Albus abrió las puertas del comedor. Era ya la 1:30 del mediodía y le rugía el estómago. Durante su paseo por el callejón Diagon había intentado no pensar en el hambre que sentía, pero ahora que olía la comida preparada por los elfos domésticos de Hogwarts, el estómago empezó a dolerle de tal manera que por poco llegó corriendo a la mesa de Gryffindor.
—¡Al fin llegas! —exclamó Rosé, algo preocupada. Albus tomó asiento entre Rosé y Eleonor. Empezó a servirse comida en el plato a toda velocidad—. Come despacio o vas a atorarte.
—¿Pudiste comprar todo lo que necesitabas? —preguntó Eleonor de improvisto—. ¿Qué tal se comportó Ludovico, quejica como siempre o te dejó medianamente tranquilo? —Se llevó una cucharada de sopa a la boca.
Todos ahí conocían muy bien cuán quisquilloso podía llegar a ser el jefe de Gryffindor cuando tenía alumnos a cargo, y resultaba mucho peor durante las excursiones. A nadie le sorprendería que Albus empezara ahí mismo a enumerar un sinfín de regaños porque, más allá de que Ludovico demostraba tener un afecto especial hacia Albus, su malhumor era, per se, moneda corriente.
—Pude comprar todo, y hasta más de lo que necesitaba —respondió Albus encogiéndose de hombros—. Traje muchos pergaminos y, a pesar de haberle dicho a Ludovico que ya había comprado pluma y tinta en el verano, me insistió para que lo vuelva a hacer, porque esta vez pagaría Phineas. No me gustó, pero lo hice porque se puso pesado. —Guardó silencio un segundo y, mientras reflexionaba, soltó—: También estaba el chico nuevo.
Los demás levantaron las miradas, intrigados.
—Pues, no me extraña —dijo Rosé pensativa. Cortó un trozo de calabaza hervida—. En el banquete de anoche estaba de traje y corbata. No tenía el uniforme de la escuela. Debe haberlo comprado, además de los libros —dedujo, y muy inteligentemente, como Albus ya estaba acostumbrado de ella.
—Cierto —dijeron Flinch y Eleonor.
—Es de Suiza.
—¡¿...De Suiza?! —preguntó Rosé extrañada, y un poco alarmada.
—Hogwarts queda lejísimos de su casa, entonces —asumió Eleonor.
Albus empezó a hacer memoria de las palabras de Gellert esa mañana.
—Pero dijo que no estaba allá. Está viviendo en Londres con su tía abuela, una tal… Bathilda —mencionó, al tiempo que dejaba el plato a un lado. Ya había terminado de almorzar—. También dijo que había sido ella quien había tomado la decisión de cambiarlo a Hogwarts. —Los demás quedaron pensativos al igual que él—. Saben… hubo algo que no me agradó para nada —dijo con gesto extrañado.
—¿Qué? —preguntaron los tres al mismo tiempo.
—Ludovico se comportó rarísimo.
Los tres arrugaron el entrecejo.
—¿Rarísimo, cómo? —quiso saber Flinch.
Albus sintió como si algo lo trabara al hablar, y es que los cuatro adoraban al jefe de Gryffindor. No quería que sonara como si estuviese criticándolo, ¡mucho menos con todo lo que él lo había ayudado!, pero realmente lo había percibido muy arisco en su trato hacia el nuevo.
—O sea… no es por criticarlo ni nada pero —susurró—, hacía comentarios desagradables hacia Gellert todo el tiempo. En un momento pensé que hasta le restaría puntos. Quizás por eso estuvo muy reservado. Pude saber apenas algo de su vida cuando entramos en Amanuensis Quills y fue porque madame Poltrey empezó a llenarlo de preguntas.
Los cuatro quedaron pensativos.
—¿Qué tipo de preguntas hizo? —inquirió Rosé.
—"De dónde era y por qué había dejado Durmstrang", esas principalmente. No tuve oportunidad de saber mucho porque Ludovico se mostró apurado por regresar.
—Yo hubiese preferido preguntarle si se sentía a gusto en Hogwarts —dijo Eleonor con inocencia.
—Eso, obviamente, no lo debe tener muy claro aún. Hoy es su primer día —soltó Flinch, y los demás estuvieron de acuerdo.
—Qué extraño lo de Ludovico —comentó Rosé con la mirada desenfocada, volviendo al tema inicial de la conversación—. Él jamás ha tratado así a ningún alumno.
—Tal vez simplemente le molesten sus maneras —dijo Eleonor, encogiéndose de hombros—. Se lo ve engreído. —Terminó su sopa y dejó el plato a un lado.
En cuestión de segundos, el banquete desapareció y todos los alumnos se pusieron de pie.
La siguiente materia que tendrían sería Encantamientos con la profesora Dakota Bleach y compartirían salón con los Ravenclaw.
Solo entonces Albus sintió un leve escozor en el pecho. Saber que volvería a encontrarse con Antonio Murrich le dio una punzada en el corazón. No hacía mucho que Antonio, el portero del equipo de Quidditch de Ravenclaw y a quien Albus había conocido en los entrenamientos, había empezado a ser alguien muy significativo en su vida.
Hacía dos años que jugaba al Quidditch con Antonio, todo había comenzado con una simple conversación de amigos que, más tarde, se convirtió en un deseo ardiente de Albus por encontrarlo donde fuera: en los pasillos, en el comedor, en clase, en el jardín, en el tren hacia Hogwarts y de regreso a casa.
Era como si no pudiera dejar de pensarlo. Hasta había llegado a consternarle que cada vez que lo tenía enfrente su corazón latía aceleradísimo, se sonrojaba y tartamudeaba cuando Antonio lo saludaba con una sonrisa, las veces que se encontraban en los pasillos.
Esa sensación de bienestar producto de su enamoramiento fortuito duró casi un año y medio, hasta que finalmente Albus se dio cuenta de que Antonio estaba saliendo con una de sus compañeras de casa: Melissa Jahnz.
Le costó meses abrirse paso de la depresión que esa noticia le había causado y, luego, como por arte de magia, con la sentencia de su padre, todo su mundo interior colapsó, y de su enamoramiento -y también de cualquier otro sentimiento bueno-, solo quedaron las cenizas.
Su vida se tiñó de matices oscuros y una fuerte depresión había empezado a apoderarse de él. Tanto que poco a poco fue olvidándose de Antonio, de su esbelta figura, de su sonrisa perlada y su amabilidad, de sus constantes y recurrentes saludos cada vez que se cruzaban en los pasillos.
Subieron a la torre de Gryffindor y buscaron los libros de Encantamientos, tinta y pergaminos. Bajaron y en minutos estuvieron en el aula frente a la profesora. El silencio que se formó cuando ella entró fue intenso. Se paró frente a la pizarra y les dedicó una sonrisa cálida.
—Hola a todos, queridos estudiantes —dijo la profesora cuando entró al salón y miró las caras de los chicos—. Qué bueno que todos mis alumnos de sexto estén de nuevo. Los he extrañado en las vacaciones. Espero que se hayan divertido y descansado lo suficiente porque este año será más exigente que el anterior. —Miró a Albus de refilón, como si quisiera cerciorarse de que se encontraba bien. Le dio la sensación a Albus de que ella sabía. Todos sabían.
La profesora le sonrió, se dio media vuelta y empezó a escribir en la pizarra con una tiza hechizada por su varita. Albus empezó a tomar nota y, a mitad de la clase, se dio cuenta de que a la gran mayoría de los temas que verían en el año ya los sabía porque años anteriores se quedaba en la biblioteca hasta tarde y mataba las horas leyendo de más.
La clase continuó sin más miramientos y él contestaba a casi todas las preguntas que hacía la profesora.
Luego de que la clase de Encantamientos terminara, los cuatro fueron directo al comedor a merendar.
—Ya casi son las cinco treinta —mencionó Eleonor mientras todos los alumnos ocupaban su lugar en las mesas de sus casas.
El director no estaba. Pero eso no fue impedimento para que Ludovico se parara frente a todos y dijera algunas palabras antes de la merienda.
Los platillos aparecieron de repente en las mesas, junto a humeantes tazas de té, café o chocolatada. Cada alumno escogía qué beber, y cuando lo hacía el resto de las tazas desaparecía.
Había tostadas, queso y mermelada para untar; el azúcar estaba servido en cubos en una bandeja de plata pequeña. Albus se sirvió el café y le puso dos cubos de azúcar.
—Te prestaré los apuntes de Aritmancia de la clase de esta mañana, Al —dijo Rosé—. No te perdiste de mucho de todas formas, la profesora nos dio un breve resumen de los temas que vamos a ver durante el año. Empezamos con el primero: cómo crear fuego sin ayuda de la varita. Solo pronunciándolo.
—En mi opinión la clase fue aburrida, pero llevadera —dijo Eleonor—. Tenemos a la profesora Miriam Hux.
—De nuevo esa vieja loca —rezongó Flinch, rodando los ojos.
Mientras tanto, Albus pensaba en todas aquellas veces que se había visto obligado a encender fuego sin ayuda de magia para cocinarles a Aberforth y a Ariana en casa y evitar ser reprendido por el Ministerio, y acabó yendo a juicio de todas formas. "Amarga ironía", pensó.
—Los Hufflepuff se entretuvieron bastante —continuó Eleonor.
—¿Otra vez nos toca Encantamiento con ellos? —preguntó Albus extrañado.
—Sí —dijo Rosé—, y al parecer se devoraron los libros de encantamientos en las vacaciones, porque todos los Hufflepuff sabían las respuestas de las preguntas introductorias. —Se encogió de hombros y en su voz se notó cierta angustia.
—Esos se entretienen con cualquier cosa —dijo Flinch poniendo los ojos en blanco—. Son mensos. —Se llevó a la boca otra tostada con queso.
—Primero Flinch, mastica antes de hablar —regañó Eleonor con desagrado—, y segundo, los Hufflepuff son muy buenos en Quidditch. Richard Mcnoland te pateó el culo en el partido de fin de año.
Flinch se mordió el labio y enarcó las cejas.
—¡También a ti, mensa! Tú y yo jugamos en el mismo equipo.
—Sí, pero a mí no me molestó, porque yo siempre admití que él es un gran cazador —dijo Eleonor con aires de superada y cruzándose de brazos.
—En los entrenamientos de Quidditch los Hufflepuff van a estar súper entusiasmados después del triunfo del año pasado —supuso Rosé. Tenía la mirada gacha y demostraba una actitud reacia y algo melodramática—. ¡No podemos dejar que nos vuelvan a ganar! —exclamó.
—Ni que lo digas. Deberíamos entrenar después de hora los sábados, porque no pienso volver a perder contra el fresita de Richard.
—Yo no hablaría mal de Richard, es súper amiguis de Albus —dijo Rosé con tono burlesco, y esbozó una carcajada fuerte que resonó por cada rincón del comedor. Miró a Albus directamente y se dio cuenta de que estaba con la mirada fija en la mesa de los Ravenclaw. Rosé guardó silencio mientras observaba hacia dónde se dirigía exactamente la mirada de su mejor amigo… Y no le sorprendió ver que hacia Antonio—. ¡Albus! —lo llamó. Albus la miró de repente—. ¿Qué te pasa? Parece que estás en otra galaxia.
Albus se enderezó. Los tres estaban mirándolo de manera extraña.
—Nada —dijo Albus muy bajito, casi inaudible. Sujetó la taza y acabó por completo su café.
Luego de la merienda, que duró alrededor de veinte minutos, los cuatro fueron a la biblioteca para hacer la tarea que los profesores les encargaron en clase.
Empezaron con Encantamientos y, cuando terminaron, Rosé le dio a Albus lo que ella había anotado en Aritmancia esa misma mañana, con la profesora Miriam Hux.
Albus le agradeció y enseguida empezó a transcribir. La letra de Rosé era clara y armoniosa, eso le facilitaba mucho las cosas.
Pasadas las siete regresaron a la casa común.
Rosé se puso a leer un libro de Historia de la Magia porque quería adelantarse a lo que pudiera preguntarles la profesora en clase al día siguiente. Flinch y Eleonor, en cambio, se unieron a un grupo de chicos que estaba jugando ajedrez alrededor de la mesa pequeña del centro. Albus, por el contrario, se había puesto de pie enfrente de la ventana y miraba hacia afuera, a la oscuridad.
—¿Quieres jugar, Al? —le preguntó Eleonor.
—No —respondió aquel—. Gracias. —Se metió las manos en los bolsillos y siguió contemplando la noche, los grillos cantaban fuerte y el croar de las ranas cerca del acantilado llegaba a oídos de Albus en su totalidad. La luna brillaba en lo alto del cielo; resplandecía como una esfera plateada sobre un mar de estrellas. De repente divisó algo que se acercaba a toda velocidad en medio de la bruma de la noche—. ¿Fawkes…? —El ave fénix fue directo hacia donde él estaba y se posó sobre la ventana de la torre de Gryffindor con tanta elegancia que apenas dio la sensación de que venía de hacer un recorrido de más de cien kilómetros—. ¡Fawkes! —exclamó Albus entusiasmado. Quitó la traba de la ventana y lo dejó entrar.
El ave se posó sobre su brazo derecho. Albus desató la carta que llevaba en su pata y la guardó en el bolsillo delantero de su pantalón. Salió del cuarto común para llevar al fénix al cuarto de mascotas, donde se encontraban los animales de todos, y lo dejó dentro de su jaula.
—Prometo que te daré una recompensa mañana —le murmuró muy despacito.
El ave se quejó, pero estaba tan cansado que apenas cerró los ojos se quedó profundamente dormido. Ni el crujir que hizo Albus al cerrar la puerta para salir logró despertarlo. Caminó por los pasillos de regreso a la torre y justo antes de subir las escaleras se detuvo. Buscó en su pantalón, sujetó el sobre y aprovechó la luz que proveía la lámpara del pasillo para leer la carta:
Albus:
Hola, hermano. Saber que llegaste bien me reconforta. Aquí acaba de pasar algo impensado. Fui a la habitación de Ariana esta mañana y estaba sentada en la cama esperando a que yo le llevara el desayuno. ¡Es la primera vez que la veo hacer eso! Lo que te cuento es algo mínimo, pero es un gran avance.
En cuanto a mamá, todo sigue igual. Pude retirar dinero del banco y con eso le pagué a un médico que vino a hacerle una revisión la semana pasada. Dijo que su estado era bueno y que iba a venir una vez por semana a hacerle una revisión.
En cuanto al chico nuevo que me mencionas, algo leí en El Profeta acerca de un alumno de Durmstrang que se cambió a Hogwarts. Supongo que debe ser difícil adaptarse en el último año. Pensé que estaba en grados menores, por suerte solo tendrá que soportar a Norbit un año. Bueno…, eso si no se vuelve uno de sus amigos.
Intentaré enviarte una carta lo más seguido que pueda. Ah, y la próxima por favor no me menciones nada de los banquetes de Hogwarts, es algo que de verdad extraño y me agarra hambre cuando lo leo y, por más que tenga los galeones en el banco para comprar para cocinar, jamás tendré la mano de esos elfos domésticos.
PD: también te quiero y te extraño. Y estudia mucho (aunque algo me advierte que no hace falta que te lo mencione).
Nos leemos pronto. Cuidate.
Una sonrisa se dibujó en su rostro al terminar la carta, sin embargo la alegría se esfumó al oír pasos acercándose por el fondo del pasillo.
—¡Vaya, vaya! —dijo Christian Arssen acomodándose el cuello del uniforme—. Miren quién está aquí…: ¡el mejor alumno de Hogwarts!
—Ya, Chris —exclamó Albus rodando los ojos. Aunque el halago le había caído bien y lo había hecho sonreír—. Por un instante creí que eras Ludovico. Me paralicé.
—Eres su favorito —dijo el prefecto de Gryffindor, encogiéndose de hombros—. Él jamás te regañaría. —Albus reflexionó sobre eso. Si bien era cierto que tenía una relación muy amena con el jefe de su casa, no significaba que Ludovico le permitiera hacer lo que quisiera. La estima hacia sus alumnos definitivamente no era algo que a Ludovico le nublaba el juicio—. Por cierto, ¿qué haces aquí a esta hora? ¡Acaban de comenzar las clases, Albus! Todavía es pronto para meterse en problemas.
—Ya sé. Vine a dejar a Fawkes. Acaba de llegar de un vuelo largo y lo noté súper cansado. Vine solo a ponerlo en su jaula. —Se sujetó de la baranda de la escalera y fue subiendo de a poco.
—Okey, pero no vayas a andar paseando para conseguir agua y comida a esta hora. Ya es tarde.
Albus asintió.
—Ya me voy a dormir —sonrió—. Hasta mañana, Chris.
Christian soltó un bostezo que duró varios segundos, al contrario de Albus él sí tenía que quedarse despierto toda la noche para controlar que los pasillos estuviesen libres de niños curiosos, sobre todo los de primero, que acababan de descubrir el castillo y amaban curiosear sin la guía de un adulto.
Albus subió las escaleras hacia la sala común. La mayoría de sus compañeros ya se había ido a dormir y, por esa causa, se habían apagado muchas de las velas. Se fijó en su alrededor: Rosé no estaba, solo quedaban Eleonor y Flinch. Estaban debatiéndose una jugada de ajedrez que, a juzgar por el cansancio de ambos, parecía la última.
Albus se sentó frente a la chimenea y disfrutó por diez minutos del calor que emanaba de las brasas ardientes. El sueño, poco a poco, fue apoderándose de él, así que se puso de pie y se fue directo a la cama.
Al día siguiente, cuando se hicieron las 8 de la mañana y fue momento de entrar a la clase de Historia de la Magia, los alumnos de Ravenclaw se ubicaron del lado izquierdo del salón y los de Gryffindor del derecho. Hubo mucho bullicio hasta que finalmente ingresó al aula la profesora Carlota Centurión, una mujer entrada en años, gorda y con aspecto dulzón y hogareño.
Albus ya la conocía bien de años anteriores y sabía que Carlotta le guardaba el mismo cariño que él a ella. Siempre sacaba dieces en sus exámenes. Se sintió cómodo con su presencia y se metió en tema enseguida.
—Hola a todos —saludó la profesora Carlotta Centurión con una sonrisa agradable y amena. Llevaba una pila de pergaminos enrollados en los brazos. Los dejó arriba del escritorio y se centró en la clase—. ¡Qué bueno verlos de regreso! A juzgar por sus caras he de imaginar que ustedes también estarán contentos de que este sea su último año y vayan a graduarse. —Los alumnos festejaron con alaridos tan fuertes que la profesora tuvo que pedir silencio—. Supongo que ya deben haber pensado a qué van a dedicarse cuando terminen el colegio, ¿no? —Hubo miradas de todo tipo—. Levanten las manos quienes lo tienen claro.
Apenas cuatro alumnos lo hicieron. Los demás se dedicaron miradas suspicaces.
—Albus… —dijo la profesora cuando vio que la mano más firme en lo alto era la suya—. No sé por qué no me sorprende. —Carlota sonrió, sin embargo muchos de los que estaban ahí se sintieron ofendidos por la diferencia que la profesora hacía cuando se trataba de los Gryffindor—. Cuéntanos.
Albus sintió algo de pudor. Tenía las miradas de mucha gente encima.
—Bueno, me gustan todas las materias sinceramente, pero creo que Transformaciones es mi favorita.
—Eres un gran alumno. No hay nadie a quien imagine desempeñándose mejor que tú —concluyó Carlotta. Albus llegó a ver las caras de los Ravenclaw, sobre todo la de Melissa, que enseguida rodó los ojos y lanzó unas risitas por lo bajo.
Rosé y Albus se miraron y enarcaron las cejas.
—Rosé, querida —continuó la profesora sin darle mayor importancia a los comentarios de los demás—. Cuéntanos, ¿qué es lo que tú vas a hacer?
Rosé no lo pensó ni un segundo.
—Ministra de magia.
Se escuchó un tosido seguido por una risilla burlesca que retumbó por cada rincón del aula. La profesora lanzó una mirada desaprobatoria hacia el lado izquierdo del salón, más precisamente donde estaban sentados Melissa y Antonio.
—Cuéntanos, Rosé —continuó Carlotta, sin prestarle mayor atención a los Ravenclaw—. ¿Por qué te gustaría ser ministra de magia?
—Bueno… —murmuró Rosé tímidamente. Luego de haber escuchado esa clara muestra de desprestigio por parte de los Ravenclaw, ya no sentía la misma seguridad que antes—. Supongo que porque siempre amé las leyes y… —dijo cabizbaja—, tengo la convicción de que hay demasiadas situaciones injustas que nos rodean.
—¿De verdad? —dijo la profesora con interés genuino—. Danos un ejemplo —incitó.
La clase entera quedó en silencio mientras Rosé pensaba con detenimiento lo que diría. Albus esperaba que no se delatara frente a todos al exponer sus más desarraigadas creencias. Él sabía de antemano que Rosé estaba en desacuerdo con muchas cosas, y sobre todo con procedimientos escolares. Pero más valía que no los contara en clase o podría llegar a enfurecer a la profesora.
—Bueno, por ejemplo… —comenzó Rosé—, me gustaría cambiar la ley que nos obliga a usar determinada varita. Si bien es cierto que al ser niños no tenemos los conocimientos ni el carácter determinado para elegir, y podemos dejarnos escoger por la varita, también es cierto que a medida que pasan los años nuestras personalidades cambian y también nuestros conocimientos. Poder escoger una nueva varita debería ser un derecho. Por ejemplo, yo he estudiado varios hechizos en el verano, pero como mi varita no está preparada para conjurarlos no puedo hacerlos correctamente.
—¿O será que no puede por otra cosa? —dijo Melissa inmediatamente y tan fuerte que toda la fila de los Ravenclaw comenzó a reírse, aunque algunos como Antonio miraron hacia otro lado y no participaron.
—Ya basta… —Esta vez Carlotta debió recurrir a un leve regaño. Miró a Melissa con severidad y regresó su mirada a Rosé, quien estaba ligeramente afectada. Sus mejillas estaban sonrojadas y su mirada, al contrario de siempre, estaba baja y desanimada—. Estoy segura de que si practicas con la misma varita más duramente y con mayor intensidad, la varita acabará respondiendo a tus deseos. No estoy segura de si debes cambiarla. —Se giró hacia la izquierda y miró duramente a Melissa—. Ya que tanto se ríe de sus compañeros, señorita Jahnz, ¿por qué no nos cuenta usted a qué va a dedicarse? —sugirió Carlotta—. Por lo que nos deja ver, lo tiene más que claro.
Melissa enarcó una ceja y sonrió de lado levemente. No lucía afectada por la incitación de Carlotta. Cuando habló, lo hizo con seguridad.
—Voy a seguir la tradición de mi familia; quiero ser cazadora del equipo nacional de Quidditch.
A Albus no le sorprendió para nada el deseo de Melissa. Todos sabían que su padre, madre y hermana mayor habían participado de las ligas nacionales de Quidditch después de graduarse en Hogwarts. Era cuestión de tiempo para que Melissa decidiera seguir el camino marcado por su familia y, la verdad sea dicha, Albus estaba seguro de que le iría de maravillas, era muy buena voladora y hasta creía él que también tenía talento para desempeñarse como buscadora, si ella quisiera. Melissa tenía los reflejos más rápidos de todo el equipo de Ravenclaw y también de toda la escuela.
—Supongo que su familia siempre ha tenido muy marcada la vena deportiva —comentó la profesora Carlotta—. ¡Me parece perfecto que siga ese linaje! Solo intente ser más respetuosa con sus compañeros o no tendrá muchos amigos, señorita Jahnz.
Sus compañeros empezaron a reír. Ella se cruzó de brazos y simplemente esbozó una mueca poco amena.
La profesora le preguntó al último alumno que había levantado la mano: Josep Fled, un chico de Ravenclaw que declaró sus ganas de formar parte del equipo de cuidado de las criaturas mágicas en occidente. Albus no le había prestado atención antes, pero parecía un chico tranquilo, aunque muy tímido. Enseguida se puso colorado cuando empezó a hablar y todos lo miraron y, al parecer, la profesora se dio cuenta de eso, así que intentó ser lo más breve posible para no dejarlo en evidencia.
—Bueno —prosiguió Carlotta—, como ya les dije en años anteriores, es obligatorio saber lo que hicieron nuestros antepasados, solo de esa manera no volveremos a repetir los mismos errores en el futuro. Sin embargo, aunque la historia sea hermosa y muy nutritiva, reconozco que a veces puede ser un poco… tediosa. —Todos asintieron con conocimiento de causa. Después de todo, habían tenido Historia de la Magia desde primero—. Algunos temas son extensos y pesados, como el que debemos tratar hoy. Así que se me ocurrió que sería buena idea juntarlos en parejas. —La gran mayoría se mostró muy feliz con la noticia, hasta que Carlotta soltó un muy desenvuelto—: Pero yo seré quién los elija. —La cara de Albus pasó de una súper entusiasmada a una desconcertada. Miró de reojo a Rosé, que parecía igual de despavorida que los demás—. Levántense todos, por favor. —Albus arrugó el entrecejo e hizo caso a las órdenes de la profesora. En menos de cinco minutos estaban todos de pie en el aula y parados frente a la única pared libre. Carlotta empezó a llamarlos de a dos—: Jésica Willmortn y Aaron Evans, siéntense en el escritorio que está en medio de la fila de la izquierda. —Jésica y Aaron hicieron lo ordenado—. Eleonor Schiavi y Flinch Montero ubíquense en el primer escritorio de la fila del medio.
Eleonor y Flinch se miraron con disgusto, y no porque les tocara sentarse juntos, de hecho había sido así desde primero, ya se conocían bien y eran amigos. Pero esta vez la profesora los había mandado a sentarse en la mesa del frente de todos, y eso les desagradaba por igual a ambos.
—Rosé Guardavián y Melissa Jahnz. —Albus abrió los ojos como platos cuando Carlotta pronunció esos dos nombres juntos. Miró de reojo a Rosé y Melissa quienes, además de shockeadas, lucían perturbadas—. Van a sentarse en el primer escritorio de la fila de la derecha.
Melissa, que era mucho más expresiva que Rosé, lanzó un bufido sonoro y puso los ojos en blanco. Caminó a zancadas hacia el escritorio. Rosé, por el contrario, se había quedado paralizada en su lugar. Le costó procesar lo que estaba pasando. Se acercó a la profesora y balbuceó:
—¿Cuánto va a durar esto? —No logró que la pregunta sonara menos insultante para Melissa, que enseguida se cruzó de brazos y enarcó una ceja mientras se mordía el labio inferior.
—No creas que me gusta esto tampoco —dijo Melissa con fastidio, y de inmediato miró hacia otro lado.
—Lo que les lleve terminar con el trabajo de investigación que estoy a punto de darles —dijo la profesora sonriendo y, sin darle mayor importancia, continuó—: Albus Dumbledore y Antonio Munrich—. Albus quedó perplejo y apenas pudo vacilar. Miró de reojo a Antonio, quien parecía no estar ni feliz ni triste por la noticia de tener que compartir escritorio con alguien ajeno a su casa. Como si le diera igual—. Ubíquense en el escritorio central de la fila del medio.
Ambos así lo hicieron. Albus sintió nervios casi al instante de haberse sentado y de que su brazo rozara sutilmente el brazo de Antonio. No fue fácil para él disimular la sonrojez que se había apoderado de su cara casi de inmediato, ni tampoco el hecho de que estaba tan nervioso que pensaba que no podría ni hablar sin decir una tontería.
Carlotta continuó ubicando a los alumnos en parejas hasta terminar con todos, solo entonces regresó a su escritorio, sujetó una tiza y empezó a enumerar las consignas para el trabajo de investigación que tendrían que hacer en equipo: la primera pregunta Albus creía tenerla clara: "¿Cuándo comenzó la domesticación de los elfos domésticos y qué característica típica de estos individuos facilitó su redención ante los magos y las brujas?". La segunda pregunta era un poco más compleja: "¿qué linaje familiar adoptó primero a los elfos y por qué?" Y la tercera y última: "¿Cuándo fue que el servicio de los elfos empezó a usarse en instituciones de carácter público?".
Mientras escribía con ayuda de su pluma, Albus miraba de reojo a Antonio.
—Bueno, eso es todo —dijo la profesora. Apoyó la tiza sobre el marco de la pizarra y aclaró algunos pormenores del trabajo de investigación que tendrían que hacer en base al tema de los elfos domésticos—. Van a trabajar en grupo tres clases seguidas. El 17 de mayo tendrán que darme sus escritos y el 24 expondrán frente a sus compañeros lo que hayan investigado. Tienen un mes para realizar este trabajo, así que… no se duerman en los laureles. —Sonrió, y eso fue todo para que terminara la clase.
Todos se pusieron de pie mientras el aula se convertía en un bullicio insoportable. Los alumnos empezaron a guardar sus apuntes, sus pergaminos, sus libros y las plumas junto con los tinteros. La profesora juntó sus cosas y salió del salón luego de saludarlos.
Albus husmeó de reojo a Antonio.
—Bueno… —dijo este—, ¿cómo quieres hacer? ¿Nos juntamos en la biblioteca el fin de semana? —Albus estaba tan nervioso que apenas musitó para contestar. Asintió con la cabeza—. Perfecto —dijo el Ravenclaw, y se despidió con un gesto. Caminó hacia donde estaba Melissa y juntos salieron del salón.
