En una cabaña alejada del disturbio humano, teniendo el único rastro de personas a una distancia de dos kilómetros una choza deteriorada, donde una pareja de ancianos esperan en el porche a la muerte. Un pueblo olvidado, nadie lo debe de recordar. Eso beneficia a Lisa Loud.
Ocultándose detrás de las paredes de esa cabaña hurtada, donde los ladrillos de barro no logran detener el frío del exterior, la Loud fanática alocada de la ciencia intenta buscar comodidad en el suelo sucio, lleno de envoltorios donde pasta sin sabor y llena de proteínas se mezcla con la tierra. Lisa no deja de observar la televisión en forma de caja, el living de ese pequeño rancho se asemejaba al espacio de un baño, pero las quejas de la mujer no salen, se acostumbró.
—Tuve que traer cloro, esta pocilga es inaudita para una genio de mi puto calibre —exclama Lisa, dejando caer por la garganta otro trago de agua ardiente. Escupe al suelo, aún es incapaz de soportar el alcohol, incluso en sus plenos diecisiete años de adolescencia, nunca ha recaído en una adicción, al menos, hasta ahora—. ¡Ciencia, ¿quién mierda te hizo tan indescifrable?! —grita al techo de chapas finas con goteras, sin lluvia aún las manchas verdosas carcomen a la oxidación.
¿Cómo una mujer como Lisa Loud, con la inteligencia prodigio y una figura envidiable para algunas semejantes, esté en un lugar así, alcoholizada? El dolor de saber es más de lo que una persona puede soportar, y es peor cuando no se puede hacer nada. La impotencia. La rabia.
Lisa se levanta del suelo con las piernas gruesas, la genética de su madre no solo le dieron unos muslos encarnecidos, debajo de la blusa lleva un peso culpable del dolor punzante en la espalda superior. Caminando unos cortos pasos, pasando por un pasillo donde las puertas del baño y el cuarto son ignorados, menos, la tercer puerta, cual es la única que funciona la cerradura.
—No es lo suficiente soporte nutricional, no… ¡Sin mi la ciencia estaría muerta, ¿así me da las gracias?! ¡Ni un dios ficticio me pagaría tan poco! —grita sin temor, desgarrando por completo el esfuerzo vano de no soltar lágrimas. Un grito enfurecido es liberado por Lisa desde sus fauces, tirando la botella ámbar oscuro a la puerta del baño, esparciendo los vidrios puntiagudos mojados de la bebida ardiente.
La respiración de la mujer se calma, agitada adolorida por haber soltado el nudo en sus cuerdas vocales, se restriega las lágrimas debajo de sus lentes, sin cambiar la mirada hostil e inhumana delante de la puerta manchada.
Abre la puerta cerrada con la única llave que tiene encima de ella, encontrándose con un leve hedor a impureza, junto a orín, y una fuerte esencia de químicos de limpieza.
—Estoy sola —reconoce Lisa, sin dar un paso a la sala, donde una luz cuelga en medio esta—. No queda más soporte nutricional, Lily, despierta, vamos —ordena Lisa caminando despacio cojeando, la voz de ella no cambia, persiste como su mirada. La faceta dura tan poco, hasta que se encuentra con la camilla blanca, abrigando con una sábana blanca el cuerpo de Lily, alistada con varios tubos transparentes. Dos en la nariz como una cruz, dos en las muñecas, uno en el dedo índice, y el de mayor grosor, debajo la pelvis—. ¡Despierta, despierta de una vez! ¿No estás cansada de ser tan inútil, eh? Te estuve lavando el culo años, ¡años! ¡Hasta depilo tu virgen vagina hace tres años, Lily!
Lisa desploma con fuerza bruta las palmas al costado de la camilla, moviéndola unos centímetros, casi arrancando los tubos que Lily tiene en la nariz, elevando y mostrando los vellos de sus orificios. La chica en estado vegetal de rostro fino, notando los huesos en la cara, tiene el cabello rubio desparramado por toda la camilla, luminoso y bien hidratado, como todo el ropaje que tiene encima del cuerpo de vidrio que se convirtió en todos los años en una cárcel para la mente de ella, una plena adolecente de 15 años. Cinco años, hace cinco años el sueño interminable de Lily no quiere dejarla abrir los ojos.
A los diez años, la habitación de la niña seguía compartiendo espacio parcial con Lisa, aun teniendo ahí el escritorio de la niña donde las tardes se la pasaba dibujando, los días de suerte a veces tenía tutoría con su hermano, Lincoln, atrevido autor recién naciendo en el arte público. Una tarde, común como otra para Lily, dibujando delante de ella un paisaje junto a su numerosa familia, le cruzó la idea de implementar otro elemento artístico aparte de la tinta. Aventurándose entre los muebles de Lisa ordenados y a la vez desorganizados, buscando entre frascos y papeles un líquido que logré asemejar el verdoso patio de su casa, la nariz de ella pasea entre los olores químicos completamente desconocidos para Lily. A los minutos, la vista se le vuelve un mar llenos de olas, para terminar en el fondo de ese monstruo marino, sin luz, perdida en la oscuridad.
Así, desde ese día, Lily no ha vuelto a cobrar consciencia, ni un adiós o una carta, no tuvo la oportunidad de algo así.
Pero Lisa, angustiada tanto como su familia que intentaron la medicina proporcionada por un hospital en Royal Woods, fracasando en un intento seguido de seis meses hospedada en una habitación con olor a enfermos. La culpa de Lisa en ese tiempo dejó una huella en el alma de la niña, el tiempo que mantuvieron a Lily en el hospital, la científica carcomiéndose en los sentimientos fraternales y los posibles escenarios catastróficos, buscando la solución, todos los métodos intentados y hasta los no estudiados, ninguna parecía ser la respuesta.
Hasta que, pasó el día donde sus padres casi se rinden, la economía de una familia tan grande reduce los por gusto, en una situación como la de Lily, era poco sostenible… Hasta las cuatros comidas diarias fueron restringidas para los propios padres, y hasta para Lori en un corto tiempo.
—Cada intento, cada método, tanta teoría —susurra Lisa, aun delante de la camilla donde Lily duerme. Los ojos de la científica dejan escapar más lágrimas, donde la frustración y el dolor siguen su camino hasta el suelo. Dejando sacar el sufrimiento en el estado de ebriedad—. ¡Estuviste siempre conmigo, ¿qué necesidad de seguir dibujando tus porquerías al lado de mis inventos?! Tú y tu estúpido cerebrito de preadolescente no podía con esa información, ¿o qué?
El olor de alcohol expulsada por la boca de Lisa es acompañada por balas de saliva en el rostro de mármol sin reacción. La mujer vuelve a bajar la cabeza, sintiendo el filo helado del metal, sintiendo más conformidad ahí que en la colcha fina que está encima.
—Te tuve que matar —dice Lisa, sin levantar la cabeza ni la voz, un susurro que sale de su mente. Las gotas de tristeza aumentan, llora aun más, mojando las monturas de los lentes—. Si hubieras muerto antes, no estaría sola ahora —golpea con el puño al lado de su cabeza, apretando de manera fiera su propia piel—. Ni estas despierta para poder acompañarme.
Después de que Lisa evitará la desconexión de Lily, encargándose ella misma en su laboratorio adaptado para poder llevar a cabo la situación de su hermana menor, conservando la vitalidad mientras la científica intenta volverla a la vida, a reanimar el sistema locomotor con la mente en pausa de la niña.
Pero el dinero seguía siendo un problema, y más cuando los ahorros y pozos monetarios de Lisa se agotaron, y los créditos se pausaron. Los limites de ella se habían llegado al punto de tener seguimiento de su dinero.
Al año, casi al cumpleaños onceavo de Lily, todo se puso peor. El dinero se agotó entre: los sujetos de pruebas, los químicos, los suplemento alimenticios, los soportes respiratorios, el mantenimiento, la luz, y sobre todo, en alcohol ingerido a escondidas de sus parientes. En ese punto, perdiendo el gran soporte monetario: la junta de científicos de Estados Unidos, despidió a Lisa por la impuntualidad y la poca eficiencia a ellos. La mente de Lisa llevó otra vez a la ruina de la familia, pero esta vez, de todos.
—Creí que funcionaría, mi cabeza es superior a todos —reclama Lisa, abandonando la posición de lamento para indagar más en la habitación. Los instrumentos quirúrgicos al lado de Lily encima de una mesa de acero, junto a los soportes que mantienen respirando y la piel aún rosada de la adolescente. Más al fondo del cuarto, solo están los recuerdos muertos que ha podido mantener Lisa con ella, aparte de las botellas de alcohol, y jeringas usadas sin contenido adentro.
Las manos temblorosas y colgantes de Lisa agarran un cuadro de fotos, mientras que con la otra agarra una botella abierta donde el ron baja por la garganta de ella. Su familia, donde aun Lily, de cuatro años, no se imaginaria lo que le sucedería después. Las consecuencias que Lisa carga en la espalda cansada de ella.
¿Qué causó tanta injusticia? La falta de dinero.
—Los humanos somos esclavos de un simple papel dibujado, buscando más y más, más y más, incluso tratándose de una vida, todo termina relacionándose con el dinero —reflexiona la científica, indagando la foto, buscando dentro de su mente los recuerdos que sucedieron después, donde toda la familia terminó desfigurando por completo sus lazos.
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—Los rendimientos se ven prometedores —habla Lisa consigo misma, anotando en su mente los números que suben y bajan en una gráfica que se actualiza cada media hora. Mira el monitor de al lado, donde un programa cumple con la tarea de realizar spam engañoso en diferentes redes sociales, hasta correos registrados sin pudor en averiguar a quién se está comunicando—. Aun no deshabilitaron este bot, por ahora —opina indiferente, las ojeras de ella no logran ser disimuladas por nada del mundo, tampoco la rojiza irritación alrededor de los ojos de Lisa, quien ha estado castigando horas a sus jóvenes pupilas delante de los monitores, sin rastro alguno de luz natural.
—Las ganancias aun no cubren lo que necesito para una semana —se queja la niña, golpeando la mesa de manera, provocando que el reloj de mesa dé un brinco. Llamando la atención de la propietaria, observa la hora. 3:39 a.m. y aún ella no encuentra solución. Le da un largo trago al café frío de la taza verde, para después darse vuelta, dejando en paz a las pantallas.
Lisa aprieta la tecla en la pared, prendiendo así la luz, desvelando al lado de una pared, la camilla donde Lily descansa, pareciera que solo está durmiendo. La piel tersa y rosada bien cuidada brinda vida en aspecto, al igual que el cabello dorado que cuelga al borde de la cama. La científica se acerca, agarrando un peine que estaba en el escritorio vecino. Las manos resecas de la niña, donde las huellas dactilares de esta han desaparecido por el constante trabajo de maneje en químicos, acarician los finos cabellos de su hermana menor. Pasando por las onduladas mareas de oro, Lisa se saca los lentes mientras hace el ademán de hablar, cerrando y abriendo la boca sin soltar una sílaba.
—¿Lisa? —una voz interrumpe el momento. La nombrada se da vuelta para ver la puerta cerrada, cual segundos después es golpeada—. Hija, ¿tienes un momentito? —la madre de la casa se escucha leve, a tales horas de la noche no debería estar despierta.
—Voy —responde la chica, buscando los lentes para ponérselos. Antes de abrir, guarda todas y cada evidencia de envases vacíos que delataría a Lisa. La puerta es abierta por la propietaria del espacio, mirando desde abajo el perfil recién levantado de su madre, con el pijama azulado holgado que usa todas las noches—. ¿Qué es lo que te apetece, madre? A estas horas no es rendidor estar despierta, mucho menos teniendo el compromiso de trabajar en unas horas.
—Lo mismo puedo decir de ti, hija —responde la mujer, entrando al cuarto cuando Lisa deja espacio para darle la bienvenida—. Deberías descansar, hija, te ves tan mal —comenta sin malicia alguna, al contrario, un aura melancólica es visible en el color de voz en Rita.
—Sí, un poco de deterioro físico es el sacrificio de no perder tiempo —Lisa cierra la puerta, dando la espalda a la mujer alta que, sin retraso alguno reflexionando las palabras de su hija, propina un fuerte agarre a Lisa. Sin responder nada, abriendo los ojos por la sorpresa causada, la chica de lentes se queda quieta, hasta que los minutos consumen la paciencia—. Bueno, está bien, mucho afecto madre.
—¡Perdón! Me entusiasme —avergonzada de haber situado tanta angustia en el abrazo, la madre se distrae en el caminar de su hija hasta la camilla, observando como ella agarra el peine y vuelve a acariciar el cabello rubio de la hija más pequeña.
Rita se acerca en pasos tímidos, intentando seguir con fuerza mientras la cercanía se reduce, peleando con el pesar en el corazón materno. Las grandes manos de Rita agarran los pequeños dedos de la niña durmiente, sin tener ni la reacción del calor que aporta. No logra tener las fuerzas necesarias para evitar el sollozo que ahoga con la otra mano, aun su hija no parecía tener ni un ápice de esperanza.
—¿No tuvo ni un cambio? —pregunta la madre después de sacarse la mano de la boca, suplicando que algo logre consolarla.
—Aparentemente, ningún rastro cerebral más que el cotidiano, no he logrado registrar ni un movimiento locomotor —responde Lisa sin detenerse de peinar el sedoso cabello rubio. Sin que Rita se moleste en dedicar una segunda mirada a la científica, ésta observa de reojo todos los apuntes y bitácoras que han registrado cada día hasta el presente. Ninguna esperanza se alberga en los repetitivos papeleos.
—De un día al otro, yo no lo puedo creer aún —se lamenta la madre, agarrando con las manos a los dedos de Lily, aumentando la fuerza en cada piedra de culpa que traga—. No le estuve prestando atención en ese momento, ¿tan mal estaba ese día para ni haberme molestado en ver qué hacía? —la voz se quiebra en cada sollozo que intenta callar, fracasando dejando escapar lágrimas de sus ojos. La madre no alza la mirada, se queda estancada en el rostro pacífico de la menor. Lisa no actúa, solo se levanta para examinar los apuntes que, sabe que no encontrará nada.
—No soy creyente del destino, pero sí de la casualidad de los acontecimientos —responde sin ver el rostro de la mayor, quien observa la nuca llena de cabellos alocados en todas direcciones—. No es culpa de nadie… más que la mía —lo último se lo dice en voz baja, solo la misma Lisa logra escuchar el alarido de lástima.
La niña sabe que Rita vino por otro motivo, a tales horas de la noche no es normal comportamiento de su madre, menos a visitarla a ella, la más solitaria y apartada hermana, aparte de Lucy. Al darse vuelta, enfrenta los lagrimosos ojos de la mujer que, al instante se limpia para verse más presentable ante su hija.
—¿A qué has venido? —pregunta sin vueltas, haciendo un ademán al cuerpo tapado de Lily—. Son las 3:54 a.m. madre, y a la tarde me visitaste tres veces, dos con mi padre —reseca, la niña no espera tener una respuesta larga, la paciencia de ella la ha abandonado después de tener el cerebro maquinando sin descanso una formula exitosa.
Rita juega con los dedos de Lily un rato más, hasta que suelta un pesado suspiro que reúne el valor para poder soltar a su hija menor. Saca el celular del bolsillo del pijama holgado, jugando un rato con la pantalla portátil, le muestra unos mensajes en lo cual Lisa al acercarse para leerlo aún con los ojos pesados del cansancio, logran abrirse de más ante la sorpresa.
—¿Qué? ¿Quién es? —pregunta anonadada la científica, aunque breves momentos después congela esa faceta—. Es una muy mala broma. ¿Cuándo te escribió?
—Me escribió hoy, hace una hora —contesta Rita aún con el celular delante de su hija, la voz dudosa de la madre demuestra la posición inestable que la ha movido ese mensaje—. No sé quién es, tampoco parece ser amigo de tu padre. Encima después no me contesta las llamadas ni los mensajes —contesta angustiada por la preocupación, terminando el relato leyendo lo que activa la alarma en ella—. "Devolveme todo el dinero, o tus hijas van a tener que pagar". Esto no me parece un juego.
—Quizá lo sea —responde Lisa sin cambiar lo estático de su rostro, caminando lejos de su madre para prestarle atención a los monitores. Ahí, sin tardar, comienza a cerrar pestañas y cerrando todos los programas en segundo plano—. Debe ser alguien con poco déficit de inteligencia buscando unos centavos, no te preocupes por eso. .
—No lo sé —Rita camina hasta ponerse al lado de Lisa, prestando suma atención al tecleo agresivo de ella, hasta que se da vuelta para enfrentar los temores de su madre—. ¿Y si no lo es? Perder una hija es… no quiero pensar en cómo se debe sentir perder una parte mía. Ya es mucho ver que tu hermanita no abre los ojos, como madre me destroza pensar si Lily nunca llegara a despertar.
La batalla que Rita logra ganar para decir todas las preocupaciones de ella en voz alta, dejando de lado la parte escéptica que ha sobrellevado todo el tiempo, alejando el terrible escenario de perder la vida de Lily. La mujer observa el rostro de su ángel descansando, sintiendo una terrible punzada en el corazón cuando la visualiza en un cajón que nunca volverá a abrirse. Rita camina hasta la niña rubia, dejando escapar un terrible sollozo ahogado, terminando en un abrazo donde los cables no suman en la muestra de afecto.
—No les hagas caso, madre —consuela Lisa yendo donde está la mayor, dejando descansar la pequeña mano de ella y así, demostrando el apoyo de esta—. Solo no te dejes influenciar. No pasará nada catastrófico.
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Volviendo al tiempo donde el hogar de Lisa y Lily ha terminado en una cabaña alejada de toda sociedad, la científica deja de cavar en el gran agujero de recuerdos, para sacar una lata del pequeño refrigerador de segunda mano en una esquina de la habitación. Dejando caer el sabor amargo de la cerveza por la garganta, Lisa deja caer su mente en el revoltijo de sensaciones que se desconecta con las preocupaciones.
Ella da otro largo trago antes de recostar la cabeza en el escritorio donde estan los monitores, usando los dos brazos como una almohada para descansar mejor. Esperando alguna respuesta celestial proveniente de su mente, la esperanza vuelve a ser sembrada en la densa sombra de lo muerto.
—Estoy sola, solo tu y yo, es lo que queda de nuestra familia —revela Lisa escuchando el pitido de la maquina en la cual su hermana está conectada—. Esto es un caos, tomé malas decisiones y perdimos todo, Lily, ¡todo! No tengo nada de dinero, ni el internet es nuestro, ni esta casa de la bisabuela de nuestra madre está a nuestro nombre, ni este alcohol es legítimo —confiesa la científica, volviendo a entablar una larga bajada de cerveza a la garganta. Mirando el suelo, se concentra cabizbaja en las zapatillas de cuero gastadas de tanto uso consecutivo. ¿Cuándo fue la última vez que las lavó? No sabe, nunca se ha fijado en los productos de higiene, solo lo justo y necesario—. Soy una desilusión de científica certificada.
Otro trago del amargo sabor embriagante, es rechazado por una fuerte arcada de Lisa, cayendo de manera torpe de la silla, casi provocando el derrumbe de uno de los monitores en el desesperado intento de no caerse. En la pausa de ella mirando el techo, formulando ecuaciones que le traen nostalgia, encuentra un cierre para toda la historia que ha escrito. Aún siendo científica y escéptica, las consecuencias de las acciones es algo que Lisa nunca ha dejado de tener en cuenta, incluyendo en el camino de ser benevolente en intentos intensos de recuperar la vida de Lily, los métodos dañinos han traído a enemigos que arrebataron sin pudor las vidas de sus familiares.
—Jugué a ser Dios, buscando la fórmula de la vida. Los mitos griegos no son tan erráticos, debería de investigar y hacer una tesis —piensa en voz alta, bifurcando por completo el pensar de ella.
Con la voz temblando, se levanta del suelo y camina a la camilla. Arrugando el rostro como si estuviera disgustada, Lisa agarra un peine para desenredar el cabello amarillo de Lily, quien perdió el brillo natural, dejando solo la piel polvorienta en su lugar. Los dedos de Lisa sienten calor, un calor de una pequeña fogata aún vibrando dentro de Lily, una sensación que se resiste de perder al desconectar toda la electricidad, dejando en total oscuridad el cuerpo de Lisa abrazando hasta el último latido el corazón de su apreciada hermana, dejando el legado Loud en la espalda de la científica que suelta lágrimas a flor de piel, hasta dormirse, consolada por sus sueños.
