¡Hola queridos lectores!
Las próximas semanas prometen estar llenas de tensión y emociones en la historia de Erin y Snape. Imaginen a estos dos personajes, tan diferentes pero con una química innegable, obligados a pasar tres semanas juntos bajo circunstancias nada comunes. ¿Qué creen que pasará? ¿Será este tiempo forzado lo que finalmente derribe sus muros, o solo alimentará más sus roces y disputas? ¡No puedo esperar a que lo descubran!
Por otro lado, la relación entre Draco y Hermione también está evolucionando de una manera intrigante. La pregunta que muchos se hacen es: ¿será solo amistad o hay algo más detrás de esta conexión inesperada? Con la llegada de Astoria, Draco está en una encrucijada emocional. ¿Será Hermione una amiga importante en su vida o algo más profundo comenzará a florecer entre ellos? ¡Ustedes tendrán que seguir leyendo para descubrirlo!
Los invito a que me escriban sus teorías, ideas y sugerencias, ¡me encanta leer lo que piensan! Además, no olviden seguirme en TikTok como: 6622, donde comparto contenido extra.
Por último, les dejo una recomendación de banda sonora que pueden escuchar mientras leen:
"Don't Take Your Love Away" - VAST
One of These Mornings" - Moby
La tensión y el drama de esta música van perfectamente con los momentos más intensos de la historia.
¡Nos leemos pronto, y gracias por su apoyo!
Por último, les dejo una recomendación de banda sonora que pueden escuchar mientras leen: **"No Time for Caution"** de Hans Zimmer. La tensión y el drama de esta música van perfectamente con los momentos más intensos de la historia.
¡Nos leemos pronto, y gracias por su apoyo!El silencio que siguió después de la salida de Luna pesaba como una manta incómoda sobre ambos. Erin, visiblemente tensa, apenas tocaba la comida que le habían dejado. Sus manos descansaban en su regazo, y su mirada parecía perdida en algún punto indefinido, evitando cualquier contacto visual con Snape. Él, por su parte, la observaba con una mezcla de impaciencia sentado junto a su cama.
—¿Todo bien Dune? —preguntó finalmente Snape, rompiendo el silencio, su tono seco pero con un atisbo de preocupación que apenas era perceptible.
Erin parpadeó, como si volviera a la realidad. No había esperado esa pregunta, mucho menos de él. Movió la cabeza levemente en un gesto que pretendía ser afirmativo, pero su postura rígida y el temblor apenas perceptible de sus manos decían lo contrario. Sus emociones estaban revueltas; la mezcla de enojo, atracción y la persistente duda sobre sus propios sentimientos la estaban consumiendo.
—No necesito que te quedes —murmuró, casi en un susurro.
Snape frunció el ceño, apoyando los codos sobre sus rodillas mientras la miraba de lado. —No parece que estés en condiciones de decidir eso, Dune —respondió con calma, pero su mirada no se apartaba de ella. La manera en que pronunciaba su apellido parecía cargar una tensión particular, como si también estuviera lidiando con un torbellino de emociones que no sabía cómo controlar.
—No es... necesario —insistió Erin, tomando el tenedor sólo para pinchar un trozo de pan, sin intención de comerlo. Se sentía expuesta, vulnerable, y la presencia de Snape solo acentuaba su malestar interno. Estaba molesta consigo misma por permitir que su mente divagara hacia pensamientos imprudentes sobre él, y al mismo tiempo, no podía ignorar la sensación de seguridad, por muy molesta que fuera, que le daba tenerlo cerca.
—Si no vas a comer —dijo Snape en un tono ligeramente más suave—, al menos deberías descansar. No tiene sentido que ambos pasemos la noche en silencio incómodo-dicto al fin Snape sin embargo con su habitual expresión inescrutable, había algo en su postura que sugería que estaba esperando el momento oportuno para decir algo, asi que viendo como la bruja seguía picoteando la comida y no se dignaba a comer al fin volvio a hablar—Por cierto Dune la bitácora —dijo de repente, su voz rasgando el aire como una cuchilla bien afilada—. ¿Cuándo piensas dejarme verla?-
Erin se tensó de nuevo. No quería hablar de la bitácora.—No la veras…, al menos no todavía —respondió, sin molestarse en ocultar el cansancio en su voz. Apartó la mirada hacia la ventana, como si el simple acto de mirar hacia otro lado pudiera evitar la conversación que Snape quería tener.
—Eso no es una respuesta —insistió él, con la frialdad que lo caracterizaba. Apoyó las manos en los brazos de la silla y se inclinó hacia adelante, sus ojos taladrando los de ella, buscando alguna razón detrás de su reticencia.
Erin cerró los ojos por un momento, intentando contener su creciente frustración.
—No es el momento —dijo, su tono firme pero cansado. Levantó la mirada y lo encaró directamente—. No pienso abrir esa caja de Pandora ahora. La revisaremos juntos, pero solo cuando me haya recuperado del todo. No confío en ti para trabajar a solas con la bitácora.
Snape frunció el ceño, visiblemente insatisfecho con su respuesta. Erin sabía que él estaba acostumbrado a tener control sobre las situaciones, pero esta vez, no pensaba ceder tan fácilmente. No mientras sintiera que el control se le escapaba de las manos.
—Hasta que te recuperes… —repitió él, con un deje de sarcasmo en su voz—. ¿Y cuándo será eso? ¿Cuánto tiempo piensas retrasarlo, Dune? ¿Que no confías en mí? ¿Estás de broma? ¿Después de salvarte la vida en la bóveda?
Erin lo fulminó con la mirada, su irritación incrementándose de inmediato.
—¿Salvarme la vida? —espetó con incredulidad—. Yo misma me salvé, Snape. No te atribuyas méritos que no te corresponden.
Snape arqueó una ceja, claramente irritado, pero no dejó que su expresión cambiara mucho.
—Sin mí, te habrías desangrado allí mismo —dijo, su tono bajo pero lleno de certeza—. Fui yo quien selló la herida. Fui yo quien te sacó de la bóveda. Si no hubiera estado allí, estarías muerta, Dune.
Erin se encendió al escucharlo. Los recuerdos del incidente en la bóveda eran difusos, pero recordaba lo suficiente. Había sido ella quien había lanzado los hechizos de protección, ella quien había luchado contra las maldiciones. Snape había intervenido, sí, pero no quería admitirle que su intervención había sido crucial. No ahora.
—Hice lo que tenía que hacer, y sobreviví por mis propios medios —replicó con firmeza, negándose a concederle la satisfacción de tener razón—. No estoy muerta, y no fue gracias a ti.
Snape la observó durante unos segundos más, sus ojos oscuros estudiándola con cuidado. Finalmente, habló, su voz un poco más suave pero no menos incisiva.
—Sigues siendo tan terca como siempre. Pero la realidad es que, sin mí, no estarías aquí para discutirlo.
La habitación volvió a sumirse en un incómodo silencio. Erin, visiblemente agotada, resoplo, mientras Snape mantenía su postura rígida, la mandíbula apretada, pero sin decir nada más. Sabía cuándo retirarse de una batalla... por ahora.
—Muy bien —dijo finalmente, su tono bajo, apenas audible—. Pero no lo olvidaré…me debes una-
—Porque no solo te quedas en silencio Snape —murmuró, Erin cerrando los ojos e intentando relajarse, aunque la presencia de Snape hacía que fuera casi imposible calmar sus pensamientos.
Snape no respondió, pero se acomodó en la silla, observando cómo la tensión en los hombros de Erin comenzaba a suavizarse. Aunque la situación era incómoda, había una extraña paz en la quietud que compartían, como si ambos estuvieran luchando con los mismos demonios, pero ninguno estuviera dispuesto a admitirlo.
Erin, claramente fastidiada por la incomodidad de la situación, comenzó a jugar de nuevo con la comida en su plato. Pinchaba la comida con su tenedor, empujando trozos de un lado a otro, sin realmente comer mucho. De repente, alzando la vista, miró a Snape, quien permanecía estoico, observándola sin tocar nada de la comida que Luna había dejado.
Erin lo observó con una mezcla de curiosidad y enojo. —¿No vas a cenar tú? —preguntó, su tono cargado de desafío.
Snape negó con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, Erin chasqueó los dedos con autoridad. —Tráele algo de comida al profesor Snape —ordenó a un elfo doméstico que apareció casi al instante.
El gruñido bajo de Snape fue audible, una señal clara de su irritación por la orden no solicitada. En cuestión de segundos, el elfo dejó una bandeja de comida frente a él, desapareciendo rápidamente. Snape dirigió una mirada severa a Erin, pero ella le devolvió una expresión desafiante, apenas disimulando una sonrisa satisfecha.
—No era necesario —murmuró Snape, con su voz baja y despectiva, aunque no rechazó la comida.
Erin sonrió de manera apenas perceptible, sintiendo una pequeña victoria. —Si yo tengo que comer, tú también —aseguró con un tono firme y decidido.
Durante los primeros minutos, el silencio entre ambos fue denso, casi opresivo, mientras comían. Las cucharas y tenedores chocaban levemente con los platos, pero ni una palabra se cruzaba entre ellos. Aun así, poco a poco, la atmósfera se fue aligerando. Erin, más relajada ahora que había algo de comida en su estómago, comenzó a notar que la presencia de Snape ya no la incomodaba tanto como al principio.
Los nervios que antes la mantenían tensa empezaron a disiparse, y el silencio que compartían, aunque aún cargado de lo no dicho, dejó de sentirse como un campo de batalla. En su lugar, había una quietud extraña pero no desagradable.
Erin, sintiendo esa calma inesperada, dejó de empujar la comida en su plato y se permitió por un momento disfrutar de la tranquilidad, aunque no pudiera explicar del todo por qué. Incluso la constante vigilancia de Snape, que al principio la había mantenido alerta, ahora parecía… menos agobiante, casi protectora.
Snape, por su parte, permanecía en silencio, pero ya no con la misma severidad de antes. Mientras masticaba despacio, sus ojos oscuros se movían con menos dureza sobre Erin. Había una paz tensa en el ambiente, como si ambos estuvieran navegando cuidadosamente por un territorio que apenas comenzaban a entender.
El aire pesado de la habitación se había transformado, y aunque ninguno lo admitiría, había un cierto entendimiento tácito entre los dos.
Después de un rato, Erin empezó a sentirse incómoda. Llevó una mano a su estómago, notando que había comido más de lo que su cuerpo estaba preparado para soportar en ese momento. Dejó el tenedor a un lado, pero al intentar moverse mejor en la cama, sus dedos lo soltaron por accidente. El utensilio cayó al suelo con un suave tintineo metálico.
Antes de que Erin pudiera reaccionar, Snape se inclinó con agilidad para recoger el tenedor. Sin embargo, en su prisa por devolver el cubierto, algo llamó la atención de Erin: una pequeña mancha de salsa en la comisura de sus labios, remanente del último bocado. Sin pensar demasiado, lo señaló con un leve movimiento de la mano.
—Tienes algo aquí —dijo suavemente, mientras tomaba un paño que tenía a su lado.
Con una naturalidad inesperada, Erin extendió el paño hacia él y, con una caricia fugaz, limpió la mancha de su boca. El roce fue apenas perceptible, pero para ambos se sintió como una eternidad. Snape la miró, desconcertado. No estaba acostumbrado a ese tipo de gestos, mucho menos a que alguien se preocupara por algo tan insignificante como un pequeño rastro de comida. Su cuerpo se tensó ligeramente ante el contacto, aunque no hizo ningún intento de apartarse.
Erin, al percatarse de lo que estaba haciendo, retiró la mano de inmediato, como si el paño le hubiera quemado los dedos. Un calor incómodo subió por sus mejillas, y su corazón dio un salto traicionero en su pecho. El rubor en su rostro era evidente, y en un torpe intento de evitar la vergüenza, apartó la mirada rápidamente.
—Solo... —murmuró, pero la frase se quedó atrapada en su garganta. No supo cómo seguir, incapaz de explicar su propio impulso.
Snape, aunque atónito por la cercanía, no pudo evitar sentir un extraño calor en su pecho. El gesto de Erin, aunque pequeño, había quebrado parte de la coraza que siempre llevaba puesta. Murmuró un agradecimiento, tan bajo que apenas fue audible.
—Gracias —dijo, su voz más suave de lo habitual, casi sorprendido por sus propias palabras.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino denso, cargado de algo que no se había sentido antes. La atmósfera entre ellos había cambiado; donde antes había tensión y cautela, ahora había una especie de calma compartida, como si ambos hubieran llegado a un acuerdo tácito. Erin, todavía sonrojada, retomó su comida con cuidado, mientras Snape, aún sintiendo el roce del paño en su piel, hizo lo mismo.
El momento había sido breve, pero en la quietud que siguió, parecía como si el tiempo se hubiera detenido para ellos dos. Un simple gesto, tan insignificante y a la vez tan lleno de significado, había cambiado algo entre ellos. Sin necesidad de palabras, ambos lo sabían.
Tras terminar la comida, Snape recogió los platos sucios con una eficiencia silenciosa. Erin lo observaba desde la cama, mordiéndose ligeramente el labio mientras recordaba el impulso que había sentido antes de la interrupción de Luna, ese impulso de querer besarlo. Aunque aún sentía el calor del rubor en sus mejillas, decidió jugar un poco con la situación.
—¿Y ahora también me vas a arropar? —preguntó con un toque de picardía en su tono.
Snape alzó una ceja, su mirada oscura brillando con un sarcasmo familiar.
—Tal vez debería llamar a Black para que te arrulle y te duerma —respondió, mordaz como siempre.
Erin rió, aunque la burla tocaba una fibra sensible. Decidió seguirle el juego, sin pensarlo demasiado.
—¿Necesitas que otro hombre me meta en la cama? —replicó en un tono igual de sarcástico. Pero apenas las palabras dejaron sus labios, se arrepintió internamente, sintiendo el golpe de lo que había insinuado.
Snape parpadeó, sorprendido por el giro que la conversación había tomado. Algo en sus ojos brilló, y por un momento, no estuvo seguro de cómo interpretar lo que Erin acababa de decir. Trató de mantener la compostura, pero el doble sentido no pasó desapercibido.
—Te aseguro que no tendría problema en obligarte a meterte en la cama —dijo con una seriedad que dejó el aire cargado de tensión.
Erin, sintiendo el desafío en sus palabras, decidió continuar.
—No tienes que obligarme —murmuró, su voz ahora más baja, casi un susurro—. Si me lo pides amablemente, iré a la cama por mi cuenta.
El ambiente entre ellos cambió. Aunque aún hablaban de algo tan inocente como "dormir," el tono, las miradas, y la intensidad de sus palabras insinuaban algo mucho más profundo. Erin sintió el calor en sus mejillas intensificarse, maldiciéndose internamente por haber llevado la conversación a ese punto, aunque una parte de ella no lo lamentaba del todo.
Finalmente, con un suspiro, decidió romper la tensión. Se giró en la cama, dándole la espalda a Snape.
—Voy a dormir —murmuró, cubriéndose rápidamente con las sábanas.
Mientras cerraba los ojos, su mente seguía reprochándose. El rubor no abandonaba sus mejillas, pero el cansancio, junto al veneno residual en su cuerpo, hizo que el sueño la venciera rápidamente.
Snape, aún sentado a su lado, la observaba en silencio. Su expresión, normalmente severa, se suavizó mientras recordaba el momento en que ella, sin querer, había rozado sus labios con el paño al limpiarle la mancha. Pensar en ese breve contacto hizo que algo en su interior se removiera, algo que prefería no examinar demasiado
De pronto, un sonido fuerte rompió el momento Erin roncaba. Y no era un ronquido ligero o disimulado; sonaba como un tractor en plena labor. Snape cerró los ojos brevemente, exhalando un suspiro que mezclaba irritación y resignación. Era difícil asociar ese sonido tan imponente con la figura que había estado contemplando tan detenidamente.
Justo cuando estaba por sacudirla ligeramente para que dejara de hacer tanto ruido, Erin, aún dormida, se giró sobre sí misma. Y de inmediato, como si sus ronquidos respondieran a ese cambio de posición, cesaron por completo.
Snape observó cómo la tranquilidad volvía al ambiente. Desde ese nuevo ángulo, podía verla mejor, la luz suave del cuarto delineando sus facciones. Por un instante, se quedó inmóvil, debatiendo entre despertarla o simplemente dejarla descansar
Sin ser plenamente consciente, sus ojos recorrieron su rostro dormido, deteniéndose en el mechón de cabello que caía desordenadamente sobre su frente. Con un gesto lento y deliberado, acomodó el mechón, como si ese pequeño acto fuera más íntimo de lo que estaba dispuesto a admitir.
De repente, una imagen se formó en su mente, un recuerdo que lo tomó completamente por sorpresa. No la veía en la cama, enferma y vulnerable, sino de pie frente a él, en la penumbra, sus rostros tan cerca que casi sentía su respiración. Eran ellos dos, besándose en la oscuridad. Aquel último beso que compartieron antes de que él le revelara lo de Malfoy, una confesión que cambió su manera de verlo para siempre. En ese momento, Erin había susurrado contra sus labios, "¿Eres real?" Su primer impulso había sido apartarla, no solo físicamente, sino con su confesión, una barrera que levantó para protegerse. No había contestado entonces. Y sin embargo, ahora sabía la respuesta.
Con una certeza que lo sacudió hasta lo más profundo, él se veía a sí mismo susurrándole "Sí". Como si esa respuesta hubiera estado enterrada dentro de él durante años, esperando el momento adecuado para salir a la luz.
De repente, una imagen se formó en su mente, un recuerdo que lo tomó completamente por sorpresa. No la veía en la cama, enferma y vulnerable, sino de pie frente a él, en la penumbra, sus rostros tan cerca que casi sentía su respiración. Eran ellos dos, besándose en la oscuridad. Aquel último beso que compartieron antes de que él le revelara lo de Malfoy, una confesión que cambió su manera de verlo para siempre. En ese momento, Erin había susurrado contra sus labios, "¿Eres real?" Su primer impulso había sido apartarla, no solo físicamente, sino con su confesión, una barrera que levantó para protegerse. No había contestado entonces. Y sin embargo, ahora sabía la respuesta.
Con una certeza que lo sacudió hasta lo más profundo, él se veía a sí mismo susurrándole "Sí". Como si esa respuesta hubiera estado enterrada dentro de él durante años, esperando el momento adecuado para salir a la luz.
La intensidad de esa imagen, de ese recuerdo, lo estremeció. Apartó la mirada rápidamente de Erin, como si al hacerlo pudiera evitar que sus pensamientos fueran más lejos. Pero la verdad era que no podía negar lo que había sentido. La necesidad de entender qué era lo que realmente había entre ellos lo consumía, lo inquietaba profundamente. ¿Era deseo? ¿Culpa? ¿O tal vez algo que nunca había permitido crecer dentro de sí?
Snape se encontraba en un dilema que nunca pensó que viviría. Todo en su vida había estado tan enfocado en la redención por Lily, en la culpa que cargaba por sus decisiones pasadas, que nunca se permitió interesarse en alguien más. No había espacio para ello. Lily era el comienzo y el final de cada acción o pensamiento en su vida, o al menos, eso se había repetido a sí mismo durante años. Pensar en alguien más hubiera sido traicionarla, deshonrar su memoria.
Y sin embargo, Erin Dune... Ella había logrado atravesar las capas de su defensa con una facilidad que lo aterrorizaba. Antes y ahora No era una mujer fácil de ignorar. Era fuerte, independiente, llena de cicatrices, como él. Ella no buscaba salvarlo ni ser salvada, y eso la hacía aún más peligrosa. Porque con ella, no había excusas para esconderse detrás de su dolor o su pasado. Con Erin, Snape se encontraba ante la posibilidad de algo diferente, algo que no estaba seguro de poder manejar.
Pero el problema era que no estaba seguro de poder elegirlo. Su vida había sido una cadena de obligaciones, de elecciones impuestas, de un amor no correspondido por Lily que lo había consumido. ¿Cómo podría ahora permitir algo más? ¿Cómo podría siquiera imaginar interesarse en alguien más cuando nunca había tenido la libertad de elegir? La devoción a una promesa, para él, había sido siempre una imposición, una trampa que lo ataba al pasado. Y sin embargo, aquí estaba, con los recuerdos de Erin, con el fantasma de ese beso, y la certeza de que, si alguna vez se permitiera escoger, ella podría ser su elección.
Mientras luchaba con estos pensamientos, la voz suave de Luna rompió el silencio que lo rodeaba. No se había dado cuenta de que ella había entrado. —Profesor Snape, puede retirarse si lo desea. Yo me encargaré de la profesora Dune por ahora —le dijo con un tono delicado, casi comprensivo.
Snape, sacudido por la interrupción, miró a Luna con sorpresa y una leve irritación. Se había olvidado por completo de su presencia. Asintió sin decir palabra, levantándose de la silla de forma brusca pero cuidadosa, como si temiera despertar a Erin.
Salió de la habitación sin mirar atrás, pero mientras caminaba por los oscuros pasillos de Hogwarts, los pensamientos no lo abandonaban. ¿Qué sentía realmente por Erin? ¿Podría alguna vez permitirse sentir algo más allá del deber? El peso de esas preguntas lo acompañó, como una sombra que no podía sacudirse.
A la mañana siguiente, Erin se sentía notablemente mejor, aunque Poppy Pomfrey no estaba de acuerdo en absoluto con la idea de darle el alta. La discusión entre ambas brujas era intensa.
—No estoy en condiciones de quedarme más tiempo aquí, Poppy —protestó Erin, cruzándose de brazos con firmeza, tras la revisión de la bruja-no quiero perder mas tiempo y seguir aquí convaleciente cuando ya no me siento asi…-
—¡Por Merlín, mujer testaruda! —balbuceó Poppy mientras agitaba las manos, visiblemente frustrada,- ¡Estás loca si crees que te voy a dejar salir de aquí sin mi permiso! —bramaba Poppy, cruzando los brazos con firmeza—. Aún estás completamente recuperada de tus heridas. ¡Ese veneno puede volver a afectarte en cualquier momento! al menos durante dos semanas más-
La bruja blasfemaba mientras cargaba algunos de los frascos con las pócimas que le había dado Erin esperó a que Poppy se distrajera momentáneamente revisando algunas pociones en su estante para con un movimiento rápido y decidido, aprovechó el descuido y salió de la enfermería sin hacer ruido, caminando con paso firme por los pasillos de Hogwarts. Su determinación era inquebrantable; no soportaba quedarse un minuto más encerrada allí.
Primero pasó por sus habitaciones, donde se cambió de ropa rápidamente. Luego se dirigió a la sala donde Lucas estaba bajo el cuidado de la profesora McGonagall. Al llegar, Minerva la miró con severidad, claramente indignada por su falta de consideración hacia su propia salud.
—¡Erin Dune! ¿Qué crees que estás haciendo fuera de la enfermería? —la regañó Minerva, con las manos en la cadera.
—Estoy bien, Minerva, tengo el alta —respondió Erin, sin detenerse demasiado tiempo—. Solo necesito algo de aire fresco y pasar tiempo con hermoso hijo-aseguro
-¿Dónde está Poppy? no creo te haya dado el alta tan rápido- aseguró Minerva incrédula
Pero Erin, determinada, la ignoró y se concentró en su hijo quien, al verla, corrió a sus brazos con una sonrisa de alivio y felicidad.
—¡Mamá! —gritó Lucas, abrazándola con fuerza.
—Estoy bien, mi amor —le dijo Erin, agachándose para devolverle el abrazo—. Vámonos-indico
Minerva resopló, sabiendo que discutir con Erin no llevaría a nada, y la dejó ir, aunque visiblemente molesta, se dirigirá a la enfermeria.
Erin, en cambio, ya tenía en mente su siguiente destino: el invernadero. Era el único lugar donde podía encontrar tranquilidad, y lo último que quería era enfrentarse a más Lucas a su lado, Erin se encamino al acero de del invernadero allí, entre las plantas y el aire fresco, se sentiria más tranquila, más en control. Sabía que en ese rincón apartado del castillo, podría tener unos momentos de paz antes de que alguien viniera a buscarla y sabiendo que era el lugar donde Snape daba clases la mayoría lo evitará.
Mientras Poppy Pomfrey seguía regañando a sus aprendices, frustrada por la testarudez de Erin, Neville intentaba calmarla torpemente.
—La profesora Dune es muy hábil, seguro que no haría nada imprudente —aseguró Neville, aunque su voz traicionaba su nerviosismo.
En ese momento, Minerva McGonagall entró a la enfermería junto con Severus Snape, quien traía consigo a un estudiante con un pequeño corte en la mano. La herida era insignificante, algo que Snape podría haber curado fácilmente en su clase, pero había aprovechado la oportunidad para ir a la enfermería y ver a Erin. Al no verla, su rostro se tensó y su voz salió más áspera de lo habitual.
—¿Dónde está Dune? —preguntó
Minerva, con las cejas levantadas, lanzó una mirada acusadora hacia Poppy. —¡Eso mismo me pregunto yo, Poppy! ¿Cómo pudiste darle el alta tan pronto?
Poppy, claramente exasperada, levantó las manos en un gesto frustrado. —¡No le di el alta! ¡Se fue sola, esa testaruda! Me dejó aquí discutiendo con el aire.
Snape murmuró una maldición por lo bajo, su rostro ensombrecido por la frustración dejó al estudiante en manos de Nevil. Sin decir una palabra más, salió rápidamente de la enfermería, dejando a Minerva y Poppy intercambiando miradas
Snape sabía exactamente dónde buscarla.
Al entrar al invernadero, la encontró haciendo lo que mejor sabía: cuidar de sus plantas. Erin estaba quitando hojas secas de varias plantas con movimientos metódicos, mientras que Lucas, a su lado, estaba transplantando una pequeña planta con una sonrisa radiante. Parecía completamente ajena al revuelo que había dejado atrás.
Snape se aclaró la garganta, y con un tono sarcástico, dijo: —Ah, la gran rebelde de la enfermería... trabajando como si nada...¿porque no corres con los aprendices y te pones una diana en el pecho?-
Lucas, al oír la voz de Snape, corrió hacia él y lo abrazó con una energía que lo tomó completamente por sorpresa. Snape se quedó inmóvil por un segundo, confundido por el gesto inesperado, pero luego negó con la cabeza, incómodo.
—¡Profesor Snape! —gritó Lucas, emocionado, mientras se aferraba a su túnica.
Snape desvió la mirada, incómodo, pero al final le dio un leve y torpe asentimiento, reconociendo al niño.
—Lucas, vuelve con las plantas —ordenó Erin suavemente, aunque no pudo evitar sonreír al ver la interacción.
Cuando el niño se alejó, Snape lanzó una mirada severa hacia Erin. —¿Qué demonios crees que estás haciendo aquí? —la regañó, su tono lleno de reproche—. Deberías estar en la enfermería, no jugando con plantas.
Erin, sin inmutarse, continuó cortando las hojas secas con paciencia. —No pienso pasar ni un minuto más en esa enfermería. Ya me siento bien.
Snape bufó con incredulidad. —¿Y qué piensas hacer cuando Minerva y Poppy te arrastren de vuelta allí por tu propia seguridad?
Erin se detuvo y lo miró de reojo, su expresión divertida. —Si les digo que tengo una "enfermera personal" que me cuidará, no habrá problema.
Snape frunció el ceño, captando la insinuación. —Ni loco.
Snape maldijo por lo bajo, claramente molesto, pero también visiblemente preocupado. Sabía exactamente dónde estaría la bruja . El invernadero. Era su refugio, y era el único lugar donde podría esconderse sin ser molestada.
Erin, absorta en sus plantas, cortaba delicadamente las hojas secas, su mirada fija en los pequeños brotes verdes. Sin dejar de trabajar, lanzó un comentario en tono de queja hacia Snape.
—Hasta en esto eres un controlador. Dejas todo tan meticulosamente ordenado que no hay espacio para respirar —le dijo, sin molestarse en mirarlo, haciendo alusión al reorganizado escritorio.
Snape, con los brazos cruzados, soltó un resoplido. —Si me escucharas, estarías en la enfermería recuperándote como deberías, no aquí jugando a la botánica-
Erin levantó una ceja, pero no dejó de trabajar. —No pienso volver. Y además, te estoy quitando algo de carga de trabajo —señaló con un gesto despreocupado, fijando la mirada en las marcadas ojeras bajo los ojos de Snape—. Entre los aprendices de Auror, las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, las rondas nocturnas y mis clases, apenas debes de tener tiempo para respirar.
El mago la miró con exasperación, soltando una maldición entre dientes. —deje a los aprendices en manos de esos tres imbeciles... no tenemos el mismo enfoque y es castratante lidiar con genete como esa...asi que hasta que vuelvas no volvere.. en cuanto a las rondas noctornas con tu peticion de la orden esas ya no son mi responsabilidad... —dijo, con un tono mordaz—. Ahora las hacen los Aurors enviados por... —Snape hizo una pausa, como si el nombre le diera asco—. Pierre.
Erin soltó una risa suave. —No seas exagerado, Severus ya tengo suficiente con Poppy y Minerva hasta Dumbledore tratandome como porcelana, no me vendria mal un poco de normalidad…-
Snape bufó con desprecio, pero antes de que pudiera replicar, Erin lo miró de reojo, con una chispa de reto en sus ojos. —Bueno, si te preocupa tanto mi bienestar, te ofrezco una solución accedo a que seas mi "niñera" hasta que Poppy acepte que estoy bien, asi dara al menos las clases de herbologia y algunas de los aprendices…-
Snape se quedó en silencio, confiando deliberadamente en que Poppy rechazaría la idea a la primera oportunidad y la ataría a la cama de enfermería hasta darle el alta. Sin embargo, su sorpresa fue palpable cuando vio que ella lo miraba con desafío, dispuesta a aceptar el reto.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba por suceder, ya estaban de vuelta en la enfermería, con Poppy Pomfrey gritándoles indignada por la imprudencia de Erin.
Poppy Pomfrey se acercó con paso firme, su mirada fulminante dirigida hacia Erin. —¡Erin Dune! ¿Cómo te atreves a salir sin mi autorización? —vociferaba, cruzando los brazos mientras sus ojos lanzaban chispas.
Erin, sin perder la calma, respondió con una voz suave pero firme. —Bueno, Poppy, no me puedes tener aquí cuando ya no me siento mal. Además, el profesor Snape tiene una idea interesante —dijo, esbozando una sonrisa despreocupada antes de añadir—. Me quedaré bajo su supervisión. ¿Te parece aceptable?
Poppy, quien estaba a punto de soltar otra serie de reproches, se detuvo en seco y miró a Snape, desconcertada. Snape se limitó a apretar los labios, confiando en que Poppy rechazaría la sugerencia de inmediato.
Pero para su sorpresa, Poppy cambió de opinión tras un breve momento de reflexión. —Está bien. Pero si algo le ocurre, será bajo tu responsabilidad, Severus-
Snape suspiró profundamente, consciente de la trampa en la que se había metido, mientras en el fondo de la sala, Lucas jugaba alegremente con Neville y Luna, sin saber lo que acaba de comenzó a levantar la voz, claramente exasperado con la situación.
Justo en ese momento, Poppy agrego con una risa inesperada. —¡Oh, Severus! —exclamó, su mirada burlona fija en él—. Como resistirme a la mejor enfermera del año, se que pasaste parte de la noche cuidándola, ¿verdad?... —agregó, con una sonrisa traviesa— ¿por cierto de qué era el tónico que le diste?-indago mirando a ambos magos.
Erin miró a Snape, levantando una ceja con aire desafiante. Snape, claramente irritado por la situación y las insinuaciones de Poppy, elevó la voz.
—Es solo algo para que esta bruja irresponsable se recupere más rápido y yo pueda librarme de sus problemas cuanto antes —gruñó, intentando sonar desinteresado, pero su tono denotaba frustración. —¡No tengo por qué cargar con esta mula irresponsable! —añadió, fulminando a Erin con la mirada mientras una blasfemia escapaba de sus labios, resonando en la enfermería.
Erin, sin inmutarse, le lanzó una mirada afilada y se rio con sarcasmo. —¿Y así pretendes que confíe en ti? —respondió, su voz llena de desafío.
Poppy, que observaba con una sonrisa maliciosa, negó con la cabeza, disfrutando del espectáculo. —Ya que te preocupas tanto por ella, Severus —añadió con sorna—, estarán juntos durante al menos tres semanas. Así que más vale que se acostumbren, porque no les hará extrañar las guardias nocturnas —agregó, deleitándose con la incomodidad evidente en ambos.
La sanadora soltó una carcajada, su mirada alternando entre los dos. —Y Erin, tú no te libras de esto —continuó, ahora dirigiéndose a la bruja—. Es tu culpa por no seguir las instrucciones. Aunque parece que Severus es el único que siempre sabe dónde te metes, señorita.
Snape soltó otra maldición por lo bajo, claramente resignado, y se dio la vuelta, dispuesto a salir de la enfermería. Pero antes de que pudiera dar un paso, Poppy lo detuvo.
—¡Espera, Severus! —dijo con una sonrisa divertida—. Te olvidas de tus nuevos compañeros —y señaló a Erin y a Lucas, quien seguía distraído jugando con Neville.
Erin rodó los ojos, fastidiada por la situación, y estaba a punto de soltar una burla cuando Poppy, con una expresión aún más maliciosa, añadió:
—Y si tanto deseas ser cuidada por Severus, querida, también tendrás que asistir a todas sus clases y acompañarlo como una sombra. Quizá eso te haga recapacitar sobre la importancia de tu descanso —dijo Poppy, disfrutando cada palabra.
Erin lanzó una maldición por lo bajo, claramente irritada por la idea de tener que seguir las órdenes de Snape, especialmente en clase. Pero antes de que pudiera replicar, Poppy hizo un gesto con su varita, conjurando dos brazaletes que aparecieron en las muñecas de Erin y Snape.
—Para asegurarme de que no hagan lo que les plazca —dijo Poppy, su tono lleno de travesura—, estos brazaletes emitirán un sonido molesto si se separan más de cinco metros. Deberían ser suficientes para que se mantengan cerca el uno del otro.
Erin, con una sonrisa sarcástica y claramente molesta, miró los brazaletes y comentó: —Sin duda, Poppy, debiste haber trabajado en Azkaban. Tienes el toque perfecto para la tortura —añadió, su voz impregnada de ironía.
Snape, claramente resignado, soltó un profundo suspiro mientras Erin observaba los brazaletes con una mezcla de exasperación y resignación, consciente de que las próximas
Antes de salir, casi de manera instintiva, Snape llamó a Lucas. El pequeño, despidiéndose de Neville, corrió hacia él y tomó la mano del mago con una naturalidad desconcertante. Erin, al ver la escena frunció el ceño, hasta que el pequeño tambien tomó la mano de ella. Ambos adultos se miraron de forma incómoda antes de soltar las manos del niño casi al mismo tiempo.
Snape miró a Lucas con severidad. —Te he dicho que ya eres lo suficientemente grande como para caminar solo —dijo en tono severo.
Erin, sin perder un segundo, respondió con una sonrisa sarcástica. —No le hagas caso. —Y con un gesto desafiante, volvió a tomar la mano de Lucas, ignorando la mirada de reproche que Snape le lanzó.
Los tres salieron juntos de la enfermería, formando una estampa extraña y poco común. El silencio entre los adultos era palpable, pero la inocencia de Lucas equilibraba la tensión.
Al salir, se encontraron con Minerva McGonagall, quien los esperaba pacientemente fuera de la sala, con los brazos cruzados y una ceja alzada, claramente curiosa.
—¿De verdad crees que es una buena idea dejar que ese par pasen tanto tiempo juntos? —preguntó Minerva con ironía, dirigiendo una mirada a Erin y Snape.
Poppy, todavía sonriendo con satisfacción, respondió con un aire despreocupado. —Lo sabré para la cena... si es que no tengo que ir a recoger un cadáver antes —respondió con sorna.
Minerva soltó una pequeña risa, y ambas brujas intercambiaron una mirada cómplice antes de seguir con sus respectivas ocupaciones.
Draco bufaba para sí mismo, claramente fastidiado de estar en el aula de pociones con los aprendices de pocionistas, mientras los aprendices de auror habían salido a una práctica en un pueblo cercano al norte de Hogwarts durante una semana, para calmar los pensamientos que se habia formado con la llegada de más aurores y Erin en cama. Según lo acordado con Erin, Draco había decidido no salir de Hogwarts hasta que ella lo aprobara, por lo que continuaba su formación bajo la tutela de Horace Slughorn. Al llegar al aula, su sorpresa fue notable al ver a Astoria Greengrass, que también iniciaba su curso ese día, Hannah Abbott y Terence Higgs que ya llevaban tiempo de aprendices los saludaron fríamente . Sin embargo, fue Astoria, al verlo, corrió a abrazarlo, siendo la única en mostrar una efusividad que incomodó a Draco.
—Draco, ¡me alegra tanto verte! —exclamó Astoria, mientras lo abrazaba sin pensarlo.
Draco, rígido, le devolvió un abrazo más mecánico y distante. Astoria, dándose cuenta de su frialdad, se separó con una disculpa.
Antes de que la situación se tornara más incómoda, el profesor Slughorn apareció en el aula, con su habitual aire jovial y despreocupado.
—¡Ah, señor Malfoy! —dijo con entusiasmo—. Es un honor tenerle de nuevo en mi clase. Será interesante ver si la formación del profesor Snape ha sido tan meticulosa como siempre. Y, claro, viniendo de una familia como la suya, con acceso a los mejores materiales, estoy seguro de que brillará en este curso.
Draco se tensó visiblemente ante el comentario, incapaz de evitar que una ola de incomodidad lo recorriera. Slughorn, aunque bien intencionado, siempre había tenido una manera torpe de señalar las conexiones y ventajas de aquellos de linaje puro, algo que a Draco le resultaba cada vez más incómodo tras la guerra.
Astoria se ofreció voluntariamente para trabajar con Draco antes de que él pudiera protestar, cortándole cualquier posibilidad de negarse. Mientras preparaban la poción en silencio, la tensión entre ellos era palpable. Draco, sin poder contener su incomodidad, decidió romper el silencio con un susurro amargo:
—Agradezco tu efusividad, Astoria, pero no tienes que fingir. Si en todo este tiempo no me has enviado un solo mensaje, no espero que lo hagas ahora. Seguro que tu familia te dijo que te mantuvieras lejos de mí cuando me uní a los Mortífagos. Siempre tan superiores... —agregó con sarcasmo mientras trabajaba en la poción, soltando con crueldad—. Espero que, al menos, tu familia siga tan impecable como siempre.
Astoria se tensó, sus manos apretando el borde del caldero. El comentario la había herido profundamente, pero contuvo su reacción. Sin embargo, no pudo evitar que sus ojos centellearan de rabia mientras apretaba los labios antes de responder con una frialdad cortante:
—Eres un idiota, Draco. No todo gira alrededor de ti.
Las palabras de Astoria cayeron como una bofetada invisible. Draco se quedó inmóvil, sorprendido por la dureza de su tono, y bajó la mirada hacia la poción que burbujeaba lentamente. Aunque conocía a Astoria desde antes, cuando habían salido brevemente, ambos habían tomado caminos muy diferentes. El silencio que los envolvió fue denso, y Draco sintió cómo su habitual arrogancia se desmoronaba lentamente. No entendía del todo el daño que había causado con sus palabras, pero la rigidez de Astoria lo dejaba claro.
El resto de los alumnos siguió trabajando, aparentemente ajenos al intercambio, pero Horace Slughorn, que paseaba entre los estudiantes revisando su progreso, se detuvo junto a ellos con una amplia sonrisa:
—¡Excelente trabajo, señor Malfoy, señorita Greengrass! —exclamó, dándoles una palmada en la espalda—. Pueden retirarse por hoy.
Astoria no dijo nada. Guardó sus cosas en silencio y se levantó antes que Draco, alejándose del aula sin mirarlo siquiera. Justo cuando salía, Draco, todavía irritado por la tensión, no comprendía el alcance de sus palabras. Mientras limpiaba su equipo, se dio cuenta de la mirada de desaprobación de Hannah Abbott, quien había escuchado el intercambio.
Hannah, con suavidad y un tono lleno de reproche, rompió el silencio:
—Astoria apenas ha comenzado el curso—dijo en voz baja, como si intentara que Draco comprendiera—. Perdió a toda su familia en la guerra. Sus padres eran Aurores, y tuvo que pedir una prórroga para poder encargarse de los negocios antes de volver a sus estudios.
Las palabras de Hannah golpearon a Draco con una fuerza inesperada. Todo su desdén anterior se evaporó al escuchar aquello. El comentario sarcástico que había lanzado sin pensar ahora lo llenaba de una sensación incómoda y amarga. Mientras recogía el caldero, su mente vagaba hacia la devastación que la guerra había causado en todos, y por primera vez, entendió lo profundamente herida que estaba Astoria.
Sentía como si hubiera metido el dedo en una herida abierta
Draco, sintiéndose un completo idiota, salió corriendo por el pasillo, apenas salio del aula de pociones. Después de un momento de incertidumbre, recordó el lugar donde solía encontrarse con Astoria: la torre de Astronomía, ahora adaptada en las habitaciones de los aprendices de Auror. Con el corazón latiendo rápidamente, se dirigió allí con la esperanza de arreglar las cosas.
Cuando llegó, encontró a Astoria sola, con el ceño fruncido y algunas lágrimas asomando en sus ojos. Al verlo, se limpió rápidamente la cara, como si no quisiera mostrar su vulnerabilidad.
—Astoria —dijo Draco con suavidad, deteniéndose a unos pasos de ella—. Lo siento. Fui un idiota.
Astoria lo miró por un momento, sus labios temblando antes de hablar, su voz temblorosa pero firme.
—Todo ha cambiado, Draco... —murmuró, su tristeza evidente—. Pensé que tú también habías cambiado.
Draco asintió, sin intentar excusarse. Sabía que había cometido un error.
—He cambiado... —dijo con un suspiro—, pero todavía puedo ser un idiota, eso no lo negaré.
Astoria, para sorpresa de Draco, dejó escapar una pequeña risa entre lágrimas. El sonido le hizo sentir un pequeño alivio, aunque sabía que el daño ya estaba hecho.
—Lo siento, Astoria. Sé que tu familia... —comenzó a decir, pero Astoria lo interrumpió.
—Tu padre está en Azkaban. Sé que tampoco lo has tenido fácil —dijo ella, su tono más suave esta vez—. Lo que quise decir es que... las cosas han sido difíciles para todos, no solo para ti. Mi familia... ya no está. Todo lo que solía ser importante ha desaparecido.
Draco asintió—Yo no sabia…debí preguntarte como estabas y no asumir todo …Hannah me lo mencionó…-aseguro el rubio
-Los rumores viajan rápido en Hogwarts, supongo —respondió Astoria, mirando el suelo por un momento antes de levantar la vista— hasta el hecho que ahora veo que quieres ser Auror. Entonces, ¿por qué estabas con los pocionistas? segun se los aprendices estan en un pueblo al norte de Hogwarts…-
Draco se encogió de hombros, aún con una pequeña sonrisa triste en sus labios.
—Es complicado…-Draco suspiró, sabiendo que no podía evitar la pregunta.—Es una historia larga... pero puedo contártela si vamos a comer juntos. —dijo, ofreciendo una leve sonrisa.
Astoria lo miró por un momento, evaluando si aceptaría su oferta. Finalmente, asintió, su expresión relajándose.
—Está bien, Draco. Vamos a comer.-
A pesar de lo difícil que habían sido los primeros meses en Hogwarts tras la guerra, Draco había comenzado, poco a poco, a sentirse inusualmente tranquilo. Mucho de esto se lo debía a Erin, quien se había convertido en un apoyo pero al caer en cama pensaba se habia quedado solo en las clases donde cada vez era mas dificil no ser observado negativamente a diferencia de Granger. Su relación con la castaña había cambiado sutilmente desde que Draco reveló que Erin era su madrina. Aunque ambos seguían siendo cautelosos, habían comenzado a llevarse mejor, lo que sorprendía a aquellos que aún desconfiaban de Draco, especialmente los aprendices que lo miraban con recelo como el último Slytherin en formación.
Cuando Hermione le pidió que hicieran equipo para la práctica del día, Draco la sorprendió al rechazar la oferta. Algo había cambiado en él, y Hermione notó la extraña serenidad en su voz. Parte de esa calma, Draco se daba cuenta, se debía a la reciente llegada de Astoria Greengrass. A pesar de lo complicado que había sido su breve relación meses atrás, su regreso al castillo lo había hecho sentir curiosamente en paz.
Draco recordaba cómo su ruptura con Astoria había sido dramática, casi como una tragedia griega. Sin embargo, ahora, con ella de vuelta, parecía que el tiempo no había pasado. Las palabras de Hermione, sobre un nuevo comienzo y la importancia de tener a alguien que lo apoyara, comenzaron a resonar con más claridad en su mente. Tal vez Astoria era esa persona, alguien que lo acompañaría en este nuevo camino que apenas empezaba a vislumbrar.
Draco sentía una tentación inesperada de explorar lo que podría suceder entre ambos, como si el destino le ofreciera una segunda oportunidad. No sabía si quería aprovecharla del todo, pero la idea lo llenaba de una sensación de posibilidad que no había sentido en mucho tiempo.
