Disclaimer: Los personajes de Harry Potter son propiedad de J.K. Rowling. La historia es de Inadaze22.

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Primera parte: Nada

Capítulo uno: El viaje es el destino

13 de marzo de 2011

Las personas más silenciosas tienen las mentes más ruidosas.

A Hermione siempre le había parecido una cita que invitaba a la reflexión, no solo porque era cierta, sino también porque no se le ocurría que era la frase más acertada para describir a Theodore Nott.

Nunca había sido ruidoso, siempre estaba leyendo y estudiando, era algo que Hermione apreciaba. De adulto, su naturaleza pensativa se había transformado en algo que frustraba a la mayoría de las personas, pero a ella no. Eso mantenía a Hermione en alerta, llamaba su atención y la hacía preguntarse constantemente en qué estaría pensando realmente.

Algunas personas eran calladas porque no les pasaba nada por la cabeza, otras porque pensaban demasiado, pero el silencio de Theo no era ni lo uno ni lo otro. De hecho, sus ojos verdes entrecerrados y su presencia deliberadamente discreta, le recordaba a Hermione otra cita: "Necesitas conocerte a ti para conocer a alguien más."

Y como sabía exactamente lo que significaba esa mirada, era muy consciente de que Theo estaba tramando algo.

Hermione lo admitió mientras ordenaba las migajas que información que había reunido durante sus últimos seis años trabajando para él: pistas que él había dejado caer inadvertidamente y que hablaban de sus intenciones.

Lo que Theo quería de ella hoy era importante para él.

Era personal.

A ella no le gustaba eso.

Theo no hablaba de nada remotamente personal.

Ni con ella ni con nadie, al menos mientras estuvieran en el trabajo.

Pansy era la excepción, pero eran amigos de toda la vida. Hermione sospechaba que su estricta división entre trabajo y diversión era la única creencia de la que no se había desprendido después de la guerra. Todo era un negocio y así había sido desde que había gastado toda la fortuna de su familia en comprar y reformar el hospital en bancarrota en un movimiento que, aunque altruista, también fue mucho más lucrativo de lo que nadie hubiera esperado.

Eso había ocurrido hacía ocho años, cuando Theodore Nott, padre, murió durante una fuga de prisión y su hijo se había quedado solo, desesperado por expiar los pecados de su padre.

Cualquier cosa que pudiera hacer que Theo, de todas las personas, cambiara su statu quo bien establecido, no era ciertamente una cosa que Hermione quisiera saber. En lugar de eso, lo observó, preparada para responder a su pregunta.

El despacho de Theo era grande, con paredes neutras, suelos de madera clara y escasos muebles y decoración. Las luces artificiales daban a la habitación un brillo clínico. Incluso con los intentos de Pansy de añadir un toque masculino mediante obras de arte, alfombras y el sofá negro de piel de dragón situado al otro lado de la habitación, no resultaba especialmente grandioso.

Hermione pensó que esto le quedaba bien a Theo.

Excepto una cosa.

Un diccionario infantil estaba en la esquina de su escritorio.

Eso no encajaba.

El hombre estaba de pie junto a la estantería, hojeando el surtido de tomos y sacando un libro de aquí y de allá. Theo era tan alto como Ron y guapo de una forma que dejaba claro que era consciente de ello, pero nunca había necesitado utilizarlo en su beneficio. Era demasiado inteligente para eso.

Sinceramente, Hermione lo había admirado una o dos veces, no era ciega y tal vez le había insinuado sutilmente su interés. Theo era su tipo, lo descubrió ahora que se comprendía mejor a sí misma. Tenía un extraño sentido del humor, era ordenado y astuto, sensato, pero decidido y además era alto y muy atractivo.

Theo, en cambio, nunca había mostrado interés en ella más allá de la amistad. Y eso fue todo.

Pero eso nunca le impidió mirarlo con aprecio.

Y también crítica.

Vestido con unos pantalones grises ajustados y una camisa blanca impecable con las mangas remangadas hasta los codos, Theo exudaba una calma táctica que parecía indiferencia estoica. Pero Hermione sabía que no era así. Esperó pacientemente a que él recordara que no estaba tratando con alguien de su calaña.

—Estoy bastante ocupada, Theo.

Él respondió llevando los libros seleccionados a su escritorio antes de sentarse, abriendo el primero con la tranquilidad de un hombre que no tenía una reunión con la junta del hospital en veintisiete minutos, minutos que necesitaría para debatir con ella sobre el tema del que estuviera maquinando.

No disponía de mucho tiempo, pero de todos modos pasó la página con despreocupada confianza. Sin apartar los ojos del libro, tomo la taza de porcelana y se la llevó a los labios, dándole un ligero sorbo al té caliente.

El té era de su colección personal, ella se lo había preparado antes de acudir a la reunión que había aparecido espontáneamente en su Magi-Horario aquella mañana. Theo era de los que se tomaban el té, sin importar la variedad. Las hojas debían remojarse por cinco minutos exactos y sin azúcar porque quería disfrutar del sabor.

Soso, pero Hermione no se atrevía a juzgar a alguien que apreciaba los clásicos.

Era algo muy raro hoy en día.

Mientras él leía, Hermione tomo el termo y se sirvió también una taza antes de acomodarse en la silla, cruzó las piernas y le dio el primer sorbo. El té era una mezcla de menta y romero cultivada y preparada en su propio invernadero. Era el remedio perfecto para el bajón vespertino que ambos solían sufrir.

Hermione inspiró el vapor de la taza antes de poner fin al silencio.

—Si te retrasas más, llegarás tarde. A la junta no le hará ninguna gracia. Yo ya llegaré tarde a una visita con mis padres y a mi madre tampoco le hará gracia.

Eso no era exactamente cierto, pero él no necesitaba saberlo.

Tampoco importaba. El silencio de Theo duró un minuto más; nunca hablaba demasiado, solo hablaba en el momento preciso.

—Como siempre, tu mezcla es excelente —su tono de voz era uniforme y firme, pero había algo suave que indicaba sinceridad.

Dejó la taza de té en el platillo y volvió a mirarla antes de cerrar el libro que había estado leyendo para tendérselo. Hermione echó un vistazo a la portada.

Enfermedades neurológicas y sus efectos en los magos.

Ella no lo aceptó.

—Ese ya lo he leído —aunque no era su especialidad—. Dos veces.

Hermione empezó en el ala de Envenenamiento después de dejar el Ministerio y terminar la Academia de Sanadores, pero no se había quedado mucho tiempo allí debido a la popularidad de la Sanación Alternativa, una rama que no encajaba del todo dentro de las paredes de San Mungo, pero que fue necesaria después de la guerra, dado el fuerte aumento de problemas de salud mental y las especialidades que no encajaban en otros lugares.

Por lo general, Hermione trabajaba con pacientes de larga estancia: adictos a las pociones en recuperación, pacientes crónicos y alguno que otro caso terminal, ralentizando la progresión de sus enfermedades cuando era posible. Su método único de terapia era muy complejo y constaba de varios pasos, pero también era extremadamente eficaz, razón por la cual solo aceptaba un paciente a la vez y se le permitía trabajar principalmente desde sus casas. Theo confiaba tanto en sus métodos y en su tasa de éxito que le permitía elegir a sus propios pacientes.

Abrió el cajón de su escritorio y sacó una carpeta. La colocó con cuidado junto al libro, como si eso lo explicara todo. En realidad, eso no le daba ninguna pista.

—Échale un vistazo. Dime qué te parece —luego volvió a su té, sirviéndose más de la mezcla.

Debió de gustarle mucho.

Un rápido vistazo a la carpeta bastó para rozar el borde de su curiosidad.

La carpeta estaba completamente en blanco, no se parecía a ningún otro expediente de paciente que Hermione hubiera visto. Todos los expedientes de San Mungo tenían al menos información básica en el inicio, para que los sanadores no olvidaran los nombres de sus pacientes. En el interior, toda la información de identificación era ilegible, lo que significaba que ella no tenía la autorización para verla.

Por lo tanto, había una necesidad de discreción.

Privacidad.

Interesante.

Hermione tenía varias teorías, pero hasta que no tuviera más información, se negaría a mostrar ningún signo de interés.

En vez de eso, empezó desde el principio. No lo leyó con detenimiento, sino superficialmente.

Hermione tomó nota de los síntomas: somnolencia, alucinaciones auditivas, episodios de confusión y olvido, aumento del pulso y sudoración y problemas temporales de control motor.

Luego leyó los diagnósticos diferenciales: ¿veneno, magia negra, una maldición de movimientos lentos? No se proporcionó ninguna maldición específica.

No había ningún diagnóstico que encajara con esos síntomas tan variados.

Hermione pasó la página para examinar las notas de las exploraciones y pruebas mágicas, pero solo encontró resultados incoherentes.

Pasó la página a la segunda opinión de un sanador alemán que fue completamente inútil y sugería que el paciente estaba experimentando una manifestación física del estrés.

Recomendación: Reposo.

Y la tercera de un Sanador Japonés que dio un perezoso diagnóstico de Viruela Cerebral, que no tenía ningún sentido.

Recomendación: Más pruebas.

Finalmente, la cuarta, que era de un sanador americano llamado Charles Smith. Después de la mayor cantidad de pruebas que Hermione hubiera visto jamás en un paciente, se aventuró fuera del ámbito de la magia oscura y las aflicciones causadas por la violencia y dio con un diagnóstico que encajaba.

Demencia.

O, mejor dicho, una forma mágica de esta enfermedad que manipulaba el sistema nervioso, lo cual, según el libro que había junto a la carpeta del paciente, solo aceleraba la progresión de la enfermedad. La enfermedad que padecía este paciente solía ser mortal, alcanzaban a vivir unos ocho años más, en los muggles y solo traía complicaciones.

¿Pero en magos?

Tres años.

Quizá cuatro o cinco, si el paciente se sometía a un régimen de cuidados intensivos centrado en...

Hermione se congeló al darse cuenta.

No.

Theo asintió como si esperara esa respuesta, no dijo nada hasta que terminó su té. El silencioso chasquido de su taza contra el platillo resonó en la habitación.

—Estoy más que dispuesto a negociar.

—¿Cinco años por un encargo, Theo? —ella se burló de la absurda petición que él no había hecho verbalmente. —. ¿Qué importancia tiene este paciente?

—¿Para su familia? Mucho.

No era la respuesta que ella buscaba. Hermione, que se negaba a que jugara con su compasión, lo miró con dureza.

—¿Y para ti?

Eso no lo contestó.

No, no lo haría.

Ah, así que al menos en cierta medida, era personal.

Theo no tenía parientes vivos, pero sí tenía familia. Una de su propia creación. Y aunque Hermione sabía lo suficiente sobre Theo como para captar las pistas que dejaba escapar, solo conocía a unos pocos miembros de su familia.

Pansy no estaba enferma; la bruja estaba buscando una bañera perfecta para el baño de Hermione. Blaise estaba en Egipto cerrando el trato de un raro artefacto para un comprador, cuanto menos supiera ella, mejor, mientras que su prometida Padma trabajaba duro en San Mungo. Daphne, que trabajaba con Blaise, se ocupaba de tareas más simples mientras se preparaba para el nacimiento de su hija con su marido, Dean. Goyle llevaba años viviendo en América con su mujer y sus hijos.

Por último, según Harry, Malfoy seguía siendo insufrible, mientras causaba sensación como líder del Grupo Especial contra el Terrorismo del Ministerio, un papel que irónicamente utilizaba para aterrorizar a todo el mundo, tanto en la Oficina del Auror, como en el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica, mientras investigaban la base de operaciones de los Mortífagos.

¿Qué se estaba perdiendo?

Siempre había algo que se le escapaba.

Theo se reclinó en su silla, con los codos apoyados en los apoyabrazos y los dedos índice y pulgar sobre su barbilla, pensando como si contemplara una jugada de ajedrez especialmente difícil.

—Están dispuestos a triplicarte el sueldo.

Estaba jugando con ella. Hermione se burló.

—No voy a dignarme a darte una respuesta a eso.

—Es parte del contrato —explicó con un gesto de la mano, permitiéndose una breve mirada al gran reloj decorativo en la pared junto a su puerta—. Hay beneficios adicionales con esta oportunidad para hacer la asignación a largo plazo más fácil para ti. Tendrías la posibilidad de fijar tu propio horario, estarán a tu disposición tu propio personal con dos sanadores privados para proporcionar atención a domicilio las veinticuatro horas del día y voy a relevarte de su papel como miembro del personal.

Nada de eso me atrae.

Hermione ya fijaba su propio horario cuando estaba trabajando; sus pacientes a menudo requerían algo más que pociones y descanso. Le gustaba hacer las cosas a su manera, lo cual era una de las muchas razones por las que prefería trabajar sola. Se tomaba su tiempo para conocer a sus pacientes como personas, no como una colección de diagnósticos y razones por las que habían acabado en su cuidado en primer lugar. Adaptaba sus planes a las necesidades y objetivos individuales de cada persona. Cuando necesitaba ayuda, la encontraba fácilmente en un libro. Y lo más importante, a Hermione le gustaba trabajar ahí porque eso le ofrecía variedad y experiencia. La mantenía alerta y le permitía ampliar sus conocimientos en otras áreas en las que no se había especializado.

—Es una excelente oferta.

Ella se encogió de hombros.

—Sea como fuese, no me gusta entrar en nada a ciegas. Me está pidiendo años de mi carrera y no me dices nada que valga la pena para ayudarme a tomar una decisión, así que perdóname que desconfíe.

—Te he proporcionado su expediente.

Hermione rio secamente.

Me has proporcionado lo mínimo pensando que eso despertaría mi interés. Y lo admito, estoy intrigada, pero más por tu papel en todo esto que por otra cosa. No es propio de ti que dilates tanto un asunto. Sin embargo, no es suficiente para tentarme a aceptar el encargo.

Están dispuestos a permitirte añadir tus propios términos al contrato.

La curiosidad de Hermione casi pudo más que su reticencia.

—¿Quién es?

—No puedo decirte a menos que estés de acuerdo.

—Y no aceptaré sin conocer su identidad —Hermione dejó que su contrapunto perdurara y siguió saboreando su té. Y luego, con el mismo ritmo glacial de Theo, se lo terminó y depositó la taza en el platillo—. Parece que estamos en un callejón sin salida y tú vas a llegar tarde.

Le dirigió una mirada desafiante que ella devolvió de buen grado.

—La junta puede esperar y esperará.

Aunque su respuesta no era incorrecta, eso le dio a Hermione más pruebas sobre la importancia de su conversación.

Dejó que su mente procesara la tarea que tenía entre manos, intentando desenredar los detalles más matizados de la vida de Theo en búsqueda de respuestas. Pero no llegó muy lejos. Theo era tan inteligente y observador como reservado y testarudo.

Hermione había aprendido, cuando empezó a trabajar para él, que solo compartía lo que quería o estaba legalmente obligado a divulgar. Y aunque a menudo hablaba con Hermione con confianza, Theo no le había contado lo suficiente como para que ella pudiera formular una teoría sólida. Así que se guardó sus sospechas.

—No cederé.

—No serías Hermione Granger si lo hicieras.

No era la primera vez que oía esas palabras, pero donde normalmente había un matiz de desdén o leve enfado, Theo le transmitía admiración. Si hubiera sido cualquier otra persona, sus palabras la habrían ablandado ante la idea de aquel paciente misterioso.

Pero, como él había dicho, ella era Hermione Granger.

—Mi respuesta sigue siendo no —y como no era despiadada, sugirió—. Susan podría ayudar, o tal vez Padma o incluso Roger Davies —eran los otros sanadores en su campo de especialización; los tres serían excelentes opciones para una misión a largo plazo como esta. También había otros iguales de capaces y probablemente estarían más interesados en las condiciones del contrato.

—Pidieron lo mejor. Yo pedí lo mejor —Theo se encogió de hombros como si fuera así de sencillo.

—¿Es un halago lo que detecto?

—Simplemente una afirmación.

Como última respuesta, Hermione cerró la carpeta y dejó el libro encima, empujándolo con el dedo sobre el escritorio. Los ojos de Theo se entrecerraron mientras miraba hacia abajo y luego de nuevo hacia ella. Cuando suspiró, ella supo que estaba dispuesto a ser sincero.

Bien.

—Siempre ha habido un elemento humano en tus cuidados que Roger no puede emular, lo que te sitúa en un lugar más alto en mi consideración, a pesar de sus diversos logros y elogios. Padma está ocupada planeando una boda y como nuestra Especialista en Hombres Lobo, la necesito aquí para lidiar con la afluencia de nuevas mordeduras. Susan... —se interrumpió momentáneamente para encontrar la palabra correcta—. Susan es demasiado sensible para esta misión.

—¿Demasiado sensible para un caso terminal? —Hermione enarcó una ceja—. Somos sanadores, Theo. La muerte es algo a lo que tenemos que enfrentarnos todos los días —estaba dispuesta a ir a la guerra por una bruja a la que consideraba su amiga—. Es algo que todos hemos tenido que mirar a los ojos alguna vez. Sabemos cómo cuidar de nosotros mismos y entre nosotros cuando perdemos a un paciente. No creo que la conozcas lo suficiente como para hacer esa valoración, ni creo que le estés dando suficiente crédito.

—No me refería a eso, Hermione —Theo intentaba calmar las llamas de su infame naturaleza protectora—. Me refería simplemente a que la paciente es irritable, testaruda y necesito a alguien con la constitución adecuada para desafiarla, ya que tiende a atropellar a la gente. No de forma insensible, pero... Tienen una personalidad fuerte. Susan es más sensata que firme, pero tienes el temperamento adecuado.

Hermione se encontró aún menos persuadida.

—Gracias por el cumplido, pero...

—¿Dirías que sí si organizo una reunión?

Ella consideró su propuesta, luego a él y el hecho de que le estaba dando una expresión cautelosa que parecía esperanzada. Hermione suspiró y volvió a tomar la carpeta y el libro.

—Me reuniré con ellos, pero me reservo el derecho a decir que no después —y probablemente lo haría.

—Eso es razonable, pero... —Theo se interrumpió, enderezando distraídamente la pluma sobre su escritorio—. Solo... Mantén la mente abierta.

Eso no inspiraba ninguna confianza en su tentativo acuerdo, pero Hermione se consideraba una persona razonable. Sensata.

—Puedo hacerlo —no estrecharon las manos, ni hubo formalidades en su acuerdo. Solo una comprensión mutua y una mirada pasó entre ellos, seguida de un leve asentimiento de sus cabezas—. ¿Para cuándo los espero?

—Arreglaré la fecha y coordinaré contigo la hora de consulta que prefiera. Gracias por aceptar reunirte con ellos.

Hermione le dirigió una mirada.

—No prometo nada.

—Tomo nota.

Hermione pensó que el asunto había terminado y que estaba libre para irse, pero Theo no se levantó, a pesar de que llevaba diez minutos de retraso en su reunión con la junta.

Al parecer, su conversación no había terminado.

—El Ministerio ha enviado una oferta informal para que te unas al Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. Quieren que lo hable contigo —Theo tomo su taza de té y bebió un sorbo—. Este soy yo discutiéndolo contigo.

Hermione tosió con delicadeza para reprimir una carcajada ante su abierto desafío.

No era la primera vez que tenían esta conversación, y la razón por la que el Ministerio no le había enviado su oferta directamente era porque la anterior ella la habría hecho pedazos y habría seguido con su día sin pensarlo dos veces.

Se había tomado un año sabático después del incidente y tuvo la intención de volver; sinceramente, no había planeado dejar ese empleo. De manera improvisada fue que Hermione se encontró pensando en volver por primera vez. De repente, se sintió sofocada por la ansiedad y la responsabilidad.

Cuando Hermione recuperó el aliento, supo que no podía volver.

No así.

No pudo recuperar el amor que sentía por el trabajo duro, no el sentir que estaba logrando algo importante: marcar la diferencia. Aunque fuera pequeña. Solo quería recuperar el amor que sentía por la vida antes de verse atrapada en el tira y afloja de la política del Ministerio. Volver a una vida en la que tenía que dividirse en todas direcciones y ser cómplice en la creación de una ilusión de paz que el Wizengamot quería mostrar a la gente... No era atractivo.

Se sentía vacía y utilizada.

Eso fue lo que la impulsó a escribir su carta de renuncia, lo que la hizo decidir presentarse a la Academia de Sanadores y lo que la llevó a pedirle a Theo que la dejara unirse al departamento creado para ayudar a combatir la crisis de salud mental del mundo mágico tras la guerra.

—Les escribiré para decirles que te has negado.

—También podrías decirles que dejen de ofrecerlo.

—Creo que los dos sabemos que no lo harán, igual que sabemos que esto no es más que una oportunidad para que retomes tu vida allí.

—Llevo seis años aquí. Creo que puedo decir con seguridad que no volveré.

Theo siguió bebiendo su té y no respondió.

Y como seguía sin hacer ningún intento de moverse, Hermione sospechó que tenía que haber algo más, algún tema más delicado que su paciente misterioso y la oferta de trabajo del Ministerio. Por algo lo había dejado estratégicamente para el final.

—¿Qué más necesitas? —preguntó.

—También está el asunto de las cartas amenazadoras que hemos recibido.

—Ah.

Habían pasado trece años desde la batalla final, pero el mundo mágico aún no estaba en paz. Seguían lidiando con los Mortífagos y aún no estaban listo para el cambio.

Hermione sabía que las revoluciones nunca se producían cuando la gente estaba contenta y atendida, sino cuando se sentían privados de derechos y vulnerados. Los Mortífagos habían tenido presente ese pensamiento y creían que matando al famoso Niño que Vivió Dos Veces y a sus aliados del Ministerio los asustara tanto que eso encendería la cerilla que desencadenara esa revolución.

Sin embargo, las cartas con amenazas no solo iban dirigidas a ella, Harry y Ron. Se extendían a los Weasley, los Malfoy, Luna, Neville e incluso a la familia creada por Theo, todos ellos considerados traidores a la sangre.

O traidores literales, en lo que a los Malfoy se refería.

Justo después de la guerra, las cartas habrían sido efectivas y la habían asustado.

Ahora, en el mejor de los casos, eran irritantes.

—¿Cómo fue entregada? —Hermione pasó el dedo por el apoyabrazos de madera de la silla.

Las cartas solían llegar por lechuza o mensajero, siempre al hospital. Hacía años que había elaborado un hechizo que hacía tanto a la gente como a sus hogares ilocalizables, pero todo el mundo sabía dónde trabajaba. Su abrupta salida del Ministerio siete años atrás había sido... Pública.

—Esta fue entregada esta mañana por un muggle impertinente que había sido mordido...

—¿Greyback?

—Sí, pero el muggle dio negativo en licantropía, como la mayoría de los otros —lo cual era un alivio, pero con la luna llena acercándose, era probable que eso cambiara. El número de pacientes de Padma había ido en constante aumento durante el último año—. Entró en el hospital como si las barreras no existieran.

Hermione miró a Theo con confusión. Aquel movimiento suponía una extraña desvío de lo normal. Las cartas siempre habían sido amenazas insignificantes, pero añadir a un muggle mordido y la violación de la seguridad del hospital, eso le parecía más una advertencia.

Podemos encontrarte, no importa lo bien que te escondas.

Antes de que ella pudiera preguntar, él continuó.

—El Grupo Especial contra el Terrorismo lo entrevistó, los Obliviadores modificaron sus recuerdos para incluir el hecho de que le gusta la carne poco cocida y alguien de Relaciones Muggles lo envió con una tarjeta regalo para una cena de filete.

Es bueno saberlo, pero Hermione tenía otras preguntas.

—¿El fallo en la seguridad?

—Lo estamos investigando —eso era probablemente todo lo que podía decirle—. En vista del fallo, el Ministerio quiere asignarte un destacamento de seguridad para tu protección.

No era la primera vez que se lo ofrecían y no sería la última.

—Creo que deberías considerar la oferta —Theo parecía serio—. Hay un hombre lobo que anda suelto desde que escapó de la cárcel hace tres años. Está fuera de control y te ha tomado cariño.

—Soy consciente —lo del gusto no era nuevo, pero Hermione se lo guardó para sí. Él estaba ahí fuera. Esperando.

—Sería prudente que consideraras la protección.

Hermione agarró su bolso de cuentas, el archivo y el libro del escritorio, lo necesitaría para la reunión con el paciente.

—¿Harry te metió en esto?

Él levantó una ceja en respuesta a su pregunta. Eso le dijo todo lo que necesitaba saber.

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Sacudió la cabeza con cariño, riéndose para sus adentros. Harry se había vuelto bastante entrometido desde que se había convertido en padre, pero estaban en un punto de sus vidas en el que habían sido mejores amigos durante tanto tiempo que no recordaba como era su vida antes de él. Harry era una de las personas que Hermione consideraba parte de sí misma por lo bien que lo conocía. Y viceversa. Harry debía de saber que ella no sería muy receptiva, teniendo en cuenta que él había hecho la sugerencia y había intentado eludirla.

Buen intento.

—No le tengo miedo a Greyback.

—Al menos deberías ser precavida —la advertencia de Theo provenía de la preocupación—. Está enojado y seguirá empeorando hasta que consiga lo que quiere. Solo hay una cosa que puedes hacer con un animal enfermo...

Ponerlo a dormir para siempre.

Soy precavida —se acomodó en su asiento. Más cautelosa de lo que él creía. De vez en cuando, podía oír un lobo aullando a la luna cerca de su casa... Y no había lobos en su zona. Ella lo sabía, pero también sabía que sus barreras eran impenetrables—. Greyback o no, creo que a estas alturas ambos deberían saber que yo soy mi propia seguridad.

La comisura de la boca de Theo se torció.

—Me imaginaba que dirías eso, pero tenía que intentarlo por motivos de responsabilidad y para poder decirle honestamente a Potter que lo intenté. Eso es todo lo que quería hablar contigo hoy —se encogió un poco de hombros y se levantó para prepararse para la reunión a la que llegaría tarde. Invocó su chaqueta con un hechizo no verbal y se la puso, ajustándose el cuello y las mangas con sumo cuidado. Theo tomó una pequeña pila de carpetas, probablemente eran el presupuesto fiscal del hospital para el próximo año y se aclaró la garganta tapándose la boca con el puño.

—El té...

A veces el carácter tranquilo de Theo le hacía parecer distante, pero sus pequeñas señales lo delataban. Eran amigos desde hacía unos años y aún no estaba acostumbrado a pedir cosas... Cuando se trataba de él mismo.

Hermione sonrió satisfecha.

—Te enviaré un poco a través de Pansy.

—Gracias.

Hermione se levantó de la silla y estaba a medio camino de su puerta cuando se volvió y le preguntó.

—¿Por qué tienes un diccionario infantil en tu escritorio?

Theo estuvo a punto de ignorarla, lo hacía a veces cuando sus preguntas eran demasiado personales, pero luego suspiró.

—Es un regalo para mi ahijado.

Eso fue... Interesante. También extraño porque ni una sola vez había mencionado a un ahijado, pero no era algo inesperado porque se trataba de Theo. El hombre tenía una metodología detrás de cada acción.

—Oh, ¿cuántos años tiene? —Hermione trató de no sonar tan curiosa como se sentía.

Theo la miró como diciendo "buen intento."

—Cinco desde hace aproximadamente dos meses.

Interesante. El cumpleaños de Albus sería la próxima semana. Si era mágico, probablemente serían compañeros de colegio. ¿Por qué Theo no lo había mencionado antes?

Hermione tenía una pregunta mejor.

—¿Le compraste un diccionario? —dijo con expresión seria y una gran dosis de sarcasmo—. ¿Por diversión? Y todo el mundo dice que yo soy la que no tiene imaginación.

Nunca había visto a Theo tan incómodo como en ese momento.

—No juega mucho y disfruta las imágenes. Será un regalo útil para él a medida que aumente su capacidad de lectura y comprensión.

Sensato y práctico, por supuesto, pero cuando extrajo ambas cosas de su declaración, la única pregunta que quedaba era simple, pero profunda y desafiante en su respuesta.

«—¿Qué clase de niño no juega

OoOoOoOoOoOoOoOoOoO

14 de marzo de 2011

La paz que se encuentra en la naturaleza es insustituible, por eso Hermione adoraba la ubicación de su casa.

Experimentaba todos los aspectos de la naturaleza saliendo de su puerta. O incluso al mirar por la ventana. Un colorido atardecer y un lento amanecer. Verdor y vida sin fin. Hermione podía respirar un aire tan fresco que le parecía que podría vivir eternamente y escuchar una lluvia tan fuerte que apenas podía oírse a sí misma pensar.

Poseía una belleza silenciosa y pintoresca que no podía duplicarse.

Los inviernos que deberían haber sido oscuros y desoladores allí eran luminosos. Las primaveras eran prometedoras y transformadoras. Los veranos estaban llenos de crecimiento, vida y trabajo duro. Y los otoños eran frescos, lo bastante como para disfrutar de un té caliente mientras estabas envuelto en una manta. Mezclarse durante la transición entre estaciones era aún mejor.

Como ahora.

El invierno había iniciado su lenta marcha y la primavera se acercaba a grandes pasos, aunque esos pasos a veces retrocedían, la semana pasada comenzó con un calor impropio de la estación. Pero ahora el frío había vuelto y eso no le inspiraba a Hermione la confianza que necesitaba para deshacer los hechizos de mantos sobre su hilera de plantas de raíz.

Quizá la semana que viene.

Miró a su alrededor, fila tras fila de vegetación cubierta y plantada en grupos. Tres grupos de plantas en cada hilera, las siembras estaban separadas por un camino empedrado que conducía a su pequeño invernadero, que era más grande por dentro, gracias a la magia que utilizaba en su jardín. Alrededor del perímetro de su huerto había una variedad de arbustos en flor, todos cubiertos con un mantillo para mantenerlos a salvo del frío.

Todo estaba en silencio... Excepto por las gallinas jóvenes en su gallinero que estaban celebrando su primer par de días fuera. Y ella también.

Si alguien le hubiera dicho a Hermione hace siete años que sería una ex empleada del Ministerio, se hubiera reído en su cara y lo habría considerado loco antes de irse corriendo a su próxima reunión. Si otra persona le hubiera dicho que tendría un extenso huerto con gallinas y que viviría sin vecinos, habría discutido con esa persona y le hubiera dicho que jamás abandonaría su apartamento en el centro de Londres.

Pero lo hizo y aquí estaba.

La vida tenía una forma de ajustar sus prioridades y, al mismo tiempo, desmoronar todas sus expectativas sobre cómo iban a resultar sus planes hasta convertirlas en polvo. Y cenizas.

Al principio le había costado verlo, pero ahora conocía la belleza del cambio. La alegría de descubrir su verdadero yo y recuperar su fuerza, coraje y determinación. Había sido necesario.

Hermione había limpiado la podredumbre y la decadencia de su antigua vida para crear el espacio necesario para su crecimiento.

Y ella había crecido.

Seguía creciendo.

Hermione se giró cuando sus barreras le avisaron del final de su tiempo de silencio y de la llegada de alguien a quien no esperaba.

Daphne Greengrass-Thomas.

Iba vestida con varias capas de ropa debido al frío que hacía, pero no lo suficiente como para ocultar el hecho de que estaba embarazada de cinco meses y se notaba irritada. Hermione no pestañeó cuando salió por la puerta armada con un tenedor y un trozo de tarta. Tampoco pensó en su estado de ánimo cuando Daphne se sentó con un resoplido en el columpio mágico y empezó a comer agresivamente mientras la movía lentamente al lado de Hermione.

Se dio cuenta cuando el columpio se detuvo y miró la tarta.

Era de ruibarbo.

—Lo hice para el día Pi —la mirada que Hermione recibió a cambio le dijo que debería hacer otra. Suspiró resignada—. ¿Al menos me pasarías uno de los tenedores?

Resultó que Daphne, por lo visto, estaba de humor para compartir tanto la comida, que, para empezar, no era suya y también sus sentimientos, esto último era aún más sorprendidos que lo primero.

En los años transcurridos desde que Daphne se había fugado con Dean en un acto que nadie había visto venir, nunca había compartido sus pensamientos más íntimos y tendía a interiorizarlo todo. Pero todo su mundo se había vuelto patas para arriba cuando se enteró de su embarazo y perdió a su hermana en la misma semana. La combinación la había sacudido hasta la médula y en consecuencia se había convertido en alguien más inclinada a compartir.

Ahí era donde entraba Hermione.

Probablemente, por necesidad de desahogo o por indicación de su terapeuta, a veces aparecía y se sentaba en el columpio de Hermione. Algunas veces hablaba. Otras se sentaban en silencio. Nunca supo por qué Daphne buscaba refugio aquí, pero nunca la había rechazado.

Hoy, Daphne quería hablar.

—Fui a visitar a mi sobrino.

—Ah, ¿sí? —contestó Hermione con aire distante, mientras le daba un tenedor con un trozo de tarta. Se veía como si estuviera a punto de estallar—. ¿Y cómo te fue? —admitía que sabía muy poco sobre la disputa de Daphne con los Malfoy, en particular, con Narcissa, pero sabía muy bien que tenía que ver con su sobrino, Scorpius.

—Salió tan bien que estoy aquí para no volver y gritarle a todos los Malfoy adultos. Incluso a Draco.

Hermione hizo una mueca interna, pero masticó mientras asentía con la cabeza.

—Tal y como están las cosas, o gritaba o debía ir a una cita urgente con mi terapeuta. Casualmente, tú estabas en casa y como la más sensata y menos comprometida por la situación, pensé en venir aquí. Nos sentaremos en silencio, dirás algo sensato y se me pasarán las ganas de gritar.

—¿Eso es todo lo que tengo que hacer? —Hermione le sonrió burlonamente a la bruja de cabello rubio—. Debería intentarlo cuando Harry se queje de Malfoy.

Daphne puso los ojos en blanco.

—Puedes intentarlo, pero dudo que funcione —miró a su alrededor y soltó una risita—. Ni siquiera la tranquilidad que alcanzas aquí fuera en tu jardín de hierbas, tus gallinas y tu aislamiento puede aliviar la fricción entre esos dos.

Hermione murmuró en señal de acuerdo. El columpio las llevó un poco más arriba, los pies más lejos de la tierra. Siguieron compartiendo la tarta que aún estaba caliente por los hechizos, aunque Daphne se comió la mayor parte. El silencio no era inusual en ella, pero la energía que desprendía Daphne no se mezclaba con la serenidad que las rodeaba.

—Probablemente, deberías relajarte antes de hablar de ello —dijo Hermione después de masticar—. No soy una doula, pero estoy segura de que tu estrés afecta al bebé.

—Por eso estoy aquí. Creo que todos estamos de acuerdo en que tu casa es como un refugio —lo cual tenía sentido porque todo el mundo acababa en su casa en algún momento del día o de la semana. Incluso Theo había venido a tomar el té a su terraza.

Hermione movió los hombros.

—Bueno, buscando refugio es como acabé aquí de todos modos.

Las dos brujas intercambiaron miradas significativas.

Daphne no tardó en hablar.

que la crianza de los hijos es uno de los pocos aspectos de la cultura de los sangre pura que es exclusivamente matriarcal, pero cada vez que veo la rígida rutina de Scorpius, cuando lo veo inclinarse, retraerse, quiero hacer entrar en razón a Narcissa y decirle a Draco que ya fue suficiente.

Sabiamente, Hermione mantuvo la boca cerrada. Y escuchó.

—Sé que no lo hará —Daphne suspiró—. No puede. No con todo lo que está pasando. Tiene seguridad por todas las razones por las que debería ser tan paranoico como es, pero me gustaría que lo hiciera.

Hermione se preguntó si se le había escapado algo porque las piezas no encajaban.

—¿Si hiciera qué exactamente?

—Dar el primer paso.

OoOoOoOoOoOoOoOoOoO

15 de marzo de 2011

En cierto modo, la guerra terminó la noche en que cayó Voldemort.

Pero en otros sentidos, no. Simplemente, cambió de dimensión.

La historia le había enseñado a Hermione que, aunque la muerte de un hombre podía iniciar una guerra, no podía terminarla. La mejor forma de acabar con un conflicto era mediante la victoria absoluta, empujar hasta el final sin ceder y nunca dejar que el enemigo se escondiera y se recuperara. Eso debería haber ocurrido cuando varios Mortífagos habían escapado y se habían dispersado tras la batalla de Hogwarts.

Pero no fue así.

El Ministerio no tenía ni el poder ni los números para acorralar a todos los Mortífagos. Había muchas brujas y magos muertos o desaparecidos, torturados o traumatizados. Fueron demasiado jóvenes para comprender la enormidad de la tarea que tenían ante ellos y no poseyeron el coraje necesario para superar los momentos difíciles y vencer.

Harry incluido.

Shacklebolt, como ministro interino, había intentado organizar una misión para asestar el golpe final, pero durante el caos de la posguerra, el recién reformado Wizengamot había despojado silenciosamente al ministro de la mayoría de su poder invocando una oscura y antigua ley, que les otorgaba a ellos el poder sobre todo en tiempos de disturbios civiles durante unos diez años, a menos que se pusiera fin a los mismos mediante votación.

En esencia, convertía al gobierno en una oligarquía.

Unos pocos para gobernar a la mayoría.

Kingsley había razonado con ellos para restaurar el poder del cargo, pero el último ministro había sido responsable de atroces crímenes de guerra, fue una auténtica marioneta de un tirano homicida. Así que, cuando se convocó a una votación para derogar la ley, los dos tercios necesarios, no habían estado a favor de restaurar el poder del ministro antes del plazo de diez años.

Todavía no.

La medida no habría sido un problema si hubieran aprendido de su historia y no hubieran cometido los mismos errores que sus predecesores, si hubieran recordado lo perjudicial que es ignorar un problema en lugar de afrontarlo. Pero en lugar de apoyar los intentos de Shacklebolt por capturar a los Mortífagos fugitivos, anularon todo lo que intentó hacer, ofreciendo solo una pequeña venda para tapar un enorme agujero y sin hacer ningún esfuerzo por cauterizar la herida.

No debería haber sido una sorpresa para nadie que, dos años después de la guerra, Kingsley Shacklebolt anunciara que se retiraba.

Con efecto inmediato.

La noticia se había extendido por todas partes, y las críticas al Ministerio no se hicieron esperar. El Wizengamot le había pedido que lo reconsiderara, pero su decisión ya estaba tomada. Desilusionado tras sus numerosos rechazos y cansado después de perder a tantos de sus amigos, Kingsley nunca respondió a ninguna de las preguntas de los medios de comunicación sobre las circunstancias que rodeaban su retirada. Aunque sí le contestó a Hermione en su último día, cuando ella se plantó en su despacho junto a Harry y le preguntó por sus planes a futuro.

Ella esperaba algo como viajar o visitar a su familia.

Lo que obtuvo en su lugar fue: "Siempre he querido ser apicultor."

Para su sorpresa, Kingsley compró un pequeño terreno y se dedicó a ello.

Sus caminos no se volvieron a cruzar hasta que Hermione empezó a tener problemas de raíces poco después de haber ampliado su huerto. Neville le había regalado un libro sobre los beneficios de la miel y una nota que contenía una dirección y una hora.

Gracias al libro, Hermione había aprendido lo poco que sabía sobre la miel, lo que fue la solución a su problema. En Kingsley había encontrado un proveedor dispuesto.

Su granja no era muy grande y estaba a pasos de su casa. Tenía un total de nueve colmenas: dos eran nuevas, porque no estaban durante su última visita en marzo y una tercera necesitaba mucha rehabilitación antes de que la miel fuera viable.

Hermione siempre llevaba dinero para los tarros de miel que le proporcionaba, pero él nunca lo aceptaba, así que empezó a llevarle verduras en su lugar. Un trueque. Aquel día le llevó cebollas, brócoli, ruibarbo, ajo, hongos y sus varitas de regaliz favoritas.

Se sentaron juntos, disfrutando tanto de los dulces como de la tibia humedad que precedía a la tormenta que venía del sur. Hermione podía ver las cajas de madera de las colmenas de su creciente colmenar, protegido de la fauna salvaje por varias barreras disuasorias cuyo ligero brillo podía distinguir si entrecerraba los ojos.

Llevaba la chamarra puesta, pero sin abrochar, mientras se relajaba en su cómodo sillón de exterior y apoyaba los pies en el taburete que tenía delante. Kingsley aún llevaba su traje de apicultor color morado, pero tenía el velo levantado para poder disfrutar de sus dulces.

—Las abejas están tranquilas hoy —Kingsley rompió el apacible silencio que había entre ellos—. Creo que la tormenta que se avecina será grande. Deberías tomar precauciones con tu jardín.

—Ya lo he hecho.

Asintió, sin dejar de mirar a sus abejas.

—Bien.

Se hizo el silencio una vez más y Hermione se dedicó a disfrutar de la brisa, observando cómo los árboles se mecían a lo lejos. Nunca tenía intención de quedarse mucho tiempo, pero siempre lo hacía porque era tranquilo y rara vez tenía prisa por marcharse.

Kingsley conocía su propósito. Ya no era ministro, pero seguía siendo un luchador, un guía y un pilar de fuerza. Tenía una presencia segura y tranquilizadora. Incluso cuando habían estado luchando por sus vidas a gran altura cuando habían escapado de la casa de los Dursley con Harry, ni una sola vez se había preocupado por si iban a lograrlo.

Simplemente lo sabía.

—Estoy pensando en empezar un jardín para mis abejas —Kingsley la miró mientras fruncía el ceño—. ¿Alguna idea?

Hermione tenía varias y ya estaba creando en su mente un jardín de hierbas medicinales de bajo mantenimiento, llegando a determinar la altura, la anchura y la posición de las macetas.

—Leí en alguna parte que el tomillo, la menta, el orégano, la equinácea, la borraja, la manzanilla, el berro de agua y algunas otras son buenas para mantener alejadas las enfermedades y algunos insectos de tus abejas. También necesitarás flores.

Ante la recomendación, sus pensamientos se ampliaron.

—Tendría que ser grande y con muchas plantas productoras de polen: anuales y de estaciones mezcladas con las hierbas —vio una breve mirada de confusión en él, que la hizo reír. No sabía mucho de flores—. Además, a menos que tengas una afición por la jardinería que yo desconozca, tendrá que ser autosuficiente.

—Eso me gustaría —Kingsley tenía una mirada pensativa, dando otro mordisco a su varita de regaliz—. Confío en tu criterio.

—Es un proyecto extenso. Demasiado grande para una sola persona —se sentía honrada por la confianza que había depositado en ella y estaba deseando ayudarle a hacer realidad su visión, pero tenía sus limitaciones—. Puedo pedirle ayuda a Neville. Tiene varios aprendices que estarían interesados en un proyecto como este. Para ti.

Todavía había mucha gente que quería vivir en el mundo que él había propuesto mientras era ministro interino, un mundo que el Wizengamot había rechazado en favor del suyo.

Mientras Kingsley había sido interino, le habían dado el apoyo necesario para que nadie pudiera acusarlos de desatender la amenaza de los Mortífagos tras la desaparición de Voldemort, pero solo eso. Y en lugar de acabar con el eterno enemigo, el Wizengamot decidió que el Ministerio debía centrar sus esfuerzos en la recuperación y restauración de la normalidad.

En teoría, fue una buena idea.

La sociedad se había roto en tantos fragmentos que era difícil recordar cómo fue antes de las dos guerras.

En la práctica, no fue una buena idea.

No habían tenido en cuenta los cambios sociales que provocó la guerra. Llevaría generaciones arreglar el desastre que se había hecho. Podrían aprobar todas las leyes que quisieran para ayudar a la reconstrucción, pero no podrían arreglar lo que la gente había sufrido.

También había, muy cierto y preocupante sobre el Wizengamot...

No habían sido elegidos por la gente a la que prometían proteger, sino que habían adquirido sus puestos de diversas formas, incluida por herencia. Eran humanos, poseían defectos y tenían un incentivo diferente para gobernar. Uno que se basaba en el deseo de reconstruir sus propias vidas y negocios con el pretexto de arreglar la sociedad...

Era por su propio bien.

Y eso no había cambiado con los años.

—¿Cómo está Harry? —Kingsley le dirigió una mirada significativa. Porque Hermione sabía que uno de sus remordimientos al renunciar era haber dejado atrás a su amigo—. Parecía estresado la última vez que estuvo aquí.

Dio un mordisco a su varita de regaliz y masticó.

—Es... Harry —sonrió moviendo la cabeza con cariño—. Sigue intentando hacer lo correcto contra viento y marea—y todo estaba en su contra.

Hermione lo ayudaba siempre que podía, pero él tenía que trabajar con lo que le habían dado. Que no era mucho: un departamento con Aurores agotados y sin fondos suficientes, la tarea de acorralar a todos los Mortífagos y la responsabilidad de colaborar con el Grupo Especial Antiterrorista, cuyo liderazgo había sido cuestionable en el mejor de los casos.

—¿Cómo van sus esfuerzos contra los Mortífagos?

—Más o menos igual que siempre —respondió Hermione con sinceridad—. Pero han conseguido infiltrar a alguien y se está planeando una redada, así que espero que algo salga bien antes de que Harry y Malfoy se maten el uno al otro.

Kingsley hizo un pequeño ruido, mirando a las nubes de tormenta que se acercaban.

Todavía estoy tratando de encontrarle sentido al razonamiento detrás de esa decisión —igual que ella, pero no era asunto suyo—. Sin embargo, Draco Malfoy sí pasó el entrenamiento de Auror en Francia y fue el responsable de capturar a Rookwood y desbaratar esa fracción terrorista. Los paralizó.

Bueno, eso era... Cierto.

Hermione se tragó el caramelo.

—Es lo menos que podía hacer. Él solía ser uno de ellos.

No lo juzgo, solo era una afirmación. Kingsley respondió con un zumbido contemplativo.

—Por los relatos que he oído y los recuerdos que he visto, no fue exactamente por elección. Puede que empezara así, por lo que le ocurrió a su padre y la ruina de su familia, fue que termino así —se quedó mirando su varita de regaliz parcialmente comida, hablando más consigo mismo que con ella—. No tenía ni idea en lo que se estaba metiendo.

Eso no podía negarlo, la mirada atormentada y derrotada en él cuando dudó en identificarlos en la mansión Malfoy se le había quedado grabada en la memoria. Bueno, eso fue hasta que la maldición cruciatus ahogó todos sus pensamientos.

—Sospecho que es bastante solitario ser Draco Malfoy ahora mismo. O en cualquier momento de su vida. Ha estado luchando para mejorar el futuro, para expiar sus errores, pero nadie, ni siquiera , puede ver más allá de su pasado.

Era un comentario de reprimenda. La hizo sentir más humilde. Sintió una opresión en el pecho y náuseas.

Culpa.

En su defensa, Hermione no había vuelto a pensar en él hasta desde el juicio.

Ni siquiera lo había visto desde entonces, solo había oído hablar de él en los periódicos a lo largo de los años, a medida que su círculo crecía e incluía a algunos de sus amigos más antiguos y cercanos. Pansy o Daphne, mencionaban su nombre. Pero nunca hablaban mucho, ni lo hacían a menudo y no con ella. Al menos, no a propósito. Lo protegían ferozmente. Hermione lo había aprendido por las malas con Daphne. Y más recientemente con Pansy. Incluso en los últimos tres meses, Theo la miraba con desaprobación cada vez que expresaba una opinión desfavorable sobre Malfoy en lo que se refería a su nueva relación laboral con Harry.

Algo que la había dejado boquiabierta cuando se supo la noticia.

El mundo no había decidido si Draco Malfoy era un héroe, un villano o un poco de ambos.

En Francia se le consideraba una especie de antihéroe. No se lo veía mucho en público, pero sus acciones hablaban lo por él. Ellos no sabían mucho sobre su Guerra Mágica y la consideraron un problema británico hasta que la amenaza de los Mortífagos llamó a su puerta seis años después de la guerra. Fue entonces cuando Draco Malfoy, que se había convertido en Auror en secreto, organizó en solitario la lucha del Ministerio francés contra ellos, devolviéndolos por donde habían venido.

Las noticias de su éxito y las capturas de Mortífagos de alto rango llegaban a sus oídos a través del Profeta. Y de Harry.

Al principio los medios de comunicación se habían quedado perplejos, pero luego empezaron a brotar historias de redención aquí y allá. Nada memorable, siempre quedaba a la sombra de su madre, que era más famosa, pero cuando regresó el año pasado, en julio, y asumió el cargo de jefe del Grupo Especial Antiterrorista, los medios se volvieron locos.

Y cuando se enteraron de que, con el ascenso de Harry a jefe de la Oficina de Aurores el mes pasado, los viejos enemigos trabajarían juntos... Harry odiaba tanto la exposición que eso le supondría como trabajar con Draco Malfoy, de quien decía era la perdición de su existencia.

Como en los viejos tiempos.

—A pesar de todo —la voz tranquila de Kingsley cortó el silencio—. Pagando un buen dinero por ver sus reuniones de estrategia —y con otra risita, siguió disfrutando de su caramelo.

Hermione se burló.

—Puedo decir sin temor a equivocarme que a todo el mundo le gusta más Harry que Malfoy.

Kingsley la miró con enojo.

—Su trabajo no es caer bien, Hermione. Su trabajo es coordinarse con Harry para acabar con los Mortífagos. No es un trabajo fácil, aunque tenga las herramientas necesarias, porque, aunque la gente lo respeta en público, escupen su nombre en privado. Es desconcertante, dado el amor que sienten por su madre. Además, el enemigo quiere darle un escarmiento personal a él y a su familia. Harry debería ser capaz de empatizar. Sus hijos reciben las mismas amenazas.

Con cierta vacilación, reconoció que él podía tener razón.

Sin embargo, al mismo tiempo, a veces le sorprendía que trece años después siguieran hablando de Mortífagos.

Tuvo mucho que ver con la inacción del Wizengamot y con el hecho de que los Mortífagos consiguieran reagruparse, uniéndose a los hermanos Lestrange y a otros supervivientes del círculo íntimo de Voldemort. Los ataques y asesinatos comenzaron poco después de la batalla final, eran desorganizados al principio, pero a medida que pasaba el tiempo y seguían eludiendo la captura o la muerte, su confianza y temeridad aumentó. Las fugas de Azkaban volvieron a ser habituales una vez desterrados los Dementores.

El Ministerio insistía en que tenían el control total de la situación y algunas personas, desesperadas por creer en algo después de tanta miseria, les creían. Y cuando las escaramuzas entre los Aurores, en parte inexpertos y los Mortífagos empezaron a aumentar tanto en frecuencia como en gravedad, el Ministerio empezó a suprimir las noticias. Igual que antes.

Sin embargo, a diferencia de antes, los periodistas ahora eran más audaces.

Y justo cuando los gritos del pueblo iban in crescendo, se desató el infierno en la Mansión Malfoy durante la primera Navidad después de la Batalla de Hogwarts. Lucius Malfoy tuvo el tiempo justo para llamar a los Aurores antes de morir protegiendo a su familia. La batalla que siguió había sido tan mortífera que, una vez que el polvo se asentó y todos se retiraron, todo se detuvo.

Los Mortífagos debilitados se escondieron. Y, de nuevo, había llegado la oportunidad para que los Aurores les dieran caza. Shacklebolt había pedido permiso al Wizengamot para perseguirlos y acabar con ellos de una vez por todas, pero fue denegado en favor de mantener la paz que habían obtenido tras su victoria.

Pasó un año después de la batalla en la Mansión Malfoy para que los ataques comenzaran de nuevo.

Esa vez, el Wizengamot decidió por fin escuchar a Shacklebolt, que ya había renunciado, y creó un Grupo Especial Anti-Terrorismo para investigar el paradero de los Mortífagos y coordinarse con el Departamento de Aurores para acabar con cada uno de ellos.

El mismo grupo especial que ahora dirigía Draco Malfoy.

En opinión de Hermione, la acción llegó demasiado tarde.

Los Mortífagos estaban más organizados que nunca. Su mensaje de odio seguía siendo el mismo: pretendían continuar la misión de Voldemort de proteger la pureza de la sangre de los que consideraban indignos.

La intolerancia seguía siendo un silencioso veneno dentro del mundo mágico.

Pero con el paso de los años, los Mortífagos se habían vuelto más inteligentes, cambiando sus misivas para incluir cosas contra el Ministerio, lo que atraía el interés de aquellos que habían sido neutrales durante la guerra y aun así lo habían perdido todo. Aquellos que, a pesar del auge económico tras la guerra y la restauración de la sociedad, ya no confiaban en el Ministerio.

Y había muchos.

El tiempo podía curar algunas heridas, pero no todas.

Los recuerdos no se olvidaban fácilmente. Eran únicos: cuanto más poderoso era, con más fuerza se imprimía en el alma de las personas. Y los recuerdos de los fallos pasados del Ministerio estaban grabados junto a los nombres de los que habían muerto, los que estaban destrozados y los que seguían luchando.

Kingsley se aclaró la garganta.

—Un pajarito me conto que te han ofrecido un puesto para dirigir el Departamento de Investigación —seguía siendo curioso que Kingsley supiera más que ella sobre las intenciones del Ministerio la mayor parte del tiempo. Se preguntó quién sería su fuente—. Parece que intentan ascenderte rápidamente en el escalafón de las Fuerzas del Orden Mágico.

¿Así que ese era el puesto que ofrecían?

Hermione se burló.

—Nunca lo busqué. Simplemente lo rechacé.

Al oír eso, Kingsley soltó una risita, sacudiendo la cabeza, complacido por esa terquedad que conocía demasiado bien.

—Apenas estaba empezando a hacer la transición entre el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas y las Fuerzas del Orden Mágico cuando lo dejé —puso los ojos en blanco con una pequeña sonrisa—. No solo no estoy cualificada, sino que tampoco me interesa.

Kingsley la miró de reojo.

—Estoy bastante seguro de que estás más cualificada que cualquiera de ese departamento. No necesitas experiencia para dirigir, Hermione. Creo que el estado actual del Ministerio puede dar fe de ello.

Siempre puedes volver para cambiar eso —ella le dirigió una mirada desafiante mientras la sugerencia que solo había hecho en la intimidad de su mente, se le escapaba antes de que pudiera frenarla de nuevo—. Hay gente que todavía te apoya. Yo te apoyo. Harry también. Podrías restablecer el orden. Percy está buscando leyes antiguas que devolverían el poder al ministro. Siempre hay una manera.

Inicialmente, él no respondió, terminando el último trozo de su varita de regaliz.

—Me gustan mis abejas.

—¿Quién dice que no se pueden tener ambas?

Kingsley consideró sus palabras.

—¿Y tú, Hermione?

—¿Qué hay de mí?

—Serías una excelente ministra de Magia, si decidieras volver. Siempre he pensado eso de ti y tiene muy poco que ver con tu brillantez. Tiene que ver con tu código moral, tu compasión y determinación para hacer bien las cosas —hizo una pausa como si estuviera eligiendo sabiamente sus palabras—. Comprendo tus razones para marcharte, igual que tú comprendes las mías...

Ella lo miró con escepticismo.

—Presiento que viene un "pero."

Kingsley se rio para sus adentros, sus hombros temblaron de humor.

—Nunca se te escapa nada, ¿verdad? Tu capacidad de observación es tan aguda como siempre —sacudió la cabeza, como respondiendo a su propia pregunta—. Me pregunto si tu reticencia a volver tiene poco que ver con los poderes fácticos y más con el miedo a... ¿Tal vez un segundo fracaso? —cuando ella no respondió y se limitó a mirar a lo lejos, él se acercó y le dio un golpecito en el brazo en un intento de consuelo—. Está bien tener miedo, Hermione. ¿Pero sabes qué no está bien? Dejar que el miedo te detenga.

Hermione reflexionó sobre sus palabras durante varios minutos.

—No considero mi paso por el Ministerio, ni siquiera lo que me llevó a dejarlo, un fracaso. No me arrepiento de nada, ni de haberme ido ni de no haber vuelto. Creo que lo que pasó me dio la perspectiva que necesitaba para ordenar mis prioridades y para reconocer que soy tan humana como los demás. Me permitió marcar mi propio rumbo y ayudar a personas que lo necesitan, que es lo que hago ahora en el hospital.

—¿Has averiguado ya adónde vas?

Pensó en sus compromisos actuales, sopesando la oferta a la que no había accedido y el caso en el que Theo parecía tan interesado en que aceptara. Por primera vez en más tiempo del que podía recordar, Hermione no tenía ni idea de adónde iba.

—No, pero si tengo suerte, tal vez sepa dónde ir cuando llegue.

Todo debe tener un principio... Y ese principio debe estar ligado a algo que hubo antes.

Mary Shelley

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Notas: ¿Otra vez iniciando un long fic a esta altura del año? ¡Ay! Obvio que sí.

Naoko Ichigo