Hermione sacó del armario su pijama más odiado. Si hoy aún podía dormir con una camiseta y unos shorts normales, mañana sería un problema, y pasado mañana, una catástrofe. Durante los próximos tres días necesitaría pantalones y una camiseta de manga larga, bien metida dentro del pantalón para que no se le levantara mientras dormía. Un día antes, durante la luna llena y el día después. Cada mes, desde hacía un año.

La primera vez que sucedió fue cuando aún vivían en la tienda de campaña buscando los Horrocruxes. Allí, la ropa gruesa salvó a Hermione de las preguntas y preocupaciones de sus amigos, pero ahora, en Hogwarts, ocultarlo era mucho más difícil.

Hermione pasó su mano por su brazo. Su piel aún estaba suave, pero en el vientre ya había comenzado a aparecer un fino vello blanco. Al final del tercer día, su cuerpo entero, salvo cuello, pies y manos, estaría cubierto de ese pelo. Por eso necesitaba ese pijama: para ocultar su pelaje durante tres días. Y para las clases, usaría medias gruesas y una camisa de manga larga, aunque ahora, al inicio del otoño, aún hacía bastante calor. La gente la miraría raro, pero Hermione tenía que aguantar. Después de tres días, todo desaparecería, como si nunca hubiera pasado.

La respuesta a por qué le ocurría esto, ya la había encontrado. Era una maldición completamente absurda llamada «Compañero peludo». Vinculaba a dos personas, una de las cuales hacía el papel de mascota, y la otra, de dueño. Hermione supo enseguida cuál era su papel, para su desgracia. Pero aún quedaban dos preguntas: ¿quién lo había hecho y quién podía ayudarla a romper la maldición?

Detrás de ella, se abrió la puerta. Era Ginny. Ella, por supuesto, lo sabía todo: ese año compartían la misma habitación, y Ginny era su amiga, alguien con quien podía confiar.

—¿Ya empieza otra vez? —preguntó con tristeza.

Hermione asintió.

Ginny se sentó en la cama, cruzó las piernas, y se quedó mirando por la ventana. Las nubes flotaban por el cielo, a veces ocultando, a veces mostrando, la brillante luna llena. Y de repente, Ginny empezó a llorar.

—Hermione —susurró casi inaudible—, perdóname, por favor. Es mi culpa, todo esto es culpa mía. —comenzó a sollozar, y las lágrimas brotaron de sus ojos.

El corazón de Hermione se detuvo. Temía respirar.

—Fue por Harry, porque hace un año os ibais a ir juntos...

Hermione entendió que Ginny hablaba del tiempo en que se preparaban para buscar los Horrocruxes.

—Tenía miedo —dijo Ginny, limpiando sus lágrimas—, de que entre tú y Harry sucediera algo, que... —apartó la mirada con vergüenza—. Era para evitarlo.

Hermione sintió un deseo momentáneo de tirar de los pelos a Ginny, pero desapareció rápidamente. En su lugar, vino una sensación de alivio, porque por fin obtendría la respuesta a la pregunta más importante.

—¿Quién es mi dueño?

Ginny se tapó la boca con la mano, luego cogió una almohada, enterró su rostro en ella y sollozó:

—Draco Ma-malfoy


Malfoy siempre era el primero en llegar a clase. Se sentaba en su pupitre y garabateaba en su cuaderno. Luego, sin embargo, estos garabatos se convertían en un castillo, mares o montañas. Hermione simplemente no quería admitir que lo observaba y que Draco Malfoy era bueno dibujando.

Hoy, él ya estaba en su sitio cuando ella abrió la puerta del aula y se dirigió con paso firme hacia su mesa.

Hermione tiró su mochila sobre la silla, se cruzó de brazos, respiró hondo y se puso justo frente a él. Reunió toda su determinación, exhaló bruscamente y dijo:

—Malfoy, necesito tu ayuda.

Él ni siquiera levantó la vista y continuó garabateando en el pergamino.

—¿Malfoy, me escuchas? —preguntó ella con más exigencia de la que había querido.

—Por supuesto que te escucho. Estás justo frente a mí —respondió con pereza.

—Te estoy diciendo que necesito tu ayuda.

—Qué pena.

—Malfoy, tengo una maldición —dijo Hermione en un tono más bajo. Quería contárselo antes de que los demás estudiantes empezaran a llegar.

—Me di cuenta de eso hace mucho tiempo.

—¿En serio? —preguntó ella, desconcertada.

—Sí, la maldición de la insolencia y las exigencias groseras.

Hermione se sonrojó, pero logró contenerse. Necesitaba a Malfoy: sin él, no podría romper la maldición. Y lo mejor era no discutir con él ahora. Ya habría tiempo para eso después.

—Malfoy, no estoy bromeando. Tengo una maldición que sólo tú puedes quitar —Hermione intentó decirlo lo más suavemente posible.

—Busca otra forma de entretenerte, Granger.

En ese momento, Hermione tomó una decisión. Simplemente levantó su camisa, prácticamente frente a la cara de Malfoy, mostrando su abdomen cubierto por una pelusa blanca, ya bastante densa. Un poco más y se convertiría en pelaje. Fue suficiente para que fuera impactante.

Finalmente, Malfoy levantó la vista. Sus cejas se alzaron y su boca se abrió con sorpresa.

—¿Qué es eso?

—Es una maldición llamada «Compañero peludo».

—Granger…

—Por eso te necesito. Soy tu mascota.


Habían acordado reunirse después de clases para que Hermione pudiera explicarle a Malfoy con más detalle la maldición y cómo romperla. Ella quería llevar a Ginny, pero esta llevaba dos días evitándola con cualquier excusa. Sí, Hermione estaba molesta e incluso había considerado idear algo equivalente para vengarse, pero luego se dio cuenta de que no tenía energía ni para el rencor ni para la venganza. Lo más importante era deshacerse del pelaje.

Hermione encontró fácilmente un aula vacía: en sexto curso, cuando era prefecta, había hecho una lista de todas las aulas y marcado las que necesitaban reparación o al menos limpieza. Había pensado en hacer un inventario, pero la distrajeron asuntos más urgentes.

Malfoy no tardó en llegar. Entró al aula, miró alrededor, pero no se sentó. En cambio, habló de inmediato:

—Bueno, Granger, te escucho. ¿Qué pasa contigo y tu pelaje?

—No es... —comenzó Hermione, molesta—. Sí, es pelaje —mordió el interior de su mejilla—. En fin, existe un hechizo que vincula temporalmente a dos personas. Y tienen que, ehm... —se detuvo— desempeñar ciertos roles. —se apartó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Y si no lo hacen, pues termina así —señaló su abdomen, cubierto por la tela gruesa de su blusa—. Si lo hacen, la maldición se rompe. Es una broma inofensiva, pero... no es nada agradable.

Hermione evitaba mirar a Malfoy, sintiéndose terriblemente estúpida.

—¿Y cuáles son nuestros roles? —en la voz de Malfoy había un claro tono burlón.

—Nosotros... —Hermione de repente sintió la necesidad urgente de buscar algo en su mochila. Agachó la cabeza y empezó a revolver el fondo con la mano, aunque no recordaba qué estaba buscando. — …dueño y mascota —murmuró casi inaudiblemente.

Malfoy permaneció en un silencio insoportable. Y luego, de repente, se echó a reír. Pero Hermione no compartió su diversión.

—¿Hablas en serio?

Ella asintió.

—¿Y quién fue el que te gastó una broma tan cruel?

—Ginny —suspiró Hermione—. Cuando Harry, Ron y yo nos fuimos a... —recordó que no debía hablar de los Horrocruxes— escondernos de Voldemort, ella tenía miedo de que entre Harry y yo pudiera haber algo, y pues... Y te eligió a ti porque estaba segura de que no estarías cerca.

—¿Y cómo te vinculó conmigo? —Malfoy la miraba fijamente, entrecerrando los ojos.

—Pelo —se encogió de hombros Hermione.

—¿De dónde sacó pelo mío? —el rostro de Malfoy era impenetrable.

—Yo... no lo sé. Quizás lo tomó de tu capa sin que te dieras cuenta —supuso Hermione lo primero que se le ocurrió.

Malfoy volvió a quedarse en silencio. Luego sacó una silla de detrás de la mesa, cerca de la cual estaba Hermione, se sentó en ella, apoyó los codos en la mesa y, sonriendo, dijo:

—¿Entonces eres mi cachorrito, Granger?


—Es un juego, Malfoy, ¿vale? Solo un juego. Y esto debe hacerse durante luna llena. Solo son tres días: el día antes, el día después, y la propia luna llena —Hermione estaba frente a él, sacando pecho de forma desafiante y con las manos en las caderas. Con esta pose quiso darle peso a sus palabras.

Malfoy, en cambio, se reclinó en la silla, estirando las piernas hacia adelante y cruzando los brazos sobre el abdomen. Al parecer, todo esto le resultaba terriblemente divertido. Ya había bromeado diciendo que le compraría trajecitos y le pondría un collar. Después de esa frase, se quedó mirando la pared por un par de segundos y luego negó con la cabeza.

—Así que todo lo que necesito hacer es seguirte a todas partes, y tú... hmm... acariciar, amar y elogiar. Así es como actúan los buenos dueños, ¿no?

—¿Amar? —Malfoy abrió los ojos, sorprendido.

—Solo tienes que fingir, llamarme con algún nombre cariñoso o algo así —respondió Hermione, irritada.

Malfoy bajó la mirada y comenzó a examinar sus manos. Guardó silencio durante mucho tiempo, lo cual la sacaba de quicio.

—¿Y cómo sabremos si funcionó? —preguntó de repente.

—Lo sabremos por el pelaje. Si comienza a desaparecer antes del final del tercer día, entonces todo habrá salido bien. O si deja de crecer. —Hermione se quedó pensativa—. Si no funciona, el próximo mes tendremos que repetirlo.

Malfoy la miró y sonrió con suficiencia.

—¿Y qué gano yo a cambio, Granger? —dijo alargando las palabras.

Hermione se quedó perpleja: se le había olvidado pensar en eso. Se le olvidó que estaba tratando con Malfoy. Claro que no iba a hacer nada sin obtener algo a cambio. Rápidamente comenzó a repasar opciones en su cabeza, pero ninguna le convencía. Ni siquiera su ayuda en los estudios le interesaba; él también era un buen estudiante.

Hermione bajó la cabeza.

—No tengo nada que ofrecerte, Malfoy —dijo, mientras se inclinaba para recoger su mochila. En cualquier caso, era mejor haberlo intentado que no hacer nada. Aunque ahora Malfoy podría contarles a todos que una vez al mes ella se cubría de pelo.

Hermione se colgó la mochila al hombro y se dirigió hacia la puerta.

—Espera, Granger —sonrió él a sus espaldas—. No he dicho que no.


Hermione se preparó durante todo un mes para la próxima luna llena.

Incluso comenzó a pensar en Malfoy con más frecuencia, para acostumbrarse a la idea de su conexión. ¿O era esa conexión la que la hacía pensar en él más a menudo?

Hermione releyó el hechizo una docena de veces más, se enfadó con Ginny la misma cantidad de veces y nuevamente se dio cuenta de que la única forma de deshacerse de la maldición era llegar a un acuerdo con Malfoy, confiar en él e intentar de alguna manera... hacerse amigos. Al menos durante tres días.

«La mascota debe estar satisfecha»: así se rompía el hechizo.

Mascota...

Hermione hizo una mueca. Era difícil pensar en algo más humillante. De todos modos, se vengaría de Ginny de alguna manera.

Satisfecha…

Hermione no había estado satisfecha desde hacía mucho tiempo.

La luna llena era pasado mañana, pero al día siguiente Hermione comenzaría a seguir a Draco a todas partes. Su salvación era que en séptimo año no había tantos estudiantes y su horario coincidía casi por completo con el de Slytherin. También tendría que ir a ver sus entrenamientos de Quidditch, pero Hermione estaba dispuesta a lidiar con eso; ya había metido un par de libros interesantes en su mochila.

Al principio, la gente los miraba de manera extraña, pero al final del primer día, todos se acostumbraron al hecho de que Malfoy y Granger, por alguna razón, se sentaban juntos y caminaban uno al lado del otro. En algún momento, Hermione de repente sintió que estaba experimentando una extraña calidez en su interior mientras seguía a Malfoy. Calidez y calma. Él caminaba con su actitud arrogante, y a ella le gustaba. Además, le abría las puertas, lo cual también era agradable. Y a Malfoy le parecía divertido. Pero dejó de divertirse cuando por la noche Hermione lo invitó a su dormitorio.

Malfoy estaba tenso y desconfiado.

—Recuerda lo que dije: acariciar, amar, elogiar. Con «amar», creo que simplemente confiaré en que me amas a tu manera. Una forma poco saludable. Pero con «acariciar» hay que practicar —suspiró profundamente—. En los próximos treinta minutos no habrá nadie en la habitación. Ginny me está ayudando.

Draco la miraba con total incomprensión.

—¿Qué se supone que debo hacer?

—Acariciarme. Puedes hacerlo en el hombro o en la espalda.

Él avanzó y le puso la mano en el hombro. Su palma estaba caliente.

La acarició, mirando hacia un lado.

—No, así no funciona, tiene que ser con... cuidado y... ternura —Hermione frunció el ceño—. Sonríe.

Draco sonrió de forma forzada.

—No así, así tu mascota se asustaría y se escaparía. Con amabilidad.

—Sabes, Granger, eres una mascota bastante exigente.

—Debo sentir confianza, no miedo de que me rompas el hombro.

Hermione suspiró de nuevo, se sentó en la cama y bajó la cabeza.

—No funcionará, Malfoy. Seguiré siendo una perra peluda insatisfecha.


Lo primero que vio Hermione al despertarse fue una caja de dulces en la mesita de noche. La caja estaba atada con una cinta verde y venía con una nota.

«Un regalo para mi mascota».

Hermione sonrió de repente, sorprendida de sí misma. No era su sonrisa, sino la del pequeño ser dentro de ella. Tiró de la cinta y abrió la caja. Chocolate.

El primer dulce fue directamente a su boca. Era de mazapán, a Hermione le encantaban estos. ¿Cómo pudo saber Malfoy qué tipo de dulce le gustaba?

—Ginny —dijo en voz baja.

Ginny se movió y abrió los ojos.

—Draco me trajo dulces.

Eso despertó a Ginny al instante.

—¿Y qué? —se sentó en la cama—. ¿Cómo está tu pelaje?

—No lo sé todavía —Hermione se encogió de hombros—. Imagínate, adivinó que me encantan los de mazapán.

Ginny sonrió.

—No lo adivinó, me preguntó ayer.

Un calor recorrió el cuerpo de Hermione: Draco no solo había comprado dulces, sino que se había tomado el tiempo para descubrir cuáles eran sus favoritos.

De repente, comenzó a sentir un hormigueo en las palmas de las manos y en los pies. Primero un poco, pero luego más intenso.

El hormigueo se extendió a los hombros y las espinillas, y luego abarcó todo su cuerpo. Hermione levantó la blusa para verificar su pelaje.

Por lo general, el segundo día su vientre estaba completamente cubierto de pelo, pero hoy todo era diferente. El pelaje comenzaba a escasear.

Casi corrió a desayunar.

Malfoy estaba sentado en la mesa de Slytherin, dejando un lugar libre a su lado. Probablemente, la alegría era tan evidente en su rostro que él le preguntó de inmediato:

—¿Recibiste tu regalo?

Hermione asintió.

—Y funcionó, Malfoy. Mi pelaje no está creciendo, sino que está disminuyendo —susurró Hermione para que nadie la oyera.

Malfoy sonrió, pero esa sonrisa no era sarcástica, sino amable.

—Ayer aprendí a acariciar de manera amistosa —dijo con complicidad—. Sé cómo acariciar a una chica, pero no sé cómo acariciar a una amiga. Aprendí con Blaise. Me miró raro, pero lo toleró. Necesitamos romper esta maldita maldición.

Hermione se giró para que Draco no viera su sonrisa. Y bajo su piel, el hormigueo comenzó de nuevo.


Hermione casi se había acostumbrado a caminar al lado de Malfoy, e incluso Zabini había dejado de preguntarle qué quería. Malfoy simplemente le había dicho que Granger había perdido una apuesta y que había ideado ese castigo para ella. El entrenamiento de Quidditch resultó incluso emocionante, porque Hermione sentía un extraño deseo de seguir a Malfoy con la mirada, y cuando miraba al cielo, no sabía realmente hacia dónde estaba mirando.

Probablemente, la intensificación de sus sentimientos estaba relacionada con la luna llena, pero eso no incomodaba a Hermione. Lo más importante era que no había pasado ni la mitad de los tres días que tenía asignados para romper el hechizo, y su pelaje ya era más escaso y suave. Estaba dispuesta a mirar a Malfoy todo el día si eso ayudaba.

La clase de pociones iba bien. Malfoy le acarició la espalda dos veces y Hermione notó que claramente estaba progresando en esa habilidad. Su caricia era cálida y suave, y provocaba el ya familiar hormigueo por todo su cuerpo. Picaban los ingredientes, los lanzaban al caldero e incluso una vez intercambiaron bromas. Y luego, de repente, Malfoy dijo:

—Oh, genial —Levantó una ceja—. Buena chica, Granger.

Y un escalofrío recorrió la espalda de Hermione. Su voz parecía acariciar su oído. Alargaba las palabras con su característica forma de hablar, y eso la excitaba. No era simple cariño de mascota; era algo más.

—No tienes que elogiarme, creo que con las caricias y los dulces es suficiente —dijo Hermione sin levantar la vista.

—No te estoy elogiando.

—Dijiste que soy una «buena chica».

—Yo... —Draco se detuvo—. No lo recuerdo.

Las mejillas de Hermione ardieron durante mucho tiempo, y ahora sabía con seguridad que no se trataba del hechizo. Eran otros sentimientos, sentimientos que eran solo de ella.

Esa noche, Malfoy le dio una caja de galletas. Y fue bonito, pero no como la primera vez. Sus caricias también la alegraban y ayudaban, pero no afectaban su pelaje de la misma manera que antes. Sí, había disminuido considerablemente, pero Hermione necesitaba deshacerse de él por completo. Solo le quedaba esa noche y el día siguiente.

Entonces, decidió dar un paso desesperado.


Malfoy estaba en la puerta de su habitación, con pantalones de pijama y una camiseta. Probablemente ya se estaba preparando para dormir cuando Ginny le informó que Hermione necesitaba ayuda urgente. Curiosamente, no le costó mucho convencer a Ginny de intercambiar lugares con Malfoy por una noche. Al parecer, ella odiaba a Blaise Zabini un poco menos de lo que decía.

—Granger, ¿qué ha ocurrido? Weasley entró como un huracán.

Hermione miró hacia la sala común para asegurarse de que nadie hubiera visto a Malfoy.

—He pensado en algo. Entra.

Draco puso los ojos en blanco, pero entró en la habitación.

Hermione sentía cómo temblaba de los nervios. Era incómodo y estúpido proponerle esto a Malfoy. Seguramente se reiría y se iría. Pero antes él la había ayudado, ¿y si...?

—Tenemos esta noche y mañana. Debemos actuar con decisión —dijo firmemente la frase que había preparado—. Pensé que para una mascota dormir junto a su dueño sería una gran alegría y un gran estímulo. Dormiremos en la misma cama esta noche, —tragó apresuradamente— prometo no tocarte. Ampliaré la cama —soltó en un suspiro.

Malfoy levantó una ceja, sorprendido, y se quedó pensativo. Pero no lo pensó mucho rato.

—Vale, ¿cuál es tu lado?

—El de la izquierda —dijo Hermione confundida. No esperaba que Draco aceptara tan rápido.

Pero él se acostó en la cama, se cubrió con una manta y se puso de lado.

—Solo apaga las velas. Duermo en total oscuridad.

Hermione, aún sin entender cómo había resultado tan fácil, tomó la manta de Ginny, apuntó su varita hacia la cama, duplicando su tamaño, y luego se acostó a su lado, girándose de espaldas a Malfoy. El sueño llegó tan rápido que Hermione ni siquiera notó el persistente cosquilleo de mil agujas bajo su piel.


Lo primero que hizo Hermione al despertar fue mirar debajo de su blusa. No había ni un solo pelo en su cuerpo. Más bien, había vello, pero pertenecía solo a Hermione y a nadie más. Se incorporó de un salto y se dio la vuelta. Malfoy ya se había ido.

Hoy era día libre, lo que significa que después del desayuno podría ir a Hogsmeade, o quedarse en la cama todo el día, o ir a la biblioteca. Por alguna razón, ninguna de estas opciones le parecía atractiva. Una tristeza se había apoderado de su cuerpo.

Mientras Hermione se duchaba con agua caliente, intentaba descubrir la causa de esa tristeza, recordar qué la había provocado. Y mientras se secaba el cabello con la toalla, lo comprendió: ya no necesitaba pasar tiempo con Malfoy. Ella ya no tenía motivos.

Hermione frunció el ceño.

Hablaron de tres días, pero lo habían logrado en dos. Y ahora solo le quedaba agradecérselo.

Un pensamiento insidioso se apoderó de su cabeza y Hermione ya no pudo deshacerse de él. Malfoy no sabía que la maldición había sido eliminada. Él pensaba que aún tenía un día entero para cumplir con sus deberes de dueño. ¿Y si...?

Hermione se acabó de secar el pelo y se dirigió al Gran Comedor.

Malfoy solo asintió y continuó desayunando. Eso no le molestó. Se sentó a su lado y cogió un bollo.

—Quizás quieras comer de mi mano. Eso también debería ser agradable —en la sonrisa de Malfoy algo había cambiado, pero Hermione decidió no prestarle atención—. ¿Te ayudó?

Obviamente se refería a que durmieron juntos.

—Sí —asintió Hermione, desviando la mirada—, sólo queda un poco.

—¿Cuánto es un poco? —preguntó Malfoy, inclinando la cabeza.

—Creo que, si pasamos tiempo juntos hoy, la maldición desaparecerá. Ayer fue un día muy productivo. Todo lo que queda es... pelusa.

—Mmm —alargó Draco—. Bien. ¿Quieres ir a Hogsmeade?

—Mejor… Mejor a mi habitación. Ginny se ha ido. Pasemos un rato, tal vez me podrías acariciar la espalda o...

—Sí, mi buena chica —le susurró al oído, inclinándose más cerca de lo necesario.


Hermione caminaba por la habitación esperando a Malfoy, mordiéndose el labio nerviosamente. Por la mañana, él se había comportado de una manera completamente diferente a como lo había hecho la noche anterior. Su voz, su entonación, sus frases... todo sonaba completamente diferente. De sus palabras no sentía calor, sino ardor. Alguien golpeó la puerta, y Hermione se dio prisa en abrir.

Malfoy estaba en el umbral con una sonrisa autosuficiente. Su corazón se detuvo de repente. ¿Cómo no vio esto ayer? ¿No se había dado cuenta de lo atractivo que era? ¿Cómo podía no haber notado sus pómulos, su nariz, sus labios? La obsesión por el afecto de la mascota disminuyó, y ahora Hermione de repente vio a Malfoy a través de los ojos de una chica. Inhaló profundamente y retrocedió, dejándolo entrar en la habitación.

Malfoy pasó, miró a su alrededor y metió la mano en su bolsillo.

Hermione ya había cerrado la puerta y ahora estaba observando cada uno de sus movimientos, pero esta vez no lo hacía porque estuviera obligada, sino porque quería.

—Te traigo un regalo —la voz de Draco sonó intrigante—. Creo que a cualquier mascota le gustaría tener una marca de propiedad.

Hermione miró atónita el objeto que yacía en la mano extendida de Malfoy.

Un broche cuadrado con letras brillantes que decían «D.M.».

—Mi gemelo —dijo él. La comisura de su boca se movió—. Lo transformé en un broche. Para ti.

Su corazón empezó a latir más rápido. No quedaban dudas de que él iba a ponerle el broche en la blusa cuando Malfoy dio un paso más cerca. Y tomó el broche entre dos dedos.

Sus palmas, al igual que sus mejillas, ardían.

Podía negarse en ese momento: no había necesidad de hacerlo. El hechizo había sido levantado, ya no estaba atada a Malfoy y no debía llevar sus iniciales.

Hermione levantó la mirada, lo miró y asintió.

Malfoy pasó la lengua por su labio inferior, sonrió levemente y luego se acercó a su pecho, metiendo con cuidado los dedos por el borde de la blusa entre los dos botones superiores, lo que hizo que Hermione contuviera la respiración, tiró de la tela y colocó el broche.

Sus cálidos dedos apenas tocaron su piel, ya cubierta de piel de gallina, y Hermione suspiró entrecortadamente. Levantó los ojos sólo por un instante y luego los bajó. Malfoy estaba tan cerca, y de alguna manera se sentía cercano, no extraño. Además, era demasiado guapo bajo los rayos del sol de otoño. Tan hermoso que quería cerrar los ojos y no respirar. Solo para que no se diera cuenta de lo excitada y tensa que estaba.

Él retiró los dedos de su blusa y retrocedió un paso.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó de manera intrigante, no seria. ¿Por qué todo sonó así hoy en él? —. ¿Qué nos ayudará a romper el hechizo?

Hermione se mordió el labio. Quería proponer un juego de mesa, pero no podía cubrirlo diciendo que era un juego de mascotas.

—Permíteme proponer algo —dijo Malfoy, mordiéndose el labio.

Hermione lo hizo también.

—A las mascotas les encanta sentarse en el regazo de sus dueños cuando las acarician, ¿no? —se sentó en una silla—. Siéntate —le dijo, dándose unas palmaditas en el muslo.

Hermione lo miró confundida, pero luego decidió que ya no tenía nada que perder. Tenía el broche con sus iniciales en el pecho, y debería ser agradable sentarse en el regazo de Malfoy.

Su cabeza daba vueltas, y sentía ganas de hacer estupideces. Probablemente una consecuencia de la luna llena. Además, Malfoy se comportaba como un caballero incluso por la noche.

Se acercó un poco más y luego, vacilante, se sentó en el regazo de Malfoy. Su corazón latía con fuerza en sus oídos cuando él le puso la mano en la espalda, entre sus omóplatos, y comenzó a acariciarla lentamente. Su cálida palma se deslizaba por su columna vertebral, enviando impulsos hacia su abdomen. Ayer él la había acariciado de una manera diferente. No había habido impulsos ayer.

—Granger, —dijo Draco seriamente—, fui yo quien le dio la idea a Weasley hace dos años, le di uno de mis cabellos —Draco suspiró—. No pensé que se atrevería, pero sonaba divertido.

Hermione se quedó helada. Giró la cabeza y miró a Malfoy. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, y sus labios parecían tan atractivamente húmedos.

—¿Me has estado engañando? —preguntó ella, tratando de mirarlo a los ojos y no a su boca.

—Tú también me estás engañando —él sonrió, luego tomó el borde de su blusa y deslizó un dedo por debajo.

Su corazón latió aún más rápido. Tanto por la emoción como por la proximidad de su mano a su piel desnuda. Y por una extraña e irresistible excitación. Su dedo recorrió suavemente su abdomen, haciendo que los músculos entre sus piernas se contrajeran.

—¿Se ha roto la maldición? ¿Ya no hay más pelo? —levantó una ceja inquisitivamente—. Esta mañana vi que tu blusa estaba subida, y no noté vello en tu abdomen.

Hermione se mordió el labio y bajó la mirada avergonzada. Sus dedos tocaron su nuca y la acariciaron con ternura. Ella cerró los ojos por el placer, y no pudo evitar emitir un suave gemido.

—Eso es bueno.

Malfoy la agarró por la barbilla, la giró hacia él y selló sus labios con un beso.

FIN


Nota autora:

Esta historia ligera y divertida fue escrita casi como una broma. Una pequeña travesura que debería hacerte sonreír.

Dedicado a mi perra Eva. Muy inteligente, pero mala, querida y cariñosa.

Mi Telegram: /Afy_es_fic (ediciones, collages y, a veces, largas discusiones)

Nota traductora:

¡Hola! Mi nombre es Paula y esta es mi segunda traducción, aunque la suba la primera, así que agradecería que dejarais un comentario para saber que os parece este OS de Afy_es, llamado originalmente «Гладь, люби, хвали» y así darle buen feedback a la autora.

¡Muchas gracias por leerme!

Os dejo el link donde está el fic original: /readfic/018b9f38-de59-7b59-8b0e-ef484adbb295

Paula O.