Atención: Pokémon no me pertenece.


Otro soso Rodolfo/Zorua

Inicia temporada

Hierba mala nunca muere


Rodolfo y Gerardo estaban sentados en la sala de estar de la mansión Peña, cada uno con una Nintendo Switch en las manos. Las luces del candelabro iluminaban suave el lugar, mientras los sonidos de los juegos llenaban el espacio con una mezcla de efectos y melodías. Habían pasado la tarde jugando, y aunque sus ojos seguían fijos en las pantallas, la conversación entre ellos fluía con naturalidad, como parte del ambiente.

—¿Así que venciste a ese jefe en "Breath of the Wild"? —Preguntó Gerardo sin despegar la vista de su pantalla, maniobrando en "Mario Kart".

—Sí, al fin —Respondió Rodolfo, sonriendo con satisfacción—. Me costó mucho, pero encontré la manera. Es cuestión de paciencia y de identificar los patrones.

Gerardo asintió mientras giraba su consola para tomar una curva—. Eso es lo que siempre me dices. Eres un perfeccionista, Rodolfo. No me sorprende que lo hayas logrado. Aunque, a veces me pregunto si no te esfuerzas más de lo necesario.

Rodolfo se detuvo un momento y levantó la mirada hacia Gerardo. Sabía que su "primo" siempre había sido más relajado que él, pero sus palabras lo hicieron reflexionar.

—No es solo por el juego —Dijo, volviendo a mirar su pantalla—. Es como en la escuela, o en cualquier cosa. Si no soy el mejor, siento que no hago lo suficiente.

Soltó un suspiro mientras terminaba en segundo lugar en la carrera—. Ahora lo entiendo. Por eso siempre estás tan concentrado. Pero, Rodolfo, no tienes que ser el mejor en todo. A veces, disfrutar lo que haces es más importante que destacar en todo. Quien mucho abarca, poco aprieta.

Rodolfo lo miró de nuevo, sorprendido y pensativo—. Tú siempre has sido así, disfrutando del momento. Pero... no sé si puedo ser como tú. No con todo lo que se espera de mí.

Gerardo dejó su consola a un lado, mirándolo con seriedad—. Sé que sientes la presión de ser perfecto, de cumplir con las expectativas de tu papá. Pero no te pierdas en eso. Lo importante es que estés bien contigo mismo. Ganar o perder, ser el mejor o no, no define quién eres.

Rodolfo asintió, pensando en lo que Gerardo había dicho. Permaneció en silencio un momento, mirando la pantalla sin realmente prestar atención.

—Quizás tengas razón —Dijo para sí mismo—. Quizás no todo se trate de ser el mejor. Pero... es difícil cambiar esa forma de pensar.

Gerardo sonrió y retomó su consola—. Lo sé, primo. Pero no tienes que hacerlo solo. Estoy aquí si alguna vez necesitas hablar o relajarte con unos juegos. A veces, solo hace falta tomar un respiro.

La conversación terminó en un silencio cómodo, ambos sumergiéndose de nuevo en el juego, pero Rodolfo no podía dejar de pensar en las palabras de Gerardo. Tal vez, solo tal vez, había algo más que solo ser el mejor.

Ambos siguieron jugando en silencio, cada uno inmerso en su propio mundo digital, pero las palabras que habían intercambiado seguían flotando en el aire. Rodolfo no podía dejar de darle vueltas a lo que Gerardo le había dicho. No era fácil admitir que tal vez había más que intentar ser el mejor en todo, pero había algo en la despreocupada actitud de su "primo" que siempre lo hacía pensar.

Después de un par de carreras más, Gerardo rompió el silencio con una sonrisa juguetona.

—Oye, Rodolfo, ¿alguna vez te has preguntado qué Pokémon serías si fueras uno?

Rodolfo levantó la vista de su consola, sorprendido por la pregunta inesperada.

—¿Qué Pokémon sería? —Repitió, pensativo—. No sé, nunca lo había pensado en serio.

—Vamos, seguro que alguna vez lo has considerado —Insistió Gerardo, sin dejar de sonreír—. Todos lo hemos hecho alguna vez.

Rodolfo se quedó en silencio por un momento, pensando en la pregunta. ¿Qué Pokémon sería? Había tantos, cada uno con sus propias características, habilidades y personalidades. Pero solo uno le venía a la mente de inmediato.

—Zoroark —Dijo al final, con una firmeza que sorprendió incluso a él mismo.

Gerardo arqueó una ceja, intrigado—. ¿Zoroark? Interesante elección. ¿Por qué?

Se tomó un momento para responder, sintiendo que las palabras surgían de lo más profundo de su ser—. Zoroark es... complicado. Es fuerte, pero no solo eso. Tiene la habilidad de crear ilusiones, de ocultar su verdadera naturaleza. Es un Pokémon que puede ser lo que quiera, cuando quiera, y eso... creo que me identifico con eso.

Lo miró con un gesto pensativo, captando la seriedad en la voz de Rodolfo—. ¿Te sientes como Zoroark, entonces? ¿Como si estuvieras ocultando algo?

Rodolfo dejó su consola a un lado, sin apartar la vista de su "primo "—. No es que esté ocultando algo con exactitud. Es más como... me gusta la idea de poder ser más de lo que la gente ve a simple vista. De poder controlar lo que los demás perciben de mí. Tal vez es mi forma de protegerme, de no dejar que las expectativas de los demás me definan completamente.

Gerardo asintió, comprendiendo lo que Rodolfo trataba de decir—. Es una perspectiva interesante. Zoroark es un Pokémon poderoso, pero también muy solitario. Quizás porque siempre está en guardia, siempre pensando en cómo se muestra a los demás.

—Exactamente —Respondió, sintiendo que Gerardo había captado la esencia de lo que trataba de expresar—. Zoroark no solo es fuerte, también es astuto, independiente... y a veces, creo que eso es lo que necesito ser.

Gerardo sonrió con complicidad—. Pues si ese es el Pokémon que sientes que te representa, adelante. Pero recuerda, incluso Zoroark necesita a otros para poder hacerlas. No te pierdas demasiado en tus ilusiones.

Rodolfo asintió, agradeciendo el consejo. Sabía que había más en la vida que lo que mostraba al mundo, y aunque su elección de Zoroark reflejaba mucho de lo que sentía, también le dio mucho en qué pensar. Tal vez estaba más cerca de entenderse a sí mismo.

Gerardo lo observó por un momento.

—Es cierto, Rodolfo. Pero en un mundo de ilusiones, la verdad siempre encuentra su camino. No olvides quién eres en realidad —Dijo, dejando su consola a un lado.

Rodolfo sintió una especie de nudo en la garganta. Quizás era la manera en que Gerardo lo comprendía, sin tener que decir mucho más, o la realidad de que alguien lo aceptaba tal como era.

—Gracias, Gerardo —Dijo con una pequeña pero sincera sonrisa—. A veces todos necesitamos ese recordatorio.

—Para eso estamos —Respondió Gerardo con una sonrisa—. Ahora, ¿seguimos con esta partida?

Ambos retomaron las consolas, pero el ambiente se sentía diferente, menos competitivo y más relajado. Rodolfo bajó un poco la guardia y, por un momento, se permitió disfrutar sin preocuparse tanto por ser el mejor. Sabía que la vida no era un juego, pero agradecía estos momentos donde simplemente podía ser él mismo.

Al final, Rodolfo se levantó y miró el reloj.

—Es tarde. Tengo que terminar la tarea de historia —Dijo, sintiendo el peso de la responsabilidad regresar.

—Suerte con eso —Respondió Gerardo—. Hasta luego, Rodolfo.

Se dirigió a su cuarto, donde el escritorio lleno de libros y notas lo esperaba. La tarea de historia lo llamaba, y aunque estaba cansado, sabía que no podía dejarla para el último momento. Se sentó y comenzó a trabajar, repasando cada detalle, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Se esforzaba al máximo, como siempre lo hacía, empujándose a sí mismo para ser el mejor, aunque eso significara sacrificar su descanso.

Rodolfo trabajaba incansable, revisando cada detalle para asegurarse de que su tarea de historia fuera perfecta. Como siempre, se exigía al máximo, sacrificando incluso su descanso por ser el mejor. Las horas pasaron volando, sin que se diera cuenta, y el sonido del lápiz era lo único que rompía el silencio de la habitación. Como se esperaba, el cansancio lo venció, y su cabeza cayó sobre el escritorio, sumiéndose en un profundo sueño.


De repente, el mundo cambió a su alrededor. Ya no estaba en su cuarto, sino en un espacio oscuro, acogedor y lleno de calidez. No sentía el peso de sus responsabilidades ni el agotamiento de su esfuerzo. Era como si estuviera protegido y a punto de descubrir algo nuevo. Pronto se dio cuenta de que estaba dentro de un huevo. Sabía que el momento de nacer se acercaba, que pronto rompería la cáscara para ver un mundo nuevo.

La cáscara del huevo que lo envolvía por fin cedió, partiéndose en pedazos mientras la luz del exterior inundaba su pequeño mundo. Los fragmentos cayeron suavemente al suelo, y en medio de ellos, un pequeño y peludo Pokémon emergió, parpadeando ante la repentina claridad. Rodolfo había renacido como un Zorua.

Al principio, todo era confuso. Sus ojos aún se estaban acostumbrando a la luz del sol, que se filtraba a través de las hojas de los árboles en un bosque exuberante. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar la vista, y notó que su cuerpo era mucho más pequeño y ágil que antes. Sus patas eran cortas pero fuertes, y su pelaje, una mezcla de gris oscuro con mechones rojos, era suave y cálido. Sentía cada brizna de viento acariciar su pelaje, cada sonido del bosque resonar en sus agudos oídos.

Con cautela, se puso de pie sobre sus cuatro patas, tambaleándose un poco mientras se acostumbraba a su nuevo cuerpo. Dio un paso, y luego otro, sintiendo la textura de la tierra bajo sus patas por primera vez. El suelo era blando y húmedo, y el olor de la vegetación lo rodeaba, inundando sus sentidos con una intensidad que nunca había experimentado como humano.

Su primer instinto fue olfatear el aire, captando los diversos aromas que lo rodeaban. Cada olor era único: la frescura de las hojas, el dulzor de las flores cercanas, y el aroma terroso de la tierra recién removida. Rodolfo sentía que el mundo era mucho más grande y lleno de detalles de lo que jamás había imaginado.

Curioso, movió sus orejas hacia el sonido del agua corriente, que lo atrajo como un imán. Guiado por su instinto, caminó hacia un pequeño arroyo que serpenteaba entre los árboles. Al llegar a la orilla, se asomó al agua y vio su reflejo por primera vez. Lo que encontró lo sorprendió: un pequeño Zorua lo miraba desde la superficie del arroyo, con ojos grandes y brillantes que reflejaban tanto curiosidad como asombro.

Al principio, Rodolfo no reconoció su propia imagen. Se inclinó más cerca, moviendo su cabeza de un lado a otro, observando cómo el reflejo lo imitaba. Fue en ese momento que la realidad lo golpeó con toda su fuerza. Ese Pokémon, ese Zorua, era él. No había ilusiones ni engaños; esta era su nueva realidad.

El descubrimiento lo llenó de una mezcla de emociones. Había una sensación de pérdida por su vida pasada, pero también un creciente sentido de aventura y posibilidad. Este nuevo mundo estaba lleno de misterios por descubrir, tenía todo un camino por delante para explorar.

Rodolfo levantó la cabeza del agua y miró a su alrededor con determinación. Aún no sabía qué lo había traído aquí o qué significaba esta transformación, pero estaba listo para enfrentarlo. Era su primer día como pokémon, y aunque el futuro era incierto, estaba decidido a hacer su propio camino en este nuevo mundo, cuando de repente una voz lo empezó a llamar no lejos de allí.

Mientras avanzaba entre los árboles, guiado por esa voz llena de ternura, Rodolfo en su nueva forma de Zorua, sintió una mezcla de curiosidad y nostalgia. A cada paso, el mundo a su alrededor parecía cobrar vida con mayor intensidad. Las hojas susurraban con el viento, las ramas crujían bajo sus patas, y los colores del bosque vibraban con una claridad asombrosa.

La voz continuó llamándolo, cada vez más cerca, envolviéndolo en una calidez que lo hacía sentir como en casa, algo que había perdido al despertar en este mundo nuevo.

—Rodolfo, ven aquí, querido —Insistió la voz, ahora se apreciaba que era femenina y llena de afecto.

Cuando la encontró, vio a una hermosa Zoroark, cuya apariencia desprendía fuerza y elegancia. Su pelaje oscuro brillaba bajo la luz del sol que se colaba entre las hojas, y sus ojos carmesíes lo miraban con una mezcla de alegría y amor infinito. Al ver a su pequeño hijo, sus labios se curvaron en una suave sonrisa, una que parecía capaz de disipar cualquier temor.

—¡Ah, aquí estás! —Dijo la Zoroark, inclinándose para estar a su altura y frotando suave su hocico contra el de él—. Estaba preocupada, pequeñín. No te alejes tanto, aún estás aprendiendo.

Rodolfo sintió una calidez que nunca antes había experimentado, y su corazón se llenó de felicidad. Aún aturdido por su reciente nacimiento, se acercó a su madre y se frotó contra su suave pelaje, disfrutando de la sensación de seguridad que solo el amor materno podía proporcionar.

—Mamá... —Susurró, asombrado de cómo esa palabra, tan natural en su mente, fluyó de sus labios sin esfuerzo.

—Sí, mi pequeño —Respondió la Zoroark con una risa ligera, casi musical—. Estoy aquí, siempre estaré aquí para ti.

Rodolfo se sentó sobre sus patas traseras y la miró con ojos brillantes, la adoración reflejada en cada centímetro de su pequeño cuerpo. Aún no podía entender completamente cómo había llegado a ser su hijo, un Zorua, pero en ese momento, nada de eso importaba. Estaba con su madre, y eso era todo lo que necesitaba.

—Mamá, este lugar es tan... —Buscaba las palabras, mirando a su alrededor con asombro—. Es tan grande. Nunca había visto algo así.

Zoroark sonrió de nuevo, su mirada suave y comprensiva.

—Lo sé, mi querido. El mundo es un lugar inmenso, lleno de maravillas y misterios. Pero no te preocupes, te enseñaré todo lo que necesitas saber. Caminaremos juntos, aprenderemos juntos, y siempre te protegeré.

Rodolfo dejó escapar una risita infantil, sintiéndose increíble como afortunado de tener a alguien tan especial a su lado. Era como si toda la incertidumbre se desvaneciera cuando estaba con ella.

—¿De verdad? ¿Me enseñarás a ser fuerte como tú? —Preguntó con una mezcla de esperanza y admiración.

—Por supuesto —Respondió Zoroark, envolviendo a su hijo en un cálido abrazo—. Pero también te enseñaré a ser sabio, y a usar esa fuerza de manera que ayude a otros, no solo a ti mismo. Ser fuerte no es solo vencer a otros, es también proteger lo que amas.

Rodolfo asintió con entusiasmo, sintiendo cómo sus pequeñas garras se aferraban suavemente al pelaje de su madre. Se sentía listo para enfrentar el mundo, no porque fuera valiente, sino porque sabía que no estaba solo.

La tarde avanzaba, y el par continuaba disfrutando de la compañía del otro, hablando y riendo, compartiendo historias y promesas. Cada palabra, cada gesto, fortalecía el lazo entre ellos. Rodolfo no solo estaba conociendo el mundo exterior, sino que también estaba descubriendo el poder del amor y la familia, un poder que le daba la confianza para enfrentar cualquier cosa que el futuro pudiera traer.

A medida que avanzaban por el bosque, la conexión entre Zoroark y Zorua se fortalecía aún más. La madre de Rodolfo le mostraba cómo moverse con gracia, cómo utilizar sus habilidades innatas para camuflarse y protegerse, y cómo detectar los diversos aromas que llenaban el aire. Cada lección era una mezcla de juego y aprendizaje, y Rodolfo se sumergía en cada momento con una energía y curiosidad inagotables.

Mientras exploraban, Zoroark le contaba a Rodolfo historias sobre el bosque y los habitantes que lo rodeaban. Hablaba de las diversas especies de Pokémon que vivían allí, de los ciclos de la naturaleza y de las lecciones que había aprendido a lo largo de su vida. Rodolfo escuchaba con atención, absorbiendo cada palabra con la misma fascinación con la que observaba el mundo a su alrededor.

En un momento dado, se detuvieron junto a un claro iluminado por el sol. Zoroark se tumbó en la hierba suave y invitó a Rodolfo a hacer lo mismo. Se recostaron juntos, disfrutando del cálido resplandor del sol y del suave susurro del viento entre las hojas.

—Este es uno de mis lugares favoritos —dijo Zoroark, mirando a Rodolfo con una sonrisa—. Aquí es donde me siento más conectada con la naturaleza, y quiero compartirlo contigo.

Rodolfo se acurrucó cerca de su madre, sintiendo el latido tranquilo de su corazón y el aroma reconfortante del bosque. Cerró los ojos y permitió que la paz del momento lo envolviera. En ese espacio, entre el calor del sol y el amor de su madre, sintió que había encontrado su lugar en este nuevo mundo.

—Gracias, mamá —dijo Rodolfo, su voz llena de gratitud—. No sé qué haría sin ti.

Zoroark le dio un pequeño abrazo con su pata y le respondió con ternura—. Siempre estaré aquí para ti, Rodolfo. Juntos descubriremos todo lo que este mundo tiene para ofrecer.

Con esas palabras de aliento, Rodolfo supo que, aunque el camino por delante podría ser desafiante, no tenía que recorrerlo solo. Con su madre a su lado, el vasto y misterioso mundo del bosque se sentía menos intimidante y más lleno de posibilidades. Y así, mientras el sol se ponía en el horizonte, madre e hijo se quedaron allí, disfrutando del momento y preparándose para las aventuras que el mañana les depararía.

Mientras Rodolfo yacía entre las flores, disfrutando de la tranquilidad del bosque, el torrente de recuerdos y emociones comenzó a arremolinarse en su mente. Las imágenes de su vida pasada como humano se entrelazaban con su nueva realidad, creando una mezcla abrumadora de confusión y dolor.

El peso de las expectativas de su padre, Julio Peña, y el constante sentimiento de insuficiencia que había arrastrado a lo largo de su vida anterior, se hacía sentir con una intensidad que casi lo hizo retroceder en el suelo. Las palabras de su padre, la presión para ser perfecto y superar a su hermana Amelia, resurgieron en su mente como un eco constante.

El contraste entre la felicidad y libertad que sentía en su forma de Zorua y el recuerdo de la carga emocional que llevaba como humano lo hizo tambalear. Era como si la paz del bosque y el amor de su madre estuvieran siendo opacados por las sombras del pasado.

Zoroark, percibiendo el cambio en el ánimo de su hijo, se acercó y se tumbó a su lado, envolviéndolo en un cálido abrazo. Sentía la tensión en el cuerpo de Rodolfo, y su instinto maternal la llevó a ofrecer consuelo sin palabras.

—Mi pequeño —Dijo la disfrazorro con ternura—, sé que estás atravesando muchas cosas en tu mente. Puede ser difícil adaptarse a esta nueva vida, pero recuerda que no estás solo. Estoy aquí para ayudarte a superar cualquier desafio.

Rodolfo se acurrucó más cerca de su madre, buscando consuelo en su abrazo. Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos, y se permitió llorar, liberando las emociones reprimidas que había cargado durante tanto tiempo.

—Mamá... —Susurró entre sollozos—. Siento que todo este peso de vivir me está hundiendo. A veces, me siento triste por tener que sobrevivir, sin saber qué hacer.

Zoroark le lamió suave la cabeza, brindándole una calma reconfortante. —Es natural sentirte así, mi querido. El cambio es difícil y es natural que la vida sea cruel. Pero el amor y el apoyo que te ofrezco son reales. Te guiaré para que encuentres la paz y la confianza en esta nueva vida. No necesitas cargar con este nuevo peso solo. Juntos, podemos encontrar un camino hacia adelante.

Rodolfo asintió, sus sollozos disminuyendo mientras el abrazo de su madre lo envolvía en una burbuja de seguridad. A pesar de la tormenta interna que enfrentaba, las palabras y el amor de Zoroark le ofrecían un ancla, una promesa de que el futuro podría ser diferente, incluso mejor. Permitió que su mente se tranquilizara. Sabía que la lucha interna no desaparecería de inmediato, pero el apoyo de su madre y el amor que sentía por ella le daban la esperanza de que podía construir una nueva vida en este mundo Pokémon.

Mientras la tarde avanzaba y la luz dorada del atardecer bañaba el claro, el dúo se detuvo en un claro donde las flores silvestres crecían en abundancia. Rodolfo se tumbó en el suelo, rodando entre las flores y riendo con una alegría pura y despreocupada que hacía mucho no apresiaba, además sentía la brisa fresca en su pelaje, los aromas de la naturaleza llenando sus sentidos, y el suave crujido de las hojas bajo sus patas. Todo era tan vívido, tan real.. Su madre lo observaba, sus ojos llenos de orgullo, sabiendo que su hijo estaba comenzando a adaptarse a este nuevo y maravilloso mundo.

—Te quiero, mamá —Dijo Rodolfo, su voz llena de sinceridad y amor.

—Y yo a ti, mi pequeño —Respondió Zoroark, inclinándose para darle un beso en la frente—. Siempre estaré aquí para ti.

En ese momento, Rodolfo supo que, aunque su vida había cambiado de manera drástica, estaba en el lugar correcto. Bajo la protección y amor de su madre, podía enfrentarse a cualquier cosa.

Sin embargo, esa sensación de felicidad y seguridad no duró. De repente, un torrente de recuerdos lo golpeó con una fuerza abrumadora. Las imágenes de su vida pasada como humano inundaron su mente. Los traumas, las frustraciones, y el resentimiento que había intentado enterrar bajo la superficie ahora emergían como un maremoto que lo ahogaba.

Recordó la voz de su padre, siempre severa y exigente, resonando en su mente como un martillo que golpeaba su psique sin piedad. "Debes ser perfecto, Rodolfo. Debes ser el orgullo de la familia. No puedes permitirte fallar." La presión para mantener el estatus de la familia, para ser tan perfecto como su hermana, lo consumía desde dentro, como un veneno que se propagaba lentamente por todo su ser.

El mundo Pokémon que momentos antes le había parecido un paraíso, ahora se sentía distante, casi irreal. Era como si una grieta se hubiera abierto en su realidad, dividiéndolo en dos. Por un lado, estaba el Zorua que deseaba escapar y olvidar. Por otro, el humano atrapado en un ciclo interminable de expectativas imposibles y fracaso.

Rodolfo sintió un dolor punzante en su cabeza, como si algo estuviera intentando forzar su salida. Gritó, pero su voz se ahogó en el silencio del mundo Pokémon. Luego, de repente, todo se desvaneció. Abrió los ojos de golpe, jadeando, y se encontró en su cuarto. La oscuridad lo envolvía, pero la realidad de su vida, la presión, el estrés, todo eso, lo aplastó de nuevo.


Había despertado de su sueño de golpe, pero los demonios de su pasado seguían ahí, más reales que nunca. Con el corazón latiendo desbocado y el sudor frío cubriendo su frente. El eco de los gritos de su padre resonaba aún en su cabeza, esos gritos que le exigían perfección, que lo presionaban para ser el orgullo de la familia, el bastión de un estatus que jamás había deseado. El mundo gris y opresivo de su habitación lo recibió con la misma frialdad de siempre, tan diferente al cálido abrazo de su madre Zoroark en aquel mundo Pokémon que, por un breve momento, había parecido tan real.

La fatiga se apoderaba de su cuerpo, cada músculo, cada fibra de su ser protestaba al mero hecho de levantarse de la cama. Sus piernas temblaban al intentar sostener su peso, y un dolor sordo en la planta de los pies lo hacía casi insoportable moverse. Con cada paso que daba, sentía como si su cuerpo estuviera rompiéndose poco a poco, una máquina desgastada que seguía funcionando solo por la fuerza de la costumbre.

Rodolfo se enfrentaba a un tormento interno que parecía implacable, una batalla constante entre el pasado y el presente, entre la esperanza y la desesperación. El contraste entre su sueño en el mundo Pokémon, un refugio de amor y seguridad, y la dura realidad de su vida cotidiana, creaba una brecha dolorosa que sólo intensificaba su sufrimiento.

Cada rincón de su habitación parecía estar impregnado de la presión que su padre ejercía sobre él, la frialdad y la indiferencia de un entorno que no ofrecía consuelo. Rodolfo se movía lentamente, sintiendo cada paso como un recordatorio de su agotamiento físico y emocional. La falta de sueño y el estrés se manifestaban en su cuerpo, agravando el dolor que ya arrastraba desde su vida anterior.

Frente al espejo, Rodolfo veía un reflejo que parecía ajeno, un joven que había sido desgastado por las expectativas y el fracaso. La mirada en sus ojos era la de alguien atrapado en una existencia que no le pertenecía, una lucha constante por cumplir con estándares que sentía inalcanzables.

Se dio cuenta de que, aunque su cuerpo estaba exhausto y su mente abrumada, había algo dentro de él que aún luchaba, un tenue atisbo de resistencia que no podía ignorar. La vida que llevaba era dura y llena de sufrimiento, pero el recuerdo del amor y la seguridad que había experimentado en su sueño le daba una chispa de esperanza.

Quizás esa chispa era suficiente para seguir adelante, para enfrentar el día con una determinación renovada, aunque fuese débil. Rodolfo se aferró a esa pequeña llama de esperanza mientras se preparaba para enfrentar el nuevo día, sintiendo el dolor pero también la necesidad de encontrar un propósito, de buscar una salida a su prisión emocional.

Se prometió a sí mismo que, aunque el camino fuera arduo y las sombras del pasado lo persiguieran, seguiría buscando momentos de paz y conexión, tal como había experimentado con su madre Zoroark. Quizás el viaje sería largo y lleno de desafíos, pero con cada pequeño paso hacia adelante, había una oportunidad para encontrar la libertad que tanto deseaba, aunque fuera en fragmentos de esperanza y momentos de calma.

Se vistió mecánicamente, tirando la camisa sobre su piel tensa y adolorida, sintiendo cómo la tela raspaba las heridas invisibles de su alma. No solo era su cuerpo el que estaba cansado, sino también su mente. Cada pensamiento era una daga que se clavaba más profundo en su psique, un recordatorio de la realidad que le tocaba vivir, de la carga imposible que debía soportar día tras día.

Rodolfo se miró en el espejo, viendo a un joven que apenas reconocía. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora reflejaban una profunda tristeza, una desesperación que amenazaba con consumirlo por completo. El reflejo era la prueba de su fracaso, de su incapacidad para alcanzar ese perfeccionismo tóxico que lo estaba llevando al borde de la locura.

Cada movimiento le recordaba el peso de la expectativa, el dolor de ser un segundo lugar, de nunca ser lo suficientemente bueno, de vivir una existencia gris y sin sentido. El dolor físico no era nada comparado con la agonía mental que lo carcomía desde adentro, una lucha interna que lo dejaba sin fuerzas, sin esperanza, sin voluntad.

Pero, a pesar de todo, Rodolfo siguió adelante, cada paso un suplicio, cada respiro una tortura, sin ver un final a su sufrimiento. Solo había una certeza: la vida que llevaba era una prisión, y cada día que pasaba en ella lo alejaba más de la libertad que alguna vez había soñado.

comenzó su día escolar con una mezcla de ansiedad y esperanza. Sabía que había hecho un buen trabajo en el examen de cálculo, pero al recibir su nota, su corazón se hundió un poco. Había obtenido un 9.5, una calificación alta, pero la segunda más alta de la clase. Este resultado lo dejó con un sabor amargo, sintiendo que, aunque sus esfuerzos fueron notables, seguía siendo insuficiente. A lo largo del día, la sensación de ser "el eterno segundo" persistía.

En la clase de literatura, su tarea fue calificada como decente. Había puesto empeño en ella, pero no fue suficiente para destacarse. No había logrado brillar entre sus compañeros, y eso lo atormentaba. No importaba cuánto esfuerzo pusiera, parecía que siempre quedaba detrás de alguien más. Cada logro que debería haber sido motivo de orgullo, se convirtió en un recordatorio doloroso de que no era lo suficientemente bueno.

Durante semanas, Rodolfo había trabajado incansable en su presentación de biología. Había pasado noches enteras investigando, tomando notas y preparando un proyecto que consideraba su mejor trabajo hasta la fecha. Su tema era fascinante: la evolución de las plantas carnívoras en regiones con suelos pobres en nutrientes. Había creado gráficos detallados, experimentos meticulosos y una presentación visual que creía dejaría a todos boquiabiertos.

El día de la presentación llegó, y Rodolfo se sentía nervioso pero confiado. Había practicado su discurso una y otra vez, perfeccionando cada palabra, cada pausa, cada gesto. Cuando llego la hora de brillas se levantó frente a la clase para exponer su trabajo, pudo sentir la atención de sus compañeros centrada en él, lo que le dio un breve momento de satisfacción. Conforme hablaba, su voz se llenó de pasión, convencido de que su arduo esfuerzo sería reconocido.

Sin embargo, a medida que los otros estudiantes presentaban sus trabajos, la confianza de Rodolfo comenzó a desvanecerse. Las presentaciones eran impresionantes, pero lo que en verdad lo inquietó fue la presentación de Armando. A pesar de que Rodolfo lo consideraba un "pueblerino mediocre", amante de las arañas, este había logrado crear una presentación que destacaba por su originalidad y precisión. Su tema, sobre las adaptaciones de las arañas en distintos entornos, capturó la atención de todos en el aula, incluidos los profesores.

Cuando llegó el momento de la deliberación, Rodolfo trató de mantener la calma. Sabía que su trabajo era bueno, pero la creciente inseguridad lo atormentaba. Más tarde, los resultados se anunciaron. Rodolfo escuchó con un nudo en el estómago cómo se anunciaban los nombres de los ganadores. Tercera posición: Rodolfo.

El golpe fue duro, como un mazazo directo a su orgullo. Había quedado en tercer lugar. Otra vez. Trató de esbozar una sonrisa cuando fue a recoger su certificado, pero por dentro, se sentía destrozado. Su mirada se encontró con la de su padre, quien había asistido a la presentación. La expresión en su rostro era inmutable, una vez más, ni decepción ni orgullo. Solo esa indiferencia que lo carcomía por dentro.

Pero lo peor estaba por venir. Armando fue llamado al escenario para recibir el primer puesto, con una amplia sonrisa en su rostro. Cuando pasó junto a Rodolfo, murmuró lo que sería el golpe final:

—Buen intento, Rodolfo, pero supongo que ser "promedio" es lo tuyo.

Recoger el certificado en tercer lugar fue un recordatorio doloroso de que, a pesar de sus esfuerzos, siempre parecía estar un paso detrás. La indiferencia de su padre y el comentario de Armando fueron como una daga en el corazón, reafirmando las inseguridades que Rodolfo había intentado enterrar. Su comentario sarcástico fue un golpe bajo, un recordatorio cruel de que nunca se libraría de la percepción de ser mediocre.

La desilusión se asentó en Rodolfo como un peso abrumador. Cada logro que debía haber sido motivo de orgullo ahora se sentía vacío, una burla a sus esfuerzos. La presión para ser el mejor, para demostrar que valía algo, se volvía cada vez más insoportable. La sensación de estar atrapado en un ciclo interminable de expectativas y fracaso parecía más palpable que nunca.

Rodolfo trató de mantener la compostura mientras se enfrentaba a sus compañeros y a su padre, pero la derrota y la tristeza lo consumían por dentro. Cada paso que daba fuera del aula era un recordatorio de su posición en el mundo, de las expectativas que nunca podría cumplir y de la sensación de ser un eterno segundo lugar.

El regreso a casa fue silencioso, con Rodolfo sintiéndose más solo que nunca. Su mente estaba llena de pensamientos contradictorios, preguntas sin respuestas sobre por qué siempre parecía fallar a pesar de su esfuerzo y dedicación. La presión para ser perfecto y la lucha interna por encontrar un equilibrio entre sus propias expectativas y las de los demás lo estaban llevando al límite.

El ambiente en la mesa de los Peña era una mezcla de celebración y desdén, al menos desde la perspectiva de Rodolfo. La animada conversación sobre los logros de Julio y Amelia contrastaba dolorosamente con el sentimiento de fracaso que Rodolfo arrastraba consigo. Mientras sus palabras eran alabadas, las de Rodolfo parecían desvanecerse en la indiferencia de quienes lo rodeaban.

Rodolfo permanecía en silencio, apenas tocando su comida. Había rehecho en su mente su día una y otra vez, buscando algo, cualquier cosa que pudiera mencionar, algún logro que pudiera destacar. Pero cada vez que pensaba en la presentación de biología, el comentario de Armando volvía a su mente, aplastando cualquier intento de hablar. ¿Qué podría decir? ¿Qué había quedado en tercer lugar? ¿Qué una vez más no había sido lo suficientemente bueno?

El señor Peña, observando a sus hijos con una mezcla de orgullo y expectativa, al final dirigió su mirada hacia Rodolfo. El silencio en la mesa se volvió palpable, como si todos estuvieran esperando que él dijera algo. Rodolfo sintió un nudo en la garganta, pero cuando intentó hablar, las palabras no salieron. Se limitó a bajar la cabeza, evitando el contacto visual con su padre, avergonzado de no tener nada digno de mencionar.

—¿Y tú, Rodolfo? —Preguntó su padre, con un tono que no ocultaba su expectativa. Pero Rodolfo no levantó la mirada, solo se encogió de hombros, murmurando una excusa ininteligible. El señor lo observó por un largo momento antes de dejar escapar un suspiro, volviendo su atención a Amelia, como si Rodolfo no estuviera allí.

Cada elogio que recibían su padre y su hermana parecía reforzar el muro de distancia que Rodolfo sentía entre él y el resto de su familia. Su fracaso en la presentación de biología, combinado con su constante lucha por cumplir con las expectativas familiares, lo hacía sentir aún más alienado. Su propia incapacidad para destacar o incluso para compartir algo de éxito con la misma fuerza que sus familiares solo aumentaba su sentido de insuficiencia.

La ausencia de su madre, que en el pasado había sido un pilar de apoyo y comprensión, acentuaba la sensación de vacío. Rodolfo deseaba poder compartir sus sentimientos con alguien que lo comprendiera, alguien que pudiera ver más allá de los números y las posiciones, alguien que pudiera ofrecerle una palabra de aliento sincero.

La cena transcurrió entre elogios y comentarios que Rodolfo absorbía en silencio. Cada palabra que salía de los labios de su padre o su hermana parecía ser un recordatorio constante de lo lejos que estaba de alcanzar sus propios ideales de éxito. La falta de reconocimiento y el profundo sentimiento de estar constantemente en el segundo lugar solo intensificaban su angustia interna.

Cuando la cena terminó y Rodolfo se retiró a su habitación, el peso de la noche lo aplastó. Se sentó en la oscuridad, sintiendo el eco de las conversaciones y los logros que había escuchado. Las sombras en las paredes parecían ser una extensión de su propio desasosiego, un reflejo de la lucha interna que enfrentaba.

Se preguntaba si alguna vez podría salir de la sombra de los logros de su padre y su hermana. La desesperación y la duda lo envolvían como una niebla pesada. El deseo de demostrar su valía era fuerte, pero también lo era el miedo de que nunca alcanzaría el reconocimiento que anhelaba.

Rodolfo entró en su cuarto con un portazo que resonó por toda la casa, el eco de su frustración. Sin detenerse, arrojó su mochila hacia un rincón, sin importarle dónde o cómo caía. Se quedó de pie, mirando por la ventana un cielo gris, cargado de nubes pesadas y feas que parecían reflejar su propio estado de ánimo.

Durante un minuto completo, observó aquel paisaje sombrío, sintiendo cómo el esfuerzo sobrehumano que hacía cada día lo apuñalaba sin piedad. Su cuerpo dolía como si cada músculo, cada hueso, estuviera siendo destrozado desde adentro. El dolor de cabeza, causado por tantas noches sin dormir, su corazón latía fuerte, como un martillo implacable que no dejaba de golpearlo.

La rabia y la impotencia se apoderaron de él, y empezó a maldecir a diestra y siniestra, soltando palabras cargadas de odio hacia todo y todos. Pero su furia no encontró alivio.

En la soledad de su habitación, en el clímax de su desesperación, Rodolfo volcó su furia sobre los objetos que adornaban su morada. Desordenó su escritorio, arrojó libros y papeles al suelo, y tiró con fuerza un par de cojines del sofá, dejándolos esparcidos por el suelo. Cada acción era una manifestación física de la tormenta interna que lo consumía, un intento de encontrar algún tipo de liberación a través del caos.

El eco de sus gritos y el ruido de los objetos rompiéndose le proporcionaban una breve sensación de control, pero tan pronto como el silencio comenzó a instalarse de nuevo en su cuarto, el peso de la realidad lo volvió a abrumar. La habitación, ahora en desorden, se convirtió en un reflejo de su mente: desordenada, agitada y en estado de caos.

Mientras la ira se disipaba, Rodolfo se desplomó en el suelo, entre los escombros de su propio desahogo. Las lágrimas comenzaron a fluir sin previo aviso, mezclando el sudor frío en su frente con el rastro de su furia. Se quedó allí, respirando pesadamente, sintiendo la combinación de agotamiento físico y emocional que lo había llevado al borde. El dolor de cabeza se mantenía, pero ahora estaba acompañado por una sensación de vaciamiento, como si toda la energía y la determinación que solía tener se hubieran ido con sus gritos y su descontrol.

Rodolfo se quedó tendido en el suelo, mirando el techo con una mirada vacía, sin saber cómo avanzar. Se dio cuenta de que no podía seguir así. Necesitaba encontrar una manera de enfrentar sus problemas, no solo de reaccionar ante ellos. Su lucha interna no se resolvería a base de frustración y desesperación. Necesitaba un plan, un enfoque más constructivo para manejar sus emociones y sus desafíos.

Se aferró a una resolución creciente. Aunque el camino por delante parecía oscuro y lleno de obstáculos, estaba determinado a encontrar una forma de superar sus propios límites. Se prometió a sí mismo que, aunque la jornada fuera difícil, no se rendiría. Cada fracaso y cada momento de dolor serían la fuerza que necesitaba para seguir luchando, para encontrar su propio camino y, quizás, un día, lograr el reconocimiento que sentía que merecía.

Se levantó lento, el cuerpo dolorido y la mente aún turbulenta. Comenzó a recoger los objetos del suelo, devolviéndolos a su lugar mientras se forzaba a calmarse. La habitación seguía en un estado de desorden, pero ahora había un pequeño atisbo de resolución en su corazón. Sabía que el camino no sería fácil, pero al menos tenía un objetivo claro: encontrar una forma de sobreponerse a la presión y demostrar su valía, no solo a su padre y a sus compañeros, sino también a sí mismo.

Se sentó en su escritorio, mirando los papeles dispersos, y se preguntó qué podía hacer para mejorar, qué pasos podía seguir para no sentir que siempre estaba al borde de la derrota. Su mente comenzó a formular planes y estrategias, buscando un camino hacia adelante que, aunque incierto, le ofreciera al menos una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.

Aunque no lograba aliviar su dolor por completo. Su energía, ya casi inexistente, se desvaneció con rapidez. Sin fuerzas para continuar, Rodolfo se dejó caer en la cama. El cansancio lo golpeó con la fuerza de una tormenta, cerrando sus ojos antes de que pudiera siquiera intentar luchar contra él. Se desmayó, entregándose al agotamiento, su cuerpo y mente por fin cediendo a la necesidad de descanso, aunque fuera solo por un breve instante en ese estado tan lamentable.


Rodolfo despertó con una sensación extraña, como si algo no encajara en su entorno. Abrió los ojos lentamente, sintiendo que el peso del agotamiento aún lo mantenía pegado a la cama. Pero no era su cama. El suelo era suave, cubierto de hierba y hojas, y un suave aroma a naturaleza llenaba el aire. Parpadeó, tratando de enfocar la vista, y lo primero que vio fue un par de ojos grandes y amigables que lo miraban con curiosidad.

Un Ivysaur, con su característico bulbo floreciendo en su espalda, estaba justo frente a él, acompañado de un Grotle que asomaba su cabeza desde un lado. Rodolfo se incorporó veloz, con el corazón latiendo con fuerza, sin entender lo que estaba pasando.

—¡Hey, Rodolfo! —Dijo Ivysaur con una voz sorprendentemente amistosa, como si fueran viejos conocidos.

Rodolfo parpadeó, aturdido. No solo estaba en un lugar diferente, sino que los Pokémon estaban hablando. Se llevó una mano a la cabeza, que aún le dolía, como si el esfuerzo de la noche anterior lo hubiera seguido hasta este extraño mundo.

—¿Dónde estoy? —Preguntó, su voz sonando más débil de lo que esperaba.

—Estás en un Bosque Verde, ¿acaso eso importa? —Respondió Grotle, con una sonrisa tranquila—. Pensamos que no ibas a despertar nunca. ¡Nos preocupamos!

Rodolfo los miró, todavía intentando procesar lo que veía y escuchaba. Todo era tan real, tan vívido, pero también tan absurdo. ¿Cómo había llegado ahí? Y, lo más importante, ¿por qué estos Pokémon lo conocían?

—Somos tus primos —Dijo Ivysaur, como si leyera su mente—. Bueno, ya sé que puede sonar extraño por nuestras especies diferentes, pero es verdad, al menos. Nos conocemos desde siempre, aunque no lo recuerdes.

La cabeza de Rodolfo comenzó a girar con todas estas revelaciones. Sentía como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar. Pero la calidez en la voz de Ivysaur y la calma que transmitía Grotle lo hicieron sentir algo más que confusión: un pequeño rayo de esperanza, una conexión que no entendía del todo pero que no podía ignorar.

—¿Mis... primos? —Repitió, incrédulo.

—Sí —Respondió Grotle con un asentimiento—. Aquí, somos una familia. Y no estás solo, Rodolfo. Este es un lugar donde puedes ser tú mismo sin las presiones del mundo exterior. Aquí, puedes descansar y aprender lo que realmente es importante.

Rodolfo se quedó en silencio, procesando esas palabras. La idea de no estar solo, de no tener que luchar constantemente por algo que siempre parecía fuera de su alcance, lo dejó momentáneamente sin palabras. Quizás, en este extraño mundo, podría encontrar lo que tanto había buscado en el otro: un lugar donde encajar, donde no se sintiera como un fracaso constante.

Se dejó caer de nuevo en el suelo, esta vez con una sensación diferente en el pecho, una mezcla de alivio y tristeza. Mientras miraba a sus "primos", algo dentro de él comenzó a cambiar, como si este nuevo mundo le ofreciera una oportunidad que jamás imaginó tener.

Rodolfo se quedó en silencio por un momento, dejando que la idea de este nuevo mundo y de su "familia" se asentara en su mente. Mientras lo hacía, Ivysaur y Grotle intercambiaron una mirada cómplice, como si estuvieran esperando el momento adecuado para decir algo más.

—Rodolfo —Comenzó Ivysaur, rompiendo el silencio con una voz suave—, hay algo más que queremos mostrarte. Algo muy especial para nuestra familia.

Grotle asintió, su expresión se volvió seria y respetuosa.

La Gema Planta brillaba con una luz serena y casi hipnótica. Su verde vibrante parecía resonar con la energía de la naturaleza misma, y el suave resplandor que emanaba llenaba el claro con una atmósfera mágica. Rodolfo se acercó a dicho objeto, sus ojos fijos en la gema, sintiendo una conexión inmediata con ella.

Ivysaur y Grotle se pusieron a su lado, observando con una mezcla de orgullo y expectativa.

—Esta gema —Explicó Ivysaur— no solo es un tesoro físico. Es un recordatorio de nuestra herencia, de la fuerza que podemos reunir cuando estamos unidos y en armonía con nuestro entorno.

Grotle asintió. —Ha sido guardada durante generaciones. Es un símbolo de la fuerza que proviene de la conexión con la naturaleza y con nuestra familia. Su poder puede ayudar a guiarte y protegerte en momentos de dificultad.

Rodolfo levantó una ceja, su curiosidad despertando. Aunque aún estaba confundido por todo lo que había pasado, la idea de un tesoro familiar resonaba profundamente en él. En su vida anterior, todo lo relacionado con la familia estaba teñido de expectativas y decepciones, pero aquí, en este mundo, parecía haber un significado más profundo.

—¿Un tesoro? —Preguntó, intrigado—. ¿De qué se trata?

Ivysaur sonrió y se giró hacia un pequeño claro en el bosque, invitando a Rodolfo a seguirlo. Grotle lo acompañó, caminando a su lado mientras avanzaban entre los árboles.

—Es una gema —Dijo Grotle, casi en un susurro—. Una Gema Planta, para ser precisos. Es mucho más que una simple piedra preciosa. Tiene un poder especial que solo los de nuestra familia conoce a la perfección.

Rodolfo sintió un escalofrío recorrer su espalda… "esa palabra" pensó. La idea de una gema con poderes especiales sonaba a algo sacado de una historia fantástica, pero aquí, en este mundo, parecía en verdad posible.

—Nuestros antepasados la protegieron y la usaron en tiempos de necesidad —explicó Ivysaur—. No es solo una fuente de poder, sino un símbolo de la unidad y la fuerza que compartimos como familia. Cada generación ha cuidado de la gema, esperando el momento en que se necesitaría nuevamente.

Rodolfo extendió una mano temblorosa hacia la gema, sintiendo una energía palpable y cálida al contacto. Era como si la gema le estuviera transmitiendo una calma reconfortante, una sensación de pertenencia que tanto había anhelado.

—Siento algo —Dijo Rodolfo, con voz baja—, como si esta gema entendiera lo que estoy pasando.

—Eso es porque, de alguna manera, lo hace —Dijo Ivysaur, con una sonrisa—. La Gema Planta tiene una conexión especial con quienes son parte de nuestra familia. A través de ella, puedes encontrar fuerza y claridad.

Grotle agregó—: Esta gema puede ser un apoyo en momentos de incertidumbre. No resolverá todos tus problemas, pero puede ayudarte a encontrar la dirección y la determinación que necesitas para enfrentar tus desafíos.

Rodolfo toco la gema en sus patas, sintiendo su calor reconfortante. En ese momento, la abrumadora sensación de estar perdido y atrapado en su antigua vida parecía desvanecerse, reemplazada por una chispa de esperanza y determinación. Aunque sabía que su viaje no sería fácil, ahora sentía que tenía un símbolo de fuerza y unidad que podría acompañarlo en su camino.

—Gracias —Dijo Rodolfo, mirando a Ivysaur y Grotle con gratitud—. Esto significa más para mí de lo que pueden imaginar.

Los dos Pokémon sonrieron, satisfechos de ver que la gema estaba cumpliendo su propósito.

—Y hablando de familia, ¿Dónde está mi mama? —Preguntó el Zorua algo confundido por no encontrarla.

—Fue a una reunión con nuestros papas, no ha de tardar —Respondió el Ivysaur.

Rodolfo se sentía como un niño otra vez, corriendo por el bosque junto a Ivysaur y Grotle, sin preocupaciones y disfrutando del momento. A medida que el sol se ocultaba en el horizonte se olvidaba por completo de sus problemas y de la pesada carga de expectativas que siempre lo acompañaba en su mundo anterior.

Ivysaur lideraba el grupo, lanzando semillas que estallaban en pequeñas explosiones de color cuando tocaban el suelo, mientras Grotle usaba su cuerpo robusto para jugar con rudeza con el Zorua, incitándolo a correr más rápido. Las risas de Rodolfo resonaban en el aire, mezclándose con el susurro de las hojas y el canto de los pájaros.

Rodolfo se detuvo un momento para recuperar el aliento, sus mejillas sonrosadas y su corazón latiendo con fuerza, no solo por el ejercicio, sino también por la alegría pura que sentía. Nunca antes se había sentido tan libre, tan en sintonía con el mundo que lo rodeaba.

Pero entonces, en medio de toda esa diversión, una voz familiar lo llamó desde la distancia. Rodolfo se quedó quieto, su sonrisa desvaneciéndose lentamente. Era la voz de su madre, clara y firme, como un eco de su vida anterior.

—¡Rodolfo! —Llamó la voz, con un tono que no admitía desobediencia.

Ivysaur y Grotle intercambiaron miradas rápidas, sus expresiones se volvieron serias. Sin decir una palabra, ambos se acercaron al "condenado", como si comprendieran que algo urgente estaba por suceder. Sentían la importancia de la llamada, y no dudaron en acompañarlo.

Rodolfo tragó saliva, sintiendo cómo la realidad lo alcanzaba. No podía ignorar esa voz, no después de todo lo que había vivido con su madre en el otro mundo. Lento pero seguro, se giró hacia donde provenía el sonido y comenzó a caminar, sus pasos más lentos ahora, con Ivysaur y Grotle a su lado, ofreciéndole apoyo silencioso.

El bosque, que momentos antes había sido un lugar de alegría y libertad, parecía haber cambiado, como si las sombras se hubieran alargado y el aire se hubiera vuelto más pesado. Pero con cada paso, Rodolfo sentía que algo dentro de él también había cambiado. Ya no estaba solo. No importa lo que la voz de su madre le exigiera o lo que la vida le deparara, ahora tenía a su familia tipo Planta a su lado. Y eso lo hacía sentir un poco más fuerte, un poco más capaz de enfrentar lo que viniera.

Rodolfo caminaba lentamente hacia el lugar de donde provenía la voz de su madre, acompañado por Ivysaur y Grotle. Los tres se movían en silencio, con una mezcla de anticipación y un leve temor. Luego, el paisaje se abrió a un claro donde, entre la luz suave del atardecer, apareció su madre, de pie, con una expresión serena y atenta.

—Mamá... —Dijo Rodolfo en voz baja, sintiendo una oleada de emociones encontradas.

Su madre, con una sonrisa cálida, se acercó a él y le acarició suavemente el rostro.

—Rodolfo, mi niño... ¿cómo te sientes? —Le preguntó con voz suave, pero firme, que lo hizo sentir tanto nostalgia como seguridad.

Rodolfo bajó la mirada, sin saber cómo expresar todo lo que sentía en ese momento. La presión de su vida anterior, las expectativas, la lucha constante por el reconocimiento… todo parecía tan distante ahora, pero a la vez tan presente.

—No lo sé, mamá. —Rodolfo comenzó a hablar, sin poder contenerse—. Todo es tan difícil. Siempre he tratado de hacer todo bien, de cumplir con lo que se espera de mí, pero parece que nunca es suficiente.

Ivysaur y Grotle, que estaban a su lado, se acercaron un poco más. Ivysaur usó una de sus latigo sepa para tocar un poco la espalda de Rodolfo, mientras Grotle se sentó cerca, mostrando su apoyo.

Su madre, notando la presencia de los Pokémon, extendió su mano hacia ellos, acariciando primero a Ivysaur y luego a Grotle.

—Son tus primos, ¿verdad? —Dijo ella con una sonrisa tierna—. Son familia, Rodolfo. Y la familia está para apoyarse, no importa cuán lejos estés o cuán difícil sea el camino.

Rodolfo asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Los ojos de su madre reflejaban una comprensión profunda, una que él no había visto en mucho tiempo.

—No tienes que cargar con todo solo, hijo. Sé que las cosas han sido difíciles para ti, pero también sé que eres fuerte. No porque puedas con todo, sino porque sabes cuándo pedir ayuda. Y míralos a ellos —Dijo, señalando a Ivysaur y Grotle—. Están aquí para ti. No solo porque son tus primos, sino porque te quieren.

Rodolfo miró al par de tipo plantas, y luego a su madre. Había algo reconfortante en sus palabras, algo que hacía que el peso en su pecho se aligerara un poco.

—Pero, mamá... siento que no puedo escapar de esa necesidad de demostrarles a todos que soy capaz, de hacer que papá se sienta orgulloso —Admitió Rodolfo, con la voz temblorosa.

Su madre lo miró con ternura y comprensión.

—Tu padre te quiere, Rodolfo. Tal vez no lo demuestre de la manera que esperas, pero siempre te ha amado y valorado. Pero lo más importante es que te valores a ti mismo. No necesitas ser el mejor en todo, solo necesitas ser tú, con tus fortalezas y tus debilidades. Y estos pequeños aquí —dijo, mirando a los tipo Planta—, te acompañarán en ese viaje, ayudándote a encontrar tu propio camino.

El planta-veneno lanzó un suave "Ivysaur…" mientras Grotle asentía, sus ojos llenos de determinación.

Rodolfo sintió una oleada de gratitud hacia ellos y hacia su madre. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió sonreír un poco, sintiendo que, tal vez, todo podría estar bien.

—Gracias, mamá. Gracias a todos —dijo, mirando a su madre y a sus primos—. Sé que no será fácil, pero me alegra saber que no estoy solo.

Su madre lo abrazó, y Ivysaur y Grotle se unieron a ellos, formando un pequeño círculo de apoyo y cariño.

—Nunca estarás solo, Rodolfo —Dijo su madre con gentileza—. Siempre estaré contigo, y tu familia Pokémon también. Vamos a superar todo juntos, un paso a la vez.

—Oiga tía, ¿y de que se trató la reunión? —Preguntó el Grotrle con curiosidad.

—Así, un peligroso entrenador anda suelto por el bosque, debemos escondernos ya —Alertó la Zoroark con angustia.

Como un mal augurio no tuvieron tiempo de escapar. El cielo se oscureció de repente, como si el sol mismo hubiera decidido esconderse ante la llegada de algo siniestro. Rodolfo y los Pokémon estaban disfrutando de un momento de paz junto a su madre cuando un ruido ensordecedor rompió la tranquilidad. Así que los cuatro fueron a esconderse de inmediato mientras desde las sombras del bosque emergió una figura imponente, un entrenador de aspecto intimidante, acompañado por un Espeon de ojos brillantes y un Houndoom que soltaba humo por sus fauces.

Axel, el entrenador, se detuvo a unos metros de distancia, su mirada fría y calculadora fija en su objetivo. Su presencia emanaba una amenaza palpable, y antes de que Rodolfo pudiera reaccionar, el Espeon y el Houndoom se lanzaron al ataque.

—¡Samantha, ¡Ceniza, adelante! —Ordenó Axel con voz firme.

Samantha, la Espeon, utilizó su poder psíquico para crear una onda de energía que se expandió por el claro, mientras que Ceniza, el Houndoom, lanzó un Fuego Fatuo que iluminó el lugar con un resplandor infernal. Las llamas azules danzaban alrededor de los Pokémon de tipo Planta, quienes retrocedieron ante el ataque sorpresa.

Rodolfo se quedó paralizado, sin saber cómo reaccionar. Su madre, por otro lado, dio un paso adelante, su expresión era de una determinación feroz. Aunque sabía que estaba en desventaja, no iba a permitir que Axel se llevara a su hijo sin luchar.

—¡No dejaré que los toques! —Gritó ella saliendo de su escondite, por el amor que tenía para proteger a Rodolfo y a los Pokémon. Ivysaur y Grotle, a pesar del miedo, se posicionaron junto a ella, listos para defenderla.

Pero Samantha y Ceniza eran demasiado rápidos. Samantha lanzó un Psícarga que derribó a Ivysaur y Grotle al suelo, inmovilizándolos con su poder. Ceniza, con un rugido, invocó una Llamarada que rodeó a la madre de Rodolfo, forzándola a retroceder.

—¡Mamá! —Gritó Rodolfo, intentando correr hacia ella, pero el terror lo detuvo en seco.

Axel avanzó con una sonrisa cruel en sus labios.

—Esto será rápido —Dijo con indiferencia. Con un gesto, Samantha redobló sus esfuerzos, y la madre de Rodolfo cayó de rodillas, agotada por la resistencia.

A pesar de su valentía, ella sabía que no tenía ninguna posibilidad contra un entrenador tan poderoso. Aun así, se mantuvo en pie, haciendo todo lo posible por resistir un poco más, esperando dar tiempo a que Rodolfo y los Pokémon pudieran escapar. Pero no había a dónde huir; Axel los tenía rodeados.

—Es el final del camino para ti —Dijo Axel con voz fría, sacando una Poké Ball vacía de su cinturón.

Con un movimiento rápido, lanzó el mencionado objeto hacia la madre de Rodolfo. No hubo resistencia. La esfera la atrapó sin esfuerzo alguno, cerrándose con un clic seco que resonó como un golpe en el corazón de Rodolfo. Los ojos del joven se llenaron de lágrimas de impotencia mientras veía cómo su madre desaparecía dentro de esa jaula mágicas que poseían los entrenadores.

—No… —Murmuró Rodolfo, cayendo de rodillas, derrotado tanto física como emocionalmente.

Axel se marchó sin voltear atrás, con la Poké Ball que contenía a la madre de Rodolfo en su cinturón, como si fuera un simple trofeo. Su figura se desvaneció entre las sombras del bosque junto a sus Espeon y Houndoom en busca de su Riolu perdida, llevándose consigo la luz y la esperanza que alguna vez habitó en ese lugar. El silencio que quedó tras su partida era opresivo, como si todo el mundo se hubiera detenido para absorber el horror de lo que acababa de suceder.

Rodolfo se quedó allí, arrodillado en el suelo, con las manos temblorosas y los ojos nublados por las lágrimas. El dolor en su pecho era insoportable, una mezcla de desesperación, impotencia y rabia que lo consumía por dentro. Las lágrimas comenzaron a caer, primero lentamente, luego en un torrente incontrolable. Todo lo que había intentado construir, todo el esfuerzo que había hecho por demostrar su valía, se desmoronaba frente a él en una marea de tristeza y derrota.

Sus primos Pokémon, se acercaron a él con cautela. El miedo y la tristeza se reflejaban en sus propios ojos, pero también había una chispa de determinación. Sabían que Rodolfo estaba sufriendo, y aunque no podían devolverle a su madre, podían estar a su lado, brindándole el apoyo que tanto necesitaba.

Ivysaur frotó suavemente su cabeza contra el brazo de Rodolfo, emitiendo un suave susurro de consuelo, mientras Grotle se colocó a su lado, ofreciendo su presencia cálida y protectora. Sin embargo, Rodolfo estaba tan perdido en su dolor que apenas los notaba.

—Rodolfo… —Murmuró Ivysaur con una voz temblorosa, tratando de romper la barrera de desesperación que lo envolvía—. No estás solo…

Grotle asintió, emitiendo un gruñido bajo y tranquilizador, como si intentara transmitirle su fuerza.

Pero las palabras parecían vacías en ese momento. Rodolfo seguía llorando, sus sollozos desgarradores resonando en el aire frío. Sentía como si el mundo hubiera perdido todo su color, como si cada esperanza y sueño hubiera sido arrancado de raíz.

Sus primos no se rindieron. Con paciencia, se quedaron a su lado, dándole el tiempo que necesitaba para procesar lo que había pasado. Ivysaur, sin dejar de frotar su cabeza contra Rodolfo, comenzó a usar su látigo cepa para secar suavemente las lágrimas que caían por su rostro, mientras Grotle mantenía su cuerpo cerca, proporcionando una sensación de estabilidad en medio del caos.

Poco a poco, la presencia constante de los Pokémon comenzó a romper el muro de desesperación que envolvía a Rodolfo. Sus sollozos se fueron calmando, y aunque el dolor seguía ahí, empezó a ser consciente de que no estaba completamente solo. Con las manos temblorosas, acarició la cabeza de Ivysaur y Grotle, sintiendo el calor que emanaban.

—Lo siento… —Murmuró Rodolfo, la voz rota—. No pude hacer nada… no pude… protegerla…

Ivysaur sacudió la cabeza, como si le dijera que no era su culpa, mientras Grotle emitía un sonido bajo y reconfortante.

—Te ayudaremos, Rodolfo —Dijo Ivysaur con suavidad—. Encontraremos una manera de recuperarla. No estás solo en esto.

Las palabras, aunque todavía parecían lejanas, comenzaron a calar en Rodolfo. Aunque el dolor seguía siendo intenso, el saber que no estaba completamente solo le dio una pequeña chispa de esperanza. Sus primos, los Pokémon que lo habían apoyado, estaban allí con él, dispuestos a enfrentar lo que fuera necesario para reparar el daño que Axel había causado.

Rodolfo respiró profundo, intentando recuperar algo de compostura. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero en ese momento, decidió que no permitiría que la desesperación lo consumiera por completo. Por ahora, se apoyaría en sus primos, sabiendo que, con ellos a su lado, quizás, solo quizás, podría encontrar la fuerza para seguir adelante.

Rodolfo se dejó caer al suelo, incapaz de contener las lágrimas que brotaban de sus ojos. Su cuerpo temblaba con cada sollozo, como si cada parte de él estuviera rompiéndose por dentro. Se sentía impotente, derrotado, como si todo el peso del mundo estuviera aplastándolo sin piedad.

Los tipo se acercaron a él, sus miradas llenas de preocupación. Grotle, con su naturaleza firme y práctica, fue el primero en hablar.

—Rodolfo, tienes que levantarte —Dijo con una voz grave y seria—. No podemos quedarnos aquí. Sabes que tenemos que seguir adelante.

Pero las palabras de Grotle no lograban atravesar el dolor de Rodolfo. Las lágrimas seguían cayendo, y cada intento de controlar sus sollozos parecía inútil. El mundo había perdido todo sentido para él en ese momento, y la realidad de lo que había ocurrido lo aplastaba.

Ivysaur, más empático y sensible, se acercó más a Rodolfo, tratando de consolarlo.

—Está bien llorar, Rodolfo —Susurró Ivysaur, intentando ser lo más reconfortante posible—. Es normal sentirse así después de lo que pasó. Pero… pero no estás solo. Estamos aquí contigo. Vamos a superar esto juntos.

Rodolfo levantó la vista, sus ojos enrojecidos y llenos de lágrimas, mirando a Ivysaur con una mezcla de desesperación y tristeza.

—¿Cómo… cómo voy a seguir adelante? —Murmuró, su voz temblando—. No pude protegerla… no pude hacer nada… y ahora… ¿cómo puedo vivir con esto?

Ivysaur sintió su propio corazón romperse un poco al escuchar esas palabras. Quería desesperadamente consolar a Rodolfo, aliviar, aunque fuera un poco de ese dolor, pero no encontraba las palabras adecuadas. Se limitó a frotar su cabeza contra el brazo de Rodolfo, un gesto de consuelo que esperaba fuera suficiente para transmitirle que, a pesar de todo, no estaba solo.

—Lo sé, Rodolfo… lo sé —Susurró Ivysaur, aunque sabía que sus palabras no serían suficientes.

Grotle, aunque más pragmático, también estaba luchando con sus propios sentimientos. Sabía que debía mantenerse fuerte por el bien de todos, pero ver a su primo en ese estado era más doloroso de lo que podría haber imaginado.

—La vida no siempre es justa, Rodolfo —Dijo Grotle, su voz manteniéndose firme, aunque con un tono más suave—. Sé que es difícil ahora, y no te voy a mentir diciendo que todo estará bien pronto. Pero no podemos rendirnos. Tienes que ser fuerte, por ti, por ella… y por nosotros.

Rodolfo negó con la cabeza, todavía luchando contra las lágrimas.

—No soy fuerte… no lo soy… —Susurró, su voz llena de autodesprecio—. Siempre he sido un fracaso… no sé si puedo hacer esto…

Grotle se acercó más, su mirada llena de determinación.

—No es cuestión de ser fuerte o débil, Rodolfo. Es cuestión de seguir adelante, a pesar de todo. Sé que te sientes roto ahora, pero no estás solo. Estamos contigo, y te ayudaremos a encontrar el camino. No importa cuánto tiempo tome.

Ivysaur asintió, reafirmando las palabras de Grotle.

—Te ayudaremos, Rodolfo. No tienes que enfrentarlo solo. Vamos a encontrar una manera de arreglar esto. De alguna manera, vamos a recuperarla.

Rodolfo respiró profundamente, tratando de encontrar un poco de calma en medio de la tormenta de emociones que lo asolaba. Las palabras de sus primos, aunque no podían curar su dolor, comenzaban a formar una pequeña chispa de esperanza dentro de él. Sabía que el camino por delante sería largo y difícil, pero en ese momento, decidió que no podía permitirse rendirse.

—Gracias… —Murmuró, apenas audiblemente—. Gracias por estar aquí…

Ivysaur y Grotle se quedaron a su lado, ofreciéndole su apoyo incondicional. Sabían que las heridas de Rodolfo no sanarían de inmediato, pero estaban dispuestos a caminar con él cada paso del camino, sin importar lo difícil que fuera.

Rodolfo, aunque todavía envuelto en tristeza, sintió una pequeña fuerza en su interior, una que había estado casi extinguida, pero que ahora comenzaba a resurgir, alimentada por el amor y la lealtad de sus primos.

Rodolfo, Ivysaur y Grotle se sentaron bajo la sombra de un gran árbol, con el sol apenas asomándose entre las hojas, iluminando el claro donde se encontraban. El ambiente estaba tranquilo, pero el corazón de Rodolfo todavía latía con la pesada carga de lo que había ocurrido. A pesar de todo, sabía que no podía quedarse en ese estado para siempre. Sus primos lo miraban con atención, esperando a que dijera algo.

Rodolfo tomó una profunda respiración y, con la voz todavía algo temblorosa, empezó a hablar:

—No puedo cambiar lo que pasó… pero no puedo seguir así, sin hacer nada. Tenemos que hacer algo, encontrar la manera de traerla de vuelta, o al menos… no sé, hacer algo significativo. No quiero sentirme impotente otra vez.

Ivysaur asintió con firmeza, sus ojos mostrando determinación.

—Estoy contigo, Rodolfo. No podemos dejar que lo que Axel hizo se quede así. Tenemos que buscar una forma de enfrentarlo, de hacerle pagar por lo que hizo. Pero también debemos ser inteligentes al respecto. No podemos lanzarnos sin un plan.

Grotle, siempre más pragmático, intervino.

—Exactamente. Si queremos recuperar a tu madre y evitar que esto le pase a alguien más, necesitamos prepararnos. Axel no es alguien fácil de enfrentar, especialmente con ese Espeon y Houndoom a su lado. Pero si trabajamos juntos, podemos hacerle frente. Conozco algunos lugares donde podríamos entrenar y fortalecernos. Va a ser difícil, pero es nuestra mejor opción.

Rodolfo los miró, su corazón comenzando a llenarse de una nueva determinación. La idea de embarcarse en una aventura, de luchar por algo más grande que él mismo, le daba un propósito, algo que no había sentido en mucho tiempo.

—Tienen razón —Dijo Rodolfo, más seguro esta vez—. No podemos simplemente quedarnos aquí lamentándonos. Tenemos que salir y hacernos más fuertes. Y no solo físicamente, también mentalmente. Tenemos que estar preparados para cualquier cosa que venga.

Ivysaur sonrió, acercándose más a Rodolfo y dándole un leve empujón con su liana.

—Esa es la actitud que necesitamos, Rodolfo. Juntos, podemos lograrlo. No sé exactamente cómo lo haremos, pero sé que, si permanecemos unidos, encontraremos una manera. Siempre hay una manera.

Grotle asintió con la cabeza, mirando a su primo con un nuevo respeto.

—Entonces, es un trato. Nos entrenaremos, nos prepararemos, y cuando llegue el momento, estaremos listos para enfrentarnos a Axel. Pero tenemos que estar enfocados. No será fácil, y habrá momentos en los que querremos rendirnos. Pero no podemos permitirnos eso. No si queremos salvar a tu madre.

Rodolfo sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de Grotle, pero esta vez no era de tristeza, sino de una mezcla de emoción y miedo. Sabía que el camino que estaban a punto de emprender sería largo y lleno de desafíos, pero también sabía que no estaba solo. Sus primos estaban a su lado, listos para enfrentar cualquier cosa que se interpusiera en su camino.

—Gracias, chicos —Dijo Rodolfo, su voz cargada de emoción—. No sé qué haría sin ustedes.

Ivysaur y Grotle intercambiaron una mirada cómplice y luego se volvieron hacia Rodolfo.

—Somos familia, Rodolfo —Respondió Ivysaur, su tono suave pero lleno de convicción—. Y la familia siempre se apoya, no importa lo que pase. Vamos a salir de esta, juntos.

—Exacto —Agregó Grotle, con un tono más decidido—. Ahora, ¿por qué no comenzamos de inmediato? Podemos planear nuestra primera parada y empezar a entrenar. Cuanto antes empecemos, mejor preparados estaremos.

Rodolfo asintió, sintiendo una chispa de esperanza que comenzaba a crecer dentro de él. Se puso de pie, sacudiéndose el polvo de la ropa, y miró a sus primos con determinación.

—Vamos a hacerlo. Juntos, vamos a encontrar una manera de vencer a Axel y recuperar a mi madre. No importa cuánto tiempo nos tome, no voy a rendirme.

Con esas palabras, los tres se prepararon para partir, listos para embarcarse en una nueva aventura. Aunque el camino por delante era incierto, lo recorrerían con valentía, sabiendo que, mientras se mantuvieran unidos, no había nada que no pudieran lograr.

Rodolfo, Ivysaur y Grotle caminaban tranquilamente por el bosque, disfrutando del aire fresco y del sonido de las hojas bajo sus pies. La luz del sol se filtraba a través de las ramas, creando un juego de sombras y luces que hacía el camino aún más agradable. Mientras avanzaban, Rodolfo no podía dejar de pensar en lo que había sucedido el día anterior.

—Oye, chicos, ¿se acuerdan de ese Riolu que vimos ayer? —dijo Rodolfo, rompiendo el silencio. Sus pensamientos volvieron al momento en que habían presenciado algo inesperado.

Ivysaur levantó la cabeza, recordando también el incidente.

—Claro que sí. Fue impresionante cómo salió de la nada y corrió hacia el río sin pensarlo dos veces. Estaba completamente decidido a salvar a ese otro Riolu que se estaba llevando la corriente.

Grotle, siempre más serio, asintió mientras caminaba al lado de Rodolfo.

—Fue algo admirable. La corriente era fuerte, y ese río terminaba en una cascada. Ese Riolu no dudó ni un segundo. No muchos habrían tenido el valor de hacer lo que él hizo.

Rodolfo recordó la velocidad y la determinación en los ojos del Riolu. Había algo en su expresión que lo había impresionado profundamente.

—Sí, parecía que nada más importaba en ese momento para él, solo rescatar a su compañero. Me hizo pensar en lo que haríamos nosotros si uno de nosotros estuviera en peligro. Quiero decir, sé que haríamos cualquier cosa por ayudarnos, pero verlo así… fue diferente.

Ivysaur, quien siempre tenía un toque más reflexivo, agregó:

—El vínculo entre ellos debe ser muy fuerte. Ese tipo de coraje y lealtad no se ve todos los días. Me pregunto qué historia hay detrás de esos dos. ¿Por qué estaban tan cerca del río en primer lugar? Y ¿cómo es que acabaron en una situación tan peligrosa?

Grotle se detuvo un momento, mirando al cielo antes de responder:

—Puede ser cualquier cosa. Tal vez eran hermanos, o simplemente compañeros que se encontraron en el camino. Pero una cosa es segura: ese Riolu hizo todo lo posible por proteger a alguien que le importaba. Eso es algo que nosotros también deberíamos tener siempre en mente. No importa lo que pase, debemos estar ahí el uno para el otro, como ellos.

Rodolfo sonrió levemente, sintiendo una conexión con lo que Grotle decía.

—Tienes razón. Verlo fue un recordatorio de lo que en verdad importa. Si alguna vez nos encontramos en una situación así, quiero que sepan que haría lo mismo por ustedes.

Ivysaur le dio un amistoso golpe en el brazo con una de sus lianas.

—Lo sabemos, Rodolfo. Y nosotros haríamos lo mismo por ti. Lo que vimos ayer fue un ejemplo de lo que significa ser parte de algo más grande, algo que va más allá de uno mismo.

Grotle asintió, y luego añadió con una sonrisa:

—Además, me parece que ese Riolu podría enseñarnos un par de cosas sobre cómo moverse rápido. Quizás deberíamos buscarlo y ver si quiere unirse a nosotros en alguna aventura.

Rodolfo se rió, imaginando lo que sería tener a ese Riolu tan veloz en su equipo.

—Sería genial. Aunque creo que primero deberíamos entrenar un poco más para seguirle el ritmo. No quiero quedarme atrás mientras él corre hacia su próximo rescate.

Los tres rieron juntos, continuando su camino por el bosque. Aunque el incidente del día anterior había sido breve, dejó una impresión duradera en ellos. Los inspiró a fortalecer aún más sus lazos y a estar siempre listos para apoyarse mutuamente, sin importar los desafíos que pudieran enfrentar.

Esta historia continuará…


Nota inicial: Aquí iniciamos con una nueva temporada, a ver que ocurre.

Nota final: Espero que les haya gustado y nos leemos otro día.