N/A: Bueno, la poca gente (si es que hay) que siga esta historia, se preguntará por qué me demoré dos semanas (otra vez) en publicar este cap. Lo que pasa es que yo suelo organizar mis historias en forma de una escaleta; ahí redacto la sinopsis entera de cada capítulo y me hago idea de cómo empieza y termina el fic. Lo que pasó acá fue que escribí la escaleta hasta el capítulo cuatro, y empezaron a surgirme ideas diferentes para un final. A eso sumémosle que no tengo escrita ninguna ficha de personaje y gran parte de las excentricidades que le doy a mis aberrantes creaciones se me ocurren en el momento.

¿Qué decir de este cap? Bueno, que es pura violencia. Sí, demasiada violencia.

Gracias una vez más a mi señora por leer y corregir el capítulo. Por algún motivo estoy sufriendo la manía de separar las palabras por dos espacios en lugar de uno, pero creo haber corregido todas las faltas que me encontró esa belleza de ninfa.

Dicho esto, disfruad.

Capítulo 5

Perspectiva: Andras

La batalla sigue a nuestro favor, aunque la pelea contra el General se ha tornado extenuante. Mi señor Azazel es fuerte pero demasiado lento como para que sus golpes lo alcancen. Por mi parte, aunque a veces conecto los golpes contra sus antebrazos, mi fuerza no es suficiente para arrancarle siquiera un jadeo. Miguel consigue aturdir al golpear mi pico con la empuñadura de su espada, pero soy salvado por una pila. Las tropas del Cielo huyen despavoridas, lo que dio tiempo al triario Agares para unirse a la pelea.

—¡Ustedes dos, ATRÁS! —comanda Azazel para nuestra sorpresa— ¡Persigan a las levas, que no escapen!

Dejarlo en estas condiciones parece una pésima idea, pero no puedo contradecirlo. Sin más que objetar, ambos alzamos vuelo y yo me adelanto para encabezar la persecución.

Perspectiva: Miguel

Apunto al Mariscal con mi espada; veo su reflejo sangrante en el acero celestial y mi decepción aumenta aún más.

—Si realmente estamos luchando a morir, quisiera confesarte algo —murmuro—: siempre quise ser como tú.

Él deja salir una mueca irónica:

—¿A qué viene decirme esto?

—Quiero que lo sepas antes de que mueras —remato justo antes de lanzarme con todo a su cuello.

El polvo que levantamos al impactar se disipa y deja ver el resultado; esta vez, una hoja de intenso fulgor rojo se presenta ante mí.

—¿Una espada… de magia? —pregunto entre gemidos.

Un simple movimiento me hace retroceder; él ladea su brazo una vez más y la magia se concentra en un tremendo espadón de plasma anaranjado, como si estuviera incandescente.

—El acero celestial traspasa cualquier magia —argumento, listo para lanzarme otra vez.

—Muchacho, ¿olvidas quién inventó nuestra aleación en primer lugar?

Sin más palabras que cruzar, me abalanzo hacia el tremendo Mariscal; nuestras espadas rugen violentamente y levantan una turbonada de arena. Intercambiamos varios testarazos, algunos tan duros que agrietan las aristas del Sinaí. Cuando nuestras espadas golpean la roca, despedazan la geología del lugar; toda nuestra magia está concentrada en este encuentro. El espadón de Azazel debería ser como intentar golpear algo con el fuego de una antorcha, pero podría jurar que parece hecho de acero cuando impacta contra algo sólido. Por más que lanzo cortes laterales a todas direcciones, los enormes brazos del Mariscal le permiten bloquear sin problema; cualquier otra arma hecha de magia en plasma sería quebrada fácilmente por el acero celestial, pero la suya hace parecer a mi espada como una de madera. Con gran frustración levanto mi espada y trato de ejecutar un corte vertical, pero Azazel se aviva en un giro de sucesos y aprovecha para darme una estocada que va directo a mi pecho. Para sorpresa de ambos, nos percatamos de que ninguno atacó a matar.

—Dijiste que era a morir —le digo, sintiendo el calor abrasador de su hoja que me ha traspasado sin dañarme.

—Al parecer ninguno se atrevió.

Mi espada ha lacerado su hombro derecho; su espadón se disipa y el propio Azazel acaba desplomándose ante mí. Suspiro y enfundo mi arma; tambaleante y con ojos llorosos, me llevo al mariscal en brazos para reclamarlo como prisionero.

Perspectiva: Zophiel

Belfegor siempre ha padecido de dos males que forman grandes ironías entre sí: egolatría y pereza. Cada compás entre mi espada y sus dagas me transmite la sensación acechante de un peligro inminente. Sus alas parecen ágiles, pero sus energías se resisten a volcarse en emprender un vuelo serio. Cargo en una ráfaga vertical desde lo alto, pero mi acero es capturado entre sus dagas; con repugnante sonrisa, sopla una pequeña cortina de un polvo cortante que invade mi rostro.

—¡¿QUÉ MIERDA ES ESTO?! —vocifero, dejando caer mi arma para llevar ambas manos a mis ojos.

Puedo percibir que seré cobardemente apuñalada, así que me adelanto al emitir dos resplandores de intenso amarillo que escapan de mis manos. Estando ambas cegadas por nuestras técnicas, invoco mi hechizo de espada, que se ve como una cimitarra hecha de puro plasma amarillento. A Belle le queda una daga de acero celestial, por lo que nuestros compases marcan una clara desventaja a su favor; cada vez que ese metal golpea mi magia, la espada se astilla más y más. A duras penas distingo su silueta, pero es suficiente para ubicar un momento en el cual hacer la estocada. Para mi desgracia, Belle intercepta mi brazo y nos separa con un puntapié directo a mi vientre. Sin más recurso que mi propia magia, me veo orillada a exhibir mi último recurso:

Invoco un escudo que se extiende por mi muñeca izquierda y bloqueo una tajada de Belle justo a tiempo. Un casco corintio hecho del mismo plasma que mi espada y escudo se dibuja en mi cabeza; recobro la vista para encontrar esa expresión aterrada de la escriba.

—Así tienen que ser las cosas, Belfegor.

Ella chasquea la lengua y se lanza como flecha con su daga enfrente; cree que un ataque frenético le dará la victoria, pero solo se encuentra con mi escudo, que se astilla ligeramente por el impacto. Ella retrocede para flanquearme a la par que moviliza ese extraño hechizo de humo espeso. En unos instantes, el vuelo frenético de Belle me encierra en una oscura nube donde solo ella puede ubicarse. No tardo en recibir cortes por la espalda y costados, lo que me hace jadear de dolor.

—¿Acaso te sorprende que sepa pelear? —escucho su voz desde todas las direcciones— ¡Por eso tú eres la teniente segundo de los arcángeles y yo la mano derecha de Padre!

Dejo salir una corta risa, dado que es interrumpida por otra ráfaga de cortes de mi hermana. Aprieto mis puños con fuerza e inhalo; mi cuerpo se prende fulguroso, y en este instante igualo la luz encandilante del Sol mismo.

—Es una lástima que no leyeras un libro de fosforomancia en tu vida. —Toda mi magia se expande en un estallido de luz que disipa lo que está a mi alrededor— ¡Un solo rayo de luz es suficiente para iluminar las tinieblas!

Perspectiva: Gabriel

El ardor que pesa sobre mis alas es indescriptible, como si el maldito me siguiera apuñalando a cada paso que doy. Para más inri, el tener que enfrentar a Mammón en tierra me supone luchar en gran desventaja porque su estilo de combate destaca mucho en estas condiciones.

—¿Ya te vas a rendir, morita? —se burla de mí a la par que intercambiamos puñetazos y bloqueos—. Por cierto, ¿dónde carajo está tu espada? No me digas que los arcángeles son tan pobres que no pueden costearse el equipamiento.

Logro llevar una patada desde el suelo hasta su mentón, pero cuando creo haber dado en un punto débil, el cabrón me responde lanzando dos hechizos en rayo por sus ojos. Soy expulsado por la fuerza de éstos unos centímetros y, aunque intento protegerme con mis antebrazos, el dolor es tan intenso que los aparto y el ataque va directo a mi pecho.

—Ez —alcanzo a oír del muy hijoputa antes de desplomarme.

Una centella pasa sobre mí: es Zophiel, que arremete contra Belfegor y de una estocada la reprende contra un montículo de arena, que desaparece tras el impacto. Me incorporo como puedo, jadeante y chamuscado: Mammón abre su boca y una esfera de plasma verde comienza a ganar tamaño y poder. Intento obligar a mi cuerpo para que se mueva, pero me es imposible. En el movimiento más rápido que he visto en mi vida, Zophiel se interpone entre el ataque final y mi vida; tan sólo puedo ver su silueta un instante antes de que el ataque de Mammón la pulverice frente a mis propios ojos.

—Miren lo que me obligaron a hacer —asevera el traidor, que sostiene una pluma de Zophi entre sus manos.

Un chute de adrenalina se apodera de mí; jadeante y revuelto por lo que acabo de ver, huyo con mi gran velocidad por tierra camino a la orilla del mar Rojo. Volteo por un instante para ver si ese tipo me está persiguiendo, pero afortunadamente no está interesado. No puedo evitar sollozar en el camino, con la imagen de su silueta desgarrándose frente a mí.

«Gracias, Zophie, gracias», me repito una y otra vez.

Perspectiva: Andras

La persecución está dando buenos frutos, incluso si somos más lentos. Los ángeles qué inútilmente cargan sus flechas en el camino son desfigurados a puñaladas por nuestras espadas. El resto (la gran mayoría) sigue ascendiendo en la búsqueda de un vórtice.

Durante la cacería, escucho una voz que se clava en mi cabeza:

"Coronel Andras, escúchame"

Es tan grave y profunda que hace vibrar mis huesos. Me detengo en seco y escruto mis alrededores; la legión sigue, pues Agares se encoge de hombros y toma mi lugar en la formación.

«¿De dónde carajo vino eso?», pienso.

—Soy yo, el ángel Anciano Senoy —me responde, para mi horror.

—¿Qué buscas de mí, señor? —respondo amedrentado.

—Deseamos hacerte una proposición.

Trago saliva y contemplo a mis hermanos una vez más antes de darles la espalda.

—Escucho.

—Cuando hayamos masacrado a los rebeldes, necesitaremos Mariscal y coronel nuevos —me seduce pese a su horrenda voz— ¿Quién mejor para encabezar a las Dominaciones que el buen coronel Andras, que tan riesgosamente trabajó como doble agente en la rebelión?

Dejo salir una tenue risilla sin darle crédito a los pensamientos que inyecta en mi mente:

—¿De verdad creen qu-

—Escuché que tu novia Meridiana fue expulsada de nuestras fuerzas por su exceso de violencia. —Su sola mención me arrebata el aliento; he quedado contra las cuerdas—. El Mariscal Andras y su Coronel, Meridiana. ¿Te gusta cómo suena?

—Sí… —trago saliva con vergüenza.

Perspectiva: Gabriel

Alcanzo las aguas del Mar Rojo tan sólo para toparme con otra sorpresa desagradable: el mismísimo exterminador, Abadón, que pone sus pies en tierra para darme diálogo.

—Déjame adivinar —sonrío hastiado y con mis alas aún sangrantes—, ¿estás con ellos?

—Estoy a favor de la libertad, no de este baño de sangre —se cruza de brazos.

—Acabo de ver a mi compañera morir —escupo un gargajo ensangrentado sobre la arena ardiente—. ¿Qué mierda dices sobre la libertad?

Él se ve casi horrorizado; camina pasivamente hacia mí, procurando no subirme los humos.

—Por favor, déjame explicarte nuestras razones, teniente.

Me dejo caer de rodillas, sollozando por la imagen de Zophiel que se rebobina en mi cabeza una y otra vez.

—Los Ancianos quieren ser los únicos dueños de la creación. Hemos intentado sugerir, solo para ser ignorados o incluso despechados por ellos. —Él posa su mano sobre mi espalda y me insta a levantarme— ¿No has visto cómo se vive en nuestro propio reino? Es como si quisieran que toda nuestra raza fuera un ejército. Yo solo quiero que seamos libres de elegir cómo vivir y a quiénes obedecer.

Me levanto con su ayuda, solo para empujarlo débilmente y carcajear; es como escuchar una broma de tan mal gusto que uno ríe para no llorar.

—¡¿Esa es la puta razón de su rebelión?! —doy un salto en retroceso y me pongo en guardia— ¡NO ME JODAS!

Abadón extiende un brazo hacia mí y carga un blaster; sé que en este estado no tendré oportunidad. Él me dedica lo que parece ser una expresión de remordimiento, pero ésta cambia a la de hórrida sorpresa cuando una espada lo atraviesa por la espalda.

—Primera lección de los arcángeles —escuchamos la voz de Eurielle, que ha llegado justo a tiempo—: "nunca descuides tu retaguardia".

Con un rápido movimiento hacia arriba, mi aliada cercena al exterminador por la mitad. No obstante, ambos sabemos que en su caso aún así no será suficiente.

—¡¿Qué le pasó a tus alas?! —se pone a mi lado.

—Mammón —respondo jadeante.

—¿El arquitecto?

—Ya ves, hasta los cerebritos saben pelear ahora.

Abadón se reintegra en dos copias de sí mismo; cargamos con todo, Eurielle buscando tajear a una copia y yo al compás de puñetazos con la otra. Aunque esta técnica le costaría un montón de energía a otro de los nuestros, lo cierto es que el título de Abadón como Maestro del Caos vino acompañado de una magia muy extraña; nuestros ataques son negados de formas tan bizarras como él haciéndose líquido, o curvando su cuerpo para no ser alcanzado.

—¡Es imposible! —pego espaldas con Eurielle.

—No puede ser invencible, tiene que haber una forma. —Ambas copias nos encaran una vez más, pero Eurielle parece tener una idea— ¡No dejes que me alcance!

Una copia de Abadón emprende vuelo en cuanto ella lo hace, pero consigo atrapar sus tobillos en un salto. Ambos caemos al suelo y en un segundo estoy recibiendo puñetazos de todas direcciones. Al principio es como ser acribillado, pero con el tiempo me sincronizo con sus ataques y los bloqueo con mis manos. En un momento recibo dos puñetazos simultáneamente, por lo que retrocedo para que ambas copias se golpeen. Éstas se fusionan, lo que me da tiempo para capturar a este cabrón pseudo-omnipotente de los hombros:

"¡HAZLO!"

Con una brutal potencia y precisión, Eurielle se precipita en la forma de una centella. Puedo distinguir su silueta blandiendo la espada en un corte vertical antes de ser abrasado por una llamarada. En cuanto abro los ojos, Eurielle se aleja conmigo entre sus brazos para dejarme de pie sobre la arena. Frente a nosotros, la humareda se disipa y exhibe al exterminador de rodillas sobre un pequeño cráter de vidrio. Estamos atónitos, hasta que ella rompe el silencio robándome un beso en los labios; mi shock empeora aún más por esto, no pudiendo celebrar con los gritos eufóricos de ella hasta pasado un instante.

—¡¿Te arde, lacra?! —vocea inflando su pecho— ¡Ni siquiera el señor del caos es rival para mí!

Todo parece estar resuelto, pero un ruido en el agua despierta los sentidos de ambos; quiero empujarla a un lado, pero ella se adelanta.

Perspectiva: Abadón

El tremendo chaparrón que cae sobre nosotros me aturde hasta a mí. Arribó mii querido "bebé" de cuatro mil toneladas, que vino a socorrerme en cuanto vio el peligro cerca de su padre adoptivo (que soy yo).

"Buen chico", murmuro tras recobrar el aliento y la vista.

Para mi desagrado, el ataque fue más que un susto; Gabriel se incorpora torpemente, solo para arrodillarse frente a la oficial Eurielle y aullar desgarradoramente. Ahí mismo, su querida amiga yace moribunda y sin piernas.

—¡¿QUÉ FUE LO QUE HICISTE?! —me grita el teniente, que se abalanza contra mí.

Abro una brecha hacia casa y lo contengo rápidamente con mi magia; con todo y un herido, los devuelvo al Cielo y ordeno al Leviatán que retroceda.

«Ellos no dejarán esto así», pienso con preocupación por el monstruo.

N/A: A este paso me van a conocer como "el que mata a sus personajes antes de desarrollarlos". No, pero en serio, creo que tuvimos suficiente violencia por ahora. El próximo capítulo será más "chill"; se centrará más en los motivos de los Ancianos y en lo que harán los demonios luego de la primera batalla. Pero bueno, no me pagan por dar spoilers (ni por escribir esto, ayy kek), así que aguántense una o dos semanas más. Voy a subirlo un domingo... ¿Cuál? No sé, hagan sus apuestas. Chaucito mi gente.