cambio de los beneficios que ofrecía tener al arquero cerca. No se quejaba de todo lo que obtuvo hasta ahora de él; fama, sangre curativa, un estratega capaz, entre otras cosas. No, no podía perderlo aún. Apenas si comenzaban a verse los frutos de su apuesta.

—Castor —llamó la diosa de la guerra mirándolo con molestia—. Quiero que me digas exactamente qué es lo que sucedió entre tú y Sísifo —demandó saber—. Cuando estuviste con él dio signos de estar con vida. Sé explícito y no omitas detalle alguno.

—La verdad es que yo tampoco entiendo bien qué sucedió —admitió el gemelo menor con un suspiro cansado. Otra vez debía repetir la misma historia que le contó a su hermano mayor—. Argus estaba murmurando algo acerca de matar a Sísifo temporalmente. Me mantuve vigilante por si acaso representaba un peligro y luego llegó Nikolas –relató mirando con gesto lastimero a su gemelo—. El loquito no paraba de afirmar que estás enamorado del estafador y que eres un peligro para su amigo.

—¡No lo soy! —reclamó Pólux indignado de que hubiera tantas personas viéndolo como una amenaza.

–Eso le dije yo, pero no dejaba de mencionar que sus amigos le dijeron que tú y Tibalt rondaban a menudo la enfermería —mencionó Castor siendo consciente de que su gemelo en efecto realizaba dicha actividad.

—¿Qué amigos? —interrogó Atena temiendo que nuevamente esos fantasmas estuvieran causando problemas.

—Los fuegos fautos de las personas fallecidas aquí en el santuario —explicó Pólux—. ¡Yo los vi, son como pequeñas bolas de fuego que nadie más puede ver y nos espían todo el tiempo!

Atena sabía que eso esa verdad debido a que en el pasado cuando el alma de Sísifo se salió de su cuerpo fue ella personalmente quien lo guio de regreso a su propio cuerpo. De no existir la barrera que rodeaba el santuario los dioses del inframundo podrían haber reclamado su alma. A su vez era muy consciente de que debido precisamente a la protección que les rodeaba, las almas de quienes morían dentro del perímetro del santuario también quedaban allí. En parte no lo veía como algo tan malo. Después de todo, en el inframundo serían arrojados a alguno de los infiernos. Eran demasiado excepcionales los casos de mortales destinados a los campos Eliseos. Y dudaba que varios de los que perdieron la vida pudieran aspirar a ese sitio.

–¿Seguro que nadie más los puede ver? —demandó saber la fémina.

—Oh cierto, Sísifo puede —recordó el gemelo inmortal cuando descubrió por primera vez las habilidades del demente—. Ese trastornado me dijo que Sísifo y él se comunicaron usando esas almas para que Hércules no se diera cuenta. Además, también servían como una red de información. Sabían cosas que nadie más sabía.

—¿Cómo qué? —exigió una respuesta la diosa Atena.

—Sabía acerca de los intentos de chantaje de Hércules a espaldas suyas —explicó con tranquilidad Pólux—. A pesar de que nuestro medio hermano es bueno fingiendo inocencia y ocultando sus depravados intereses poco heroicos —mencionó de manera desdeñosa al recordarlo—. El chico loco se enteró de todo gracias a sus "amigos" —dijo remarcando esa palabra haciendo comillas con sus dedos—. Y le pasaron esa información a Sísifo.

—Además... —dudó Castor en decir lo siguiente.

—Vamos habla —alentó la deidad.

—Así es. Cualquier detalle puede ser útil —secundó Pólux.

Ante la presión de las miradas de los hijos de Zeus, el gemelo menor sintió que no tenía otra opción más que ceder a sus demandas. Tomó aire profundamente para dejar salir lo siguiente.

—También supo que estuvimos hablando acerca de cómo estás enamorado de Sísifo —confesó Castor viendo a su hermano enrojecer y temblar de molestia y vergüenza.

"Maldito niño loco". Maldijo Pólux en su mente. Parecía que el destino o las moiras habían decidido confabular en su contra para exponerlo en todos los sitios. Aquella vieja borrega cuando proyectó sus recuerdos junto a sagitario y ahora los malditos difuntos repetían conversaciones privadas. Definitivamente necesitaba encontrar una manera de silenciarlos a todos para hacerles callar esos futuros y tontos rumores acerca de sus turbulentos sentimientos.

—¿Qué más? —preguntó Atena poco interesada en ahondar demasiado en la perversión de su hermano. Al menos por ahora.

—Luego llegó León y me echó de la enfermería luego de confundirme contigo —relató Castor aun incómodo por el malentendido.

—Maldito gato sarnoso —murmuró Pólux por lo bajo.

¿Cómo se atrevía a tratar mal a su hermano? Le daba igual que se tratará de un santo dorado. No podía creerse la gran cosa y olvidarse del respeto al prójimo. Si en vez del gemelo menor hubiera estado él, sin falta le habría dado una lección de buenos modales con los puños.

—No interrumpas —ordenó la diosa.

—León y Nikolas comenzaron a discutir cuando intentó defender nuestra honra de las acusaciones del santo de leo y entonces su cosmos comenzó a causar problemas —relató intentando ser lo más preciso posible—. Argus dijo que estaba usando su cosmos para proteger a Sísifo, pero que usaría su cuerpo para proteger las almas que lo acompañan y que yo debía tomar su lugar. —Hizo una pausa, avergonzado de lo siguiente que iba a decir, pero no sabía si era o no relevante—. Abracé el cuerpo de Sísifo y lo cubrí con mi propio cosmos mientras le decía... —Volvió a dudar mirando a su hermano una y otra vez.

—¡Habla ya! –ordenó el gemelo mayor exasperado.

—¡Le dije "tú y tu novio me la deben, estafador"! —gritó Castor cerrando los ojos, apenado—. En ese momento oí claramente su voz en mi cabeza llamándome "idiota " era como si hubiera sabido lo que estaba diciéndole.

Atena veía con sospechas a su medio hermano. No podía dejar de encontrar extraña esa actitud por parte del aspirante de géminis. Lo entendería de sus otros medio hermanos, pues si Sísifo moría, Artemisa no podría cobrar el favor que aún le debía y Apolo perdería el amor de León si recurría a darle misericordia a Sísifo siendo el hijo de su interés amoroso de turno. Pese a todo ello, los dioses gemelos estaban dispuestos a aceptar que no había nada más que hacer para salvar a sagitario. En cambio, el semidiós delante de ella parecía tener otra cosa en la cabeza. Y no sabía exactamente de cuál de sus cabezas debía preocuparse más.

—¿Y tú por qué tan interesado en Sísifo? —interrogó Atena con los ojos entrecerrados, pero fijos en el rubio mayor.

—Son sentimientos de machos —declaró Pólux queriendo limpiar cualquier sospecha contra él.

—Prohibí a las mujeres para que no tuvieras relaciones carnales —confesó Atena viéndolo con enojo.

—Pues te salió mal porque yo fornico tanto con hombres como mujeres —le recordó su medio hermano con una sonrisa engreída.

—¿Por qué no me sorprende? —preguntó la fémina de manera retórica bufando por la típica perversión en los hombres.

—Nuestro padre nos enseñó a probar de todo —mencionó descaradamente el aspirante de géminis.

—¿Cómo puedes tener tan malos gustos en hombres? —interrogó Atena viéndolo con desagrado—. Habría esperado que te fijaras en Adonis o Ganimedes, especialmente en este último —remarcó siendo sus santos más hermosos.

—Las rameras son demasiado sencillas. Se entregan con facilidad —afirmó Pólux con un gesto de desagrado.

—Nunca entenderé esa naturaleza depredadora —suspiró Atena negando con la cabeza.

—Deberías saberlo las guerras más difíciles traen las victorias más dulces —explicó Pólux con una sonrisa triunfante.

—Sólo evita tocar a Sísifo —advirtió la diosa de la guerra con seriedad—. Recuerda que él es mi "ángel " lo quiero puro e inmaculado.

—No eres quién para criticarme cuando sólo eres una diosa virgen que no sabe nada de los hombres —acusó el rubio mayor cruzándose de brazos mientras giraba la cabeza, indignado.

La tensión entre ellos no hacía más que aumentar y estaban a punto de pelear usando sus cosmos divinos. Atena no podía tolerar que su símbolo de esperanza y poder terminar volviéndose el juguete de su medio hermano. Dada la personalidad de sagitario estaba bastante segura de que no mostraría interés en Pólux. Su querido arquero estaba acostumbrado a la belleza divina así que estaba inmunizado a ese tipo de encantos. El problema era que Sísifo pecaba de confiado y no sabía qué clase de tretas podría emplear Pólux. Para colmo en esa área el que llevaba la experiencia y el conocimiento era el pervertido semidiós.

Esa última parte de la conversación fue oída por los dos recién llegados que se detuvieron justo antes de ingresar.

—Mis amigos dicen que algo cambió en los sentimientos de Pólux y Sísifo desde que se encontraron aquella noche en la cocina —susurró Argus detrás de la puerta junto a Adonis esperando su permiso para ingresar.

Adonis hasta ahora había sido bastante negligente respecto al hijo de Zeus que estaba en el santuario. Se maldijo así mismo por haberse descuidado. Al fin y al cabo, seguía siendo un semidiós y dada la personalidad de Sísifo, no tenía conocimiento alguno en el terreno de los placeres carnales. De hecho, los fantasmas del santuario le habían informado que Sísifo creía que nadie querría forzarlo debido a que no era bonito. Reconocía que parte de la culpa de esa auto imagen que tenía sagitario era culpa de sus comentarios. Sólo que no esperaba que se lo tomara de forma tan extremista como para creerse intocable.

Desde que había ocurrido aquel incidente con los "amigos de Argus" despertó la capacidad de ver y oír los fuegos fautos. Fueron muy útiles para comunicarse sin poner sobre aviso a Hércules. También le habían comunicado ciertos detalles de géminis. Gruñó una maldición sabiendo que en coma quizás no sería violado por Pólux. O quizás sí. Puede que estuvieran facilitando sus oportunidades de tomar lo que deseaba y salirse con la suya dado que sagitario ni siquiera sabría del hecho. No obstante, de momento la prioridad sin dudas era sacar a Sísifo del coma. Luego se encargaría de mantener un ojo vigilante sobre Pólux para evitar que hiciera algún movimiento. Por ahora, fingiría no haber oído nada para no ponerle sobre aviso. Tal y como hizo con Hércules.

—Llegó la hora —habló el santo de piscis con seriedad—. ¿Estás listo, Argus? —preguntó con tono amable.

—Lo estoy —respondió el menor de manera relajada.

—Ten en cuenta que si te equivocas en tu teoría es posible que te castiguen —advirtió el santo de las rosas por si quería retractarse.

—No me importa, tomaré el riesgo para salvar a Sísifo —afirmó Argus decidido.

Adonis le dio un asentimiento de cabeza al menor antes de entrar a la sala del trono atrayendo de inmediato la atención de Atena y los gemelos.

—¿Por qué osas interrumpir una reunión privada? —cuestionó la diosa.

—Porque creo saber cómo salvar a Sísifo —declaró el santo de piscis.

Esta podía ser su última apuesta para recuperarlo. Había mucho que perder si fallaban, pero de lograrlo sagitario volvería a la vida. Todo dependía de cuanto estuviera dispuesta a apostar Atena por su ángel.

CONTINUARÁ…