Fic participante en la dinámica de Equinoccio de Anyara Taisho.
Este Fic se lo quiero dedicar a una de mis artistas favoritas Hullo Yokai, por permitirme utilizar su arte en cada una de las ocurrencias que he tenido.
Entre Flores de Cerezo
Amaba la primavera. A partir del equinoccio, los días serían más largos, dándole el tiempo de disfrutar la luz del sol en su apogeo. Podía darse el lujo de salir temprano en la mañana a recolectar unas cuantas hierbas, entrenar un poco con el arco y regresar lo suficientemente temprano cómo para preparar el desayuno.
Cuando estaba en su época, Kagome no se consideraba una persona madrugadora, pero ahora, despertaba sin dificultad cuando los rayos del sol se asomaban por el noren de su puerta.
Por lo general, Kagome acostumbraba levantarse unos cuantos minutos antes que Inuyasha, pero esa mañana, el espacio junto a ella estaba vacío.
—¿Inuyasha? —lo llamó, tratando de averiguar si su pareja se encontraba cerca, pero no recibió respuesta.
Decidió no preocuparse mucho, si hubiera pasado alguna emergencia, el no dudaría en despertarla; por lo que se dispuso a comenzar su día como siempre.
Se colocó su ropa, asegurándose de amarrar correctamente las cintas de su hakama, una extraña rutina a la que se había acostumbrado desde que regresó a la época feudal. Por un momento, extrañó su ligero y refrescante uniforme con el que solía vestir, pero, a decir verdad, la ropa de sacerdotisa era muy práctica y le daba cierta libertad para hacer sus labores sin preocuparse de andarse cuidando de miradas indiscretas.
Caminó tranquila entre las cabañas ya conocidas de los aldeanos, algunos despertando junto con ella para comenzar sus labores, otros aun descansaban tranquilamente; cómo sus amigos, quienes sabía despertarían por allá de las ocho de la mañana, ya que sus pequeños los desvelaban en muchas ocasiones.
Ese día recogería algunos rizomas de jengibre. Habían unas cuantas chicas en la aldea que la buscaron para calmar un poco el malestar estomacal provocado por los cólicos, y tenía la certeza que un té de la raíz de temporada las ayudaría con ello.
A pesar de estar casi a finales de marzo, ese año había disfrutado de un buen clima para sus cosechas, por lo que pudo plantar algunas cosas antes de que empezara la primavera, sin temor que el frio o las lluvias dañara su plantío.
Kagome tenía un pequeño espacio de cultivo cercano al rio. Inuyasha y Kirara le ayudaron a labrarlo con facilidad. Ese recuerdo siempre la hacía sonreír, ya que Inuyasha pensó primero en preparar la tierra con un viento cortante, una manera muy peligrosa para arar un cultivo de una hectárea.
Se acercó a su campo, dirigiéndose al área dónde se encontraban las hortalizas. Ahí se podía observar a la perfección los pequeños tallos que crecían de un precioso color verde del suelo. Sonrió satisfecha; el cultivo se había dado a la perfección.
Kagome se dispuso a recoger los pequeños rizomas, pero mientras levantaba las mangas de su ropaje sintió una presencia conocida.
—Hoy estuviste muy madrugador—le dijo Kagome en tono juguetón al recién llegado.
—Estaba preparando algo—le confesó con el mismo tono de complicidad—. No te ensucies las manos—la detuvo cuando planeaba continuar su charla mientras cosechaba—. Hoy quiero enseñarte algo.
—¿A sí? —le preguntó con honesta curiosidad—¿Qué quieres mostrarme?
Kagome sonrió emocionada, pero cuando el le enseñó una tela brillante blanca y larga, comprendió el por qué no quería que ella se ensuciara sus manos.
—¿Es seda? —le cuestionó curiosa viendo la preciosa tela. Se preguntaba si sería un listón grueso para el cabello, o un Han eri sin doblar adecuadamente.
—No lo sé—respondió el con honestidad—. Lo conseguí gracias a que ayudé a mover algunos materiales pesados a un vendedor—. Lo escogí por que la tela es muy agradable.
—Es un lindo regalo—respondió Kagome con una dulce sonrisa.
—Tontita—le dijo Inuyasha con un tono burlón; Kagome arrugó la nariz ante lo dicho, a pesar de ser una pareja hecha y derecha, el seguía molestándola con esa clase de adjetivos—. Esto no es lo que quería mostrarte— continuó él—. Esto es para vendarte los ojos.
—¡¿Q-qué?!
Inuyasha le dio media vuelta para quedar detrás de ella. Tomó la tela blanca y vendó los ojos de Kagome con delicadeza, asegurándose de que no quedara demasiado ajustado el nudo.
—¿Puedes ver algo?
—No—dijo ella entre risa nerviosa.
—¿Segura? —le preguntó juguetón—No quieras arruinar la sorpresa.
—De verdad, no puedo ver nada.
—Perfecto—dijo el girándola y colocándose de espaldas—. Sube a mí—le indicó mientras se agachaba un poco—, con cuidado.
Kagome tanteó con sus manos la espalda de Inuyasha, encontrando fácilmente sus hombros. Se acomodó con facilidad en la espalda tan conocida de su pareja. Inuyasha la sujetó por los muslos, y cuando la sintió recargarse por completo en él, comenzó a correr a una dirección específica.
—¿Así que tendremos todo el día solos?
—Esa es la idea—confirmó Inuyasha con una sonrisa cómplice.
Kagome sonrió emocionada, a pesar de no poder ver el camino que recorrían, se sentía relajada al recargar el rostro sobre la espalda de su amado, mientras escuchaba su corazón latiendo y su respiración un poco acelerada. Le encantaba eso, tener momentos a solas con él.
No pasaron muchos minutos, cuando Inuyasha detuvo su andar. Se agachó con cuidado para que Kagome pudiera poner los pies en la tierra.
A pesar de tener los ojos vendados, Kagome pudo distinguir una fragancia característica qué le dio un preludio del lugar en el que se encontraba. Olía dulce y amaderado, con toques ligeros a almendras y flores, un aroma tan característico de la temporada. Lo sabía, estaban entre árboles de Sakura.
—¿Lista? —preguntó Inuyasha detrás de ella. Una de sus manos se apoyó con confianza sobre su cintura, mientras la otra liberaba con soltura la tela que le cubría la vista—. Espero te guste—le susurró.
Su vista tardó un poco en acostumbrarse a los brillantes rayos solares que se colaban entre las copas de los árboles, sin embargo, el hermoso tono rosado le llenó las pupilas recordándole el resplandor de sus flechas. La hermosura de los árboles de Sakura en esa época era incomparable, al contrario de lo que siempre se veía en el futuro, los árboles en ese bosque no estaban plantados de una manera lineal y organizada; si no que crecían con libertad irregulares y bellos.
Estando en medio de aquel maravilloso paisaje, la vista hacia el cielo era interrumpida por los pétalos rosáceos que se mecían con el leve movimiento del viento.
—¡Es hermoso!—susurró encantada—. ¿Cuándo florecieron? —le preguntó a su acompañante.
—Hace dos días—respondió el sonriente—. Me hubiera gustado traerte antes, pero quería tener todo preparado.
—¿A qué te refieres?
Sin responderle, Inuyasha saltó sin dificultad a una rama de los tantos árboles ahí presentes. Tomó un pequeño saco de tela que estaba escondido entre las flores y bajó nuevamente junto a Kagome.
Desabrochó las sogas que cerraban el morral, sacando primero una amplia tela de algodón que extendió sobre el suelo boscoso. Ahí, sacó con cuidado un par de cajas tejidas que contenían el desayuno preparado con anticipación.
—Ven—la invitó a sentarse sobre la suave tela.
Kagome aceptó gustosa la invitación, sentándose junto a su amado. Inuyasha terminó de vaciar su bolsa al sacar un par de pequeñas tazas de cerámica para té y una cantinflora que tenía que tomar con ambas manos. Le entregó una de las tazas a Kagome, mientras vertía con cuidado el té que aún se mantenía caliente.
Kagome observaba cada detalle con fascinación.
—¿Preparaste todo esto tu sólo? —le preguntó orgullosa dando un sorbo a su bebida, mientras Inuyasha servía su propia taza.
—Sí—respondió feliz—. Bueno, Sango me aconsejaba de vez en cuando con los ingredientes, pero preparé y conseguí todo por mi cuenta—dijo emocionado.
Tenía una sonrisa hermosa, que seguramente la cautivaría por el resto de su vida. Estaba tan feliz por cada detalle que le era muy difícil expresarlo sin que la voz se le cortara por la emoción. Inuyasha no era de los hombres que expresaban su amor con palabras las veinticuatro horas del día, sin embargo, sus acciones le demostraban todo el cariño que sentía por ella.
Sabía perfectamente que ella lo había amado mucho antes de que él la amara a ella. Sin embargo, no pondría en duda jamás los sentimientos que ahora el albergaba, y eso la conmovía.
—Me encanta—dijo Kagome tratando de controlar su voz por la felicidad—. Todo esto—agregó mientras lo tomaba de la mano—. Muchas gracias, Inuyasha.
El rostro de Inuyasha se enrojeció ante la mirada cariñosa que le daba Kagome.
—Me alegro que te guste—comentó apenado, pasando su mano nervioso por su cabello—. Quería prepararte algo especial, al menos una vez.
—Inuyasha—le llamó la atención con ternura—. Cada momento junto a ti es especial para mí—Kagome sintió que las palabras se le quedaban atoradas en la garganta al traer a su memoria aquellos tres años en los que estuvieron separados—. Después de todo—dijo con voz entrecortada—, creí que jamás volvería a verte.
Inuyasha apretó la mano que aún lo sostenía en complicidad ante lo dicho.
En ocasiones, aún tenía pesadillas en dónde Kagome desaparecía entre sus brazos, dónde temía que su regreso fuera sólo un invento de su mente, horrorizado con la idea de despertar en la soledad junto aquel pozo vacío.
Comprendía a la perfección cada palabra dicha por ella, ya que él se sentía igual.
—Todos los días junto a ti son especiales— tuvo que tomar una pausa para poder continuar y no sofocarse con el llanto contenido—, y agradezco cada uno de ellos.
A pesar de intentar controlar sus emociones, Kagome no pudo evitar que algunas lágrimas le recorrieran las mejillas. Casi se cumplía un año desde su regreso, pero el miedo y el dolor que sintieron al estar sin el otro aún les calaba en lo más profundo del corazón.
Temían algún día separarse nuevamente.
—Lo siento por esto—dijo Kagome cuando Inuyasha estiró su mano para limpiarle las lágrimas de las mejillas—. No quise arruinar la sorpresa, esto es muy hermoso.
—Calla—la detuvo—. No arruinaste nada—dijo cuando terminó de secar su rostro. Inuyasha la tomó de la barbilla e hizo que lo mirara—. Yo me siento igual—le confesó con una cálida mirada de comprensión.
Kagome lo observó detenidamente con una sonrisa formándose en sus labios, amaba cada parte de ese hombre, sus cualidades, sus defectos y esos hermosos ojos dorados que la cautivaban.
Quiso besarlo.
Seguramente sus ideas se vieron reflejados en su rostro, puesto que la mirada de Inuyasha se desvió consciente a sus labios por un momento, antes de volver a mirarla a los ojos.
Un gesto tan conocido para ambos.
No hacían falta las palabras. El movimiento de sus rostros era tan natural, se acercaban con una sincronización tan perfecta, que podría pensarse que estaban acostumbrados a besarse desde hace mucho tiempo.
Un movimiento sutil entre ambos. La ligera caricia de sus labios les encantaba, el cosquilleo que comenzaba en sus bocas y les recorría por todo el cuerpo.
Kagome llevó una de sus manos a la mandíbula de su amado. Le encantaba sentir el movimiento de la misma mientras la besaba. Aquellos músculos se contraían entre sus dedos, los cuales se deslizaban juguetones a su cuello, permitiéndole sentir su pulso acelerándose junto con el de ella.
Inuyasha, por otro lado, gozaba de tomarla por la cintura. Casi siempre, como si se tratara de una rutina, sus manos se enrollaban posesivas en sus curvas. Inuyasha la atraía hacia él, pegando su cuerpo lo mas posible al suyo. Amaba tomarla y acomodarla entre sus piernas. Dependiendo del carácter de su beso, Inuyasha variaba su postura. Para los besos dulces, como el que disfrutaban de ese momento, el solía sentarla frente a el, ladeando un poco su cuerpo para besarla cómodamente.
Por otro lado, cuando sus cuerpos se daban el lujo de perderse entre sus instintos, le encantaba sentarla a horcajadas sobre el, permitiendo juntarse en de una manera que lo volvía loco. Independientemente del cómo comenzaran sus besos, Kagome siempre terminaba entre sus brazos.
—D-deberíamos comer—Kagome interrumpió sin muchas ganas el beso, percatándose que la comida había quedado al descubierto para los pequeños insectos que rondaran por el bosque.
Inuyasha chasqueo la lengua, disconforme con la propuesta, mientras nuevamente cerraba el espacio entre ambos para besarla con más entusiasmo.
—Espera—dijo ella entre risas interrumpidas por los labios del muchacho—. Realmente quiero probar tu comida—agregó mientras colocaba su mano sobre la boca de él, deteniéndolo por completo de su intento de convencerla.
—Desearía no haber traído comida— susurró él con voz ronca.
Kagome se sonrojó, consiente de las intenciones plasmadas por Inuyasha. Sinceramente no podía decir que la propuesta no le interesara, pero sería un desperdicio si no disfrutaban de aquella comida que él había preparado con tanta anticipación.
—Comamos primero—dijo Kagome acomodándose completamente de espaldas a él, recargando su espalda por completo sobre el pecho de Inuyasha.
Tomó una de las cajas que contenía el desayuno, tomó un poco de arroz, un trozo grande de salmón y se lo llevó a la boca, disfrutando de como la carne del pescado se desmenuzaba en su boca. Suave y deliciosa.
—Está exquisito—dijo ella tomando entre sus palillos otra porción, pero en esta ocasión elevó los brazos para acercar el bocado a Inuyasha.
El la obedeció, dejando que ella lo alimentara.
Comieron un par de bocados, disfrutando de la vista que las flores de cerezo les otorgaba. Un paisaje rosáceo que les traía cierto ambiente acogedor.
—Kagome…—vaciló después de dar un trago al té que Kagome le estaba ofreciendo.
Ella no respondió, pero giró un poco el rostro para verlo con duda, animándolo a continuar.
—Hay un tema del que quisiera hablar.
—¿Qué ocurre? —preguntó preocupada al ver el semblante serio de Inuyasha.
—Hemos estado —se detuvo al intentar encontrar las palabras adecuadas para expresar aquello que recorría por su mente desde hace algunos meses. Aclaró un poco su garganta antes de agregar: —juntos.
Kagome alzó una ceja ante la aclaración que no le explicaba el punto al que quería llegar.
Inuyasha, con cierta pena por hablar sobre ello continuo: —Dormir juntos, de la manera tan descuidada en la que lo hemos estado haciendo…es algo peligroso— sintió el cuerpo de Kagome tensarse, y alejarse un poco de él.
—¿Qué quieres decir? —le cuestionó ella con un ligero tono de preocupación y molestia.
Su primera noche juntos había sido hace algunos meses. A pesar de considerarse ambos inexpertos en el tema físico, la teoría y los instintos les ayudaron a desenvolverse. Cuando regresó, después de esos tres años separados, todo había sido besos y abrazos tiernos, cargados de cariño y anhelo. Pero los últimos meses, habían profundizado aún más en su intimidad.
Todo había sido maravilloso para Kagome, por lo que no comprendía el por qué de las palabras de Inuyasha. Lo miraba expectante, tratando de no dejarse llevar por sus emociones y reprocharle al hombre que la abrazaba.
—Si continuamos de esta manera—expresó con dificultad Inuyasha, con la voz un poco entrecortada tras sus nervios—podrías terminar embarazada.
Las palabras habían salido, y sus miedos fueron expresados. Estaba hecho.
El entendimiento llegó rápido a Kagome. A pesar de sentir cierta inconformidad con el pensamiento de su pareja, podía entender a la perfección los miedos arraigados en él. Después de todo, la vida de Inuyasha siendo un hanyo no había sido sencilla.
Pero Kagome no tenía ese miedo. Al menos no al respecto de los niños que le encantaría tener junto con él. Había fantaseado con eso durante todos los años que estuvieron separados, imaginando entre sus brazos un pequeño que resultara del amor entre ambos.
Sabía que el mundo aún podía ser cruel, pero por ello luchaban todos los días. Poco a poco iban cambiando; y el ejemplo perfecto era la aldea en la que vivían. Antes corrían temerosos de Inuyasha, y ahora lo buscaban para refugiarse en su amabilidad y fuerza.
—Yo amaría quedar embarazada—confesó Kagome mirándolo con seguridad. Ella jamás dejaría que el tuviera alguna duda de sus sentimientos hacia él, o a sus posibles hijos.
El rostro de Inuyasha se contrajo de la duda. Sus cejas se fruncieron un poco y los ojos le brillaron con pequeñas lágrimas que se reusaban escapar. Mordió su labio inferior, mientras pensaba como expresar de una mejor manera la maraña de sentimientos que tenía encima.
—Kag, no creo que seas consiente de lo que conllevaría—dijo el mirando a lo lejos, huyendo de la mirada que ella tenía sobre él—. Un hijo mío no solo tendría que pasar por el mismo odio que yo pasé, si no que también será indiscutiblemente más débil.
Tomó un poco el aire, recordando todos aquellos momentos en los que estuvo en peligro y que tuvo la suerte de sobrevivir sólo por su sangre demoniaca. Un hijo suyo sólo tendría la mitad de poder que él, por lo cual estaría en un mayor peligro.
—Inu, ¿me consideras alguien débil? —preguntó Kagome conociendo la respuesta.
—¡Por su puesto que no! —respondió el casi cómo un regaño—Pero las cosas son…
—¿Y por qué crees que sería diferente con nuestro hijo? —le regañó de vuelta— ¿Tu crees que nuestro hijo estaría desprotegido teniéndonos a nosotros dos? ¿Teniendo a nuestros amigos?
Inuyasha se quedó sin palabras.
—Es posible que pueda sentirse discriminado— confirmó parte de su miedo Kagome— Pero estaremos ahí para cuidarlo, hasta que sea lo suficientemente fuerte cómo para cuidarse a sí mismo.
—Me aterra—confesó Inuyasha.
—El miedo es normal— reafirmó Kagome, girándose un poco más para poder tomarlo del mentón y obligarlo a mirarla—. Puedes preguntarles a Sango y Miroku sobre eso, estoy segura que ellos también estaban aterrados—los ojos de Inuyasha vibraban mientras la observaba, queriendo confortarse ante las palabras que ella le otorgaba.
Kagome se acercó más a él, depositando un beso ligero sobre sus labios y pasando sus brazos por sus hombros.
—No estoy diciendo que tengamos bebés ahora— dijo sonriendo, al sentir los músculos de sus hombros relajarse un poco— Solo no quiero perdernos de una experiencia tan maravillosa, por un miedo que podemos superar todos juntos. Cómo siempre lo hemos hecho.
Inuyasha sonrió y la abrazó por la cintura. Enterró su rostro entre su hombro y su cuello, perdiéndose entre el olor de ella que siempre lograba tranquilizarlo.
—Tengo la certeza que juntos crearemos un lugar seguro para ellos—decretó Kagome abrazándolo con más fuerza contra ella, causando que Inuyasha riera un poco entre sus brazos.
—De acuerdo—reafirmó el—. Lo haremos juntos.
*FIN CAPÍTULO*
Notas del capítulo:
1. En el Equinoccio, el día y la noche duran exactamente 12 horas. En primavera ocurre aproximadamente el 20-21 de marzo
2. En primavera y verano, los días (cuando el sol está presente) son más largos; en japón en primavera pueden durar hasta 13 horas, mientras que en verano duran hasta 14 horas.
3. Noren: Son cortinas de tela tradicionales japonesas que se cuelgan en habitaciones, paredes, puertas o ventanas a modo de separador.
4. Hakama: La Hakama es un pantalón tipo falda que se usa sobre el kimono. Es una pieza tradicional de ropa samurái.
5. Jengibre: conocido remedio para ayudar a los problemas digestivos y respiratorios.
6. Han eri: Conocido como medio cuello. Es una forma delicada y bonita de darle un nuevo estilo a un kimono. Se llama han eri o medio cuello porque solo ocupa la mitad del largo del cuello del kimono.
Quiero que disfruten de mis historias como yo lo hago con muchas de las de ustedes. Dejen sus sugerencias en sus comentarios.
Muchas gracias.
