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Consuelo de las estrellas
Capítulo 1
Lamento y resignación
En el palacio de jade se había construído un templo donde se encontraban inmensos lienzos en los cuales habían pinturas del legendario Guerrero dragón retratando, con metáforas, su partida del mundo terrenal.
Ahí adentro, frente a un altar con incienso y ofrendas, se encontraba postrada en posición de reverencia la gran Maestra Tigresa, honrando a quien en fue su compañero, maestro, amigo y amante.
Sollozaba silenciosa.
La ausensia de su amado panda le era tan desgarrador al pensar inevitablemente en el tiempo que aún pudieron haber compartido.
La felina ya no era la misma, su mirada seria y rectitud emocional tan característicos de ella se habían marchado dando paso a una personalidad triste y desganada. Sus amigos y Maestro la incitaban a seguir adelante mientras que al mismo tiempo la acompañaban en su dolor.
El vivir sin Po era una tortura muy cruel para su corazón. Ella pasaba las noches en vela en aquel solitario salón, sollozando frente al altar dedicado a su difunto amado.
Anhelaba tanto volver a tenerlo junto a ella.
En aquella noche en vela y entre sutiles sollozos, recordaba inevitablemente sus momentos felices, cuando ella aún podía sentir su calurosa presencia y su alborotado espíritu infantil y puro.
Ella cerró los ojos, como si intentara de esa manera aliviar sus sentimientos, pero solo logró visualizar de nuevos su reciente pasado feliz, y la razón de su presente tristeza.
Durante muchos años de amistad, la confianza entre el Guerrero dragón y la Maestra Tigresa había escalado a un punto en el cual se tenían la confianza suficiente como para dejar aflorar sus lados poco frecuntes, principalmente la Maestra Tigresa, quien en presencia de él, dejaba de lado su característica personalidad reservada y seria.
Po y Tigresa se encontraban sentados sobre el tejado del salón de los héroes, entre ambos había una bolsa de dumplings la cual compartían. Era de noche, ambos hablaban mientras contemplaban el cielo nocturno como si trataran de contar las estrellas.
—siento que a veces extraño cuando te decía algo y lo único que respondías era: una mirada seria con claras intensiones de golpearme —le decía Po mientras llevaba un dompling a la boca.
—pues parece que sí voy a golpearte porque estás acabándote mis dumplings —le respondió la felina llevándose también un dumpling a la boca.
— ¡¿tus dumplings?! —reaccionó Po— yo fuí quién los ordenó —dijo después tomando la bolsa y alejándola de ella mientras la miraba desafiante.
—pues sí, pero fui yo quién los pagó —aclaró ella después quitándole la bolsa y mirándolo desafiante.
Sostenieron las miradas desafiantes hasta que la felina sonrió, Po hizo lo mismo y rieron a carcajadas.
—bueno, quédatelo, ya es tarde, vámos a dormir —le dijo ella entregándole la bolsa.
Po tomó la bolsa, sacó un dumpling y el resto se la extendió a ella —yo ya comí demaciado, quédaleto todo, Tigresa.
Ella lo aceptó con una sonrisa.
Durante las noches, sobre aquel tejado, cubiertos bajo el manto incandescente de la luz lunar, ambos Maestros solían atesorar la compañía mutua, contándose anécdotas triviales, temas relevantes, historias pasadas recordadas por ambos con deleitante nostalgia.
Una noche, Po había traído un juguete que se había ganado en un sorteo feria. El objeto, un aro de plástico similar a una diadema, bañada en un reluciente color dorado, tenía diseños hermosos y curvados con colores vivos sobre cada curva.
—mira Tigresa, gané este juguete en un sorteo —le decía enseñándosela.
—mmm... Parece un brazalete ¿qué tal si te lo pones? —le propuso la felina, tomando el objeto y poniéndolo en el brazo de Po.
—gran idea, ¿qué te parece? —cuestionó él enseñándole el perfil de su brazo.
—jajaja, pareces uno de esos monjes ancianos, esos que llevan muchos ornamentos en el cuerpo.
— ¿y que tal te queda a tí? —preguntó Po, sacándose el objeto y acercándoselo a ella.
—olvídalo, no vas a ponerme ese juguete —aclaró ella sonriendo, ocultando ambos brazos en su espalda.
Po sin decir nada, levantó el juguete y se la posó sobre la cabeza, como si de una corona se tratara.
La felina inmediatamente tomó el objeto y la hizo a un lado— ¿qué haces? es un brazalete —le aclaró.
—espera —le dijo él tomando el objeto— también parece una corona, y te queda muy bien —volvió a ponérsela sobre la cabeza— pareces una princesa —la halagó en un susurro, luego ambos que quedaron mirándose a los ojos en silencio. Para Po, algo más hermoso que el manto estelar era ver aquellos incandescentes ojos ámbar que siempre lo hacían prisionero al cruzar miradas, y que esta vez lo habían atraído tan cerca que, sin desaprovechar la magia del momento, la besó. Un tierno, inocente y delicado tope de labios que regocijaron los más alborotados sentimientos del panda. Un par de segundos después, Po regresó a la realidad y se apartó bruscamente.
— ¡perdóname Tigresa! —rogó desesperado.
La felina había quedado en un estado de trance por el beso, al recuperarse segundos después, frunció el ceño y lanzó un golpe al rostro de Po, interrumpiéndole las súplicas. El pobre panda quedó boca arriba sobre el tejado, contemplando el cielo nocturno, lamentándose de tan osada acción hacia su amiga, se lamentaba por no haber podido contener sus sentimientos y por haber echado a perder aquella valiosa amistad que tenía con ella. Se encontraba al borde del llanto.
—eso fue demaciado —la voz de la felina, quien estaba inclinada hacia Po, lo sacó de su lacerante trance.
Él contempló aquellos bellos cristales ámbar clavados sobre él, dibujando una iracunda mirada. Posteriormente en el rostro de ella se dibujó una tierna sonrisa tranformando su efurecida mirada en una mirada de infinita ternura, para finalmente bajar el cuerpo y devolverle el beso.
Aquella noche, las estrellas jamás olvidarían aquel tierno borte de amor entre ambos espíritus enamorados.
El amor entre ambos los llenaba de felicidad, amaban estar juntos, amaban ser cómplices. Qué bellos aquellos momentos de conexión donde se contemplaban ilusionados soltando aquel sentimiento que, en ambos, había luchado por salir desde la primera vez en que habían compartido sus miradas.
Tiempo después desde su primer beso las cosas cotidianas los habían hecho descender a la realidad.
Apareció un temible y poderoso villano al cual Po no podía parar, pues se trataba de un ser con un nivel superior al del Maestro Oogway y con fines poco entendibles para una mente mortal, necesitaba drenar el espíritu, vitalidad, todo lo que Po era en la existencia.
Po, al pensar en su casi inminete derrota, no quería imaginar lo que aquel despiadado carente de emociones y compasión haría con sus seres queridos, con China y con el mundo.
No lo dudó, Po usó una técnica peligrosa pero efectiva, abrazó con incadescentes luces a su temido adversario y lo desvaneció de la existencia. Po sacrificó su espíritu, su envoltorio material, su todo, desvaneciéndose también con su enemigo, frente a sus amigos, Maestro y la felina a la que siempre había amado, quien lo miraba con impotencia, desapareció sin poder decir palabra alguna.
La Maestra despegó súbitamente los párpados después de proyectar aquellos recuerdos, viéndose ahora postraba frente al altar, con la oscuridad apoderándose casi por completo del templo en el que se encontraba. Le fluyeron las lágrimas, sin querer aceptar la partida de su amado panda, sollozaba emanando quebrados ecos resonantes.
Una parte de su alma, de la cual ella no tenía conciencia, había aflorado gracias a Po, dicha porción de su alma la hacían mostrar una personalidad divertida, tierna y llena de emoción. Al irse Po, se había llevado consigo todo aquel regocijante trozo de su alma, y arrancandole junto a todo aquello otras partes de su alma, dejándola incurablemente dolida.
Entre tanta dolencia y silenciosas súplicas, en aquella madrugada, la Maestra levantó instintivamente la mirada al sentir una inusual brisa rosarle una mejilla. Sin saber el motivo, inconscientemente giró la cabeza y observó una minúscula chispa dorada flotando atrás de ella, luego fueron dos, luego tres, luego muchísimas chispas aparecieron flotando y ella espectaba perpleja ¿serán acaso alucinaciones derivadas de sus continuas noches en vela?
Poco a poco las múltiples chispas ahora incandescieron iluminando completamente el salón. La luz adoptó una característica forma y de ahí se materializó el mismísimo Guerrero dragón. Posó los piés sobre el suelo y aún emitía brillo.
—hola, preciosa —entonó él sonriendo.
La felina se puso de pié, y con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta, caminó lentamente hasta estar frene a él. Lo contempló por solo un segundo para después saltar sobre él, abrazándolo, ocultando su rostro en su voluminoso pecho.
—yo tampoco puedo soportar estar sin tí —le susurró él.
Ella intentó decirle algo, no pudo. Levantó la mirada, aún estaba ahí, quería besarlo pero a medio camino, debido a su falta de sueño, sus fuerzas disminuyeron súbitamente hasta ser completamente nulas y se desmayó.
Fin del capítulo.
Queridos lectores ¿Que habrá ocurrido? ¿Habrá sido la Maestra Tigresa víctima de una ilusoria visión? Lo sabremos en el siguiente capítulo.
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