Disclaimer: Black Clover y sus personajes pertenecen a Yūki Tabata.
-Closer-
[Yamichar Week 2024]
Día 1. 'Enemies'
Las espinas se enredaron alrededor de su cuerpo con tanta fuerza que le costaba respirar. Le cortaron la cara, los brazos, las piernas. Se resistió todo lo que pudo, pero cuanto más se movía, más profundos eran los cortes.
La sangre se resbalaba por su cuerpo, alimentaba las espinas, goteaba hasta cubrir todo el suelo.
Nadie iba a ir a rescatarla. Nadie la tenía en tanta consideración, ni la veía, ni sentía que, detrás de su carácter, de su frialdad, de sus gestos distantes había un alma que solo deseaba recibir amor.
Cuando Charlotte era una niña, un enemigo de su familia la maldijo. Su magia se desbordaría al cumplir la mayoría de edad, la aplastaría y se llevaría por delante todo lo que tuviera alrededor, destrozándolo en el proceso, asesinando a todas las personas que estuvieran cerca.
La maldición solo se rompería si alguien conseguía conquistar su corazón. Pero Charlotte no creía en los cuentos de hadas, en el príncipe azul que la salvaría de su fatal destino, así que decidió que ella sería la persona que acabaría con aquel hechizo que tenía en jaque a toda su familia.
Desde antes de recibir su grimorio, había estado entrenando su magia sin descanso, desarrollándola para tratar de forjar unos ataques fuertes y decididos, que la ayudaran a luchar.
La Capitana de las Rosas Azules alzó la mano por ella y, aunque creyó ver algunas manos más en alto, no se lo pensó dos veces. Se uniría al grupo de mujeres fuertes e independientes que siempre había admirado.
Les tenía cierta animadversión a los hombres, aunque era comprensible. Desde pequeña, su madre le había repetido casi a diario que tenía que encontrar a un hombre que la librara de la maldición, que la salvara. Ella no necesitaba a nadie, mucho menos a un hombre, para que hiciera absolutamente nada por su bienestar.
Además, Charlotte había empezado a recibir propuestas de matrimonio un año atrás, con tan solo catorce años. En su casa se recibían siempre como una buena noticia, pero a ella le asqueaba que señores que le doblaban la edad u otros que incluso parecían ser mayores que su padre quisieran casarse con ella, que era aún una niña, que estaba empezando su carrera profesional, enfocada, sin distraerse, y que no quería tener nada que ver con esas criaturas que, siendo adultos, deseaban un cuerpo infantil.
Si se detenía a pensar, no, no sentía cierta animadversión por ellos; los detestaba, los odiaba con intensidad, no quería tenerlos cerca ni tener nada que ver con ellos. Así que fue natural para ella sentirse protegida con las mujeres de las Rosas Azules, que la aconsejaban, la enseñaban, la cuidaban. Le explicaban cada duda que tuviera, pero no desde el desdén o la superioridad, sino desde la comprensión, porque nunca es fácil enfrentarse a un entorno desconocido y nuevo.
Había pasado casi tres años fortaleciéndose rodeada de mujeres inspiradoras, fuertes y decididas. Había aprendido mucho, había desarrollado buenos hechizos que la ayudaban a progresar. Estaba convencida de que podría destruir las espinas cuando se desbordaran y así se lo decía a su madre cada vez que iba a su casa de visita y le enseñaba los retratos de los nuevos pretendientes que tenía.
Ninguno valía la pena. Todos eran hombres, de todas las edades. Ella, a sus diecisiete años, parecía que los había conocido a todos. Eran personas que la solían agasajar con regalos, con flores, con palabras bonitas y vacías que siempre iban dirigidas a su físico.
Charlotte era considerada una de las mujeres más bellas del reino. Era probable que ella misma no fuera consciente de aquel hecho, porque tampoco le importaba, pero estaba harta de escuchar halagos sobre el azul de sus ojos, sus armoniosas facciones o su cuerpo. Nadie resaltaba nada de ella aparte de su belleza, porque nadie se había interesado por conocerla de verdad.
No hablaban de su personalidad, de su carácter, de su magia o de su desempeño profesional. Querían una esposa trofeo, bonita y sumisa, que pariera hijos y se ocupara de organizar al servicio y Charlotte, a su corta edad, ya tenía claro que no estaba dispuesta a pasar por algo así.
Lo había intentado todo, había luchado incansablemente, se había convertido en la mujer que aspiraba a ser y, aun así, no había logrado salvarse, ni tampoco salvar a nadie. Era un fraude.
Los últimos años había intentado convencerse de que podría romper la maldición, de que sus padres no tenían nada de qué preocuparse, pero era todo una farsa. Estaba sola, estaba asustada y a punto de morir de forma lenta y dolorosa.
Aquel dieciocho de septiembre, en el que Charlotte cumplió su mayoría de edad, empezó con normalidad. No era casual, pues su madre le dijo que había nacido al mediodía, así que desde que se levantó de la cama, muy temprano, había estado contando las horas que faltaban para que su magia se descontrolara.
La activación de la maldición no se retrasó ni un segundo. Todo se sumió en la más absoluta oscuridad, la casa de sus padres quedó enterrada en espinas afiladas y peligrosas y ella, en el centro de absolutamente todo, forcejeó y trató de deshacerse de las zarzas hasta que su cuerpo no pudo más.
Cerró los ojos. Se resignó. Sintió que los ojos y la garganta le escocían, pero no quería ser tan patética como para ponerse a llorar mientras le suplicaba a la muerte que le dejara vivir un poco más. Quería, al menos, morir con dignidad.
Una de las zarzas más gruesas le rodeó el cuello y sintió que ya había llegado su fin. La oscuridad la engulló, su consciencia comenzó a desvanecerse en un viaje de no retorno. No oía casi, no sentía ya los pinchazos ni los cortes y estaba segura de que, si abría los ojos, no sería capaz de ver nada.
Sin embargo, de repente un fuerte haz de luz la deslumbró. Frunció el ceño por la molestia, abrió los ojos, pero no logró enfocar la vista hasta que parpadeó en un par de ocasiones. Había escuchado el sonido de un arma blanca cortando las espinas, la gran masa de zarzas que la cubría entera.
Oyó una voz. Era tosca, grave, maleducada; era un hombre. Por fin, tras intentarlo en varias ocasiones sin éxito, su vista se logró enfocar. Y en la lejanía, de pie sobre aquel escenario que creía que sería su cementerio, lo vio.
Tenía aquella espada extraña, propia de otro continente, que él mismo llamaba katana, su pose desganada y su cara de pocos amigos, como siempre.
Era Yami Sukehiro, un hombre al que siempre había repudiado, aunque ni siquiera lo conocía demasiado. Pero representaba, a simple vista, todo lo que no le gustaba.
Le daba vergüenza y rabia que precisamente él tuviera que presenciar su muerte. ¿Qué le diría? ¿Se mofaría de su desgracia? ¿O tal vez intentaría salvarla y las zarzas lo engullirían a él también?
—Oye, me debes un plato de sopa. Con el terremoto que todo esto ha creado, se me ha caído encima. Me lo tendrás que pagar, ¿no?
Su voz le chirrió en los oídos. Quería salir de las zarzas y matarlo con sus propias manos, ponerlo en su sitio por ser un insolente que se tomaba la vida como si fuera un mero paseo.
Intentó moverse, hablar para encararse y reclamarle por su estúpido comportamiento, pero no pudo.
Entonces, se acordó de que tuvieron una misión juntos hacía seis meses y de que pudo ver una faceta de aquel hombre que no se esperaba y que no había recordado hasta ese mismo momento.
[…]
La misión no había sido tan compleja como se imaginaba. Los enemigos eran fuertes, eso era cierto, pero había habido tres escuadrones encargados, así que había sido algo rápido.
La noche los había pillado a medio camino de vuelta y habían decidido acampar. Sin embargo, Charlotte no se podía quedar dormida, así que decidió salir a tomar el aire. La adrenalina que le recorría aún todo el cuerpo no dejaba que se relajase. No era su primera misión, pero todavía no se acostumbraba del todo a aquella sensación de peligro constante que siempre estaba presente al defender el reino.
Se sentó alrededor de los restos de una hoguera ya consumida, pero encendió de nuevo las llamas sin mucho esfuerzo. Por su apariencia delicada y su estatus social, nadie diría que la mismísima heredera de los Roselei sería capaz de hacer sola ese tipo de cosas, pero había estado entrenando prácticamente toda su adolescencia para sobrevivir. Ir de acampada en solitario fue lo primero que hizo como entrenamiento para alejarse de las costumbres de la nobleza.
Miró un rato el fuego en silencio. La noche era bastante fría, pero le gustaba la sensación del calor de la hoguera, de la luz que le proporcionaba y le daba cierta paz.
En realidad, sabía que no solo no podía dormir por la misión. Faltaban pocos meses para su cumpleaños y estaba asustada. Había progresado mucho en los últimos dos años y medio, desde que fue reclutada por las Rosas Azules, y además sabía que ya estaba sonando como próxima capitana de la orden, pero no estaba segura de si sería capaz de detener la maldición.
Se restregó la cara con las manos y después las dejó posadas en las mejillas mientras colocaba los codos sobre sus rodillas flexionadas. No se dio cuenta de que alguien estaba cerca hasta que estuvo prácticamente a su lado.
—¿Te importa si me siento un rato?
Ante el sonido de aquella voz que le resultó tan desagradable, su cuerpo se irguió de manera involuntaria. Lo miró con cierto desdén, se encogió de hombros sin pronunciar una sola palabra y su inesperado acompañante se sentó junto a ella.
Pensaba que estaría un rato sola, aunque fueran unos míseros minutos entre aquel gentío incesante, pero se había equivocado. Su rostro reflejó una molestia que no pasaría desapercibida ni para el más distraído.
Charlotte era una persona muy introvertida. Le gustaba la soledad, valoraba dedicarse cierto tiempo para sí misma, le reconfortaba el silencio y la tranquilidad. Pasar muchos días en misiones fuera del espacio personal que era su propia habitación le costaba muchísimo, porque no tenía refugio para descansar de los demás.
Estaba un poco incómoda, así que pensó en irse a su tienda de campaña, pero entonces escuchó de nuevo el sonido de esa voz masculina rompiendo su amado silencio.
—¿No es un poco tarde para que estés aquí sola?
—Lo mismo podría decir yo —le reprochó.
Lo miró de arriba abajo, sin poder controlar la frialdad que proyectaba su mirada azul. No lo conocía mucho. Había hablado con él en un par de ocasiones, todas por temas laborales, pero nunca se había detenido a observarlo.
Era un hombre alto, joven. Tal vez de su misma edad o muy poco más. Demasiado musculoso para su gusto. Sus ojos destilaban apatía y ella odiaba a la gente que aparentaba no tener ambición. Siempre parecía estar aburrido.
Decían que era extranjero, aunque poca gente conocía su país de origen. No recordaba exactamente su nombre, pues no solía cruzarse mucho con él ni mencionarlo.
No tenía prejuicios contra ese hombre por haber nacido en otro lugar y haber acabado en el Reino del Trébol. Los tenía por el mero hecho de que era un hombre y su molde masculino la irritaba de por sí. Pero realmente ni lo conocía ni se había preocupado por hacerlo, aunque le extrañaba mucho que pudiera desarrollar por él ni siquiera una mínima admiración.
—No podía dormir y como estaba harto de dar vueltas en la cama, he salido. No me esperaba encontrarte aquí.
Charlotte lo miró de soslayo. ¿La estaba tratando con demasiada familiaridad o era solo una percepción suya?
—Bueno, entonces volveré a mi tienda de campaña —razonó ella.
—¿Ya te vas? ¿No me digas que te molesta que esté aquí?
Enrojeció completa ante sus preguntas. Ese hombre era insolente e imprudente como ninguno. Cualquier persona en la misma situación, simplemente se hubiera despedido tras haber imaginado que quería estar sola. Que él hubiera leído tan bien sus intenciones la había avergonzado y hecho sentir incómoda.
—No es eso… —susurró mientras miraba el suelo.
—No me quedaré mucho rato de todas formas. Pero estaría bien que nos conociéramos un poco más, Charlotte.
La joven levantó la cabeza y la vergüenza se esfumó. Ella apenas sabía de su existencia más allá de que era el protegido del Capitán Julius. ¿Por qué él sabía incluso su nombre si se habían cruzado en ocasiones contadas?
—¿Sabes cómo me llamo?
—Claro que sí. Somos compañeros. ¿Es que tú no sabes mi nombre?
—Bueno, es que… —balbuceó Charlotte. No entendía bien qué le estaba pasando, si ella era implacable, si nadie la ponía nerviosa, si lo tenía todo bajo control.
—Oh, eso me ha dolido. Soy un hombre sensible, ¿sabes?
Lo vio llevándose la mano al pecho. Ni siquiera le contestó. No pudo hacerlo, porque no sabía qué le podría decir. De pronto, soltó una carcajada estruendosa al aire. Charlotte parpadeó en un par de ocasiones con incredulidad, porque no entendía bien qué estaba pasando.
—Es broma, es broma. Tendrías que haberte visto la cara —comentó entre risas mientras se secaba alguna que otra lágrima.
—Muy gracioso…
Dijo aquello por decir algo, porque en realidad le hubiese encantado espetarle que le parecía un completo idiota.
—Perdóname. No quería molestarte. Me llamo Yami Sukehiro.
Le tendió la mano mientras la miraba, sonriente. Ella se la estrechó, porque no quería ser maleducada y porque ese hombre tenía algo que no sabía muy bien qué era y que le llamaba la atención. Se podía decir que era carismático.
—Encantada.
Yami se levantó tras la presentación. Se sacudió los pantalones, estirazó sus músculos y se preparó para marcharse al fin.
—Bueno, me voy a dormir. Pero antes de irme, quería decirte algo que he visto en el combate de hoy.
Charlotte enarcó una ceja. Estaba segura de que le recalcaría algún defecto de su estrategia o le intentaría explicar algo sobre su magia sin tener ni idea de su esfuerzo y su trabajo, tal y como muchos hombres solían hacer. Se preparó para responderle mordaz, sin tapujos, porque, si él tenía la poca decencia de insultarla, ella le pagaría con la misma moneda. Nunca imaginó lo equivocada que estaba.
—Acabas de perfeccionar la espada que formas con las espinas, ¿verdad? Nunca la había visto hacer esos movimientos tan flexibles —comentó, despreocupado, ante la sorpresa de la chica. No esperaba que él hubiese observado tan directamente sus combates y su progreso—. Tu magia es genial, Charlotte.
Se calló durante unos segundos. No esperaba para nada esos comentarios, pues era la primera vez que un hombre la elogiaba más allá de su apariencia, así que no sabía bien qué responder.
No hubo mofa ni ironía en sus palabras, es más, parecía que hablaba desde el respeto y la más pura admiración. No sabía siquiera cómo sentirse ante aquel nuevo y extraño suceso.
Yami era un hombre diferente. Podía tener apariencia tosca, violenta, distante e incluso macabra, pero no era tan desagradable como había pensado. Le agradó saber que existía un hombre que podía ver más allá de su físico.
—Gracias, Yami.
—De nada. En fin, voy a ver si puedo dormir y así te dejo tranquila. Buenas noches, Charlotte.
—Buenas noches.
Observó cómo se alejaba para poner rumbo hacia su tienda de campaña. Cuando se quedó sola, se abrazó las piernas y volvió a mirar las llamas.
Tal vez, aún había gente fuera de su orden en la que podía confiar.
[…]
—Me gustan las mujeres fuertes, no lo puedo negar. Pero no se puede vivir solo siempre. Deberías confiar más en los demás, Charlotte. Sé que hay gente que te quiere y te apoya. Déjate cuidar.
Charlotte notó que las espinas se aflojaban. Le escocían las heridas, apenas podría hablar si lo intentara y estaba mareada.
Pero aquellas palabras le habían llegado directas al corazón sin duda alguna. Estaba tan empeñada en valerse por sí misma, en salvarse y romper por sus propios medios la maldición, que no se había detenido a pensar que había gente que la amaba, que la podía ayudar, que podía apoyarla en los malos momentos.
En cambio, se había dedicado a alejarse de todo y todos, a ser cada vez más fría y desconfiada, a vivir enclaustrada por el miedo y la presión constantes.
Ese hombre que le resultaba tan varonil —sin ser eso ningún cumplido— y bruto la estaba ayudando. La había elogiado, se había preocupado por intentar conocerla. Era noble, a pesar de su apariencia, y ella había hecho lo que más odiaba del mundo, que era dejarse llevar por el aura que proyectaba y por habladurías sin saber prácticamente nada de él.
El corazón le latió con fuerza, regando por fin con sangre todo su cuerpo. Las espinas desaparecieron en su totalidad.
Charlotte se sentó y lo miró en la distancia. No entendía bien qué había pasado, pero se había librado de la maldición. No, en realidad, la había liberado Yami, haciéndole ver que necesitaba dar y recibir amor.
Le dolía todo el cuerpo, respiraba con cierta dificultad y sabía que estaba a punto de desmayarse por las heridas, así que antes de perder la consciencia, se quedó observando su rostro afable.
Jamás un hombre se había preocupado por ella de esa manera. Tampoco había sentido esa curiosidad ni ese vuelco al corazón al escuchar la voz de alguien ni al ver su pose despreocupada.
Cuando se despertó en el hospital, el primer pensamiento que su mente le arrojó directamente fue el recuerdo de las palabras de Yami.
Se sonrojó con furia, se tapó el rostro y escuchó a sus compañeras en el pasillo. Antes de que entraran, se dedicó algunos minutos más a pensar en Yami Sukehiro, el hombre —por más paradójico que fuera— que le había salvado la vida.
Decidió que lo mejor era olvidarse de aquel momento, tan esclarecedor como bochornoso, y tranquilizar a las chicas y a su familia.
Lo que Charlotte no sabía era que ese momento quedaría grabado a fuego para siempre en su memoria y en su corazón, y en los años venideros su mente estaría constantemente impregnada por la presencia del único hombre que parecía ser capaz de verla más allá de la fachada que se había empeñado en crear a su alrededor.
FIN
Nota de la autora:
¡Por fin llegó el momento! Hoy comienza la yamichar week. Si todo sale como espero, participaré todos los días. Ya tengo cuatro one-shots escritos, así que seguro que llego a hacer otros tres más durante la semana.
No quería hacer AU (sabéis los que me leéis de hace tiempo que no hago), así que decidí retratar ese tiempo en el que Charlotte y Yami solo eran compañeros lejanos, que no enemigos, pero creo que es la época en la que más cerca han estado de serlo. Al final los prompts se pueden interpretar también, ¿no?
Me ha venido superbién que llegara el evento en este momento, porque llevo meses desmotivada y sin ideas, a ver si le damos un empujoncito a esto.
Muchísimas gracias por leer. Espero que me acompañéis de nuevo toda la semana.
