N/A: Bueno, como bien dije hace una semanita, acá estamos; este capítulo es pura violencia e insultos, muy diferente a lo que veníamos recorriendo hasta ahora. Poco más puedo decir, más que agradecerle una vez más a mi señora por ayudarme a corregir la ortografía (aunque esta vez solo encontró un error, así que vamos bien).

Ah, y antes de arrancar, déjenme un comentario :( aunque sea en inglés o italiano, porque me haría mucha ilusión.

Sin más colonoscopía, disfrutad:

Capítulo 4:

Perspectiva: Azazel

Mi coronel y los ochenta soldados de la centuria me acompañan monte arriba. El camino hacia la cima del Sinaí es empinado y angosto, pero conseguimos nuestro objetivo con todo y los cuarenta kilos de equipamiento que llevamos encima cada uno.

—¡El Mariscal quiere hablar! —vocifera Andras, haciendo que los ángeles se ordenen en diez filas de ocho hombres.

Contemplo mis alrededores con el brazo derecho acariciando la empuñadura de mi espada; las rocas generan un espacio muy accidentado, donde solo nosotros podríamos luchar coherentemente. Grandes aristas de piedra rojiza cuidan nuestros costados, impidiendo cualquier ataque que no venga de frente, espalda, o cielo.

—¡Queridos hermanos! —alzo la voz—, hoy se marcará una coma en la historia de nuestro universo. Los tres ángeles que han acaparado la regencia del Cielo, se niegan furiosamente a dejarnos elegir por la paz.

Mis hombres murmuran entre sí; percibo la inseguridad en sus corazones.

—Señor, ¿por qué deberíamos luchar contra los Ancianos? —puedo escuchar una voz osada entre los ochenta triarios.

Relamo mis labios y dibujo una pequeña sonrisa en mi rostro:

—Nuestro reino está siendo malversado —asevero—, y toda la creación está pagando el precio. Los Ancianos buscan moldearnos de forma que todos demos la vida para el Estado. El único problema es que, en este momento, el Estado se conforma únicamente por ellos.

—Ni siquiera nosotros pudimos hacer valer nuestra voz —agrega Andras, que da un paso al frente para quedar a mi lado.

—Cuando hayamos capturado a los Ancianos, hemos de instaurar un nuevo gobierno basado en la democracia y los derechos individuales; que cada ángel pueda disfrutar su eternidad como más lo desee, y no como esclavo para unos pocos, sino trabajando para sí mismo. —Los murmullos se prenden, nuestras ideas arrancan la llama de la libertad—. Nunca más volverán a hacer lo que se les plazca con nuestras vidas y la creación; si Yahvé mismo está sujeto a reglas, ¿por qué nuestros líderes no habrían de?

Siento el toque de Andras en mi hombro, que me invita a voltearme hacia el horizonte que se alza a mis espaldas; cuando lo hago, me encuentro con la imagen de una legión lejana, repleta de levas con arcos y armaduras ligeras. Siete destellos coronan la horda: los arcángeles.

—Nos enfrentaremos en batalla a las fuerzas del Cielo, la resistencia. Lanzarán tormentas de flechas para luego caer en picada y luchar cuerpo a cuerpo.

Nuevamente, los triarios proyectan inseguridad, intimidados por el gran número de enemigos. No obstante, seis de los siete destellos sobre las levas enemigas se dispersan; a su vez, puedo sentir a nuestros hermanos rebeldes arribando en la península.

—¡Somos más fuertes! ¡Más hábiles y experimentados! —vocifero para las filas que ahora golpean sus escudos con emoción—. Las flechas no traspasarán el testudo, y aunque son más ágiles en tierra y aire, sus equipos son de menor calidad. Traspasar esas pecheras y escudos pequeños será como cortar grasa derretida.

—¡REBELIÓN! —culmina Andras, desenvainando su espada fervorosamente en sincronía con el resto de la centuria.

Perspectiva: Miguel

Para llegar a orillas del mar rojo, necesito pasar sobre Azazel. Los escudos del enemigo se aglomeran en testudo, anticipando la lluvia de flechas que ordeno con un simple gesto de mi brazo .

Los proyectiles, lejos de hacer algún daño, se quiebran en cuanto impactan con los objetivos; pequeñas perforaciones se dibujan en los escudos, pero nada más. En cuanto la primera oleada de flechas se termina, comprendo inmediatamente que no vamos a poder traspasar su defensa.

"¡Desenvainen!", alzo la voz, y apunto desde nuestra altura para descender en picada; más de cuatrocientos hermanos se abalanzan para reducir a tan sólo noventa y un rebeldes. Sé que el testudo de Azazel aguantaría un golpe por cualquier flanco, así que emprendo una fugaz caída libre que supera con creces la velocidad de las levas. Mi espada podría destruir esa formación con un solo golpe, pero Azazel se infla de osadía y me intercepta en medio del ataque. Nuestros ojos se encuentran por una fracción de segundo antes de desaparecer entre la lluvia de ángeles. Mientras la batalla continúa en tierra, el mariscal y yo nos abatimos a duelo en las alturas; su espada es más corta y pesada, pero sus brazos son tan robustos que puede maniobrarla sin problema. Intento avanzar con una serie de cortes hacia sus laterales, pero su guardia es infranqueable.

—¡Tiene que haber una forma! —exclamo entre dientes cuando él decide contraatacar— ¡Esto es una locura, señor!

Un solo golpe de la Dominación es suficiente para hacerme retroceder varios metros, incluso habiendo atajado el daño con mi espada.

—No hay vuelta atrás, muchacho —me responde indiferente—; si no vas a unirte a la rebelión, ¡recibe!

Su espada me tajea sin piedad pese a que logro bloquear la hoja antes de que pudiera terminar de lacerar mi cuello. Resiento el bloqueo como si hubiera atajado una tonelada de peso, y el calor de mi sangre angelical se siente por el rasguño en mi cuello. «Esto no puede estar pasando», repito en mi cabeza, pero Azazel aprovecha cada fracción de segundo; una estocada avanza sin piedad rumbo a mi pecho, pero mis alas consiguen voltearme a un lado.

—¡¿No hay nada que podamos hacer pa-

Antes de poder acabar, el mariscal lanza su espada como un proyectil hacia mí; la furtividad del ataque me impide esquivarlo, y la hoja se clava entera en mi hombro derecho. Lanzo un grito ahogado por el dolor antes de ser tomado del cuello y arrojado al suelo rocoso.

—Tenía una mejor imagen de ti, Miguel —espeta el mariscal, que pisa mi vientre y recupera su espada arrancándola de mi carne—. Una batalla se lucha a muerte; no importa si tus adversarios son amigos o familia. Es por esto que tú eres un arcángel y tu hermano es el querubín.

Sus palabras resuenan en mi mente aturdida por el dolor. Su brazo oculta el sol de mi vista; va a darme el golpe final. Sin embargo, él también cometió un error: no me despojó de mi espada.

"Adiós", murmura y baja su arma en una estocada directa a mi corazón.

Perspectiva: Andras

Los soldados de Miguel impactan inútilmente contra nuestro testudo; ahora que están en tierra, desarmamos la formación y comienza una bella y sofocante carnicería.

"¡Uno por uno!", comando exaltado, "¡no los dejen escapar!"

Puedo ver cómo algunas espadas y dagas enemigas se parten contra nuestros escudos; como dijo Azazel, una espada nuestra puede cortar ese pobre blindaje como si no existiera. Ansioso de probar sangre, rompo mi propia posición y me abalanzo a la línea de combate; en el momento que estoy frente a los carbones, desenfundo mi espada y la clavo en el cuello de quien seguramente habrá sido mi vecino. En un intento inútil de aprovechar su superioridad numérica, empiezo a recibir hasta cuatro ataques simultáneamente. Las enormes aristas de roca y grava son una trampa mortal para quien no sabe pelear; teniendo cada costado cubierto por el terreno, solo pueden atacamos de frente. Lanzo una estocada al vientre de un soldado y lo abro desde el ombligo hasta el diafragma. Otro me intenta devolver el mismo ataque, pero capturo su brazo y paso mi espada a través de su cuello. Un tercero salta hacia mí con espada y flecha; alzo mi escudo y el imbécil se cae, pero un compañero lo decapita por mí cuando se estaba levantando. Mientras tanto, dos soldados más se abalanzan en conjunto contra mí; bloqueo con mi escudo, y una de las espadas enemigas es tan endeble que se parte en la mera base de la hoja. Llevo un corte transversal a la cabeza de uno, cobrándole medio casco con todo y la tapa de los sesos. Podría matar al otro, pero el muy cobarde emprende vuelo junto con la mayoría de los supervivientes; planean recuperar la posición inicial con los pocos soldados que quedaban en vuelo, pero detrás nuestro están la séptima y octava fila con pilas apuntando. Las ágiles lanzas vuelan desde tierra hasta la carne de las levas, que caen como insectos sin poder esquivar semejantes proyectiles.

"¡TESTUDO!", comando una vez más, debido a que los ángeles en el cielo se preparan para disparar otra ráfaga de flechas. Aunque mucho menor, la formación a duras penas se termina cuando las flechas nos alcanzan. Algunos reímos al ver cómo se genera fuego amigo cuando las flechas impactan a las levas que se estaban retirando. No obstante, mi rostro se enseria con el alarido de Azazel, que se bate a duelo a unos metros de nosotros. Cuando lo ubico entre el caos, me percato de que el muy maldito de Miguel consiguió encestar un corte en su pierna derecha. Con el riesgo de ser impactado por las flechas, emprendo un vuelo tortuoso lejos de la batalla; "¡Señor!", exclamo.

—¡Este no es el camino! —gruñe Miguel entre espadazos que el mariscal a duras penas puede bloquear—, ¡si no van a entrar en razón, los arrestaré!

Azazel intenta contraatacar, pero solo consigue llevarse un tajo en el ojo. Cuando Miguel está cargando una estocada baja, arribo a sus espaldas y lo interrumpo con un testarazo tan fuerte que lo hace volar y perforar una pared de rocas. Mi señor se tambalea con una mano cubriendo su ojo izquierdo; cuando lo expone, suspiro al descubrir que no llegó a diseccionar el órgano.

—Lo subestimé —se resiente al ardor de sus heridas.

—No se preocupe, estamos ganando —le informo con una sonrisa en mi pico—; llevaremos su cabeza a los pies de esos vejestorios.

—¡No! —rebate sin apartar la vista del arcángel— Lucifer nunca nos perdonaría; debemos hacerlo prisionero y nada más.

Miguel carga contra nosotros a una velocidad vertiginosa. Azazel es derribado de un espolonazo y yo no consigo alzar mi escudo a tiempo para evitar una estocada que a duras penas falla de clavarse en mi pecho. Puedo sentir cómo el ataque se frena en seco por una de mis costillas, que seguramente se habrá partido ante su acero. A pesar del intenso dolor, me deslizo a un lado para esquivar la tremenda ráfaga ignífuga que invoca el mariscal. Miguel se cubre con sus antebrazos de la magia, lo que nos da un aire nuevo para reorganizarse.

Perspectiva: Gabriel

—¡Perdieron la cabeza! —exclamo en mitad del combate aéreo— Asmodeo, Beelzebú, dos hermanos tan famosos y privilegiados… ¡¿Cómo pudieron dejarse seducir?!

Rafael junta su espalda con la mía; pese a no ser ángeles de profesión militar, ambos rebeldes pelean excepcionalmente bien.

Ozzie se abalanza hacia mí con el solo uso de sus puños; me despego de Rafa y contraataco cargando un puñetazo a su vientre, pero éste me da la sensación de haber golpeado una pila de brasas. Él responde con un codazo a mi cabeza, que me aturde y le da vía libre para emitir un rodillazo a mi estómago.

—Y decían que eras el más rápido, teniente —carcajea el muy desgraciado.

Me obligo a reponer la compostura y respondo con una ráfaga de ganchos que deberían conectar con su rostro, pero él es demasiado rápido y me esquiva con facilidad. "No eres la gran cosa", insiste, y captura mis brazos para darme de un cabezazo.

Mi visión borrosa me deja entrever lo que pasa con Rafa: ¡esa perra de Bee también le está dando problemas! Cuando él intenta cargar una flecha, ella se arroja con todo y lo agrede con uñas y dientes. Las laceraciones son algo que la regeneración de Rafa no puede cubrir bien, y él no es un luchador cuerpo a cuerpo. Rápidamente comprendo que si no controlo esto, ambos vamos a morir.

—¡Aún no termino, putita morada! —gruñe Asmodeo, que me caza del cabello y carga un hechizo ignífugo. Soy prendido fuego -literalmente- por unos instantes, para luego ser pateado hacia el suelo como un desecho. Por un instante juro ver el rostro de Eurielle desde un abismo, lo que me da el motivo para alzar mis alas y frenar en seco.

—¡¿Ya estás cansado, muñeco?! —se burla Bee, que tiene sus delicadas alas a favor del viento.

Ella se impulsa como un cañonazo, pero Rafa consigue disparar una flecha que la impacta en un brazo. Los ojos de Bee se enrojecen y una espuma blanca emana de su hocico:

"¡Estás jodido!", ladra, y ahora sí que se aferra con garras al cuerpo de mi amigo. De un mordisco despiadado le arranca un trozo del cuello y lo desecha para que la tierra lo pudra, pero yo consigo atraparlo en el aire.

—¡Dime que estás bien, Rafa! —exclamo desesperado.

Su respiración gorgoteante parece mejorar conforme sus tejidos se restablecen, pero el proceso es lento. Lo dejo descansar en la arena justo antes de esquivar la estampida de estos dos hijos de puta, que impactan y forman un cráter respectivamente.

—Qué lástima, era un muchacho apuesto —murmura Ozzie, que ayuda a su aliada a levantarse.

—Voy a disfrutar saboreando la carne morada de este —la muy zorra se relame los labios y me apunta.

No puedo evitar empañarme con algunas lágrimas; no hemos hecho nada para merecer un trato así de cruel. Aprieto mis puños con fuerza: «esto es a muerte», me repito una y otra vez. No puedo aguantar más esas putas sonrisas y me disparo a mí mismo con la fuerza de mis alas; Asmodeo lanza una ráfaga de fuego azul hacia mí, pero a mi velocidad consigo atravesarla sin sentir más que un leve calor. Con mi ala torcida en sincronía con mi brazo, en menos de un segundo alcanzo el rostro del lujurioso y le doy un testarazo tan duro que habrá resonado a kilómetros. Ozzie es arrojado en una bola de humo hasta que la fricción contra la arena detiene su sufrimiento, no sin antes haber dejado una larga zanja.

—¡Muere! —aúlla la peluda, pero yo pego mis pies a tierra y esquivo su intento de morder mi cuello. «Voy a disfrutar esto», pienso cuando le doy un gancho hacia arriba directo en la mandíbula y encuentro la flecha que aún está enterrada en su miembro.

—Permíteme ayudarte —sostengo el proyectil y lo remuevo en círculos con ganas hasta partirlo, sintiendo goce con sus chillidos de dolor— ¡PUTA!

La ira es un pésimo recurso a usar en una pelea, y ella está por descubrirlo; su garra izquierda se aproxima hacia mi rostro, pero capturo su brazo sano fácilmente. Intenta morderme en el mismo lugar, y sostengo su hocico de igual manera. Con un agarre férreo, emprendo un vuelo frenético hasta dar con una gran arista de piedra; sin molestarme más en medir mis golpes, arrastro su cuerpo entero por la roca de forma que ésta se desgasta en chorros de astillas que acompañan su sangre en una polvorosa de naranja y rojo. Ella solo balbucea y chilla como un perro por todo el camino hasta que la arista se acaba y la arrojo con toda mi fuerza rotando sobre mi eje, haciendo que se estampe y quede enterrada en un agujero vertical en la pared rocosa.

Siento un calor extraño a mis espaldas; volteo para ver a Ozzie en profunda cólera, con un puño ardiendo en plasma azulado y a un segundo de golpearme. Para mi fortuna, su ataque es cancelado cuando una flecha verdosa impacta su abdomen de costado.

—¿Q-q-... q-qué acaba de pasar? —se pregunta en shock.

A varios metros de nosotros, en tierra y con su arco magullado por haber usado una flecha de magia, Rafael busca pelea una vez más. ¡No puedo evitar sonreír por alivio!, pero entonces, detecto un fogonazo rosáceo que asciende desde más al sur. Rafa también se percata, por lo que asiente con su cabeza en señal de que me permite dejarlo para ir en dirección a la llamada de auxilio. Sin poder hacer más que tener fé en él, me retiro del lugar rumbo al sur.

Perspectiva: Belle

—¿Tú no te tomas nada en serio? –le reprocho a Mammón en mitad del combate.

—Cierra esa conchita —se carcajea mientras que humilla a Chamuel esquivando su esgrima—, no querrás que se malogre para tu Luci.

Por mi parte, Zadkiel me está aplicando el mismo trato que mi aliado al suyo; blando mis dagas por todas direcciones, pero sencillamente no puedo superar sus reflejos.

—Estoy decepcionado —se lamenta el tipo en mitad de mis combos—, siempre pensé que eras la más lista del Cielo, pero aún así te entregaste para esto.

—¡¿Qué va a saber de Inteligencia un arcángel que no quiere luchar?! —le grito impotente antes de lanzar un cuchillo arrojadizo en dirección a Mammón.

Su sonrisa se borra en cuanto lo atrapa:

—¿Y yo qué mierda hago con esto? —se pregunta en voz alta, esquivando una estocada enemiga con tan sólo caminar a un lado— ¿Me lo meto por el culo, o algo así?

De alguna forma consigue someter a Chamuel y voltearlo boca abajo. Cuando esa sonrisa antecede a un escupitajo en el acero, ya sabemos qué va a pasar:

—O mejor, ¿por qué no te lo meto por el culo a ti?

—¡NO! ¡E-E-ESPE–

El grito desgarrador del pobre arcángel me aturde; Mammón le clava el cuchillo a pocos centímetros del ano.

—Mira, ahora puedes agregarle colas a un fursuit sin tener que meterte un butt plug —bromea con impresentable sadismo.

Zadkiel parece cargar alguna clase de magia en su mano, así que giro sobre mis alas y lo rebato de un espolonazo antes de que pueda interferir con Mammón.

Ante nuestra clara ventaja y teniéndolos en tierra, uso mi propia técnica para emitir una espesa niebla que ha de cubrir un pequeño perímetro. Mammón refunfuña en cuanto el humo opaco lo rodea, pero su humor regresa para capturar a Chamuel una vez más. Por mi parte, me dispongo a buscar a ese hippie entre las cortinas de gas. Ingrata es mi sorpresa cuando me sostiene por la espalda, aferrándose a mis hombros de forma que no puedo agredirlo.

—Esto ha llegado muy lejos, señora —forcejea conmigo.

La naturaleza cooperativa de los arcángeles lo golpea cuando los gemidos de Chamuel llegan hasta nosotros; Mammón, que despliega unas extrañas extremidades de su cuerpo, sostiene a su presa y comienza a jalar lentamente.

—¿Qué te parece esto, Zad? —Mammón relame sus labios con sádico placer—. Si tú le haces algo a ella, yo termino de matar a éste. Puta por puta, ¿no te parece justo?

No obstante, el plan de mi aliado se rompe en mil pedazos cuando una extraña centella lo manda a volar de un testarazo; no sólo ha salvado a Chamuel, sino que el impacto fue tan duro que mi hechizo de niebla se disipó en un santiamén. Frente a mí, ese maldito arcángel morado me planta cara.

—¡¿Dónde está Eurielle?! —vocea sin siquiera ayudar a su compañero herido.

—F-fui yo —murmura con una débil sonrisa—, un truco que ella me enseñó.

Gabriel escupe al suelo y se dirige a mí:

—La pelea se acaba aquí, escriba.

—¿Seguro? —le sonrío con desafío—; la rebelión acaba de empezar, y hasta ahora puedo ver que hemos perdido uno y uno, a menos que tu amigo pueda pelear con un cuchillo enterrado en el culo.

El arcángel me replica con la misma mueca; finalmente ayuda a Chamuel a reincorporarse. Aprovechando que baja su guardia, le propino un fuerte cabezazo a Zad, que me suelta aturdido y con su nariz y labios sangrando.

—¡Hija de–! —gruñe, pero es detenido con un gesto del teniente.

—Déjenla. —Él extiende sus alas y puedo sentir la ira en sus ojos—. Vayan rumbo al norte para asistir a Rafael; él podrá curar sus heridas.

Zadkiel extiende sus alas, recoge al herido en brazos y se dispone a viajar donde Ozzie y Bee. Lanzo un cuchillo arrojadizo sin dudarlo, pero Gabriel lo intercepta fácilmente.

—Yo seré tu oponente ahora, Belle.

Aún empuño mis dagas; conozco su ventaja por velocidad, pero también sé lo confianzudo que ha demostrado ser nuestro teniente. Me abalanzo primero con el objetivo de buscar fintas en él, pero soy atajada de un codazo que fácilmente cuadruplica mi velocidad. Con la palma de su otra mano, me impulsa lejos de él a través de un extraño hechizo repulsor.

—Se acabó para ti —consigo escuchar, a pesar de la arena que se ha colado en mis oídos.

Cargo un último recurso en mí: un hechizo somnífero, que maldice por contacto. Me incorporo lentamente, escondiendo mi mano derecha en mi espalda. Él alza sus alas y se prepara para encestar el golpe final. Respondo haciendo lo mismo, y entonces, en un momento se resuelve nuestro choque: mi brazo, capturado por un Gabriel estupefacto, que se ha salvado por los pelos.

—Eso estuvo muy cerca —murmura, y me arranca el aire de los pulmones con un rodillazo—, pero no fue suficiente.

El teniente se prepara para dar otro golpe final, que esta vez no fallará; no obstante, es aún mayor mi sorpresa cuando Mammón aparece detrás suyo y, con esas extremidades afiladas que simulan las patas de un bicho, se clava en sus alas de forma que traspasa su carne.

—¿Nunca escuchaste ese dicho que reza "culo dormido, culo perdido"? —Él lo levanta de forma que sus apéndices se incrustan más profundo; Gabriel chilla de dolor para luego ser arrodillado ante mí— ¡Es ahora o nunca, Belle, córtale el cuello!

Desenvaino mi último cuchillo arrojadizo y lo acerco peligrosamente a su cuello; sostengo su cabellera firmemente, ambos jadeantes, intercambiando miradas pétreas.

Un destello nubla mi vista por un segundo; un hechizo furtivo me expulsa a un costado, dándole tiempo a Gabriel para zafarse del agarre de Mammón forzando sus alas a desgarrarse afuera de Mammón. Cuando mis sentidos vuelven a la normalidad, distingo la clara figura de Zophiel:

—¿Llegué muy tarde? —sus rizos rubios ladean a mi dirección buscando lucha.

—Mejor tarde que nunca —sonríe el maldito de Gabriel.

Mammón se reincorpora iracundo; comienza nuestro segundo aire.

N/A: Espero les esté gustando este nuevo enfoque. Sé que el capítulo me quedó muy abierto y que esperar una semana o más para saber qué pasa debe ser muy frustrante, pero yo ya cumplí. Me voy al hipódromo, ¡hasta el próximo domingo!