Su despertar marcó el inicio de todo. Una nueva era plateada para Hallownest. Un nuevo comienzo. Su luz abarcó cada rincón de ese vacío agujero, y consigo, su sabiduría. Fue conocido por muchos nombres. El primero de todos. El emperador. El gran Wyrm.
Bajo sus bellas alas, Hallownest alcanzó una gloria que nunca nadie sería capaz de imaginar. Todos los bichos se unieron bajo una bandera, todos bajo la sabiduría y el don de la mente y el pensar.
Se alzaron ciudades, se desarrolló la tecnología, la agricultura, la metalúrgica. La mente del gran rey no tenía fronteras, y ver su pueblo crecer era su mayor pasión. Pasión que compartió con todos aquellos que estaban dispuestos a escucharlo. Sin embargo, ese era plateada no fue eterna.
Aún ansioso por darle mucha más luz a este reino, el Wyrm cayó victima de una grave enfermedad. Una enfermedad desconocida, que ningún médico de Hallownest era capaz de curar. Su agonía se convirtió en su purgatorio, y el gran Emperador murió retorciéndose en el dolor de la locura. Rodeado de sus seres queridos y amigos más cercanos.
Nadie sabe cual fue el destino de su esposa, la Emperatriz Blanca, fiel compañera del Wyrm y su mejor confidente. Algunos creen que huyó lejos. Otros piensan que compartió un destino similar a su esposo. Otros piensan que fue otra víctima de los conflictos internos y los juegos de poder que se desataron dentro del Palacio Blanco tras la muerte de Wyrm.
Ahora, el primogénito del Wyrm era quien se sentaban sobre el trono plateado, rodeado de víboras y peligrosas eminencias que solo ansiaban por poder. Una lucha interna que dividió la corte, con el fin de hacerse con el favor del príncipe Hollow y así controlar al reino bajo las sombras.
Esta funesta lucha de poder dentro del palacio, se vió reflejada en el propio reino, y los señores de la guerra leales al Wyrn tomaron la funesta decisión de separarse del reino. Una ruptura que desembocaría en la guerra por la supremacía que ha durado siete años después de la caída del Wyrm. Lo que antes fue un glorioso imperio, ahora no era más que restos, distribuidos en los siete reinos de Hallownest:
En lo más profundo del reino, se alzaba el Palacio Blanco, capital del Imperio Pálido, conde la gran Ciudad de Lágrimas aún demostraba su grandeza de antaño. Un reino consumido por los juegos de poder y los asesinatos dentro de la corte, en una lucha constante por el control entre los leales encabezados por Luriel, ministro de Izquierda, y el maestro , ministro de la derecha y máxima autoridad religiosa del Imperio Pálido: El Culto del Alma.
En la otra esquina de Hallownest, se alza orgullosa la nación de la Seda Carmesí, dirigida por la matriarca y señora de la guerra Herrak, la bestia. Una nación que prosperó en los oscuros y estrechos pasajes del antiguo Nido Profundo. Las tejedoras fueron los aliados más cercanos del antiguo Wyrm, y fueron los primeros en declara su independencia del reino al ver toda la podredumbre que se esparcía por los recovecos del palacio.
La mantis no dudaron en separarse tras el estallido del conflicto. Su pueblo era orgulloso, y el camino del guerrero no les permitía tolerar tales fechoría dentro de su capital. Encabezadas por la Junta de las Tres Lords, las mantis se mantiene firmes bajo la bandera de la Garra de Honor, la nación que defenderá su orgullo y tradiciones.
Otro de los reino que no pudo soportar a las víboras de la corte, fueron las abeja. La reina Vespa había renunciado a su corona para crecer junto a la prosperidad del Emperador Pálido, pero esta podredumbre que corrompía el trono plateado no es ni la sombra de su antigua luz. La nación del Panal Dorado es una fortaleza impenetrable. Su pueblo, prosperaba bajo el mandato de su reina, y no veía con buenos ojos a los forasteros.
La Senda Verde fue un culto a la vida, cuyas doctrinas se separaron de raiz del Culto del Alma al preferir una forma de venerar sus ancestro basada en la meditación y superación personal, y no en el resto a una entidad superior. Sus ciudades estaban divididas por la frondosa vegetación que crecía por sus canales, y sus guerreros de musgo eran maestros de las emboscadas. Entrasen en su territorio sin la adecuada preparación sería un suicido. Y aún así, nadie sabe con exactitud quien rige sobre las tierras de la Senda Verde, aunque algunos especulan que se trata del propio semidios Unn.
Justo encima del Panal Dorado, se encontraba las Espadas Sangrientas. Una turba de mercenarios y guerreros peligrosos, que residían en el imponente coliseo de gladiadores, construido durante la gloriosa era plateada, pero que ahora hasta sus muros han pedido su resplandor. No tienen ningún líder que los represente, y las luchas de poder y muertes barbáricas en los pasillos del coliseo son el pan de cada día. Su único verdadero señor, es el gen que sus contratistas estén dispuestos a pagarles.
Y finalmente, por encima de todo, se encuentra La Corona de Jade. Residencia de la tribu de las polillas durante generaciones. El único pueblo consciente ante la llegada del gran emperador, pero que ahora volvía a recluirse de los conflictos del mundo exterior. Todos, bajo la gracia de la gran Emperatris Radiante, una de las hechiceras más poderosas de todos los tiempo, y cuya gracia compartía con sus seguidores.
Sin embargo, Hallownest no solo estaba conformada por esos siete grandes reino. Aún incluso durante tantos malabares de poder, regiones y pueblos neutrales juegan en un peligroso equilibrio de igualdad entre las grandes potencias que la rodeaban.
Ejemplo de esto es la Biblioteca Ancestral, donde el propio Emperador guardó los registros y hazañas de su pueblo durante su reinado. Registros, que fueron objetivo de ultraje para el Culto del Alma, y sus intereses de manipular la historia a su favor. Registros, que no serán tocados a menos que la propia Maestra del Conocimiento Monomon lo decida, y exista alguien lo suficientemente estúpido, para no temerle a una muerte explosiva por parte de los millones de Uoma que rodena el santuario del conocimiento.
Y entre los muchos santuarios de neutralidad de estas tierras, se encontraba el pueblo fronterizo de Bocamatsu, un remanso de descanso para todos aquellos viajeros de afueras de Hallownest que ingresaban en el reino. Una villa tranquila. Un remanso de paz, cuyas fronteras habían logrado mantener con cierta estabilidad con los reino aledaños. Y es en este pueblo... Donde nuestra historia comienza.¨
- Flash Back -
— 7 años en el pasado —
El Paso del Emperador era siempre un lugar concurrido. Su vía principal conectaba el agitado pueblo de Bocamatsu con el mundo exterior. Su calle principal siempre estaba llena de vendedores con productos novedosos y de alta calidad. Hilos de finas hebras, sake de miel de una cualidad imposible, lana, frutas y verduras, carnes, y artículos de metal finamente trabajados.
La voz de los pregones siempre estaban dando alguna oferta. Las tiendas de comida saturaban los pasajes de olores maravillosos. Y los transeuntes siempre iban y venían desde el exterior a cualquier región del reino, siendo la estación de ciervocaminos la joya del pueblo, la cual conectaba con todos los rincones de Hallownest.
El Emperador Pálido siempre vió a esta región con sumo interés, como nexo entre el exterior y el reino, y valla que tenía razón. Decenas de tribus y reinos fuera de las cavernas, sostenían relaciones comerciales y tratados diplomáticos para beneficiarse de la prosperidad de Hallownest. Todo parecía ser perfecto, hasta que la enfermedad del Emperador comenzó a corromper su cordura.
Sin embargo, muy alejado de los canales principales llenos de transeuntes, un par de pies pequeños corrían a toda velocidad por los pasajes del Paso del Emperador. Una silueta infantil y risueña, en cuyas manos traía unas deliciosas vallas que se había encontrado en los conductos.
Sus pequeños pies no parecían conocer el descanso, y su peculiar risa era contagiosa. La risa de un niño alegre.
Su llegada a la ciudad no pasó desapercibida, pues mucho ya lo conocían y sabían quien era la sabandija que corrían entre todos los transeuntes. Su cuerpo delgado siempre cubierto por prendas grises, y su rostro blanco era marcado por dos enormes ojos lleno de ilusión. y sobre su cabeza, se alzaba una cornamenta que ningún otro insecto ha tenido jamás.
El pequeño insecto se apresuró al interior de una modesta villa. Una con bonitos jardines, y una casa de madera, algo sencilla para la persona que vivía en su interior. Sus pasos retumbaban en la madera de los exteriores, ansioso por llegar a su destino. Una modesta habitación, donde lo único destacable, era una pequeña mesa sobre la que descansaba un papiro, el cual estaba siendo rellenado por informes y cuentas de uno de los insectos más importante del pueblo. Uno que rio levemente, al sentir los pasos de aquel pequeñajo que sin pedir permiso abrió las puestas del lugar.
— ¡Papá! — Exclamó el pequeñajo tan pronto lo vió dentro de la habitación.
— Ah... ¿Pero que trae a mi pequeño a irrumpir en mi trabajo? —
— Mira, mira. Encontré estas vallas cerca del borde del reino. ¿No lucen grandiosas? —
—Mmmm. Tienen un color maravilloso. ¿Y que te he dicho de ir al borde del reino por tu cuenta? —
—Lo siento. — Dijo bajando la cabecita.
— Esta bien pequeño. Mírate... Ya eres todo un señorito. Grande y fuerte. Jajajaja. —
Ambos se rieron con gusto, mientras el insecto mayor le hacía cosquillas de forma juguetona y el infante reía sin parar. Hasta que una tercera voz los detuvo.
— Elderbug-sama, le recuerdo que esos reportes deben ser entregados esta misma tarde. Ghost-sama, será mejor que no interrumpa al Daimyo durante las horas laborales. —
El insecto mayor no pudo evitar reírse, pues tanto él como el joven Ghost sabían muy bien como molestar a aquella que parecía ser la secretaria del que regía sobre esas tierras. El Daimyo podría ser el insecto más respetado del pueblo, pero muy pocos sabían lo infantil que podría llegar a ser cuando estaba junto a su adorado hijo.
— No se moleste así, Iselda-dono, o su cara se va a arrugar mucho más rápido que su edad. —
Ni Ghost ni Elderbug fueron capaces de sostener la risa, una mucho más elevado de tono que la de antes. ¿Y como no hacerlo? Si las venas que sobresalían del rostro de Iselda parecían querer reventársele si no les daba un puñetazo. Sin embargo, ella siempre encontraba una forma inteligente de salirse con la suya.
— Y si no es mucha molestia preguntar, Ghost-sama. ¿No debería estar ahora en la escuela? —
— ¿La escuela? — Preguntó el Daimyo.
— Es... Esto... Yo... ¡Ya me voy? — Exclamó el pequeñajo antes de salir corriendo, evitando un regaño de su padre. Cosa que de nada serviría, pues más tarde le iba a tocar una buena.
— Rayos. Estos jóvenes de hoy en día. —
— Elderbug-sama, han llegado más cartas del Palacio. Al parecer, otra vez van a subir los impuestos. —
— Esto no me gusta. Es la tercera vez en este año. — Decía el Dainyo, rascándose la frente mientras intentaba encontrar una respuesta a todo. — ¿Qué está pasando? Emperado-sama. —
Sin embargo, ajeno a todos los problemas que desgarraban este reino, el joven Ghost corría a paso apurado a su santuario de sabiduría. La escuela del pueblo, donde seguro ya se había perdido la primera sección de enseñanzas.
Cuando llegó, se mantuvo lo más discreto posible, escondido detrás de los objetos para no llamar sospechas. Para su suerte, parecía que el resto de niños estaban en el recreo, así que había llegado en el momento justo. Y casualmente, y había divisado su próxima víctima.
La pobre criatura no sabía quien se acercaba a sus espaldas, pues estaba muy concentrada leyendo un cuento de unos papiros que tanto le gustaba. Tarareaba una canción alegremente, mientras los niños que jugaban a su alrededor parecían no darle importancia. Entonces... Ghost atacó con un desprevenido piquete sobre sus costillas, lo cual le provocó un involuntario grito por el susto.
— Sorpresa. — Decía el mocoso sin escrúpulos.
— Ghost-sama... Por favor. No me asuste así. —
— Oh vamos, Bretta-chan. No me trates con tanta educación aquí en la escuela. —
— Pero... — Decía mientras se avergonzaba un poco. Por suerte, una tercera voz acudió al rescate.
— Valla... ¿Metiéndote en problemas tan temprano? —
— Quirrel-kun. También me da gusto verte, amigo. —
— ¿Sabes que estas en problemas, verdad? —
— Ah, venga. El maestro no se va a dar cuenta que llegué tarde. —
— ¿Estás seguro? —
La pregunta resultó algo extraña, sobre todo porque su amigo Quirrel estaba mirando por encima de su cabeza. Como si se enfocara en algo, o en alguien más. Ghost se dió la vuelta, y menudo susto se llevó al ver quien estaba a su espalda.
— ¡Co... Co... Cornifer-sensei! —
— Valla, valla, Ghost-sama. Veo que se ha perdido su primera sección de clases esta mañana. Que mal. Que mal. ¿Qué pesará el gran Dainyo al respecto? —
El pobre Ghost no podía hacer más que bajar la cabeza, pero Cornifer era un maestro recto, y no dejar a Ghost sentado en el piso toda la sección de la tarde. No importase cuanto le doliese el trasero, era mejor esto, pues ya sabía que su padre le daría otro regaño por su irresponsabilidad. Cosa que, para su sorpresa, no recibió esa noche.
Esa noche, Ghost se mostró preocupado durante el período de la sena. Ya Iselda había regresado a casa, y ahora Elderbug y Ghost eran los únicos presentes. El Daimyo adoraba al pequeño, y no dudaba en escuchar sus travesuras de cada día, pero esa noche Elderbug se mostraba muy preocupado, al punto de haber probado solo uno de los dumplings de los ocho que tenía sobre su plato.
— Papá... ¿Esta todo bien? — La voz del pequeño lo sacó de sus pensamientos.
Elderbug reaccionó de pronto. No sabía cuanto tiempo se había quedado pensando, pero había pasado casi un minuto sin moverse. No podía negarlo, las preocupaciones inundaban su mente, pero esa era una pena que no quería compartir con el pequeño. Así que sin responder a su pregunta, el Daimyo solo le dedicó una sonrisa, mientras acariciaba su cabeza justo entre sus cuernos, algo que Ghost adoraba.
— Mi pequeño... Has crecido tanto. —
— Por supuesto. Voy a ser un gran guerrero, como tú. Voy a ser el mejor de la historia. — Comentario que sacó una sonrisa en el adulto.
— Hay cosas más importante que ser un gran guerrero. —
— ¿Más importantes? ¿Como que cosas? —
— ¿Sabes el motivo por el cual soy un guerrero? — Ghost solo negó con la cabeza. — Luché muchas batallas, pero nunca porque quería destruir a mi enemigo, o porque quería demostrar se el mejor de todos. —
— Entonces... ¿Por qué lo hiciste? —
— Para proteger a lo que más amo. —
Palabras que Ghost no entendería en ese momento, pues en su edad todavía había muchas cosas que ignoraba, pero que igual sonrió al sentir el afecto de su padre sobre su cabeza.
Después de un tiempo, Ghost fue a su cuarto, donde se mantuvo leyendo uno de esas obras de fantasía que tanto le gustaban hasta que fuese la hora de dormir. Sin embargo, esa noche no sería capaz de hacerlo.
— ¿Qué significa esto? —
La voz de Elderbug se escuchó de pronto, y Ghost abrió los ojos de pronto. Su padre estaba hablando con alguien, ¿pero quién podría ser a estas horas de la noche? Impulsado por su curiosidad, Ghost deslizó la puerta de su cuarto, y al ver que el pasillo exterior estaba vacío, camino en puntillas de pie hasta el epicentro de las voces.
Pronto, la luz farola encendida le mostró que ya estaba cerca de su objetivo, y sin hacer ningún tipo de ruido, se escondió tras una pared para escuchar la conversación que su padre tenía con unos extraños insectos vestidos de armaduras plateadas.
— Daimyo Elderbug, por la palabra que el Emperador ha puesto en esta orden, queda arrestado por cargos traición contra el imperio. — Hablaba el que parecía ser el capitán de los soldados.
— ¿¡Traición!? ¡Menuda blasfemia! ¡Me niego a aceptar tales calumnias! ¡Quiero hablar con el Emperador de inmediato! —
— Usted no está en condiciones de exigir nada. Entréguese por las buenas... O tendremos que recurrir a la fuerza. —
Elderbug entendió que no había escapatoria de esta. Le bastó una rápida mirada para entender que esos ocho guardias de armaduras grises no eran soldados comunes. Y esas insignias que colgaban en su pecho, era perfectamente reconocibles. Eran templarios del Culto del Alma. El Daimyo estaba pensando en la mejor forma de lidiar con este problemas, pues ver como los soldados llevaban sus manos a las empuñaduras de sus armas era un claro augurio de lo que iba a suceder. Menos más que él nunca se separaba de su katana pura. Pero entonces, un ruido a su espalda lo aterró de inmediato.
El Daimyo se dió la vuelta, y vió como Ghost había tirado un adorno de madera sin percatarse, el cual retumbó en el silencio de la noche alertando a todos.
— Ghost... — Dijo con el alma a punto de escapársele de su pecho.
— ¿Un niño? Da igual... Captúrenlo y enciérrenlo con los otros. — Mencionó el capitán de los soldados.
Ghost retrocedió asustado, cuando uno de los guardias se dió vuelta hacia él y comenzó a acercarse lentamente. Su armadura era imponente, su escudo era ridículamente grande, y su aguijón no temblaba en su mano. Pasa a paso, ese te acercaba más y más, mientras Ghost retrocedía lentamente, negando con la cabeza cualquier cosa que el destino hubiese decretado sobre él. Lo Ghost ignoraba, era que el propio destino, tenía otros planes en mente.
Ghost no estaba preparado para lo que sus ojos tendrían que presenciar. Sin previo aviso, un haz de luz atravesó al soldado que marchaba sobre él a paso firme. Y tras un leve segundo de absoluto silencio, la cabeza del soldado cayó amputada frente a sus pies, seguida de su cuerpo sin vida.
El terror se adueñó del cuerpo de Ghost. Nunca antes había estado tan cerca de la muerte, y su pulso se disparó de inmediato. Su respiración se descontroló, su corazón quería salírsele del pecho. Sus oídos no eran capaces de definir los gritos que hacia él se dirigían, y solo unas palabras cargadas de furia fueron capaces de sacarlo de ese estado.
— ¡Ghost! ¡Corre! —
El pequeño alzó la mirada, aún con sus ojos incapaces de pestañear ante el miedo. Justo al frente se alzaba al que llamaba padre, de espalda hacia él, con su katana alzada, aún recubierta de la sangre del insecto al que acababa de decapitar, mientras el resto de guardia desenfundaban sus armas listo para enfrentarlo.
— ¡Ghost! ¡Huye! ¡Ahora! —
— ¡Matad al traidor! ¡Redicidlo todo a cenizas! —
Ante el grito del capitán, seis de los siete soldados restantes se lanzaron sobre Elderbug para acabar con su vida. El Dainyo no tardó en hacer muestra de su incredible habilidad con la espada, desviando ataques mientras su cuerpo, ya algo viejo, se movía con una velocidad imposible.
Su espada danzaba sobre los cuerpos de sus enemigos. Encontrar una apertura entre sus imponentes armaduras era una misión imposible, y un golpe directo sobre las planchas de metal podrían quebrar la hoja de su espada al instante.
El soldado rezagado, y se apresuró a tomar el farolillo que apenas iluminaba en la sombría noche, lanzándolo sobre el techo de paja que rápidamente comenzó a arder en un vorágine de destrucción. La casa de madera no tenía ninguna posibilidad, y en cuestión de segundos, el fuego ya se había esparcido por todos lados.
Ghost era incapaz de moverse, presa del miedo, viendo como su padre batallaba contra los guerreros que los superaban en número. Era solo un niño, un niño asustado. Uno que vió como su padre encontraba una apertura en la armadura de uno de los sodados, amputándole el brazo desde la unión del codo.
— ¡Ghost! ¡Huy...! —
— ¡No! —
La voz del joven retumbó sobre el fuego, cuando frente a él, el aguijón del capitán encontró una brecha en la defensa del Daimyo, y su mortal filo se abrió paso entre las placas de quitina de su espalda hasta destruir el interior de su pecho.
Los ojos de Elderbug se abrieron como platos ante la fría sensación que inundaba su cuerpo. Podía sentir las fuerzas escapar de sus músculos, y su espada cayó al suelo incapaz ahora de controlar su mano. Con un último ápice de fuerza que le quedaba, giró la cabeza, solo para ver a aquel al que llamaba hijo una última vez.
— Hu... ye. —
Y esa fue su última palabra. El joven tuvo que presencia, como ese bastardo capitán del Culto del Alma retiró su mortal hoja del cuerpo del Dainyo, solo para cortarle la cabeza de un tajo de total desprecio. Y de inmediato, alzó la mirada hacia ese muchacho aterrado, incapaz de moverse y petrificado ante el miedo de ver a su padre morir frente a sus ojos.
— Mátenlo. —
Ghost era insignificante para él, y no tardó en darse la vuelta, portando en una de sus manos la espada del Daimyo, mientras en la otra portaba su cabeza como trofeo de guerra. Todo, mientras el resto de soldados se acercaba a Ghost con claras intenciones de acabar con su vida.
Un acto reflejo sacó a Ghost de su agonía, cuando el retumbar de los pasos se apoyaron sobre la madera. Sus ojos dejaron de ver el cadaver de su padre para ver al imponente soldado blindado frente a él, con su espada en alto listo para cortarlo a la mitad en un parpadeo.
Sin embargo, los instintos de supervivencia del pequeño le consiguieron un par de segundos, cuando giró sobre su cuerpo en el último momento antes de ser partido en dos como un pedazo de bambú. Las últimas palabras de su padre se impregnaron en su mente, y con una fuerza sacada de su cólera y sufrimiento, se lanzó a la carrera sin mirara atrás, dejando a su paso lágrimas de dolor que se esfumaban ante el abrazador calor del fuego.
Los soldados lo siguieron, pero sus pesada armaduras los retenían, y Ghost fue lo suficientemente rápido para poder alcanzar la puerta trasera de su hogar antes de ser alcanzado. un hogar que ya no existía, devorado por el insaciable fuego y las guerras internas de una corte que ni siquiera conocía. Por ahora, lo único que podía hacer era escapar.
Ghost corrió por el pueblo, pero el caos estaba desatado por todas partes. Más soldados del Culto del Alma estaban sembrando el caos, y cientos fueron las estructuras que ardían en llamas, mientras centenares de insectos eran masacrado sin saber por qué. Sin embargo, Ghost no podía hacer más que correr con todas sus fuerza.
— ¡Allí! ¡No dejéis que escape! —
El joven alzó la mirada, cuando una voz se alzó entre los gritos de los condenados. Tres soldados lo vieron. Soldados que portaban una armadura mucho más ligera que los anteriores. Soldados de los cuales no podía escapar sin importar cuanto lo inténtese.
Ghost corrió sin descaso. Tomó callejones que solo él conocía, pero esos tres no lo perdían de vista en ningún momento. Intentó derribar cajas de madera y cuanto obstáculo encontrase ne su camino, pero nada parecía poder pararles. Y al final, fueron las propias piernas de Ghost las que fallaron.
Ghost cayó al suelo, restregándose en la tierra manchada de sangre y barro. Intentó levantarse para continuar, pero una fuerte patada en su estómago drenó todas sus fuerzas, al mismo tiempo que lo empujaba contra un carroza que se hizo pedazos por el impacto. Apenas capaz de mover su cuerpo, el joven solo pudo mirar aterrado a esos tres, que más que soldados, parecían bestias sedientas de sangre.
— Si que nos hiciese correr, mocoso. —
— ¿Sabes cuanto tiempo y esfuerzo hemos perdido por tu culpa? —
— Yo digo que le cortemos las piernas... Así aprenderá a no huir... Nunca más. —
Ahora, apenas siendo capaz de recuperar el aliento, Ghost hacía lo posible por retroceder, pero los escombros detrás de él no lo permitieron. Aquellos tres frente a él avanzaban lentamente, mientras sus macabras sonrisas destruían el espíritu del joven antes que sus armas destruyeran su cuerpo. O eso pensaban.
El sonido de un cuerpo de quitina siendo cortado en dos llamó la atención de los presentes. Dos de los soldados miraron a un lado, solo para ver el cuerpo de su compañero desplomarse sobre el suelo en dos mitades perfectamente separados. No tardaron en entrar en pánico, pero antes de siquiera poder darse vuelta, la misma hoja que acabó con uno de ellos atravesó brazos y tórax por igual, partiendo a la mitad a ambos bastardos por igual.
— ¡Ghost-sama! —
El pequeño alzó la mirada, una mirada confundida y agonizante. Ya había visto la muertes tantas veces, que dudaba incluso de poder mantener so cordura. Al menos, un rostro familiar le devolvió algo de esperanza.
— Iselada... dono. —
— Ghost-sama. ¿Está bien? ¿Dónde está el Daimyo? —
El joven no pudo responder esa pregunta. Sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras sus dientes se apretaban con fuerza dentro de su mandíbula. El único gesto que Iselda necesitó para saber que había pasado.
— ¡Iselda! — La voz de Córnifer rápidamente llamó su atención mientras este se acercaba. — Viene más en camino. —
Iselda se encontró en una disyuntiva. Miró a Ghost con preocupación, mientras este la miraba son ojos desamparados. Pidiéndole que le dijera que hacer. Mas, la respuesta fue la misma que recibió hace apenas unos minutos.
— Huye. — La voz de la insecto le confirmó lo que ya se imaginaba. — Huye lejos. Sálvate. Huye y no mires atrás. —
— Pero... —
— No te preocupes por nosotros. Iremos detrás de ti. —
Ghost podría ser un infante, pero no era tonto. Podía percibir las mentiras en las palabras de Iselda, pero qué podría hacer al respecto. Ese sentimiento de impotencia inundó su pequeño y joven cuerpo, manifestándose en sus manos sangrantes culpa a las heridas que él mismo se hacía.
Ghost se dió la vuelta, y tal como le ordenaron, corrió hacia afueras del pueblo lo más rápido que pudo. Por instinto huyó al Paso del Emperador, un lugar que conocía mejor que nadie, y no tardó en escalara los empinados acantilados hasta llegar a una zona segura. Y cuando por fin pudo ver atrás, sus ojos se posaron sobre aquel pueblo al que una vez llamó hogar, pero ahora no era más que alimento para el fuego, mientras los gritos de los inocentes aún podían ser escuchados desde la distancia. Un evento que pasaría a la historia como la tragedia de la noche roja.
-Fin del Flash Back-
Actualidad:
Después de 7 años, el pueblo de Bocamatsu volvió a ser reconstruido, pero ahora no era ni la sombra de lo que una vez fue.
El Emperador había muerto. El poder del Palacio Pálido se vió dividió, así como el mismo reino. El caos reinaba por todo Hallownest, en una de las eras más oscuras que nunca antes se hubiesen vivido. La corrupción, el desorden, la delincuencia... Todos los males se vieron catapultados con la actual carencia de orden, y Bocamatsu era uno de los peores lugares para vivir en estos tiempo.
Justo en estos momento, unos gritos de desesperación se escuchaba en uno de los muchos callejones del pueblo. Una joven muchacha, que ni siquiera había alcanzado la mayoría de edad gritaba desesperada por una ayuda que nunca llegaría, mientras que un insecto el doble de fuerte de ella la sujetaba de los brazos y reía con malicia. Así como los otros dos que lo acompañaba.
La chica hacía lo posible por resistirse, pero qué sería capaz de hacer una joven como ella en una situación así. La suerte la había abandonado, y su futuro ahora dejaría de brilla, para siempre.
Pero no esta vez. Los gemidos de lamento sus dos compañeros, hizo que aquel insecto que se disponía a abusar de la joven se diese vuelta, solo para ver detrás de él a una figura iracunda, colmada de una rabia que los años nunca pudieron calmar. Un insecto que se escondía tras una capa, pero cuyos ojos serían capaces de arder en llamas de ser posible.
De inmediato, el malhechos soltó a la chica, buscó el cuchillo que tenía en su cinturón para acabar con la vida de ese bastardo. Pero antes siquiera de poder desenfundarlo, una daga se alzó desde la nada, encontrando una perfecta abertura por su mentó hasta su cerebro. Una muerte brutal, y rápida.
El cuerpo sin vida del bandido cayó a sus pies, junto a los cadáveres de los otros dos que ya habían sido cegados por sus propias manos. Un insecto misterioso, tapado con una capucha que ocultaba su cuerpo y rostro. Uno que se dió la vuelta y se marchó, no sin antes dedicarle una única palabra a la chica que apenas era capaz de calmarse por el terror que había experimentado.
— Huye. —
