Era su noche de guardia. Las odiaba, porque los alumnos nunca obedecían y en muchas ocasiones los prefectos hacían la vista gorda a sus compañeros de casa que andaban por los pasillos, sobre todo a los que andaban revolcándose con otros compañeros en aulas vacías.Y si había un mocoso que le ponía de mal humor encontrar in fraganti era a ese que estaba viendo claramente besuqueándose con alguien apoyado en una pared. Ni recato ni intención de esconderse, el maldito Potter se creía por encima del bien y del mal. Pues se iba a enterar.
Avanzó a grandes zancadas hacia él y lo enganchó de la oreja. El otro implicado simplemente huyó, lo único que atinó a ver Severus fue la corbata roja de Gryffindor.
— ¿Buscando un castigo, Potter? —masculló tirando de su oreja hacia su despacho, ignorando el gemido del muchacho por el escozor.
El chico no respondió, por supuesto, porque así era él, un soberbio como su padre.
Abrió la puerta de su despacho poniendo la mano sobre la madera. Empujó a Potter dentro y después lo empujó hacia la puerta que daba a sus habitaciones.
— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó con ese desagradable tono chulesco que gastaba.
— Como usted está decidido a no cumplir las normas, vamos a probar otro castigo. Veamos si se le quitan las ganas de andar de noche por el castillo.
Potter no contestó, solo levantó la barbilla y lo miró retador con las manos unidas a la espalda.
— Bájese los pantalones.
— ¿Disculpe?
Sin paciencia para explicaciones, Severus movió la varita para hacerlo él mismo y los pantalones grises del uniforme se amontonaron en los tobillos del chico. Se sentó en la butaca en la que solía leer junto a la chimenea y le hizo un gesto para que se acercara.
— ¿Qué va a hacer?
— Enseñarle a obedecer. Venga aquí, Potter. Ahora.
El muchacho hizo un intento de agacharse para recoger sus pantalones para caminar, pero un movimiento de varita se lo impidió y se encontró de nuevo con las manos a la espalda, pero esta vez unidas mágicamente. Severus se percató de que comenzaba a sudar y sonrió cruelmente, satisfecho.
— Señor, yo…
— Silencio, Potter, no tengo interés en sus balbuceos. Avance hasta aquí.
Por fin, el chico se movió, despacio porque tenía las piernas limitadas por los pantalones amontonados en los tobillos, hasta quedar delante de él.
— Gírese, de espaldas a mí.
Con torpeza, volvió a obedecer. Y gritó sobresaltado cuando recibió una palmada fuerte en cada nalga.
— ¿Qué mierda cree usted que está haciendo?
— Domarle. Sobre mis rodillas, Potter. Vamos —le insistió al ver que se iba a resistir.
Para su sorpresa, el joven león se movió, despacio y con la mirada gacha, hasta adoptar la postura exigida, con el pecho cruzado sobre los largos muslos de Snape de manera que el trasero quedaba perfectamente al alcance de la mano del profesor.
— Cuente en voz alta. Van a ser veinte azotes.
Potter intentó removerse, pero tenía las manos atadas y los tobillos inmovilizados por los pantalones. Y Snape le pasaba un brazo por el torso para mantenerlo firme contra su regazo.
Zas, la primera palmada picó más que las que le había dado cuando estaba de pie.
— No le oigo.
Apretó los labios, poco dispuesto a colaborar. Pero recibió otra, y luego otra más fuerte.
— Le he dicho que cuente, Potter.
— Váyase a la mierda, Snape —gruñó el chico.
Los ojos del profesor brillaron de ira. Lo sujetó con más fuerza y azotó con fuerza seis veces seguidas, haciéndolo gritar.
— Tiene usted la mala costumbre de no saber cual es su lugar. Tengo toda la noche, Potter, y una mano muy firme. Cuente —le exigió con esa voz baja y sibilina que usaba siempre con él, golpeando de nuevo con saña.
— ¡Uno! —cedió por fin Potter.
— Así sí.
Lo golpeó metódicamente, cambiando de glúteo y de altura todo el tiempo para que la incertidumbre de no saber donde caería el azote aumentara la tensión y con ello el sufrimiento. Y Potter los contó todos, pero no le pidió que se detuviera.
— ¡Veinte!
Se relajó sobre sus rodillas, laxo como si se hubiera desmayado. Tanto, que lo sujetó del pelo para levantarle la cabeza y comprobar si estaba consciente o no.
— Enderécese —le ordenó, a sabiendas de que no tendría fuerzas para hacerlo.
El chico lo intentó. Trató de apoyar los pies en el suelo y afianzarse lo suficiente como para usar sus rodillas para alzarse, pero fue incapaz, sobre todo porque la mano de Snape seguía extendida sobre su trasero, masajeando, recordándole el escozor y el dolor.
— ¿Necesita otros diez como motivación?
— No, señor —gimió Potter—. Pero no puedo ponerme de pie solo. ¿Me ayuda?
Tras un último apretón en las magulladas nalgas, Severus cogió su varita y le liberó las manos y sujetó uno de sus brazos para ponerlo de pie. El rostro apuesto del muchacho estaba sonrojado y sudoroso, pero no era eso lo más reseñable en su cuerpo tras la paliza. En los ceñidos calzoncillos grises había una gran mancha y tras ellos un bulto considerable.
— Vaya. ¿Tiene usted tendencias sadomasoquistas, señor Potter? —cuestionó, con las cejas alzadas.
— No sé qué es eso. ¿Puedo retirarme, señor? —le preguntó, con la mirada baja y las manos intentando tapar la prueba de su excitación.
— ¿Y dejarlo suelto para ir a solucionar eso que es responsabilidad mía? no, señor, hay que aprender a ser consecuente. Acérquese. Manos a la espalda.
Potter negó con la cabeza tercamente, pero la paciencia de Snape era corta.
— No me haga perder el tiempo —le murmuró al oído, amenazador, irguiéndose frente a él en toda su gran altura, y llevando una de sus manos hasta su entrepierna, apretando sin compasión su erección.
De la garganta morena salió un largo gemido cuando, sin soltarle, Snape tiró de él hasta quedar sentado de nuevo en el sillón y con él delante.
— Ahora veamos lo que tenemos aquí, si puede usted presumir tanto como parece.
Y sin previo aviso, le bajó los pantalones hasta los tobillos. La polla del chico saltó hacia delante, húmeda y enrojecida. Sus largos y pálidos dedos la aferraron con fuerza, extendiendo la humedad.
— Míreme, Potter, observe como ser obediente puede tener sus recompensas y ser más satisfactorio que romper las normas.
Lo masturbó, lento al principio, cogiendo cada vez más velocidad, con el chico mirándole con la boca entreabierta. Entonces, de repente, sintió algo húmedo acariciando sus nalgas magulladas. Y un aliento cálido.
Con el labio entre los dientes y un gemido, simplemente cerró los ojos y se corrió con fuerza. La imagen al abrirlos y ver la cara de Snape manchada con su esperma fue gloriosa.
Los ojos oscuros del profesor se estrecharon. Aún sujetaba su pene semiduro y parecía estar dudando si arrancarselo de un mordisco u ordenarle limpiarle, pero alguien se le adelantó. Una gran sombra negra que Harry conocía muy bien, el dueño de esa larga lengua que había querido calmar el ardor de su trasero se abalanzó sobre Snape para lamerle la cara.
— Aparta, perro —trató de quitárselo de encima protegiéndose la cara con el brazo.
Pero Canuto no le hizo caso. Y Harry no pudo evitar romper a reír, porque la imagen era hilarante. Con un movimiento de mano, subió las luces que habían bajado para darle un ambiente más siniestro a la habitación.
— Sirius, maldita sea, baja —le gruñó Severus, ya el ambiente roto, con Harry riéndose tanto que tenía que sujetarse la tripa.
El perro se lanzó a su regazo y en un parpadeo el que estaba sentado sobre sus rodillas era su marido, lamiendo los restos del semen de su ahijado.
— Lo siento —se disculpó, pero ninguno de los dos le creyó, porque en realidad sonreía de oreja a oreja—. Me estaba aburriendo ya de tanto azote.
— Y tenías que cargarte la escena —le riñó Severus.
— Harry tiene el culo como un semáforo muggle. ¿Estás bien, gatito?
— Tiene una palabra de seguridad y no la ha usado.
— Perdónnnn, gruñón. Siento haberos chafado la fantasía —se disculpó, pero Harry sabía que la mano de su padrino que no podía ver estaba perdida entre las túnicas de maestro de su marido y estaba acariciándolo.
— Podemos retomarla —sugirió.
— Ya no —carraspeó Severus— ya no podemos.
— Bueno, podemos intentarlo. Ponte de pie, Sirius.
Con otro movimiento de mano, volvió a bajar las luces.
— ¡Sirius! —exhaló el chico asustado al ver a su padrino.
— ¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Black, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.
— Puedo explicarlo, yo… —balbuceó Potter, enrojeciendo y subiéndose los calzoncillos y los pantalones.
— ¿Snape? —Se giró a mirar al profesor.
— Tu ahijado necesita disciplina, si no se la das tú, lo haré yo.
— ¿Disciplina desnudo? Es un crío.
— Es un niñato malcriado y tú eres el responsable de eso. Si no lo educas tú, lo haré yo.
Sirius miró a su ahijado, sonrojado y despeinado, sujetándose los pantalones con una mano, la camisa arrugada y la corbata suelta.
— ¿Has aprendido la lección, Harry?
El chico parpadeó varias veces, sin entender.
— ¿Vas a portarte bien?
— ¿Y si no? ¿Dejarás que vuelva a azotarme?
— No parece que te desagrade la idea —le señaló, cabeceando hacia su entrepierna que volvía a endurecerse.
— ¿Y si no lo hago? ¿si decido no portarme bien?
Una peligrosa sonrisa apareció en la cara de su padrino, que sacó la varita y, en dos pases, los desnudó a los dos.
— Entonces tiene razón Severus, tendré que educarte yo. De rodillas, Harry.
— ¿Por qué?
— Porque soy tu tutor y te digo que te pongas de rodillas. Y abras la boca.
Despacio, sin apartar la mirada, el chico obedeció.
— Manos a la espalda.
Sin aviso ni preámbulo, Potter se encontró con la polla de su padrino llenando su boca. Sintió una arcada cuando le rozó la garganta, haciendo que le lloraran los ojos. Sirius le sujetó del pelo y comenzó a moverse.
— Tenías razón, Snape, necesita disciplina —jadeó, sin perder de vista como se enrojecía el rostro del chico cada vez que lo ahogaba con su erección—. Deberíamos considerar hacernos cargo conjuntamente de su educación.
Los ojos del muchacho se abrieron de par en par al escuchar aquello. Tras su padrino, Snape mostraba ese rictus cruel que le caracterizaba. Sus túnicas negras habían desaparecido y se masturbaba despacio, luciendo una erección que debía ser la más grande que Harry había visto nunca.
— Mirame a mi, Harry —le llamó la atención Sirius—. Voy a correrme en tu garganta y te lo vas a tragar todo como el buen chico que yo sé que puedes ser. Y luego te voy a dejar elegir cual de los dos va a follarte primero.
Las palabras de Sirius le hicieron abrir aún más los ojos, inundado por el pánico. Trató de negar con la cabeza, pero Sirius se la sujetó para follarle la boca con más fuerza.
— Oh sí, pequeño. Qué buena boca tienes. Voy a correrme, voy a llenarte de todas las maneras —le susurró.
Snape carraspeó levemente y Sirius abrió los ojos, mordiéndose el labio. Lo miró un momento y luego volvió a mirar al chico a sus pies, endureciendo el gesto y la voz.
— Creo que voy a hacerlo yo primero, porque Snape es enorme. ¿Lo has visto? Quizá te folle mientras le chupas y luego cambiamos lugares. O quizá podríamos follarte los dos juntos.
El chico boqueó de pánico al escuchar la última frase, ahogándose aún más con la polla de su padrino. Sirius volvió a sonreír de lado y lo agarró con fuerza del pelo para dar tres golpes más y correrse con fuerza en su garganta.
— ¿Qué opinas, Snape? —preguntó a su némesis, los dos observando al joven león que arrodillado todavía se acariciaba la garganta dolorida y respiraba afanosamente— ¿suficiente disciplina?
Por una vez, fue Severus el que se agachó junto al chico y susurró, saliéndose de su papel y subiendo ligeramente las luces.
— Color, gatito.
— Amarillo. Necesito un respiro y un sorbo de agua.
Inmediatamente Sirius se movió por la habitación y volvió en segundos con el vaso de agua. Se agachó también y le pasó los dedos por el cabello.
— ¿Por qué te has quitado la túnica? —preguntó a Severus entre dos sorbos, mirándolo directamente a los ojos.
— Por comodidad. ¿La quieres de vuelta?
— Sí. Los dos vestidos, ese era el plan.
Severus asintió, sin dejar de observarlo, y Sirius invocó las ropas descartadas.
Harry les devolvió el vaso y levantó la barbilla, de vuelta a su papel de niñato impertinente.
— Verde.
Y sus compañeros se alejaron, vestidos de nuevo para recuperar las posiciones anteriores.
— ¿Qué opinas, Snape? —preguntó de nuevo Sirius, los dos observando depredadores al joven león que arrodillado todavía se acariciaba la garganta dolorida y respiraba afanosamente— ¿suficiente disciplina?
— No lo sé —Snape se acercó y levantó con un dedo la barbilla del chico— ¿lección aprendida, Potter?
En respuesta, el chico se enderezó y lo miró con ojos retadores y la mandíbula apretada, en rebelde silencio.
— ¿Ahora vas a callar? eso es nuevo. En ese caso, decidiremos nosotros. Creo que para que esto sea un castigo ejemplar que no se le olvide nunca, tiene que terminar por todo lo alto. Llévalo a la cama.
Se revolvió, claro, como una sabandija mientras su padrino lo llevaba del brazo hasta la cama.
— Si no te comportas tendré que atarte, Harry —le amenazó cuando intentó golpearle con el hombro al tumbarlo sobre el colchón.
Por respuesta, se agitó aún más, asi que lo soltó con brusquedad y procedió a hacer sendos hechizos para atarle de nuevo las manos a la espalda y taparle los ojos.
— Deberías taparle también la boca, así nos ahorraríamos las impertinencias —escuchó la voz arrastrada de Snape cerca de él.
Sintió como el colchón se hundía con un peso extra y como lo ponían de rodillas en medio y volvían a masajear su trasero enrojecido.
— ¿Pica, Potter? mañana en clase cuando te sientes te acordarás de esto. Puede que durante varios días —comentó justo antes de que sintiera un dedo lubricado rodeando su agujero.
A su pesar, Harry gimió, echando hacia atrás la cabeza cuando el dedo entró con firmeza en él mientras otros dedos pellizcaban sus pezones.
— Míralo, Black. Mira como absorve mi dedo y pide más. Seguro que hay una fila en Gryffindor cada noche para llenarle.
— Yo no… —jadeó el chico— yo nunca…
— ¿Usted nunca? —preguntó en su oído, introduciendo otro dedo.
— Nunca nadie me ha tocado ahí, ahhhh —gimió, balanceándose hacia los dedos.
— Entonces será mejor que vaya yo primero, Snape.
Harry escuchó a su profesor gruñir, pero sintió el movimiento de los dos cuerpos cuando los hombres intercambiaron las posiciones en el colchón. Los dedos de Sirius eran un poco más gruesos pero más cortos, igual que su polla. ¿Cómo sería sentirla dentro?
Sus pensamientos erráticos se vieron sorprendidos por una mano en la nuca, tirándolo hacia abajo, una mano que lo sujetó con fuerza, porque él seguía atado y no podía apoyarse en la cama.
— Abra la boca.
Obedeció, porque además la otra mano de Snape estaba bajo su mandibula, dispuesta a abrirle la boca por la fuerza. Sintió la suavidad sobre su lengua.
— Chupe.
Cerró los labios con fuerza y apretó con ganas, belicoso. La mano en su nuca apretó un poco más. Pero abrió ligeramente los labios de sorpresa cuando detrás de él los dos dedos fueron sustituidos por algo más carnoso que comenzó a empujar en su interior apenas estirado.
— Es tan estrecho, Snape… hacía mucho que no tenía un virgen, es… —jadeó— increible.
El cerebro de Harry comenzó a llenarse de feliz niebla cuando se dejó llevar por los movimientos de Sirius tras él. Con su nuca firmemente sujeta, cada penetración le llevaba a chupar más polla en su boca.
— Deberías venir a probarlo, va a apretarte hasta la locura.
Harry escuchó a Snape gruñir y sintió perfectamente como la idea hacía que la polla en su boca se estremeciera y goteara preseminal que tragó con ansia.
Y de repente, ambos hombres estaban saliendo de él y había movimiento que lo desorientaba. Se agitó ligeramente y escuchó una voz suave en su oído.
— Color, gatito.
— Verde —respondió en el mismo tono.
El movimiento continuó y alguien le colocó a horcajadas sobre otro cuerpo. Sin previo aviso, volvió a ser penetrado y soltó un aullido porque en esa posición, y al caer con todo su peso, era muy profundo.
— Inclínese hacia delante.
Obedeció, porque la niebla volvía a invadirlo todo. Y su actitud fue recompensada con una lengua que lamía su agujero ya estirado mientras Sirius entraba y salía con fuerza.
— Qué agujero tan necesitado —comentó Snape con su fría voz arrastrada, introduciendo despacio un dedo junto a la polla de Sirius— ¿Eso es lo que le hace falta para ser obediente, señor Potter? ¿Tener el culo lleno de polla?
— Síííí —gimió largo y fuerte—, sí señor.
— Que bonito eres cuando te portas bien, Harry —le elogió Sirius desde el otro lado, liberando sus manos para sujetarlas entre las suyas—. Vas a estar tan bien con la polla de Snape llenándote, va a llegar muy profundo, tanto que abultará tu vientre. ¿Lo quieres? ¿Nos quieres a los dos dentro como un buen chico?
Para ese entonces ya tenía Snape tres dedos sumándose a la polla de Sirius, la presión era increíble y Harry sentía que flotaba.
— Sí, por favor, sí —rogó.
Hubo un cambio en su cuerpo y supo que Snape había hecho un hechizo para acabar de estirarle y lubricarle más justo antes de que la presión se volviera una locura al comenzar a entrar en él. Sirius se detuvo y el silencio se volvió abrumador, toda la atención estaba en el lento deslizar dentro del cuerpo maltratado de Harry.
— La vista es increíble desde aquí, Potter. Qué buen chico, qué obediente. Voy a moverme ahora.
Y comenzó un lento entrar y salir, con Sirius firmemente clavado en su interior. Los tres gimieron por las sensaciones, la estrechez, el calor, el deslizamiento, la punta de Sirius apoyada en la próstata de Harry.
— Voy a correrme —gimió, con la frente apoyada en el hombro de Sirius, con la garganta rasposa de gemir y gritar—. Por favor, necesito correrme— rogó el permiso por la fuerza de la costumbre, aunque eso no estuviera incluido en la escena, ya la mente muy nublada.
— Córrete, gatito, píntame —le respondió Sirius, más allá de la actuación.
— Aguantad un momento —gimió Severus, ya también fuera del papel—, un momento, los tres juntos.
Y cambió ligeramente el ángulo del cuerpo de Harry, tirando de su tronco hacia él.
— Oh dios, oh dios.
— Mierda, mierda.
— ¡Ahora!
Y con un par de golpes de cadera más se desencadenaron tres ruidosos y sucios orgasmos a la vez.
Harry seguía con el cerebro lleno de niebla cuando los brazos fuertes de Severus lo llevaron hasta la bañera llena de agua caliente. En otra ocasión habría pedido que uno de los dos se metiera con él, pero estaba tan tan arrasado que solo podía dejarse manejar.
Sirius lo bañó con cuidado, recitando encantamientos de curación para su agujero maltratado y su trasero enrojecido y dolorido mientras Severus le lavaba el cabello despacio, frotando su cuero cabelludo como sabía que le gustaba con dedos fuertes.
Los cuidados prosiguieron fuera del agua, envuelto en su albornoz en el regazo de Sirius, con Severus dándole de cenar mientras él y Sirius hablaban de cualquier otra cosa, eligiendo para él los mejores trozos de pollo y verduras.
Él no fue capaz de hilar una frase hasta que estuvo metido en la cama, con su pijama y sus dos hombres a sus lados abrazándole.
— Gracias —su voz sonaba todavía ronca a pesar de la poción calmante que le estaba empezando a hacer efecto—. Ha sido increíble.
Era la escena más larga que habían hecho juntos, una petición de Harry que había requerido bastante negociación y aún así sus compañeros habían cedido a sus tendencias protectoras varias veces en las dos horas largas que había durado.
— ¿No hemos sido demasiado duros? —cuestionó su padrino.
El joven movió negativamente la cabeza y se inclinó hacia él.
— Quería esto desde que me fui a vivir con vosotros —confesó.
— Harry, por Merlín, tenías trece años —se molestó Sirius, siempre más sensible a que Harry le recordara que había estado obsesionado con él incluso siendo un adolescente.
— ¿Y cuantos has pensado que tenía mientras me follabas?
Sirius no contestó, solo apretó los labios.
— Quince. Eras insufrible a los quince —intervino su otro compañero.
— ¡Severus! —se indignó Sirius.
— Tranquilo, Sirius. Pensarlo no es hacerlo. Y me refiero a los azotes además.
Los tres guardaron silencio un poco, Harry con los ojos cerrados, sintiendo como el efecto de la poción se llevaba el poco ardor que quedaba en su trasero.
— Oye, eso de que Canuto me haya lamido el trasero ha estado bien.
— No, me niego, el perro en la cama no —bufó Severus.
— Tiene una lengua estupenda —insistió el joven, divertido, abriendo un ojo para mirarlo.
— He dicho que no, Potter. Si alguien tiene que lamerme que sea una lengua humana, por favor.
— Puedo colarme en tu despacho, debajo de la mesa.
Los vio mirarse y a Sirius sonreír depredador.
— ¿Ya lo habéis hecho? Sois un par de viejos pervertidos.
— Estos viejos acaban de follarte hasta desmayarte, niño. Y llevamos muchos años juntos, hemos hecho muchas cosas en muchos sitios.
— Para eso te tenemos a ti, para introducir cosas nuevas —bromeó Sirius.
— Vaya, —Hizo un exagerado puchero— solo soy un triste juguete.
— Nuestro juguete —aclaró Severus.
Sirius acarició con la punta de los dedos el collar de cuero en cuyo centro destacaba una placa de metal negro con una gran S mayúscula dorada.
— Para cuidarlo, amarlo y mimarlo. Feliz aniversario, gatito.
Harry respondió con una sonrisa feliz, acurrucándose entre sus hombres para dormir.
