N/A: Bueno, tardé dos semanas otra vez, pero les aseguro que compenso con creces. Mi chica lo revisó y no encontró faltas (tremendo, eso es un logro personal para mí), y me dijo que de todos los capítulos es el que más le ha gustado. Hay mucha expansión de lore y desarrollo de personajes, así que disfruten ustedes, dos o tres gatos locos que me leen :)

Capítulo 6:

Perspectiva: Miguel

El ejército a duras penas consiguió escapar de la centuria. Traje a Azazel como prisionero, mientras que Zadkiel y Gabriel regresaron con Asmodeo y Beelzebú a sus espaldas. Nuestras pérdidas, sin embargo, fueron monumentales: más de la mitad de las levas fueron mermadas en el Sinaí, perdimos a Zophiel, y el resto ha quedado bastante malherido. Gabriel es el último en volver; sostiene a una Eurielle desmembrada entre sus brazos, exclamando a todo pulmón que la ayudemos. Rafael deja de atender a Chamuel -que parece estar envenenado- para luchar contra el abundante sangrado de nuestra amiga.

—Inútiles —murmura una voz profunda a mis espaldas—; como era de esperarse, solo tú hiciste las cosas bien.

Semangelof, que contempla disgustado la escena, intenta posar su mano sobre mi hombro, pero me aparto bruscamente:

—No puede estar hablando en serio, ¿verdad?

Él arquea una ceja, pese a ser su cabeza poco más que un conjunto de anillos y seis ojos flotando. Incluso siendo él la autoridad máxima después de Dios, no puedo evitar indignarme.

—¿Cómo puede decir eso? ¡¿Acaso no ve lo que nos costó esta batalla?! —las lágrimas escapan de mis ojos— ¡¿No entiende que…?!

Una sonrisa se dibuja en su rostro. Él solo me hace dar media vuelta y caminamos lejos de la plaza en dirección al palacio. Quisiera desobedecer, pero sé que es mi deber atender a los designios de los Ancianos, en especial si se trata de Semangelof.

—Miguel, ¿alguna vez te has preguntado por qué le debemos devoción a Yahvé?

No sé qué responder. Tan siquiera cuestionar aquella realidad se considera de mal gusto. Semangelof hace un rápido movimiento de su mano y el camino hacia el palacio se acelera a mi alrededor, como haber transicionado de un paisaje a otro en menos de un segundo.

—Imagino que no tienes ningún recuerdo de tu nacimiento. —Su otra mano genera una tenue flama azul que ilumina una ínfima fracción del lugar — ¿Acaso sabes tan siquiera por qué fuiste creado?

Siento un escalofrío que recorre mi espalda con tan sólo sentir esa mano helada invitándome a tomar asiento frente al gran atril. ¿Por qué no puedo recordarlo?

—Originalmente, Yahvé sólo crearía a Lucifer como el ángel perfecto, aplicado en todas las características de nuestra raza. Bello, inteligente, fuerte física y espiritualmente…

Sus palabras siguen siendo tranquilas y decididas. «¿Quiere provocarme celos?», pienso.

—¿Cuál es el punto entonces? —me atrevo a interrumpirlo.

—Nosotros le sugerimos a Yahvé crearte junto con él —espeta sin ninguna emoción—, para poder asegurarnos de que tu hermano pudiera ser detenido. En otras palabras, tú fuiste creado para acabar con él.

Una fuerte opresión recae sobre mi pecho. Las malditas dudas inundan mi mente al unísono y no sé cómo aclararlas, pero hago el esfuerzo.

—¿La rebelión estaba predicha entonces? —pregunto con voz quebradiza— ¿El matar a mi propio hermano de sangre es para lo único que existo?

—Bueno, eso era lo que mis hermanos querían, pero yo tenía otro plan en mente. —Él camina y se dispone detrás del gran atril, desde donde atiende cada sesión en el palacio—. Hay una razón por la que yo tengo mayor rango; Senoy es el más inteligente de los tres, Sansenoy el más fuerte, pero yo soy el más ambicioso. Deduje que un pendejo tan extrovertido como tu hermano se rebelaría tarde o temprano, y por eso existes tú; el verdadero ángel perfecto, el único que no me traicionará y será mi espada cuando hayamos expandido nuestro reino.

Todo en sus palabras me resulta nauseabundo, pero esa última afirmación… ¿A qué se refiere con "expandir"?

—Pero es que no entiendo, ¿a dónde se quiere expandir, señor? —le cuestiono, ahora proyectando seguridad—. Somos los amos del Cielo, desde donde se administra todo el universo. No hay ningún otro lugar que conquistar. Aparte, ¿qué función cumpliría yo una vez derrotado mi hermano?

—¡Esa es una pregunta inteligente! Permíteme mostrarte algo. —Sus seis ojos se iluminan al unísono para proyectar un hechizo espía— Lo que estás por ver es tan confidencial que solamente mis hermanos y yo sabemos de ello.

Frente a mí se proyecta la imagen de Yahvé; es bien sabido que espiarlo de cualquier forma desataría su divina cólera.

—¡¿Están espiando a nuestro padre?!

—Desde antes que Lucifer y tú nacieran —me responde indiferente.

Trago saliva a sabiendas del tremendo crimen que supone tal acción, y que ahora soy testigo y cómplice. Dios está sonriente y acompañado por dos seres más: una especie de pequeño hombrecillo azul y una suerte de cisne blanco y de aspecto femenino.

—¿Quiénes son esas personas? —pregunto cautivado.

—Dioses —gruñe en respuesta.

—Eso es imposible, solo existe uno.

Él carcajea un momento y el hechizo espía se disipa; ahora es el dibujo de una esfera con estrellas contenidas en ella lo que puedo ver en la proyección de luz.

—Verás, hay muchas cosas que Yahvé no nos contó. —Con cada pestañeo de sus ojos, más esferas se dibujan alrededor— Resulta que el universo no lo es todo, querido Miguel; allá afuera existen más universos con sus propios dioses. Son lugares tan extraños y ajenos al nuestro que incluso sus magias divergen por completo a la que tenemos aquí.

No encuentro palabras para expresar lo que siento; estoy boquiabierto, contemplando imágenes de bocetos que se van proyectando ante mí, cada uno creado por los Ancianos para hipotetizar cómo serían esos otros universos.

—Lo único que sabemos con certeza es esto —él enfoca la imagen de nuestro universo—: que en comparación con el resto, tenemos el reino más poderoso y desarrollado. Estamos en el mejor momento para llevar nuestro estandarte por todo el multiverso, y lo único que nos falta es obtener una vía para llegar hasta ellos, pero estamos cerca de resolverlo.

Quizá sea por mi entrenamiento como arcángel o un quiebre en mi capacidad para contener mis emociones, pero me levanto de mi asiento y arremeto contra el mayor de los Ancianos; simplemente no puedo contener el puñetazo directo que llevo a su rostro, provocando que sus anillos resuenen como latones abollándose.

—¡¿Qué clase de monstruo eres?! —doy media vuelta y lo estampo contra el atril, provocando que un pequeño gemido de dolor salga de su ser— ¡Tú eres el único traidor aquí!

Semangelof me repele con un rápido hechizo y se acomoda la túnica. Su forma es completamente inexpresiva, pero con ese gesto ha demostrado que no me teme.

—Hay algo más que no te he mostrado —rompe el silencio entre nosotros—, pero supongo que ahora querrás ir a consolar a tus soldados.

Una magia en forma de burbuja nos rodea y en un instante estamos afuera del palacio.

—¿Por qué no te tomas el día entero? —palmera mi espalda como si no hubiera pasado nada—. Así podrás digerir lo que te dije. Yo estaré aquí cuando quieras volver.

Agacho la cabeza; sin atreverme a mediar más palabras con nuestro líder, extiendo mis alas y emprendo camino de regreso con mi gente.

Perspectiva: Abadón

Encontrar el rastro de magia típico de Lucifer no me supone reto alguno. Me adentro en las entrañas de una cueva cuya vista frontal encara la costa del mar rojo, y saludo con una reverencia a mi pareja de amigos.

—Abas, ¿qué pasó ahí afuera? —me pregunta Luci, que se lanza hacia mí en un abrazo.

—Fue una masacre, amigos —confieso para el horror de ambos—: los protegimos a los dos tanto como pudimos, pero los costes de esta batalla fueron grandes.

Tomo asiento frente a ellos, donde una pequeña fogata nos separa.

—¿Hubo… muertos? —pregunta Lilith con remordimiento.

Asiento tímidamente, no queriendo esconder la verdad.

—¿Y mi hermano? —Lucifer parece estar a una confirmación de quebrarse.

—No lo sé —respondo con mis manos a centímetros del fuego—, pude sentirlo junto con Azazel y su centuria, pero había demasiada magia y no pude hacer seguimiento de todo.

Estamos juntos hasta el atardecer, discutiendo los sucesos que acontecieron y cómo deberíamos proseguir. Lo cierto es que poco y nada sabemos de nuestros compañeros y cuántas bajas exactas hubo, salvo que mi Levi infringió aquel daño mortal a una arcángel. No obstante, cuando el sol que se va en un cielo anaranjado parece llevarse nuestras esperanzas consigo, oímos dos voces discutiendo en las cercanías.

"¿Qué dices, maricón?, si lo único útil que hiciste para mí fue usar ese cuchillo que te di."

Los tres volteamos a discernir esas dos siluetas tan desiguales que se adentran en la cueva.

"Hice asado de perra a tu rival, mínimo te pido un poco de respeto, aunque una paja estaría bien."

Mammón y Belfegor se sientan junto a nosotros sin siquiera saludar; están completamente inmersos en su conversación.

—¿Y el resto? —pregunta Luci.

—No sé, pregúntale a tu señora —le responde Belle con desprecio a Lilith.

—Ni puta idea, pero les podemos confirmar una-

—Dos —lo interrumpe Belle.

—Sí, bueno, una baja y media —sobrecorrige Mammón.

El ambiente, lejos de ser agradable y esperanzador, es lúgubre para casi todos nosotros. De los nuestros sabemos que Ozzie, Azazel y Bee son prisioneros o bajas, mientras que nosotros acabamos con un arcángel y envenenamos a otro, pues el cuchillo que Mammón le enterró a Chamuel estaba envenenado. Una vez caída la medianoche, la centuria también regresó, liderada por Agares.

Perspectiva: Mammón

Naturalmente, he de levantar el culito del suelo y disponerme a hablar con la plebe -Momento, ¿dije plebe? Ejem, quiero decir, con los compatriotas-. El desierto de noche es tan negro como mi humor, pero también es frío. Lástima que adentro de la cueva no hay espacio para ellos.

—A ver, ¿quién es el vergudo aquí? —levanto la voz frente a los setenta hombres que quedan en pie.

Agares da un paso al frente y me regala una reverencia.

—En ausencia del mariscal y el teniente, yo suplo sus funciones, señor.

Recibo el dichoso informe de la batalla en forma oral: perdimos a diecinueve triarios, que son un pedo atracado en el culo comparado con las más de de trescientas bajas que dejamos a las levas enemigas.

—Hay algo más, señor —me detiene cuando ya me estaba yendo.

—¿Qué es, soldado? —volteo—. No me venga a pedir pensiones de guerra, porque no hay plata.

—Por orden del mariscal, trajimos sus cuatro cañones de artillería.

—¡¿Teníamos artillería todo este puto tiempo?! —lo zarandeo iracundo.

En efecto, cuatro hermosos cañones grandes como la que me cuelga se alzan detrás de los triarios.

—Pero qué viejo hijo de puta —murmuro con una mano en la frente y sonrío.

—Funcionan con magia —comienza a explicar—, pero necesitamos de muchos hombres para cargarla.

—Ya no —pongo mis garras en sus pecho, pero sin apartar la vista de estas bellezas—: se me ocurre una idea mucho mejor para estas bellezas.

Perspectiva: Gabriel

Sostengo la mano de Eurielle mientras que Rafa termina de cauterizar sus muñones. Incluso para el más inexpresivo de nuestros hermanos, la escena claramente es suficiente para revolverle el estómago.

—¿Qué vamos a hacer? —le pregunto, aprovechando que ella está inconsciente.

—Debemos esperar a que Miguel regrese —murmura sin apartar la vista de las heridas que acaba de curar—; solo él sabrá decirnos.

—No me refiero a eso. —Apunto a las piernas de Eurielle— ¿Qué se puede hacer con esto?

Él suspira y agacha la cabeza. Por un momento puedo jurar que una pequeña lágrima se le escapa de un ojo.

—Justicia, eso es todo lo que podemos hacer. —Tras un último vistazo, Rafa refriega sus manos y se dispone afuera de la tienda de acampar—. Les daré un tiempo a solas.

Repaso el aspecto deplorable de Eurielle; el maldito Leviatán le devoró las piernas por arriba de las rodillas, lo que impedirá que pueda luchar en tierra como antaño. Sé que para nosotros no hay nada más hiriente que volverse un lastre para las fuerzas, y también que ella se siente así. Acaricio sus rizos rubios, que se deforman momentáneamente al pasar entre mis dedos. Quisiera decirle tantas cosas, pero solo puedo conformarme con besar sus labios estando ella inconsciente. De pronto, como si la hubiera liberado de un maleficio, ella entreabre sus ojos con dificultad y me sonríe:

—Gracias —musita con ojos cristalinos—, gracias por no dejarme atrás.

No puedo aguantar más y me rompo en llanto con mis labios en su frente, sintiéndome culpable por no haber sido más rápido y empujarla a ella para tomar su lugar.

—Gabriel, no tienes porqué quedarte conmigo —su mano recorre débilmente mi mejilla—; no tengo piernas, ya no puedo ser arcángel. Si te vas ahora, prometo que no me enfadaré.

Sus palabras no hacen más que acabar de partir mi corazón.

—¡No digas eso! —exclamo con decisión—, ¡yo jamás te abandonaré, Eurielle!

La lona que nos da privacidad se abre tras nosotros; Miguel ha vuelto y me ofrece una expresión compasiva. Cuando se percata del terrible estado en el que ella está, lo único que puede hacer es juntar su frente con la de Eurielle y dedicarle unos instantes de silencio.

—¿Qué sigue ahora, Miqui? —le pregunto tras secar mis lágrimas.

—Semangelof me dijo muchas cosas y… —él suspira y evade el contacto visual—, creo que lo mejor es controlar daños y ver qué podemos hacer con los prisioneros.

—¿Prisioneros? —mi rostro se enseria con la sola idea de poder desquitarme— ¿Quiénes?

—Azazel, Ozzie y Bee.

Doy media vuelta y me dispongo a salir, pero Miguel me detiene:

—¿Qué vas a hacer?

—Haré que hablen.

Abandono el lugar y camino entre las tiendas de acampar; estamos repletos de heridos y muertos, incluyendo a Chamuel, que convulsiona entre los brazos de Rafael.

«Justicia», me repito una y otra vez.

Perspectiva: Lucifer

El desierto es muy frío por la madrugada, tanto que incluso nosotros podemos sentirlo.

Lilith descansa con su cabeza sobre mi regazo, frente a la fogata cuya madera se consume lentamente. Acaricio su cabeza sin parar de pensar en cómo diantres nos metimos en esto. La sola idea de ver a mi hermano hace temblar mis piernas; «¿Qué pensará él de mí?», me pregunto una y otra vez.

—Lamento cagarles el idilio —saluda Mammón fingiendo una reverencia—, pero tenemos que hablar.

Suspiro y ladeo mi cabeza para que se siente junto a nosotros. Sin embargo, los otros dos rebeldes también ocupan un lugar en la fogata. La noche es realmente fría y siento mi humor por los suelos; definitivamente no estoy de humor para delirios políticos.

Mammón murmura algunas cosas con el resto, pero a mí no me interesa; solo quiero estar un momento más con Lilith, dado que podría éste ser el último.

—¿Luci? —Abadón me regresa a la realidad— ¿Estás prestando atención?

—No se pongan a coger delante nuestro —se burla Mammón.

Remuevo mi abrigo y dejo caer a mi Lilith dormida sobre él. Estando erguido, bordeo la fogata y camino hacia el exterior de la cueva. Naturalmente, los tres me siguen sin titubear.

—Te agradeceríamos algo de atención, Lucifer —me reprocha Belle—. No olvides que todo esto fue para proteger a tu novia.

Me detengo en seco y juro que me trago un insulto en respuesta. Doy media vuelta y los encaro, consciente de que esta rebelión necesita un líder.

—Agradezco lo que hicieron —me limito a evitar conflictos—. Tenemos que prepararnos para el siguiente paso, lo sé.

—Le estaba contando a los muchachos que tenemos la artillería de Azazel —revela Mammón—. Hay cuatro cañones de plata, uno para cada uno.

—¿Qué planean hacer con ellos?

—Puedo abrir un portal hacia las puertas del cielo —intercede Abadón—, y bombardear el cielo desde aquí para un último asalto.

Echo un vistazo a lo que queda de los triarios para luego devolverme a mis compañeros. La idea es tan arriesgada como viable en una situación como esta.

—¿Y qué pasaría si ellos estuvieran preparados? —cuestiona Belle.

—No lo harán —respondo ahora convencido—, y aunque lo hicieran, el cuerpo de los arcángeles está muy debilitado. Debe ser un ataque rápido y furtivo, que deje a los Ancianos a merced de mi espada.

Extiendo mis alas para estirarme un poco; lleno mis pulmones de aire y exhalo tranquilamente. La rebelión empezó hace rato y ya no hay cómo revertirla, por lo que solo me queda tomar las riendas.

—¿Cuándo hacemos la carnicería? —pregunta Mammón.

En efecto, la parte más importante es coordinarlo todo.

—Mañana a la medianoche —culmino—. Mientras tanto, necesitamos aprender a usar los cañones.

Los cuatro nos disponemos a ello; debemos aprovechar cada minuto, pues de esto depende la victoria.

Perspectiva: Semangelof

La sola imagen del teniente Andras con sus pies sobre mi mesa y comiendo mi banquete me repugna. Él está ahí, tan cómodo frente a nosotros, como si fuéramos amigos de toda la vida.

—¿Y bien? —pronuncia Senoy.

Él nos mira y se encoge de hombros para seguir comiendo nuestras almendras.

—Andras, querido, anhelamos saber qué información tienes para nosotros.

—Nada muy importante, nada que no sepan ya. —Él sigue enfocando en la comida, pero justo cuando Sansenoy iba a desenvainar y rebanarlo, él se saca una remontada de la manga— De hecho, hay una cosa: la artillería.

—Explícate —le ordeno.

—Bueno, mientras ustedes estaban ocupados… ¿Eso es pan dulce?

El muy cabrón nos hace darle una porción para que prosiga con la boca llena. Resulta indignante verlo tan cómodo mientras ambos bandos estamos en agonía y lamentando las pérdidas.

—Como decía —el maricón traga y se pone aún más cómodo en la mesa—, Azazel fabricó unos cañones hace años; quizá sabrían más al respecto si lo hubieran espiado por todos estos años. Son armas de destrucción masiva, hacen daño por área. Cada cañón funciona con grandes cantidades de magia que se cargan en su interior. Lleva un buen tiempo tenerlos listos, pero cuando los disparas…

Sansenoy clava un cuchillo frente a él justo cuando iba a tomar otro racimo de uvas:

—Esto es para ti —espeta—. Tu nueva misión es matar a los arcángeles heridos.

El teniente levanta una de esas cejas emplumadas que tiene, sin poder entender por qué diantres le ordenamos algo así.

—Y asegúrate de dejar el sigilo de Abadón —agrega Senoy.

Las puertas del palacio son abiertas; siento la presencia de Miguel, que ha decidido volver. Me levanto de mi asiento sin mediar más palabras y me dispongo a atenderlo. Puedo escuchar a mis hermanos murmurar entre sí; asumo que entienden la importancia de darnos privacidad. Bien cerrado el comedor, floto hasta dar con el arcángel general en el gran pasillo que antecede la cámara legislativa.

—Querido, volviste —lo saludo extendiendo mi mano, que es aceptada en un apretón—. No tenía la menor duda de que lo harías.

—Tengo muchas dudas aún —murmura cabizbajo, pero sin detenerse en su paso tras de mí.

Nos dirigimos escaleras abajo por un pasadizo pobremente iluminado. Él se ve incrédulo; seguramente creyó haber visto todo lo que teníamos aquí, mas cierto es que algunas zonas de este edificio solo han sido vistas por mis hermanos y yo.

—¿Esto es un calabozo? ¿De verdad tenemos eso?

—Para una sola persona, sí. —Llegamos a lo más profundo, donde solo la luz de mi cabeza permite discernir algo. Frente a nosotros, un viejo ángel yace inmóvil y arrodillado, cubierto de cadenas que le impiden moverse.

—¿Pero qué… es esto? —Miguel se muestra horrorizado.

—Metatrón, el primer ángel creado —le aclaro con algún resentimiento que no puedo filtrar en mi voz—. Este vejestorio es el padre de las primeras disciplinas mágicas, la primera mano derecha de Yahvé.

Perspectiva: Miguel

Por un instante, Semangelof acerca su mano y cachetea un poco a su prisionero.

—¿Y? ¿No vas a saludar, viejo puto? —le pregunta con visible desprecio.

—¿Está vivo?

—Claro que lo está —me responde—, solo que lleva un mes sin mediar contacto con nadie.

La sola idea de permanecer encadenado aquí solo y en la oscuridad por un día me retuerce las vértebras del escalofrío, por lo que no me imagino cómo será tener que pasar un mes así.

—No comprendo, ¿qué hizo para merecer una pena así?

—Verás, este saco de polvo fue relegado porque construyó un artefacto llamado "el Cubo de Metatrón". —Él me muestra un pequeño artefacto con esa forma y de fulgor turquesa en la palma de su mano— Funciona como una gran estación de amplificación y conversión de magia, tan eficiente que en las manos correctas podría incluso derrotar a Yahvé.

Es hilarante que una baratija como esa posea un poder tan blasfemo, pero sé que Semangelof está hablando en serio. El gran Metatrón es una antigua leyenda, el fundador de nuestra sociedad. Hay algo en toda esta locura que no da lugar a pensar que es falso.

—El caso es que él sabe cómo funciona —continúa sin parar de provocar al prisionero—, y cuando logremos hacer que nos enseñe, podremos abrir portales hacia la deriva del multiverso.

De repente, la cabeza de Semangelof titila sutilmente. Él gime de hartazgo y palmea mi espalda:

—¿Por qué no te quedas un rato a ver si afloja la lengua contigo? —él solo se retira escaleras arriba, murmurando insultos que jamás había oído de él—. Putos inútiles, no puedo confiarle una mierda a esos dos. ¡YA VOY, MARICONES!

Suspiro hastiado por esta situación tan delirante. Doy un par de pasos hacia el frente, pudiendo así contemplar el deplorable estado del ángel. Para mi sorpresa, él ladea débilmente la cabeza; su rostro deshecho en mugre y arrugas de deshidratación me dedica una mirada bastante serena para la situación en la que está.

"Estaba esperándote, Miguel."