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Kanon y Milo II
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Después de un año del primer acercamiento sexual entre los dos, Milo continuaba entrenando con Kanon y puliendo a Antares, mientras perfeccionaba su italiano y español. Lo más complicado de aprender el segundo idioma era el complejo uso de sinónimos para explicar una misma palabra o situación. A veces era difícil concentrarse en acertar un objetivo en medio de las pequeñas frases que Kanon le hacía responder a la vez, como parte de un complejo examen dual.
El sexo, por supuesto, se volvió algo normal entre los dos, pero debido al entrenamiento fue pausado, y solo motivo de recompensa cada vez que lograba algo importante.
Esa tarde, mientras Kanon se vestía y lo dejaba dormir un poco, comenzó a admirar al escorpión detenidamente, con los ojos cerrados, las pestañas ligeramente tupidas, el cabello hecho un caos sobre su rostro varonil, y el torso desnudo marcado por pectorales llenos de pequeños chupetones y mordidas ligeramente visibles. Las mismas manchas rosáceas estaban propagadas por su ombligo y muslos, y la espalda sobre la que en ese momento descansaba.
Admirarlo así frenó sus movimientos, al mismo tiempo que se mordía ligeramente el labio, porque notó que ese muchacho le gustaba demasiado; tanto como para robarle un suspiro y distraer por completo su atención.
Y mientras lo contemplaba, comenzó a darse cuenta de que podría convertir eso, en una necesidad. El mantener su atención profunda, y añorar el encuentro con sus ojos, o tener deseos de acostarse a su lado y admirar cada perfecto rasgo en su rostro.
Por un instante, estuvo a punto de caer en la tentación y el deseo de compartir un sitio sobre la manta con él, ahí en la pequeña caverna que se convirtió en su lugar; sin embargo, tan pronto como el anhelo surgió, recordó que sí comenzaba a hacer cosas como esas, pronto, tendría que atender otro tipo de deseos y necesidades que Milo le provocaría…
Desvió la vista y terminó de vestirse.
—¡Oye, despierta!— Comenzó a llamarlo, tocándole con el pie, para mantener las manos alejadas de él.
El escorpión exhaló y abrió los ojos con un poco de pesadez, y tras darse cuenta de que estaba en la caverna, se incorporó rápidamente.
—¿Me dormí?— preguntó sorprendido, bostezando y frotando sus ojos después. Kanon no pudo evitar reír un poco al verlo ligeramente perdido. Se acercó a donde tenía la mochila y sacó la botella de agua para llevarla hasta él.
—Es normal, después del sexo—. Explicó. El escorpión se sonrojó al recordar porque estaba desnudo y porque tenía tanta sed mientras bebía desesperadamente la botella—. Significa que eres viejo…— Agregó con burla. Milo escupió el agua cuando escuchó esas palabras.
—¿Qué?— se rio mientras se limpiaba el mentón con la mano—. Pues tú eres mucho más viejo.
—Los gemelos envejecemos lento—. Mintió Kanon, sonriendo con confianza, recibiendo a cambio un ceño fruncido.
—Eso no es cierto—. El otro fingió indignarse.
—¡Tú qué sabes!— le picó las costillas—. ¿Tienes un gemelo escondido en alguna parte?— comenzó a manosear a Milo de aquí para allá, y él a reírse mientras volvía a recostarse sobre la manta, revolcándose en ella mientras el otro lo torturaba tocando esas terminaciones nerviosas en su cuerpo.
—¡Basta!— se quejó intentando quitarse las manos del otro, pero pronto el jugueteo abrió para Kanon la oportunidad de tomarle el cuello con los labios, y dejar suaves succiones ahí, mientras su mano tomaba aquella zona erógena entre las piernas, para tomarla entre sus dedos, y darle un poco de atención; provocando pequeños sonidos de placer mezclado con breves risas.
Podría tomarlo ahí otra vez, pero aquella tarde había ido a decirle algo importante y no quería perder el hilo de sus propias palabras, ni el valor para pronunciarlas, si aumentaba su agrado por él. Así que lo dejó lentamente, y le dio un beso en la boca para incorporarse.
—Tenemos que hablar…— Se alejó, acomodándose el pantalón para ocultar su propia excitación. Milo, ligeramente confundido, se sentó para prestarle atención.
—¿Qué pasa?— preguntó. Conocía muy bien a Kanon, así que, cuando lo vio apretar los labios y dudar sobre lo que debía decir, notó que era muy importante.
—Voy a irme un tiempo…— soltó por fin, levantándose después para terminar de cambiarse y no tener que lidiar con el peso de sus propias emociones. El espartano, todavía desnudo, y sentado sobre la manta en el suelo, se sorprendió al sentir algo parecido a una aguja perforar su pecho; llevándolo a levantarse de un salto.
—¿Irte? ¿Cómo que irte? ¿Por qué?— Las preguntas de aquel muchacho eran normales en una situación complicada como la suya, sin embargo, Kanon sabía que en el mundo real, fuera de su pequeño refugio, Milo sería el caballero dorado de Escorpio, mientras que él… Él era un traidor a Athena esperando el momento preciso para manipular a Julián Solo a su voluntad. Y la única oportunidad de hacerlo, de acercarse realmente a él, era mediante Sorrento, su amigo de la infancia.
Sorrento tenía tres años menos que Milo, por lo que pronto estaría en edad de ser una pieza útil para su plan; y continuar fabricando esos momentos de adolescente tonto con el escorpión, solo serían un bache, que luego se volverían un barranco para su plan.
—Recuerda lo que hablamos… yo no soy un caballero…
—Pero, Kanon.
—Ya te lo dije, Milo—. Cortó con fastidio—. No lo vuelvas más difícil…— Decirlo en voz alta realmente le provocaba dolor, uno que no podía expresar abiertamente hacia nadie.
—Entonces… ¿No volverás…?— el gemelo notó aquel tono roto y devastado en él, y sus ojos claros y transparentes que aunque ya no eran inocentes, mantenían la pureza de su corazón.
Exhaló con cansancio, y aunque sabía que se iba a arrepentir, dijo:
—Volveré en un mes, ¿de acuerdo?— No sabía si podía cumplirlo, o si realmente lo haría, pero al menos no tendría que lidiar con las emociones de él.
—¿Un mes? Es demasiado tiempo…— protestó, aún dolido.
—Puedes continuar entrenando solo. Yo te ayudaré cuando vuelva—. Milo meneó la cabeza.
—No es el entrenamiento lo que voy a extrañar de ti…— Respondió, elevando la mano para tocar la mejilla ajena con una caricia afectuosa.
El gemelo se quedó pasmado, porque jamás había escuchado de alguien palabras semejantes; estaba, más bien, acostumbrado a estorbar, o a oír de otros que era una peste, una molestia; pero, saber en labios de ese muchacho cálido, sincero y apasionado, que significaba más de lo que debería, dejaba en su pecho una sensación tan extraña, que solo quería tomarlo entre sus brazos, y darle un beso ansioso y profundo para calmar el dolor que había entre los dos.
Hace un año, Milo le expresó enojo por su desaparición, pero nunca le dijo abiertamente su necesidad por él, aun cuando era pequeño en el momento que Saga encerró a Kanon en la prisión del mar. Así que, oír de él esas palabras, por una parte, le causaba felicidad, pero por otra, le hacía experimentar algún tipo de ansiedad, porque él tampoco quería dejarlo. Antes pensaba que era por el sexo, o la compañía, pero en ese instante notó su vulnerabilidad ante el escorpión, como si tuviera el control total de él.
En el pasado, ya había experimentado esa emoción con alguien más, y no le fue bien. Terminó con el corazón roto, y con la experiencia de no dejarse llevar por sus emociones.
Porque sin importar qué inexperto o joven fuera Milo, en algún momento iba a madurar completamente, y cuando se viera ataviado por el ropaje dorado, y notara su importancia, buscaría saciar sus necesidades físicas en alguien más…
—No digas sandeces…— se retiró la caricia, y le pegó con los dedos sobre la frente—… Volveré pronto y…— Milo se alzó de puntas y le dio un beso en los labios. Kanon notó que esa era la primera vez que él tomaba la iniciativa en un contacto así.
—Más te vale que solo sea eso: un mes…— lo amenazó poniendo su Antares en el cuello ajeno. El gemelo sonrió de lado.
—¿Y qué, si no…?— Milo copió el gesto en esos labios.
—Serás el primero en recibir mi veneno…— lo amenazó, para luego morder la barbilla prominente y masculina.
Pero Kanon no se dio cuenta de que ya estaba recibiendo, en dosis lentas y pequeñas, esas peligrosas toxinas que solo lo llevaban a enamorarse cada vez más…
—Eres demasiado joven para amenazarme…— susurró el heleno, entre cerrando los ojos.
—Y tú muy estúpido para confiarte…— replicó el espartano. El gemelo fundió la mirada en aquellos orbes turquesa que lo amenazaban, y aunque debería sentirse molesto, tomó la muñeca ajena, y con un movimiento sensual, se metió a Antares dentro de la boca para chuparlo entre su paladar y la lengua.
—Bien…— contestó al liberarlo—… treinta días, treinta y cinco como máximo. Pero recuerda, esto que hacemos, es solo nuestro.
"Solo nuestro…", Milo, abochornado por el hombre ante él, sintió algo rebotar en su estómago al escucharlo, así que apretó los labios y mantuvo el contacto con sus ojos sin decir alguna palabra; algo que inconscientemente, alimentó los temores del gemelo, porque sin él ahí, Milo podría ser tentado a probar el placer con alguien más…
—¿Me entendiste?— le jaló las mejillas ansiosamente. El escorpión se rio.
Por supuesto que sí, aquel acto solo era de ellos, porque compartía el pensamiento de Aioria sobre la sensación de pertenencia hacia Shura, en su caso, por Kanon.
Sin embargo, lejos de brindar una respuesta satisfactoria, picó al otro con su burla.
—Eso depende de ti…— bromeó, dándole la espalda, y andando hasta su ropa, exhibiendo cada perfecta composición de su cuerpo esbelto.
El gemelo arqueó una ceja.
¿Así que el muchacho quería tentar a su suerte? ¡Bien! Él le daría un motivo para no olvidar esa conversación.
Caminó dos pasos hacia él, tiró de su brazo derecho, y atrayendo a Milo contra su cuerpo, tomándolo de los glúteos, emprendió una lucha de lenguas que pronto los llevó sobre la arena por segunda vez; y solo por sí acaso, Kanon se aseguró de hacerle repetir en voz fuerte, con estocadas profundas y contundentes, que realmente había comprendido el mensaje.
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Los días para Milo transcurrieron lenta y dolorosamente, ya que su corazón joven e inexperto, añoraba el reencuentro con él.
Era tan raro sentirse así. Dolía en el pecho, pero cuando se paraba frente al espejo no podía ver alguna herida o cicatriz. Incluso los pequeños chupetones, que eran como tatuajes de él, también se habían evaporado con el transcurso de los días, como si nunca hubieran existido.
Su necesidad por calmar el hambre del hombre que añoraba, lo llevó cada día a la playa, con la esperanza de ver a Kanon parado en la costa, haciendo uno de sus chistes y pidiéndole ir a la caverna solo porque quería estar desnudo con él. Tal vez, si lo extrañaba como el maestro estricto que necesitaba para perfeccionar sus ataques y velocidad, pero, más que eso, su cercanía.
Transcurrieron veinte días antes de darse cuenta de que él no volvería hasta cumplido el plazo, así que dejó de ir a la playa, y cambió el sitio por la ribera para entrenar, alejándose de la arena y de ese tortuoso recuerdo, los quince días restantes.
Cuando los treinta días avanzaron, aquella mañana llegó a la playa con la ansiedad recorriendo las puntas de sus dedos, pues tenía ganas de prenderse de su cuello, mientras contemplaba sus ojos verdes, y fingía estar más molesto que emocionado por saber de él. Kanon generalmente era apasionado, y brusco, la primera vez que tuvieron sexo incluso fue más ansioso que delicado, pero sí tenía sus pequeños momentos en que podía ser cariñoso.
El día treinta terminó sin noticias suyas, al igual que el día siguiente, el que seguía a ese y dos más.
Cuarenta y siete días y el desgraciado de Kanon había desaparecido. Y Milo, como cada día, siempre se juraba no volver a la caverna, pero, por alguna razón, ahí estaba, sintiendo un nudo en la garganta y un vacío en el estómago que no era de hambre, sino de un dolor frío en el pecho que quemaba sus retinas y las hacía derretirse.
Tragó saliva con dificultad al mirar el interior de la pequeña caverna, dónde compartieron tantos dulces recuerdos; memorias que en ese momento empujaron las lágrimas por sus ojos, haciendo que se sintiera ridículo.
Por supuesto que sus lágrimas brotaban cuando experimentaba un dolor inaguantable, como la vez que se rompió uno de los dedos; sin embargo, en esta ocasión, era una sensación que no podía curar con un torniquete o una venda.
Se limpió poco a poco el rostro, sabiendo que no lo volvería a ver…
—El mar es frío en esta época del año… ¿Deberíamos mudarnos?— la voz del gemelo interrumpió sus pasos, llegando en ese momento a la caverna.
El escorpión apretó los labios y aunque había prometido darle un pinchazo, o romperle la nariz, lo primero que hizo fue sonreír, y permitirse avanzar hacia él para cumplir el deseo que tenía por abrazarlo; pero, cuando llegó hasta a él, fueron sus labios los primeros en saludarlo.
Debería preguntar o reclamar esa horrible angustia atorada en el pecho, no obstante, en ese momento, mientras lo besaba apasionadamente, solo quería sacarle la ropa y fundirse con él, sin importar el ocaso, las reglas del Santuario por el toque de queda, o el acuerdo que él había roto de volver en treinta y no en casi cincuenta días. En ese momento, solo quería disfrutar de él, derretirse entre sus brazos, y deleitarse con el intercambio de sensaciones entre su boca, chupando y mordiendo sus labios, moviendo desesperadamente las manos por aquel pecho y espalda, y perdiendo la respiración al demostrarle cuanto lo extrañaba.
Kanon, por supuesto, había esperado cualquier otra cosa, menos ese arranque de pasión en él, o esas lágrimas que podía sentir mientras Milo tomaba el control, como nunca, de la situación y le besaba el cuerpo ansiosamente; bañando de electricidad sus labios, mentón y barbilla, y dejando lamidas sobre su piel al irle quitando la ropa. El gemelo se dejó llevar, movido por la misma sensación de vacío que experimentó al estar lejos de él, e intentar con los días quitárselo de la cabeza, sin éxito.
El escorpión tendió una playera sobre una roca que usaban para copular, y que era alta, semi inclinada, empujó a Kanon contra ella y atacando sus labios, se apropió en todo momento de la situación. El otro estaba enloquecido en medio de la pasión ajena, sintiendo su entrega en cada caricia, suspiro y lamida. Sus manos exploraron ávidamente la figura ante él, que convertía cada gota de deseo en un manantial.
Acarició la zona erógena de Milo con sus dedos, dándole la atención adecuada mientras enredaba sus lenguas y lo sentía, brindándole la misma sensación con la mano que tenía libre, porque la otra apretaba ansiosamente los hombros y nuca frente a él. Entonces le dio la espalda y mientras Kanon lamía la piel frente a él, aquel muchacho se fue acomodando contra su cuerpo, al ritmo y presión que necesitaba para ir limpiando todo rastro de dolor pasado, y cualquier sensación de ausencia que quedara en su corazón.
Para el gemelo, no era una posición cómoda, pero escucharlo disfrutar aquella fusión entre sus cuerpos, mientras lo sentía moverse contra él, le ayudó a olvidar donde estaba recargado.
Le gustaba su espalda de hombros anchos, pero prefería besarlo en la boca mientras lo tomaba, sin embargo, sentir el frenesí de Milo en ese preciso momento fue mejor de lo que hubiera imaginado. Escuchar el disfrute de su acto o el ir y venir en su ritmo lo hizo acabar rápido; así que lo alejó y tomó esta vez la posición activa para catar en su propia boca la pasión del escorpión.
Cuando ambos terminaron, Kanon pensó que sería quien, una vez más, tendría la difícil tarea de pedirle irse, aun cuando por primera vez luchaba desesperadamente contra sus propios deseos por expresarle pasar la noche ahí, con una fogata y una nueva manta que él llevaba en la mochila; sin embargo, fue Milo quien decidió vestirse apresuradamente al notar que la noche ya pisaba la costa, y él tenía un horario que cumplir.
—¿Estarás aquí mañana?— le preguntó, terminando de ponerse el pantalón. Kanon se quedó vestido únicamente con la playera mientras se tendía sobre la arena.
—Es posible…— contestó, alzándose de hombros. El escorpión no se ofendió, aún cuando la respuesta era frustrante.
—Bien, veré sí tengo suerte—. Bromeó ligeramente poniéndose las sandalias griegas. Kanon se mordió el labio al observar la luz de la luna alcanzando la entrada de la caverna.
—El Santuario tiene reglas, Milo. Van a castigarte por volver tras el toque de queda.
—Puff, cuando tenga mi armadura, podremos estar juntos toda la noche—. Anunció con una sonrisa, pero Kanon no respondió; se levantó de la arena, tomó aquel rostro entre sus manos, y le dio un beso profundo.
"Te eché de menos…", aquellas sinceras palabras se atoraron en su garganta, porque no tuvo el valor de expresarlas sin sentirse estúpidamente cursi e inseguro.
—Nos vemos mañana—. Se despidió el escorpión, pegando la carrera, sabiendo que sí continuaba ahí con él, su propia e impulsiva naturaleza le forzaría a quedarse más tiempo.
—¡Milo!— lo llamó el gemelo, obligándolo a detenerse—. Estaré aquí cuando vuelvas…— Anunció, sabiendo que eso podría no ser mañana. El nombrado sonrió, y aunque quería volver sobre sus pasos para besarlo otra vez, se recordó a sí mismo que tenía reglas que cumplir.
Y tal y como Kanon lo dijo, llegar fuera de la hora le valió al escorpión celeste un castigo en la prisión del Santuario equivalente al tiempo en que violó la regla (1), así que Milo tuvo que pasar tres días encerrado, siendo visitado por Mu y Aioria. Y, cómo si eso no fuera suficiente, el Patriarca le otorgó a Afrodita de Piscis como compañero de entrenamiento(2).
Así que pasaron siete días hasta que el escorpión pudo volver a la playa, donde confió en que Kanon lo estaría esperando.
El gemelo en ese momento estaba pescando, y aunque a la distancia observó al apasionado muchacho acercarse, y podría otorgarle la misma bienvenida que él, hace un par de días, se quedó sentado esperando su arribo.
Estaba preocupando porque hacía días no sabía de él, pero entendía que era la mitad de su culpa por no enviarlo al Santuario de inmediato, antes de tener sexo con él. Pasó cada día angustiado, pensando que las emociones entre ambos los llevaban a detener su vida y sus obligaciones.
¿Cuánto tiempo podrían continuar con eso?
Prefirió no pensar en la respuesta cuando él se sentó a su lado, y evitó considerarla en todas las ocasiones que estuvieron juntos desde ahí en adelante; aun cuando se alejó de él algunas veces durante ciertos días, o semanas, e intentó conservar su palabra de volver siempre un día antes del plazo para no hacerlo sufrir otra vez.
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La sensación que experimentaba en ese momento era placentera, pero al mismo tiempo tan dolorosa, que no sabía si detenerse o continuar con eso. Lo deseaba, y quería sentirlo de nuevo, besándole la espalda, las mejillas, sosteniendo sus caderas con las manos, y murmurando su nombre tras cada embestida; pero, tal vez porque el cuerpo no le respondía adecuadamente, o porque lo sentía más caliente de lo normal, no podía disfrutar del apasionado momento entre los dos.
Kanon sintió más estrecho de lo normal aquel encuentro, por lo que se detuvo un instante, e intentó seducir la pasión ajena al pasar la lengua a través de aquella espalda torneada, antes de intentar introducirse de nuevo. El escorpión, por supuesto, se quejó ante aquella intromisión que no estaba disfrutando, y aunque el otro intentó tocarlo para provocar el resultado contrario, no pudo hacer que Milo y él se sincronizaran por primera vez, desde que todo comenzó entre ellos.
—¿Estás bien?— Le preguntó, apartándose para mirarlo.
—Sí…— Jadeó el otro. La voz no le salió normal porque estaba exhausto, quizá más de lo que quería aceptar. Intentó acomodarse sobre la manta en la arena, pero no podía moverse porque las piernas le temblaban, y los ojos se le cerraban más rápido de lo normal. Kanon notó que tenía las mejillas rosáceas, sin embargo, no había hecho gran actividad física con él, ni había oído algo erótico en ese momento; así que estiró los dedos para tomarle la temperatura.
—Tienes fiebre…— anunció sorprendido.
Milo intentó incorporarse, pero cayó nuevamente sobre la arena.
—Estoy bien…— mintió. Kanon buscó la ropa que perdió momentos atrás y se la dio.
—Tienes que irte…— Aquella no era una solicitud amable, por lo que el escorpión frunció el ceño, y tomó las cosas de mala gana.
—¿Por qué estás echándome así?— el gemelo apretó sus propios puños.
—No puedo hacerme cargo de ti, ¿no lo ves?— La dureza en esas palabras hirió a Milo, quien rodó los ojos y comenzó a vestirse con dificultad. Kanon le dio la espalda para hacer lo mismo, cuando lo oyó desplomarse en el piso. Asustado, fue a levantarle la mitad del cuerpo, y notó que tenía oculto entre el vendaje del brazo, una especie de rasguño que sangraba—. ¿Te lastimaste?— ¿Cómo es que no se había dado cuenta?
—Afrodita…— intentó explicar, pero para el otro fue suficiente para deducirlo todo.
—¿¡Veneno!? ¡¡Qué estúpido eres!!— los gritos de Kanon hicieron que el otro abriera los ojos.
—¡Soy un escorpión…!— Gruñó para excusar su descuido.
—¡Debería abofetearte!
—No estoy de humor para tus fetiches sexuales…— murmuró empujándolo, pero en cuanto hizo aquella fuerza innecesaria, volvió a desplomarse en los brazos de Kanon; quien, debido a las palabras anteriores, sintió ¿vergüenza, rabia, risa? Si no estuviera tan jodidamente preocupado por Milo, habría reído tal vez, o le habría devuelto un chiste sexual, o quizá habría intentado disimular el pequeño bochorno que sentía por esas palabras (porque creía que no era fetichista).
—¡Pendejo!— le gritó, notando que el nombrado había perdido por completo el conocimiento, y comenzaba a transpirar las toxinas que atacaban su sistema—. Debo llevarte al Santuario—. Exhaló, y comenzó a ayudarlo a ponerse la ropa, pensando en lo estúpido y descuidado que había sido el muchacho para ir hasta ahí con esa herida. Y él, tan distraído, estaba escuchándolo y luego seduciéndolo, que nunca lo notó. Milo por supuesto no iba a negarse a él, y mucho menos a quejarse por una herida; era demasiado orgulloso para aceptarlo—. Sí eso no te mata, lo haré yo, maldito espartano…— murmuró enojado, pero pensar en ello como un chiste, aun si era un comentario sin sentido, le hizo sentir terriblemente mal.
Milo tenía una buena relación con el pisciano, aun cuando sus combates eran difíciles y peligrosos, lo más complicado de mantener ese entrenamiento era el extenuante encuentro con Kanon por la tarde (con sexo o no), porque había veces que el escorpión lidiaba con el veneno de las rosas tras los combates con Afrodita. De hecho, la principal razón de entrenar con él, era debido a la toxina de las rosas, y como el escorpión también usaba ataques que bloqueaban los sentidos del oponente, el caballero de Piscis y él, mantenían un encuentro peligroso y constante.
Así que, aquella tarde, después de recibir un ataque directo de las rosas reales, se dirigió hacia la costa para ir con el gemelo; sin embargo, en medio del entrenamiento y una conversación sobre los últimos acontecimientos del Santuario, volvieron a enredarse en medio de sensaciones y conflictos de sábanas.
Sin embargo, Milo no le comentó a Kanon de la herida, y ahora luchaba con los efectos de Afrodita.
Cuando el gemelo terminó de ponerle la ropa al escorpión, y se vistió, comenzó a preocuparse por el lugar a donde lo llevaría. Él no podía ir al Santuario, y ya ni imaginar el octavo recinto. Pensó entonces que si lo dejaba tirado en las ruinas, alguien lo encontraría y lo llevaría de regreso a su morada…
Era tan frustrante darse cuenta de que por primera vez él lo necesitaba, y no podía hacer nada por ayudarlo.
Meneó la cabeza, lo cargó tras su espalda, y se lo llevó por la playa.
Si alguien lo veía y preguntaba, diría que era Saga, aunque esa idea no le gustara. De cualquier forma, su gemelo ahora andaba jugando al Gran Patriarca, y nadie podría sospechar que realmente no se trataba de él, a menos que se encontrara con Shura, quien sí podría encontrar la diferencia entre los dos.
Para su mala suerte, fue a este a quien encontró de camino al Santuario. Iba a un lado de Aioria con una mochila en la mano, seguramente para dirigirse a la playa o a la ribera. Kanon rogaba en silencio que se dirigieran al segundo sitio, porque de ir a donde solía encontrarse con Milo, tendrían que cambiar el punto de reunión, o desistir en un encuentro futuro.
Entonces se le ocurrió esconderse tras un árbol, dejando al pupilo de Escorpio tirado por ahí, mientras él se escabullía tras unos arbustos.
—Te prometo que mañana me pongo a entrenar de nuevo—. Decía el león mientras andaba.
—Eso lo escuché anoche—, replicó el español con un suspiro—, pero hoy no te vi entrenar con empeño. Creo que nuestra relación te afecta más de lo que te ayuda—. Aioria se detuvo.
—¡Eso es mentira! Por ti es que tengo la energía para continuar haciéndolo…— protestó, sin embargo, Shura no se sintió mejor con esas palabras.
—Pero no lo haces…— respondió con tristeza.
Los dos iban tan enfrascados en sus asuntos, que Kanon temió no sintieran la presencia de Milo, a quien había recostado cerca de ellos. Trató de pensar en algo, como lanzarles una piedra o romper una rama, pero con eso podría exponerse ante ellos, y si eso pasaba, Saga sabría que estaba vivo…
Una ramita de pasto comenzó a picar sin querer su nariz…
—¡ASHUUU!— Intentó evitarlo, pero estornudó estruendosamente. Se cubrió la boca mientras se agazapaba un poco más, y se arrastraba hasta ocultarse tras otro arbusto, un poco más lejos.
—¿Qué fue eso?— preguntó Aioria, deteniendo la marcha.
—Hay alguien aquí…— se alertó Shura, poniendo atención a los sonidos del bosque.
—¿Fantasmas?— preguntó el felino con curiosidad. El décimo guardián rio.
—Claro que no, Aioria—. Se aventuró a escudriñar alrededor hasta que se topó con el cuerpo de su compañero— ¡Mira, es Milo…!— Se inclinó hacia él para observar mejor — No se ve… bien—. Para la mala suerte de Kanon, comenzó a toquetear por aquí y por allá el cuerpo del escorpión—. Tiene una herida en el brazo que se está infectando. Hay que llevarlo al Santuario…
—Puedo intentar curarlo—. El castaño levantó la mano con la intención de usar su brillo dorado (que aún no estaba perfeccionado), sin embargo, el capricorniano lo detuvo.
—Espera. Está ardiendo, podría estar envenenado…— Y sí lo estaba, el felino podría absorber aquellas peligrosas toxinas, muriendo prácticamente al instante.
—Si tiene fiebre, quizá deberíamos llevarlo a refrescarse a la ribera. Aioros solía…— Al nombrar a su hermano, se calló de golpe. Shura bajó la mirada.
—Vamos con Afrodita—. Propuso, enderezando a Milo. Aioria asintió despacio y lo ayudó a acomodar al escorpión tras la espalda del otro, con la barbilla sobre su hombro.
Por alguna razón, el aire entre ellos se había vuelto tenso y sombrío mientras iban rápidamente de vuelta al Santuario, ante la mirada preocupada y ansiosa de Kanon, quien odió no poder estar cerca del muchacho que amaba...
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Había pasado un año desde que Milo se convirtió en el "compañero de entrenamiento" de Afrodita, y como tres días de aquel incidente con el veneno, que casi le cuesta la vida. Por supuesto que el escorpión fue castigado por andar paseando en la ribera, antes de atender una herida peligrosa como esa; sin embargo, no fue encerrado en prisión debido a su estado, si no confinado al templo.
Y, aunque luego de recuperarse, debería estar lleno de energía, en aquel momento, lo único que deseaba, era dormir.
Apoyó el codo en la pierna que tenía flexionada, y la barbilla en la palma, intentando poner atención a lo que sucedía delante de él, pero los párpados se cerraron aún cuando trató de mantenerlos completamente abiertos.
Kanon apareció de pronto ante él, sosteniendo en la mano derecha una caja de chocolates, mientras se acercaba tan sonriente, que lo contagió. Al llegar junto a él, colocó las manos en su cintura, apoyó la barbilla en su hombro y le susurró un 'te amo' que electrificó todo su sistema…
—Yo también…— Respondió con un suspiro. El sonido de su propia voz lo hizo enderezarse, y mirar desconcertado de un lado hacia otro.
—Me alegra escucharlo, Milo—. Esas palabras le hicieron voltear hacia adelante dónde un rubio de cabello muy largo parecía mirarlo con los ojos cerrados.
—¿Qué?— preguntó desconcertado. Aioria se tapó la boca para ahogar la risa, Shura le hizo una seña negativa, mientras que Mu se golpeó la frente con la mano.
—Tu momento de vivificación. Me alegra saber que tú también lo has experimentado—. Milo parpadeó, un poco desconcertado.
—Si… gracias, Shaka…— respondió vagamente.
Se suponía que ya estaba bien, y que después de pasar aquellos días en cama, su cuerpo debería reaccionar como el jovial aprendiz que aún era; sin embargo, la voz de Virgo parecía que lo aletargaba más, que los antídotos para el veneno de rosas de Afrodita. Y estaba seguro de que no era al único que le ocurría…
Pensó que tal vez debería disculparse y decirle claramente que aún se sentía débil para continuar con la meditación, pero justo en ese momento Shaka parecía inspirado para dar sus consejos de motivación.
—Cuando yo entrenaba…
—Aquí vamos de nuevo…— Murmuró Aioria, sabiendo que a eso seguiría el mismo sermón de siempre.
—… pasaba veinte horas al día bajo el yugo de…
—Buenas tardes—. El sonido de otra voz los interrumpió. Su acento era claro, pero a diferencia del resto de las personas del Santuario, se le notaba la procedencia gala en cada uno de sus vocablos. Seis pares de ojos se dirigieron hacia atrás, a la entrada de Virgo, por donde estaba parado, con la caja dorada de su armadura, el ahora Santo de Acuario.
—¡Camus!— Exclamó Mu con emoción, dando un brinco para incorporarse e ir a recibirlo; Shura lo siguió, incluso Aioria a quien realmente lo que le importaba era ignorar a su aburrido verdugo. El rubio, mientras tanto, se quedó de pie donde estaba, ofendido por aquella nueva interrupción. Milo permaneció sentado en la alfombra hindú que el sexto guardián les prestó para que se acomodaran, sin creer lo que estaba viendo; luego actuando tan natural e indiferente, como la situación ameritaba.
"Así que Camus volvió…", pensó el escorpión mientras ignoraba el recibimiento de los otros. No tenía la intención de voltear y formar parte de la algarabía de los otros, pero algo atraía su atención tan magnéticamente, que cuando movió la cabeza hacia esa dirección, esos profundos ojos color océano estaban fijos en él.
En realidad no expresaban nada, ni siquiera su semblante podía transmitir seriedad, felicidad o enojo, y, sin embargo, ahí estaba manteniendo con Milo un profundo contacto visual.
Tras un momento, el galo le hizo un saludo cortés con la cabeza, y luego se dirigió al rubio. Este avanzó hacia ellos.
—Soy Shaka de Virgo. Tú debes ser Camus de Acuario—. El nombrado asintió—. Espero que te incorpores pronto a nuestras actividades porque la meditación es un arma fundamental para despertar el octavo sentido—. El galo dejó la caja dorada en el suelo y avanzó también hacia él.
—Aunque estoy agradecido, me temo que debo declinar tu amable invitación—. El rubio sonrió ligeramente.
—No puedes apelar a los deseos de Su Santidad—. Indicó el hindú. Camus se mantuvo estoico a los gestos y palabras de su compañero.
—Lo entiendo perfectamente, pero es mi obligación y deber reportarme con él, antes que…
—Su santidad no se encuentra—. Lo cortó Shaka abruptamente—. Perderás tu tiempo y no te pondrás al corriente con lo que debo decirte—. Milo bostezó haciendo tanto ruido que el joven virginiano volteó a verlo como si hubiera pisado algo de forma muy estruendosa.
—No es mi intención evadir mis deberes como portador al manto dorado, pero supongo, comprenderás, que mi obligación también dicta reportarme con el sumo pontífice antes que nada—. el rubio abrió la boca para responder eso, pero Aioria se adelantó.
—Shaka, Milo y yo aún debemos conseguir nuestra armadura… ¡No tengo tiempo que perder en esto de la meditación!— el escorpión miró al felino con el entrecejo fruncido, porque lo que menos deseaba era anunciar a los cuatro vientos que él aún tenía el título de postulante. El rubio se dirigió hacia Aioria.
—Te equivocas al pensar que esto es una pérdida de tiempo, porque te servirá para expandir tu cosmo, y alcanzar el octavo sentido. Es el deseo y orden del Patriarca que los guíe por la senda de la iluminación.
—Y te lo agradecemos…— Comentó el ariano, porque no deseaba que se ofendiera.
—Mu tiene razón—, secundó Camus—, es una loable labor de tu parte, caballero de Virgo; pero quizá podríamos organizarlo de una forma que no los afecte a ellos y convivamos todos—. Shaka se sorprendió, porque aún no se había instalado en el Santuario, y ya estaba cambiando las cosas. Todos le prestaron atención a la situación, y pequeña tensión entre ambos, incluso Milo—. Supongo que así se cumplirá el deseo de Su Santidad.
—La meditación es un arma fundamental para el buen uso del cosmos.
—Estoy de acuerdo, caballero, siempre y cuando Aioria y Milo puedan acoplarse. No es justo para ellos agotarlos más de lo que su entrenamiento requiere…
—Camus, ni siquiera sabes…
—Discúlpame, sé que acabo de llegar y que no tengo derecho a meterme en tus asuntos, pero estuve años exiliado como para no saber lo que un arduo entrenamiento requiere, y créeme que nadie más que yo agradecería un poco de paz por lo menos una hora al día.
—Está bien. Lo consultaré con el patriarca…— Cedió, solamente porque sabía que no estaría de acuerdo con la tonta idea de Acuario; no obstante, se equivocaba, pues no tenía idea de quién era el hombre bajo la máscara. De haber sabido que se trataba de Saga, enamorado secretamente del galo, jamás hubiera accedido—. Voy a ver si puedo ponerme en contacto con él…— Y sin decir más, tomó su capa, la quitó de su camino de forma elegante, y subió hacia Libra.
Aioria explotó en carcajadas.
—Creo que le caíste 'muy bien', Camus—. Bromeó.
—No quiero ni pensar el sermón que nos armará mañana—. Se lamentó Shura, rascándose la nuca.
—No era mi intención molestarlo—. Se lamentó el galo.
—No te preocupes, Camus—, lo consoló Mu—, dijiste lo que yo también pensaba. Creo que fuí muy claro en ese punto con mis cartas—. Acuario asintió.
—En fin—, bostezó el león—, hay que aprovechar para…
—Entrenar—. Acotó Shura— Todo esto fue por el asunto de tu armadura—. Leo respingó. Les dio la espalda, y emprendió la marcha por el lado contrario al de Shaka.
—Bueno, iré a mi templo por algunas cosas… Los veo esta noche en Aries para celebrar el regreso de Camus— Dijo, ignorando las palabras de su 'tutor'.
—¿Qué? ¿Mi templo…? ¡Aioria, espera!— Mu salió corriendo detrás de él para aclarar ese punto. Se oyeron carcajadas a lo lejos.
—Creo que hubiera sido más fácil que eligieran el mío porque está más cerca…— Se lamentó Shura, alzando los hombros—. Nos vemos en la noche entonces—. Hizo una seña y se fue tras ellos.
Camus y Milo se quedaron solos, completamente en silencio. El primero fue hasta su armadura, la levantó y se la puso en la espalda otra vez.
—Hasta luego—. Le dijo al griego, quien no respondió, solamente arqueó una ceja mientras lo veía partir.
Estaba confundido porque Kanon le advirtió tener cuidado con él, con su arrogancia y altanería; sin embargo, en toda la conversación entre él, Shaka y los demás, no le parecía que hubiera actuado así, de hecho, fue comprensivo con su situación que era la misma a la de Aioria. Camus fue amable y cortés, y no podía ver las características de Saga que tanto asqueaban a Kanon.
Volteó a verlo mientras lo escuchaba irse seguramente hacia su templo, y después al recinto del Patriarca, con la armadura en su espalda, y ese suave y elegante caminar que mecía su cabello largo y oceánico de aquí hacia allá.
"¿Te gusta Camus?"
Se rio de aquella pregunta, mientras pensaba que no, no le gustaba, ¿por qué habría de…? Bueno, verle caminar así, y oírle hablar griego con ese acento francés llamaba su atención, pero la única persona que podía llevarlo al punto de la locura era Kanon.
Se levantó de la alfombra y caminó un poco más aprisa para darle alcance, porque sentía un poco de curiosidad por él. Acuario pareció notar su intención, ya que frenó a pequeños pasos la marcha. Cuando se encontraron a la salida del templo, caminaron juntos al mismo paso.
Extraño, pero cierto…
Tras un breve silencio entre sus pasos y el viento, Milo finalmente se animó a hablar.
—Y… ¿Estás bien? ¿No te molesta el clima?— Le preguntó, recordando su debilidad ante el sol de Grecia.
Camus se detuvo, y el griego con él. Volteó a verlo sobre su hombro, sintiéndose (aunque no demostrándolo) un poco sorprendido por esa pregunta, porque jamás creyó que Milo hubiera prestado atención a alguna cosa que tuviera que ver con él.
Entonces se preguntó sí debería responder formalmente, o solo casual.
—El calor es sofocante, pero aprendí a soportarlo acondicionando la temperatura de mi cuerpo—. Explicó elevando la mano derecha y permitiendo que una ventisca suave y helada fluyera por la palma, formando pequeños cristales que volaban como mariposas.
Milo lo miró con una especie de sorpresa y fascinación, recordando la vez que lo vio intentando congelar aquel pilar, antes de desfallecer.
Él no conocía la nieve o el frío invernal, así que los colores que brillaban por el sol a través de los pequeños copos en la mano del francés, le hicieron sonreír.
El griego admiró su propia mano: él no podía producir hielo igual que Camus, pero sí podía pinchar con veneno a su enemigo y matarlo mientras se desangraba lenta y dolorosamente. No sintió envidia, sin embargo, por un momento, le hubiera gustado crear algo igual de hermoso.
—Mu y Aioria me dijeron que te irías muy lejos—. Recordó la carta que le dejaron sobre la mesa con los tres panques.
—Fui a entrenar a Siberia, la región más helada del mundo—. Contestó volviendo a subir los escalones con Milo a su lado.
—¿¡Qué!?— preguntó sorprendido—. ¿De verdad?— Él asintió.
—Lo que traigo puesto es lo único que llevaba allá
—¿¡Te estás burlando?!— A Camus le divirtió su expresión, pero no sonrió debido a ella, porque necesitaba mantener la promesa consigo mismo de no demostrar sus emociones ante los demás. Eso sería parte de su propio protocolo como entrenamiento: sangre fría y corazón frío.
Sin embargo, ver realmente sorprendido al griego le provocó ganas de reír y de demostrar simpatía en todas sus formas por aquella persona a la que nunca había tenido oportunidad de conocer. Y sinceramente no sabía por qué. Parecía que no le agradaba a Milo, y, sin embargo, ahí estaba él, caminando a su lado y preguntando cosas que a nadie más le importaría.
"Nuestro Milo es dulce, te gustará…", recordó a Saga la primera vez que hablaron sobre el aprendiz de Escorpio.
—Una vez que te acostumbras al frío no puede lastimarte, aunque con el calor no tendría la misma suerte sin ayuda de mi cosmos—. Respondió con seriedad, evitando sonar áspero o seco.
—No puedo creerte. ¿Cómo le hiciste para no morir congelado?— Milo arqueó una de sus cejas mientras lo miraba.
—Muchas veces estuve a punto de hacerlo, pero me recordaba constantemente que necesitaba volver, que tenía que ser merecedor de mi armadura y…— Camus se quedó callado, y aunque pareció intentar reprimir sus emociones, el escorpión lo vio sonrojarse.
¿Pensaría en alguien especial? El griego lo miró con curiosidad…
Verlo así le hizo contemplar que no eran tan diferentes después de todo, y que quizá mantenían las mismas ideas: ganar el corazón de su persona especial.
Comenzó a pensar que si la distancia establecida entre dos amantes era factor para una superación, tal vez… debería renunciar a Kanon…
—También se dice que hay personas de sangre caliente y fría…— continuó el galo con su elocución.
—¿En serio?
—Si—. Se detuvo otra vez, y tal vez porque estaba concentrado en sus propios pensamientos, sin pedir permiso, tomó la mano de su acompañante, quien, sorprendido, buscó el contacto con esa mirada de profundo y celeste oscuro, a la que no podía leer—. Mis manos siempre son frías, ¿lo ves?
—Eso parece…— ¿Qué podía decir? El contacto lo tensaba, porque hace mucho tiempo no tocaba la mano de otra persona que no fuera Kanon. Cuando era niño solía ir con Mu o Aioria de aquí para allá así, pero al ser adulto, el contacto era diferente y tenía otro significado entre los dos.
—En Siberia aprendí a moderar mi temperatura corporal para que el calor no me afectara… Solo tenía que mantener encendida la chimenea lo más fuerte que pudiera, y entonces usaba mi cosmos para regular mi propia temperatura…— Se calló. No solía hablar tanto con alguien y a Milo le estaba relatando detalles sobre su vida.
Lo soltó al darse cuenta de lo que había hecho, sintiéndose ligeramente abochornado, mientras continuaba el ascenso.
Escorpio se sintió aliviado al verse libre, pero sonrió ampliamente al verlo hablar de su entrenamiento y de sus técnicas para sobrevivir. Seguramente tendría miles de historias como esa, o quizás historias mejores a esa.
Milo también continuó su camino, ¿debería contarle sobre su entrenamiento?
Ahora que lo pensaba, al principio no fue tan asombroso, salvo por los premios que ganaba de Kanon; pero no iba a hablarle de eso, precisamente a él. Quizá debería contarle sobre el veneno, y preguntarle sí le gustaría una demostración, tal y como él lo hizo anteriormente.
"Oye, ¿quieres probar mi veneno?", pensó en decirle, pero tan pronto iba a dejar salir esas palabras, algo le hizo sentir que no era buena idea.
—¿Qué piensas de mí?— se atrevió a preguntar después de un rato. Camus ni siquiera lo pensó al responder:
—Tus manos son cálidas—, contestó—, lo que me hace suponer que eres tan apasionado como los espartanos de los que desciendes—. Milo se sorprendió.
¿Él, apasionado?
Kanon volvió a su mente en ese momento, con las rutinas de sexo envueltos en sudor.
Camus no se refería a eso, pero Milo creyó que sí.
¿Y cómo sabía que era Espartano? ¿Acaso Saga se lo contó? ¿Por qué? ¿Hablarían de él a sus espaldas?
Camus, que no tenía ni idea de las cosas que atravesaban la cabeza del otro, se quedó pensativo, y luego añadió:
—Eres como el fuego griego—. Acotó, deteniéndose y mirándole otra vez. El otro se sintió extraño, tan extraño, que deseaba que él dejara de verlo.
Se puso ligeramente nervioso y se movió un par de escalones arriba.
—¿Fuego griego?— preguntó en voz alta tras considerarlo un momento. Camus creyó que su afirmación debería ser obvia.
—¿No sabes lo que es?— se aventuró a investigar, sin saber que eso molestaría a Milo.
—Claro que sí, no soy tonto…— Pero no lo sabía, y jamás había escuchado de ello. O tal vez sí, y no lo recordaba justo ahora.
Después de eso se sentía incómodo e irritado, tanto que podría pegarle un puñetazo para aliviar la tensión. Camus lo observó, ligeramente confundido, pero pensó que más adelante encontrarían un tema de conversación.
¿Debería invitarlo a tomar algo? Tal vez podrían continuar hablando.
El templo vacío de Libra los cobijó tras un rato. Ambos caminaron a través del pasillo central, pero Milo se detuvo frente al sitio (como si se tratara de una repisa de piedra) otorgado para la armadura dorada. La caja reposaba tan sola, pero al mismo tiempo tan brillante, como si su dueño aún cuidara de ella. El polvo no la había tocado a pesar del tiempo transcurrido.
Camus lo observó en silencio, pasando la mirada de aquellas pupilas añorantes en Milo, al ropaje dorado, comprendiendo ese sentimiento…
—Conseguirás la tuya…— Dijo Acuario de pronto, considerando que sí fueran amigos, le habría tocado el hombro a modo de apoyo.
El griego se quedó parado, en silencio. La voz de su amante le retumbó en la cabeza con las cualidades clásicas y propias de Saga, reflejadas de pronto en el galo: altivez, egocentrismo, petulancia…
—No necesito tu lástima—. Volteó a verlo, frunciendo el entrecejo. Camus por fin mostró sorpresa. Parecía haber ofendido al pupilo de Escorpio sin querer.
Pensó que debería disculparse, pero luego, al considerarlo, se dio cuenta de que en sus palabras no había rastro de burla o intención de ofender; por el contrario, solamente estaba tratando de animarlo, como lo haría un amigo.
"No somos amigos…", se obligó a recordar.
—No es lástima— Se defendió con enojo— ¿Por qué tendría qué sentirla por ti?— El griego rodó los ojos con fastidio.
—¿Por qué de pronto tendrías que apoyarme?— Camus lo miró con frialdad.
—Jamás he tenido nada contra ti. Ni siquiera te conozco.
—¡Ja!— se burló el griego— Pues yo a ti sí, y créeme, sé la clase de persona que eres…
—¿Cómo puedes hablar tan a la ligera?
—¿Hablar a la ligera? Eres una sombra parca de Saga—. Camus apretó los puños y los dientes.
—¿Para eso querías caminar conmigo, para insultarme?
—¡Cuanta maldita arrogancia, Acuario! Ni siquiera tenía la intención de hacerlo, pero tú simplemente llegaste a esa conclusión…— El galo se sorprendió, y aunque todo parecía confuso, decidió que sí, que en realidad había sido culpa suya.
—No voy a soportar esto—. Dijo, dándole la espalda.
—Pues no lo hagas Acuario. Tú y tu arrogancia pueden desaparecer del Santuario…— El ofendido tragó aire mientras buscaba una gama de insultos en varios idiomas, para pronunciarlos en el volumen exacto, sin embargo, una presencia los distrajo…
Milo fue el primero en voltear y observar la silueta de alguien que lo hizo emocionarse. Con decepción descubrió que no era quien pensaba… Al desviar las pupilas hacia el francés, observó que este sonreía tanto o más que la persona que tenían en frente…
—Hola—. Dijo el gemelo mayor.
Camus avanzó despacio, casi al mismo paso que la otra figura. Saga pareció no aguantar más las ganas de realizar un contacto, porque enseguida apresuró la marcha, levantando los brazos, para regalarle a su protegido un caluroso abrazo…
El pupilo de Escorpio no oyó lo que decían, pero sabía que se hablaban en francés.
Parecía que Saga únicamente había vuelto por su Camus…
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Kanon esperaría que reencontrarse después del incidente con el veneno sería motivo de dicha, sin embargo, Milo actuaba ofuscado y ofendido. No con él, aclaraba, pero era difícil besarlo sin sentirse ligeramente molesto por no recibir la atención que debería. Finalmente decidió calmarlo sentándose con él ahí sobre la manta, mientras le ofrecía algunos sandwiches de jamón ibérico que compró cerca.
Milo estaba tan enojado, que los mordía salvajemente. Y mientras lo engullía masticando a penas, el gemelo lo miraba con curiosidad, escuchando el relato de como Acuario y Géminis se habían encontrado en el templo de Libra en medio de un caluroso abrazo.
—¿Cómo puede desaparecer por años y estar un día parado en el templo de Libra?— preguntaba con indignación. El otro lo escuchaba comiendo lentamente lo suyo y esperando que Milo terminara de desahogarse— ¿Él sabía que volvería? ¡Ni siquiera me interesa! El muy arrogante hizo exactamente lo que tú me dijiste. Primero se portó todo 'amable y bueno', pero luego sacó a relucir su verdadero yo… ¡Agh! ¡Quería golpearlo con toda mi alma!— Volvió a morder el pan—. Estúpido presumido—. Le pegó un manotazo a la manta bajo él—. Y llamarme fuego griego como sí yo arrasara con todo, y decirme "¿No sabes lo que es?"... ¡Claro que lo sé! Y aunque no, ¡no necesito que él me lo aclare! ¿Quién carajo se cree? ¡Aaaghh!— Kanon no aguantó las ganas y se rio— ¿Por qué te burlas?— le pegó.
—No lo hago…— Pero no podía contenerse, ya que el saber que Milo despreciaba tanto a Acuario como a Saga era una idea deliciosa, y no paraba de entusiasmarse con su logro. Después de todo, notaba que a Camus le simpatizaba el escorpión, y que aquellas palabras habían salido con buena fe y no en el modo que el otro pensaba.
Mientras más lejos estuvieran, mejor.
—No es cosa de gracia. Tú porque no estás en el Santuario para verlos, pero juntos son intolerables—. Frunció los labios con una mezcla de desagrado y rabia que le era difícil disimular.
—Yo te lo advertí—. Mordió una manzana—. Lo mejor es que te mantengas alejado del estirado de Acuario. No quisiera tener que dejarte si se te pega algo de esos dos…
—¡Eso no pasará!— se indignó Milo— Porque yo entrenaré duro y conseguiré mi armadura para demostrarle que no necesito su maldita lástima—. El gemelo le sonrió. Dejó la manzana de lado, lo empujó contra la arena y se le tendió encima.
—Tu fuego es demasiado excitante para resistirlo— Susurró sobre sus labios.
"Eres como el fuego griego…", recordó, y mientras Kanon le besaba el cuello y lo llevaba por esa senda peligrosa, intentó no prestar atención a eso y a lo que sea que significara, pero cuánto más pensaba en eso, mayor era su enfado, y más su nivel de entrega hacia el hombre entre sus piernas.
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Camus ya llevaba una quincena en el Santuario, el día que Milo encontró a Aioria sentado en las escaleras de su templo, con las vendas que protegían los nudillos de sus manos, teñidos por sangre. Y aunque al inicio pensó que eran producto del entrenamiento, una vez que avanzó y descubrió que este se aguantaba las lágrimas, comprendió que algo no andaba bien.
Mu estaba con él, aunque se mantenía distante.
—Era la mejor…— Le oyó decir.
—¡No intentes consolarme con eso!— Le gritó el castaño como un animal herido. Con las manos se limpió la nariz tratando de no tocarse los ojos—. Si es todo lo que tienes que decir, mejor vete.
—No quiero dejarte así…— Murmuró el peli lila.
—¿Qué pasa?— Les preguntó Milo en cuanto quedó cerca. El carnero se quedó callado. Como su cabello era muy largo y lacio, decidió distraerse deslizando los dedos a través de esas bonitas hebras para tapar su rostro de las preguntas del otro.
—Shura se fue del Santuario—. Habló Leo, y tras decirlo, la voz se le quebró. Milo ahora entendía por qué tenía los ojos tan rojos y ese aspecto derrotado. No derramaba ni una lágrima, pero, a juzgar por aquella apariencia, se moría por hacerlo.
De pronto recordó a Kanon y el día que se fue sin explicación del Santuario.
Tal vez en ese momento no mantenían una relación amorosa como la que Aioria tenía con Shura, sin embargo, entendía el sentimiento de lejanía y el vacío que había quedado desde que se marchó. Después de todo, ya estando juntos, Kanon iba y venía cada cierto tiempo, hacia algún lugar desconocido.
Se sentó a su lado y lo abrazó al apoyar la mano en su hombro contrario. Aioria se deshizo del contacto bruscamente porque cosas como esas lo volvían débil…
—Y eso no fue todo…— Susurró el ariano.
—Antes de decirme que se iba, él terminó conmigo…— su voz lúgubre hizo sentir a Milo su dolor—… Dijo que solamente era una distracción, y que si Aioros viviera, lo odiaría… Le rompí la nariz después de eso—. Se rio un poco mientras observaba la venda, y la mancha escarlata en su nudillo, aunque Milo sabía que lo hacía para no comenzar a llorar.
—Pero tiene razón. Shura es una enorme distracción…— Leo esta vez no se lo toleró.
—¡Mu, basta!— Se puso de pie y le dio la cara.
—Solo te estoy diciendo la verdad porque soy tu amigo…
—¿Mi amigo?— Volvió a reírse—. Nunca estás de acuerdo en lo que hago, y siempre puedo contar con tu opinión aunque no te la pida, ¿no es cierto, Mu?
—Y no me equivoqué. Tu relación con Shura solo evitó que no obtengas tu armadura.
—¡Eso a ti no te importa! Creo que estás celoso porque eres tan raro y tan ególatra, que nadie te soporta…
—Aioria, ya basta…— Milo intentó detenerlo. El ariano permaneció serio, pero no respondió.
—No me extrañaría que jamás supieras lo que es querer a alguien, o que te corresponda un beso… Después de todo, ¿quién querría andar con alguien tan anormal como un sin cejas?
—¡Aioria!
—¿Eso es todo lo que tienes que decirme?— Se burló Aries—. Al menos, yo si obtuve mi armadura sin ayuda…— Riendo, comenzó a caminar hacia su templo. El octavo pupilo lo miró marcharse. No aparentaba estar afectado, pero conocía su naturaleza sensible.
—Mu, Aioria no lo dijo en serio…
—Estoy seguro de que es más real de lo que piensas, Milo. Adiós—. Ni siquiera volteó a verlo, únicamente le hizo un gesto de despedida con la mano al alejarse. El castaño avanzó unos pasos hacia él.
—¡Vete, lemuriano! ¡Nadie aquí te necesita!
—No digas eso. Mu es nuestro amigo…
—Por mí puede irse al diablo… Y tú también—. Mientras Aioria lo pasaba de largo y se encerraba en el templo, Milo se quedaba indeciso, sin saber si debía intervenir o no, tomando partido por el más razonable de los dos…
Suspirando decidió que no lo haría, después de todo, ellos dos eran buenos amigos, y como tal aprenderían a perdonar sus diferencias con el tiempo; sin embargo, al pasar los días, Aioria se encerró en sí mismo, y Mu se alejó del Santuario, yéndose a Jamir.
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Aunque intentara disimularlo, se sentía triste. El saber que no podía ayudar a su amigo a superar esa pérdida lo angustiaba y le robaba cualquier idea que quisiera germinar en su cabeza.
Tal vez Aioria estaba enojado y frustrado con Shura, pero se había peleado tanto con Mu como con él.
Kanon notó su distracción. Milo normalmente le contaba todo lo que ocurría en el Santuario, pero esta vez estaba ocultando algo; y como si eso no fuera suficiente, mientras lo observaba calentar para retomar la práctica, él se apretaba los dedos al tanto que pensaba cuáles serían las palabras que diría en medio de esa situación, porque estaba planeando su propia despedida.
—Necesito que hablemos—. Dijo por fin. El menor continuó con sus movimientos.
—,¿Podemos hacerlo después? Tengo que entrenar…— Normalmente él hacía todo lo que Kanon quería, pero ese no parecía ser el día.
—Es importante… y necesario—. Ante su insistencia, Milo se detuvo.
—¿Acerca de qué?— El mayor no respondió. Temía mirarlo a los ojos, así que se sentó en la arena con la vista sobre el ancho mar. El escorpión se sentó cerca de él, y esperó a que dijera lo que necesitaba expresar.
—Debo marcharme…— soltó por fin, apretando entre sus dedos un puñado de arena. Milo se sorprendió tanto, que se levantó.
—¿Por qué?— Kanon pensó en silencio en el joven Sorrento, quien ya estaba alcanzando la edad necesaria para servirle en su propio juego.
—Tengo algo importante que hacer.
—¿Qué puede ser más importante que ayudarme a conseguir mi armadura?— el gemelo elevó los ojos hacia él: cuánto más lo contemplaba, cuanto más tiempo estaba a su lado, representaba un problema para sus planes, porque le era difícil despedirse cada atardecer o no querer quedarse con él. Milo era tan dulce como la fruta prohibida que representaba su nombre, y tan adictivo como el más delicioso de los placeres; así que, pensar en dejarlo, era doloroso, pero necesario.
Ahora comprendía la razón por la que Saga apartó a Camus…
—Quiero… conquistar el mundo…— Respondió volviendo la vista hacia el mar.
—¿Qué dices?
—¡Es broma!— Río sin ganas. La voz de Milo le había causado temor, casi sentimiento de culpa.
Se preguntaba cómo podría realizar sus planes. Cómo podría conquistar a otro para llegar a su gran presa, y fingir que realmente no amaba a Milo, porque aunque nunca se lo había dicho, estaba perdidamente enamorado de él.
¿Podría ver algo del escorpión en ese chico sirena? Era un buen músico, un músico muy talentoso, pero no tenía su carisma o sentido del humor, ni lo conocía o lo aceptaba tan bien como él. Con Sorrento tenía que fingir algo que no era, mientras que con Milo tenía que fingir que no le importaba lo suficiente para estar a su lado a partir de ahora.
Tendría que renunciar a él, y concebir la idea a partir de ahí, para que Milo lo mirase y tratase como un traidor. Incluso lidiar con la idea de que él sería de alguien más, que se enamoraría de otro, y compartiría esos años escasos de paz con las mismas risas y experiencias que habían formado desde que volvieron a encontrarse y se hicieron amantes.
Se arrepintió incluso de haberlo separado de Camus… Luego pensó que él era la última persona con quien quisiera verlo…
—¿En serio vas a irte?— preguntó Milo con un ligero temblor en la voz, sentándose en la arena otra vez. Kanon tragó saliva con dificultad, pero aun así mostró una sonrisa.
—¿Por qué? ¿Me vas a extrañar?— Bromeó un poco.
—Sabes que sí, ¿o no es obvio para ti?— Milo y él se miraron fijamente durante un momento, después el gemelo desvió la vista hacia la inmensidad del mar.
—Todavía eres un mocoso…— gruñó, rascándose la barbilla, pero aunque Milo podría haberse ofendido y bromear sobre ello, decidió demostrar que se equivocaba, cuando gateó sobre la arena hasta él, y lo tendió sobre ella para sorpresa de Kanon; quien se vio apresado por los brazos y piernas que tantas veces se enredaron contra su cuerpo, así como la cascada azulina que cayó sobre uno de sus hombros. Lo vio acercarse, y aunque debería esquivarlo y decirle que se detenga, no pudo resistirse al beso que el escorpión inició entre su pequeña cárcel.
Si Kanon hubiera sabido que, ese niño gordito, al que una vez recibió en Géminis de mala gana, lo conquistaría así, cuando creciera, habría peleado y luchado por cambiar su maldito destino para estar y disfrutar al máximo de él; besándolo, compartiendo estúpidos y cursis recuerdos como dos idiotas enamorados… Pero, en su lugar, se dejó arrastrar y en volver por la mala suerte de su estrella, sabiendo que la única forma de cambiar eso, era acudiendo a Sorrento, para darle el amor que solo le pertenecía a Milo.
Hasta ahora no había podido besar al músico, por no traicionar lo que tenía con él, con él único hombre al que amaba con cada doloroso latido de su corazón; por eso, abandonarlo ahí, renunciar a él ahí, era tan necesario como destruir cada pequeña ilusión que hubiera germinado en él.
—Detente…— Lo empujó, sin ser brusco para hacerse espacio entre los dos.
—Kanon…
Sintió un vacío en el estómago y un ardor en la garganta que le impidió hablar.
Milo era lo único que le importaba. Si lo dejaba, esa parte buena en él, desaparecería, y entonces…
No… Su venganza era más importante. Eso lo mantuvo vivo los momentos de desesperación encerrado en cabo Sunion… Tenía que acabar con el Santuario, pero sobre todas las cosas, con su maldito hermano.
Si se apartaba de él, aunque fuese doloroso, confiaría en que lo instruyó bien, y que tal vez, con su armadura, algún día pelearían juntos…
Y lo harían, aunque no del modo que Kanon pensaba…
Finalmente, se lo quitó de encima y se levantó de la arena para caminar suavemente hacia el mar.
—No importa cuántas veces vuelvas a esta playa, no me encontrarás aquí—. Le dijo a modo de despedida. Milo se levantó también y lo detuvo del brazo.
—¿Por qué? ¿Por qué quieres irte?— el gemelo se soltó bruscamente
—Ya te lo dije antes, no hay lugar para mí aquí.
—Deja de decir eso—. El gemelo se dio la vuelta para mirarlo a los ojos.
—Antes de que tú y yo nos encontráramos por accidente en esta costa, llevabas un progreso superior al de cualquier otro pupilo… Nuestra cercanía, mi relación contigo, lo único que ha provocado es que Acuario obtenga antes su armadura porque no estaba con Saga…
—¿Tenías que mencionarlos?— preguntó el escorpión con fastidio.
—¿Es qué no lo ves? Yo ya no debo estar contigo…
—Puedo conseguir mi armadura… No tienes que abandonarme de nuevo…
—Sí, sí tengo. Y lo voy a hacer, pero esta vez, será definitivo—. Apretó los puños, decidido, para volver a caminar hacia el mar. Milo se aproximó, poniéndose entre él y su destino.
—¡No puedes!— Lo tomó por los hombros— ¿No ves lo que yo siento por ti?— Sus ojos turquesas comenzaban a volverse acuosos mientras hablaba—. Dijiste que no tenías un lugar en el Santuario, pero yo…
—¿Y crees que contigo lo tengo? ¡No seas estúpido, Milo!— torció una sonrisa mientras hablaba— ¿Piensas que voy a mudarme a tu templo y viviremos como un matrimonio feliz? ¡No me hagas reír!— Se soltó de su agarre empujándolo lejos de su cuerpo.
—No importa cómo, tu lugar está conmigo, porque yo te a…
—¡Pero yo no te quiero!— El corazón de ambos se detuvo: uno lacerado bajo el peso de 'una verdad' que le rompió el corazón, y el otro, presa de una mentira necesaria para poder continuar.
El gemelo le dio la espalda.
El escorpión sentía que los ojos le ardían, y que algo en su garganta le impedía tragar saliva, hablar o respirar con normalidad. Las piernas le temblaban, y sentía que sí hablaba, iba a escupir el corazón por la boca.
—Es extraño que a pesar de todo no te hayas dado cuenta…— se alzó de hombros—. Supongo que eres más lento de lo que creí—. Milo retrocedió. Kanon no podía mostrar ningún tipo de expresión, solamente tenía la mirada en el mar.
—Entonces, ¿por qué querrías ayudarme en mi entrenamiento?— murmuró.
—¿Lo hice? ¿Dónde está tu armadura?— No respondió. Era obvio que aún no la tenía porque todos los días, el mayor obtenía lo único que parecía querer de él…
Por eso nunca mencionó extrañarlo, ni le expresaba abiertamente quererlo, o desear pasar más tiempo con él; al contrario, siempre estaba ansioso por echarlo y nunca expresaba emoción de felicidad cuando volvían a verse, aunque fuera tras un periodo muy largo.
Y tal vez el corazón no fue escupido por la boca, pero si abandonó en gráciles gotas sus ojos...
—Siempre creí que tú…
—Fue divertido mientras duró, pero estoy harto de ti y tus estupideces de mocoso, así que me largo—. Declaró con fastidio. Escorpio apretó los puños, y lo observó en silencio avanzar hacia el mar sin volver hacia atrás…
Milo tan roto como estaba, quería gritar su nombre con todas sus fuerzas, pero en lugar de eso…
—¡Si decides volver, te mataré!— Lo amenazó. El otro lanzó una carcajada fría y burlona a la distancia, por lo que, encendido por la rabia y el dolor que sentía, decidió darle una probada de lo que recibiría, si se atrevía a subestimarlo.
Las piernas se movieron, retrajo el brazo, y apuntando con su dedo perforó de un golpe, la piel de su asesino…
Kanon se detuvo debido al dolor, pero, a pesar de eso y de la sangre que ahora manchaba su ropa, no le devolvió la mirada al escorpión al alejarse de su vida; dejando a Milo tan roto en aquella playa, que se prometió así mismo, arrancarse cada pedazo de aquél estúpido corazón, con su propio veneno.
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… Continuará...
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(1)Milo en prisión: mi papá era militar cuando yo nací, de hecho, él estaba detenido cuando yo vine a este mundo xD… la cosa es que, viendo lost canvas y esas prisiones donde estaba Tenma, y recordando a mi progenitor, me di cuenta que podía usar el mismo castigo para el escorpión.
(2)Afrodita entrenando con Milo: como ambos usan veneno pensé que sería coherente que estudiara con él, aunque a Arles parece que no se le ocurrió antes.
