Capítulo 4: El Sombrero y los Astales
El viento frío que soplaba desde el lago azotaba los rostros de los estudiantes mientras los botes se acercaban al embarcadero al pie del castillo. Harry, Ron, Hermione y Neville se bajaron de su bote con algo de torpeza, especialmente Neville, que llevaba a Trevor, su sapo, en las manos, haciendo malabares para no soltarlo. Ron fue el primero en ofrecerle ayuda, sujetando el sapo mientras Neville saltaba del bote. Harry no pudo evitar sonreír ante la escena: aquel sapo había sido motivo de constantes búsquedas desde el tren.
Frente a ellos, se alzaba Hogwarts. Las altas torres del castillo se recortaban contra el cielo nocturno, iluminadas por la luz de la luna. Para Harry, todo esto era como un sueño. Nunca había visto algo tan majestuoso ni tan lleno de vida como el castillo que ahora sería su hogar. Las ventanas brillaban cálidamente, y una sensación de asombro recorrió a todos los estudiantes de primer año que, como él, se quedaron mirando hacia arriba, boquiabiertos.
—Adelante, chicos. Esperad en el vestíbulo— dijo Hagrid, indicándoles que lo siguieran por el empedrado camino que llevaba hasta las enormes puertas del castillo. El gigante les sonrió con amabilidad y una leve señal de despedida antes de guiarlos hasta la entrada principal. —Pronto vendrán a buscaros. Suerte a todos— agregó, antes de desaparecer entre las sombras, dejando a los estudiantes agrupados en el vestíbulo.
Dentro del castillo, el aire era aún más mágico que afuera. Las antorchas colgaban de las paredes, iluminando los pasillos de piedra, mientras las armaduras que los adornaban parecían observar a los recién llegados. Harry, Ron, Hermione y Neville miraban alrededor, tratando de asimilar todo. El vestíbulo era amplio y estaba decorado con tapices antiguos, y, al fondo, una gran escalera de mármol conducía a los pisos superiores. El techo alto y abovedado transmitía una sensación de grandeza y antigüedad, como si los muros mismos guardaran mil historias.
Neville parecía especialmente nervioso, y Harry, aunque compartía esa sensación, trataba de mantener la calma. —¿Es aquí donde nos seleccionan para las casas? —preguntó en voz baja, mirando de reojo a Ron.
—Sí— respondió Ron, su rostro tenso. —Mi hermano Percy me contó que te ponen un sombrero que te dice en qué casa vas. Espero estar en Gryffindor, como el resto de mi familia—.
—Yo también quiero Gryffindor— añadió Neville con una voz más tímida. —Mis padres fueron de esa casa...—.
El tono de Neville al mencionar a sus padres era apagado, como si hubiera algo más detrás de esa afirmación, pero Harry no tuvo tiempo de preguntar. Justo en ese momento, una figura alta y pálida se acercó con aire condescendiente. Era Draco Malfoy, flanqueado como siempre por Crabbe y Goyle, quienes le seguían como dos sombras imponentes.
—Gryffindor, ¿eh?— dijo Draco con una sonrisa burlona. —Solo los héroes tontos acaban allí. No todos pueden ser lo suficientemente inteligentes como para aspirar a algo mejor. Slytherin es donde están los magos de verdad—.
Ron frunció el ceño, claramente irritado por el comentario. —Mi familia ha estado en Gryffindor durante generaciones— replicó con firmeza. —Es la mejor casa—.
Draco soltó una risita seca. —Sí, los Weasley. He oído hablar de ellos. Siempre del lado equivocado, ¿verdad?—. Sus palabras eran venenosas, y Harry sintió un leve malestar al ver cómo Draco insultaba a su nuevo amigo con tanta facilidad.
Neville, quien ya parecía nervioso, se encogió más en su lugar, mientras Ron apretaba los puños, listo para contestar. Harry, que aún no había decidido si debía intervenir o no, sintió que algo en su interior se tensaba ante la actitud arrogante de Malfoy.
Pero justo cuando Ron abrió la boca para replicar, el ambiente en el vestíbulo cambió por completo. Un escalofrío recorrió a los estudiantes cuando varias figuras translúcidas comenzaron a deslizarse por el aire. Los fantasmas de Hogwarts habían aparecido de repente, flotando por las paredes y el techo, conversando entre ellos. Su entrada espectral robó toda la atención del grupo, y por un momento, incluso Draco guardó silencio.
—¡Miren, son los fantasmas!— exclamó un estudiante más atrás, rompiendo la tensión que había llenado el vestíbulo. Harry se encontró observando a las figuras etéreas con una mezcla de asombro y fascinación. A su lado, Ron también los miraba, aunque su ceño aún no se había relajado del todo.
Uno de los fantasmas, un hombre regordete con un jubón roto en la cintura, pasó a través de una de las paredes, saludando alegremente a los nuevos estudiantes. —¡Oh, primerizos! ¡Bienvenidos a Hogwarts! Espero que disfruten de su estancia— dijo el fantasma, con un tono jovial, antes de desaparecer por el techo.
El malhumor de Draco parecía haberse desvanecido un poco ante la aparición de los fantasmas, aunque su expresión aún mostraba cierto desdén. —No olvides lo que te dije, Potter— murmuró en voz baja antes de girar sobre sus talones y alejarse con Crabbe y Goyle pisándole los talones.
Antes de que Harry pudiera responder o siquiera pensar en lo que acababa de ocurrir, las enormes puertas que conducían al Gran Comedor se abrieron lentamente, y la profesora McGonagall hizo su entrada, su expresión severa exudando autoridad. Los murmullos entre los estudiantes cesaron al instante.
—Bienvenidos a Hogwarts —dijo McGonagall, su voz firme resonando en el vestíbulo. Cada palabra parecía reverberar en las paredes de piedra, exigiendo la atención total de los estudiantes. Los murmullos se silenciaron de inmediato, y Harry, como el resto de sus compañeros, centró toda su atención en la profesora de gesto severo y túnica impecablemente ajustada.
—Dentro de unos momentos, pasarán al Gran Comedor para la ceremonia de selección —continuó McGonagall, mientras su mirada se movía de un estudiante a otro—. Pero antes de que eso ocurra, hay algunas cosas que deben saber.
McGonagall hizo una pausa, y el vestíbulo quedó en completo silencio. Los nervios de los estudiantes eran palpables; algunos jugueteaban con las mangas de sus túnicas nuevas, mientras que otros se inclinaban hacia adelante, esperando ansiosos lo que la profesora tenía que decir.
—Hogwarts tiene cuatro casas —comenzó McGonagall, con un tono más solemne—: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Durante su estancia aquí, su casa será como su familia.
Harry escuchaba atentamente, aunque el concepto de que una "casa" pudiera ser tan importante era algo nuevo para él. McGonagall continuó explicando, y con cada palabra, las casas parecían adquirir más peso y significado. No solo se trataba de ser asignado a una, sino de formar parte de una comunidad con su propia historia y tradiciones.
—Ganar puntos para su casa será un reflejo de sus logros, pero también perderán puntos si infringen las reglas. Al final del año, la casa con más puntos recibirá la Copa de las Casas, un gran honor en Hogwarts.
El estómago de Harry se revolvió. Nunca había estado en una situación en la que sus acciones pudieran tener un impacto tan visible. ¿Qué pasaría si terminaba perdiendo puntos para su casa por algún error? Aunque no lo dijera, el temor a decepcionar a los demás comenzaba a asentarse en su mente. Los murmullos comenzaron a circular entre los estudiantes, algunos más emocionados que otros.
Sin embargo, McGonagall levantó una mano para silenciar cualquier conversación que hubiera comenzado. La expresión en su rostro se tornó más seria, como si lo que estaba a punto de decir fuera aún más importante.
—Además —continuó McGonagall, con un tono más grave y autoritario—, el Sombrero Seleccionador no solo determinará en qué casa serán colocados, sino que también evaluará su nivel mágico actual. Este nivel representa su capacidad para realizar magia en este momento, y cómo evolucionará a medida que crezcan y se esfuercen.
Un murmullo más intenso recorrió el grupo de estudiantes. Harry miró alrededor, notando la sorpresa y confusión en los rostros de muchos. Lo mismo ocurría con él; ¿cómo iba el sombrero a saber su nivel de magia? Hasta ahora, la magia había sido algo sorprendente y misterioso, pero hablar de "niveles" sonaba mucho más concreto, casi científico. Ron, a su lado, parecía estar mordiéndose el labio, evidentemente nervioso ante la idea.
—La magia no es algo que todos dominen de la misma manera desde el principio —explicó McGonagall, con tono claro y directo—. Algunos de ustedes ya tienen núcleos mágicos más desarrollados que otros. Pero quiero que quede muy claro que el poder no lo es todo aquí. Lo que realmente cuenta es el esfuerzo y el trabajo duro.
Hubo un silencio absoluto mientras McGonagall dejaba que esa última frase calara en los estudiantes. Harry sentía que el ambiente se había vuelto aún más pesado. ¿Y si su nivel era demasiado bajo? ¿Y si, después de todo, no estaba a la altura? Miró a su alrededor y vio rostros llenos de ansiedad, similar a la suya. Pero las siguientes palabras de McGonagall lo tranquilizaron un poco.
—No se preocupen demasiado por sus niveles actuales. Están aquí para aprender. Y aunque algunos de ustedes tengan un núcleo mágico más débil en este momento, con el tiempo, todos tienen el mismo potencial para crecer.
La profesora hizo una breve pausa, y luego continuó explicando de manera más detallada lo que significaba este sistema de niveles.
—Los niveles de magia van del 0 al 10 —explicó McGonagall—. Un nivel 0 representa a los muggles o a los squibs, aquellos sin habilidades mágicas o con núcleos mágicos inactivos. Afortunadamente, ninguno de ustedes está en ese nivel.
Algunos estudiantes rieron tímidamente, pero el silencio pronto regresó cuando McGonagall continuó.
—Los estudiantes de primer año suelen estar en el nivel 1 o nivel 2, lo cual es completamente normal. El nivel 1 indica un núcleo mágico aún muy débil o poco desarrollado, similar al de los niños pequeños que aún no han comenzado su entrenamiento. Sin embargo, incluso en ese nivel, con la práctica adecuada y los estudios, podrán progresar rápidamente.
Harry sintió un leve alivio. Si había niveles por debajo del suyo, entonces no tendría por qué preocuparse tanto.
—El nivel 2 es el más común entre los estudiantes de primer año —continuó McGonagall—. Representa un núcleo mágico que ha comenzado a despertar y a fortalecerse. Pueden realizar hechizos sencillos y, con entrenamiento, aprenderán a canalizar más magia. No se desanimen si se encuentran en este nivel; muchos grandes magos comenzaron aquí.
Harry asintió, notando que varios de sus compañeros también respiraban un poco más tranquilos.
—El nivel 3 es más raro en estudiantes de primer año —dijo McGonagall—, pero algunos de ustedes ya habrán alcanzado este nivel, lo cual es un indicio de un núcleo mágico más fuerte o de un entrenamiento temprano. Estos estudiantes podrán realizar hechizos más complejos con menos esfuerzo. A medida que avancen en sus estudios, verán que su magia se hará más precisa y poderosa.
Harry intercambió una mirada con Ron, quien parecía más preocupado que nunca, y luego con Hermione, que parecía fascinada por cada palabra que McGonagall decía.
—A lo largo de su tiempo en Hogwarts, trabajarán para fortalecer su núcleo mágico. Piensen en él como un músculo que puede ejercitarse. Con el esfuerzo adecuado, pueden llegar a niveles más altos, como el nivel 4 o incluso el nivel 5, que es donde se encuentra la mayoría de los magos adultos bien entrenados. Algunos de ustedes, con un esfuerzo excepcional, podrían llegar incluso más allá.
McGonagall hizo una pausa, dejando que los estudiantes asimilaran toda la información. Las caras de los niños estaban llenas de una mezcla de curiosidad, nervios y, en algunos casos, emoción por el desafío que se avecinaba.
—Y ahora —dijo finalmente—, cuando los llame, ingresarán al Gran Comedor para la ceremonia de selección. Espero que todos den lo mejor de sí y se sientan orgullosos de la casa a la que pertenezcan. Sigamos.
Con esas palabras, McGonagall giró sobre sus talones y abrió las grandes puertas del Gran Comedor, dejando que los estudiantes de primer año entraran a la sala que definiría los próximos siete años de sus vidas.
Al entrar en el Gran Comedor, los ojos de Harry se agrandaron con asombro. La sala era enorme, mucho más de lo que jamás habría imaginado. El techo parecía no existir; solo había un cielo estrellado que se extendía por encima de ellos, oscuro y profundo, con una luna brillante que lanzaba su suave resplandor por todo el lugar.
—Es un hechizo —murmuró Hermione, observando también—. Está encantado para parecerse al cielo exterior. Lo leí en Hogwarts: una historia.
A su alrededor, pequeñas luces flotaban en el aire, iluminando el comedor de forma mágica. No eran velas, como Harry habría esperado de las decoraciones antiguas, sino pequeñas esferas de luz que pulsaban suavemente, como si respiraran magia.
—Impresionante —dijo Ron, inclinando la cabeza hacia atrás para mirar mejor—. Mamá me lo había contado, pero nunca pensé que sería tan... así.
El Gran Comedor estaba lleno de largas mesas de madera, donde ya se sentaban los estudiantes mayores. Todos parecían emocionados, sus miradas fijas en los nuevos alumnos que acababan de entrar. En la cabecera de la sala, una mesa más pequeña estaba reservada para los profesores, donde se sentaba el personal de Hogwarts. Harry divisó a Hagrid, quien le dedicó una sonrisa cálida y un discreto saludo con la mano. Sentir la presencia de Hagrid le trajo un alivio inesperado. A su lado, Ron y Neville también observaban, boquiabiertos, la inmensidad del lugar.
La profesora McGonagall los guió hasta el frente del Gran Comedor, hacia un taburete alto que estaba colocado entre las mesas de los estudiantes y la de los profesores. Encima del taburete había un sombrero viejo y desgastado. Harry pensó, al verlo en persona, parecía aún más antiguo de lo que había imaginado, como si contara siglos de historia. Lo observó con curiosidad mientras el murmullo de los estudiantes mayores se apagaba poco a poco, dando lugar a un expectante silencio.
McGonagall les hizo un gesto para que se mantuvieran en fila.
—Van a llamarnos en orden alfabético —susurró Hermione a su lado, aunque no había necesidad de recordarlo.
Harry miró a sus compañeros de fila, notando la tensión en algunos rostros y la emoción en otros. Los nervios se hicieron palpables cuando McGonagall sacó un pergamino y se dispuso a llamar al primer estudiante.
—Abbott, Hannah.
Una niña rubia de rostro nervioso avanzó hacia el taburete, sus manos temblorosas mientras se sentaba con cuidado. Harry observaba cómo la profesora McGonagall colocaba el Sombrero Seleccionador sobre su cabeza, mientras el silencio caía sobre el Gran Comedor. El sombrero, que hasta ese momento parecía un simple objeto desgastado, se agitó ligeramente y, como antes, la rasgadura en su frente formó algo parecido a una boca.
Tras unos segundos de contemplación, el sombrero habló:
—¡Hufflepuff, nivel mágico 2!
Los estudiantes de la mesa de Hufflepuff estallaron en aplausos, recibiendo a Hannah con sonrisas y vítores cálidos. Sin embargo, Harry no pudo evitar notar algunos murmullos de la mesa de Slytherin, donde algunos estudiantes intercambiaban miradas de desdén. Era un gesto casi imperceptible, pero no pasó desapercibido. Draco Malfoy, en particular, arrugó la nariz con desprecio.
—Claro que fue a Hufflepuff —murmuró Malfoy desde su lugar en la fila—. La casa que recibe a cualquiera.
Harry miró de reojo a Draco y los demás de Slytherin, que parecían compartir esa actitud. Recordó lo que había oído en el tren: Hufflepuff era conocida como la casa que valoraba el trabajo duro y la lealtad, pero también tenía la reputación de aceptar a todos, sin importar su origen o habilidad mágica. Esa apertura, que a Harry le parecía algo bueno, no parecía ser bien vista por los Slytherin, que mostraban una clara preferencia por la exclusividad y el linaje.
Mientras Hannah caminaba hacia su mesa con un suspiro de alivio, Harry reflexionó sobre esa percepción. Hufflepuff no parecía una casa mala, al contrario, parecía un lugar donde cualquiera podía encajar sin importar su historia o sus talentos. Sin embargo, notaba que para algunos, como Draco, esa misma inclusividad era una debilidad.
"¿Serán todos los de Slytherin así?", pensó Harry, sintiendo una pequeña punzada de inquietud. Había algo en la actitud de Malfoy y sus amigos que no le gustaba. Esa arrogancia, ese aire de superioridad, le recordaba demasiado a los Dursley.
A medida que los siguientes estudiantes eran llamados, Harry continuó observando con atención. El proceso seguía adelante, y aunque la mayoría de los estudiantes recibían aplausos entusiastas al ser seleccionados, el ligero desprecio de Slytherin hacia Hufflepuff se mantuvo presente. El contraste era evidente: mientras los estudiantes de Hufflepuff parecían felices de recibir a cualquier miembro, los de Slytherin eran más selectivos en sus miradas y comentarios, como si ya estuvieran clasificando a sus compañeros de clase en categorías mentales.
Harry no podía evitar sentirse algo nervioso. No sabía qué esperar cuando fuera su turno, pero una cosa era segura: no quería terminar en una casa donde lo juzgaran por lo que era o por dónde lo colocaran.
—Crabbe, Vincent.
Un chico corpulento de expresión ausente avanzó lentamente hacia el taburete. Al colocarse el sombrero, se produjo un breve silencio antes de que el Sombrero Seleccionador anunciara:
—¡Slytherin, nivel mágico 1!
La mesa de Slytherin aplaudió, aunque de manera más contenida que con otros seleccionados. Vincent Crabbe se dirigió hacia ellos con paso pesado, su cara no mostraba ni rastro de emoción.
A continuación, McGonagall llamó a varios estudiantes más, cada uno siendo colocado rápidamente en su casa correspondiente.
—Davis, Tracey—Slytherin, nivel mágico 2.
—Finch-Fletchley, Justin —Hufflepuff, nivel mágico 2.
—Goldstein, Anthony —Ravenclaw, nivel mágico 2.
Los estudiantes siguieron tomando asiento en sus respectivas casas, y el ambiente del Gran Comedor era una mezcla de nervios y anticipación. Finalmente, McGonagall levantó la voz una vez más.
—Goyle, Gregory.
Al igual que Crabbe, Gregory Goyle avanzó al frente, y el proceso fue tan rápido como con su amigo.
—¡Slytherin, nivel mágico 1! —anunció el Sombrero.
Una vez más, los aplausos de Slytherin fueron un tanto apagados, pero Goyle no pareció notarlo. Se unió a Crabbe, sentándose junto a él, mientras algunos otros estudiantes intercambiaban miradas y murmuraban en voz baja sobre los primeros niveles bajos anunciados.
Luego, la profesora McGonagall levantó nuevamente su pergamino y dijo el siguiente nombre:
—Granger, Hermione.
Hermione avanzó con paso decidido, sus hombros rígidos pero su mirada firme. Harry observaba con atención mientras Hermione se sentaba en el taburete y la profesora McGonagall colocaba el Sombrero Seleccionador sobre su cabeza. Unos segundos de silencio pasaron antes de que el Sombrero hablara.
—¡Ravenclaw, nivel mágico 3!
Un murmullo recorrió el Gran Comedor. Aunque Harry aún no conocía bien a los profesores, ni sabía qué implicaba ser de Ravenclaw, era evidente que un nivel mágico 3 no era algo común. Las caras de los alumnos a su alrededor reflejaban sorpresa. Ron, a su lado, dejó escapar un bajo silbido.
Hermione, con una sonrisa contenida pero claramente satisfecha, se levantó y caminó hacia la mesa de Ravenclaw, donde fue recibida con aplausos algo más entusiastas de lo normal. Harry no pudo evitar notar la expresión de algunos estudiantes de Slytherin, que rieron por lo bajo, aunque Harry no alcanzó a escuchar lo que decían.
Harry tampoco conocía bien a los otros profesores en la mesa principal, aunque sabía que el jefe de Ravenclaw, cuyo nombre era Flitwick, debía estar presente. Aún no lograba identificar quién era quién entre ellos, pero parecía que Hermione ya había impresionado a muchos, tanto alumnos como profesores.
Mientras Hermione tomaba asiento, con los murmullos todavía rondando, Harry sintió una mezcla de orgullo y nervios. Su turno se acercaba, y aunque no lo demostrara abiertamente, temía no estar a la altura de las expectativas que los demás parecían tener de él.
—Longbottom, Neville.
Neville avanzó lentamente hacia el taburete, cada paso evidenciando su nerviosismo. Sus manos temblaban visiblemente mientras sostenía a Trevor, su sapo, contra su pecho como si buscara en él algún consuelo. Se sentó y la profesora McGonagall colocó el Sombrero Seleccionador sobre su cabeza. Un silencio expectante se cernió sobre el Gran Comedor mientras todos los ojos se fijaban en él.
Los segundos se alargaron, y el sombrero pareció tomar su tiempo, murmurando y susurrando en voz baja, lo suficientemente fuerte solo para que Neville pudiera escuchar. La tensión aumentó mientras los segundos se convertían en un minuto completo. Algunos estudiantes empezaron a intercambiar miradas curiosas, preguntándose qué estaría deliberando el Sombrero.
Finalmente, después de una pausa que pareció eterna y con una voz que resonó con autoridad por todo el comedor, el sombrero anunció:
—¡Gryffindor, nivel mágico 2!
Neville soltó un suspiro de alivio que fue casi audible. Se levantó del taburete con una sonrisa tímida, todavía con algo de incredulidad en su expresión. La mesa de Gryffindor estalló en vítores y aplausos, recibiendo a Neville con entusiasmo. Los estudiantes mayores de Gryffindor lo animaban, dándole palmadas en la espalda y sonrisas de bienvenida mientras se abría paso hacia ellos, su nerviosismo inicial transformado en una tímida satisfacción por su casa asignada.
Mientras Neville se unía a su nueva casa, el próximo nombre resonó en el Gran Comedor, trayendo la atención de todos de vuelta al frente.
Pasaron otro par de nombres antes del siguiente llamado hizo que Harry prestara especial atención.
—Malfoy, Draco.
Harry vio cómo Draco se levantaba de inmediato, con una expresión que distaba mucho del nerviosismo de Neville. Con el mentón en alto y una sonrisa de superioridad dibujada en su rostro, Draco caminó hacia el taburete con una confianza casi palpable. Cada paso que daba resonaba en el Gran Comedor, y parecía disfrutar del hecho de que todas las miradas estuvieran puestas en él.
Draco se sentó en el taburete con total despreocupación, sin mostrar el más mínimo rastro de ansiedad. McGonagall le colocó el sombrero, y antes de que hubiera pasado siquiera un segundo, el sombrero Seleccionador ya había hecho su veredicto.
—¡Slytherin, nivel mágico 3!
La sonrisa de Draco se ensanchó aún más cuando se quitó el sombrero y se levantó con un aire triunfante. Harry observó cómo caminaba hacia la mesa de Slytherin, sin molestarse en disimular su arrogancia. La mesa de Slytherin lo recibió con entusiasmo, mucho más fuerte y ruidoso que con Crabbe y Goyle. Los estudiantes aplaudían con fuerza, y Draco intercambió miradas satisfechas con algunos de ellos mientras se acomodaba en su asiento. Incluso desde la distancia, Harry pudo notar la expresión de satisfacción en el rostro de Malfoy.
Draco, claramente encantado con su selección y el nivel mágico que el sombrero había anunciado, echó una rápida mirada a Harry antes de volver a charlar animadamente con sus nuevos compañeros de casa. Era como si estuviera demostrando que, desde el principio, él ya sabía exactamente a dónde pertenecía.
El contraste entre Draco y Neville era evidente. Mientras uno había avanzado con nervios y dudas, el otro lo había hecho con total seguridad en sí mismo. Harry no pudo evitar sentir una ligera incomodidad al pensar en la diferencia entre ellos, pero pronto fue su propio nombre el que resonó en el Gran Comedor, arrancándolo de sus pensamientos.
Finalmente, tras las dos gemelas Patil, que sorpresivamente habían sido seleccionadas en distintas casas, llegó el turno de Harry.
—Potter, Harry.
El murmullo que había estado llenando la sala cesó de inmediato. Un silencio total invadió el Gran Comedor, y Harry sintió de golpe el peso de todas las miradas sobre él. El famoso Harry Potter, se decía la gente, debía ser algo especial, ¿no? Pero mientras caminaba hacia el taburete con las manos ligeramente temblorosas, Harry no se sentía especial en absoluto. Sintió un nudo en el estómago al sentarse y, al instante, la profesora McGonagall colocó el Sombrero Seleccionador sobre su cabeza.
El sombrero se ajustó levemente en su lugar, y de inmediato una voz suave y profunda llenó la mente de Harry.
—Vaya, vaya, el famoso Harry Potter. Qué sorpresa tenerte aquí, tan pronto... —El tono del sombrero era amistoso, casi curioso—. Ah, pero no tan fácil de clasificar como otros. Veo mucho en ti.
Harry se tensó, sorprendido. No esperaba una conversación directa en su mente. Intentó relajarse, pero el nerviosismo persistía.
—Eres un rompecabezas muy interesante— continuó el sombrero, su voz más reflexiva—. Veo coraje, mucho coraje... podrías ser un gran Gryffindor. Sí, encajarías perfectamente, pero... también veo una astucia aguda, y un deseo por demostrar tu valía... Algo de Slytherin, sin duda.
Harry se estremeció al oír "Slytherin". No, Slytherin no, pensó con firmeza.
—¿Slytherin no, eh?— dijo el sombrero con un toque de humor—. Muy bien, muy bien... Pero no puedo negar que podrías llegar lejos allí. Después de todo, tu determinación podría ser... potente. Aunque claro, también veo una mente inquisitiva, con hambre de aprender. En Ravenclaw brillarías también, te lo aseguro. Tienes una capacidad innata para absorber conocimientos y pensar más allá de lo evidente.
Harry sentía que la presión aumentaba en su pecho. Esto era más difícil de lo que había imaginado. No quería estar en una casa solo por lo que los demás esperaban de él.
El sombrero hizo una pausa, como si estuviera evaluando todo nuevamente.
—Sin embargo— continuó, su tono volviéndose más firme—, lo que realmente define quién eres, y lo que más resuena en ti, es la lealtad. Un sentido profundo de querer proteger a aquellos que te importan. Y un deseo muy claro de encontrar un lugar al que realmente pertenecer... una familia.
Harry sintió un tirón en el corazón. Familia. Esa palabra resonaba dentro de él como un eco lejano. Nunca había pensado en Hogwarts como una oportunidad para eso, pero... sí, lo era.
—Hufflepuff sería un buen lugar para ti— dijo el sombrero, su tono decidido—. Un lugar donde encontrarás lo que nunca has tenido. Lealtad, trabajo duro y una fuerza que aún no has descubierto por completo. No será el camino más fácil, pero te hará crecer. Ahí, encontrarás lo que más necesitas.
Harry titubeó. No había pensado en Hufflepuff, pero la seguridad del sombrero le daba una extraña sensación de tranquilidad.
—Será lo mejor para tu desarrollo— añadió el sombrero, casi en un susurro—. Y no te preocupes por tus amigos... ellos también están destinados a grandes cosas.
Antes de que Harry pudiera reflexionar más, el sombrero alzó la voz y gritó para todo el Gran Comedor:
—¡Hufflepuff, nivel mágico 3!
El estallido de aplausos desde la mesa de Hufflepuff fue ensordecedor. Harry, con una mezcla de alivio y sorpresa, se levantó del taburete, quitándose el sombrero. Mientras caminaba hacia la mesa de su nueva casa, miró a su alrededor. Los estudiantes de Hufflepuff lo recibían con sonrisas cálidas y genuinas, y le hacían espacio para que se sentara entre ellos. Se dirigió hacia un grupo donde Hannah Abbott, Justin Finch-Fletchley, y Ernie Macmillan lo miraban con curiosidad.
—¡Harry Potter!— exclamó Hannah con los ojos brillantes. —Bienvenido a Hufflepuff, ¡qué alegría tenerte aquí!
Harry, todavía abrumado por la experiencia, se sentó con ellos. A su lado, Susan Bones le dio una palmadita en la espalda y Megan Jones lo saludó con una gran sonrisa.
—Bienvenido, Harry— dijo Ernie Macmillan, con una expresión orgullosa—. Parece que seremos compañeros en este viaje.
Mientras tanto, en la mesa de los Weasley, hubo una pequeña conmoción. Fred y George intercambiaban miradas de sorpresa y decepción, claramente habrían querido que Harry estuviera con ellos.
—Vaya, vaya, ¿no es eso curioso?— dijo Fred en tono burlón, aunque sin malicia.
—Pensé que lo tendríamos en Gryffindor— añadió George con una risa, pero luego alzó el pulgar hacia Harry en señal de apoyo.
Desde la mesa de Slytherin, Draco Malfoy observaba con una sonrisa torcida. Se inclinó hacia Crabbe y Goyle, murmurando algo que hizo que ambos rieran tontamente.
—Nivel 3 y en Hufflepuff...— dijo Draco, con un dejo de diversión—. Qué desperdicio.
En la mesa de profesores, Harry notó las reacciones de algunos maestros. Un hombre pequeño y de aspecto vivaz, que Harry supuso que debía ser Flitwick, observaba con interés. La profesora McGonagall mantenía su expresión severa, aunque Harry podría haber jurado que sus ojos mostraban una ligera aprobación. Al final de la mesa, el director Dumbledore observaba con su característica calma, sus ojos brillando detrás de sus gafas de media luna.
Harry, ahora sentado en la mesa de Hufflepuff, finalmente permitió que el alivio lo invadiera. Había pasado la primera gran prueba de Hogwarts y, aunque no estaba en Gryffindor como había pensado, sentía que el sombrero había tomado la decisión correcta.
—Weasley, Ronald.
El nombre resonó en el Gran Comedor, y Ron Weasley, con los hombros ligeramente encorvados, avanzó lentamente hacia el taburete. Harry pudo ver cómo Ron tragaba saliva mientras se sentaba y la profesora McGonagall colocaba el Sombrero Seleccionador sobre su cabeza. La sala quedó en un profundo silencio, como si todos contuvieran la respiración, esperando el veredicto. Los gemelos Weasley, sentados en la mesa de Gryffindor, intercambiaron miradas expectantes.
Harry observó con atención cómo el rostro de Ron se tensaba. Su amigo parecía estar luchando internamente, como si intentara persuadir al sombrero para que lo colocara en la casa que siempre había soñado. Los segundos parecían estirarse en un incómodo silencio. Ron había mencionado en el tren su deseo de ser parte de Gryffindor, y ahora la tensión era palpable. Todos sabían que los Weasley eran una familia orgullosamente Gryffindor, y cualquier otra casa sería un golpe inesperado.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, el sombrero habló:
—¡Slytherin, nivel mágico 2!
El comedor estalló en murmullos sorprendidos, con varias cabezas girando hacia la mesa de Slytherin, donde los estudiantes se veían entre incrédulos y confusos. Harry notó cómo el rostro de Ron se congeló por un breve momento, como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. Sus ojos reflejaban miedo y decepción, y sus hombros se hundieron ligeramente. No era el resultado que esperaba. La idea de ir a Slytherin, la casa con la que su familia había tenido una rivalidad histórica, era devastadora.
Desde la mesa de Gryffindor, Fred y George se quedaron boquiabiertos, claramente sorprendidos por la decisión del sombrero.
—¿Ron... en Slytherin?— murmuró Fred, mirando a su hermano con incredulidad.
—Vaya, esto no lo vi venir— añadió George, sacudiendo la cabeza en confusión. Aunque estaban sorprendidos, no había burla en sus voces, solo pura perplejidad.
Percy, sentado más arriba en la mesa de Gryffindor, tenía una expresión más comedida. Aunque levantó una ceja, rápidamente se recompuso. Sabía que Slytherin no era el enemigo, aunque sus hermanos lo vieran de otra manera. Tal vez Ron podría sobresalir en una casa diferente.
En la mesa de Slytherin, Draco Malfoy frunció el ceño, visiblemente decepcionado. Se inclinó hacia Crabbe y Goyle, susurrando algo que hizo que ambos rieran por lo bajo.
—Weasley... en Slytherin. Pensé que teníamos mejores estándares— murmuró Draco, con una mezcla de fastidio y desprecio.
Ron, visiblemente pálido, se levantó del taburete. Aunque sus piernas temblaban levemente, intentó mantener la cabeza en alto mientras caminaba hacia la mesa de Slytherin. Cada paso parecía más pesado que el anterior. Al llegar, se sentó torpemente, sin mirar a nadie. Aunque había recibido algunos aplausos educados, la mayoría de los estudiantes de Slytherin lo observaban con una mezcla de curiosidad y reserva. Ron evitó hacer contacto visual con cualquiera.
Desde su asiento en la mesa de Hufflepuff, Harry no podía dejar de mirar a Ron. La expresión de su amigo reflejaba una profunda decepción. Sabía lo mucho que Ron había deseado estar en Gryffindor, como el resto de su familia. Y ahora, ahí estaba, sentado en Slytherin, la casa que él mismo temía.
Harry, Hermione y Neville intercambiaron miradas desde sus respectivas mesas. Aunque no podían estar físicamente juntos, la conexión que habían formado durante el viaje en tren seguía intacta. Todos sabían que, de alguna manera, seguirían siendo amigos a pesar de la distancia que las casas les impondrían.
—Zabini, Blaise.
El llamado del siguiente estudiante desvió momentáneamente la atención de Harry. Un chico de piel oscura y cabello corto avanzó con paso seguro hacia el taburete. A diferencia de Ron, Blaise parecía completamente tranquilo y confiado. Al igual que Draco Malfoy, no parecía tener ninguna duda sobre a qué casa pertenecería.
El sombrero apenas tocó su cabeza cuando anunció con voz clara:
—¡Slytherin, nivel mágico 3!
Esta vez, hubo una reacción mucho más entusiasta desde la mesa de Slytherin. Harry observó cómo Draco sonreía con satisfacción, claramente complacido con la selección de Zabini, y probablemente aliviado de tener otro estudiante de nivel 3 en su casa. Los aplausos fueron más fuertes esta vez, y Blaise se sentó con calma junto a los otros Slytherin, recibiendo algunas palmaditas en la espalda.
Harry, sentado en la mesa de Hufflepuff, no pudo evitar sentirse un poco aliviado. Al menos Ron no estaría completamente solo en Slytherin. Zabini parecía ser alguien que no se dejaría influenciar fácilmente, pero al menos no compartía la misma altanería que Malfoy.
Con la selección de los estudiantes más relevantes concluida, Harry echó un último vistazo a sus amigos. A pesar de que ahora estaban en diferentes casas, sentía que su amistad se mantendría firme. Este era solo el comienzo de su aventura en Hogwarts.
El bullicio en el Gran Comedor se redujo a medida que las puertas se cerraban detrás de los últimos alumnos seleccionados. Harry, ahora sentado en la mesa de Hufflepuff junto a sus nuevos compañeros, sentía que el aire en el salón se cargaba de una expectativa casi tangible. Todos los estudiantes, desde los novatos de primer año hasta los veteranos de séptimo, volvieron sus miradas hacia la mesa alta donde se sentaban los profesores. En el centro de todos ellos, el director Albus Dumbledore se levantó lentamente, su figura imponente, con una larga barba plateada que caía sobre su túnica de colores brillantes. A pesar de su edad, había un brillo juguetón en sus ojos, como si llevara consigo secretos que solo él comprendía.
Dumbledore alzó una mano y el salón quedó en completo silencio. Incluso los murmullos más bajos se apagaron.
—Bienvenidos, bienvenidos a un nuevo año en Hogwarts —comenzó Dumbledore, su voz resonante pero cálida llenando cada rincón del Gran Comedor—. Quiero dar una bienvenida especial a nuestros nuevos estudiantes. Este será un lugar donde aprenderán magia, pero también descubrirán quiénes son y en qué pueden llegar a convertirse. Aquí, en estas paredes, hay conocimiento y experiencias más allá de lo que pueden imaginar.
Harry, que había oído hablar tanto de Dumbledore pero nunca lo había visto en persona, no podía apartar los ojos del director. Había algo en su manera de hablar, una mezcla de sabiduría y humor, que hacía que cada palabra pareciera contener una verdad profunda. Era un hombre que parecía verlo todo, y a la vez, parecía tener la capacidad de hacer que todos se sintieran cómodos en su presencia.
—Antes de comenzar nuestro banquete —continuó Dumbledore, con una pequeña sonrisa—, hay algunas cosas que deben saber.
El director dejó caer su mirada hacia el grupo de alumnos nuevos. Aunque la mayoría mantenía una expresión respetuosa y expectante, Harry sintió que muchos de ellos compartían la misma mezcla de emoción y nervios que él. Los estudiantes más veteranos simplemente observaban, algunos con sonrisas de complicidad, sabiendo que lo que Dumbledore estaba a punto de decir era parte de las costumbres del colegio.
—El señor Filch, nuestro celador, me ha pedido que les recuerde a todos que está estrictamente prohibido correr en los pasillos. Además, si encuentran algún objeto que no les pertenezca, deben devolverlo a la oficina de Filch lo antes posible —dijo Dumbledore, alzando una ceja mientras algunos estudiantes reían por lo bajo, especialmente desde la mesa de Gryffindor, donde Fred y George Weasley se lanzaban miradas cómplices.
Harry pudo notar que Dumbledore hizo una pausa y fijó la vista directamente en los gemelos, como si los estuviera marcando ya como los traviesos del colegio. El director, sin embargo, prosiguió con un tono más serio, manteniendo esa chispa en su mirada.
—Y como siempre, los bosques que rodean el castillo están fuera de los límites —continuó Dumbledore, esta vez con una voz más grave—. Me refiero, por supuesto, al Bosque Prohibido. Está lleno de criaturas mágicas que, aunque fascinantes, pueden ser extremadamente peligrosas para los estudiantes. A menos que deseen conocer de cerca a acromántulas gigantes o centauros que no aprecian las visitas inesperadas, les aconsejo mantenerse alejados.
El nombre del Bosque Prohibido pareció resonar en las paredes del Gran Comedor, y Harry vio cómo más de un estudiante intercambiaba miradas de nerviosismo. El profesor Dumbledore, al ver la reacción en algunos de los estudiantes más jóvenes, aclaró:
—Además, Hogwarts tiene varias protecciones mágicas que impedirán que puedan ingresar al bosque sin ser escoltados o sin una autorización directa de un profesor. Así que, por favor, no intenten ser más astutos que el castillo. Les aseguro que no les saldrá bien.
El tono de Dumbledore era tajante, pero lo acompañaba una sonrisa traviesa. Fred y George intercambiaron una mirada de desilusión, pero se notaba que ya estaban maquinando alguna travesura.
—Ah, y antes de que lo olvide —agregó Dumbledore, enderezándose—. También deben tener cuidado con el Sauce Boxeador. Es un árbol encantado con un temperamento algo... agresivo, por decirlo de algún modo. Si se acercan demasiado, es probable que terminen con más de un golpe. Y hablando de criaturas que habitan nuestros terrenos, quisiera recordarles que, aunque no es un área restringida, sería prudente que mantuvieran cierta distancia del lago. El calamar gigante es una de las muchas criaturas que lo habitan, y aunque normalmente es bastante pacífico, no significa que no pueda darles un buen susto si lo molestan.
Una risa nerviosa recorrió el Gran Comedor, pero era evidente que todos entendían que las advertencias de Dumbledore no eran para tomarse a la ligera. Harry observó a su alrededor; las caras de sus compañeros reflejaban la mezcla de fascinación y respeto que el director inspiraba. Las historias de criaturas mágicas peligrosas y lugares prohibidos solo añadían más misterio y emoción a lo que prometía ser un año inolvidable en Hogwarts.
—Y ahora, quiero presentarles a los profesores que les acompañarán en su educación mágica. Algunos de ellos son nuevos para ustedes, pero todos son excepcionales en sus respectivos campos. Me gustaría empezar con los jefes de sus casas, aquellos que se asegurarán de que tengan el mejor apoyo y guía durante su estancia en Hogwarts.
Dumbledore se volvió ligeramente hacia un hombre de cabello negro y aspecto severo que estaba sentado a su izquierda. Sus ojos oscuros recorrían a los estudiantes de Slytherin con una expresión impasible.
—El profesor Severus Snape, jefe de la casa Slytherin y profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Un murmullo recorrió las mesas, pero Harry notó que los alumnos de Slytherin, especialmente los mayores, permanecían en silencio, mirando a su jefe de casa con un respeto casi temeroso. Snape asintió brevemente ante la presentación, su rostro inexpresivo, mientras sus ojos se desplazaban por el Gran Comedor como si estuviera evaluando a cada estudiante. Incluso desde la distancia, Harry sintió una extraña mezcla de respeto y desconfianza hacia él.
—La profesora Minerva McGonagall, subdirectora, jefa de la casa Gryffindor y profesora de Transformaciones.
McGonagall se levantó de su asiento con una inclinación formal, su rostro firme y profesional, aunque había un leve destello de orgullo en sus ojos cuando miró a los alumnos de Gryffindor, que la recibieron con aplausos entusiastas. Era claro que, aunque su exterior fuera severo, los estudiantes la respetaban profundamente.
—El profesor Filius Flitwick, jefe de la casa Ravenclaw y profesor de Encantamientos.
Harry vio a un hombre pequeño, casi tan bajo como los primeros años, ponerse de pie de un salto en su asiento. Flitwick sonreía con energía, y aunque su estatura no era imponente, había algo en su presencia que irradiaba entusiasmo y calidez. Los estudiantes de Ravenclaw lo recibieron con una ovación animada.
—Y, por último, pero no menos importante, la profesora Pomona Sprout, jefa de la casa Hufflepuff y profesora de Herbología.
Sprout, una mujer de aspecto robusto y acogedor, se levantó con una sonrisa que irradiaba calidez. Harry, sentado en la mesa de Hufflepuff, sintió una ola de bienvenida cuando la profesora lo miró directamente, como si ya estuviera encantada de tenerlo en su casa. Los estudiantes de Hufflepuff la ovacionaron con fervor, y Harry no pudo evitar sentirse orgulloso de estar bajo su liderazgo.
—Cada uno de estos profesores no solo les enseñará magia —añadió Dumbledore—, sino que también los guiarán y apoyarán en su vida aquí en Hogwarts. Y, por supuesto, todos están aquí para hacer que su estancia sea lo más enriquecedora posible.
Dumbledore se detuvo un momento, dejando que sus palabras se asentaran. Luego, con una pequeña sonrisa, añadió:
—Y ahora... que el banquete comience.
Con un simple gesto de su mano, las mesas del Gran Comedor se llenaron de comida. Platos rebosantes de pollo asado, patatas, tartas, jugos y una variedad infinita de alimentos aparecieron de la nada, y el Gran Comedor estalló en murmullos emocionados mientras los estudiantes comenzaban a servirse. Harry, que no había comido mucho en todo el día, se encontró fascinado por la comida. Todo parecía delicioso y había más opciones de las que jamás hubiera imaginado.
Mientras los platos pasaban de mano en mano, los nuevos estudiantes seguían intercambiando miradas emocionadas. Aunque las casas los habían separado en mesas diferentes, Harry sabía que su aventura en Hogwarts apenas comenzaba.
Harry observaba con asombro cómo las bandejas del banquete aparecían llenas de comida, prácticamente de la nada. Los platos se llenaban con montañas de pollo asado, costillas, patatas doradas, verduras al vapor, y más manjares de los que jamás había visto juntos. Incluso había salsas de todos los colores y texturas imaginables. El aire estaba cargado con los aromas ricos y especiados de la cena. Pero lo más impresionante no era la cantidad de comida, sino cómo funcionaba. Cada vez que alguien pedía algo con una voz clara, un jarro o plato se deslizaba por la mesa, como si supiera exactamente a dónde debía ir.
Harry, sentado entre sus nuevos compañeros de casa, apenas podía creer lo que veía. Se inclinó hacia un jarro cercano que contenía jugo de calabaza y lo señaló con timidez. El jarro respondió, moviéndose suavemente hacia él. Sorprendido pero encantado, sirvió su vaso lleno y comenzó a beber, deleitándose en el frescor del líquido.
—Increíble, ¿no? —comentó una voz cercana.
Harry giró la cabeza y se encontró con un chico mayor sentado a su lado. Era Cedric Diggory, un alumno de tercer año. Con su cabello rubio oscuro y su porte amistoso, parecía irradiar una calma contagiosa. Harry lo había visto antes, justo al sentarse, pero no había tenido la oportunidad de presentarse.
—Sí, es... mágico —respondió Harry con una sonrisa nerviosa, todavía tratando de asimilar todo lo que estaba sucediendo a su alrededor.
Cedric soltó una risa suave, claramente acostumbrado a la impresión que causaba el primer banquete de Hogwarts.
—Te acostumbrarás. Al principio todo parece increíble, pero es una de las mejores cosas de estar aquí. —Cedric se inclinó un poco más cerca—. Y estar en Hufflepuff tiene sus ventajas. Puede que algunos piensen que es una casa más "suave", pero créeme, es donde realmente se aprende lo que es ser parte de un equipo. Lealtad y trabajo duro, eso nos define.
Harry sintió un nudo cálido en su pecho. Hufflepuff no había sido lo que esperaba, pero Cedric parecía genuinamente orgulloso de su casa. Además, la forma en que lo decía no era con arrogancia, sino con un sentimiento sincero de camaradería.
—Gracias, Cedric —respondió Harry, sintiendo que estaba en el lugar correcto.
Mientras tanto, las conversaciones se animaban alrededor de la mesa. Hannah Abbott, sentada enfrente, reía con Ernie Macmillan y Susan Bones, mientras discutían qué tipo de comida era la mejor para comenzar el banquete.
—Harry, prueba esto —dijo Susan, alcanzando una bandeja llena de pequeños pasteles dorados—. Es uno de mis favoritos, ¡pastel de calabaza!
Harry aceptó el pastel con una sonrisa, sintiendo que se integraba poco a poco al grupo. El calor y la energía de la mesa de Hufflepuff le hicieron olvidar, aunque fuera por un momento, las preocupaciones que había tenido sobre ser seleccionado en esta casa. Cedric le dio un suave golpe en el hombro antes de concentrarse en su propia comida.
—No te preocupes por lo que otros puedan pensar. A lo largo del año te darás cuenta de que estar en Hufflepuff es un honor, de verdad —añadió Cedric mientras se servía un poco de guiso.
Harry asintió, sintiendo que la ansiedad en su estómago se disolvía con cada bocado que tomaba.
En medio de las conversaciones animadas y la comida que parecía no tener fin, una figura espectral comenzó a deslizarse hacia la mesa de Hufflepuff. Harry, que apenas acababa de servirse un trozo de pastel de calabaza, lo vio desde el rabillo del ojo: un fantasma rechoncho y sonriente, con una apariencia acogedora que irradiaba calidez a pesar de su naturaleza etérea.
El Fraile Gordo, como pronto descubriría Harry, flotaba suavemente, saludando a todos los estudiantes mientras se acercaba a la mesa. A diferencia de los fantasmas de otras casas, que Harry había notado se mantenían más reservados o altivos, el Fraile Gordo tenía una presencia amistosa, como un viejo amigo que te recibe con los brazos abiertos.
—¡Bienvenidos, bienvenidos! —exclamó el Fraile Gordo, deteniéndose justo frente a Harry y sus compañeros—. ¡Es un placer ver caras nuevas en Hufflepuff! ¡Siempre me alegra conocer a los nuevos miembros de nuestra querida casa!
Su voz era jovial, y cada palabra que pronunciaba parecía relajar más a los estudiantes. Harry notó cómo Hannah y Susan sonreían abiertamente, mientras que Ernie asentía con entusiasmo, claramente familiarizado con el fantasma.
—Yo soy el Fraile Gordo, el humilde fantasma de Hufflepuff —continuó, haciendo una ligera reverencia que, de no haber sido un fantasma, habría parecido pesada—. Si alguna vez necesitan algo, ya saben dónde encontrarme. Mi trabajo aquí es hacer que se sientan como en casa. ¿Problemas con sus deberes? ¿Una charla amistosa? ¡Vengan a mí! —añadió con una risa suave—. No soy tan estricto como algunos de los otros fantasmas.
Harry notó que, aunque hablaba en tono de broma, había una especie de verdad en sus palabras. El Fraile Gordo no tenía la misma atmósfera de misterio o rigidez que los demás fantasmas que había visto desde que llegaron. Mientras hablaba, hizo un gesto hacia la mesa de Slytherin, donde un fantasma delgado y altivo, vestido de forma elegante, observaba todo desde la distancia. El Barón Sanguinario. Aunque Harry no sabía quién era, sintió un escalofrío al mirarlo. En comparación, el Fraile Gordo parecía exactamente el tipo de fantasma que Harry querría tener como compañero de casa.
—La historia de Hufflepuff es una de las más nobles de Hogwarts —continuó el Fraile, su voz más grave pero manteniendo el tono afable—. Nuestra fundadora, Helga Hufflepuff, siempre creyó en la igualdad y la aceptación. No discriminaba por sangre ni habilidad, sino que buscaba lo mejor en cada mago y bruja. Por eso, aquí en Hufflepuff, acogemos a todos los que desean trabajar duro y ser leales. Este es un lugar para aquellos que quieren aprender y crecer, juntos como una verdadera familia.
Las palabras del fantasma resonaron en Harry. Ese mismo día, el Sombrero Seleccionador había hablado de la importancia de la lealtad y del trabajo en equipo. Ahora, mientras el Fraile Gordo hablaba con pasión sobre los valores de su casa, Harry sentía que había hecho la elección correcta. Aunque la casa de Hufflepuff no tenía la fama grandiosa de Gryffindor o la ambición de Slytherin, había algo especial en su atmósfera de comunidad y apoyo mutuo.
—Y no se preocupen, ¡me verán con frecuencia! —exclamó el Fraile, guiñando un ojo fantasmagórico—. Estoy por aquí la mayoría de las noches. Si necesitan alguna historia o una compañía durante las largas horas de estudio, no duden en buscarme.
El Fraile Gordo hizo una pausa, mirando a cada uno de los estudiantes, como si quisiera asegurarse de que cada uno de ellos se sintiera bienvenido y comprendido. Luego, con una sonrisa enorme que le hacía parecer aún más cálido, flotó un poco más arriba de la mesa.
—Ahora disfruten del banquete —dijo finalmente—. ¡Y recuerden que en Hufflepuff, siempre hay un lugar para todos!
Los estudiantes estallaron en aplausos, claramente emocionados y relajados por la actitud acogedora del fantasma. Harry sonrió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, estaba exactamente donde debía estar. El Fraile Gordo se despidió con una última reverencia antes de deslizarse hacia el final de la mesa, continuando su ronda de saludos. La conversación en la mesa de Hufflepuff se reanudó, con los estudiantes compartiendo sus impresiones y anécdotas sobre el fantasma.
Harry, entre bocado y bocado, intercambió algunas palabras más con Cedric y Hannah, ambos igual de complacidos con la calidez del Fraile Gordo. Era evidente que, más allá de la magia, Hogwarts también tenía espacio para la camaradería y el apoyo, y Harry no podía sentirse más afortunado de haber sido seleccionado para Hufflepuff.
Mientras el banquete continuaba, Harry comenzó a prestar más atención a sus nuevos compañeros de casa. Sentado junto a Hannah Abbott, Susan Bones, Justin Finch-Fletchley, Ernie Macmillan, y Megan Jones, pudo sentir la mezcla de emociones que compartían. Había entusiasmo, pero también un poco de nerviosismo por lo que les esperaba en su vida en Hogwarts. Entre bocados de comida deliciosa, las conversaciones empezaron a fluir.
—La ceremonia fue mucho más intensa de lo que esperaba —comentó Hannah, su voz aún un poco temblorosa—. ¡Nunca pensé que estaría tan nerviosa!
Susan, sentada a su lado, asintió con una sonrisa tranquila. —Lo hiciste muy bien. Yo también estaba bastante nerviosa, pero creo que vamos a estar bien aquí. Mi tía siempre dice que Hufflepuff es una casa muy especial. —Al ver la expresión de curiosidad de Harry, añadió—. Mi tía es Amelia Bones, trabaja en el Ministerio de Magia, en el Departamento de Seguridad Mágica.
Harry notó el tono de orgullo en la voz de Susan al mencionar a su tía. Sabía que la seguridad mágica era algo importante, y que alguien en un puesto tan alto debía ser una figura de autoridad en el mundo mágico.
—¿Tu tía está en el Ministerio? —preguntó Harry con genuino interés.
—Sí, y es bastante estricta, pero muy justa —respondió Susan—. Siempre me habla de la importancia de hacer lo correcto, incluso cuando es difícil.
Harry sonrió. Le agradaba Susan; parecía ser una persona sincera y con los pies en la tierra. Sin embargo, Ernie Macmillan, sentado al otro lado, interrumpió la conversación con un tono algo pomposo.
—Mi familia también tiene un largo linaje en el mundo mágico. Todos mis antepasados han sido magos respetados, y espero seguir sus pasos aquí en Hogwarts —dijo Ernie, levantando la barbilla con una expresión de superioridad.
Harry intercambió una rápida mirada con Justin, que parecía un poco incómodo ante el comentario de Ernie.
—Yo soy hijo de muggles —intervino Justin con una sonrisa amistosa—. Mis padres no sabían nada de la magia hasta que recibí mi carta de Hogwarts. ¡Fue toda una sorpresa! Aún no puedo creer que todo esto sea real —confesó, mirando el Gran Comedor con los ojos muy abiertos.
—Yo también vengo de una familia mixta —dijo Megan Jones—. Mi madre es muggle y mi padre es mago, así que siempre he estado en contacto con ambos mundos. Me gusta pensar que puedo ver lo mejor de los dos.
Harry sintió un alivio en la conversación. Era interesante conocer los diferentes antecedentes de sus compañeros, y aunque Ernie parecía un poco arrogante, los demás parecían más accesibles. Además, compartían el mismo entusiasmo por lo que les esperaba en Hogwarts.
—¿Y tú, Harry? —preguntó Hannah de repente—. ¿Qué piensas de todo esto?
Harry se encogió de hombros, aún un poco abrumado por todo lo que había sucedido esa noche. —Bueno, todavía estoy asimilándolo. Nunca pensé que sería parte de algo como esto, pero me alegra estar en Hufflepuff —dijo con sinceridad.
Cedric Diggory, que había estado escuchando en silencio, decidió intervenir en ese momento, sonriendo con amabilidad. —Están en buenas manos aquí en Hufflepuff. Todos nos apoyamos mutuamente, y aunque tal vez no tengamos la misma fama que Gryffindor o Slytherin, nuestra casa tiene mucho que ofrecer. El trabajo duro y la lealtad son cosas que siempre serán valoradas, tanto dentro como fuera de Hogwarts —dijo, su tono calmado y seguro. Luego añadió—. Además, no se preocupen demasiado por sus clases. Los profesores son bastante comprensivos con los estudiantes de primer año, y si alguna vez necesitan ayuda, no duden en preguntarme.
Las palabras de Cedric parecieron tener un efecto calmante en todos los presentes. Harry sintió una gratitud inmediata hacia él; Cedric irradiaba una confianza serena que hacía que las preocupaciones de los más jóvenes parecieran más pequeñas.
—¿Y cómo son las clases? —preguntó Megan con curiosidad.
—Bueno, depende del profesor —dijo Cedric—. Algunos son más estrictos que otros. Por ejemplo, la profesora McGonagall, que enseña Transformaciones, es bastante exigente, pero también muy justa. Y el profesor Flitwick, que enseña Encantamientos, es muy entusiasta. A veces nos demuestra los hechizos más avanzados solo para motivarnos, lo cual es impresionante.
—¿Y qué tal las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras? —preguntó Harry, recordando lo que había leído en sus libros. Era una materia que le interesaba mucho, sobre todo por todo lo que había oído acerca de los peligros que existían en el mundo mágico.
Cedric frunció un poco el ceño. —Este año tenemos un nuevo profesor, el profesor Snape. Siempre ha sido el jefe de Slytherin y solía enseñar Pociones, pero dicen que es muy bueno en Defensa. Aunque... bueno, también tiene fama de ser bastante intimidante.
Harry no pudo evitar preguntarse cómo sería el profesor Snape. Ya había notado que los estudiantes de Slytherin lo respetaban, incluso con algo de temor, y ahora empezaba a entender por qué.
Con la conversación fluyendo de manera más relajada, Harry comenzó a sentirse más a gusto. El ambiente en Hufflepuff era acogedor, y la calidez de sus compañeros, junto con los consejos de Cedric y la afabilidad del Fraile Gordo, lo hicieron sentir que había encontrado un lugar donde realmente podría encajar.
Mientras terminaba de comer, Harry no pudo evitar mirar hacia las otras mesas. Desde su lugar en Hufflepuff, alcanzaba a ver a Hermione, sentada en la mesa de Ravenclaw. Estaba enfrascada en una conversación con algunos estudiantes, su mirada iluminada con entusiasmo, probablemente hablando sobre los libros que había leído antes de llegar. No le sorprendía que hubiera sido seleccionada para Ravenclaw; parecía encajar perfectamente en la casa de los estudiosos.
Más allá, en la mesa de Gryffindor, Neville parecía estar mucho más relajado que durante la ceremonia. Aunque seguía teniendo una postura algo encogida, los demás estudiantes de Gryffindor lo estaban recibiendo con sonrisas y palmadas en la espalda. A Harry le alegraba ver que Neville se sentía más cómodo. Su torpeza no parecía ser un problema para los valientes Gryffindor, quienes ya lo estaban integrando en sus conversaciones.
Sin embargo, fue la visión de Ron en la mesa de Slytherin la que hizo que el estómago de Harry se apretara ligeramente. Ron estaba sentado algo apartado, todavía con una expresión preocupada en el rostro. Aunque trataba de mantener la cabeza en alto, como siempre lo había hecho en el tren, Harry podía notar el nerviosismo en su amigo. Era evidente que no había esperado acabar en Slytherin, y que ahora temía la reacción de su familia. Los gemelos Weasley lo observaban con miradas de desconcierto, aunque Percy, que estaba sentado cerca de ellos, parecía tomarlo con más calma, intercambiando algunas palabras con los prefectos de su mesa.
Cedric, que había notado hacia dónde miraba Harry, se inclinó un poco hacia él con una sonrisa comprensiva.
—Es extraño al principio, ¿no? —le dijo, como si pudiera leer sus pensamientos—. Estar separado de tus amigos puede ser difícil, pero no te preocupes. Las casas son más como familias extendidas, y aunque estés en Hufflepuff, eso no significa que no puedas seguir siendo amigo de los demás.
Harry asintió, apreciando el consuelo en las palabras de Cedric, pero sin dejar de mirar a Ron.
Justin, sentado más cerca de Cedric, intervino en la conversación, con la curiosidad típica de alguien que acababa de llegar. —¿Y cómo son las relaciones entre las casas? He oído que algunas casas no se llevan muy bien entre ellas.
Cedric se encogió de hombros, sin perder su tono amable. —Depende. Gryffindor y Slytherin, por ejemplo, siempre han tenido una especie de... rivalidad. Es algo histórico, pero no significa que no puedas llevarte bien con alguien de Slytherin si te lo propones. Cada casa tiene su propia personalidad, pero eso no debería impedir que hagas amigos en otras casas.
Hannah, que había estado escuchando con atención, intervino en ese momento. —Dicen que Slytherin puede ser bastante competitiva, ¿no?
Cedric asintió. —Sí, Slytherin tiende a ser más... ambiciosa, y a veces esa ambición puede hacer que se enfoquen mucho en ganar o en mantener el control. Pero no todos los Slytherin son iguales, así que no se dejen llevar por las ideas preconcebidas.
Harry seguía observando a Ron, que parecía cada vez más aislado entre los estudiantes de Slytherin. Draco Malfoy, sentado no muy lejos de él, conversaba con Crabbe y Goyle, pero no dirigía ni una sola palabra a Ron, como si ignorara su presencia.
Cedric, notando la inquietud en Harry, añadió: —Dale tiempo a tu amigo. A veces, estar en una casa diferente puede ser un desafío, pero las cosas se acomodan con el tiempo. Todos estamos aquí para aprender y crecer, así que estoy seguro de que al final todo irá bien.
Las palabras de Cedric, nuevamente llenas de sensatez, reconfortaron a Harry. Aunque las dinámicas entre las casas parecían complejas, era alentador saber que no había barreras definitivas entre ellos.
Cuando el banquete llegó a su fin, Dumbledore se puso en pie una vez más, captando de inmediato la atención de todo el Gran Comedor. Harry, que había estado disfrutando de una porción de pastel de frutas, dejó su tenedor en el plato y dirigió la mirada hacia el director.
—Espero que todos hayan disfrutado del banquete —dijo Dumbledore, con una sonrisa afable que hizo brillar sus ojos detrás de las gafas de media luna—. Ahora es momento de retirarse a las salas comunes para descansar. Mañana comenzarán sus clases y, como siempre, tienen todo un año por delante lleno de oportunidades para aprender y crecer. Pero, por ahora, lo mejor será que todos se dirijan a dormir.
El Gran Comedor estalló en murmullos y movimiento mientras los estudiantes, tanto nuevos como veteranos, comenzaban a levantarse de sus asientos. Harry se unió a sus compañeros de Hufflepuff, pero no pudo evitar buscar con la mirada a Ron, Hermione y Neville entre la multitud que empezaba a salir.
En medio de la agitación, Harry finalmente divisó a Ron, que avanzaba con los hombros encogidos, como si quisiera desaparecer entre la multitud de túnicas negras. Hermione y Neville no estaban lejos, y los cuatro amigos se encontraron en una pequeña esquina del vestíbulo, lejos del bullicio.
Ron fue el primero en hablar, su voz cargada de inquietud. —No puedo creer que terminé en Slytherin. Mi familia... —Ron tragó saliva, visiblemente nervioso—. ¿Qué va a pensar mi madre? —añadió, con una mezcla de temor y resignación.
Harry le puso una mano en el hombro, intentando transmitir algo de ánimo. —Ron, no importa en qué casa estés —dijo con seriedad—. Lo importante es lo que hagas a partir de ahora. Estar en Slytherin no te hace malo. Además, el sombrero vio algo en ti que aún no conocemos. Tienes potencial, y estoy seguro de que lo demostrarás.
Hermione asintió con entusiasmo, ajustándose el cuello de su túnica de Ravenclaw. —Sí, Ron, estar en Slytherin no es algo terrible. Si algo he aprendido de todos los libros que he leído, es que cada casa tiene sus méritos. Slytherin puede ser ambiciosa y astuta, pero también se necesitan esas cualidades para tener éxito. No te preocupes tanto —concluyó, intentando animarlo con un tono razonable.
Neville, aunque más reservado, también quiso ofrecer su apoyo. —Yo... bueno, no me esperaba Gryffindor en absoluto —dijo con una pequeña risa nerviosa—. Mis padres fueron Gryffindor, pero pensé que nunca sería lo suficientemente valiente para estar en esa casa. Si ellos lo fueron, tal vez pueda estar a la altura. Y... tal vez tú también estés destinado a grandes cosas en Slytherin, Ron.
Ron les dedicó una sonrisa tímida, pero era evidente que sus preocupaciones no se habían disipado del todo. Aún así, sus amigos hicieron lo posible por levantarle el ánimo.
—Será raro no estar en la misma casa —comentó Harry—, pero eso no significa que dejaremos de ser amigos. Nos veremos en las clases y en el recreo. Podemos seguir viéndonos.
Hermione asintió nuevamente, esta vez con más entusiasmo. —Claro. Además, será interesante ver cómo nos va a cada uno en nuestras casas. Creo que vamos a aprender un montón.
Neville, por su parte, sonrió con más confianza. —Y siempre podemos reunirnos cuando tengamos tiempo. No importa en qué casa estemos.
El grupo intercambió miradas de apoyo y afecto, sabiendo que la separación en diferentes casas no rompería los lazos que habían empezado a forjar en tan poco tiempo.
De repente, la multitud se reorganizó, y los prefectos comenzaron a llamar a los estudiantes de primer año de cada casa. Cedric Diggory, como uno de los alumnos más destacados de Hufflepuff, se acercó al grupo de Harry, indicándole que era momento de dirigirse hacia su sala común. Percy Weasley también comenzó a reunir a los nuevos estudiantes de Gryffindor, mientras otros prefectos hacían lo propio con las demás casas.
—Es hora —dijo Cedric con una sonrisa amable—. Vamos, Harry, te mostraré el camino.
Harry intercambió un último vistazo con Ron, Hermione y Neville.
—Nos veremos mañana —dijo Harry, despidiéndose de sus amigos con una sonrisa. Ron asintió, mientras Hermione y Neville levantaban las manos en señal de despedida.
Con los corazones llenos de emoción por el día que habían vivido, se separaron, cada uno siguiendo a su respectivo prefecto.
Harry, junto con los demás alumnos de Hufflepuff, siguió a Cedric y al grupo de prefectos por una serie de pasillos que los llevaron hacia las cocinas del castillo. Allí, una pequeña puerta de madera con grabados de comida y utensilios marcaba la entrada de la sala común de Hufflepuff.
Cuando Cedric abrió la puerta, Harry sintió una ola de calidez al entrar. La sala común de Hufflepuff estaba iluminada por suaves luces doradas, y una serie de cómodos sillones de cuero marrón rodeaban una chimenea encendida que crepitaba suavemente. Las paredes estaban decoradas con plantas mágicas, que emitían un leve resplandor verde, creando un ambiente acogedor y natural.
Harry dejó escapar un suspiro de alivio. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba en un lugar al que pertenecía. Hufflepuff podía no haber sido su primera opción, pero ya comenzaba a entender por qué el sombrero había dicho que era el mejor lugar para él.
