Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a J. Johnstone y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.


Veintiuno

El proceso de curación fue lento, tanto mental como físicamente. En la primera semana de recuperación de Candy, Siùsan, para gran sorpresa de Candy, fue una cuidadora amable y excelente. Lo primero que le dijo a Candy cuando la vio despierta fue que lo lamentaba. Luego le rogó a Candy que la perdonara por sus acciones, y Candy la perdonó sin dudarlo, porque podía ver la verdad del arrepentimiento de Siùsan. Tal vez su nuevo matrimonio la haría feliz.

Eliza era otro asunto. Candy no la había visto desde que la mujer intentó matarla, pero tenía la intención de verla hoy, ya que Anthony estaba a punto de bajar las escaleras al gran salón donde Eliza lo esperaba para decidir su destino. Candy quería ir, pero Anthony se había negado obstinadamente hasta el momento, diciendo que no se arriesgaría a que ella recayera.

Candy respiró hondo, decidida a convencerlo. Anthony estaba a su lado en la cama donde ella estaba reclinada, por orden suya. —Tengo derecho a ir—, dijo con tranquila resolución.

Anthony negó con la cabeza. —Podrías recaer.

Candy apretó su mano entre las de ella. —Puedes llevarme abajo en tus brazos. Ni siquiera caminaré.

—No.

El hombre era terco, sin duda. Candy simplemente lo sería aún más. —Escucharé de su boca por qué me envenenó, Anthony—. Cuando él tomó aliento para discutir, ella se apresuró a hablar nuevamente. —Ella me hizo perder a nuestro hijo y casi mi vida. Tengo derecho a escuchar el porqué cara a cara. Tengo derecho a demostrarle que ella no me ha roto—, finalizó Candy con la voz temblorosa.

Los ojos de Anthony se abrieron como platos y luego se inclinó y rozó sus labios contra los de ella. —Nadie podría jamás romperte, Candy. Tu espíritu es fuerte y audaz, por eso fuiste la única que pudo librarme de mi dolor. Y tienes razón, ahora lo veo. Deberías estar allí.

Candy dejó escapar un suspiro de alivio cuando Anthony movió las mantas a su alrededor y luego la levantó y la envolvió en una de ellas. Se sintió bastante tonta, pero sabía que protestar con su esposo sería inútil.

La llevó en brazos escaleras abajo hasta el gran salón y se detuvo delante de la puerta antes de entrar. —¿Estás segura?—, le preguntó, con preocupación en su tono.

Ella asintió mientras miraba hacia el gran espacio. Sentados en el estrado junto a la pared del fondo estaban todos los hermanos de Anthony, Lachlann, Seòras, Tòmas y dos ancianos del clan Andley. Juntos formaban el consejo del clan. El consejo le daría a Anthony sus opiniones respecto al destino de Eliza, pero la decisión final sería de Anthony.

Delante del estrado elevado, Eliza estaba de pie con dos miembros del clan flanqueándola.

—Estoy lista—, dijo Candy, sintiendo que Anthony la estaba esperando.

Cuando entró, los hombres que hablaban en el estrado dejaron de hablar. Todos se pusieron de pie y Eliza se dio la vuelta. La respiración de Candy se quedó atrapada en su garganta. El cabello castaño rojizo de la mujer estaba desordenado y tenía suciedad por toda la cara. Tenía el vestido roto y los ojos vidriosos, pero parecieron aclararse y brillar de odio al ver a Candy. Los dedos de Anthony se cerraron con más fuerza alrededor de las piernas de Candy mientras pasaba junto a Eliza y se dirigía al estrado, donde Seòras le ofreció su lugar a Candy.

Ella sacudió la cabeza. —Eres parte del consejo.

—No soy tan viejo como para no poder quedarme de pie detrás de ti—, gruñó Seòras. —Te sentarás aquí o yo mismo te llevaré arriba.

El corazón de Candy se llenó de amor por Seòras, por todos los que estaban en el estrado, mientras asentían con la cabeza y cada uno se levantaba, ofreciendo sus sillas una por una.

—Siéntate aquí, mi señora—, dijo Stear. —Tú eres una de nosotros

—No, toma mi asiento—, ofreció Albert. —Eres como una hermana.

—Toma el mío—, exigió Lachlann con una sonrisa. —Eres parte de nuestra familia.

Las ofertas continuaron, con el resto del consejo, con Eliza mirando y frunciendo el ceño. Candy no pudo evitar sonreír mientras Anthony la colocaba a su lado y ella miraba a derecha e izquierda a su nueva familia. Ella era una Andley más que solo de nombre.

Anthony inició la reunión, dirigiendo una mirada penetrante a Eliza durante un período prolongado antes de continuar. Luego recitó los cargos en su contra. —Eliza Andley, se te acusa del delito de intento de asesinato de Candy Andley mediante envenenamiento. También se te acusa del asesinato del hijo no nacido de Candy y mío—, la voz de Anthony no daba el menor indicio de su tormento, pero su mano encontró la de Candy debajo de la mesa y le apretó los dedos con fuerza antes de continuar. —¿Cómo te declaras? ¿Culpable o no culpable?

—Yo debería haber sido tu esposa—, exclamó Eliza en lugar de responder a los cargos. Cuando intentó dar un paso hacia el estrado, Candy se puso tensa, pero los hombres que flanqueaban a Eliza rápidamente la detuvieron. Escupió en el suelo y retorció los brazos en vano, deteniéndose finalmente cuando debió darse cuenta de que no se soltaría. —¡Yo debería haber sido tu esposa!—, gritó más fuerte. —Durante toda mi vida nadie me prestó atención. Nadie me miró siquiera a la cara excepto tú. —Siempre me miraste como si yo fuera importante—, le gritó a Anthony. —Y el día de tu boda, me dijiste que habías sido bendecido porque tenías dos hermosas hermanas a las que defender y honrar. Supe entonces que me deseabas.

Candy miró de reojo a Anthony. Su mandíbula temblaba furiosamente. —Me estaba comportando amablemente contigo, Eliza. No significaba que te deseara. Recuerdo que te veías asustada allí sola.

—¡No!—, chilló Eliza. —Tú me deseabas. Yo lo sabía. Y cuando Iseabail murió, supe que querrías casarte conmigo, pero Siùsan... Eliza se dio la vuelta y sólo entonces Candy se dio cuenta de que Siùsan estaba al fondo de la habitación con el hombre que seguramente tenía que ser su nuevo marido ya que estaban. cogidos de la mano. —Siùsan empezó a conspirar para robarte. ¡Ella pensaba que era su derecho! ¡Pero la engañé! Yo gané. ¡O lo habría hecho!

El corazón de Candy dolía por Siùsan cuando la mujer bajó la cabeza avergonzada, pero el marido de Siùsan levantó su mano y la besó. Ella levantó la cabeza y le sonrió. Él secó las lágrimas que resbalaban por su rostro y Candy supo que Siùsan estaría bien. Ella había encontrado la felicidad. En realidad, ella nunca había deseado a Anthony y nunca le habría hecho daño a Candy. Ella sólo quería ser amada, lo cual Candy podía entender perfectamente, y Anthony (con su amabilidad y honor) tenía la costumbre de hacer que las mujeres lo amaran, o pensaran que lo amaban, sin proponérselo.

—Eliza Andley—, bramó Anthony, —¿tienes algo más que decir?

—¡Eres mío!—, Eliza gritó una y otra vez.

Detrás de Candy, la mano de Seòras se posó sobre su hombro y le dio un apretón suave.

Anthony sacudió la cabeza ante las protestas de Eliza y luego miró al consejo. —¿Qué dicen ustedes, miembros del consejo? ¿Destierro o muerte?

¿Muerte?

A Candy se le hizo un nudo en el estómago. A pesar de lo que había hecho Eliza, Candy no deseaba su muerte. La mujer había perdido la razón. Contuvo la respiración mientras cada miembro hablaba. Estaban divididos por la mitad, cuatro que querían la muerte y cuatro que querían el destierro. Candy miró fijamente a Anthony, quien tenía la última palabra.

Se pasó una mano por la cara y luego fijó su mirada en Candy. —¿Tú qué dices? ¿Qué deseas?

¿Le estaba pidiendo su opinión? Era el honor más grande que él podía darle y ella lo amaba aún más por ello. —Destierro—, dijo, con voz clara y fuerte.

Él asintió y se volvió para mirar a Eliza. —Eliza, a partir de este momento no eres más una Andley y quedas desterrada de por vida de la Isla de Skye y del Castillo Andley hasta el punto más alejado de Escocia desde este lugar. Si alguna vez vuelves a pisar la tierra de los Andley, te matarán en cuanto te vean. Esperarás tu partida en la mazmorra. ¡Llévensela!—, ordenó Anthony e hizo un gesto a los guardias. Y entonces sacaron a rastras a Eliza de la habitación gritando y agitando los brazos. Siùsan la siguió, supuso Candy, para despedirse.

—Archie—, dijo Anthony, mientras se levantaba, tomaba a Candy en sus brazos y la acercaba a su pecho. Irás con los guardias para ver a Eliza instalada.

—Como desees, hermano.

Sin decir otra palabra, Anthony se alejó del estrado y se dirigió a su cámara. Dejó a Candy sobre la cama y, para su sorpresa, se reunió con ella.

—¿Qué estás haciendo?—, dijo ella, riendo. —¿No es necesario que te ocupes de los asuntos del clan?

—Sí. Pero eso puede esperar. He estado creando algo solo para ti en mi cabeza—. Anthony estiró sus largas piernas mientras se reclinaba a su lado y tomaba su mano entre las suyas. Luego, para su asombro, él comenzó a cantar una balada y cuando empezó a contar la historia, ella se dio cuenta de que se trataba de ellos. Cantó sobre un laird que había perdido su capacidad de amar y la orgullosa belleza mitad inglesa que despertó primero su lujuria y luego su corazón, y pacientemente le enseñó a amar de nuevo.

A Candy le dolía la garganta por las lágrimas contenidas de felicidad cuando terminó la balada. Cuando terminó, le sonrió tímidamente y presionó sus labios contra los de ella.

—No sabía que podías cantar.

—Oh, sí, pero no se lo digas a nadie. Los lairds no cantan—, dijo muy seriamente. —Mi padre siempre me lo decía.

Candy frunció el ceño. —¿Qué más no hacen los lairds?

Anthony se frotó la barbilla con los nudillos mientras parecía pensativo. —Los lairds no lloran y los lairds siempre ponen al clan en primer lugar, por encima de todo.

—¿Era tu padre un hombre duro?—, preguntó, pensando en el suyo.

Anthony asintió. —Era duro, pero era bueno y honorable, y siempre nos demostró que nos quería.

Ella arqueó una ceja. —¿Pero él nunca te lo dijo?

—No. Los lairds tampoco hablan de sus emociones.

Ella resopló ante eso, pero la conversación explicaba en gran medida por qué Anthony no le había hablado de cómo se sentía antes. Si las reglas sobre los lairds se establecían tan firmemente muy temprano en la vida, y él las había vivido durante tanto tiempo, no era de extrañar que hubiera sido tan difícil para él. —Me alegro de que seas un tipo de laird diferente a tu padre.

—Diferente pero igual—, respondió. —Hablar de cómo me siento es difícil, pero lo haré por ti. Pero solo por ti.

Ella sonrió. —¿Continuarás cantando para mí?

Él se rió entre dientes. —Sí. Pero sólo para ti.

Antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta. —Soy Albert. ¿Puedo entrar?

—Sí—, dijo Anthony.

Albert entró en la cámara con una gracia casual que hizo que Candy comprendiera por qué Aileene estaba enamorada de ese hombre. Aunque Candy no lo encontraba tan guapo como Anthony, sin duda era un hombre atractivo con su espeso cabello dorado y sus brillantes ojos verde azulados, que siempre parecían tener un secreto.

Se detuvo a los pies de la cama y negó con la cabeza. —Nunca pensé que vería llegar el momento en que pasarías todo el día en la cama.

Anthony se echó a reír. —Ahora lo has hecho. ¿Has venido simplemente para molestarme o quieres algo?

—Bueno, «laird neo-bhriste»—, dijo Albert arrastrando las palabras con una sonrisa traviesa y un tono burlón. —No conservarás ese título por mucho más tiempo si no entrenas. ¿O has olvidado que los ingleses te quieren muerto, y a tu esposa...— le guiñó un ojo a Candy —... simplemente la quieren.

—No lo he olvidado—, respondió Anthony frunciendo el ceño. —Entrenaremos mañana.

Albert asintió y se giró para irse, pero cuando llegó a la puerta, los miró. —Candy, gracias.

—¿Por qué?—, preguntó confundida.

Albert sonrió. —Por no huir de Anthony después de que lo conociste por primera vez. Lo has hecho feliz.

—No se nota, ¿verdad?—, preguntó Anthony con una indignación que hizo reír a Candy.

—No—. Albert puso los ojos en blanco y se fue.

Mientras Anthony envolvía a Candy en sus brazos, ella levantó la vista hacia él. —¿Qué quiere decir «laird neo-bhriste»?

Ella lo miró fijamente hasta que él finalmente respondió. —Laird inquebrantable. Los hombres me llaman así porque nunca he sido derrotado en batalla.

Parecía como si no le gustara, lo que la confundió. —¿No te gusta?

—No. Creo que es de mala suerte ponerse un título así, como si le estuviera pidiendo a Dios que me castigara por ser demasiado orgulloso.

Candy asintió. —Si tuviera una moneda, te la daría como indulgencia.

Anthony soltó una carcajada hasta que se quejó de que le dolía el estómago.

Más tarde esa noche, después de una tranquila partida de ajedrez, Candy estudió la cámara iluminada por velas y se le ocurrió una idea. —Baila conmigo, Anthony—, dijo, queriendo olvidar el dolor de su corazón por la pérdida de su bebé en sus brazos.

—No sé cómo.

—¿No sabes bailar?—, repitió atónita.

Él le sonrió. —El baile no está en la lista de cosas que se le deben enseñar a un joven escocés que va a ser laird.

Ella asintió, comprendiendo, pero... —¿Seguramente bailaste con Iseabail?

—No—, respondió él, para su alivio, ya no tenía su habitual mirada atormentada en sus ojos. —A Iseabail no le gustaba bailar.

—¡Yo te enseñaré!—, exclamó Candy.

Parecía como si prefiriera comer tierra, lo que la hizo estallar en carcajadas. —Por favor—, suplicó. —Será encantador y me hará muy feliz.

—¿Te hará feliz?

Ella asintió con la cabeza, ansiosa por empezar.

—Si te sientes cansada, me lo debes decir—, ordenó.

—Lo prometo, pero realmente me siento bastante bien.

Él la ayudó a levantarse y se dirigieron al centro de la cámara, donde ella le enseñó los pasos de una danza campestre. El fuego crepitaba y ardía en la chimenea, llenando el espacio de una acogedora calidez. Para cuando terminó de colocarlos en sus posiciones y le mostró algunos pasos a seguir, ambos estaban transpirando.

Después de intentar bailar varias veces, Anthony la tomó entre sus brazos. —Creo que no estaríamos hirviendo si nos quitamos la ropa.

Sus ojos azules se encontraron con los verdes de ella, y el deseo que ardía en sus profundidades envió una oleada de reconocimiento a través de ella, recordándole cuán formidable era su marido. Él no había tratado de tocarla físicamente ni una sola vez desde que perdió al bebé, y ella se había sentido agradecida, ya que su cuerpo estaba adolorido y su corazón en carne viva. Todavía le dolía el corazón, pero de repente, con sus cálidas manos presionando su espalda y su duro cuerpo moldeado a ella, anheló que él la tocara como lo había hecho antes. Quería que él llenara el vacío que había dentro de ella con su amor, con su cuerpo.

—Tengo una confesión—, dijo Anthony, con voz seductora.

—¿Qué pasa?—, susurró ella.

—Sólo accedí a bailar contigo para poder abrazarte así. No tengo ningún deseo de aprender a bailar, pero tengo un profundo anhelo de volver a tenerte entre mis brazos.

—Tengo el mismo deseo—, admitió ella.

Sus ojos se abrieron un poco. —¿Lo tienes?

Ella asintió tímidamente. —Sí, pero también tengo miedo.

Su mirada la acarició cuando su mano llegó a su rostro e hizo lo mismo. —¿De qué tienes miedo? ¿De que te pueda doler?

Ella negó con la cabeza. Siùsan le había dicho con total naturalidad que debido a que Candy había estado en una etapa tan temprana del embarazo, no había daños en esa área, por lo que podía reanudar sus relaciones matrimoniales con Anthony cuando se sintiera lista. —Tengo miedo de volver a quedar embarazada y perderlo otra vez.

Ian asintió. —Yo también tengo miedo de eso.

Su boca se abrió en estado de shock. —¿También tú?

—Sí, a ghràidh—. Llevó ambas manos a su rostro, tomándolo y luego le dio un suave beso en los labios. —Pero cuando estamos juntos como uno, todo en mi mundo es bueno y perfecto. Me has dado un regalo que ni siquiera sabía que estaba esperando.

No podría haber dicho nada más perfecto. Ella tomó su rostro mientras él hacía el suyo. —Te amo.

—Y yo te amo, a ti.

Ella se puso de puntillas y presionó sus labios contra los de él. Cuando ella retrocedió, sus manos se deslizaron alrededor de su cintura y ella se encontró levantada sobre sus pies y hacia su pecho.

—¿Es tu beso una invitación, a ghràidh?

Ella negó con la cabeza y, aunque ni su cuerpo ni sus ojos mostraron decepción, su mandíbula se tensó. Ella apenas pudo controlar su risita. —No fue una simple invitación, laird—, ronroneó con su mejor acento escocés. —Fue una súplica para que me tomaras y me hicieras tuya una vez más.

—Eres mía, siempre—, gruñó, pasando sus piernas por encima de sus brazos. —Pero estaré feliz de responder a tu petición un toque a la vez.

Caminó con ella hasta la cama, la puso de pie y le ordenó que se quedara quieta.

Ella asintió y de repente sus manos estuvieron sobre ella, recorriendo su cuerpo y encendiéndolo en llamas. Agarró el borde de su camisola y se la subió por los muslos, las caderas y los senos, capturando sus muñecas con la mano mientras pasaba la prenda por encima de su cabeza. Lo arrojó al suelo y le soltó las manos a los costados. Ella permaneció allí completamente desnuda, su mirada ardía y devoraba su cuerpo. Él la hacía sentir hermosa, deseada y lasciva, y cuando ella levantó las manos hacia su pecho, presionó las palmas allí y sintió el latido de su corazón bajo las puntas de sus dedos, supo la emoción del poder que su toque tenía sobre él.

Temblando de deseo, levantó su tartán y, mientras la tela se deslizaba sobre su poderoso torso, se maravilló del efecto que tenía en ella el simple hecho de vislumbrar la perfección de su cuerpo. Su corazón se aceleró y su estómago dio un vuelco mientras su núcleo se contraía anticipando lo que estaba por venir. Su mirada mantuvo prisionera la de ella mientras ella movía el tartán hasta sus anchos hombros. Ya no podía levantarlo más.

—Desnúdate—, ordenó.

Él le lanzó una sonrisa maliciosa. —Como desees, a ghràidh.

Cada vez que él la llamaba su amor, ella sentía como si su corazón estallara de alegría. Mientras él levantaba los brazos para quitarse el tartán, ella no pudo contenerse más. Ella dejó besos en los planos calientes del músculo de su estómago y él se sacudió, gimió y la agarró por los brazos en respuesta.

Antes de darse cuenta de lo que estaba pasando, estaba en su cama con Anthony flotando sobre ella. Él devoró su boca en un beso de posesión, luego deslizó su lengua por un camino desde sus costillas hasta su estómago y más abajo hasta la unión entre sus muslos. Él la obligó a rendirse rápidamente, sus gritos de placer resonaban en sus propios oídos.

Aún así, ella lo ansiaba y le tendió los brazos cuando lo vio vacilar sobre ella, insatisfecho con su propia necesidad, pero dispuesto a esperarla. Su preocupación y devoción la conmovieron mucho.

—Ven a mí—, susurró ella con voz ronca.

—¿Estás segura? No pensé que llegaríamos tan lejos esta noche. Sólo probaríamos las aguas, ¿no?

—Se han probado las aguas—, gruñó. —Están cálidas y listas.

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Oh Dios. Candy era tan hermosa. Olía a brezo y fresia, y la calidez que él sabía que le esperaba en su interior le hacía señas. Sus buenas intenciones de darle placer a su esposa esta noche y no tomar el suyo, de reavivar suavemente su intimidad, su forma de hacer el amor, desaparecieron en una pasión tan fuerte que lo hizo estremecerse.

Él la agarró por las caderas y colocó su virilidad en su entrada caliente y húmeda. —Puedo ir despacio y con suavidad—, jadeó, ofreciéndole un último momento para reconsiderar o ordenarle cómo proceder.

—Ni siquiera pienses en eso—, dijo ella, su mirada ardiente cuando se encontró con la de él.

Sus pensamientos se desvanecieron, dejando solo uno: la posesión. Con esa necesidad ardiente, se sumergió en ella. Ella lo envolvió al instante, ajustándose a él como un guante de seda. El deseo lo consumía, y su cuerpo tomó el control. Anthony le levantó las caderas, empujando más adentro, más fuerte y más rápido, sintiendo cómo el cuerpo de Candy palpitaba y se tensaba, tan cerca del éxtasis.

Ella arqueó la espalda, y él supo que ella estaba cerca, también. Sus dedos se deslizaron hacia uno de sus senos, acariciando su pezón con delicadeza mientras él se movía dentro y fuera de ella. De repente, su cuerpo se tensó, y un grito de placer resonó en la habitación, justo en el momento en que él alcanzó su propio clímax. La intensidad lo sorprendió, y se quedó inmóvil, respirando con dificultad, su corazón latiendo con fuerza, mientras su semilla se derramaba en Candy, dejándolos a ambos exhaustos.

Se derrumbaron como uno solo sobre la cama y se quedaron quietos, su respiración agitada llenó el silencio. Cuando su corazón se desaceleró, se giró hacia un lado y pasó un dedo por su vientre plano. Ella volvió la cabeza hacia él, con sus ojos verdes llenos de nostalgia. Él entendió y le dio un beso en el vientre.

—Haremos otro niño.

—¿Y si no podemos?—, susurró ella.

—Entonces seremos una familia, sólo nosotros dos. Y será más que suficiente.

Candy asintió y tomó la mano grande de Anthony con su pequeña mano. Si él pudiera evitar que el dolor volviera a tocar el corazón de ella, él daría su vida para lograrlo.

- - - o - - -

A Anthony le hubiera gustado mantener a Candy en su cámara hasta que las cosas se arreglaran con Leagan sólo para mantenerla a salvo, pero al comienzo de la tercera semana de su recuperación, Candy exigió reincorporarse a la vida del castillo. Estaba a punto de negarle su pedido cuando alguien golpeó la puerta de su cámara. Candy pasó junto a Anthony, corrió hacia la puerta y la abrió de par en par.

Una Aileene de aspecto frenético estaba en la puerta con Stear directamente detrás de ella. —Lamento molestarte, pero Sheena ha estado de parto durante todo un día y algo anda mal. Tú sabes cómo ayudar en el nacimiento de un bebé, ¿no?

Candy asintió, salió por la puerta y bajó las escaleras antes de que Anthony pudiera protestar. Al no tener otra opción, él se apresuró a mantenerse cerca de ella, empujando a Stear para que se apartara de su camino.

—¿Cómo es que cada vez que miro estás siguiendo a Aileene?—, exigió Anthony cuando las mujeres doblaron la esquina delante de ellos, desapareciendo de la vista por un momento.

Stear se sonrojó. —La amo.

—Eres demasiado joven para saber lo que significa amar a una mujer.

—No soy demasiado joven—, gruñó Stear. —Tengo la edad que tenías tú cuando te casaste con Iseabail.

El comentario golpeó a Anthony como una flecha. Se detuvo tambaleándose. Iseabail. No había pensado en ella desde hacía semanas. Ni una sola vez. Sin embargo, de alguna manera él supo que si ella pudiera hablar con él, le diría que era así cómo debía ser. Había llegado el momento de volver a unirse verdaderamente a la vida. La culpa que sentía por romper la promesa que le había hecho a Iseabail se disipó como una niebla. Ella siempre tendría un lugar en su corazón, pero ahora Candy también lo tenía.

Corrieron todo el camino hasta la casa de Lachlann. Candy y Aileene se apresuraron a ir al lado de la cama de Sheena, donde Lachlann caminaba de un lado a otro. Anthony le rogó a su amigo que dejara que las mujeres trabajaran y esperara con él afuera, pero él se negó a salir de la habitación. Anthony asintió y se quedó de pie justo afuera de la puerta entreabierta, a través de la cual podía ver a Candy y estaba listo para intervenir si ella solicitaba su ayuda.

Lachlann le gritaba órdenes a Sheena, instándola a que simplemente diera a luz al bebé de una buena vez, mientras Sheena le gritaba a él, exigiéndole que saliera de la habitación. Aileene comenzó a insistir para que se detuvieran, pero no servía de nada.

Los ojos de Anthony se agrandaron cuando Candy tomó un plato y lo arrojó al suelo.

Los gritos cesaron repentinamente y todos la miraron. Ella se acercó a Lachlann y le dio un golpecito con el dedo en el pecho. —Si no quieres que tu esposa muera al intentar dar a luz a tu bebé, creo que deberías salir de aquí.

Lachlann miró a Candy con la boca abierta. —¿Sheena podría morir?

Candy asintió. —Mírala. Ha estado de parto demasiado tiempo. La fatiga se está apoderando de ella y pronto estará demasiado cansada para ayudar a que salga el bebé. Tus gritos no lo están haciendo más fácil. Debes marcharte y dejarnos que la ayudemos.

Parecía que Lachlann estaba a punto de discutir, pero finalmente asintió y salió por la puerta. Una vez que estuvo cerrada, Anthony rodeó a su amigo con un brazo. —Ven. Practicaremos el combate—. Era la tarea perfecta para desviar la atención de su amigo de lo que sucedía dentro y, afortunadamente, Anthony nunca iba a ninguna parte sin su daga.

Practicaron con sus dagas y luego se turnaron para disparar el arco de Lachlann mientras los gritos de Sheena ocasionalmente puntuaban el relativo silencio.

—Voy a volver a entrar—, exigió finalmente Lachlann después de que habían pasado varias horas. —Sheena me necesita.

—Sí, ella necesita que te quedes aquí afuera y muestres fortaleza. Solo les estorbarías ahí dentro, y sabes tan bien como yo que a ella no le gustaría que la vieras mientras da a luz.

Lachlann asintió. —Tienes razón, pero siento que voy a morir si la pierdo a ella o al niño.

Anthony asintió. —Sé cómo te sientes, pero no los perderás—. Mientras las palabras salían de la boca de Anthony, el sonido de una puerta al abrirse hizo que Anthony se volviera.

Aileene salió con una gran sonrisa en el rostro, el sudor cubriendo su frente y un bebé envuelto en sus brazos. Caminó hacia Lachlann y lo miró mientras bajaba un poco el tartán en el que estaba envuelto el bebé. —Conoce a tu hijo—, susurró mientras le entregaba al niño. —Estaba acomodado en la dirección equivocada para nacer, por eso tardó tanto, pero Candy supo cómo girarlo.

—Gracias a Dios por Candy—, exclamó Lachlann.

Anthony asintió, sintiéndose exactamente igual.

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Para cuando Candy y Anthony llegaron al gran salón para cenar esa noche, la noticia de que ella había salvado a Sheena y a su bebé había llegado a todos los rincones del castillo, en gran parte debido a que Lachlann le contó la historia a todos los que vio mientras salía para difundir la noticia del nacimiento de su hijo.

Justo cuando se sentaban en el estrado a comer, Angus, uno de los guerreros más feroces del clan, corrió al salón y directamente al estrado. Su esposa también había estado de parto durante demasiado tiempo y le rogó a Candy que asistiera en el parto. Candy aceptó rápidamente y se pusieron en marcha una vez más.

Cuando regresaron a su cámara más tarde esa noche, después de que Candy hubiera ayudado exitosamente a dar a luz a otro niño, Anthony la sostuvo en sus brazos mientras yacían en la cama.

—¿Qué pasaría si—, dijo en voz baja, —no puedo tener otro hijo? Ver a los nuevos bebés hoy me hizo ver que, aunque tengo miedo de perder un bebé, tengo más miedo de no tener uno nunca. Y entonces no tendríamos familia, y te decepcionarías, y...

La besó para hacerla callar. Cuando se apartó, la miró a los ojos. —Ya somos una familia, a ghràidh. No te preocupes. Simplemente disfrutaremos del proceso de intentar hacer un niño, y si sucede, que así sea. Si no, nos tenemos el uno al otro.

Antes de que se pudiera decir más sobre el tema, alguien llamó a la puerta. —Anthony—, llamó Albert. Acaba de llegar una nota para ti del rey Eduardo.

Anthony observó los grandes ojos de su esposa. —No te preocupes—, susurró y besó su frente antes de dirigirse a la puerta y abrirla. Tomó el pergamino de manos de Albert, rompió el sello y leyó.

—¿Qué dice?—, preguntó Albert.

De repente, Anthony sintió a Candy parada detrás de él. Se giró y la atrajo hacia su lado y luego habló. —El rey Eduardo desea que regrese ahora a Inglaterra para fijar las condiciones oficiales de la liberación del rey David.

—¿Por qué pareces preocupado?—, preguntó Albert. —Es algo bueno, ¿no?

Anthony agarró con más fuerza a Candy antes de responder. —Sí, la liberación, cuando realmente suceda, será buena. Pero también dice que recibió noticias de que Whyte y Leagan están reuniendo tropas contra él, y se siente más seguro que nunca de que me necesitará a mí, eh, a nosotros—, miró fijamente a Albert, —para luchar con él.

Candy se tensó en sus brazos. —¿Entonces vas a la guerra?

—Todavía no—, me tranquilizó. —El rey Eduardo es astuto, sin embargo. Ahora ha prometido, por escrito, fijar las condiciones para hacerme creer que cumplirá su promesa. Por lo tanto, cuando pida ayuda, lo ayudaré.

Candy presionó su mano contra su corazón. —Entonces irás a salvar al rey David.

—Sí. Debo hacerlo.

—Lo sé—, respondió con voz estoica, incluso cuando sus labios temblaban. —Quiero ir contigo.

—No. Lo siento, pero el camino es largo y tu salud todavía es demasiado frágil.

—Pero...

—No, Candy. No arriesgaré tu vida sólo por el consuelo de tenerte conmigo, por mucho que lo anhele.

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Dos días después, Anthony llamó a Candy, Aileene, Seòras, Teàrlach, Lachlann y sus hermanos, excepto Archie, que había ido a llevar a Eliza a su destierro, para que se reunieran con él en el gran salón. Cuando tuvo la atención de todos, habló. —No quiero que Candy abandone el castillo sin compañía.

—¡Eso es insensible!—, espetó Candy, mostrando el temperamento que decía no tener.

Cuando él la miró largamente por haber violado su acuerdo de que ella no desafiaría sus deseos en público, ella se sonrojó. —Lo siento—, susurró ella. Antes de que pudiera decirle que la perdonaba, una sirvienta de la cocina entró en la habitación.

—Laird, lamento molestar.

Anthony dirigió su mirada hacia ella. —¿Sí?

—Eachann Andley está afuera y trae una petición de un clan vecino por el que estaba de paso. Quieren que mi señora—, la niña inclinó la cabeza hacia Candy, —vaya a ayudar en un parto. Se enteraron de que tiene algunas habilidades.

Cuando Candy empezó a levantarse, Anthony le tomó la mano pero se levantó para pararse a su lado. Miró al grupo allí reunido Sabía que lo que estaba a punto de decir provocaría protestas por parte de Candy, pero tenía que decirlo. —No quiero que Candy vaya a ningún clan vecino para ayudar a nadie mientras yo no esté aquí.

—¡Anthony!—, jadeó Candy.

Miró a su esposa y le sostuvo la mirada. —¿Entendido?—, preguntó al grupo en general, sin quitar nunca los ojos de Candy. Su mirada se había vuelto tormentosa, lo cual no era una sorpresa.

Un coro de voces respondió afirmativamente a su pregunta. Él asintió y miró a la sirvienta. —Dile a Eachann que Candy no puede ir.

—Pero, Anthony—, protestó Candy.

Él le tomó la mano y la apretó. —Debo partir, y no puedo permitir que tú te vayas. La preocupación…

Su mirada se volvió tierna. —Entiendo—, susurró ella.

Una vez que la sirvienta se fue, Anthony rápidamente terminó de dar sus instrucciones al grupo y luego los despidió. Cuando él y Candy estuvieron solos, ella habló antes de que él pudiera hacerlo.

—Lo siento. A veces me olvido de contener mi lengua cuando estoy enojada.

Él sonrió. —Sí, lo sé. Me sorprende que no intentes todavía pagar con monedas todos tus pecados.

Ella le dirigió una mirada sombría. —Eso es porque Aileene finalmente me dijo que los escoceses no practican eso, y luego el Padre Malcom se rió de mí cuando le dije que todos deberíamos hacerlo.

—No te preocupes, a ghràidh. El Padre Malcom se ríe de todo el mundo menos de mí. El hombre es un borracho.

—Pero él es tu sacerdote.

—Sí.Y ebrio como una cuba es como a los hombres les gusta, ya que de esa manera es probable que desvíe su mirada del pecado.

Candy le dio una palmada en el brazo a Anthony. —Te burlas de mí.

—Sí—. La besó en la frente, en la nariz y luego en los labios. —Sí, lo hago.

Candy se puso las manos en las caderas. —Realmente no puedes pretender dejar a todos con la orden de que no puedo abandonar la tierra Andley si alguien de otro clan necesita desesperadamente mis servicios.

Ian asintió. —Lo digo en serio. Los otros clanes tienen sus propios sanadores y parteras. Se las han arreglado sin ti durante mucho tiempo y pueden seguir haciéndolo hasta que yo regrese. Te mantendré a salvo, Candy. Pero no te preocupes demasiado, debería regresar dentro del próximo mes.

—Me gustaría poder ir contigo.

—Sabes por qué no puedes—, respondió.

Ella asintió. —Pero eso no hace que la separación sea menos difícil.

—Para mí tampoco, a ghràidh. Por eso tengo un regalo para ti, para que pienses en mí mientras estoy fuera.

Candy sonrió. —No necesito un regalo para hacer eso. Tú estás aquí—. Se tocó la sien. —Y aquí—. Se pasó los dedos por el corazón.

Él la abrazó bruscamente y la besó de nuevo, pero esta vez el beso estaba destinado a durarle un mes. Él deslizó su lengua dentro de su dulzura y llenó su aliento con el suyo. Cuando él se retiró, su mirada desconcertada lo hizo sonreír. —Y tú estás aquí, también—. Puso la mano de Candy sobre su corazón.

Ella apoyó la cabeza contra su pecho y, durante un largo momento, él saboreó el suave tacto de su piel y el olor a brezo que la rodeaba. Todo sobre ella, desde la forma en que su boca se inclinaba hacia arriba cuando sonreía hasta la forma en que ladeaba la cabeza al escucharlo, quedó grabado en su memoria. Se obligó a alejarse y luego recuperó su regalo del estrado, donde lo había puesto.

Cuando él le entregó la capa que había mandado a hacer para ella, sus ojos se iluminaron. Ella sonrió mientras pasaba la mano por el material azul y verde. —Me encanta—, susurró ella.

Deslizó su mano por la pendiente de su mejilla. —Te mantendrá abrigada mientras yo no puedo—. Él la ayudó a ponerse la capa sobre sus hombros y luego la llevó afuera hacia las escaleras de la puerta del mar, donde sus hermanos estaban esperando para despedirse de él. Se despidió, y luego él y Candy caminaron de la mano por las escaleras hasta el barco. Anthony besó a Candy una vez más, y luego él y Tòmas, que lo acompañaba, abordaron el barco que los esperaba.

Mientras navegaban, mantuvo su mirada fija en Candy, hasta que Tòmas se aclaró la garganta y luego le dio un codazo a Anthony. —¿Qué?—, gruñó Anthony, su estado de ánimo ya amargo por tener que dejar a Candy.

Tòmas se rió entre dientes. —Ella estará aquí cuando regresemos, ¿sabes?

—Lo sé—, refunfuñó. —Pero eso no hace que la partida sea más fácil.

—Te has enamorado profundamente de la muchacha.

—Sí—, estuvo de acuerdo Anthony. —Lo he hecho y me alegro por ello. Caer enamorado de una muchacha es la mejor manera de caer.


GeoMtzR: Eliza ha sido castigada, y el amor de Candy y Anthony se hace cada vez más fuerte. Candy sigue sin poderse contener cuando Anthony da sus instrucciones, pero entiende su manera de ser.

Cla1969: Eliza era la vera cattiva ed è stata punita, Candy ha dimostrato ancora una volta la sua bontà salvandola dalla morte, cambiando la sua condanna in esilio. L'amore ha fatto dimenticare a Siùsan la sua gelosia e invidia, trasformandola in una persona migliore. E Candy si è guadagnata il rispetto della sua gente come guaritrice. Adesso sembra che tutto vada liscio per le bionde.

Luna Andry: Eliza ha sido castigada y ha sido desterrada del clan a donde no podrá hacer más daño. Anthony y Candy están unidos y más fuertes que nunca, aunque ahora Anthony ha tenido que marcharse nuevamente.

Marina777: Espero que te haya agradado el juicio y sentencia de Eliza. Candy y Anthony han podido disfrutar de su amor por unos días y Candy se ha ganado el respeto y la admiración de su clan por sus habilidades como senadora. Ahora Anthony ha tenido que marcharse a tratar la liberación del rey David, dejando a Candy al cuidado de dos de sus hermanos y de Teàrlach.

Luz mayely leon: Espero que este capítulo te haya dejado un mejor sabor de boca que el anterior.

Guest 1 y 2: Espero que este capítulo les haya gustado, y que el castigo de Eliza les parezca suficiente. En esa época una mujer desterrada y sin clan, no tenía la vida fácil. Candy es querida por su clan, por su nueva familia y por Anthony. ¿Qué pasará ahora que Anthony ha tenido que marcharse?

Lemh2001: Eliza ha sido castigada de acuerdo a la severidad de su crimen, creo que el destierro y la pérdida de su clan, es peor que la propia muerte, ya que en esa época las mujeres en esas circunstancias no tenían muchas opciones para sobrevivir. Candy se ha ganado el respeto y cariño de su clan. Anthony se desvive en demostrarle su amor. Una nueva sombra se cierne sobre ellos, al tener Anthony que dejarla sola, mientras cumple con su deber para con su rey.

Gracias a todos los que desde distintas latitudes leen y siguen esta historia en silencio. Espero que disfruten de esta actualización y nos vemos muy pronto.