DISCLAIMER: Los personajes de ésta historia NO me pertenecen, sólo a Rumiko Takahashi. La historia SÍ es de mi autoría.
MAÑANA DE OTOÑO
Estaba en problemas. Estaba en muy, muy serios problemas. ¡Qué va! ¡Estaba muerto!
—Ahora, ¿cómo voy a decirles…? —Estaba seguro de que no recibirían con agrado la noticia.
Caminó de un lado a otro, como animal enjaulado, mientras un par de ojos seguía sus movimientos.
—Tranquilo Inuyasha, no creo que mis tíos tomen tan mal la noticia. —Miroku trató de calmarlo con palabras que ni él mismo creía.
—No van a perdonar tan fácil mi estupidez —Comenzó a rascarse la cabeza con nerviosismo.
—Bueno, no te culpo, incluso hasta yo hubiera cometido tu estupidez — Rió divertido ante su insinuación, recibiendo como respuesta la mirada asesina de su primo.
—No me estas ayudando Miroku—. El enojo comenzaba a convertirse en desesperación.
—Inuyasha, soy la peor persona para darte un consejo sobre tu situación —Suspiró y continuó diciendo —Sólo puedo dar mi opinión desde mi perspectiva. Y vaya que me has sorprendido, nunca te he visto con tanto miedo. Y antes que protestes, entiendo la razón. No estás preocupado por lo que dirán tus padres, más bien, es por no saber cómo enfrentar un futuro que no planeaste, ¿no es así? —Finalmente Inuyasha tomó asiento frente a Miroku, asintiendo ante su pregunta, resignado.
—Tengo la mente hecha un lío, yo…— ¿Se atrevería a decirlo? Es más, ¿estaba dispuesto a aceptarlo? —Acabo de arruinar mi futuro. —Era la verdad, no estaba resultando nada como lo planeó. Había armado una grande y no sabía cómo afrontar las consecuencias.
—Me gustaría mucho decirte lo que debes hacer a partir de ahora, pero no está en mi en tomar la decisión. Sólo quiero que sepas, que sea cual sea el rumbo que decidas tomar, tendrás mi apoyo… —Hablaba muy en serio, sin embargo, había una sola condición y la dejaría muy en claro. —No obstante, si tu decisión la perjudica a ella, no cuentes conmigo —Por un momento se sostuvieron la mirada. Inuyasha comprendió y agradeció internamente por contar con alguien como su primo, no esperaba menos de él, podía confiarle su vida y la de sus seres amados.
—Y bien, ¿ella cómo lo está tomando?— Se acomodó en su asiento para observar mejor a su primo.
—Está igual o más asustada que yo. —admitió. Sólo de recordar sus lágrimas, el corazón se le encogía.
—Y… ¿No se supone, deberías estar con ella?— Le recrimino.
—No quiere verme— Suspiró con toda la aflicción que contenía.
Miroku comprendió porqué estaba tan deprimido. No sólo era por la naturaleza de su situación. Su mente seguramente estaría sacando conclusiones equivocadas.
—¡Maldición! ¡Soy un imbécil! ¡Todo es mi culpa! —Estaba perdiendo el control. —La he liado en grande y he arrastrado a Kagome conmigo —Miró a Miroku, se ahogaba en sus problemas.
—Calma Inuyasha, calma. —Le haría ver con mayor claridad las cosas, pensar negativamente no le ayudaría a solucionar nada.
—Veamos. Dime una cosa... El enamorarte de Kagome ¿lo consideras un error? —dijo perspicaz.
—¡Keh! Pero qué pregunta. ¡Claro que no!— dijo, casi insultado.
—Ahí lo tienes— Creyó que lo entendería al instante, pero su rostro confuso lo exaspero. Aún seguía teniendo una cabeza de chorlito.
—He estado desde antes que Kagome llegara a tu vida, ¡eras un desastre! Incluso me di cuenta de que estabas enamorado de ella antes que tú. También vi cómo ambos enfrentaron las consecuencias de tu pasado, ¡Dios! es una chica admirable, es la única que te ha soportado tanto. No me cabe la menor duda que esto sabrán enfrentarlo, como lo han hecho antes. —Se acercó más a su primo colocando una mano en su hombro —El amor que se tienen es increíblemente fuerte, no dejes que las dificultades te hagan pensar lo contrario— fijó su mirada en él, seguro de sus palabras.
—Pero ella no quiere verme. ¡Oh, Dios! Si tan sólo la hubieras visto. No dejó que la abrazara, me rechazó y salió corriendo. No quiero perderla, no ahora —Su aflicción conmovió a Miroku.
—Acabas de decir que está igual o más asustada. Estoy seguro que, como tú, debe estar culpándose, y el hecho de "rechazarte" no es porque ya no te ame, necesita su espacio y tú debes respetarlo, cuando ella esté lista te buscará— Le dio unas palmaditas tranquilizadoras.
—Me gustaría ser tan maduro como lo estás siendo tú en estos momentos— respondió con molestia fingida.
—Si yo estuviera en tu lugar, créeme, ya estaría huyendo hacia el otro lado del mundo —Ambos rieron porque sabían que era verdad.
—Sólo tengo curiosidad por algo —Las facciones de Inuyasha nuevamente se tensaron a la expectativa. —Además de asustado, ¿cómo te sientes con la noticia? — Esperaba que no se enfadara por su atrevimiento.
—A decir verdad, deseaba que ésto pasara, no ahora, pero sí estaba en mis planes —Sonrió con melancolía ante el futuro que ya no iba a suceder.
—Después de todo aún somos demasiado jóvenes, ni la universidad hemos comenzado— Era inevitable ponerse en el lugar de Inuyasha.
—Gracias Miroku, por escucharme y por hacerme ver mejor las cosas. Ahora estoy más seguro de lo que tengo que hacer— Una vez más, Miroku se impresionó por el cambio repentino de su primo. Estaba más calmado, la firmeza y seguridad que lo caracterizaban habían vuelto. Sonrió al saberse de utilidad.
El celular de Inuyasha comenzó a sonar, rompiendo el silencio que los envolvió por un instante. Comenzó a leer sus mensajes y se levantó de un salto, dirigiéndose a la salida, no sin antes despedirse de su primo.
—Tú también deberías hacerte responsable —Sonrió por la mirada confundida de Miroku —No quiero que mi hijo crezca a lado de un tío sinvergüenza. Me voy, Kagome pidió vernos— Y sin más, cerró la puerta.
—Estoy más preocupado yo porque tendrá a un padre como tú —Rió de buena gana ante tal perspectiva. —¡Dios! ¡Espero que se parezca más a Kagome! —Miró hacia el techo en súplica.
La tranquilidad del lugar estaba ayudando un poco a sus nervios, después de tres días de estar meditando y buscando información, había tomado una decisión, no sin antes consultarla con Inuyasha, tenía que saberlo.
Respiró profundo, en la espera, recordando lo sucedió en los últimos dos años, desde la primera vez que conoció a Inuyasha hasta el momento cuando se dejaron llevar por sus emociones. No siendo sólo una, sino en varias ocasiones, dando como resultado un embarazo, que sabía, ambos no deseaban.
Bastó un primer susto para que usaran protección, sin embargo, descubrieron que la necesidad de ambos estaba en sintonía y que les nublaba la conciencia cada vez que estaban juntos. Bastó una sola ocasión que olvidaron usar protección para que sucediera lo inevitable. Era ridículo que hasta un mes después se diera cuenta de su descuido, llevaba un retraso de diez días. Asustada, compró varias pruebas de embarazo sólo para asegurarse del resultado; en todas era el mismo desenlace, estaba embarazada.
El día que le dijo a Inuyasha, no paró de llorar, se sentía tan culpable. Ambos conocían sus sueños y sus planes y un bebé no estaba en ellos. No culpaba a Inuyasha si llegaba a molestarse, pero en su lugar la miraba incrédulo, haciéndola sentir mucho más culpable. Para cuando él reaccionó y quiso abrazarla, ella lo rechazó y salió corriendo del lugar, no sin antes gritarle que no quería verlo. Desde entonces lo había estado evitando, a pesar de que su celular no paraba de sonar. Necesitaba tiempo para pensar en sus posibilidades, y ahora estaba lista para consultarlas con Inuyasha.
Una vez más aquel gran árbol donde se encontraba, sería testigo de la decisión más importante de sus vidas, como lo fue en su primer encuentro; o como cuando su amistad se fue fortaleciendo; o en aquellas ocasiones donde podían gritarse en peleas absurdas sin el temor de ser escuchados; o como de aquel momento cuando Inuyasha le pidió ser su novia… Sí, era el lugar perfecto.
Inuyasha no tardó en llegar hasta donde ella se encontraba. Al verla sentada bajo la sombra del árbol, perdida en sus pensamientos, se quedó embobado admirando lo hermosa que era. Miroku tenía razón, la amaba tanto que no dejaría que las dificultades los separaran.
—Kagome — Suspiró con cautela. Aún no estaba seguro si ella lo recibiría con agrado, después de la última vez, ella debía estar molesta por ser él el responsable de haberla embarazado.
Su corazón latió fuertemente al verla correr hacia él extendiendo sus brazos, recibiendo gustoso el abrazo que ella sostenía con fuerza.
—Oh, Inuyasha, perdóname —Las lágrimas comenzaron a salir sin su permiso. —Lo siento… Perdón… En verdad lo siento mucho… —Se apretó más a él.
—Shhh, no digas eso, no digas eso… tranquila Kagome —Frotó su espalda para tranquilizar sus sollozos. Odiaba verla llorar; ella se sentía tan culpable como él.
—Yo también debo pedirte perdón. He estado culpándome por lo irresponsable que fui, te he arruinado Kagome, no me lo perdonaré nunca —La abrazó fuertemente.
Kagome sintió la aflicción y culpa en sus palabras en el temblor de su abrazo. Ambos eran conscientes de lo que su estado representaba para sus vidas.
—Puedo… puedo deshacerme de nuestro problema —no fueron las palabras que pensó decir, de hecho le temblaban los labios tan sólo decirlas, no era así como deseaba referirse a su bebé.
Inuyasha la apartó bruscamente de su pecho, tomándola por los hombros, mirándola fijamente para asegurarse de que ella hablaba en serio.
—He estado investigando algunas clínicas y he ido a una de ellas, lo único que necesito es… —El temblor en su voz la traicionó.
—¿Es éso lo que tú realmente deseas? —Esperaba llegar a un acuerdo con ella, y si bien también llegó a pensar lo mismo, descartó la idea al instante. Sin embargo, si era eso lo que ella quería, él no podía hacer nada para obligarla a lo contrario, no obstante, él también daría su opinión.
—Yo… Aún somos estudiantes de preparatoria, tanto tú como yo deseamos entrar a la universidad, tú para ser el mejor abogado del país y yo para ser la mejor periodista de todo Japón… Nuestros padres apenas tienen dinero para lo necesario y lo que ganamos en nuestros trabajos de medio tiempo nos alcanza sólo para pagar la matrícula… Un bebé ahora… ¿No sería lo mejor?— Sollozó con tan sólo pensar en lo horrible que sonaba el "deshacerse" de una vida. —Un bebé necesita no sólo de comodidades, requiere de la atención y cuidado de sus padres. No estoy dispuesta a abandonar a mi bebé porque tenga que ir a trabajar. No es éso lo que quiero, me gustaría ser parte de su crecimiento y ayudarlo a que sea una persona de bien—Sin darse cuenta, hizo relucir su más profundo anhelo, haciendo sonreír a Inuyasha ante tal perspectiva.
—Deseaba tanto convertirme en abogado y tener mi propia firma. De esa manera podía ganar tanto dinero que ayudaría a mis padres a pagar sus deudas… —dijo mirándola fijamente, necesitaba que viera en sus ojos la certeza y honestidad de sus palabras —Una vez hecho eso, tenía como propósito hacerte mi esposa, vivir unos cuantos años apasionados como pareja para después formar una familia. —Sonrió ante la mirada sorprendida de ella. —Quería darte el mundo entero, que nunca te faltara nada, darte todas las comodidades, a ti y a nuestros hijos… Ah, pero todo lo he hecho al revés, empecé por embarazarte sin saber si podré darte todo lo que te mereces— Suspiró afligido. —Soy consciente que quien sufrirá los cambios más drásticos serás tú. Sin embargo, considero inhumano el "deshacernos" de una vida que no tiene la culpa de nuestra irresponsabilidad. ¿Quién, por sentido común, lo haría? Acaso ¿cada vez que resultes embarazada lo haremos sólo porque no queremos que arruine nuestras vidas? No soy ése tipo de hombre que te obligaría a hacerlo. Te suplicaría, incluso que no lo hicieras, haría lo que estuviera en mis manos para que cambiaras de opinión; como ahora. Soy tan egoísta por pedírtelo, pero por favor, tengamos al bebé, Kagome— estaba tan nervioso y ansioso, como aquella vez cuando le pidió que fuera su novia. Comenzó a sentir su corazón a punto de explotar.
—Oh, Inuyasha… —tomó su rostro con ambas manos, acariciando sus mejillas. Lo amaba tanto. —Me sentí tan culpable y también te culpé por todo esto. Me dejé llevar por mis sentimientos y no pude evitar pensar en la posibilidad de arreglarlo de la manera más obvia. Pero no puedo, no podría. Te amo tanto y todo lo que venga de ti, eso lo incluye a él. —Se separó un momento, sólo para tocarse el vientre —Aunque no me agradara la idea, tenía que consultarlo contigo y me has dejado sin palabras. Yo también deseo permanecer a tu lado para siempre. —Sonrió por su declaración.
—Oh Kagome, te amo— Suspiró desde lo más profundo de su corazón, estaba embriagado por la sensación y la emoción de sus palabras .
Tomándola de su nuca, la sostuvo mientras se perdía en la suavidad y dulzura de sus labios. Ella, gustosa, le permitió explorar su boca como sólo él sabía hacerlo. La calidad de su abrazo los fundió en un mismo sentir y un mismo pensar. Cada suspiro de ella era alimento para su alma, llenándose cada vez más y más de ella.
—Si continuamos así, es muy probable que te deje más embarazada —Con dificultad, se separó de ella, faltándole el aire. La intensidad de aquel beso lo dejó mareado, mas la risita de ella lo hizo reír también.
—No creo que eso sea posible, aunque no me molestaría en lo absoluto… pero ahora, creo que es momento de decidir… —Sonrió, ante su mirada confundida, continúo diciendo —¿A quién debemos decirles primero? ¿A tus padres o a mi madre? —Incluso sabiéndose segura estando con Inuyasha, el temor de enfrentarse a sus padres no desaparecía.
—Debo hablar primero con mis padres, pero para eso debemos esperar un poco más —Acomodó bien su abrigo y el suyo; el frío del invierno comenzó a sentirse más intenso. Tomó su mano y metiéndola en el bolsillo de su abrigo, comenzaron a caminar en dirección hacia la salida del instituto.
—¿Hasta que se me note la barriga? —preguntó con inocencia.
—No, no tanto. Sólo hasta que encuentre un trabajo mejor remunerado. —Explicó con naturalidad.
—Entonces también buscaré un mejor trabajo de medio tiempo. —dijo segura de sí misma, y antes de ser interrumpida, agregó —Estamos por iniciar el último año escolar, no permitiré que abandones tus estudios. Si ambos trabajamos, podremos solventar los gastos que surjan, además tengo dinero ahorrado. No es mucho, pero nos ayudará. —Con la mano aún en su bolsillo, apretó la de él.
—Ese dinero, era destinado para pagar la universidad ¿cierto? —la vio asentir, y una vez más la culpa lo atacó. —De ninguna manera puedo permitir que trabajes, y no aceptaré discusiones. —Era su responsabilidad darle a Kagome lo necesario.
—Sabía que dirías eso, y no vas a hacer que cambie de opinión. Soy igual de responsable que tú, y es nuestro bebé. Es por eso que estuve buscando información sobre trabajos en donde no tenga que sobreesforzarme, y he encontrado algunos muy buenos. —Sonrió satisfecha.
—¡Dios! ¿No hay nada que pueda hacer para que cambies de parecer? —Suplicó, en un último intento.
—No. Oye, no te preocupes, haré lo que sea para que podamos salir adelante. —dijo decidida.
—Está bien —aceptó a regañadientes —pero si veo que tu salud sale afectada o la de nuestro bebé, no me quedaré con las manos cruzadas. —No aceptaría ningún pero que valiera.
—Ok, está bien, es un trato justo —sonrió para tranquilidad de Inuyasha.
La nieve comenzaba a acumularse, e Inuyasha acercó a Kagome más a su cuerpo, para proporcionarle calor. El agradable silencio en el que se sumergieron, fue roto por la curiosa pregunta de Inuyasha.
—Entonces… fue… —Se aclaró, la garganta. —¿Fue aquella vez en Navidad? —era estúpido sonrojarse a esas alturas, pero no pudo evitarlo.
Kagome lo miró sorprendida. Había olvidado mencionarle cuántas semanas tenía de embarazo; seguramente Inuyasha estaría haciendo cuentas en su mente.
No había sido la única ocasión en la que terminaban desnudos y enredados sobre su cama. Creía imposible que Inuyasha se acordara que precisamente en Navidad se olvidaron de usar protección.
—¿Cómo supiste que…? —preguntó con tremenda curiosidad.
—Yo… —comenzó a sonrojarse aún más. —Desde nuestra primera vez, he disfrutado mucho de hacerte el amor Kagome. No puedo siquiera describir todo lo que me haces sentir, simplemente es maravilloso. Pero en Navidad, todo fue mucho más intenso. ¡Dios! Me sentí como una bestia, no me preguntes cómo es que lo supe, pero olías diferente. Tu aroma me nubló los sentidos, no pensé nada más que en ti, me dejé llevar por mi instinto. —Cerró sus ojos, evocando aquel recuerdo.
Dando vuelta en una esquina, a unos metros del templo Higurashi, detuvieron su andar y colocándose frente a ella, la miró, afligido. —Lamento mucho haberte lastimado —Con sus dedos, rozó el lado izquierdo de su cuello, sobre dos pequeños orificios que decoraban su delicada piel, una marca resultado de aquel encuentro. Ahora parecían como un par de lunares.
—Así que es por eso que no me has tocado —la respuesta en el dorado de sus ojos fue tan clara —Inuyasha, creo recordar que estuve más que dispuesta a dejar que me hicieras lo que quisieras. Si tanto te preocupa haberme lastimado al dejarme ésta marca, debes saber que a mi me encantaría lucirla con total libertad. El llevar bufanda en ésta época del año me lo ha impedido. Ya verás, en verano nada va a impedir mostrarla con orgullo —Se le iluminó el rostro con sólo imaginarlo.
—¿Te he dicho lo maravillosa que eres? —La miró fascinado. Estaba loco por ella, era tremendamente audaz y fuerte. No había cambiado en nada desde que la conoció.
—Sí, pero me encanta que me lo digas —Con media sonrisa en el rostro, rodeó con su brazos el cuello de Inuyasha, atrayéndolo hacia su labios.
—Hmph —
Antes de que algo más sucediera, los dos se separaron abruptamente. El abuelo de Kagome los miraba con el ceño fruncido. Los dos sabían que Inuyasha no era de su agrado, había expresado abiertamente que le parecía un chico irresponsable y rebelde. Un vándalo, que no tendría ningún futuro, al menos no uno que valiera la pena. No imaginaban qué más diría cuando le dieran la noticia.
—Que bueno que has llegado, Kagome, la comida debe estar lista, ven vamos a casa. —Pasó de largo sin saludar a Inuyasha.
—Sí abuelo. ¿Te quedas a comer? —preguntó a Inuyasha.
—No, gracias cari… Kagome, tengo que ir a trabajar —dijo antes de ser desestimado por su abuelo.
—Pero si hoy es lunes —declaró sin comprender.
—Debo trabajar —Con un guiño esperaba que comprendiera, su abuelo aún estaba cerca.
—Oh, ya veo. Entonces te llamo más tarde —Estaba preocupada. No compartían clase, pero debía tener tarea por hacer. No tendría tiempo de terminarla, más si llegaba cansado. Decidió que le ayudaría.
—Bien. A las nueve ya estaré en casa. Espero tu llamada. —Tomó una de sus manos y depositó un beso sobre ellas, no quería escandalizar a su abuelo, al menos no aún. —Cuídate y… descansa. —Deseó decirle que también a su bebé.
Kagome lo vio marcharse, inquieta por la presencia de su abuelo, lo ayudó a subir las escaleras, no sin escuchar su desaprobación por el muchacho una vez más.
El primer obstáculo de su situación lo estaban superando, los malos entendidos entre ellos se esclarecieron, sin embargo, se dieron cuenta de la cruel realidad que los esperaba. Una tarde en una de sus tantas pláticas, enumeraron cada obstáculo que tenían que enfrentar: la revelación a sus padres, a sus maestros y por ende a toda la escuela, a sus respectivos trabajos, el conseguir un lugar donde vivir juntos, las citas médicas, la compra de ropa, comida, pañales, biberones, carriola… la lista se alargó mayormente con lo referente al bebé. Terminaban tan abrumados que no podían siquiera dirigirse la palabra. La responsabilidad caía sobre ellos al percatarse que no vivirían sólo de amor.
La semana había transcurrido en un santiamén. El lunes, durante el cambio de clases, Inuyasha se dirigía al aula de Kagome, dejando suspiros como cada vez que iba a verla. De vez en cuando escuchaba los comentarios llenos de resentimiento hacia Kagome por haber atrapado al chico más popular de la escuela. Si supieran que cuando ella lo buscaba, eran los chicos quienes lo miraban con resentimiento.
—¡Kagome! ¡Te buscan! —Y como cada ocasión, uno de sus compañeros gritaba antes de que él llegara a impedirlo. Y como siempre, los murmuros no se hicieron esperar. Para Inuyasha le era demasiado molesto que se entrometieran en donde no les llamaban.
Estando finalmente solos, en la terraza de uno de los edificios, Kagome miraba expectante a Inuyasha, no decía nada. Comenzando a preocuparse de que algo verdaderamente malo sucedía, y no sabía si debía romper el silencio o seguir esperando a que dijera algo.
—Mis padres llegaron ayer por la tarde —Finalmente Inuyasha decidió romper el incómodo silencio. —Los negocios con los comerciantes en Nerima resultaron todo un éxito y quieren celebrarlo ésta tarde —Kagome seguía sin comprender a dónde quería llegar —Me pidieron que te invitara a comer —El rostro de Inuyasha permanecía sin expresión.
—Y tú ¿quieres que vaya? —Se aventuró a preguntar al no ver reacción alguna de su parte.
—Hoy se los diré —Por fin la estaba mirando, estaba decidido.
—¿No crees que es muy pronto? —Los nervios la inundaron al comprender sus palabras.
—Sí, lo es pero si esperamos más… —dijo con angustia. —He visto cómo has tenido que hacer esos ejercicios peligrosos en clase de deportes, no quiero que tu vida y del pequeño estén en peligro —Negó con la cabeza tratando de desaparecer los peores escenarios. —Al decirle a mis padres, en consecuencia, tendremos que decírselo a los demás. —Tomó la pequeña mano de Kagome, apretándole lo suficiente para transmitirle su angustia. —No sé si estás lista para la avalancha de habladurías, miradas llenas de desaprobación, burlas, rechazo… —No pudo seguir continuando, era demasiado.
—Tengo mucho miedo —Confesó —Pero no es algo que pueda evitar. Seremos tachados como los jóvenes más idiotas e irresponsables. Mi madre seguramente se decepcionará de mí, mi abuelo querrá golpearte o quizá llamar a la policía, por decir menos; y en la escuela se nos señalará y juzgará… El escenario que se avecina no será nada agradable y siendo honesta, no, no estoy lista, pero ¿hasta cuándo sí lo estaré? —Sabía que ambos compartían el mismo sentir y preocupación, pero su fuerza no podía, no debía debilitarse —Mientras tú no me rechaces y no me abandones, no importará si estoy lista o no, tenemos que hacerlo. Ahora, ya no sólo somos tú y yo; hay una vida que depende de nosotros, y si tú estás tan dispuesto como yo de enfrentar los problemas, por el pequeño ser que hemos formado, seremos capaces de salir adelante. —La convicción en su mirada y sus palabras, provocó en Inuyasha una inusitada fuerza.
—Nunca te abandonaré Kagome, ni a nuestro pequeño —Le devolvió la misma mirada decidida, en una promesa inquebrantable.
—Bien, en ése caso, acepto la invitación de tus padres. —dijo mientras lo abrazaba.
—No será nada agradable, preferiría decirles a solas. Te mirarán con desaprobación, lástima y… —El dedo de Kagome sobre sus labios lo silencio.
—Estamos juntos en ésto ¿no es así? —Con un corto beso, no dejó lugar a más discusiones.
En muy raras ocasiones Kagome imaginaba cómo sería su vida si nunca hubiese conocido a Inuyasha. Muy seguramente, en ésa tarde, estaría de compras con Sango, teniendo como única preocupación los exámenes de acceso a la universidad. Su madre y abuelo estarían esperando a que llegara para disfrutar de una acogedora merienda mientras platicaban del partido que Sota jugaría dentro de una semana y al terminar, subiría a su habitación, tomaría un refrescante baño y continuaría con sus deberes escolares hasta quedarse dormida como solía hacerlo. Así había vivido toda su vida, era una monotonía a la que estaba acostumbrada, nada le faltaba, nada necesitaba… nada excepto Inuyasha.
Cada nueva experiencia junto a él era tan intensa que nada llegaría a reemplazarlo. No creía posible llegar a arrepentirse de haberlo conocido, nunca; aún si pudiera regresar en el tiempo y sabiendo cómo resultarían las cosas, volvería a tomar la decisión de ir a aquel gran árbol aquella mañana de otoño, mientras ambos huían de sus problemas. Volvería a repetirlo todo, incluso si ambos terminaban en la misma situación en la que se encontraban con sus padres.
La consternación en el rostro de la señora Izayoi y la furia en el rostro de su esposo, posaban intensamente sobre ellos. Después de haber confesado su pecado, los gritos por parte del señor Taisho no se hicieron esperar, llamando a Inuyasha un idiota y otras palabrotas más, fue Izayoi quien le suplicó que se calmara, señalando la presencia de Kagome.
—Sabes bien que nos está costando mucho trabajo salir de las deudas que tenemos Inuyasha, creí que eras consciente de ello —dijo su padre, con severidad —Traer un hijo al mundo conlleva una enorme responsabilidad, ustedes son demasiado jóvenes, ni la preparatoria han concluido. —Suspiró exasperado —Existiendo tantos métodos anticonceptivos, ¿ninguno pudieron usar? —Aún cuando los mencionaba a ambos en sus palabras, su mirada estaba puesta sólo en Inuyasha, responsabilizándolo de todo.
—No hay justificación que valga mi irresponsabilidad, perdónenme por causarles problemas —con una expresión seria y de sincero arrepentimiento, hizo una amplia reverencia.
Sintiéndose igual de responsable, Kagome imitó a Inuyasha, pegando su frente al suelo. No pasó mucho tiempo hasta que su padre les pidió que se levantaran.
—No cuentes con mi ayuda Inuyasha. Si fuiste demasiado hombre para dejarla embarazada, también lo serás al responsabilizarte de tu estupidez. Y de una vez te advierto, no te quiero en mi casa. —Ante su cruel declaración, la señora Izayoi trató de intervenir, sin tener éxito.
—Les agradezco por todos los años que han cuidado de mí, y espero que algún día puedan perdonarme. Aquí les dejo la dirección del lugar donde a partir de hoy estaré viviendo, por si algún día quieren visitarnos —Dejando un trozo de papel sobre la mesa, tomó a Kagome de la mano y con una reverencia respetuosa se despidieron, saliendo de aquella pequeña casa a la que una vez llamó hogar.
El silencio reinó sobre ellos mientras caminaban por la ciudad. Kagome se sentía abatida, sabía que les sería difícil enfrentarse a sus padres, pero no entendía hasta qué nivel. Se sintió culpable por alejarlo de sus padres.
—Ni se te ocurra pensar que eres culpable de lo que ha pasado —No la miraba y aún así sabía lo que pasaba por su mente. La conocía tan bien. —Ya esperaba que así terminarían las cosas —dijo sin darle mayor importancia.
—¿Es por eso que buscaste un lugar dónde vivir? —no esperaba que Inuyasha le escondiera algo tan importante.
—Sí, quería decírtelo después, cuando tuviera más que un miserable futón. —Bufó incómodo. —No es mucho, es un pequeño departamento, cuenta con lo necesario. Miroku me ayudó a conseguirlo. La renta es accesible, tiene cocina, baño y una sala lo suficientemente amplia. —Era lo mejor que encontró de acuerdo a sus posibilidades. —Está un poco retirado de la escuela así que sólo tendré que levantarme un poco más temprano. —dijo con total naturalidad.
Antes de dar un paso más Kagome lo detuvo, girándose hacia ella, se encontró con la profundidad del marrón de sus ojos.
—El viernes… Iremos con mi madre y mi abuelo. Me dará tiempo de empacar mi ropa, útiles y todo lo necesario. —Estaba resuelta a no dejar pasar la semana.
—No Kagome… Si tu deseo es hablarlo el viernes con tu madre y abuelo, acepto, pero no les pediré que te permitan vivir conmigo —Por un instante, se odió por provocar tanta tristeza en su rostro —Aún no tengo lo suficiente para que estés cómoda y segura, por favor te pido que esperes un tiempo hasta que tenga algo mejor que ofrecerte. Estarás más segura en tu casa, por el momento. —le explicó esperando que entendiera la situación.
—Sólo si aceptas que al menos vaya a prepararte comida y hagamos nuestros deberes escolares juntos, no pienso dejarte sólo con tantas responsabilidades —Era lo único que podía hacer por él.
—No creo ser capaz de detenerte —sonrió derrotado.
—Así es, ya me conoces —sonriendo de igual manera, emprendieron nuevamente su camino.
El tic tac era el único sonido que se lograba escuchar en el comedor después de haber soltado la bomba. Kagome no sabía en qué momento explotaría, manteniéndose alerta ante las miradas sorprendidas de su madre y abuelo.
—Ya sabía yo que andar con éste muchacho no te traería nada bueno Kagome, te lo advertí y mira ahora ¡estás arruinada! —Fue su abuelo quien decidió romper el silencio. —Dime muchacho ¿qué puedes ofrecerle a mi nieta si sólo eres un vándalo? —No se tentó el corazón de expresar tal cual su sentir.
Kagome estuvo a punto de reprocharle por sus duras palabras, no dejaría que lo insultaran, en cambio Inuyasha apretó su mano por debajo de la mesa, evitando cualquier confrontación, él se encargaría de afrontar la situación de la mejor manera por su seguridad.
—Señor y señora Higurashi, sé muy bien que no merezco su perdón por deshonrar a Kagome, pero aún así les pido que me perdonen —Así como lo hiciera con sus padres, se arrodilló inclinándose en una reverencia llena de arrepentimiento. —Es cierto que no tengo nada con qué compensar mi falta, pero quiero comenzar con asegurarles que tomaré toda la responsabilidad. —A su lado sintió a Kagome imitarlo, como había hecho con sus padres.
—¿Ah sí? Y ¿cómo rayos planeas hacerlo? Eres apenas un mocoso que no sabe nada de la vida… —La bola de insultos amenazó con explotar. Fue gracias a la intervención de su madre que no tuvo que escucharlos.
—Inuyasha, Kagome, por favor, levántense. —Esperó a que los dos volvieran a tomar sus lugares antes de continuar diciendo —Kagome cariño, explícame, ¿eres igual de responsable que Inuyasha? ¿Eres consciente de que no es fácil ser madre a tu edad? —dijo con tranquilidad.
—Sí mamá, soy igual de responsable que Inuyasha, él nunca hizo algo que yo no quisiera, nunca lo haría —enfatizó esto último dejando en claro que él era todo un caballero. Si supieran que realmente ella había sido la causa para que ellos comenzaran una vida sexual bastante activa, se escandalizarían. —Mamá, abuelo, ha sido muy irresponsable de nuestra parte no habernos cuidado y lamentamos mucho hacerlos pasar por tantas molestias, pero hemos decidido seguir adelante y enfrentar los problemas que mi estado conlleva. —terminó antes de que su voz se quebrara por completo al contener su llanto.
—Inuyasha, hijo, dime ¿cómo piensas responsabilizarte de mi hija? ¿Has pensado en todos los sacrificios que ambos tendrán que hacer para traer a la criatura al mundo? —A pesar de la seriedad de sus preguntas, estaba afligida por los sueños que ambos dejarían de lado.
—Debo ser honesto con usted señora Higurashi. Mis padres al enterarse de la noticia me corrieron de su casa y no los culpo, ellos tienen demasiadas deudas que saldar para atreverse a ayudarme. He conseguido un empleo que me paga lo suficiente para poder costear la renta de un pequeño departamento, y estoy buscando la manera de poder invertir en un algún pequeño negocio. No pienso abandonar la preparatoria, a petición de Kagome y también siendo mi deseo. Tengo la esperanza de, en un futuro, continuar con la universidad, así obtendré un mejor trabajo y le daré a Kagome lo mejor. —dio una pequeña pausa a su discurso por si alguno quería interrumpir. Continúo su discurso al recibir su completa atención. —Debe saber que amo a su hija y, como se lo mencioné a Kagome, mi meta en la vida era poner el mundo entero a sus pies para después formar una familia… pero mi error ha sido hacerlo todo al revés —El bufido burlón de su abuelo lo interrumpió, convencerlo iba a ser más difícil de lo que imaginó.
—¿Piensas llevarte ya a mi hija a vivir contigo? —preguntó su madre sorprendida por su declaración.
—Aún no tengo todo lo necesario para la comodidad de Kagome y el bebé. Pido nuevamente disculpas por pedirle que por favor, cuide de Kagome y mi hijo hasta que haga del departamento un lugar seguro para ambos —pidió con una nueva reverencia.
—Pobre miserable, no cabe la menor duda que… —El abuelo parecía escéptico ante su petición.
—Padre, es suficiente. —La madre de Kagome le lanzó una mirada que lo mantendría callado el resto de la noche. —Ambos deben estar pasando momentos muy difíciles. Lamento mucho escuchar que tus padres han sido tan duros contigo Inuyasha. —Suspiró consternada —Tampoco los culpo, yo estoy igual de sorprendida. No esperaba que tú, hija, cometieras tal descuido —mirando a Kagome, no pudo evitar sentirse decepcionada. —Pero debo reconocer el esfuerzo que ambos están poniendo para salir adelante, no esperaba menos de ustedes. Están hechos el uno para el otro. —La sonrisa que les regaló, apaciguó un poco sus nervios. —Confío en tus palabras Inuyasha. Te prometo que cuidaré de Kagome y de mi nieto hasta que estés listo. —A pesar del amargo momento, su madre se sentía confiada en la joven pareja. Había observado su relación con diligencia, percatándose que juntos eran invencibles. Sonrió esperando lo mejor para ambos.
—¡Oh mamá! ¡Muchas gracias!... Perdóname… Te quiero… Te prometo que también haré lo que me corresponde… perdón… abuelo… por favor perdónenos… —El llanto de Kagome no la dejaba hablar con claridad. Su madre la abrazó tratando de calmarla.
—Por esta noche, Inuyasha quédate a dormir, mañana tendremos mucho qué hacer. En algún lugar de la casa debo tener unos futones y unos cuantos muebles que ya no ocupamos, puedes llevarlos a tu departamento, los necesitaran más que nosotros. Oh y también, Kagome necesitas hacer una cita con el ginecólogo, debes comenzar a cuidarte y a mi nieto —La amabilidad de la señora Higurashi fue un alivio entre tanto problema que estaban viviendo.
Así como Inuyasha lo predijo, después de haberlo anunciado a sus padres, no pasó mucho tiempo para que ambos, en compañía de la señora Higurashi como responsable, dieran aviso a la escuela. Los profesores se impactaron por la gravedad de su situación, consideraron expulsarlos; en su escuela jamás había pasado algo de tal magnitud. Pero a petición de la señora Higurashi, así como lo prometedora que era Kagome como estudiante y él como buen deportista, les permitieron continuar y concluir sus estudios en el instituto.
Los rumores se esparcieron como pólvora y así como esperaban, los comenzaron a señalar y a criticar. Los insultos y bromas en doble sentido no faltaron. Fue hasta que los profesores pidieron consideración y respeto para ambos. Después de eso, dejaron de recibir palabras hirientes, en su lugar, eran sólo miradas llenas de total desaprobación lo único que tenían que soportar.
Todo lo habían vivido en el transcurso de un mes. Para marzo, Kagome cumplía tres meses de embarazo. Apenas comenzaba a notarse su vientre abultado. Los mareos y náuseas habían sido difíciles de llevar, asustando a Inuyasha en más de una ocasión, como aquella mañana de jueves en primavera, en el festival deportivo del instituto.
Kagome tenía estrictamente prohibido realizar cualquier deporte, por lo que su único trabajo era ayudar a recoger los materiales que su clase ocuparía, así como de limpiar los espacios. Sus compañeros, aún sin superar la noticia, le jugaron una pesada broma que la mandó a la enfermería; del susto se había desmayado, Sango estuvo junto a ella todo el tiempo, esperando a que abriera los ojos para ir directo con Inuyasha y darle aviso de lo sucedido. Sin embargo, Kagome le suplicó que no lo hiciera. El festival era importante para ellos, si Inuyasha conseguía más de tres medallas en diferentes disciplinas, se le perdonaría ir a clases de regularización, aún si llegaba a reprobar una materia. Ella quería que ganara esas medallas. Él estaba tan agotado de estudiar y trabajar; se merecía un descanso de la escuela al menos. No era extraño para nadie que la única materia que le preocupaba era química, si bien ella lo ayudaría, siempre la reprobaba.
A regañadientes Sango aceptó, estaba furiosa con sus compañeros que le jugaban bromas pesadas a su amiga, más en su estado. El diagnóstico de la señorita Tsukiyomi, enfermera del instituto, la calmó un poco, sólo se había desmayado; tanto Kagome como el bebé se encontraban bien. Fue así que decidió esperar hasta que el fastidioso festival terminara.
Cuando finalmente todos comenzaron a recoger y limpiar, ella emprendió el camino en busca de Inuyasha. En los pasillos escuchaban los rumores de que el chico había ganado siete medallas en diferentes categorías, siendo la de esgrima la más vitoreada. Sonrió al imaginar la alegría de Kagome cuando se enterara.
Kagome estaba recibiendo una cátedra fructífera de parte de la señorita Tsukiyomi sobre el embarazo y la maternidad, cuando las puertas de la enfermería fueron azotadas con violencia. Inuyasha la buscaba con angustia, acercándose a ella la abordó con preguntas sobre quién le había jugado la broma y qué era exactamente lo que había sucedido. Kagome jamás lo había visto tan alterado y enfadado, trató de calmarlo explicándole que si cometía alguna estupidez, las medallas que había ganado con tanto esfuerzo serían en vano. Ante tal perspectiva, Inuyasha se tranquilizó, sin embargo, prometió para sí mismo, que las cosas no se quedarían así.
Cumpliendo a su palabra, acudió a los directivos pidiéndoles que intervinieran para que los responsables fueran castigados. Dado el estado de Kagome, la expulsión era inminente. Desde entonces, nadie se atrevió a meterse con ellos dos, tanto así que sólo les hablaban si era estrictamente necesario. Cosa que agradó a Inuyasha enormemente, le importaba un comino sus compañeros, tenía a su lado a los únicos amigos en los que confiar y con ellos era más que suficiente.
Llegando mayo, finalmente Kagome se iría a vivir con él, su trabajo como mesero le había dado la oportunidad de comprar mejores muebles; gracias a la ayuda de la señora Higurashi, sólo se encargó de comprar un sillón cama plegable, un espejo de cuerpo completo y una lavadora. Poco a poco la casa comenzaba a ser habitable para Kagome, y él estaba nervioso y emocionado de comenzar una vida juntos.
Fue el último sábado del mes cuando ella se mudó a su pequeño departamento. Después de acomodar las pertenencias de Kagome, tanto el pequeño Sota como su madre los acompañaron a cenar; celebrando su quinto mes de embarazo y su nueva vida juntos. Una vez terminada la cena, encaminaron a la señora Higurashi y a su hermano lo más cerca al templo familiar. Sota se despidió de él llamándolo hermano mayor, cosa que lo conmovió; al parecer era bien recibido en la familia Higurashi por al menos dos de sus miembros.
Una vez solos, volvieron hacia el departamento y justo antes de entrar, Inuyasha le pidió esperaran para entrar juntos, no sin antes hacer una promesa, la cual pareció más bien una declaración de votos. Después de darse un corto beso, Inuyasha sorprendió a Kagome al tomarla en volandas sobre sus brazos, cruzaron el umbral de la entrada, como un par de recién casados. Meta que Inuyasha tenía para cuando los tiempos mejoraran.
Para el mes de julio, el calor era insoportable, pero lo más insoportable era Kagome y sus cambios de humor. A Inuyasha le tomó tiempo acostumbrarse y un poco más, en saber cómo solucionar los inconvenientes de su temperamento, pero nada de lo que había aprendido lo preparó para lo que ella le hizo pasar aquella noche de verano.
Era justo la celebración del Tanabata, aprovechando los tres días libres que le ofrecieron en su trabajo por su buen desempeño, decidió llevar a Kagome a ver los fuegos artificiales y a disfrutar del matsuri que celebraban cerca de su departamento.
Todo iba bien hasta que de la nada Kagome le pidió una vez más le cumpliera su antojo de cada mes, y una vez más él se lo había negado. Esperaba escuchar sus súplicas como las veces anteriores, hasta darse por vencida; en cambio, sólo recibió una mirada fría de su parte mientras se alejaba de él sin decir palabra alguna.
En cada intento de él por comprarle un adorno o takoyaki ella se apartaba, y era peor cada que intentaba hablarle porque lo dejaba con la palabra en la boca. Si algo conocía bien de la situación era que no debía perder el control y no intentar discutir, hacerlo empeoraría las cosas, era por tal motivo que se mantuvo a cierta distancia de ella, siguiéndola, cuidando que no le pasara nada malo, mas algo llamó tremendamente su atención, la vista le quitó el aliento. Kagome llevaba un vestido demasiado entallado que le llegaba poco más abajo de media pierna, ¿cómo es que no se había percatado? Debía estar más preocupado de que no le pasara nada a su abultada barriga de casi siete meses, que no se había dado cuenta de nada más.
El bamboleo de sus caderas lo estaba hipnotizando, la anchura de sus caderas como la redondez de su trasero se exhibía libremente con ése vestido tan pegado. Ella, apartando su cabello, comenzó a quitarse el delgado suéter. El corte del vestido en su espalda dejaba relucir aquella línea de su espalda que él bien sabía dónde terminaba. Intentó tragar saliva, sólo para darse cuenta que estaba completamente seca. ¿Acaso estaba torturándolo a propósito? Kagome estaba cumpliendo su palabra, lucía aquella marca con orgullo. No espero ni un minuto más. Esquivando a las personas, fue directo a ella.
—Kagome, regresemos a… —al departamento, estuvo a punto de decir antes de verse interrumpido por el espectáculo de los fuegos artificiales.
Ella ni se inmutó ante su presencia, sólo miraba hacia el cielo maravillada. Inuyasha, también vio el hermoso espectáculo ante él. La brillante luz de las explosiones se marcaba en la figura de Kagome, ante él estaba su musa, su inspiración, su todo.
—Regresemos al departamento —dijo una vez concluido el espectáculo, tratando de ocultar su anhelo.
—Oh. Puedes regresar si quieres, yo me voy a quedar un rato más —declaró despachándolo.
—No pienso dejarte sola —su autocontrol estaba amenazando con romperse.
—Hace demasiado calor dentro, aquí está más fresco —Con agilidad, se amarró su cabello en una coleta alta, disfrutando más de la brisa.
A su nariz llegó el delicioso aroma a vainilla, igual que aquella vez en Navidad, y lo supo con total certeza, Kagome desprendía aquella fragancia cuando estaba en celo. Era la única palabra que explicaba su condición.
—Te necesito con urgencia Kagome. Tu olor me está volviendo loco.. Y si no quieres que de una demostración, al aire libre, de cómo puedo hacerte gritar de placer, será mejor que nos vayamos a casa. Ahora —Le costó decir aquellas palabras sin tener que imaginarse todo lo que le haría una vez que estuvieran solos.
Daba gracias a los cielos que su departamento se encontrara cerca; no tardaron mucho en llegar. Una vez cerrada la puerta, Inuyasha acorraló a Kagome entre él y la puerta, colocando sus palmas sobre ésta a cada lado del rostro femenino. Sin esperar nada más bajó a sus labios, devorándolos con su pasión retenida por tantos meses
—Mira lo que has provocado Kagome —Se separaron por falta de aire, mientras se sostenían la mirada. Las orbes doradas de él estaban dilatadas al igual que los cafés de ella.
Kagome no esperó a que él hiciera algún movimiento. Comenzó a desabrochar su pantalón mientras que con una increíble agilidad se arrodilló ante él, sin perder de vista sus ojos. Inuyasha se mordió su labio inferior ante la expectativa.
Bajando sus pantalones junto con su bóxer se topó directamente con el erecto miembro de Inuyasha. Sería la primera vez que lo tomaría en su boca, se relamió los labios deseosa por probarlo.
Con su mano, comenzó a acariciar su longitud desde la base hasta la punta, recibiendo como regalo suspiros entrecortados. Vio cómo comenzaron a salir unas cuantas gotas de su esencia desde el pequeño orificio, no aguantó más.
Mirando el ámbar de sus ojos, comenzó a lamer aquél líquido, degustando su sabor. Sin saber exactamente cómo debía continuar, dejó que su instinto la guiara; con cuidado comenzó a meter su longitud dentro de su boca. Era demasiado grande para tomarlo por completo, con ayuda de su mano masajeó el resto de su miembro, no pretendía que ninguna parte fuera desatendida. Su lengua comenzó a acariciar todo su alrededor, succionando cada vez más fuerte ante la necesidad de sentir su sabor.
Con cada suspiro y gemido varonil, ella iba aprendiendo los movimientos que a él le gustaban, aquellos con los que disfrutaba más de sus caricias. Descubriendo que sus fuertes lamidas y succiones le provocaban mayor placer.
—Ah… Kagome… —Sus gemidos aumentaron cuando ella deslizó su lengua por toda su longitud hasta llegar a sus testículos. Deseó arquearse ante la magnitud del placer, pero no quiso perderse de la maravillosa vista.
Kagome, sin dejar de mover su mano sobre su falo, comenzó a succionar cada testículo, dejando un rastro de saliva en ellos por la violencia de sus lamidas. Una vez satisfecha, volvió a su miembro, decidida en llevarlo al cielo con su boca.
Inuyasha comenzó a mover sus caderas por la necesidad de sentirse liberado, cada vez más rápido, follándose aquella boca traviesa. Sin embargo, su mente logró formar un pensamiento coherente, lo que lo llevó a tomar los brazos de Kagome para que se apartara.
—Ah… si sigues así voy a terminar derramándome en tu boca… Ah, ¡detente Kagome! —Intentó alejarla, en cambio, ella se aferró más a sus caderas, dejando la marca de sus uñas en su piel. Succionó con más ímpetu, haciendo que Inuyasha volviera a colocar sus manos sobre la puerta para no perder el equilibrio.
El sonido lascivo de sus succiones, sumado a los gemidos femeninos, nublaron la mente de Inuyasha, ya no pudo contener más su clímax. Un movimiento de su lengua fue suficiente para llevarlo al cielo, arqueando su espalda por la intensidad del orgasmo. Tomó su cabeza y se empujó hacia ella, liberando más de su esencia. Cuando terminó, con la respiración entrecortada, volvió su mirada hacia Kagome, ella aún lo tenía en su boca.
—Otra vez… te has puesto… duro —Dijo entre lamidas, tratando de limpiar cualquier rastro de su esencia.
—Te… Te lo has tragado —Afirmó, aunque más bien quiso preguntarle. Estaba sorprendido, esperaba que su sabor le desagradara.
—No sé porqué nunca lo intenté antes, eres realmente delicioso —sonrió satisfecha.
Sin esperar a protestas, levantó a Kagome del suelo, haciéndola gritar de sorpresa cuando la sostuvo en sus brazos. Dejando sus pantalones y ropa interior en la entrada la llevó al sofá.
Quitándose el resto de su ropa, se sentó y a ella la colocó a horcajadas sobre él. Comenzó por quitarle aquel vestido del demonio aventándolo a quién sabe dónde, lo mismo con aquel hermoso sostén de encaje que llevaba, no sin antes apreciar cómo sus pechos sobresalían, estaban mucho más grandes que antes.
—Eres tan hermosa —Los ojos le brillaban. Haciendo que el corazón de Kagome se desbocara de felicidad.
Sin pensarlo dos veces, bajó su mano hasta la unión entre sus piernas y apartando su ropa interior comenzó a hundirse en ella. Siendo lo más lento y delicado posible, era la primera vez que lo hacían desde que supo de su embarazo. Su más grande temor era lastimarla a ella o al bebé.
La lentitud de Inuyasha la desesperó, había deseado tanto volver a sentirlo dentro de ella. No esperaba un encuentro suave y lento. Aprovechándose de la posición, bajó sus caderas con violencia hasta que la base de su miembro tocó los pliegues de su entrada.
—Ah. Sí… Inuyasha… te necesito tanto —Con un poco de dificultad, comenzó a moverse sobre él, su enorme barriga no le permitía montarlo con libertad.
—Ah… Kagome… espera, el bebé…— suplicó aún temiendo lastimarlo.
—Está bien… no ¡ah!… no pasa nada —Una vez que encontró la forma de moverse libremente, nada la detuvo.
Ver a Kagome embarazada, montándolo como lo estaba haciendo, desactivó en su mente una fantasía sexual más. Aprovecharía cada que pudiera mientras estaba embarazada.
Sus movimientos no eran tan intensos para hacerlo gemir como lo hacía. Lo que en verdad lo estaba volviendo loco eran los espasmos de su interior. Cerró los ojos para disfrutar más el efecto que le provocó al sentirse apretado por su cavidad. Sus paredes estaban tan calientes y tan húmedas; lo estaban derritiendo.
Exclamó una maldición cuando Kagome se detuvo, abriendo los ojos con violencia. A punto estuvo de preguntar qué sucedía cuando sintió su interior ceñirse aún más sobre él, arrancándole un gemido por tal acción. Sus ojos interrogaron a Kagome, recibiendo como respuesta más de sus contracciones, aprisionando su miembro. Era simplemente fabulosa.
Kagome comenzó a moverse en círculos sobre él. Primero lento, arrancándole roncos suspiros, y yendo cada vez más rápido. Sus suspiros se unían al sonido húmedo que provocaba el choque entre sus genitales; escucharlo gemir de manera tan varonil la excitó aún más. Aumentando la velocidad de sus caderas.
—¡Ah!... ¡Kagome!... Me lo vas… me lo vas a arrancar —si no fuera por la extrema humedad de ella, le costaría deslizarse fácilmente en su interior. Con sus manos sobre sus caderas la apretó más hacia él, dejando la marca de sus dedos sobre su piel mientras disfrutaba del espectáculo, sus enormes pechos se agitaban por los salvajes movimientos.
—Inu… Inu… —no podía siquiera terminar una frase coherente, las sensaciones aumentaban y la dejaban sin aliento. Sus gemidos eran cada vez más fuertes y no le importaba que la escucharan sus vecinos .
El gritó de Kagome sobresalió cuando Inuyasha comenzó a masajear su busto. Sus movimientos se intensificaron cuando pellizco ambos pezones, arrancándole más gritos llenos de placer. Sus senos estaban mucho más sensibles que de costumbre.
—¡Dios! ¡Kagome!... Me estas… ¡Ah! —Se permitió gemir con libertad, sabía que a ella le encantaba escucharlo, provocando un aumento en su humedad.
—Ah, me vengo… Inuyasha, ¡me vengo! —Gritó en el instante en el que un maravilloso orgasmo la asaltó. Contrayéndose más si se podía mientras se derramaba sobre Inuyasha.
La humedad del orgasmo femenino bañó su pelvis, escurriéndose hasta sus piernas. A él le encantaba cuando Kagome hacía aquello. Sin darle tregua y levantando sus caderas, golpeó sin descanso su sensible entrada.
—Vamos cariño, dame más… —Sin darle descanso, comenzó a penetrarla con embestidas profundas.
Kagome se sostuvo de sus fuertes hombros, sus potentes estocadas le quitaban el aliento.
—Ah, Inuyasha… no te detengas… yo…—puso los ojos en blanco cuando Inuyasha encontró su punto de mayor placer, arrancándole más gritos. Estaba segura que el orgasmo anterior se vería opacado por el nuevo que comenzaba a formarse.
Sintió cómo Inuyasha se acomodó bajo de ella, haciendo que su pelvis rozara su clítoris, volviéndola loca de placer. Sin soltarse de sus hombros arqueó su espalda; ella también deseaba ser partícipe del acto y sabiendo que quedaba poco para llegar a la cima, bajó sus caderas cada que Inuyasha la embestía.
—¡AH! —gritó Inuyasha —¡Para! —pero ella no lo hacía. —¡Dios!... No voy a aguantar más si haces eso —Creyó haber llegado a lo más profundo de su interior, pero aquél movimiento que ella daba con cada arremetida, lo introducía más en su cavidad.
—¡Sí!... Así Inuyasha, no te detengas… —El acto estaba siendo demasiado intenso, cada penetración era bien recibida por su estrechez.
Y entonces sucedió, el roce en su interior la hizo sentir, en cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo, el inminente orgasmo —¡Ah! ¡Inuyasha! ¡Te amo! —gritó cuando finalmente se liberó.
—¡Ah, Kagome! Yo también… ¡Te amo! —su grito salvaje parecía casi animal. Los temblores de la cavidad femenina se conectaron en perfecta sincronía con los de su miembro. Sintiendo el arrebatador orgasmo recorrerla por todo el cuerpo. Terminando por derramar su semilla en su interior.
Los abundantes fluidos de ambos se mezclaron, esparciéndose sobre la pelvis de Inuyasha. El interior de Kagome recibía gustosa cada explosión de su miembro, hasta que éste dejó de moverse. Era la sensación más erótica que Inuyasha la hacía sentir.
Ladeando su cuerpo, se acomodó sobre Inuyasha para recostarse sobre su pecho, estaba tremendamente agotada.
—He… ¿He cumplido con tu antojo? —preguntó mientras su respiración se regulaba.
—¡Tonto! —golpeó suavemente su pecho. —Me has hecho… esperar demasiado —dijo entrecortadamente, tratando de recuperar el aliento.
—Tenía miedo de lastimarte o al bebé — declaró un poco más calmado.
—Te dije que no había ningún problema. Midoriko me dijo que a partir del cuarto mes podíamos hacerlo sin ningún riesgo —dio un profundo suspiro antes de continuar diciendo —siempre haces que me esfuerce de más para que me des lo que deseo —mirando a sus dorados ojos sonrió.
—Pequeña traviesa, ¡lo planeaste todo! —Le devolvió la sonrisa.
—Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña —rió por saberse descubierta. Recibiendo sus labios en un apasionado beso.
—¡Ah!… Inuyasha, otra vez... ¡Otra vez está creciendo!—lo miró alarmada. Teniéndolo aún en su interior, sintió cómo su miembro cobraba vida una vez más.
—Esto sucede cuando Mahoma se queda en la montaña —La miró con los ojos dilatados —Tendremos que lavar el sillón si no queremos dejar huella de nuestra pasión. —Fue lo último que dijo antes de quitarle su empapada prenda interior, para acostarla boca arriba y así embestirla como si no hubiera mañana.
Las visitas de Kagome a su familia disminuyeron considerablemente, preocupando a la señora Higurashi y entristeciendo a Sota, solía jugar al fútbol soccer con Inuyasha cuando iban al templo. Mas no tenían noticias de ellos desde principios de julio y ya estaban iniciando agosto, sólo habían ido una vez a comer con ellos en todo el mes.
Angustiada, la señora Higurashi se encaminó hacia el departamento que ambos compartían. Llegando frente a su puerta, su mano se detuvo antes de tocar, escuchando el grito de su hija seguido del fuerte gemido de Inuyasha. No le tomó tiempo comprender lo que adentro sucedía, sonrió por lo divertido de la situación; ésa era la razón de la falta de sus visitas, "se tomaron muy en serio la vida de pareja", pensó su madre, alegrándose de no haber llevado a Sota con ella. No estaba dispuesta a interrumpirlos, por lo que se marchó sin dar aviso de su visita. Ya después se divertiría a costa de ellos cuando les contara.
La visita médica a Jinenji, su médico de cabecera y a Midoriko su ginecóloga, dejaron a Kagome mucho en qué pensar.
La revisión de rutina fue normal hasta que Midoriko dejó de sonreír mientras le hacía el ultrasonido, algo extraño en ella. Finalmente le preguntó si se había estado sintiendo bien en las últimas semanas, a lo que Kagome respondió que se encontraba muy bien, no sentía nada fuera de lo normal, sólo existía un cambio en su rutina. Sincerándose, le explicó que Inuyasha y ella habían retomado su vida sexual después de un tiempo. Preocupada que Inuyasha al final tuviera razón, le preguntó a Midoriko si había hecho mal en permitir que pasara. Para su tranquilidad, le explicó que no, eso no tenía nada que ver con su condición, de hecho había hecho bien en hacerlo, su suelo pélvico estaba fortalecido, lo cual ayudaría en su parto. Lo que a ella le sucedía era algo totalmente extraño.
Anemia por deficiencia de hierro, era lo que Midoriko, apoyada de la opinión de Jinenji, le habían dicho que padecía, lo extraño era el hecho de que apareció de la nada, pues en sus revisiones anteriores no encontraron nada anormal en su sangre, pero para ése mes, tenía anemia en altos niveles. Siendo más raro aún que no sintiera los síntomas.
Eran justo las vacaciones de verano, época en la que los restaurantes estaban abarrotados de personas, por ende Inuyasha tenía más trabajo; sumado a que estaban de vacaciones escolares, tomó el turno completo, así pediría las dos primeras semanas de octubre, correspondientes para cuando Kagome diera a luz.
Siendo relativamente cortos o escasos los momentos que compartían juntos, para no sentirse sola o tan deprimida, Kagome también aprovechó en dar más clases particulares. Esa era la vida que estaban teniendo; ella consideró a agosto el peor mes de su embarazo.
La primera semana de septiembre llegó así como los problemas de salud en Kagome. Si bien los efectos de la anemia comenzó a resentirlos a finales de agosto, para ése momento ya eran insoportables. Por recomendación de sus doctores, pidió permiso para faltar a la escuela dos meses, siendo concedido sin ningún problema.
Inuyasha no estaba viviendo bien aquella semana. Esperaba que aquel último mes de embarazo fuera tranquilo hasta la llegada de su bebé. Se enfureció al descubrir que Kagome le había ocultado sus problemas de salud. De no haber trabajado tanto el mes anterior, se habría dado cuenta. La impotencia de verla sufrir le desgarraba el alma, sintiendo que cada dolor ajeno era como una herida propia.
Los sustos no faltaron cuando llegaba de trabajar, a veces la encontraba desmayada. Culpándose por no poder estar a su lado todo el tiempo, solicitó permiso para faltar también a la escuela, sin embargo, a él no le fue permitido. "Si tan sólo no hubiera reprobado", era lo que constantemente se repetía. Fue así que la señora Higurashi se encargó de cuidarla mientras él iba a la escuela o a el trabajo
Kagome estaba demasiado débil como para ir hasta el hospital para su consulta, por lo que Inuyasha le pidió atentamente a Jinenji y a Midoriko que la atendieran en su departamento, él cubriría los gastos extras. Ellos no aceptaron, su trabajo era atender a Kagome, no importaba si era en el hospital o en su casa, él no tendría que pagar ningún extra. Por lo que la consulta médica se llevaría a cabo en la comodidad de su hogar.
Una tarde, la consulta con Jinenji los tranquilizó un poco, les recetó suplementos de hierro, que de inmediato Inuyasha fue a comprar. Estando él fuera buscando los suplementos, la señora Higurashi despidió al doctor Jinenji. Estando al lado de su hija le acarició su cabello, ambas se sonrieron sin demostrar sus verdaderos sentimientos y sus miedos. Estando a punto de pedirle a su madre que cuidara de su bebé si algo le pasaba a ella, el timbre de la entrada sonó.
Izayoi estaba junto a Kagome y a la señora Higurashi cuando Inuyasha volvió de la farmacia. Sorprendido por su visita, la saludó por cortesía, poniendo su atención en darle a Kagome el suplemento. Una vez hecho, él le pidió una explicación a su repentina visita, pues ella ni su padre los habían visitado en todos aquellos meses desde que lo corrieron de su casa.
Izayoi le pidió perdón a su hijo y a Kagome por haberlos abandonado, así mismo, se dirigió hacia la señora Higurashi, con una gran reverencia también le pidió disculpas y le agradeció por cuidar de ambos, para después explicar el por qué de su visita.
Los tres miraban sorprendidos hacia Izayoi, escépticos de sus declaraciones. Al parecer el linaje Taisho era único, como si de una especie de seres sobrehumanos se tratara. Con honestidad les confesó que tampoco lo comprendía del todo, sin embargo, explicó que los síntomas que Kagome sufría, ella los padeció cuando estuvo embarazada de Inuyasha y que se consideraban normales en las progenitoras de los Taisho. La única manera que existía para controlarlos era con la medicina que el anciano Myoga, el médico familiar, preparaba exclusivamente para ellos.
Inuyasha, con el temperamento que lo caracterizaba se burló de su explicación, incrédulo. Manteniendo el control a raya, le pidió amablemente que se retirara, sin embargo, las siguientes palabras de su madre lo detuvieron. "La marca", señaló el lado izquierdo del cuello de Kagome, así mismo, señaló su propio cuello; ambas tenían lunares idénticos.
Aclaró que Toga, su padre, le había hecho la misma marca. Dubitativo Inuyasha la cuestionó sobre si el origen del linaje Taisho explicaba su apariencia, acerca del cabello plateado y los ojos color ámbar que los caracterizaban. Ella asintió ante sus sospechas y no sólo eso, también declaró que tenían el increíble poder de distinguir olores que una persona cualquiera no detectaba; eso también explicaba cuando olía el celo en Kagome. La cabeza le daba vueltas por no comprender lo que todo aquello significaba. Izayoi le pidió que no intentara entenderlo, sólo que aceptara que él era diferente y que así siempre sería para todos los descendientes de los Taisho.
Kagome, también estaba sorprendida, sin embargo, le fue más fácil aceptarlo; no le interesaba lo que Inuyasha o los Taisho fueran, ella lo amaría sin importar qué. Con un poco más de confianza, preguntó si todo aquel asunto afectaba demasiado a las progenitoras. Izayoi, le explicó que por la naturaleza del linaje Taisho, los bebés requerían de más nutrientes en los últimos dos meses de embarazo; para fortalecerse antes de salir al mundo, y si no los obtenían de la medicina especial para ellos, la tomarían de la madre. Eso explicaba porque Midoriko y Jinenji encontraron la anemia apenas el mes pasado.
"Dime ¿dónde puedo ver a ése tal Myoga para que me dé la medicina?" Preguntó Inuyasha, no discutiría más del tema de su linaje, lo más importante era la salud de Kagome. Le angustiaba verla tan pálida y delgada, cuando meses atrás rebosaba de salud.
Cuando Izayoi le dijo que su padre había salido de viaje, dos meses antes, en búsqueda del viejo médico familiar, él apenas reaccionó. Fue hasta que Kagome repitió sus palabras, impresionada por tal declaración, que él también abrió sus ojos por la sorpresa. Sus padres habían pensado en ellos; aquel hombre que lo había corrido de su hogar sin proporcionarle ningún tipo de ayuda, había previsto lo que pasaría, yéndose de viaje en búsqueda de la medicina que ayudaría a Kagome. Conmovido por su confesión, abrazó a su madre, mientras que ella lloraba en sus brazos, suplicando su perdón una vez más.
Una semana después, los señores Taisho y el anciano Myoga se encontraban en su departamento. El anciano les mostró que el medicamento era completamente natural, cada planta medicinal que lo componía era cultivada por él mismo. Lo único que tenía que hacer era soportar el mal sabor y las náuseas que podría provocarle, suplicando que no vomitara o no surtiría efecto.
Kagome tomó la pastilla confiada de que no tuviera tan mal sabor; intentando reprimir el asco que le provocó cuando se la tomó. Estuvo a punto de vomitar, mas se contuvo; su bebé necesitaba que ella tuviera la fuerza suficiente para cuando lo recibiera en sus brazos.
Después de aquella tarde, en los días subsecuentes, la señora Higurashi y la señora Izayoi se turnaban para cuidar a Kagome. Ella estaba mejorando considerablemente, el color en sus mejillas regresó, no así sus fuerzas, aún se encontraba débil.
Era jueves por la tarde cuando Miroku y Sango los visitaron, llegaron junto con Inuyasha después de la escuela. Llevaban deliciosa comida, botanas y bebidas, querían celebrar una especie de baby shower antes de que naciera el bebé.
—Toma, para ti el jugo y una deliciosa ensalada de lechuga, espinacas, arándanos y pollo —dijo Sango entregándole a Kagome un vaso con jugo de naranja y su enorme porción de ensalada.
—Gracias Sangro, se ve deliciosa —tomó el tenedor y comenzó a comerla dando brinquitos de alegría, los había estado esperando que su hambre había aumentado. La última semana había recuperado parte de sus fuerzas, que estaba llena de energía para cuando ellos la visitaron.
—Y bien… ¿qué se traen entre ustedes? —preguntó Inuyasha al terminar de comer, señalando a Miroku y Sango.
—De qué… ¿A qué te refieres? —declaró Sango nerviosa.
—Te sonrojas cada vez que Miroku se acerca a ti. Yo también me di cuenta —rió Kagome al ver sus torpes interacciones.
—Bueno, amigos míos… Sango y yo hemos decidido seguir sus pasos. He esperado mucho para que finalmente mi querida Sango y yo por fin… Auch —Sango le dio un fuerte golpe en su costado para que se callara, estaba roja como un tomate.
—Oh, Sango, no tienes porqué avergonzarte. He esperado mucho para verlos finalmente juntos —Kagome chilló de la emoción.
—Ya se habían tardado. Seguramente tu reputación fue lo que mantuvo a raya a Sango… ¡Keh! Me pregunto ¿qué fue lo que terminó de convencerla para que aceptara salir contigo? —dijo dirigiéndose a Miroku.
—Como dije, decidimos seguir sus pasos y… —levantó su ceja con gracia y una mirada pícara.
—¡¿Estás embarazada?! —tanto Inuyasha y Kagome exclamaron con sorpresa hacia Sango.
—¿Eh?... ¿Qué? ¡No! No es eso… —dijo Sango alarmada sonrojándose mucho más.
—Cuando hablo de seguir sus pasos, no me refería a que no perdimos el tiempo como ustedes… —señalándolos, sonrió satisfecho al escandalizarlos con sus palabras. —Me refiero a cuando ambos se conocieron, ¿recuerdan? Fue la primera vez que vi a Inuyasha tener citas. —dijo dándole una mirada cómplice a su primo.
La plática continuó con divertidas anécdotas sobre sus citas. Kagome se sentía tan bien al tener a sus amigos cerca, que por un momento se olvidó de su malestar.
—Lo único que no entiendo es porqué aún no nos han dicho si será un niño o una niña —Miroku los miró con interés, cambiando completamente la conversación.
—Midoriko intentó varias veces que el bebé se mostrara por completo, pero nunca lo logró. Cada ultrasonido el pequeño se volteaba, como si se negara a ser descubierto. —Confesó Kagome, con un suspiro afligido, ella también estaba deseosa de saberlo.
—Oh ¡mira Miroku! ¡Se movió! —La pareja invitada se asombró al ver el abultado vientre de Kagome moverse con violencia.
—Parece que está deseoso de salir, espero que no herede la impaciencia de ti Inuyasha —Miroku lo acusó con sus palabras.
—¡Keh! Ya verás cuando nazca, será tan fuerte y valiente como yo. —Colocando una mano sobre la barriga de Kagome, al instante, un pequeño bulto se formó en aquella zona.
—¡Oh! ¡Está saludándote! ¡Mira cómo sigue tu mano! —Sango estaba maravillada.
Después de algunos juegos de mesa, unas cuantas risas y preguntas respecto a su joven paternidad. Sango y Miroku se marcharon, felicitándolos a ambos y deseándoles lo mejor. Ya era algo tarde cuando ellos se marcharon, Kagome necesitaba descansar.
—¿Estás bien? He visto que te movías incómoda —declaró Inuyasha preocupado.
—Me sorprende que te hayas dado cuenta —le dedicó una sonrisa forzada —La verdad es que, estaba tan contenta de ver a ese par junto a nosotros que olvidé las molestias. Pero no te preocupes, ya se pasarán —Esperaba que sus palabras lo convencieran, porque ella no del todo. Algo era diferente, se sentía diferente. Le mortificó que algo no anduviera bien, pero trató de mantener a raya su ansiedad.
Eran las dos de la madrugada cuando el fuerte estallido de un trueno lo despertó, afuera estaba cayendo una tormenta que lo hizo abrigarse por el frío que comenzó a hacer en la habitación. Estuvo a punto de cerrar sus párpados cuando el grito de Kagome lo alertó. Encendiendo la luz, Inuyasha se giró hacia ella, y lo que vió lo asustó. Sentada sobre el futón, tocaba su abultado vientre mientras que con la otra mano jalaba fuertemente del futón contrayendo su rostro de dolor.
—Una… una contracción… ya pasó —la respiración entrecortada apenas le permitió decir algunas palabras. No quería asustar a Inuyasha, no más de lo que ya estaba.
—Te llevaré al hospital —Tomando su celular llamó al hospital, pidiendo una ambulancia. Después llamó a la señora Higurashi y a sus padres, controlando su creciente nerviosismo, les explicó lo que estaba sucediendo. Todos le decían que se calmara, que era totalmente normal. Le prometieron llegar lo más pronto posible junto a ellos.
Inuyasha tomó las maletas y la pañalera previamente preparadas para la ocasión, mientras Kagome lo veía caminar de un lado a otro. Pidiendo disculpas internamente por preocuparle tanto. Prometiendo que se lo compensaría.
La nueva oleada de dolor la atacó, tomándola por sorpresa sentada sobre el enorme sillón. Intentó ponerse de pie, pero sus piernas no lograron sostenerla cayendo sobre el futón, siendo sostenida por Inuyasha antes de que se lastimara.
Agradeció haber tomado aquel taller para padres primerizos, aplicaría todo lo aprendido. Masajeando suavemente la espalda de Kagome, de tal manera que sus músculos se relajaran, comenzó a decirle palabras de aliento.
—Eres tremendamente valiente. Lo estas haciendo increíble. Te amo tanto Kagome —sus palabras surtieron un efecto tranquilizador en ella, que el dolor disminuyó.
—Gracias Inuyasha… Ya pasó… No ha… no ha durado mucho —dijo sin aliento.
—Shhh, descansa entonces. Tu madre y mis padres vienen para acá —dijo dándole un beso en su frente.
La tormenta incrementó y habiendo transcurrido cuarenta minutos, Inuyasha perdió la paciencia, volvió a marcar al hospital, pero la respuesta que recibió no fue alentadora. La intensa lluvia había provocado varios accidentes viales por lo que todas las ambulancias habían sido enviadas a atender a los heridos. Unas cuantas groserías y llamándolos incompetentes, Inuyasha colgó frustrado. Sin darse por vencido, llamó directamente a Midoriko y a Jinenji, ambos prometieron llegar a su departamento lo más pronto posible. Sin embargo, Midoriko le dio el número de una partera de su entera confianza quien vivía mucho más cerca de ellos. Le pidió que la llamara en dado caso de no llegar a tiempo, su nombre era Kaede.
Los primeros en llegar fueron sus padres, les explicó lo que sucedía e inmediatamente Izayoi corrió hacia Kagome, Toga se quedó un momento con Inuyasha, apartándose para no ser escuchados.
—Hijo, nos ha costado una eternidad llegar hasta aquí. Escuché que el tifón Habi impactó esta madrugada. La ciudad es un caos, nos será casi imposible llegar al hospital —Trató de darle su apoyo colocando una mano en su hombro. Dado el panorama de su padre, Inuyasha no arriesgaría a Kagome a cruzar la tormenta. Decidió llamar a la partera.
El silbido del fuerte viento y los gritos de Kagome llenaban la estancia, Izayoi le daba palabras de aliento mientras esperaban la llegada de Kaede. La madre de Kagome, fue la primera en tocar a su puerta, confirmándole a Inuyasha que las calles estaban inundadas y no había paso en varias zonas.
Para cuando la partera llegó, después de cincuenta minutos, habían preparado agua caliente y fría, toallas limpias y secas.
—Bien, ¿dónde está la muchacha? —No espero a las salutaciones, lo más importante era atender a la madre y al bebé.
Las horas pasaron, tanto la tormenta como las contracciones de Kagome no paraban. Inuyasha estaba desesperado. Preguntando en ciertos momentos hasta cuándo acabaría la tortura para Kagome. Le dolía verla sufrir tanto, los espasmos de las contracciones la dejaban temblando.
—La labor de parto puede durar horas o días… Muchacho, no puedo obligar al bebé a salir cuando aún no está listo, aún no está en posición y Kagome aún no rompe aguas —dijo la anciana mientras tocaba su barriga, para ubicar la cabeza del bebé.
El día parecía interminable, las llamadas de Jinenji y Midoriko no lo calmaron, ambos estaban atrapados ante un embotellamiento debido a un fuerte accidente. Disculpándose por no poder hacer nada.
Poco después de las cuatro de la madrugada del sábado, finalmente Kagome rompió fuente. La anciana Kaede, nuevamente ubicó la cabeza del bebé, aún no estaba en posición y por ende, aún le faltaba dilatar lo suficiente. A Inuyasha le inquietó verla tan frágil, ella decía cosas ininteligibles, que le hizo pensar lo peor. Colocándose a su lado le sostuvo su mano, rozando suavemente sus nudillos.
—¿Sabes Kagome?, has soportado un día entero con contracciones. He de admitir que eres mucho más fuerte que yo. Por favor, mantén esa fuerza, ya no falta mucho para que le demos la bienvenida a nuestro pequeño —la alentó. Oró en silencio por la vida de su Kagome y la de su hijo. Había hecho todo lo que estuvo en sus manos para hacerse responsable de ellos; perdería la razón si perdía a ambos.
—Tranquilo… voy… estoy bien… Moroha… está… tomando su tiempo… en salir —Trató de recuperar el aliento, quería tranquilizar a Inuyasha para así tranquilizarse también ella, dado que el temor de que pasara lo peor se alojó en su corazón. Se estaba quedando sin fuerzas.
—¿Moroha? ¿Cómo estás tan segura que es una niña? —preguntó sorprendido. Algunas semanas antes, los dos habían hablado sobre qué nombre le pondrían si era niño o niña. Quedando Mori si era niño, opción que Kagome propuso; y Moroha si era niña, nombre propuesto por Inuyasha.
—No lo sé… ¿instinto? —por fin pudo regalarle a Inuyasha una sonrisa llena de alegría. Sonrisa que fue opacada por una oleada de dolor, éste estaba siendo mucho más doloroso que los anteriores, gritando mucho más por su intensidad. Sintió como la mano de Kaede estaba sobre su barriga mientras veía entre sus piernas.
—Muy bien mi niña, has alcanzado la dilatación necesaria y el bebé está en posición, te voy a pedir que des un último esfuerzo ¿de acuerdo? —Sin esperar respuesta, abrió sus piernas, colocándolas sobre unas almohadas. Indicando a Inuyasha que la levantara un poco, recargándola sobre almohadas—Aquí vamos, necesito que pujes lo más fuerte que puedas —Con una toalla húmeda fue limpiando la sangre que iba saliendo de su interior.
La mano de Kagome apretaba, con gran fuerza la de Inuyasha, dejando amoratados sus dedos. Él le restó importancia, se dispuso a frotar su espalda con su mano desocupada.
—Sí, así Kagome, estoy viendo su cabecita. Respira… a la cuenta de tres, puja. Una, dos, tres —
Kagome no supo de donde estaba sacando tantas fuerzas, tal vez era la emoción de tener a su pequeña en brazos, que pujaba con fuerza.
—¡Ah! ¡Maldición! ¡Inuyasha! —levantando su cabeza, lo miró a los ojos. —No voy a permitir que vuelvas a meterme tu bestiecilla… ¡Ah! —No le importó que sus padres, su propia madre y una completa desconocida la estuvieran escuchando —¡Siento que estoy dando a luz a un rinoceronte! —Pujó una vez más, sin soltar la mano de Inuyasha.
—¿Pero qué?… ¡Keh!... Éso no dijiste cuando te divertías con mi bestiecilla —No le gustó la idea de no volver a tomarla y hacerla suya. Dijo sin dejar de masajear su espalda baja.
—¡Idiota!... mi madre… está aquí —lo miró furiosa.
—Mis padres también — le devolvió la misma mirada.
Las risas de los aludidos se escucharon en la estancia, "definitivamente son tal para cual", pensaron los tres, en lugar de sentirse escandalizados, sonrieron por las tonterías que decían, aún eran jóvenes.
—¡Un poco más Kagome! —Kaede los interrumpió en su absurda pelea.
—¡Aquí viene! Vamos hija ya falta poco —La alentó su madre
La lluvia había amainado por completo. Las nubes finalmente permitieron filtrar los primeros rayos de sol, llenando la habitación de una calidez tan necesaria tras el frío de la tormenta. La labor de parto había durado todo un día y las primeras horas de una mañana de sábado.
Kaede limpiaba a Moroha; la pareja Taisho preparaba una tina con agua tibia y la señora Higurashi preparaba la ropita que usaría. Mientras, Inuyasha veía el cuerpo laxo de Kagome sobre el futón con los ojos cerrados; las hebras de su flequillo se pegaron a su rostro y respiraba con dificultad. A pesar de su estado, la miró embelesado, era la mujer más hermosa, valiente, fuerte, amable y alegre que había conocido en su vida … Su pecho se infló por la avalancha de emociones que sintió. Estaba seguro que si la perdía, su vida se iría con ella.
El llanto de su bebé lo trajo de vuelta a la realidad, la anciana Kaede le sonrío depositando el pequeño bulto en sus brazos. Miró hacia sus padres; la señora Higurashi lloraba abundantemente sobre el pecho de su madre, quien la abrazaba tratando, inútilmente, de tranquilizarla; ella también estaba llorando. Su padre le dio una mirada inexpresiva. Percatándose de que no escuchaba nada más que los sollozos de su bebé, volvió su mirada hacia sus brazos, quedó maravillado..
—¡Mira Kagome, es Moroha!… ¡Tenías razón! —Acercó sus brazos a ella, sin embargo, Kagome seguía con los ojos cerrados y su respiración era imperceptible. Fue cuando comprendió el porqué la señora Higurashi no paraba de llorar. —¿Kagome?... ¡Kagome! —No obtuvo ninguna respuesta ante su desgarrador grito.
Todo estaba pasando demasiado rápido, Jinenji y Midoriko llegaron en algún momento, comprobaron que su bebé se encontraba en buenas condiciones. Mientras Midoriko se encargaba de Moroha, Jinenji revisó a Kagome.
—Tranquilo Inuyasha, sólo se ha desmayado. Perdió mucha sangre —Jinenji le explicaba para tranquilizarlo. —Voy a administrarle suero con hierro por vía intravenosa. Poco a poco recuperará las fuerzas —dijo mientras preparaba todo.
—Nació a las 6:45 de la mañana… —La anciana Kaede explicó a Midoriko quien hacía el registro —21 de septiembre —dijo confirmando la fecha.
—Exactamente en la primera mañana de otoño —La voz de su padre lo distrajo. Una sonrisa iluminaba su rostro —Muy bien hecho hijo, estoy muy orgulloso de ti y de Kagome —Le dio un fuerte abrazo, otorgándole, sin darse cuenta, la fuerza que había creído perdida.
La siguiente hora le pareció a Inuyasha una eternidad, no se apartó de Kagome. Tomando su mano y sosteniendo con el otro brazo a su hija, esperó a que ella despertara. Jinenji tenía razón, poco a poco el color volvió a sus mejillas y su respiración era más regular.
Se distrajo un momento viendo a su hija, deseaba poder ver su mirada. Cuando la tenue voz de Kagome lo llamó
—Inu… ¿Inuyasha? —Trató de enfocar la figura de Inuyasha, a su lado. El cuerpo le pesaba, tanto que le costó moverse.
—¡Kagome!... —Su corazón saltó de alegría al ver finalmente el hermoso café de sus ojos. —Mira… saluda a Moroha —Con mucho cuidado, depositó a su hija cerca de su rostro para que pudiera verla mejor.
—Es hermosa —La alegría de ver a ese pequeño ser le dio la fuerza necesaria para tocarla, quería abrazarla. Haciendo un esfuerzo sobrehumano y con ayuda de Inuyasha, la sostuvo sobre su pecho. Moroha, reconociendo el calor de su madre, se quedó quieta, siendo arrullada por el vaivén de su respiración.
—Oh, Inuyasha… ¡Gracias! Me has dado el regalo más hermoso de éste mundo —Con lágrimas en los ojos, le dedicó una gran sonrisa —y también gracias por estar a mi lado.
—Soy yo quien está agradecido contigo Kagome —sus lágrimas amenazaban por salir —Lo digo en serio, ¿quién en éste mundo soportaría estar con un chico problemático como yo? —se burló de sí mismo. —Kagome... siempre has estado a mi lado. Nunca te has rendido conmigo, incluso cuando yo he sido un tonto. Aún sigo sin entender qué viste de bueno en mí, pero te estoy muy agradecido… yo… Mi más grande deseo es que estés siempre a mi lado —La intensidad de su mirada dejaba en claro el reflejo de su alma.
—Eres un chico maravilloso Inuyasha, amable, fuerte y muy valiente. Y si tengo que demostrártelo por el resto de mi vida, acepto con mucho gusto. —De igual forma, su alma expresó su más profundo deseo a través del brillo de su mirada.
—Sólo te pido, no vuelvas a asustarme —Inuyasha le suplicó. Sólo recordarla tendida, sin mover un músculo… Le costaría mucho superar aquella imagen.
—¿Mmm? ¿De qué hablas? —Kagome no comprendió a lo que se refería. Acariciando a su pequeña lo miró confundida.
—¡Te desmayaste! Pensé que tu… —Sacudió su cabeza tratando de alejar la horrible idea.
—Estoy bien, estoy aquí y Moroha también. No iremos a ninguna parte —Con su otra mano lo tomó de su camisa, jalándolo débilmente hacia ella. Siendo él quien acortara la distancia que los separaba, besando con ternura sus labios
El fresco y limpio aroma de la mañana mezclado con el olor del arroz cocido lo despertó. Los rayos del sol entraban por la ventana llenando con su calidez la habitación. No tardó mucho en percibir el aroma a vainilla y a bosque entremezclándose con la peculiar fragancia lechosa.
Abriendo por completo sus ojos, giró su mirada al pequeño bulto que tenía abrazado con uno de sus brazos, reconociendo de inmediato el agradable aroma lechoso que desprendía Moroha. Captando también el aroma de Kagome y el suyo que se combinaban en ella, aún era muy pequeña para tener su propio olor. Disfrutó de verla dormir tan tranquila, agradeciendo a los cielos que fuera tan bien portada.
No les había causado problemas durante las noches subsecuentes a su nacimiento, cosa que los hizo descansar después del tormentoso alumbramiento. Sin embargo, cuando despertaba, no había nada que la detuviera de experimentar con el mundo, como lo estaba haciendo en ése instante. Un pequeño par de ojos color avellana lo miraban. Su corazón se derritió cuando ella sonrió, reconociéndolo e intentando estirarse para tocarlo.
Kagome fue a despertar a Inuyasha y a Moroha, el desayuno estaba listo. Llevándose una grata sorpresa al ver a Inuyasha jugando con su hija, el corazón amenazó con salirse de su pecho por tanta ternura.
Su verdadera paternidad había comenzado aquel otoño cuando Kagome regresó a la escuela, aprendiendo a administrar mejor su tiempo. Desde entonces, cada tarde, tanto Sango como Miroku, los acompañaban a casa con el único objetivo de jugar con Moroha. Las ocurrencias de Miroku ruborizaron a Sango en más de una ocasión, pidiéndole insistentemente en hacer un bebé que se pareciera a ellos tanto como Moroha se parecía a Inuyasha y a Kagome.
No negaban que les fue difícil acostumbrarse a su nueva vida; entre la escuela, el trabajo y las labores del hogar, terminaban completamente agotados, pero al ver sonriente a Moroha sabían que cada sacrificio valía totalmente la pena.
Una tarde de paseo por el parque, sentados en una banca, Inuyasha y Kagome contemplaban el paisaje mientras Moroha dormía en su carriola. El viento soplaba llevándose consigo las hojas secas y marchitas, desabrigando a los árboles del follaje que alguna vez tuvieron.
Ambos reflexionaron sobre todo lo que habían aprendido en aquel año. Siendo tan jóvenes e inmaduros para ser padres, se enfrentaron al sacrificio de sus sueños y metas, a soportar ser señalados por una sociedad que le parece más fácil juzgar que ayudar, a tener que trabajar el doble para salir adelante… La culpa y frustración sería superada con el paso del tiempo, eso lo sabían con certeza, después de todo, el fruto de su amor era mucho más grande que todos sus problemas.
La responsabilidad que representaba un hijo era un cambio que ambos temían, pero así como el otoño, comenzaron a dejar ir todos aquellos pensamientos que no los dejarían florecer en el futuro. Y ése sería su mayor aprendizaje.
—¿Te he dicho cuánto agradezco a la vida por tenerte a mi lado? —Besó su mejilla.
—Sí, y me encanta escucharte cuando lo dices. Compartimos el mismo sentimiento, Inuyasha —Ella también le besó la mejilla. —Nací sólo para conocerte —dijo sonriente.
—Y yo nací sólo para estar contigo —declaró en un suspiro antes de besar sus labios.
FIN
N. del T.
Pensé mucho en no publicar la historia y hacerla parte de la #DinamicaEquinoccio que la gran Anyara realizó. Dada la fecha en la que publico esta historia, ya no sería partícipe. Así que por primera vez seré una sinvergüenza y si bien ya no forma parte, estoy muy agradecida por la gran idea de Anyara. Gracias a ello pude inspirarme y escribir algo diferente. Mi primer one shot.
Me gustaría mucho escribir mi proyecto de investigación de la misma forma que escribí ésta historia. Ja, ja, ja.
Pensaré seriamente en dedicarme mejor a escribir one shots... Lo dudo, pero seguramente no será el único que publico, tengo tantas buenas historias...
En mi país está siendo un otoño tremendamente lluvioso...
Creo que ya decidí el común denominador de mis historias. ¿Alguien se dará cuenta?
Ya escribí demasiado... Hasta una próxima.
