C
Por unos instantes, Henry no dice nada. Finalmente, pregunta, en un hilo de voz:
—¿Y cómo… te hizo sentir eso?
Eleven abre la boca. La cierra. Sus labios tiemblan. Las palabras no vienen…
—Horrible —suelta al fin—. Me sentí horrible. Sentí… Sentí que él sencillamente no comprendía… Lo que hice estuvo mal, lo entiendo, pero… Pero sentí que no tenía otra opción en ese momento. Y él… Él me miraba como si me temiese, como… Como si fuese un monstruo. Me hizo sentir como uno.
Los sollozos suben por su garganta y siente que se ahoga en lo que le parece un inminente colapso.
—Oh, Eleven… —Henry se acerca a ella lentamente. Con cuidado, toma sus mejillas entre sus manos y la obliga a mirarlo; ella no se resiste—. Sigue mi respiración, ¿de acuerdo? —Eleven asiente—. Inhala… Así, hondo, muy bien, retén el aire un momento… Ahora exhala… Sí, así, perfecto…
Al cabo de unos minutos, sus pulmones y su corazón aún le duelen, pero al menos esa sensación de desesperación imbatible ha mermado para dar paso a un malestar más manejable.
—¿Te sientes mejor? —inquiere él sin soltarla; ella cabecea en respuesta—. De acuerdo, ¿podemos seguir hablando de esto o preferirías parar?
Duda un momento, mas termina por volver a asentir: es ella quien le ha pedido su ayuda, después de todo.
—Está bien. —Al fin, libera su rostro; Eleven no puede evitar extrañar la calidez de sus manos sobre su piel—. Bien, si soy franco contigo…, creo que esta es una lección que debes aprender mejor temprano que tarde.
—¿Qué… lección? —inquiere ella, y se felicita internamente por sonar apenas un poco sin aliento y no al borde de la asfixia como minutos atrás.
La sonrisa de Henry es triste.
—Que todos somos monstruos para alguien, Eleven. Y, a veces, es la persona que más te importa.
Sus palabras son un balde de agua fría que la deja tiesa.
—Henry…
Pero él tan solo se aparta y le da la espalda, dirigiéndose hacia el centro del cuarto. Ella lo sigue con la mirada; en su regazo, Poe vuelve a abrir los ojos y observa la escena con el desinterés propio de los felinos.
—A veces —continúa él, como si no la hubiese escuchado—, nos vemos obligados a tomar decisiones necesarias que pueden parecer terribles a los demás.
Eleven no puede mantenerse callada ante eso: no hay manera de que permita que su silencio sea malinterpretado como aceptación:
—Pero lo que tú hiciste fue horrible.
El silencio que se cierne sobre ambos es tenso. Eleven siente que está a punto de volver a caer en ese desesperante abismo de minutos atrás y…
Y desearía que Henry estuviese junto a sí, no al otro lado de la habitación.
Él, por su parte, se gira en silencio hacia ella. Su expresión es inescrutable, una perfecta lámina blanca.
—Por supuesto, entiendo que lo veas así —admite él—. Pero, dime…, ¿no es esa la misma, exacta manera de la que Mike ve tus acciones?
El aire se ha tornado súbitamente pesado, imposible de respirar.
—No es… lo mismo.
Henry ríe en voz baja: es una risa seca, sin alegría. Levanta la vista al techo un momento antes de volver sus ojos hacia ella.
—Claro que no lo es. —Su tono es irónico—. Nunca lo es, ¿verdad?
—Tú mataste…
—¡Sé lo que hice! —protesta Henry—. Y seguiré diciéndotelo, Eleven, hasta mi último aliento: fue necesario.
Henry aprieta los labios y desvía la mirada para clavarla en el armario al costado de la habitación. Eleven no lo soporta más: necesita sacárselo del pecho, necesita decirle…
—Henry, yo quiero perdonarte. Yo creo… Yo creo en el perdón… Pero tú…
—Sin embargo, yo no quiero tu perdón. No lo necesito.
