El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y morados. A bordo del Thousand Sunny, la tripulación del Sombrero de Paja disfrutaba de un merecido descanso tras sus últimas aventuras. Sin embargo, en la cubierta, dos figuras se destacaban entre el bullicio de los demás: Roronoa Zoro y Nico Robin. La calma del ambiente parecía chocar con la tensión que se palpaba entre ellos.
Zoro estaba recargado contra la barandilla, mirando al mar con una expresión seria. Sus pensamientos eran un torbellino; el peso de su pasado lo atormentaba, y aunque no siempre lo demostraba, había algo en su interior que lo inquietaba. A su lado, Robin se sentó, con un libro en las manos, pero su mente estaba lejos de las páginas. La atmósfera entre ellos era pesada, como si un rayo estuviera a punto de caer.
—¿Qué estás leyendo?—, preguntó Zoro, sin apartar la vista del océano. Su voz era grave, casi como un susurro, pero en ella había un matiz de curiosidad que no pasó desapercibido para Robin.
—Un antiguo texto sobre la historia del siglo vacío—, respondió ella, sin mirarlo. Aunque su tono era tranquilo, Zoro conocía bien a Robin; había un trasfondo de preocupación en su voz.
—Siempre con tus libros—, comentó Zoro, intentando romper el hielo. Pero sus palabras sonaron más como un reproche que un elogio.
Robin lo miró de reojo, sintiendo que la tensión aumentaba. —Alguien tiene que investigar lo que otros han olvidado—, dijo con firmeza. —No podemos permitirnos ignorar el pasado.
Zoro frunció el ceño. —No es que me importe el pasado—, replicó, su tono se endureció. —Solo quiero ser más fuerte y proteger a la tripulación.
—Proteger a la tripulación no significa que debas evitar el dolor de tus propios recuerdos—, respondió Robin, dispuesta a enfrentar su resistencia. —Todos tenemos cicatrices. Ignorarlas no las hará desaparecer.
Las palabras de Robin resonaron en Zoro, pero él no estaba listo para enfrentarse a sus propios demonios. —No necesito tu ayuda para lidiar con eso—, respondió, y su voz era fría. Era un comentario que dolió más de lo que pretendía.
La mirada de Robin se endureció. —No estoy tratando de ayudarte, Zoro. Estoy tratando de que entiendas que no estás solo en esto.
Zoro sintió un nudo en el estómago. La verdad era que la presencia de Robin lo desarmaba. Ella era fuerte, inteligente y decidida, pero también había un aire de tristeza a su alrededor que lo inquietaba. —No necesito que me entiendan. Solo necesito pelear.
—¿Y qué hay de nosotros? ¿De nuestra conexión? ¿Eso no importa?—, preguntó Robin, su voz temblando ligeramente. La frustración le hacía querer gritar, pero se contuvo, temiendo que eso solo empeorara las cosas.
—Lo que importa es que somos parte de esta tripulación—, respondió Zoro, intentando mantener la distancia. —No necesitamos complicar las cosas con sentimientos.
—¿Sentimientos? ¿Es eso lo que crees que estoy intentando hacer?—, replicó ella, su voz ahora un susurro lleno de dolor. —No se trata de sentimientos. Se trata de apoyarnos mutuamente.
Zoro se dio la vuelta, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. —No necesito apoyo. Soy un espadachín. Es lo único que sé hacer.
Robin se puso de pie, frustrada. —¿Y si alguna vez caes? ¿Qué pasará entonces? ¿Quién te levantará si no dejas que nadie se acerque?
Un silencio pesado se apoderó del ambiente. Zoro la miró, sintiendo el peso de sus palabras. Ella tenía razón, pero no podía permitir que su vulnerabilidad saliera a la luz. La lucha interna era asfixiante.
—Mejor me voy a entrenar—, dijo finalmente, rompiendo el silencio. Sin esperar respuesta, se alejó, dejando a Robin sola en la cubierta. Su corazón se sentía pesado, y la soledad la envolvía como una sombra.
Mientras Zoro se dirigía a la parte trasera del barco, las palabras de Robin resonaban en su mente. Sabía que había algo más entre ellos, algo que iba más allá de la amistad y la camaradería. Pero la idea de abrirse a ella, de dejarla entrar en sus luchas internas, era aterradora. La última vez que había permitido que alguien se acercara tanto, había perdido todo.
Se detuvo en la proa del barco y cerró los ojos, inhalando el aire salado del mar. Recordó momentos de su pasado, de la traición y el dolor que lo habían hecho más fuerte, pero también más solitario. La espada en su mano era su única compañía, su única forma de lidiar con el mundo.
Mientras tanto, Robin permaneció en la cubierta, sintiendo que algo se rompía entre ellos. Había intentado ser el apoyo que Zoro necesitaba, pero su terquedad y su deseo de mantenerse aislado lo estaban destruyendo. Ella sabía que su relación no era solo complicada; había algo tóxico en la forma en que ambos lidiaban con sus emociones. La lucha por el amor era un campo de batalla, y cada uno de ellos estaba armado hasta los dientes.
La noche cayó lentamente, y las estrellas comenzaron a brillar en el cielo. Robin miró hacia el horizonte, sintiendo cómo su corazón se llenaba de incertidumbre. Zoro era un hombre fuerte, pero también era un hombre herido. Ella deseaba ayudarlo, pero no sabía cómo.
—¿Qué hacemos ahora?—, susurró para sí misma, sintiendo que la sombra de la soledad se cernía sobre ella. La respuesta no estaba clara, pero una cosa era segura: el viaje apenas comenzaba, y las llamas ocultas en sus corazones estaban a punto de desatarse.
Continuemos el capítulo añadiendo interacciones con otros miembros de la tripulación del Sombrero de Paja. Esto ayudará a profundizar en la dinámica del grupo y a resaltar las tensiones entre Zoro y Robin.
Mientras la noche caía, la tripulación del Thousand Sunny comenzaba a reunirse en la cubierta para compartir una cena. La risa y las conversaciones llenaban el aire, y el aroma de la comida flotaba en el ambiente, contrastando con la tensión que aún persistía entre Zoro y Robin.
Sanji, con su característico delantal, estaba en la cocina, preparando una deliciosa cena. —¡Camaradas! ¡La cena está lista!—Su voz resonó por todo el barco, y en un instante, todos se dirigieron a la mesa.
Zoro se quedó en la proa, luchando contra sus pensamientos. No quería unirse a la cena, pero su estómago rugió, traicionándolo. Finalmente, decidió ir, sin tener en mente interactuar demasiado con nadie.
Al llegar, encontró a Luffy, Usopp y Franky sentados, comiendo con entusiasmo. Nami y Chopper estaban charlando animadamente sobre un nuevo mapa que habían encontrado. La atmósfera era alegre, pero Zoro no podía evitar sentir que era un extraño en su propia tripulación.
—¡Zoro! ¡Ven a comer!— Luffy lo llamó, con su sonrisa característica. —¡Sanji hizo mi plato favorito!
Zoro se sentó, pero no pudo evitar notar la mirada preocupada de Robin desde la otra esquina de la mesa. La tensión entre ambos era palpable, y él trató de ignorarla mientras servía su plato.
—¿Qué te pasa, Zoro? Pareces más serio de lo habitual—, comentó Usopp, con una sonrisa burlona en su rostro. —¿Te preocupan las espadas que no has afilado hoy?"
—Deja de hablar tonterías, Usopp—, respondió Zoro, tratando de parecer despreocupado. —Solo estoy cansado.
Nami, que escuchó la conversación, se unió. —Cansado de pelear con Robin, ¿verdad? No puedes seguir así, Zoro. Ella solo quiere ayudarte.
Zoro la miró, sintiendo que su paciencia se agotaba. —No necesito ayuda. Puedo cuidar de mí mismo.
—Ya lo hemos escuchado antes—, intervino Franky, con una sonrisa sardónica. —Pero no te engañes, amigo. Lo que necesitas es abrirte un poco. Todos tenemos nuestros problemas.
Zoro se sintió acorralado. —¿Y qué saben ustedes de mis problemas? Cada uno de ustedes tiene sus propios demonios—, replicó, con una voz más dura de lo que pretendía.
—¡Eso es cierto!—exclamó Chopper, emocionado. —Pero eso no significa que debamos lidiar con todo solos. ¡Estamos aquí para apoyarnos unos a otros!
—Sí, Zoro—, añadió Nami, cruzando los brazos. —Robin no es solo tu compañera de viaje; es tu amiga. Deberías confiar en ella.
Zoro sintió una punzada de frustración. —No se trata de desconfianza. Se trata de no arrastrar a otros a mis problemas.
Robin, que había estado escuchando en silencio, decidió intervenir. —No se trata de arrastrar a nadie, Zoro. Se trata de ser parte de algo más grande, de compartir el peso.
La mirada de Zoro se encontró con la de Robin, y durante un momento, el mundo a su alrededor desapareció. Pero rápidamente apartó la vista, sintiendo que su corazón latía con más fuerza. —No necesito ser parte de nada que no pueda manejar—, murmuró, más para sí mismo que para ella.
Luffy, ajeno a la tensión, comenzó a devorar su comida, interrumpiendo el ambiente tenso. —¡Esto está delicioso, Sanji! ¡Eres el mejor cocinero del mundo!
Sanji, que había estado escuchando la conversación desde la cocina, apareció con una bandeja llena de platos. —¡Claro que sí! Pero no se olviden de que también soy el mejor chef, así que todos deben terminar su comida.
La cena continuó, pero Zoro se sintió cada vez más incómodo. A pesar de las risas y las historias, la sombra de su conflicto con Robin lo seguía. Mientras los demás hablaban, él se sumió en sus pensamientos, recordando el último intercambio con ella. La lucha interna entre el deseo de abrirse y el miedo a ser herido era abrumadora.
Cuando la cena terminó, Franky propuso una ronda de juegos en la cubierta. —¡Vamos a jugar a las cartas! ¡El perdedor tendrá que hacer una locura en público!
—¡Sí!— gritaron Luffy y Usopp al unísono, mientras Nami se preparaba para unirse, aunque con una expresión de advertencia.
Zoro se sintió tentado a unirse, pero la idea de compartir un momento de diversión le parecía difícil. En cambio, se levantó de la mesa y se alejó, buscando un lugar tranquilo donde pudiera estar solo con sus pensamientos.
Mientras caminaba, escuchó las risas y los gritos de diversión detrás de él. Sin embargo, su mente estaba atrapada en el conflicto que había dejado atrás. —¿Por qué no puedo simplemente dejarlo ir?—, se preguntó en voz alta, sintiendo el peso de la soledad en su pecho.
Finalmente, se detuvo en la proa del barco nuevamente, mirando el mar oscuro y profundo. La luz de la luna reflejaba en las olas, y en ese momento, se sintió más perdido que nunca. Zoro deseaba poder desahogar sus sentimientos, pero había construido muros tan altos que le resultaba imposible.
De repente, escuchó pasos detrás de él. Al volverse, se encontró con Robin, que se acercaba con una expresión seria. —Zoro—, dijo suavemente, su voz apenas un susurro. —Necesitamos hablar.
Zoro sintió que su corazón se aceleraba. —¿Qué más hay que hablar? Ya hemos tenido suficiente de eso.
—No, no hemos terminado—, insistió ella, acercándose más. —No puedo dejar que esto se interponga entre nosotros. No podemos seguir así.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me abra a ti? No sé cómo hacerlo—, admitió Zoro, sintiendo la frustración burbujear en su interior.
—Solo quiero que sepas que estoy aquí, que me importa lo que sientes—, respondió Robin, su mirada fija en él. —No podemos seguir ignorando nuestra conexión. Es peligrosa.
Zoro se sintió atrapado entre sus palabras y su propia resistencia. —No puedo permitir que mis sentimientos te arrastren a mis problemas. No quiero que te lastimen—, dijo, su voz casi un gruñido.
—¿Y qué pasa si te lastiman a ti?—, preguntó Robin, su voz ahora llena de emoción. —No puedes seguir luchando solo. Te necesito como amigo, como compañero. No puedo soportar verte sufrir.
Un silencio pesado se intercaló entre ellos, y Zoro sintió cómo su corazón se debatía entre el deseo de dejarla entrar y el impulso de cerrarse aún más. —No sé si puedo hacer eso—, murmuró finalmente.
—Solo intenta—, le suplicó Robin, acercándose un poco más. —Dame la oportunidad de ayudarte.
Zoro, sintiendo la presión de su mirada, finalmente asintió. —Está bien… intentaré abrirme. Pero no prometo nada.
Robin sonrió, un destello de esperanza en sus ojos. —Eso es todo lo que pido.
Mientras ambos se mantenían en silencio, el viento soplaba suavemente, trayendo consigo la promesa de un nuevo comienzo. Pero en el fondo, Zoro sabía que el camino hacia la sanación sería largo y lleno de obstáculos. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba solo en su lucha.
A medida que la conversación entre Zoro y Robin se desvanecía, una sensación de alivio le llenó el pecho a Zoro. Había dado un pequeño paso hacia la apertura, pero la sombra de sus recuerdos seguía acechando. Cuando finalmente se separaron, Zoro se dirigió a su habitación, sintiendo que la noche se cerraba sobre él.
Al entrar, la oscuridad lo envolvió. Se sentó en su cama, con la espalda contra la pared, y cerró los ojos. Pero, en lugar de encontrar consuelo en la oscuridad, imágenes de su pasado comenzaron a surgir, como un torrente incontrolable.
La primera imagen fue de su infancia, en el dojo de su maestro. Recordó la determinación en su rostro mientras entrenaba, la promesa de convertirse en el mejor espadachín. Pero pronto, la imagen se oscureció, transformándose en recuerdos de la traición y la pérdida. Su maestro, el hombre que había creído en él, había caído ante sus propios ojos, traicionado por aquellos en quienes confiaba.
La escena cambió abruptamente, y se encontró en el bosque de su hogar, donde había sido despojado de su niñez. Las risas de sus amigos se convirtieron en gritos de agonía. Zoro se dio cuenta de que estaba atrapado en su propia pesadilla, un ciclo interminable de dolor y desesperación.
—¡Zoro!—, escuchó una voz familiar gritar. Era Kuina, su amiga de la infancia. —¡Zoro, ayúdame! ¡No dejes que esto suceda!
Se giró, pero la oscuridad lo envolvía. —¡No! ¡No puedes irte!—, gritó, intentando alcanzarla, pero cada vez que se acercaba, ella se desvanecía en el aire, dejándolo solo en la penumbra.
De repente, el ambiente cambió nuevamente. Estaba en el campo de batalla, rodeado de enemigos. Las espadas chocaban, el sonido del metal resonaba en sus oídos. Zoro luchaba desesperadamente, sintiendo cómo la ira y la tristeza lo consumían. Pero cada vez que derribaba a un enemigo, su mente regresaba a la imagen de Kuina, su rostro lleno de dolor y decepción.
—¡Zoro, no olvides tu promesa!—, le gritaba ella, su voz resonando en su cabeza. —¡No te rindas! ¡No dejes que te consuman tus demonios!
Zoro sintió que su corazón se rompía. —¡No puedo! ¡No puedo soportarlo más!—, gritó, mientras la sangre brotaba de su cuerpo. La lucha se tornó incesante, y cada vez que caía, se levantaba, empujado por la desesperación.
Finalmente, en un momento de claridad, se encontró de nuevo en el dojo. Su maestro estaba allí, sonriendo, pero la sonrisa pronto se tornó en un gesto de decepción. —Zoro, ¿por qué no has cumplido tu promesa? ¿Por qué no has llegado a ser más fuerte?
—¡Estoy tratando!—, gritó Zoro, sintiendo la desesperación apoderarse de él. —¡No puedo hacerlo solo!
—¡Es tu responsabilidad!—, replicó su maestro, su voz resonando como un eco en su mente. —No dejes que tus amigos paguen el precio de tus fracasos.
Zoro sintió que su pecho se oprimía. —¡No puedo perderlos! ¡No otra vez!
En ese momento, la oscuridad lo envolvió por completo, y sintió que caía en un abismo sin fin. Se encontró solo, rodeado de sombras, y en el fondo de su corazón, sabía que la lucha no era solo contra enemigos externos, sino contra la culpa y el dolor que lo habían perseguido durante tanto tiempo.
De repente, un grito desgarrador lo sacudió. —¡Zoro, despierta!— Era la voz de Robin, y en su grito estaba la mezcla de preocupación y miedo. Las sombras comenzaron a desvanecerse lentamente, y la realidad se entrelazó con la pesadilla.
Zoro abrió los ojos de golpe, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Estaba en su habitación, la luz de la luna filtrándose a través de la ventana. La sensación de terror aún lo envolvía, y sintió que el sudor perlaba su frente.
—Zoro, ¿estás bien?—, preguntó Robin, que había entrado rápidamente al cuarto tras escuchar su grito. Su expresión era de preocupación genuina, y eso lo hizo sentir aún más vulnerable.
Zoro se incorporó, tratando de calmar su respiración. —Solo... fue una pesadilla—, murmuró, sintiendo la pesadez de los recuerdos aún sobre sus hombros. —No es nada.
—Eso no parece 'nada'— respondió ella, acercándose. —¿Qué viste? ¿Es algo que te está atormentando?
Zoro luchó por encontrar las palabras, sintiendo que se abría una brecha en su muro de defensa. —Recuerdos—, admitió finalmente, su voz apenas un susurro. —Recuerdos de mi pasado, de las personas que he perdido.
Robin se sentó a su lado, su mirada suave y comprensiva. —No estás solo, Zoro. No tienes que cargar con esto solo. Todos tenemos un pasado, y está bien hablar de él.
Él se sintió abrumado por la cercanía de ella, pero también reconfortado. —No quiero que esto te afecte—, dijo, su voz temblando ligeramente. —No quiero que te lastimen por mi culpa.
—Eso no sucederá. Estoy aquí para ti, y siempre lo estaré—, declaró Robin con firmeza. —No tienes que temerme, Zoro. Estoy dispuesta a enfrentar tus sombras contigo.
En ese momento, Zoro sintió que una parte de su corazón se abría. La pesadilla había sido aterradora, pero la calidez de Robin a su lado le daba una chispa de esperanza. Por primera vez, estaba dispuesto a permitir que alguien entrara en su dolor.
—Gracias, Robin—, murmuró, sintiendo que el peso de sus recuerdos se aligeraba un poco. —Intentaré abrirme más. No será fácil, pero lo intentaré.
Ella sonrió, y en sus ojos había una comprensión profunda. —Ese es el primer paso, Zoro. No estás solo en esto.
Con esas palabras, Zoro supo que, aunque el camino sería difícil, no tendría que enfrentarlo solo. Y así, mientras la noche continuaba su curso, ambos se sentaron juntos en silencio, compartiendo un momento de conexión que marcó el comienzo de un nuevo viaje, no solo hacia el tesoro que buscaban, sino hacia la sanación de sus propias almas.
A medida que Zoro y Robin compartían ese momento de conexión, la calma en la habitación se vio interrumpida por un ruido sordo resonando en el exterior del barco. Ambos se miraron, una sensación de inquietud recorriendo sus cuerpos.
—¿Qué fue eso?—, preguntó Zoro, levantándose de un salto. La tensión volvió a caer sobre él, y su instinto de espadachín se activó de inmediato.
—No lo sé—, respondió Robin, también poniéndose de pie. —Parece que viene de la cubierta.
Sin pensarlo dos veces, ambos se dirigieron rápidamente hacia la puerta y salieron al aire fresco de la noche. Al llegar a la cubierta, el escenario que se presentó ante ellos era inquietante. La tripulación del Thousand Sunny estaba en alerta, y el ambiente estaba cargado de tensión.
—¿Qué está pasando?—, preguntó Zoro al ver a Luffy y a los demás congregados alrededor de la barandilla. La luna iluminaba sus rostros, mostrando la preocupación en sus miradas.
—Hay algo en el agua—, dijo Nami, señalando hacia el horizonte. —No puedo verlo bien, pero hay un barco acercándose.
Zoro frunció el ceño, sintiendo que una sombra oscura se cernía sobre ellos. —¿Un barco? ¿Quiénes son?"
—Parece un barco de piratas, pero no reconozco el símbolo—, respondió Franky, ajustando sus gafas. —Pero la forma en que se mueve es... extraña.
Mientras la tripulación observaba, el barco enemigo emergió de la niebla, un gran navío oscuro con velas rasgadas y un aire amenazante. En la proa, una figura imponente se destacaba, con una capa negra ondeando al viento. Su rostro estaba parcialmente cubierto, pero sus ojos brillaban con una intensidad amenazante que parecía atravesar la noche.
—¿Quién es ese?— murmuró Usopp, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—Ya lo he visto antes—, respondió Robin, su voz tensa. —Es un cazador de recompensas conocido como Kairos. Tiene una reputación aterradora. Se dice que persigue a los que buscan tesoros antiguos y no se detiene ante nada para conseguir lo que quiere.
Zoro sintió que una chispa de ira se encendía en su interior. —No dejaremos que nos detenga. No podemos permitir que nadie interfiera con nuestra búsqueda.
Mientras el barco de Kairos se acercaba, una risa fría y burlona resonó en el aire. —Así que esta es la famosa tripulación del Sombrero de Paja—, se escuchó. La figura en la proa dio un paso adelante, dejando al descubierto su rostro. Era un hombre alto, con cicatrices que surcaban su piel y una sonrisa siniestra en sus labios. —He estado esperando este momento. He oído que tienen algo que me pertenece.
Zoro apretó los puños, sintiendo la tensión aumentar. —¿Y qué es lo que quieres?
Kairos se rió, una risa burlona que resonó en la noche. —Lo que quiero está más allá de un simple tesoro. Quiero ver hasta dónde están dispuestos a llegar para proteger lo que tienen. Y eso incluye a cada uno de ustedes.
Robin sintió un escalofrío recorrer su espalda. —No te dejaremos lo que buscamos.
—¿De verdad?—, replicó Kairos, sus ojos brillando con malicia. —Veremos cuán fuerte es realmente su lazo. Porque estoy aquí para romperlo.
Con esas palabras, el barco de Kairos se acercó aún más, y la atmósfera se volvió tensa. Zoro sintió que la adrenalina corría por sus venas, preparándose para la confrontación que se avecinaba. Las sombras de su pasado y la lucha por el futuro se entrelazaban en un solo momento.
—¡Prepárense, todos!— gritó Zoro, desenfundando su espada. —No dejaré que nadie nos detenga.
La tripulación del Sombrero de Paja se alineó, listos para enfrentarse a la amenaza que se acercaba. La noche se llenó de determinación y coraje, mientras el eco de Kairos resonaba en sus mentes.
La batalla por sus sueños y sus corazones estaba a punto de comenzar.
La atmósfera estaba cargada de tensión mientras el barco de Kairos se acercaba. Zoro, con su espada en mano, miró a sus compañeros. —No podemos permitir que se interponga en nuestro camino. ¡Luchen con todo lo que tienen!
Kairos sonrió, su expresión burlona iluminada por la luz de la luna. —¿Luchar? Eso me suena a un desperdicio de tiempo. Permítanme mostrarles el verdadero poder de la Fruta del Diablo del viento.— Con un movimiento de su mano, el aire a su alrededor comenzó a agitarse, creando una poderosa ráfaga que hizo que el Thousand Sunny se tambaleara.
—¡Prepárense!— gritó Nami, intentando estabilizar el barco mientras las olas chocaban contra los costados. Pero antes de que pudieran reaccionar, Kairos levantó su mano y una feroz tormenta se desató en el mar.
Deivil, un hombre musculoso con una cicatriz en la mejilla, se lanzó hacia Zoro. —¡Voy a disfrutar esto!— rugió, lanzándose con una velocidad sorprendente. Zoro se preparó para el impacto, pero Deivil lo golpeó con un puño que lo hizo retroceder, dejándolo sin aliento.
Mientras tanto, Fauron, un guerrero ágil con una mirada fría, se dirigió hacia Robin, quien intentaba usar sus habilidades para proteger a sus amigos. —No te molestes en luchar, chica. No hay forma de que puedas detenerme—, dijo Fauron, lanzándose hacia ella con una serie de ataques rápidos. Robin esquivó, pero la velocidad de Fauron era abrumadora. Sus golpes la hicieron tambalear.
—¡Zoro!— gritó Robin, intentando mantenerse en pie mientras Fauron la acorralaba. Pero la lucha era desigual. Kairos, desde la distancia, continuaba invocando vientos huracanados, desestabilizando a la tripulación y haciendo que el barco se tambaleara más y más.
—¡No podemos seguir así!— gritó Usopp, tratando de encontrar un lugar seguro. —¡Esto es una locura!—
Los ataques de Deivil y Fauron no cesaban. Zoro, luchando con todo su poder, se dio cuenta de que no podía superar la fuerza de Deivil. Cada golpe que recibía lo dejaba más débil, mientras que su propio ataque parecía no tener efecto en su oponente.
—¿Es esto todo lo que tienes, espadachín?— se burló Deivil, levantando su puño para un nuevo golpe.
Zoro, exhausto, sintió una punzada de desesperación. —No puedo dejar que esto termine así. ¡No puedo fallarles a mis amigos!— Pero en ese momento, Kairos amplificó el viento y lo lanzó hacia atrás, haciéndolo chocar contra la barandilla del barco.
Robin, viendo a Zoro caer, sintió que su corazón se rompía. —¡Zoro, no!— gritó mientras Fauron la atacaba. Un golpe la dejó sin aliento, y fue empujada hacia el borde del barco.
—¡Es hora de terminar esto!— Kairos exclamó, levantando ambas manos al cielo. —¡Viento devastador!— Un poderoso torbellino se formó, arrastrando a la tripulación del Thousand Sunny y desestabilizándolos por completo. Las olas comenzaron a tragarse el barco mientras todos intentaban mantenerse en pie.
Zoro, luchando por levantarse, vio cómo sus amigos caían uno a uno. —¡No! ¡No puedo dejar que esto termine así!— gritó, pero su voz se perdió en el caos.
En un último intento, Zoro se lanzó hacia Kairos, pero el viento lo desvió, haciéndolo caer al suelo. La desesperación lo invadió mientras veía a sus amigos ser derrotados, la risa maliciosa de Kairos resonando en sus oídos.
Con un último movimiento, Kairos levantó su mano y un poderoso viento los envolvió. La fuerza del ataque fue demasiado, y Zoro sintió que todo se desvanecía a su alrededor. La oscuridad se apoderó de él.
—Es un placer conocerlos, Sombrero de Paja—, murmuró Kairos mientras la tormenta se desataba. —Pero este es el final de su viaje.
Cuando finalmente Zoro recobró la conciencia, se encontró en una playa desierta, el sonido de las olas rompiendo contra la orilla llenando el aire. La luz del sol brillaba sobre él, y la arena caliente se sentía extraña bajo su cuerpo. Se levantó lentamente, su cabeza doliendo y su mente confusa.
—¿Dónde... estoy?— murmuró, mirando a su alrededor. La playa era hermosa, pero no había rastro de sus compañeros.
—Robin…— llamó, su voz resonando en el aire. La ansiedad lo invadió mientras buscaba en todas direcciones. —¿Estás aquí?
Al volverse, vio una figura tendida cerca de la orilla. Corrió hacia ella y se dio cuenta de que era Robin. Estaba inconsciente, pero parecía estar a salvo.
—¡Robin!— gritó, agachándose a su lado. Al tocar su hombro, ella abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz del sol.
—Zoro… ¿qué pasó?— preguntó, su voz débil y confundida.
—No lo sé. Recuerdo el barco y… Kairos. Todo se volvió oscuro—, respondió Zoro, sintiendo que su corazón se aceleraba. —Estamos en una playa. Debemos encontrar a los demás.
Robin se sentó, su expresión seria. —No sé si puedan estar aquí. Kairos es fuerte. Puede que estén en peligro.
Zoro apretó los puños, recordando la risa burlona de Kairos. —No podemos rendirnos. Vamos a encontrarlos. No dejaré que los pierda.
Ambos se levantaron, mirando la vasta extensión de la playa y el océano que se extendía más allá. La incertidumbre y la ansiedad los invadían, pero también lo hacía una determinación renovada. Sabían que su lucha apenas comenzaba, y que el enfrentamiento con Kairos y sus subalternos no terminaría hasta que recuperaran lo que era suyo.
Con un último vistazo hacia el mar, Zoro y Robin se pusieron en marcha, decididos a encontrar a sus amigos y enfrentarse a la amenaza que se cernía sobre ellos.
