ADVERTENCIA: Esta historia se relaciona con los hechos ocurridos en mi otro Fanfic: Still Loving You
Contiene spoilers de esa historia


...~...


Aunque Arnold celebró las fiestas de Navidad y Año nuevo con una amable sonrisa, compartiendo con sus padres y otros voluntarios, recibiendo las atenciones de los vecinos del pequeño pueblo en el que habían estado los últimos tres meses, en cuanto se quedaba a solas, el adolescente perdía su alegría, angustiado por una incomodidad que no se lograba explicar.

Nadie lo obligaba a estar ahí, era cierto, pero... abandonar a sus padres parecía imposible. La sola idea de regresar sin ellos era suficiente para atormentarlo con pesadillas de las que despertaba sudando frío y sin poder respirar.

Estaba seguro de que la única razón por la que no se unían a expediciones más arriesgadas al interior de la indómita jungla era su presencia. Los riesgos eran demasiados: animales salvajes, el clima cambiante y aunque La Sombra ya no existía, su final no impidió que otros hombres igual de inescrupulosos siguieran sus pasos.

Obligarlos a regresar con él tampoco era opción. Quizá antes él no los conocía lo suficiente para notarlo, pero ahora que llevaban un tiempo en ese lugar, era capaz de ver la diferencia. Una vez que pasó la energía del reencuentro, el resto del año que sus padres vivieron en Hillwood, parecían un poco... ¿apagados?, como si la sistemática rutina de la ciudad no tuviera nada que ofrecerles. En cambio, desde que estaban en San Lorenzo, incluso tras largas jornadas de arduo trabajo, Arnold podía percibir la vibrante alegría en sus miradas, la felicidad de alguien que sabe que ha encontrado su propósito. ¿Cómo podía ser tan egoísta de arrebatarles eso... solo porque extrañaba su hogar?

«Y a Helga...»


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Un par de semanas después de las fiestas, la visita de Eduardo significaba para Arnold el primer lote de cartas de ese año. En cuando pudo ir a su habitación, miró cada uno de los sobres: Postales de Navidad de sus abuelos, Phoebe, Nadine, Sid, Stinky, Eugene y Rhonda. También un par de cartas de Lila y Gerald...

No había nada con el nombre de Helga.

¿Por qué?

Volvió a mirar los sobres, tal vez se le pasó algo. Nada. Luego miró alrededor, pensando que pudo dejarlo caer. Tampoco, pero esa idea lo llevó de regreso a la sala, donde sus padres hablaban con Eduardo. No quería interrumpir, pero ¿tal vez quedó en su bolso? Dudó un momento, hasta que notó que el hombre había sacado todo y les enseñaba a sus padres un mapa extendido. Ninguno de los papeles sobre la mesa parecía ni por accidente un sobre.

Sin querer interrumpir, regresó a su habitación. Se dejó caer sobre la silla, soltando un largo suspiro y leyó cada uno de los mensajes con una sonrisa nostálgica.

Sin darle más vueltas decidió escribirle a Helga, preguntándole por su salud, las fiestas, sobre el frío, la escuela, lo que fuera... y también...


»...

¿Estás recibiendo mis cartas? ¿Se habrán perdido en el correo? Me preocupa que no hayas respondido.

... «


Aunque esa idea no se le iba de la cabeza, Gerald y su abuelo contestaban algunas cosas que él recordaba haber mencionado en las últimas cartas que envió.

Escribió una carta para su mejor amigo, intentando preguntar de forma sutil cómo había visto a Helga las últimas semanas, ¿quizá le había pasado algo? Aunque sus abuelos le habrían dicho ¿no?

También le escribió a Lila, felicitándola por su tercer lugar en un concurso del pueblo, donde solía pasar las fiestas. Envió mensajes para sus amigos, agradeciendo las postales y finalmente escribió una carta para sus abuelos, detallando los pormenores de las fiestas en el lugar, las comidas, las canciones y otras diferencias que le parecían interesantes.

Le entregó las cartas a Eduardo la mañana siguiente, justo antes que él se marchara de regreso a la ciudad, con su familia.

No tenía otra forma de comunicarse con sus viejos amigos, más que esperar su siguiente visita.


...~...


Poco antes de San Valentín se mudaron a otra aldea, un poco más pequeña, llena de modestos caminos rurales apenas lo suficientemente anchos para que una mula arrastre una carreta.

La presencia de extranjeros llamaba la atención lo suficiente para que la gente se aglomerara alrededor de ellos. Siempre pasaba los primeros días, pero Arnold sabía que en poco tiempo se acostumbrarían a verlos. A pesar que a veces olvidaba las palabras o confundía los tiempos verbales, el chico ya conocía el idioma y no le era difícil comunicarse con la gente y podía ver la sonrisa orgullosa de sus padres cada vez que lo veían charlando entre risas nerviosas, rodeado de miradas sorprendidas.

En cuanto se instalaran, sus padres ayudarían con algunos problemas médicos y necesitarían algo de tiempo para estudiar lo que pasaba, buscar una solución y enseñarles a los locales las formas de prevenir y curar.

Esa era su vida.

Y aunque nadie esperaba que él trabajar a la par de los adultos, Arnold jamás fue de los que se queda de brazos cruzados. Así que acompañaba a sus padres, tomaba notas y traducía algunas cosas.

Era común que jóvenes de su edad o apenas mayores se ocuparan de distintas labores: cultivar la tierra, cosechar hierbas o frutos, cuidar de los niños más pequeños, vigilar los pocos animales domesticados, cazar o pescar, construir o reparar casas, elaborar telas o alimentos, fabricar herramientas o elementos de uso cotidiano...

Esas aldeas subsistían por la colaboración de todos y el paso de la infancia a la adultez era mucho más breve y pesado que en otros lugares.

En esta ocasión Eduardo llegó una semana después de la mudanza y aunque el chico apenas pudo probar bocado, esperó a que su familia terminara la cena para ir a su habitación.

Comprobó que nuevamente no había ningún sobre con la letra ni el nombre de Helga.

Dio un largo respiro y procedió a leer las cartas, primero la de sus abuelos, luego las pocas de sus amigos...

Fue gracias a Gerald que supo algo de Helga. Según Phoebe pasó las fiestas en cama, enferma. Y él había notado que de vez en cuando no iba a la escuela desde hacía algunos meses, así que era probable que no se sintiera muy bien.

Tal vez eso y las clases estaban ocupando su tiempo y Helga simplemente tenía que priorizar. ¿No?

Se aferró a esa idea, pero de todos modos le escribió, preguntando por la escuela, si hubo alguna tonta declaración exagerada en San Valentín... y también...


»...supe que estuviste enferma. Espero ya te sientas mejor. Estoy muy preocupado por ti, por favor, Helga, escríbeme en cuanto puedas, seguiré esperando... «


Antes de la mudanza, se suponía que volvería a Hillwood a tiempo para el cumpleaños de su amiga, así que Arnold le había conseguido un regalo que quería darle en persona, pero ahora sabía que estarían quizá tres o cuatro meses ahí, así que lo envolvió con cuidado y escribió una nota para su amigo con instrucciones para que se lo entregue a Helga en su cumpleaños, A SOLAS, porque... sabía que ella podía sentirse incómoda si alguien fuera de sus amigos se enteraba de que le seguía enviando regalos.

Los años anteriores había enviado el regalo a la casa, pero por alguna razón este era especial y confiaba en Gerald para que le hiciera ese favor.

Luego juntó las cartas que ya había escrito para sus amigos y ordenó todo para entregarle a Eduardo una caja con todo lo que necesitaba que llevara al correo y su padre le entregó el dinero para los gastos de envío.


...~...


Fue a mediados de abril que al fin recibió una carta de Helga. En cuanto tomó el sobre notó algo extraño. Ella siempre le escribía varias planas, por lo que los sobres solían estar un poco abultados, pero ahora parecía contener apenas un papel. Liviano, sencillo. ¿Sería acaso una broma del día de los inocentes? ¿O era...?

Rasgó el costado atemorizado, deslizó el papel, lo desdobló con cuidado y leyó cada línea, mientras una punzada volvía doloroso cada latido. Perdió el aire y por un instante la vista se le nubló.

«Helga no puede estar hablando en serio»

Volvió a leer la carta.

«Debería entender...»

Otra vez.

«No es mi culpa, yo no tomé esta decisión»

Cerró los ojos fuerza, mientras la tensión en sus dedos y el temblor en sus manos marcaron arrugas en el papel, que se rasgó un poco antes que lograra controlarse.

Dejó la hoja a un lado.

«No puede seguir enfadada para siempre»

Pero sabía en el fondo que sólo intentaba convencerse de una mentira.

Helga era la persona más testaruda y orgullosa que conocía. Era completa y absolutamente capaz de aferrarse a cualquier idea de la que estuviera convencida... después de todo, pasó años amándolo en silencio, obstinada, empedernida, obsesionada...

¿Por qué tenía que importarle una chica como ella?

Habían roto hacía casi tres años...

¿Entonces por qué no podía olvidar ese último beso?

Perdió la cuenta de las veces que en sus sueños revivía esa despedida, la voz de ella quebrándose, mientras le daba la espalda intentando esconder sus lágrimas y despertar angustiado, sintiendo la culpa.

¿Por qué su corazón seguía latiendo con fuerza cada vez que recibía una carta de ella? ¿Por qué su silencio había sido tan doloroso? ¿Por qué seguía soñando con el color de sus ojos? ¿Por qué seguía buscando el aroma de su champú en la ya gastada cinta que siempre tenía en su bolsillo?

Helga no era amable, ni dulce, ni tierna, ni amistosa... incluso sus viejos amigos dirían que estaba lejos de ser una chica atractiva... aunque él no estaba de acuerdo.

Ella escondía que era graciosa y lista, a veces brillante, incluso si le permitía acercarse a su ritmo podía ser afectuosa, tierna y atenta. Sabía que, de alguna forma extraña y retorcida, se las arregló por años para darle una mano, ayudándolo a veces en tonterías, pero en especial en situaciones realmente importantes. Rayos. Tenía que admitir que sin ella ni siquiera estaría allí, que quizá jamás hubiera recuperado a sus padres. Helga era, después de sus abuelos, la persona más presente durante su infancia y ahora que sabía por qué había hecho todo eso, odiaba no haberlo apreciado. Tal vez las cosas fueran distintas si la hubiera notado más, si hubiera puesto atención, si hubiera tenido el valor de aceptar sus sentimientos la primera vez que se declaró, pero Helga...

Helga era complicada, pero él poco a poco se enamoró de ella... y a la vez...

Tenía fresca la imagen de Helga riendo de las bromas de Stinky, entusiasmada al punto en que se ahogaba y terminaba golpeándolo en la espalda, lo que hacía reír nervioso al alto muchacho. Arnold podía notar que todavía quedaba un resquicio de aquel amor que su amigo confesó sentir en cuarto grado.

Helga ganando una competencia improvisada por una mesa especialmente bien ubicada en el patio de la escuela y recibiendo la atención de algunos chicos de octavo grado, uno de ellos ni siquiera dudó en insinuarse, aunque ella rechazó con desprecio.

Helga quedándose a estudiar con Harold después de clases, intentando hacerle entender una tarea en que un maestro los asignó juntos y que debían presentar frente a los demás.

Helga ayudando a Brainy a cargar algunas cosas para la clase de deportes, regañándolo por algo que Arnold no logró escuchar, mientras el chico asentía entusiasmado una especie de disculpa.

Helga respondiendo sin miedo las burlas de Wolfgang sin perder el ritmo, al punto de confundirlo hasta hacerlo sonrojar, quizá de ira, probablemente de ira, tenía que ser ira.

Arnold recordaba cada uno de esos instantes reviviendo la incómoda presión en la boca de su estómago que lo obligaba a apretar los puños, su sangre quemando en su cuerpo, la sensación amarga en su garganta y el caos que pasaba por su cabeza y que lo llevó a tener varios desencuentros y discusiones con su novia, a las que al principio ella no reaccionaba, confundida, pero que luego comenzó a contestar de forma agresiva, hasta el punto en que seguir con ella se hizo insoportable.

Y sabía que tenía que disculparse por eso. Pero hacerlo a través de cartas le parecía un gesto vacío. Tenía que decirlo mirándola a los ojos... admitiendo todas sus culpas.

Nunca tuvo razones para dudar de Helga.

El amor que ella le profesaba era insano, psicótico, casi una especie de idolatría, pero también lleno de afecto sincero...

Desde sus miradas, hasta sus versos; las sonrisas nerviosas, las palabras de ánimo entre bromas, incluso los apodos. Y con el noviazgo sumó la forma en que sostenía su mano, la calidez de los abrazos y la suave impresión de cada beso que ella le dio en las mejillas, en su frente y en especial en sus labios.

Arnold no podía olvidar nada de eso. Y por eso esa carta dolía más.


»… sé que fui una tonta, jamás me pediste que te amara, tampoco que te esperara, nada de eso es tu culpa. ...«


Le dijo que siguiera viviendo ahí, que no se marchara ¿y no era eso lo mismo?

Incluso si no lo dijeron esa tarde y ni ninguno de los dos lo mencionó en las cartas que se enviaron, Arnold sabía que ella todavía lo amaba cuando él se fue, pero no esperaba que Helga se sintiera así tras esos años, no era como si le hubiera prometido algo.

« ... mentira...»

Entregarle su gorra, aceptar su listón y besarla antes de irse... ¿no eran esas promesas?

En las fotografías que recibió, tanto de ella como de sus amigos, podía notar los cambios en su ex novia, el largo de su cabello y lo linda que se veía con otros peinados, el vestuario... y su cuerpo. No podía imaginar que nadie en la escuela se interesara en ella, pero tampoco se atrevía a preguntar si acaso había comenzado a salir con alguien o siquiera si alguien se le había declarado en ese tiempo. ¿Tenía derecho a saberlo o tan solo a pensarlo siquiera?

Era horrible estar lejos y no poder hacer absolutamente nada.

Volvió a mirar la última carta que recibió. No dijo nada sobre el regalo que le envió a Gerald para que se lo entregara, aunque sabía que su amigo había cumplido. Tampoco nada sobre la casa, o sus amigos, o la escuela.

Y ya había memorizado con dolor las últimas líneas:


»... La inquietud que domina mi alma ante la incertidumbre de tu regreso enturbia mi razón. He dejado de escribirte, intento dejar de pensar en ti. Ya no me importan tus respuestas, ni nada que tengas que decir.

Adiós, Arnold.«


«Adiós»

«Adiós»

«Adiós»

«Adiós»

Helga era inteligente, tarde o temprano entendería que se estaba precipitando. Se negó a aceptar que todo había acabado, así que le escribió una carta, recordándole que, como ella bien sabía, la decisión de regresar era de sus padres y no de él.


»...

No podría dejar de escribirte, como no he dejado de pensar en ti estos años. Por favor, dime que fue lo que hice para hacerte enfadar tanto. No soporto la idea de que me odies.

...«


Tenía la esperanza de que sus palabras la hicieran entrar en razón, apelando a los sentimientos que sabía que compartían. Tenía que ser positivo, quería serlo, en serio, pero era la primera vez en su vida que realmente se enfrentaba a la posibilidad de perder a Helga... y...

«¿Perderla?«»

Ellos... ellos no eran nada... apenas amigos por correspondencia.

No, ni siquiera eso. No eran nada después de esa carta en que ella decidía acabar con ese único enlace entre ellos.

Frustrado, apoyó la frente en el escritorio y dejó caer sus brazos a sus costados.

El dolor era insoportable y un llanto que no lograba salir se acumulaba.


...~...


No tuvo respuesta en un par de meses. Volvió a intentar, contándole sobre las cosas que estaban haciendo por la gente en ese lugar, con la esperanza de que recordarle una de las cosas que ella admitió admirar y amar en él, fuera suficiente para al menos volver a saber de ella. Pero estaba seguro de algo:


»... Sé que sigues molesta conmigo, solo escribo con la esperanza de que me des una oportunidad de explicarte las cosas. Quisiera tanto volver a verte. Extraño tu voz, tus bromas, incluso tu rostro enfadado y tu actitud altanera...«


También le escribió a Gerald para pedirle ayuda o consejo. La respuesta de él llegó casi a finales de agosto:


»...

Viejo, sobre Helga, no tengo mucho que decir. Sabes cómo es y es normal que esté enfadada. Rompiste tu palabra, amigo, y eso no será fácil de compensar, así que tal vez sea mejor no decirle nada más hasta que regreses.

Mi chica y yo cuidaremos de ella lo mejor posible. Aunque no creo que lo necesite, la vigilaré como lo hago con Tim.

Pasando a otro asunto...«


Arnold terminó de leer la carta de su mejor amigo mientras la presión en su estómago se hacía más y más fuerte. Tenía razón, Helga ya no creía en su palabra... le había fallado. Tenía que demostrar que en serio la extrañaba, que en verdad quería verla...


«¡Eso es!»

No podía volver sin sus padres con recursos de la organización en la que ellos trabajaban, pero si podía ahorrar para regresar a Hillwood por su cuenta si conseguía un trabajo. Ya en Hillwood podía pedirle a su abuelo que le prestara dinero para regresar con sus padres a San Lorenzo. Estaba seguro de que al verse en persona se solucionaría todo.

Tal vez podía estar allá una semana. Ese tenía que ser tiempo suficiente... ¿quizá un mes? No, eso sería demasiado. Tal vez a Helga no le importaría faltar una semana a la escuela para pasar el tiempo con él. O tal vez en la escuela no les importaría que él fuera una semana, como cuando Arnie se quedaba en La Casa de Huéspedes... oh rayos... ¿Helga había tenido que lidiar con Arnie? ¿Y cómo había resultado eso?

Otra vez esa sensación amarga e incómoda.

La idea de Arnie y Helga bajo el mismo techo le revolvía el estómago, aunque no podía decidir la razón. Imaginaba a él siguiéndola a todos lados y a Helga a punto de romperle la nariz.

Sacudió su cabeza, tenía que concentrarse. ¿Qué clase de trabajo podía conseguir un adolescente como él? Lo que fuera serviría, ocuparse en algo era la única opción que tenía para no volverse loco.

Habló con distintas personas en la aldea y consiguió volverse aprendiz de un carpintero, que trabaja con un maestro, ambos hacían distintos tipos de reparaciones y construcciones. Luego de unos meses y con la aprobación de sus padres, el chico comenzó a acompañarlos a los pueblos cercanos. Cargaba materiales y herramientas, yendo de un lado a otro, sosteniendo vigas, armando desde muebles hasta estructuras.

Ser metódico y tener buena disposición le jugaron a favor, así que pronto le estaban dejando hacer trabajos menores por su cuenta, permitiéndole quedarse casi todo el pago.


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Así se cumplió un año desde la fecha que Helga anotó en el borde de la hoja. Estaba seguro de que pronto podría regresar.

Lo que el chico no esperaba era que los Ojos Verdes contactaran a su familia, llevándolos a su aldea. La hija de los reyes del lugar, la misma muchacha que lideraba a los entonces niños, no se encontraba bien. Gracias a que su madre conocía bien la enfermedad que la aquejaba, sabía cómo tratarla.

Se quedaron un par de semanas por precaución. Stella predijo que algunas otras personas podían sufrir los mismos síntomas y preparó medicina para tratar la enfermedad. En efecto, mientras la chica todavía se recuperaba, unas quince personas más manifestaron cuadros similares, pero gracias a que contaban con el tratamiento, no llegaron a ser tan graves.

Arnold ayudaba con los cuidados. Su madre le explicó que por fortuna ellos eran inmunes, así que no corrían peligro alguno.

También fue gracias a las otras personas que enfermaron que pudieron investigar qué era lo que pasaba, pero eso significó trabajo extra para Miles.

Arnold seguía sorprendido de la reverencia con la que los Ojos Verdes lo trataban. Algunas personas que cuidó, en sus delirios, repetían la palabra que en su lengua significaba "salvador". Y era incómodo sentirse así. En especial porque tenía claro que no lo hubiera hecho solo.

A veces intentaba caminar a solas por el lugar, pero de alguna forma siempre se le acercaba alguien.

Cuando la niña que alguna vez reinó se sintió mejor, lo acompañaba a las caminatas y a medias lograban comunicarse. Ella estaba agradecida por su regreso y porque ahora era a ella a quién había salvado.

Arnold intentó explicarle de más de una forma que fue su madre quien la salvó, que además lo que tenía no era mortal, pero que sin la cura tardaría mucho en mejorar y que él realmente no hizo mucho. Pero ella insistía en que él era ahora " su salvador" y sujetaba sus manos con un entusiasmo que era dulce y que él no sabía cómo interpretar ni cómo responder sin ser grosero.

Eso acabó una tarde que visitaron el mecanismo que usaron para dispersar la cura para la enfermedad del sueño. Siguieron las escaleras hasta los muros que contaba la historia de sus padres, ahí estaban las mismas pinturas. Arnold repasó en su recuerdo aquel viaje, la conversación que tuvo con Helga cuando ella intentó recuperar su relicario, la mirada de fingido enfado bajo esa ceja y ese beso... un beso que inició algo que él terminaría por las razones equivocadas.

Bajó la mirada con tristeza y la chica junto a él volvió a tomar su mano, pero de una forma distinta. Mencionó una palabra. Arnold no comprendió. Ella repitió la palabra. Arnold negó.

Ella hizo un gesto de reflexión unos segundos. Apuntó a su pecho, donde estaba su corazón y luego hizo un gesto de llorar.

Arnold asintió.

Regresaron hasta donde el chico se quedaba con sus padres y aunque la muchacha siguió acompañándolo en sus caminatas, ya no volvió a tomar su mano.

Y desde esa ocasión en cada una de las noches que estuvieron en ese lugar, él soñó con Helga. Y aunque le contó al respecto en una de las cartas, ya no esperaba respuesta alguna.

Por primera vez se quedaba sin esperanza. Odiaba sentirse así.


...~...


Salieron de la ciudad secreta a medio verano. Los padres de Arnold decidieron volver a la ciudad principal por unas semanas, pues necesitaban revisar algunos temas administrativos con la organización.

Una vez que estuvieron allí, Arnold aprovechó una tarde que se quedó a solas para visitar el aeropuerto. Al intentar comprar un boleto comprendió lo absurdo de su plan. Con frustración tuvo que aceptar que todo el dinero que reunió trabajando no era suficiente. Un pasaje de regreso estaba completamente fuera de sus posibilidades, de hecho, también estaba más allá de los recursos de sus padres. ¿Entonces dependían completamente de la organización?

Explicarle a Helga eso en una carta sonaba como una excusa.

¿Por qué no lo pensó antes? ¿Entonces... sus padres querían volver y no podían? ¿Debían cumplir algún tipo de contrato?

Sacudió su cabeza. Ridículo.

Solo quedaba más que esperar.

Regresó al lugar donde se alojaban y, demasiado cansado para pensar en nada, fue a la habitación y se metió a la cama.


...~...


Viajaron a otro pueblito, era un poco más grande, pero no suficiente para considerarlo una ciudad. Había bastante trabajo que hacer. Por eso se unieron varios grupos de voluntarios para colaborar. Entre éstos llegó una familia: El padre, la madre y el hijo mayor, de 23 años, eran parte de la organización, pero iba también con ellos una chica quizá un año mayor que Arnold. Hablaban varios idiomas de otros países y de forma comprensible el dialecto local. La madre de la familia estudió un postgrado en la misma universidad que Stella y con esa conexión pronto las familias estaban compartiendo las cenas y charlando con entusiasmo de sus distintas vidas y aventuras.

La muchacha se llamaba Emma y, para desgracia de Arnold, tenía ojos azules y cabello rubio. Era amigable, aunque algo tímida. De algún modo era adorable. Ella comenzó a contarle cosas de su país y de su vida casi una semana después de conocerse, así que él pronto descubrió que ella no quería estar ahí y que su familia había ido porque su hermano quería ser parte de algo así. Estaba un poco molesta con todos, al tiempo que intentaba convencerse de que debía sacar lo mejor de esa oportunidad.

El pueblito tenía intercambio de algunos productos con los Ojos Verdes, quienes cada vez que se topaban a Arnold, lo trataban con la misma reverencia que en la ciudad, así que tarde o temprano tuvo que contarle a Emma sobre lo que pasó y eso de alguna forma hizo que la forma en que ella lo trataba adquiriera una reverencia que el chico frenó casi de inmediato. No creía merecerlo.

Quizá era porque no hablaba bien el idioma local o porque no había nadie más de su edad en el grupo de voluntarios, pero Arnold pronto notó que ella lo seguía a todos lados. A veces en silencio y de lejos, otras intentando hacer conversación. Le pedía con frecuencia que le ayudara a traducir algunas cosas a la lengua de los lugareños.

A él no le molestaba su presencia, más bien le causaba gracia. La forma en que miraba en otra dirección cuando la descubría observándolo, como se escondía tras un libro o como pegaba su espalda contra un muro cuando él pasaba cerca, como si eso fuera a evitar que la viera.

Y poco a poco él decidió incluirla en las cosas que hacía, de alguna forma, aunque fuera charlando para no aburrirse.

La risa de Emma era agradable. Su voz también lo era, en especial cuando la descubría tarareando canciones en su lengua materna y evitaba interrumpirla, pero cuando lo hacía, ella siempre se sonrojaba.

Era bueno tener una amiga con la cual hablar cuando terminaba la jornada de trabajo. También era agradable compartir con alguien los días que dedicaba al estudio, para mantenerse al día en caso que lograran regresar a Hillwood a tiempo para que ingresara a la escuela.

Y los días fueron avanzando.

Una tarde particularmente agradable, la chica dijo que estaba aburrida de leer y que podrían caminar. Arnold aceptó. Charlaban tonterías sin importancia entre risitas mientras se alejaban de la calle donde todos los voluntarios vivían. Pero de un minuto a otro el cielo se pobló de densas nubes y el aguacero los obligó a regresar corriendo. Divertidos por la situación, se tomaron un segundo para despedirse antes de entrar cada uno a la casa donde residía.

En la habitación, Arnold se quitó la ropa y buscó con qué secarse y abrigarse. No podía tener tan mala suerte como para enfermar por algo así ¿no?

Preparó una sopa para compartir con sus padres, que llegaron cuando él terminaba de cocinar. Luego de comer fue a la habitación, dispuesto a quedarse dormido.

Pero en el instante en que cerró los ojos notó un gran problema.

Frustrado, cubrió su rostro con sus manos, enfadado consigo mismo.

Emma se despidió con una sonrisa dulce y un gesto inocente, lo sabía, estaba seguro que no tuvo ninguna intención y que quizá ni siquiera se había percatado de cómo la ropa se pegaba a su cuerpo, delineando su figura...

¿Por qué demonios le tenía que pasar algo así? No podía decir que Emma le gustara, solo era agradable charlar con alguien que pudiera entenderlo ¿no?

Pero...

Su mirada había seguido las gotas de agua escurriendo por su rostro, bajando por su cuello, deslizándose sobre su piel para perderse en un escote que había perdido relevancia, pues la tela que antes había ocultado sus formas, se traslucía revelando los detalles... ¿Y ella... por qué... demonios Emma no usaba brasier?

Fue... fue casi... como verla desnuda.

Y le costaba sacar la idea de su cabeza.

Emma era guapa. Alta, bien proporcionada, definitivamente. Con manos finas y uñas lindas, cuello delgado, hombros redondos...

No debía pensar en su cuerpo, pero solo podía verla una y otra vez en su cabeza.

¿Cómo hablaría con ella al día siguiente sin pensar en esa imagen...?

Eso sería un problema que analizar luego, debía solucionar el problema que tenía ahora entre manos. ¿En qué momento había dejado de esconder su rostro para ocuparse de eso?

No estaba seguro, pero sabía que era la única forma de acabar rápido con la situación y poder dormir. Necesitaba dormir.

Pero mientras lo hacía, la imagen de Emma se desvaneció de su mente y apareció otra chica de ojos azules y cabello rubio...

Y la fantasía de que fuera ella quien hubiera estado con él bajo esa lluvia, que fuera su cuerpo el que vislumbrara entre telas, la idea de volver a besar sus labios, de sentirla cerca, sólo extendió el proceso.

No podía elegir reaccionar así, ni tampoco controlar del todo su imaginación, pero... no era como si alguien saliera lastimado por eso, así que ¿qué más daba?

La calidez aumentaba mientras en su mente alternaba entre Helga y Emma, fantaseando con palabras que no había escuchado, con gestos que solo podía imaginar, tomados de imágenes vistas a media y comprendidas con el tiempo. No era que estuviera ajeno al concepto, pero... esto era diferente. La urgente angustia de esta sensación nunca había quemado tanto... ni tantas veces.

Pero en cuanto pasó la intensa dicha de la satisfacción, solo le quedó la profunda sensación de que era un idiota

Y desde ese momento pasar tiempo con Emma se convirtió en una tortura. No podía seguir negando que le recordaba a Helga, aunque su actitud y forma de ser se asemejaba más a Lila, de lo que pronto se dio cuenta que no era en absoluto de ayuda.

No tenía idea de cómo mantenerla lejos, porque, vamos, ella apenas hablaba el idioma y las chicas y chicos de la aldea que tenían su edad no concebían perder el tiempo intentando entenderla cuando estaban ocupados. Pero con las semanas se le hizo más difícil ocultar una incomodidad que sabía que no podría explicar sin que fuera humillante. Emma pareció comprender que algo pasaba, porque comenzó a hablarle solo de vez en cuando.

Por lo mismo a Arnold le sorprendió que fuera a buscarlo un día. El chico estaba terminando de reparar una casa el otro lado del pueblo cuando reconoció la voz de la chica comunicándose torpemente con la anciana que vivía en ese lugar.

Al acercarse a ella, notó que cargaba una mochila que no siempre le veía.

–Hola, ¿qué haces aquí? – dijo.

–Te tengo una sorpresa – contestó ella

–Oh, es que estoy algo ocupado

–Esperaré a que termines tu trabajo ¿Puedes acompañarme después?

El chico asintió y regresó al interior de la casa para fijar un último panel al muro. Lo hizo sin prisa, con la misma dedicación que le había dado a cada golpe de martillo ese día.

Una vez que le enseñó a la anciana que todo estaba listo y que ella se mostró conforme, el chico sonrió, tomó las herramientas y le pidió a Emma que lo acompañara a la casa del carpintero local para regresarlas. Luego que se despidió del hombre, entregándole parte del pago que recibió por el trabajo, el chico aceptó seguir a Emma a donde ella quisiera ir, llevado por su curiosidad y un poco de culpa, en especial porque ella pareció realmente contenta y aliviada de que él aceptara su invitación.

Cerca del límite del pueblo había un monte al cual habían ido en otras ocasiones. La chica indicó un lugar donde podían sentarse y se instalaron ahí para charlar mirando el atardecer tiñendo los techos de anaranjado.

Emma movía sus pies y hacía intentos de decir algo y luego cambiaba el tema. Arnold conocía bien esa clase de gestos.

–¿Qué pasa, Emma? – preguntó, con preocupación – ¿Esto tiene que ver con que tu familia se irá pronto?

Ella asintió, mirándolo con sorpresa.

–¿Cómo lo sabes?

–Creí oír a tu madre hablando de eso con mamá...

–Oh, ya veo

Ella sonrió y buscó en su mochila.

–Bueno, quería despedirme, pero también supe que era tu cumpleaños, así que... toma – comentó la chica sacando una pequeña caja que le ofreció.

El chico la abrió encontrando un pequeño pastelillo.

–Gracias

–Lo hice yo misma – explicó ella, orgullosa, sacando un par de botellas, ofreciéndole una.

Arnold la recibió, pero en cuanto notó el aroma, se la regresó. No le parecía correcto consumir licor.

–Lo siento, Emma, no puedo beber esto – dijo –. Pero gracias por el pastelillo, ¿quieres compartirlo?

Ella asintió entusiasmada, mientras el chico sujetaba el pastelito, partiéndolo con cuidado, ofreciéndole una parte a ella.

Tras comer, Arnold se recostó, mirando el cielo. La noche ya había caído y podía ver una gran cantidad de estrellas. Cuando Emma se recostó junto a él, preguntando qué pensaba, el chico le habló sobre las constelaciones en el cielo. Ella le comentó de los nombres que tenían en su país y él intentó un par de veces repetirlos, pero sus fracasos la hicieron reír.

Un bostezo...

Ambos guardaron silencio, mirando la distancia.

Otro bostezo y un pestañeo largo.

Emma murmuraba cosas entre su lengua materna y las otras que hablaba.

Arnold no contestó.

El día fue largo, trabajó bastante y en ese instante se había relajado.

La imagen de Helga frente a él era borrosa. Solo podía estar seguro de sus ojos y su cabello, pero... sentía el cálido cosquilleo de las manos de la chica jugando con su cabello, acariciando su rostro y su respiración humedeciendo sus labios.

La presión de su boca lo tomó por sorpresa. No era como la recordaba, pero disfrutaba la tibieza y sutil humedad.

Medio dormido, la abrazó por la cintura, acercándola más, sintiendo la presión y calidez del cuerpo de la chica sobre él y cómo ella lo besaba con más intensidad, lamiendo apenas sus labios.

Entonces lo recordó.

Helga estaba enfadada.

Llevaba mucho tiempo sin saber nada de ella.

Helga estaba en otro país.

No podía estar con él.

Abrió los ojos.

Era Emma.

Besaba a Emma, abrazaba a Emma, ella... ella estaba sobre él, sonrojada y definitivamente al tanto de lo que ese beso había provocado.

El chico se sentó, sujetándola para que no fuera a caerse y así ella terminó a horcajadas sobre él.

Emma respiraba agitada. Arnold bajó por un instante la mirada y de inmediato supo que no debió hacerlo, pero ahora era aún más consciente de cómo ella se apretaba contra él.

¿Qué importaba? ¿Qué más daba?

Si él estaba medio dormido y fue ella quien se acercó ¿acaso hacía algo malo al corresponder?

Sin soltar su cintura, jugó con su cabello mientras ella volvía a besarlo, apoyando sus manos en sus hombros.

El chico se dejó llevar, la abrazó con fuerza en el instante en que introdujo su lengua en su boca, profundizando el beso.

Ella ahogó un suave quejido, casi de sorpresa, pero no la dejó apartarse.

No podía decidir si estaba molesto o agradecido de que hubiera iniciado eso, porque todo era confuso. Nunca hablaron de sentir nada el uno por el otro, pero en ese momento Arnold podría asegurar que todo su cuerpo le rogaba sentir un poco más de Emma.

Se apartó un instante, mirando sus ojos vidriosos, con una mirada entre la vergüenza y la satisfacción. Luego volvió a mirar su boca. Acarició su rostro y volvió a besarla, esta vez más lento, disfrutando de su calidez, el sabor ligeramente amargo y la húmeda viscosidad de su lengua.

Volvió a abrazarla y la apretó contra su cuerpo. Otro quejido suave. El chico medio sonrió, sin dejar de besarla.

La sangre en su cuerpo quemaba.

Siguieron besándose con intensidad durante varios minutos, hasta que las manos de ella se deslizaron bajo su camisa y sus uñas rasguñaron su vientre. El hormigueo recorrió su piel y lo obligó a apartar su rostro un poco.

–Emma – murmuró.

Ella lo observó con curiosidad.

–Tal vez debemos irnos a casa

La chica abrió los ojos.

–Creí... que te gustaba...

Arnold tomó aliento, cerró los ojos un instante y con un gesto la invitó a apartarse de él. Ella, confundida, obedeció.

–Escucha – dijo el chico–. Eres agradable y en cierto modo adorable, no dudo que algún día encontrarás a un chico que se interese en serio por ti, pero no yo. Esto está mal...

–¿Por qué?

–Porque no me gustas... solo... solo te estoy siguiendo el juego porque me recuerdas a mi ex...


...~...


Cuando Arnold llegó a casa, la mejilla ya no le dolía. Tal vez no fue su momento más sabio, pero tenía que ser sincero. Sus padres le preguntaron si todo estaba bien, pero él dijo que tuvo mucho trabajo y que solo quería dormir.

Soñar otra vez con Helga no mejoró las cosas.

Se las arregló para evitar a Emma los días que quedaban hasta que su familia se fue. Apenas se despidió de ella, que seguía enfadada.

Su padre lo molestó un poco por eso, bromeando sobre si acaso le había roto el corazón a la chica. Arnold dijo que algo así, aunque sabía que realmente había herido su orgullo.

Mientras preparaban todo para la siguiente mudanza, se prometió que no volvería a hacer algo así de estúpido, pero en los meses siguientes se dio cuenta que no era tan sencillo, porque, de alguna forma, en las pequeñas aldeas que visitaron, las chicas comenzaban a acercarse. Quizá era porque había alcanzado la edad en que muchos de los chicos de las aldeas tomaban esposa. Habló sobre eso con sus padres y aunque Miles bromeó con que solo era chico guapo que llamaba la atención de las muchachas solteras, su madre tomó sus preocupaciones con algo más de seriedad.

Stella averiguó algunas cosas sobre las costumbres locales y le comentó a su hijo que no aceptara ciertos regalos, porque tenían algunos significados respecto a las parejas. El chico decidió simplemente rechazar todo, disculpándose. Con algo de suerte, perdían rápido el interés. Por suerte su personalidad le hacía fácil hacer amistades, en especial con personas que disfrutaban sus historias sobre otros pueblos o sobra la vida en Hillwood.


...~...


Tuvo que soportar hasta el verano, pero finalmente llegó el momento en que regresaría a su hogar.

–¿Tienes todo listo, hijo? – dijo Miles, viendo al chico cerrar la última maleta.

–Creo que sí, papá – contestó con una cálida sonrisa.

Llevando sus cosas a la furgoneta, Arnold vio a través de la puerta a algunas de las chicas que fueron a despedirlo.

Su padre bromeó con él al respecto, aunque su madre de inmediato lo hizo callar.

Con el ruido del motor en marcha, Arnold observó el paisaje pasar mientras la angustia lo inundaba. Sin importar las veces que lo intentó, no había recibido nada más de Helga en esos años y sus últimas palabras todavía dolían.

Pero había convencido a sus padres de mentir sobre la fecha de regreso. Sorprenderla era su mejor apuesta. Necesitaba verla a ella antes que a cualquiera de sus amigos, hablar sin darle la oportunidad de preparar un discurso, ni de levantar muros.

Tenía que convencerse de que una vez que llegar a Hillwood y se vieran en persona, las cosas entre ellos volverían a estar bien.


FIN


NOTAS:


Esta es la última historia corta que quería escribir en torno a Still Loving You, así que gracias por acompañarme hasta aquí, siempre me alegran sus favs y sus comentarios

Este es también un regalo de cumpleaños para una persona muy especial que me pidió parte de lo que hay aquí. Espero lo disfrutes.