-Bella POV-
La primera noche me fue imposible dormir, y en medio del insomnio, escuché el crujir de la puerta principal. Era Charlie, llegando a altas horas de la madrugada. No fue precisamente sigiloso en su entrada; su rutina, marcada por la soledad, parecía haberle hecho olvidar la necesidad de moverse con cautela. En ese momento, me pregunté si realmente recordaba que yo estaba ocupando la habitación de huéspedes, que ahora era utilizada como un improvisado almacén.
— Maldita sea. — Maldecía entre dientes mientras intentaba no quemarse con la sartén.
— ¿Estás bien? — pregunté, sorprendiéndolo.
— Bella ¿qué haces despierta a esta hora? — preguntó en voz baja, avergonzado por haberme despertado.
— ¿Por qué hablas así? — repliqué en el mismo tono, Charlie me miró con una expresión de sorpresa, seguramente preguntándose lo mismo. —No podía dormir. — Le entregué el plato para que sirviera su cena.
Charlie miró de mala gana. Nunca fue un virtuoso de la cocina, y durante las visitas a su casa en tiempos pasados, solíamos recurrir a los restaurantes de Forks.
— ¿En serio comiste esto? — cuestionó con un gesto de desagrado al percibir el aroma de su cena. — A primera hora visitaremos the carver. Estoy seguro de que aún recuerdas sus especiales.
— Sí aún no han cambiado el menú, no me molestaría volver a pedir los famosos pancakes. — sonreí.
— Sí, bueno puedo soportar un par de horas hasta la próxima comida. — Tiró en el cesto la cena, observó algo asqueado. — Ve a dormir, que en unas horas entras a clases... — le observé, incrédula — Y creo que por tu expresión olvidé mencionártelo a ti o a Renée.
— Debes estar bromeando. — Murmuré negando con la cabeza. — Espero que estés bromeando , ¿tienes idea de qué hora es?
Charlie simplemente sonrió, aparentemente avergonzado. Subí las escaleras hacia mi habitación tambaleándome, mareada por la falta de sueño.
— ¿Cómo ha sido tu noche? — preguntó mientras conducía, sin apartar la vista de la carretera.
— Tranquila. — respondí. — ¿Y la tuya?
Se movió incómodo en su asiento. Desvié la mirada hacia el cristal, observando el húmedo y nublado amanecer.
— Desearía que hubiera sido tranquila, estas últimas semanas han sido por el estilo. Hace tiempo que no me acuesto temprano a dormir.
No necesitaba confirmación. La fatiga se le notaba en el rostro, marcando su envejecimiento, y podía imaginar la clase de vida que había llevado últimamente. El titular del periódico cruzó por mi mente.
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— Podrías considerar dejarlo, ¿sabes? — planteé.
— ¿A qué te refieres?
— Tu trabajo. Si te agota tanto, deberías pensarlo.
Charlie lo sopesó en silencio, aunque no esperaba que lo considerara. Su trabajo era su mayor orgullo, junto con la pesca y los partidos de fútbol con Billy Black los domingos, por supuesto.
Estacionó el auto en su lugar habitual frente al restaurante.
— Mesa para el jefe Swan, como cada mañana. — Saludó Hank como militar. Luego, se dirigió a mí. — Y miren a quién tenemos aquí, un gusto verte de nuevo, Bella.
— Sí no me cayeras bien, podría arrestarte por eso. — Respondió Charlie, asustando momentáneamente a Hank, aunque luego rió y le palmeó el hombro antes de dirigirse a su mesa de costumbre.
— Hola, Hank — Le saludé antes de seguir a Charlie.
El dueño del restaurante era un personaje querido en el pueblo, y su negocio familiar tenía profundas raíces en Forks. Mis padres habían tenido su primera cita en ese lugar, y seguro los padres y abuelos de Charlie también. Hank era conocido por su carisma y su sentido del humor, pero lo que realmente lo destacaba era su espíritu solidario y su voluntad de ayudar a los demás, ya fuera en asuntos físicos o emocionales, como lo había hecho con Charlie cuando este luchaba contra la depresión tras su divorcio.
— ¿Lo de siempre? — preguntó Hank mientras dejaba el periódico del día sobre la mesa y servía café en la taza de Charlie. Este asintió, con su atención aún centrada en las noticias.
La patrulla se detuvo en el extremo opuesto del estacionamiento de la escuela. Tomé la carpeta con toda la documentación necesaria para mi inscripción en Forks High School y salí del auto.
— Ten cuidado al cruzar. — Charlie intentó reconfortarme, argumentando que haría nuevos amigos rápidamente en un pueblo pequeño donde todos se conocían desde siempre y acogían a los recién llegados de inmediato. Eso era precisamente lo que quería evitar.
Nos despedimos, y me dirigí hacia el edificio, pasando por un amplio estacionamiento vacío. Aunque el lugar estaba lleno de pasillos, los viejos carteles indicaban el camino hacia la oficina principal y el control escolar.
— ¿Isabella Marie Swan, correcto? — preguntó Anne, la mujer de lentes frente a la computadora, o eso decía su etiqueta en el uniforme.
— Correcto. — Respondí.
Anne se deslizó en su silla metálica, provocando un chirriante ruido, y se dirigió hacia una antigua impresora, de donde extrajo un par de hojas.
— Muy bien. — Comenzó mientras volvía hacia mí. — El control escolar conservará tus documentos, y estas copias — alzó las hojas — las entregarás a tus profesores para unirte a sus clases. Aquí tienes tu horario y una lista de libros que podrás comprar en la librería, que está a unas cuatro... o quizás cinco calles de aquí.
Tomé las hojas que me ofreció. Estaba a punto de agradecerle cuando me interrumpió.
— Lucy, ¿cuánto queda hasta la librería Johnson?
— Cinco. — Respondió una voz desde el otro extremo de la oficina. Una pelirroja emergió de entre una pila de cajas, con carpetas apiladas en sus brazos. Con un poco de esfuerzo, logré distinguirla. — Eres la hija de Charlie, ¿verdad? — preguntó con un tono cálido. Asentí. — Bienvenida a Forks. Espero que disfrutes tu estadía.
Sonreí y salí de la oficina. Miré mi horario y seguí el pequeño mapa que Anne había incluido entre los documentos. Mi primera clase era Historia, y ya había comenzado hace media hora.
— ¿Puedo ayudarte? — preguntó el profesor, atrayendo la atención de toda la clase. Le entregué una copia de mis documentos, y asintió, comprensivo. — Parece que tenemos una nueva alumna en la clase, Isabella... ¿Swan?
— Solo Bella.
— Entendido, bella. — Confirmó y me indicó que tomara asiento.
Ubiqué un par de pupitres vacíos en la esquina.
— Puedes sentarte aquí. — Me ofreció amablemente un chico rubio de ojos azules, levantándose de su asiento rápidamente. Una ola de risas y burlas inundó el aula.
Oh no.
